La escuela y el tiempo
Recientemente se han celebrado las elecciones sobre la aceptación o no de la jornada continua en muchos de nuestros centros educativos, una de las polémicas más encendidas en sus puertas durante los últimos tiempos, y mirad si la escuela puede dar oportunidades (hasta más justificadas) para el enardecimiento de los ánimos. Las decisiones validadas por los votos, apenas han dejado espacio más que para la resignación de unos y unas y la satisfacción de otras y otros. Ni más ni menos.
¿Contribuirán los nuevos horarios o el mantenimiento de los actuales, sin más, por sí mismos, a una mejora de la educación? Permitidme que lo dude, como dudo de la naturaleza educativa de muchas de las reivindicaciones esgrimidas antes de estas elecciones. No estoy diciendo que no sean respetables, en todo caso, el escrutinio manda, sino que no están fundadas lo suficiente en criterios educativos y que participan de muy diversos intereses que no tienen que ver con ellos, por mucho que se hayan invocado argumentos de esta clase como decisivos a la hora de elegir.
Con todo, lo realmente decepcionante sería que el debate, digamos paraeducativo, entre jornada continua y jornada discontinua y su resolución a través del cómputo de papeletas sirviera para justificar que nos desentendiéramos de una cuestión tan profunda como la de nuestro planteamiento del tiempo educativo dentro y fuera de la escuela. Sería imperdonable despreocuparse, una vez determinada una u otra jornada, por una cuestión tan compleja y de mucho más calado que un más o menos simple trasiego de horas. Esto vale tanto para el profesorado y para las familias, enzarzadas incluso entre sus componentes a lo largo de este discernimiento, como para el alumnado, convidado de piedra y experimentador futuro de los cambios, o para la administración, que, en esta ocasión, parece haberse querido poner de perfil ante una polémica incómoda desde el punto de vista político.
Ojalá me equivoque al desconfiar de nuestra acusada tendencia al conformismo, insisto en la primera persona. Creo que el simple proceso de elección, aunque no comparta el carácter cerrado de su enfoque ni sus términos, podría habernos enriquecido, podría habernos hecho pensar e indagar sobre cómo se está afrontando el uso del tiempo en otras realidades escolares, cómo las medidas aplicadas podrían acercarnos más a lo que entiendo que sigue siendo un interés compartido por una mejor educación. Hablo de lectura, de investigación, más que de argumentos de copia y pega. Hablo de diálogo abierto y crítico, más que de compartir solo las medias verdades que nos interesan y generar crispación.
Es un hecho incontestable que el curso que viene muchos centros escolares cambiarán su horario. En nuestro ámbito, la gran mayoría de los que han celebrado la consulta. No obstante, no nos acomodemos en la mera decisión. Valorémosla continua y convenientemente, con las mejores herramientas y más allá de los intereses particulares, aunque nos cueste un esfuerzo salir de ellos. Seamos conscientes de la variable tan significativa que supone el aprovechamiento del tiempo en el aula y su vinculación al tiempo y al aprendizaje fuera de ella. Conscientes y consecuentes sin perder de vista otros planteamientos posibles porque, tal vez, y a las lecturas me remito, haya más y mejores caminos.
Para saber más:
OECD. (2011). Quality time for Students: Learning In and Out of School. OECD.
Jesús María "Pitxu" García Sáenz (Vitoria-Gasteiz, 1970) es doctor en Filosofía y Letras (sección Filología Hispánica) por la Universidad de Deusto. Como profesor de Secundaria ha trabajado en el IES Azorín de Petrer y en el CEFIRE de Elda, en la asesoría de plurilingüismo y en las de referencia sobre programas europeos y coeducación.