La traca. Una novela muy eldera (2)

Resumen de lo publicado
Salu Amat ha venido a Elda para acompañar a su madre durante las Fiestas Mayores y, de paso, para tratar de poner arreglo a su inestable relación con Rafa.
El día del Pregón amanece con unas pintadas acusadoras en la fachada del Ayuntamiento. Salu, que acude a la iglesia de Santa Ana con ánimo de contemplar cómo las camareras visten a la Virgen, participa de la consternación general cuando se descubre que han desaparecido las joyas de la Patrona.
La coincidencia de ambos sucesos incomoda a Julio Maestre, alcalde de la ciudad, quien empieza a ver la sombra de un intento de boicotear las Fiestas Mayores. Algo que encaja mal con ciertos asuntos ocultos que se trae entre manos.
* * *
Viernes, 6 de septiembre. 14:10 h.
Barriada de El Progreso. Casa de dos plantas, de las pocas que quedan de los años cuarenta, época en que la construyó el padre de Paco Amat. En la planta baja, la cocina todavía conserva el pozo de agua de lluvia y la gran caldera de fundición en que antaño se quemaba corteza de almendra. Aunque pozo y caldera llevan décadas en desuso, don Paco siempre se negó a deshacerse de ellos, por si pudieran ser de utilidad en un futuro apocalíptico que nunca llegó. Contiguo a la cocina hay un salón-comedor espacioso, como todas las estancias de la casa, con sitio para que dos enormes aparadores de marquetería flanqueen la gran mesa de comedor, para la imprescindible mesa camilla situada junto a unos visillos, y para la obligada zona de estar: tresillo, mesa de centro y mueble-biblioteca, del que no hace mucho hubo que desmontar una balda de clásicos españoles para que cupiese la nueva televisión led de cincuenta pulgadas, regalo de Salu a su madre cuando don Paco falleció, y única concesión de doña Remedios a la modernidad, ahora que la misa de la mañana y las telenovelas de la tarde se han convertido en compañeras cotidianas.
En la gran mesa —don Paco siempre se negó a comer en la cocina, como era el uso de diario—, puesta con prácticos mantelitos individuales, al principio solo se oye el tintineo de las cucharas sobre los platos y los soplidos para enfriar el guiso. Poco a poco, conforme este se atempera, el ritmo del cuchareo se anima y la conversación se reanuda.
—Mmm... Deliciosa, esta ollica de cerdo; como siempre, mamá. No sé cómo has podido arreglártelas con todo el lío que tienes en la cocina.
Quita importancia doña Remedios con un movimiento de su cuchara.
—Esto es sencillo, hija: el arroz se hace solo.
Arruga la nariz Salu.
—Claro. Y el sofrito, y el caldo, y la compra. Por cierto, que no sé de dónde has podido sacar las alcachofas en esta época. Todavía no es temporada, ¿no?
Su madre encoge los hombros.
—Es lo que tiene ser clienta de toda la vida de un buen frutero.
—Con razón no te has podido acercar a la iglesia. Aunque bien pensado, mejor: así te has ahorrado el berrinche.
—No me lo recuerdes. Qué disgusto, lo de las joyas. Imagino las caras de Regino y Paquita.
Salu eleva la mirada al techo.
—No te las imaginas ni de lejos. Ni las del resto de las camareras, las pobres. Allí las he dejado, llorando unas, rabiosas otras. —Suspira—. A ver si hay suerte y la Policía encuentra alguna pista, porque si no...
El móvil de su madre la interrumpe. Aunque en casa de los Amat no se atiende al teléfono durante las comidas, costumbre que impuso don Paco cuando el advenimiento de los móviles, la identificación de llamada hace que doña Remedios se salte su propia norma.
—Dime, Paquita... Sí, Salud me lo ha contado. Qué desgracia, hija...
Durante un cuarto de hora, la excamarera intercambia quejas, suspiros, conjeturas y consignas con la camarera mayor. Para cuando doña Remedios cuelga, su plato se ha enfriado, y en el de Salu solo quedan los huesos del costillar.
—Lo has rebañado a placer —se complace la madre—. ¿Quieres más?
La hija echa un vistazo al contenido de la olla exprés.
—Bah. Esto que queda se lo come Almudena mañana tan a gusto. ¿Qué te dice doña Paquita?
—Que están organizando una colecta de joyas entre las feligresas de la parroquia —dice doña Remedios, al tiempo que reanuda los viajes de su cuchara, ahora ya sin soplidos de por medio—, a ver si pueden adornar a la Virgen con algo. Ya sabes: pendientes, cadenas, medallas, rosarios... ¡Qué rabia, por Dios! ¿Sabes que se han llevado un Corazón de Jesús de oro que ya habían robado antes de la Guerra?
—¿En serio?
—Fue en el año 32. O en el 33, no me acuerdo. Alguien entró en la iglesia y despojó a la imagen de todas las alhajas que llevaba puestas. Años más tarde, tras la Guerra, un labrador de Petrer encontró el Corazón con su cadena en un bancal donde las lluvias habían arrastrado la tierra. El caso es que el hombre lo llevó a su párroco, quien lo guardó hasta que, casualmente, una feligresa descubrió que el Corazón contenía en su interior un papelito con los nombres de algunas eldenses conocidas suyas. Así fue cómo, tirando del hilo, averiguaron que se trataba de una de las joyas robadas a nuestra Patrona.
—Vaya. —Salu sacude la cabeza mientras escoge con la vista una pieza del frutero—. Así que robado dos veces.
Durante dos minutos vuelve el sonido de la cuchara de la madre, al que se añade el crujido de los mordiscos que la hija arranca al melocotón elegido.
—Oye, Salud: se me está ocurriendo... Tengo unos pendientes de oro antiguos, de la abuela Rosa, muy vistosos. Voy a enseñártelos, a ver qué te parecen para la Virgen.
Doña Remedios hace ademán de levantarse, pero su hija la sujeta por el antebrazo.
—Luego, mamá —dice—. Con la llamada de Paquita y la cháchara, voy justa de tiempo para acercarme a la estación del AVE antes de que llegue el tren de Almu.
—Ah, pues vete, vete..., no vayas a perderte por las carretericas esas. Y no corras.
—Y tú termina de comer y siéntate en el sillón, que se te ve cansada. Ponte las noticias o lo que sea, que ya recogeré yo la cocina cuando vuelva.
* * *
Viernes, 6 de septiembre. 15:20 h.
Cuatro croquetas, pincho de tortilla y café con donuts de postre. Con la mañanita que ha tenido y con la tardecita que le espera, Julio Maestre ni se ha planteado ir a comer a su casa. Y vale que las croquetas y la tortilla del Bon Appétit están de muerte, pero no dejan de ser comer sin fundamento. Así no hay footing que valga. Así no se quita los dos kilos que se le han quedado pegados a la cintura durante el verano. Y esta tarde, para más inri, toca cenar de picoteo en el Casino, en la recepción oficial a los representantes de las agrupaciones políticas, económicas, sociales, deportivas y culturales de la ciudad, preludio del tradicional pregón.
El alcalde se levanta de la barra ahíto y cabreado consigo mismo. Si es que come con los ojos, leñe. Con el pincho y el café le habría bastado. Sale a la calle de Gonzalo Sempere. Tuerce por la Purísima rumbo a la plaza de la Constitución, de regreso a su despacho. Fachadas desconchadas, persianas bajadas, solares okupados por matorrales silvestres. SE VENDE. SE VENDE. SE VENDE. Hay que ver qué deprimida está la zona, se lamenta Julio Maestre. Para tener al Ayuntamiento como centro neurálgico, el casco antiguo es el eterno hermano abandonado de la ciudad. SE VENDE EDIFICIO PARA CUARTELILLO. Cuartelillos, suspira; la única actividad boyante en el barrio.
Más que antiguo, viejo.
Al atravesar la plaza, una archiconocida canción de bienvenida de Miguel Ríos —nostálgico que es uno— lo arranca de sus malhumorados pensamientos.
—Dime, Joaquín. ¿Se sabe algo nuevo?
—Acabo de estar con la inspectora Miró, de la Policía Nacional. Han estado buscando y tomando huellas. Lo raro es que no se ha forzado ninguna puerta o ventana de la iglesia.
—¿Y la caja fuerte?
—Abierta con su propia llave. Ha tenido que ser la que el párroco guardaba en la sacristía, que ha desaparecido. La otra la tiene Paquita Azorín, la camarera mayor, que no se ha desprendido de ella desde que ayer al mediodía estuvo echando un vistazo a las joyas con otras dos camareras, por si había que sacar brillo a alguna.
—O sea, que de ayer a hoy nos han enguarrado la fachada del Ayuntamiento y han birlado las joyas de la Patrona. ¿Crees que alguien pretende sabotear las Fiestas?
Se lo piensa el concejal de Seguridad Ciudadana al otro lado de la línea.
—Eso es mucho decir, Julio —responde al fin—. ¿Por qué querría alguien hacer una cosa así? Es absurdo. Vamos a pensar, de momento, que son dos hechos inconexos.
—De momento. Tú lo has dicho.
Ante la casa consistorial, dos pintores arrodillados sobre un largo lienzo se afanan con sus rodillos y brochas gordas. El alcalde inspira hondo. Por lo menos, se dice al atravesar el umbral, Ramón Pastor está logrando que la fachada quede niquelada.
¿Que por qué querría alguien hacer algo así? Julio Maestre tamborilea con los dedos sobre el tablero de ajedrez, últimamente en desuso. Buena cuestión. Absurda para Joaquín Romero y para cualquier otro que no disponga de cierta información que solo el alcalde y dos personas más manejan en toda la ciudad.
Se levanta del canapé donde ha intentado en vano echar una cabezada. Se dirige a la cafetera. Cambia de idea. Se dirige a su escritorio.
—Inés —dice a su secretaria a través del interfono—, localízame a Ramiro y a Ramón Pastor, por favor... Que vengan a mi despacho, sí.
Mientras tanto, aprovechará para informar de las novedades a Lorena Buendía, la alcaldesa de Petrer. Que a buen seguro ya estará al tanto, a tenor de la velocidad con que las malas noticias atraviesan siempre la frontera.
* * *
Viernes, 6 de septiembre. 16:05 h.
Los restos de la ollica no llegan al día siguiente. Con un café a media mañana como único tentempié desde el desayuno, Almudena, labios anchos, cintura estrecha —doña Remedios siempre se pregunta dónde mete todo lo que come—, da buena cuenta de ellos mientras su madre recoge la cocina y su abuela, desde su sillón favorito, la pone al día del robo de las alhajas, azarosa historia del Corazón de Jesús incluida.
—Y de todas esas joyas, ¿cuál era tu preferida? —le pregunta la nieta, tras seguir con interés el relato.
Doña Remedios no ha de pensarlo demasiado.
—Huy, pues el rosario que le regaló la Caballé, sin duda. Yo misma se lo puse a la Virgen al día siguiente, para que lo luciese en la procesión. Tiene un valor emocional único, y, además... —Se interrumpe, lanzando a su nieta una mirada suspicaz—. Por cierto, ¿tú sabes quién fue Montserrat Caballé?
—La que cantó Barcelona con Freddie Mercury, ¿no?
—La misma, que Dios la tenga en su Santa Gloria. Y, de paso, una de las grandes divas de ópera de todos los tiempos.
—¡Qué fuerte! ¿Y dices que le regaló un rosario a nuestra Virgen de la Salud?
—Un rosario de plata y nácar precioso, que el mismísimo Santo Padre le había regalado a ella a su vez, durante una audiencia en Roma.
Almudena abre mucho los ojos ya de por sí grandes, verdosa herencia de su padre.
—A ver, abuela... Yo flipo. —Hace bailotear su larga cola de caballo—. ¿Qué hacía ella aquí, en un pueblo como Elda?
—Ciudad, guapa —la rectifica doña Remedios—. A ver si hablas con propiedad.
—Desde 1904, por Real Decreto de Alfonso XIII. —Salu, que viene de la cocina en ese instante, no deja pasar la oportunidad de instruir a su hija en cultura eldense—. Y desde mucho antes, en tiempos de Felipe V, Fidelísima villa.
—Vale, sí, lo que queráis... —Almudena agarra una manzana del frutero y la agita con gesto de impaciencia—. Pero hablábamos de la Caballé.
—Pues había venido a cantar, claro —dice doña Remedios, encogiendo los hombros—. ¿A qué iba a ser?
—A cantar.
—Vino cinco años seguidos al Festival de Ópera de Elda, que yo sepa —explica, pasando por alto el tono incrédulo de su nieta—. Tu madre no puede acordarse, porque era una niña entonces, pero el abuelo Paco me llevó al teatro Cervantes varias veces. Y no te creas que eran unas óperas de chichinabo, no: venían la orquesta y los coros del Gran Teatro del Liceo de Barcelona, y se hacían unos montajes de fábula. Vimos a Pedro Lavirgen, a José Carreras, a Plácido Domingo y, por descontado, a la Caballé. Ah, todavía recuerdo su La bohème... ¡Qué ovación! Parecía que el teatro se iba a venir abajo.
—Y mientras vosotros os ibais de fiesta todo emperifollados, a mí me dejabais aburriéndome con la abuela Ana —rezonga Salu—. Eso sí que lo recuerdo bien, mira.
—Y lo del rosario —la ignora Almudena—, ¿cómo fue, abuela?
—Pues mira —continua doña Remedios—, resulta que, pocos días antes de su primera actuación en Elda, Montserrat Caballé tuvo una afección de faringe que requería intervención quirúrgica, por lo que se anularon todos sus compromisos. Pero ella era una persona muy piadosa, y, desde que la habían invitado a cantar en Elda, se le había metido entre ceja y ceja que tenía que rogarle a nuestra Patrona por su salud. Así que no dudó en aplazar la operación para poder venir a rezarle a la Virgen y cantar para los eldenses. Total, que la diva rezó, cantó La Traviata y emocionó. La operación, que se tenía por delicada, resultó luego un éxito; y ella no olvidó el favor recibido de nuestra Patrona: el año siguiente, cuando regresó para cantar... emmm...
—Norma, creo que fue —apunta Salu.
—Eso, Norma. Pues lo primero que pidió al llegar a Elda fue que la llevaran a Santa Ana para arrodillarse ante la Virgen, que ya se hallaba en el trono. Fue entonces cuando, toda emocionada, le entregó al párroco el rosario que llevaba en el bolso. Era la víspera del día 8, y el cura le prometió que la Patrona lo luciría durante la procesión del día siguiente.
—Y tú se lo pusiste.
Ríe la abuela con ganas.
—Huy, calla, que me jugué el cuello, porque tuve que subir hasta arriba por esos peldaños tan empinados. Y Paquita, que me sujetaba por detrás, me bajaba la falda para que no se me vieran los muslos. Ya ves cómo éramos entonces.
—Vaya —suspira Almudena—... Pues sí que es una historia bonita, la del rosario de la Caballé.
—Ya te decía yo.
—¿Un café, cariño? —interviene Salu.
—Por favor, mamá. Estoy rendida.
Pero su madre se deja caer en el sofá, dejando claro que era una pregunta-trampa.
—Pues haz café para las tres, anda; y de paso —añade, señalando el plato y los cubiertos sucios de su hija—, lleva todo eso al lavaplatos y ponlo en marcha. Solo tienes que apretar el botón.
* * *
Viernes, 6 de septiembre. 17:30 h.
La abuela ronca en el sillón con la boca entreabierta. La madre, acurrucada en una esquina del sofá, emite un suave ronroneo. En cuanto a la hija-nieta, retrepada en la otra esquina, el único sonido que revela su presencia es un incesante cliqueo de móvil.
—Mamá...
—Mmmsííí...
—¿Sabes algo de una yincana? Quiero decir... ¿Forma parte del programa de Fiestas?
—¿Yincana?... —Salu bosteza, sin acabar de abrir los ojos—. No, no sé nada de una yincana. ¿Por el pueblo, quieres decir?
—Ciudad.
—Touché —reconoce con un gruñido—. A ver, explícate mejor, cariño.
—Nada, una tontería —quita importancia Almudena—. Lo están comentando en el grupo de Jorge y Lola. Dicen que se ha convocado una yincana por todo Elda durante las Fiestas. Se trata de realizar una serie de pruebas siguiendo pistas que se irán subiendo a las redes sociales.
Su madre estira los brazos con gran esfuerzo. Incorporarse no está, de momento, al alcance de su ánimo.
—¿Convocado?... ¿Quién la ha convocado?
—Ni idea, pero hablan de importantes premios en metálico y en directo.
—Uf. —Chasca la lengua Salu—. Yo no haría demasiado caso. Será alguna timada, seguro.
—Seguro.
—¿Vas a quedar con tu primo y sus amigos?
—¿Con Jorge? Sí, claro. De momento, ya he quedado con Lola. Quiero que me acompañe a mirar zapatos y un bolso.
—Y esos dos, ¿qué? —dice una voz cavernosa, como de ultratumba—. ¿No se casan?
Ríe Almudena mostrando unos dientes muy blancos y muy bien alineados, justo resultado de una fastidiosa ortodoncia de adolescente.
—¡Abuela!... ¡Creía que estabas dormida!
—¿Dormida yo? —La aludida se aclara la garganta—. Me habré quedado advertida, si eso.
—Ya.
—Que digo que si tu primo y su novia se casan, que llevan ya un montón de años juntos.
—Pero abuela, Lola y Jorge tienen mi misma edad. ¡Son jóvenes todavía!
—¿Jóvenes, con veintisiete años? —Sacude la cabeza doña Remedios a un lado y a otro, no queda claro si para negar o para despejarse—. A tu edad ya tenía yo a tu madre —rezonga—. Y tú, ¿qué?, ¿na de na?... ¿Ni novio, ni amigo ni nada? Digo yo que toda una eminencia en Matemáticas ya podría estar pensando en...
—Matemática del montón, abuela —la corrige su nieta—. Lo de eminencia vamos a dejarlo.
—Tonterías... Que ya sé que ganas buenas perras en la empresa esa de bionosequé en la que trabajas.
—Puede, pero el amor no entiende de dinero. Además, estoy bien así, sin compromisos.
Niega de nuevo la abuela, o se despeja.
—Sin compromisos... ¡Qué juventud! —Suspira—. ¿Y el chico ese de Elda con el que comenzaste a salir?
—¿Con Fran? Pero si eso fue hace cinco años, cuando mis primeros Moros. ¡Pues no ha llovido desde entonces!
—Lo dejaron, mamá —interviene Salu—. Era muy complicado, con Fran en Elda y ella en Madrid, y luego en Gotinga, haciendo el master, y... ¡Y, además, que te lo ha contado ya cien veces, mujer!
—Bueno, bueno... Está bien, no pregunto más. —Doña Remedios se levanta del sillón pesadamente—. Voy a arreglarme, si es que hemos de ir a la iglesia —dice, enfilando la puerta en dirección a su dormitorio.
—¿Vais a la iglesia? —pregunta Almudena a su madre, la mirada agradecida por haberla rescatado—. ¿No has dicho que habías quedado con Rafa?
—Sí, pero las camareras de la Virgen han organizado una colecta de joyas para reemplazar a las robadas, y tu abuela quiere llevar algunas. Ven —añade, reuniendo por fin el ánimo para levantarse—, a ver qué te parecen estos pendientes de tu bisabuela Rosa.
* * *
Viernes, 6 de septiembre. 19:15 h.
Una mesa a la sombra en la plaza Mayor. Sendos besos en las mejillas. Un abrazo cariñoso, aunque más ligero de lo habitual.
—Hola, Rafa.
—Hola, Salu.
Gafas de sol espejadas sobre la frente, polo de manga corta azul grisáceo, a juego con los iris, veraniego pantalón beis. Largo, por supuesto. A Salu todavía le asombra que Rafa Poveda evite los pantalones cortos incluso en lo más tórrido del tórrido verano eldense.
—¿Cerveza o café? —ofrece él, con un gesto de su mano hacia la silla libre. Sobre la mesa, una caña de cerveza conserva intacto su reglamentario dedo de espuma, señal de que está recién aterrizada.
—Café, gracias —acepta ella—. Me parece pronto para empezar con las cañas; y, además, me vendrá bien: la noche de la Alborada siempre se alarga.
Hace Rafa una seña a la camarera que serpentea entre las mesas con un trapo y una bandeja llena de vasos vacíos.
—Pues yo no creo que llegue al castillico —dice—: esta mañana he madrugado, y mañana he de pasar por el almacén temprano.
—¿Mañana?... ¡Pero si es sábado!
—Sí, pero he de llevar unas pieles a Almansa, y prefiero ir mañana que el lunes. —Encoge los hombros, resignado—. Hay que mimar a los clientes y todo eso, ya sabes. Solo, ¿verdad?
Ella asiente con la cabeza hacia la sonrisa cansada de la camarera.
—Con hielo, por favor.
La relación entre Salu y Rafa se remonta a más de cinco años atrás, cuando ella vino a Elda para unas fiestas de Moros y Cristianos, tras largos años de ausencia, y Mamen no perdió la oportunidad de presentar a su amiga viuda a un amigo divorciado, pensando en que quizá, tal vez, a lo mejor, quién sabe.
El caso es que, además de vivir conjuntamente las emociones que, más a ella que a él, les deparó el affaire de san Antón, ambos tuvieron tiempo de salir, divertirse y hacerse confidencias, todo lo cual acabó en el romance aventurado por Mamen. Romance que, con altibajos y a intervalos —que si este mes voy a Elda, que si el siguiente vienes a Madrid, que si al otro vacacionamos juntos—, han logrado mantener pese a la distancia. Ahora mismo, sin embargo, la relación pasa por una de sus épocas más frías —o menos cálidas, si se prefiere ver la botella medio llena—, a causa de un verano en que apenas han logrado hacer coincidir sus vacaciones y de un estancamiento provocado por la falta de perspectivas comunes.
La plaza está animada, como corresponde a las fechas, a la hora y a la buena temperatura ambiente. Un grupo de mujeres sentadas en corro mece cochecitos de bebé, rodeadas a su vez por niños pululantes de carrillos pringosos. Los hermanos mayores juegan a la pelota entre dos de las farolas centrales, ante la mirada reprobatoria de una anciana que ha optado por rodear el campo de juego con su andador. Una cuadrilla de tardeo prorrumpe en continuas carcajadas, graves y agudas, desde la terraza contigua. Salu mira a unos y otros, intentando aparentar la serenidad que no siente. Al principio, Rafa y ella hablan de lugares comunes. ¿Qué tal el viaje?... ¿Qué tal el almacén de curtidos?... ¿Qué tal Almudena?... ¿Qué tal tus padres?... ¿Y tu madre?... Él habla gesticulando, sus manos de dedos suaves, capaces de distinguir unas pieles de otras solo por el tacto, colgadas de sus brazos robustos, hechos a acarrear pesados fardos. Se lo ve nervioso, y ella es consciente de que, en estas condiciones, ninguno de los dos está en condiciones de mantener esa conversación pendiente que los preocupa.
Se mira las uñas de las manos, apoyadas en el regazo, como si necesitara asegurarse una vez más de que el esmalte cereza está impoluto.
—Almu y yo nos volvemos el martes para Madrid. He pensado que el lunes, el día del Cristo, podemos dedicarlo a nosotros —aventura—: comer en algún sitio que esté bien, pasar la tarde juntos, hablar. Ya sabes —añade con una sonrisa— que el día de la Virgen es sagrado: mi madre hace sus rellenos, y, además, se empeña en celebrar mi santo. Ni qué decir que cuenta contigo.
Para su alivio, el semblante de Rafa se distiende. Es algo que le encanta de él, se dice con un suspiro: que lo mismo le gusta así, primorosamente afeitado, que con la barba que cada año se deja para Moros.
—Lo del lunes me parece perfecto —dice él—. Y lo de los rellenos, Remedios me lo recuerda cada vez que nos cruzamos por la calle. Yo le digo que por nada del mundo me los perdería.
Ella pone los ojos en blanco.
—Pues no vas a ser el único —dice—: como los padres de Mamen llevan una temporada al borde de un ataque de nervios, don Carlos, por todo el lío del pregón, doña Carmen, por el nerviosismo de él, resulta que los ha invitado a comer para que la mujer no tenga que preocuparse de nada. Y ya que el Pisuerga pasa por Valladolid, también se han apuntado Mamen y Juanma.
—Es que las fasiuras de tu madre tienen justa fama. —Definitivamente animado, él deja ver una franja blanca entre los labios—. O sea, que va a ser toda una comida familiar.
Y ella lo acompaña en la carcajada.
—Sí, pero más de la familia Vera que de la Amat.
* * *
Viernes, 6 de septiembre. 22:55 h.
Vienen de cenar en Los Tanques, donde Juanma había reservado mesa a petición de Salu. La popular tasca, varada en el corazón del casco antiguo desde mucho antes de que ella tuviera uso de razón, no ha defraudado sus buenos recuerdos de juventud. Pinchos morunos, sepia a la plancha, boquerones y queso fresco fritos. Y calamares a la romana «de verdad, no como los que te ponen en Madrid ahora», al decir suyo. Todo bien regado con cerveza para ellos, tinto de verano para ellas y jocosos comentarios por parte de los cuatro, desde el «Una cena muy light» de Mamen, siempre quejumbrosa de su cintura sin que por ello se arredre ante las frituras, hasta el «Todo muy vegano, sí» de Rafa, quien, para reafirmar su veganismo, no ha desaprovechado la ocasión de catar la sangre frita. La cara, pensaba Salu, que pondrían algunas amistades suyas de la capital ante la peculiar tapa. El buen humor, en fin, ha sido la tónica imperante durante la cena: evocaciones, bromas, pullas, risas, etcétera. La alegría del reencuentro.
Llegan a la plaza de la Constitución, más conocida por plaza del Ayuntamiento, con tiempo para un café antes del pregón. En la barra de El Cafetín, Juanma, a quien Mamen recrimina estar demasiado pendiente del móvil, se excusa en la agitación que hay en las redes sociales con una pretendida yincana. El tema, dice, ha cobrado auge durante la tarde, y gran número de supuestas pistas corren por WhatsApp, Facebook y X, generando infinidad de comentarios del público y cierto desasosiego a las autoridades, temerosas de que el asunto interfiera con el normal desarrollo de las Fiestas.
—Ya habéis visto, ¿no? —les recuerda—: entre Los Tanques y aquí nos hemos cruzado con varios grupos de adolescentes corriendo de un lado a otro, todos ellos móvil en ristre.
Salu, recuerda su conversación con Almudena.
—¿Y no se sabe quién está detrás de la yincana esa? —se interesa.
—¡Qué va! Es un misterio. Se habla de premios en metálico, pero no se sabe cuánto, cómo, dónde ni quién los entregaría. Para mí que todo es un bulo.
—¿Un reclamo publicitario, tal vez?
Juanma encoge los hombros.
—Lo más seguro.
—Ah, ya se escucha a la banda. —Mamen se incorpora sobre su taburete, agitando un billete hacia el camarero—. Se acerca la comitiva del pregón. ¡Vamos!
Al salir a la calle, un destello metálico atrae la mirada de Salu hacia lo alto. Tiene narices, se dice arrugando la suya, que un tercermundista mazo deslavazado de cables eléctricos atraviese de lado a lado la plaza más institucional de Elda. Enganchado al tendido aéreo, un globo solitario con forma de corazón dorado, grande como un cojín de sofá, refleja la luz de las farolas. Es fácil imaginar el disgusto de su infantil propietario, ni siquiera compensado por una airosa ascensión a los cielos.
El arranque de una nueva pieza de la Santa Cecilia la saca de sus pensamientos. La comitiva llega a paso lento con el pregonero al frente, flanqueado por Julio Maestre, el alcalde, y por Regino Gonzálvez, el presidente de la Cofradía de los Santos Patronos. La corporación municipal y el resto de autoridades y representantes de la sociedad eldense anteceden a la banda de música, a cuya estela caminan los demás asistentes a la recepción en el Casino, abierta a todos los ciudadanos.
Mientras el alcalde, investido con la banda y la vara de mando características de su cargo, saluda a un lado y otro con circunspectos gestos de cabeza, a don Carlos se lo ve envarado, la mirada fija, calcula Salu, en el balcón de la primera planta de la casa consistorial, desde el que en breve va a enfrentar una gran responsabilidad. Tan solo el caluroso aplauso del grupito de su hija, al que corresponde con una agradecida sonrisa, parece sacarlo de su concentración durante un instante.
—No sabes cuánto me alegro por tu padre, Mamen —dice Salu cuando el ayuntamiento engulle a las autoridades—. Se lo merece muchísimo, de verdad. Para mí que han tardado en hacerlo pregonero.
Lo dice con convencimiento, no en vano Carlos Vera, médico de profesión, es un erudito de la historia y las tradiciones eldenses, sobre las que ha publicado varios libros, amén de infinidad de artículos en las revistas locales. Hasta tiene un blog sobre costumbrismo eldense en la edición digital del Valle de Elda.
—Pues nos tiene en ascuas a toda la familia, ¿sabes? —le confiesa su amiga—. Se ha pasado medio verano trabajando en el pregón, manteniéndolo en secreto. Decía que no quería influencias ajenas.
Salu enarca las cejas.
—¿No lo habéis leído nadie, ni siquiera los allegados?
—Como te digo.
Interesante, se dice con un gesto aprobatorio. Cada vez le apetece más escuchar el pregón de don Carlos.
El público llena la plaza sin llegar a abarrotarla. Su vivaz alboroto decrece hasta convertirse en apagado murmullo cuando la megafonía cobra vida. Un edil desconocido para Salu pronuncia unas palabras de bienvenida y presenta al pregonero, cuya salida al balcón saludan una salva de aplausos y un entusiasta «viva» de boca de su hija.
—Señor alcalde —comienza don Carlos cuando el eco de la ovación se desvanece—, señor presidente de la Cofradía de los Santos Patronos, señores concejales, representantes de las asociaciones culturales y festeras, familiares, amigos y ciudadanos eldenses —hace una pausa enfática—: buenas noches. Me siento muy honrado de haber sido elegido para pronunciar este pregón, a la vez que abrumado por la gran responsabilidad que hoy recae sobre mis hombros...
Masculino genérico. Salu toma nota para sus adentros. Se nota que el orador es de la vieja escuela. Tras la bienvenida del edil, cansina en el lenguaje del «los y las» y del «todos y todas», las primeras frases de don Carlos presagian un vendaval de coloquial frescura. A ver cómo sigue la cosa.
—... Buscando no repetirme y, de paso, imbuirme de su talento e ingenio, he repasado numerosos pregones de mis ilustres antecesores. Lo cual me ha servido, además, para llegar a la conclusión de que todo cuanto se relaciona con nuestra ciudad y nuestras Fiestas Mayores está dicho: tracas, globos, patronos, procesiones, salves, espliego, rellenos, pataticas al montón, mezclaíco, verbenas, mascletás, devoción, alborada, palmera, fuegos de artificio, volteo de campanas...
El padre de Mamen recita el telegráfico compendio de tradiciones festivas de corrido, dando la impresión de que va a perder el aliento. Con el «volteo de campanas», una subida en los decibelios del ruido ambiente hace que Salu se vuelva hacia atrás. Más espectadores, supone, que se incorporan a la plaza desde la calle Colón, deseosos de comenzar la Fiesta tras una cena tardía. Ya podrían, se dice torciendo el gesto, ser un poco más discretos.
—... también se han mencionado las cualidades de nuestros conciudadanos, a quienes se describe como fieles, honestos, hospitalarios, alegres, laboriosos y emprendedores, características todas ellas que forjaron el carácter de nuestro pueblo. Un pueblo de raíces íberas, almohades, judías y cristianas, que bajó al valle desde su primitivo asentamiento en el Monastil para arracimarse en torno a un protector castillo, y que acabaría expandiéndose hasta... ejem, devenir en pujante e industriosa ciudad durante el siglo XX.
Don Carlos ha tenido un momento de vacilación provocado, se malicia Salu, por el molesto murmullo que no cesa, y al que, a cada minuto que pasa, se van sumando más ciudadanos desde las travesías aledañas a la plaza. Junto al orador, medio paso por detrás, el entrecejo antes distendido y ahora fruncido de Julio Maestre refleja el mismo desagrado. La muchedumbre, en efecto, se ha hecho más densa, hasta el punto de apretujar contra el muro al grupito de Salu. Esta se alza de puntillas para tratar de otear por encima de las cabezas. No se imaginaba que el interés por el pregón pudiera llegar a tanto. Ni que lo de hoy fuera la entrada de bandas de los Moros y Cristianos.
—¿Qué pasa? —susurra Mamen, que también mira en derredor molesta.
—No sé. —Juanma desbloquea su móvil, pasa pantallas, abre una aplicación, otra—. Parece que en la yincana se habla de la plaza del Ayuntamiento, de una especie de cuenta atrás, de...
Rafa enarca una ceja.
—¿Cuenta atrás?
Juanma se limita a encoger los hombros.
—Va por cien. No..., ahora noventa.
—¡Chisss! —les chista Salu, apuntando con la barbilla hacia el balcón donde don Carlos, con buen criterio, continúa su pregón.
—Y yo —dice—, de qué podría hablar esta noche que no se haya dicho. Qué destacar sin que suene a repetido. Pues bien, a pesar de mi provecta edad, o tal vez a consecuencia de ella, hay una categoría de eldenses que tienen todo mi interés y a quienes no siempre, o no a menudo, se presta la atención que merecen. Por ello he decidido dedicarles mi pregón, este que tengo el honor de pronunciar ante ustedes. Hablo, quizá lo hayan adivinado...
Más chises elevados desde distintos puntos de la plaza, junto con la expectación creada por las palabras del pregonero, tienen un efecto apaciguador sobre la muchedumbre; sobre una parte de ella, al menos.
—... de los jóvenes eldenses; de los que pueblan nuestros colegios e institutos, y también de aquellos que optan por ganarse el sustento desde una temprana edad.
Ovación por parte del sector aludido. Un «viva la juventud» es respondido a coro. Don Carlos ha conseguido el efecto buscado. Sonrisa en labios, cabecea una señal de agradecimiento.
—Nuestros jóvenes habrán oído hablar hasta la saciedad de ilustres eldenses que triunfaron fuera de su ciudad: desde Emilio Castelar hasta Ana María Sánchez, pasando por Milagritos Gorgé, Antonio Porpetta, Antonio Gades, Pedrito Rico o Gerardo Pérez Busquier. Y si no conocen a alguno, no les costaría encontrarlo en Internet. Pero no nos engañemos: nuestros jóvenes de hoy necesitan referentes nuevos, unos que respondan a sus expectativas actuales y futuras; que les sirvan para trazarse un rumbo, para fijarse retos y objetivos. Y yo, que he hecho mis investigaciones, me atrevo a enumerar algunos más acordes con los tiempos que corren, todos ellos hijos de nuestra ciudad: Mila Díaz, chef del Bateig de Alicante, que a los treinta y seis años ha conseguido su primera estrella Michelín; Rubén Cantó, treinta y cinco años, ingeniero aeroespacial y jefe de programa en la Agencia Espacial Europea; Rita Soriano, treinta y cuatro, profesora de Matemática discreta en la Universidad de Múnich; Paco Semper, treinta y dos, fundador de FootDreams, calzado sport con gran éxito en las redes sociales; Jaime Rosas, treinta y uno, anestesista de Médicos Sin Fronteras, actualmente de misión en Cisjordania; Alejandra Juan, treinta y uno, física y científica de datos en el CERN; Candela Payá, veintinueve, tripulante de cabina en Qatar Airways; Antonio Grau, veintiséis, yudoca, diploma olímpico en París 2024...
Sonoros vivas y una redoblada ovación saludan la mención del olímpico eldense. Pasado un tiempo prudencial, sin embargo, el alboroto no decae como debería. Salu se percata de que el alcalde, requerido por alguien que le toca el hombro, se retira hacia el interior. Regino Gonzálvez, el presidente de la Cofradía, se pasa el dedo por el interior del cuello de la camisa, como si le apretase la corbata. El pregonero eleva el tono, tratando en vano de imponerse a la multitud.
—Salvo Antonio, como a la vista está, ninguno de ellos es famoso —dice—. No les hace falta; seguramente, tampoco les interesa. Su éxito lo viven desde el anonimato. Lo alcanzaron gracias a una actitud común: tuvieron fe. Se esforzaron con ahínco para cumplir su sueño. Unos estudiaron mucho; otros, solo lo básico; trabajando muy duro, todos lo consiguieron. Lo que quiero deciros es que, cualesquiera que sean vuestras circunstancias...
Lo que Carlos Vera quiere decir a los jóvenes eldenses no llega a saberse porque, en ese momento, un clamor estalla desde diversos sectores de la multitud, al tiempo que numerosos brazos apuntan al cielo. Gritos de «ahí, ahí» y «el globo, el globo» hacen que todas las miradas se dirijan a un punto concreto por encima de las cabezas. A Salu le cuesta caer en que el objeto de la atención no es otro que el globo dorado en forma de corazón, anclado al tendido eléctrico.
Perplejo, don Carlos enmudece. El alcalde hace aparición de nuevo, se inclina hacia los micrófonos, pide calma, silencio, respeto. Como quien oye llover, la multitud redobla sus gritos. Una peligrosa montonera comienza a formarse bajo el globo. Empujones, codazos, quejidos, ayes. Contracorriente, algunas personas mayores y otras con niños aterrados en los brazos pugnan por abrirse paso hacia los bordes de la plaza. Juanma se hace oír por encima de la barahúnda, sin perder de vista la pantalla de su móvil.
—¡Es el globo! —confirma—. El objetivo de la yincana. La última pista es clara, y se supone que el premio está en su interior.
—¿El globo?... —Mamen redondea los ojos—. Pero... ¿ahí arriba?
—¿Cómo se supone que van a hacerse con él?
La pregunta de Rafa se revela ingenua cuando un estallido resuena por encima del alboroto. Cual confeti grueso, una lluvia de billetes de banco se derrama sobre la multitud enloquecida. Salu se lleva las manos a la boca.
—¡Dios mío! —es lo único que acierta a balbucir.
El caos se desata en el centro de la plaza, convertido en campo de batalla. Colgando sobre la multitud enloquecida, un jirón de plástico dorado se balancea en el extremo de un hilo.
Continuará.

Nací en Elda en 1960, y, aunque resido en San Sebastián, nunca he dejado de regresar a mi familia, a mis fiestas, a mi pueblo, a mis raíces. Hace dos décadas que me dedico a escribir novelas, la mayor parte de las cuales he publicado de forma independiente. En 2019 fue el turno de "Cuartelillo. Una novela muy festera", inspirada en mi reencuentro con las Fiestas de Moros y Cristianos tras una prolongada ausencia. En aquel momento tuve la voluntad y el acierto de ofrecerla íntegra a todos mis paisanos desde este Valle de Elda tan nuestro, colaboración que fue posible gracias al interés y la buena disposición de la dirección y el personal del semanario. Gracias a ello, las ocho entregas de la novela, publicadas semana a semana al modo de los folletines decimonónicos, han alcanzado a varios miles de lectores, número que seis años después continúa creciendo.
Hoy vuelvo con el mismo ánimo para presentaros "La traca. Una novela muy eldera". Una nueva novela costumbrista y de intriga protagonizada por Salu Amat, ambientada esta vez durante el transcurso de nuestras entrañables Fiestas Mayores. Espero que a lo largo de las once entregas que completarán la serie volváis a divertiros, a sufrir, a reíros, a indignaros y, sobre todo, a emocionaros con las peripecias de Salu y sus amigos.
Buena lectura, asiduos del Valle.
"Cuartelillo" puede leerse en la web de Valle de Elda, en el blog del mismo nombre: https://www.valledeelda.com/blogs/cuartelillo.html
Más información sobre el autor y su obra en: https://www.rbscandelas.es