No dejemos arder las bibliotecas
El pasado 24 de octubre se celebró el Día Internacional de la Biblioteca. Esta fecha conmemora desde 1997 el triste suceso del incendio de la Biblioteca de Sarajevo provocado por parte de milicias serbias en 1992 durante la guerra en la ex-Yugoslavia, al parecer, lo que son las cosas, a las órdenes de Nikola Koljevic, un antiguo usuario de la biblioteca, profesor especializado en Shakespeare. Trágicos hechos los sucedidos hace poco más de veinte años en el corazón de Europa que deberían hacernos reflexionar en los oscuros recovecos de la naturaleza humana, pensar en la destrucción física de las bibliotecas como metáfora de la aniquilación de la cultura, de los individuos y los pueblos, de su educación y de su futuro.
Me gustaría en esta entrada, al calor de una fecha tan representativa, reivindicar el valor educativo de las bibliotecas. Lamentablemente, para la mayoría silenciosa, las bibliotecas, las humildes de las aulas, las de los centros educativos, las de nuestros municipios... no pasan de ser meros depósitos de libros, espacios más o menos conocidos, muchas veces solo de puertas afuera, un servicio para quienes estudian, quienes se aburren cuando comienza a sentirse el frío o, sí, los hay, quienes disfrutan de la lectura. Poco más.
Este desapego es el síntoma de una incongruencia. Mientras pocos dudan del valor de la lectura en el desarrollo y el aprendizaje de nuestro alumnado y de la razón de ser de las bibliotecas en nuestras escuelas como factor de éxito, son pocas las demostraciones reales de apoyo hacia ellas. En muchos casos infrautilizadas por una desatención lamentable hacia la actividad lectora, privadas de una atención profesional de calidad, confiada su gestión al voluntarismo, limitada por otras urgencias más manifiestas su actualización, desorientadas ante la hegemonía de lo visual, de la tecnología, de los nuevos continentes de saber, las bibliotecas sobreviven en los centros escolares con más pena que gloria.
Una de las propuestas para celebrar el Día de la Biblioteca desde el Observatorio de la Lectura y el Libro consistía en una campaña en Twitter orientada a homenajear a las bibliotecas y sus responsables a través de una declaración de amor. Quiero pensar que quienes amamos las bibliotecas lo hacemos no solo como espacios que hemos visitado o seguimos frecuentando para aprender, para informarnos o deleitarnos sino en su faceta de facilitadoras de experiencias memorables y positivas, de encuentros, con los libros y con las personas, que forman parte de nuestras vidas.
El valor social de las bibliotecas como agentes culturales, como preservadoras y difusoras de información y de la cultura local y global, como garantes del acceso de cualquier persona a la lectura e información, al conocimiento por crear y descubrir, su capacidad de desarrollar vínculos en la comunidad, de expandir el placer por la lectura a través de multitud de iniciativas fuera de ellas merecen la celebración y el elogio.
Al mismo tiempo que el reconocimiento de la comunidad que se beneficia de sus servicios merecen el compromiso para conseguir que ese servicio pueda seguir siendo efectivo en el futuro.
Puede que, en este sentido, un reto muy reconocible para las bibliotecas sea el de repensarse en el marco de una realidad digital en la que el conocimiento se genera y se actualiza constantemente y se comparte a través de muy diversos medios, lo que conlleva la atención a los nuevos soportes dinámicos en constante reconstrucción y a las redes.
Sin embargo, no menos importante es el interés y la necesidad de fomentar sinergias en la acción educativa tanto en el sentido de un trabajo más enredado entre distintas bibliotecas y sus responsables como en la consideración de la biblioteca de centro como espacio activo en el que se integran las prácticas docentes. También como herramienta fundamental en la puesta en marcha de planes lectores y, aún más, en el desarrollo de proyectos lingüísticos de centro y con ellos, en la mejora de la competencia en comunicación lingüística desde las diversas áreas curriculares.
Esto exige contar desde el centro con la biblioteca, integrarla en el ecosistema del centro en sus diversas facetas de espacio, servicio, recursos y equipo. ¿Seremos capaces de lograrlo?
No dejemos arder las bibliotecas.
Para saber más
Jesús María "Pitxu" García Sáenz (Vitoria-Gasteiz, 1970) es doctor en Filosofía y Letras (sección Filología Hispánica) por la Universidad de Deusto. Como profesor de Secundaria ha trabajado en el IES Azorín de Petrer y en el CEFIRE de Elda, en la asesoría de plurilingüismo y en las de referencia sobre programas europeos y coeducación.