Pandémica y celeste: Gil de Biedma, 25 años después
Cada año nos trae alguna conmemoración. En 2015 rememoramos el quinto centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús y también se cumplen 25 años de la muerte de un poeta irrepetible: Jaime Gil de Biedma. Con sesenta años y dos meses, y el reconocimiento unánime de la crítica con sólo cuatro libros de poemas, bastantes de ellos memorables, fallecía de sida el 8 de enero de 1990. Las personas del verbo, título que acoge el conjunto de toda su poesía, con sus escasas 150 páginas, ha sido uno de los libros más influyentes entre los poetas de las generaciones posteriores.
Si sus libros Moralidades (1959) y Compañeros de viaje (1966) suponen su inmersión en una poesía de carácter social y de denuncia política, su obra alcanza las mayores cotas de narratividad y lirismo con Poemas póstumos (1968), un libro donde el desengaño y la escisión de la personalidad asumen el protagonismo en poemas de una introspección tan íntima como desgarrada. Contra Jaime Gil de Biedma o Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma son poemas claramente en esta línea de hondura intimista en medio de nuestra urbana soledad. Un intimismo elegíaco que alcanza su cumbre erótico-amorosa en Pandémica y celeste. Su poesía no deja de ser un descarnado juego de máscaras en torno al yo y al personaje poético que el poema traza. Un poema siempre cargado de lucidez, emotiva reflexión y confidencialidad, en un lenguaje coloquial no exento de ironía. El simbolismo francés, Cernuda, T.S. Elliot o W. H. Auden fueron sus grandes referentes.
Cuando le preguntaron al poeta por su silencio tras una trayectoria tan breve (cuatro libros y apenas cuarenta años) alegó que por un lado su poesía quiso ser “una tentativa de inventarme una identidad; inventada ya, y asumida, no me ocurre más aquello de apostarme entero en cada poema que me ponía a escribir”. Y por otro “todo fue una equivocación: yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema”. Tal vez la biografía más minuciosa sea la escrita por Miguel Dalmau cuya adaptación al cine bajo el título de El cónsul de Sodoma en 2009 -en la que el actor Jordi Mollá interpreta al poeta- fue tan celebrada como controvertida.
Un buen acercamiento a su vida y su obra lo constituye el programa homenaje que rtve le dedicó en uno de sus Imprescindibles y quien desee acercarse al núcleo de su obra, puede hacerlo en la antología en la red..
Acabo ofreciendo al paladar del lector uno de los poemas que más fama le dio y donde encontramos los rasgos definitorios de su quehacer como poeta:
Pandémica y celeste
Imagínate ahora que tú y yo
muy tarde ya en la noche
hablemos de hombre a hombre, finalmente.
Imagínatelo,
en una de esas noches memorables
de rara comunión, con la botella
medio vacía, los ceniceros sucios,
y después de agotado el tema de la vida.
Que te voy a enseñar un corazón,
un corazón infiel,
desnudo de cintura para abajo,
hipócrita lector - mon semblable - mon frère!
Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos
a ser posible jóvenes:
Yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual deslumbramiento que a los veinte años!
Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
-con cuatrocientos cuerpos diferentes-
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.
Y por eso me alegro de haberme revolcado
sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,
mientras buscaba ese tendón del hombro.
Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones...
Aquella carretera de montaña
y los bien empleados abrazos furtivos
y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,
pegados a la tapia, cegados por las luces.
O aquel atardecer cerca del río
desnudos y riéndonos, de hiedra coronados.
O aquel portal en Roma en vía del Babuino.
Y recuerdos de caras y ciudades
apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,
de escaleras sin luz, de camarotes,
de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,
y de infinitas casas de baños,
de fosos de un castillo.
Recuerdos de vosotras, sobre todo,
oh noches en hoteles de una noche,
definitivas noches en pensiones sórdidas,
en cuartos recién fríos,
noches que devolvéis a vuestros huéspedes
un olvidado sabor a sí mismos!
La historia en cuerpo y alma, como una
imagen rota,
de la langueur goutée a ce mal d'être deux.
Sin despreciar
-alegres como fiesta entre semana-
las experiencias de promiscuidad.
Aunque sepa que nada me valdrían
trabajos de amor disperso
si no existiese el verdadero amor.
Mi amor,
íntegra imagen de mi vida,
sol de las noches mismas que le robo,
su juventud, la mía,
-música de mi fondo-
sonríe aún en la imprecisa gracia
de cada cuerpo joven,
en cada encuentro anónimo,
iluminándolo. Dándole un alma.
Y no hay muslos hermosos
que no me hagan pensar en sus hermosos muslos
cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.
Ni pasión de una noche de dormida
que pueda compararla
con la pasión que da el conocimiento,
los años de experiencia
de nuestro amor.
Porque en amor también
es importante el tiempo,
y dulce, de algún modo,
verificar con mano melancólica
su perceptible paso por un cuerpo
- mientras que basta un gesto familiar
en los labios,
o la ligera palpitación de un miembro,
para hacerme sentir la maravilla
de aquella gracia antigua, fugaz como un reflejo.
Sobre su piel borrosa,
Cuando pasen más años y al final estemos,
quiero aplastar los labios invocando
la imagen de su cuerpo
y de todos los cuerpos que una vez amé
aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.
Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza, sin fuerza y sin deseo,
mientras seguimos juntos
hasta morir en paz. Los dos,
como dicen que mueren los que han amado mucho.
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”