María Tornero, una joven empresaria dedicada a su ganado de cabras
María Tornero es una empresaria de Elda, una de las pocas jóvenes de la provincia que se dedica a criar cabras, un trabajo que va desapareciendo con el paso de los años. Llegó a este trabajo empujada por el destino, ya que la trágica muerte de su abuelo Julián en un accidente de tractor en 2004, solo unos días ante su primera comunión, hizo que su padre y ella se hicieran cargo de las cuatro cabras que tenía. Ahora, a sus 27 años, María junto a su padre Julián cuentan con 400 cabezas.
“Aquí no hay vacaciones, esta es mi vida de lunes a domingo, mañana y tarde tengo que venir. Llego temprano y ordeñamos, cuidamos las chotas -crías-, damos agua y comida a las cabras y las ordeñamos, cada dos días viene el lechero. Por las tardes mi padre pastura y yo cuido a los chotos”, explica la joven cabrera.
Lo cierto es que nunca se planteó que iba a ser ganadera, pero las cabras la fueron atrapando sin darse cuenta, pues ha crecido con ellas a su alrededor, ayudando a su padre. “Estuve trabajando fuera a media jornada para cada mañana poder ordeñar a las cabras, pero al final fui teniendo que dedicar más tiempo y di el paso. Es algo que ha venido solo, me he metido en este trabajo naturalmente”, explica. Aunque es muy sacrificado, afirma que lo hace a gusto y que no lo cambiaría por nada del mundo, lo tiene claro: “Esto es lo que me hace feliz, estoy encantada, vengo contenta a trabajar, las cabras son cariñosas, agradecidas, dan disgustos y a veces me toman el pelo, pero me encanta lo que hago”. El año pasado se fue solo cuatro días de vacaciones y admite que no dejó de llamar para asegurarse de que todo estaba bien.
Lo que más le gusta de su trabajo es, “además del cariño que me dan, trabajar con mi padre, estar al aire libre”. A la pregunta si se lo dejaría si le tocase la lotería, responde con una sonrisa: “Compraría un terreno más grande para ellas, ya estoy buscando uno, iría a por el mejor, para tenerlas de lujo”.
El negocio fue creciendo poco a poco, casi sin darse cuenta, primero ordeñaban las cabras a mano, después a máquina, y fueron ampliando el número de animales. Las hembras se quedan para la leche y los machos van al matadero para vender su carne.
Admite que todavía no está normalizado que sea una mujer cabrera, “algo que no entiendo, porque la mujer trabaja igual que el hombre, yo hago lo mismo que mi padre, sin ninguna diferencia, pero sí noto a veces cierto desdén. En ocasiones me dicen que quieren hablar con ‘el jefe’ y cuando mi padre les dice que hablen conmigo, me tratan como a una ‘chiquilla’, y no lo soy, tengo 27 años y este es mi trabajo”.
Sus amigos ven este trabajo completamente normal, asegura, si bien admite que a veces cuando pone estados en las redes sociales sobre las cabras no incluso un parto, "me dicen algo, pero es que son como mis hijos, les doy leche y las cuido desde que nacen, siempre estoy pendiente, son como mi familia”. De hecho, las reconoce a casi todas, bromea al asegurar que tiene sus favoritas, “mi cacahuete, Macarena, Encarni, hay muchas, Maruja se me murió y fue duro, les pongo nombre a las que crío desde que nacen”, de hecho en julio nació una nueva generación y ya ha empezado a ponerles nombre.
Sin duda le encanta su trabajo, algo que se aprecia en cuanto habla de sus cabras y al ver cómo las cuida y cómo ellas se acercan rápidamente a ella. Esta es una pasión heredada de su padre, Julián, quien a sus 63 años asegura que también lo disfruta mucho, “te llevas disgustos, pero vale la pena, lo que más me gusta es pasturar”, explica.
El momento más duro para ambos es cuando tienen que sacrificar a los cabritos “normalmente los llevan al matadero, pero alguna vez hemos tenido que matar a alguno para comer, aunque no es lo normal, lloro mucho, la verdad; cuando muere alguna cabra también me da la llantera, si es que son como mi familia, hasta sueño con ellas, es normal”.
Ambos admiten que ven el futuro del negocio complicado, “si ya cuesta mucho sacar las cabras adelante, ahora se ha puesto el precio de su comida por las nubes, no compensa la leche, no merece la pena criar”, explica María. Su padre añade que “es insostenible, temo que pueda desaparecer”. Pero ellos seguirán luchando por su negocio, que es su pasión y su forma de vida, por lo cual se sienten afortunados ya que trabajan en lo que aman, y por eso no lo cambiarían por nada.