Del tardorromántico religioso al lúdico desenfadado (1): Francisco Laliga
-ESTANTERÍA DE AUTORES ELDENSES-
Hablaremos en esta y en la siguiente entrada de este blog de dos figuras de la poesía eldense, muy distintos entre sí, que ocupan la época que va del último cuarto del siglo XIX al primer tercio del XX. Comparten la importancia de haber sido reivindicados recientemente: Francisco Laliga Gorgues (1861- 1928) por el grueso libro compilador de sus poemas, con notas y transcripción de Emilio Maestre, en 2007, y Maximiliano García Soriano (1874-1936) por el que le dedicó José Luís Bazán en 1997. La mayor aportación de estos dos tomos es la de constituir una recopilación de sus poemas más que suficiente para hacernos una idea de sus respectivas obras y facilitar así futuras investigaciones que se adentren en el valor y la calidad literaria que haya en ellas. En todo caso, y como afirma Maestre en el Prefacio a los poemas de Laliga, para tal empresa habría que contar también con el centenar de piezas dispersas no incluidas en su extensa antología.
Hay un antes y un después de 1888 en la vida de Francisco Laliga. Estudiante brillante, iniciará estudios de Filosofía y Letras en Madrid, trasladándose a Orihuela donde se inicia en Teología, prosiguiendo en Valencia y en el Seminario de Murcia, para regresar a Madrid en 1885 tras abandonar los estudios teológicos e iniciar Derecho. Si hasta este momento, su fértil inspiración poética se había dirigido a los temas y motivos religiosos, obteniendo varios galardones significativos, en Madrid compondrá ocho piezas dramáticas y alguna zarzuela. Pero, en 1888, con apenas veintisiete años, la enfermedad mental –cuyos brotes aparecieron en 1886- obligará a su familia a trasladarlo a Elda donde vivirá recluido, primero en un centro y luego en su propia casa, hasta su muerte en 1928. Alternando periodos de lucidez, en los que creará versos sin ilación y de difícil lectura, con otros de locura, en los que incluso intentó quemar su propia obra.
Por la temática, variada pero donde predominan los motivos religiosos, patrióticos y costumbritas en un amplio sentido, y un estilo con la retórica y los recursos más o menos característicos de la preceptiva de su época, cabe hablar de un poeta tardorromántico conservador cuya trayectoria se malogró en plena juventud. Este hecho hace difícil calibrar su proyección y valorar hasta donde habría podido llegar como poeta. En todo caso, y coincidiendo con el introductor de la antología citada, Emilio Maestre, sus poemas no son equiparables a los de Zorrilla o Núñez de Arce, como escribiera Juan Madrona. De él es el texto de la actual Embajada cristiana, La Bandera de la Cruz, y que sacó a la luz Alberto Navarro en la Revista de Moros y Cristianos de 1967, así como sus villancicos Virgen purísima y Sol de justicia incluidos en los actos del III Centenario de la Venida de los Patronos, compuestos a petición de Ramón Gorgé, que les pondría música para que fuesen cantados.
Del extenso conjunto recopilado por Maestre, extraigo las dos piezas breves siguientes: Hora de siesta y el soneto Despedida a las musas. El propio recopilador me comenta que aún queda por transcribir un amplio conjunto de textos de Laliga sobre el que ya trabaja y espera publicar pronto otra importante selección.
HORA DE SIESTA
Aura que vagas placentera y flébil
con plácido murmullo halagadora,
del prado amiga y del rosal amante,
oye mi ruego.
Ven, y mis nervios deliciosa y blanda
refresca con tu aliento perfumado,
y al grato arrullo de tu voz suave
quede dormido.
DESPEDIDA A LAS MUSAS
Glorias del arte, etéreos resplandores
que ilumináis el mundo de las almas
y en vergeles de rosas y de palmas
me dormisteis con sueños seductores:
Despierto a la verdad: las gayas flores
con que cubres mi senda y mi afán colmas
con el oasis, ¡oh poesía! empalmas
que brotó en el sepulcro sus verdores.
Quédate al pie del cedro oh lira mía
que de Dios entonabas la grandeza:
Yo volveré a pulsarte en el ocaso.
Que hoy, siervo de la ciencia excelsa y pía
cedo al altar do la verdad empieza,
los que ceñí, laureles del Parnaso.
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”