Qué será será
No se me interprete mal, elegir el título de esta canción de mediados de los 50 como encabezamiento de una entrada que pretende reflexionar sobre el sentido del futuro en la educación no obedece a la ironía o al desencanto. Por el contrario, la motiva la simple meditación sobre una idea que ya me rondaba y me ha acabado de despertar un artículo publicado recientemente en INED21 por Julia de Miguel, divulgadora y formadora: "Exceso de futuro en la educación".
No se me interprete mal, no se trata de desvincular educación y futuro. No tendría razón de ser en tanto que pensar en aquel es fundamental para trazar los objetivos de nuestra práctica educativa presente. Los sistemas educativos en su orientación a la forja de una ciudadanía útil e integrada en la sociedad siempre han contado con la referencia de un futuro, si bien algo más predecible en otros tiempos, como horizonte y respaldo de sus actuaciones.
Justificamos nuestros actos y planteamientos educativos en función de la preparación para un futuro, sí puede que cada vez más incierto, muchas veces insistiendo demasiado en simples en cuestiones materiales que, bien miradas escapan un tanto de nuestras predicciones y nuestras voluntades.
Por multitud de factores: ritmos más acelerados de cambio en todas sus vertientes, no solo el tecnológico, acceso a la información, por encima de nuestras posibilidades como diría alguien, globalización, eliminación de algunas fronteras (a pesar del levantamiento de otros muros y el surgimiento de nuevas brechas sociales y educativas) parece como si el futuro se nos echara encima amenazando con devorar un presente cada vez más desarraigado. La escuela no es una excepción a esta voracidad, a este exceso de futuro como señalaba el artículo al que me refería.
No hablamos de un asunto extraño, al contrario, encontramos testimonios muy evidentes. Se manifiesta en una tendencia peligrosa hacia la prisa hacia una educación desbocada ante la amenaza de no llegar a tiempo para cumplir su tarea, para llegar al final de temario (o del libro), para que el niño o la niña salga leyendo de infantil, para que el alumnado de primaria esté preparado ante la temible secundaria, para que el de bachillerato supere la prueba de acceso a la universidad, para que el universitario... así hasta el infinito y más allá.
Todo en función de algo que vendrá, no en sí y por el momento en el que tiene lugar. A menudo, a costa de lo que sea y de quien sea, generando ansiedad y abandonando a su suerte por el camino a quienes se muestran incapaces, al menos en ese momento de su vida sin el conveniente acompañamiento de todos y todas, para seguir el ritmo trepidante que se le marca no se sabe desde dónde.
Resulta un tanto paradójico pensar que justo en el momento en que el futuro se muestra más inescrutable, aumente esta ansiedad y esta precipitación educativa, que inmersos e inmersas en un mundo líquido dediquemos nuestras últimas boqueadas energías a establecer un control imposible sobre lo que no está escrito en lugar de a nadar o coger la buena ola, de obrar convenientemente en ese momento y para ese momento en toda la riqueza que implica.
Abunda también el pensamiento de basar esa supervivencia en salvavidas dudosos, la simple acumulación: de cursos, de certificados, de contenido accesible hoy en día por otros medios o de esos propios instrumentos tecnológicos que nos ponen en contacto con él y, en cambio, abandonar la educación radical y radicada: el énfasis en la comunicación, en la colaboración para resolver problemas, en la capacidad para reflexionar, en la insatisfacción y la curiosidad tan humanas, en la imaginación y en las emociones como motor de la educación, en la creatividad... Son rasgos que han definido nuestro devenir desde el principio de nuestra historia y que tantas veces condenamos a una condición subsidiaria frente a otros aspectos, a fin de cuentas y de puntos, mucho más valorados.
Creo que es cierto. Sufrimos un exceso de futuro que puede repercutir en el futuro mismo de la escuela, en su valor y en su trascendencia. Es pertinente la llamada a no abandonar una perspectiva actual, a considerar al alumnado no solo como profesional, ciudadano, ciudadana o persona del futuro sino como protagonista del presente, un presente asentado en el día a día, más que en los castillos en el aire de algo que solo podemos intuir y que en gran medida nos pillará por sorpresa cuando llegue, por más que nos empeñemos en comprenderlo.
Para saber más:
DE MIGUEL, Julia (2017). "Exceso de futuro en la educación". INED21.
FERNÁNDEZ ENGUITA, Mariano (2016). "Más escuela, menos aula" El PAÍS (26/05/2016).
FIDALGO, Ángel (2017). " El futuro de la educación". Blog Innovación Educativa.
Jesús María "Pitxu" García Sáenz (Vitoria-Gasteiz, 1970) es doctor en Filosofía y Letras (sección Filología Hispánica) por la Universidad de Deusto. Como profesor de Secundaria ha trabajado en el IES Azorín de Petrer y en el CEFIRE de Elda, en la asesoría de plurilingüismo y en las de referencia sobre programas europeos y coeducación.