Escuela y familia
Parecería lógico que el interés compartido por conseguir responder de una manera más adecuada a los retos que plantea la educación, más allá de los particulares y muy legítimos, habría de conducir a una mayor colaboración de todos los sectores que integran la comunidad educativa.
Si observamos atentamente muchas de las dinámicas generadas en sus interacciones alrededor de la vida del centro, no siempre se dan estas supuestas circunstancias ideales. El reseteado que supone el inicio de cada curso, al menos con respecto a muchas inercias alimentadas durante el anterior, se convierte en una oportunidad para reflexionar acerca de aspectos tan importantes en esa relación imprescindible como la comunicación y la participación en una tarea compartida, complementaria en el buen fin que se pretende.
Resulta un tanto lamentable la proliferación de corrillos a la salida de nuestros centros en los que se desacredita al profesorado, a veces, sin más argumentos que los rumores y las especulaciones. Tampoco los comentarios semejantes por parte de docentes en muchos claustros o sesiones de evaluación constituyen ejemplos edificantes de buena correspondencia con las familias. Si ya de por sí calificaríamos de negativas estas actuaciones, por contribuir de manera inútil a un enrarecimiento del clima, cuánto más cuando niñas y niños o jóvenes son testigos directos de aquellas. ¿Qué referencia les estamos dando con estos comportamientos? ¿Cómo pretendemos que dialoguen y actúen de forma constructiva o respeten a cualquier persona con la que hayan de compartir en el presente o en el futuro intereses y experiencias?
A veces me pregunto si esta falta de comunicación, esta desconfianza latente, ese estar a la defensiva es un problema de costumbres, de voluntad o de carencia de espacios y tiempos. Puede que responda, en distinta medida según el caso, a todas estas razones pero se me antoja que actuar sobre la última influiría a medio y largo plazo en las dos primeras de manera más efectiva a la hora de ir transformando hábitos firmemente enraízados.
El comienzo del curso ofrece ocasiones muy propicias en este sentido. En primer lugar, las reuniones que se desarrollan en el marco del centro: de presentaciones generales, jornadas abiertas, de transición entre etapas, de tutoría personales o de grupo, de información sobre algunos servicios o actividades... representan excelentes posibilidades de mejorar la comunicación y de fomentar la confianza. Así mismo, para ir definiendo los espacios en los que el debate y la libre expresión de opiniones van a repercutir positivamente en la vida del centro. Siendo coherentes con esta idea, habría que asimilarlas, por todas las partes, menos como una simple rutina o un trámite más o menos incómodo y más como herramientas útiles con el fin de cimentar la convivencia desde su planteamiento, preparación previa y desarrollo en las mejores condiciones.
En el terreno de la participación, del compromiso de los miembros de la comunidad escolar se revelan desafíos similares. Sin duda, la organización del centro proporciona entornos de implicación diversa (AMPAS, consejos escolares, vocalías de aula, programas de socialización de materiales...) Están ahí, de acuerdo, pero obligan a cuestionarnos algunas preguntas. La primera es si las diversas plataformas de actuación son significativas cuantitativamente. La segunda, relacionada con la anterior, si aportan cualitativamente una mejora en los procesos de enseñanza y aprendizaje o si sirven a otros fines, que pueden ser positivos (celebraciones, festivales, alternativas de ocio...) pero no dejan de ser secundarios.
En estas fechas llenas de ilusión y buenos deseos, no olvidemos, desde un principio, construir comunidad (común-unidad) un logro que no excluye la diferencia sino que dota a esta de valor ante la corresponsabilidad de caminar de la mano y no de espaldas. Familias y docentes están condenados, si no ya a quererse, como manifiesta uno de los artículos recomendados, por lo menos a entenderse en el desarrollo de un cometido al que están convocados: la mejor educación para sus hijos e hijas y, en definitiva, para toda la sociedad.
Para saber más:
Familia y escuela. Condenados a quererse. José Blas García Pérez .
Estratègies per preparar una bona reunió d'inici de curs inoblidable. Nati Bergadà Bofill.
Familia y escuela. Dos mundos llamados a trabajar en común. Antonio Bolívar.
Jesús María "Pitxu" García Sáenz (Vitoria-Gasteiz, 1970) es doctor en Filosofía y Letras (sección Filología Hispánica) por la Universidad de Deusto. Como profesor de Secundaria ha trabajado en el IES Azorín de Petrer y en el CEFIRE de Elda, en la asesoría de plurilingüismo y en las de referencia sobre programas europeos y coeducación.