Qui portarà la pluja a escola?

El cantante Raimon se hacía la pregunta hace 40 años en una canción que, tristemente, vuelve a estar de actualidad estos días, días de desolación en un país donde la lluvia sigue sin saber llover y, lo que es peor, según los que más saben de ella, cada vez nos castigará de forma más caprichosa e inevitable con su ignorancia.

Las voces y las imágenes reproducidas sin descanso en todos los medios sí que han traído a la lluvia y sus consecuencias a cada casa, a cada persona que no puede sino lamentar la desgracia que ha sepultado tantos pueblos y tantas vidas. La lluvia y sus nefastas secuelas, irrumpe e irrumpirá también en nuestras escuelas, sin requerir a nadie que la lleve de la mano. Entrará con las familias mutiladas y con las empobrecidas de súbito, así mismo, con aquellas que sin haber sido golpeadas por la catástrofe de forma directa, expuestas al impacto reiterado de las noticias, han tomado conciencia de su propia vulnerabilidad.

La lluvia se ha convertido en un siniestro leitmotiv en esta primera fase en el que la compasión se alimenta de lágrimas por lo perdido y nos empapa de extremos: actos heroicos, atropellos, estallidos de rabia desesperados contra todo y contra todos. Pero ¿qué pasará cuando desaparezcan los escombros de las calles, cuando se agosten los ríos de la solidaridad, cuando las lágrimas solo lluevan en lo más íntimo de quienes han perdido casi todo?

Las comprensibles urgencias en este momento, la atención a las víctimas, tanto a las que no se han recuperado del lodo como a las que batallan sobre él, no deben enmascarar la necesidad de aplicarse para evitar, al menos, algunos efectos de las futuras calamidades. Vendrán y dependerá de todos y todas minimizarlos en lo posible. Es imperativo aprender.

¿Quién llevará la lluvia a nuestras escuelas no ya para enseñarle a llover sino para enseñarnos tanto como precisamos? Cómo reaccionar en medio de la incertidumbre, cómo prevenir lo inimaginable, cómo elegir a quienes tendrán la responsabilidad de proteger o cómo ejercer esta responsabilidad de manera digna, cómo no construir donde no se debe construir, cómo percibir a quienes empujados por otras remotas lluvias recalan en nuestras ciudades y pueblos, cómo reivindicar y alzarse ante la injusticia y la mentira venenosa y afrontarla desde el argumento sólido, cómo olvidar y cómo tener siempre presente, cómo acompañar cuando el desconsuelo se escapa, como una herida imposible de restañar, por las alcantarillas...

La Escuela con mayúsculas, como institución del Estado (de todos y todas, no lo olvidemos), ese Estado imprecado desde la desesperación pero imprescindible en las soluciones, ha de sumarse de manera decisiva al esfuerzo común en estos días aciagos. Tal vez no blandiendo palas o rastrillos, sino dejándose la piel en la tarea de promover ciudadanos y ciudadanas solidarios, más allá de sus ideologías personales, una ciudadanía crítica ante la manipulación cuyo firme compromiso con las y los demás soporte cualquier crecida inesperada.