Graduaciones
El pasado viernes, a la vez que, con el final de curso, varios centros escolares celebraban sus ceremonias de graduación, se desarrolló una charla impulsada por el grupo local de Amnistía Internacional que tuve el placer de presentar. La ponente, María Esperanza Ramírez, activista colombiana de los derechos humanos de la mujer y de las personas desplazadas por el conflicto armado vivido por ese país desde hace décadas, está acogida en España a través de un programa de protección temporal para defensores y defensoras de derechos humanos en riesgo por amenazas contra su vida.
A quienes no tuvisteis oportunidad de acudir os contaría no solo sobre su dramática experiencia entre los fuegos de la guerrilla, de los grupos paramilitares y del ejército, sobre el desarraigo, la desintegración de su familia, la pérdida de casi todo en la huida, las vejaciones sufridas por sus seres queridos, las muertes. Os hablaría también sobre la dignidad de quien está dispuesta a perdonar pero a la vez exige sus derechos y lucha por el cumplimiento de las leyes que han de proteger a la población más indefensa. No obstante, este es un blog de educación y os escribiré acerca de algo que no pasó desapercibido a lo largo de su intervención y que tiene que ver con el tema que nos acerca cada semana.
María Esperanza comentó que la mayor tiranía consistía en mantener a la gente en el desconocimiento. Ella misma solo había cursado hasta 5º de primaria. Según su madre eso ya era mucho para una mujer que se iba a dedicar a las tareas del campo y de su casa. 5º de primaria es el nivel al que va a acceder mi hija de 10 años. María Esperanza estuvo hablando de forma convincente durante una hora y media y evidenciando en cada palabra lo que la formación, el empoderamiento que su progresiva implicación en asociaciones que reivindicaban estos derechos había obrado en su propia capacidad de expresarse, de comprender, e incluso impulsar, leyes que, a veces, parecen escribirse desde la ambigüedad o la oscuridad para las mismas personas a las que pretenden defender y resarcir de las tropelías cometidas contra ellas.
El ejemplo de superación personal de María Esperanza también lo es en el terreno educativo. Cuando nos va la vida en ello, cuando necesitamos aprender para seguir adelante, para encontrarnos a nosotros y nosotras mismas en la dificultad, para responder a los porqués que nos plantean las injusticias; cuando hacemos de la búsqueda de estas respuestas nuestra pasión, somos capaces de lo imposible o, al menos, de lo muy poco probable. Las personas que lo consiguen, con más o menos medios, con más o menos obstáculos, con más o menos estudios, evidencian su graduación a los cinco minutos de empezar a contarnos su propia historia.
María Esperanza por desgracia no tuvo oportunidad de graduarse, aunque imagino que lo que menos le hubiera importado es el acto en sí. Me pregunto si, desde el punto de vista educativo, tienen mucha repercusión estas ceremonias que vienen generalizándose en los últimos años incluso en etapas tan iniciales como Educación Infantil. Dan la impresión de constituir más bien un producto importado. Me parece que está bien celebrar los cambios como momentos significativos y poner las emociones sobre la mesa o sobre el escenario pero hay muchos tipos de celebraciones y su autenticidad y carácter de memorables quizás no requiera de mucha parafernalia. ¿Merece la pena invertir tanto esfuerzo en ellas? ¿Ese mismo esfuerzo que escatimamos en otros casos a la hora de participar o de aportar como comunidad escolar a la vida y el buen funcionamiento de nuestros centros o a la mejora de los aprendizajes y de la enseñanza?
Para saber más:
Jesús María "Pitxu" García Sáenz (Vitoria-Gasteiz, 1970) es doctor en Filosofía y Letras (sección Filología Hispánica) por la Universidad de Deusto. Como profesor de Secundaria ha trabajado en el IES Azorín de Petrer y en el CEFIRE de Elda, en la asesoría de plurilingüismo y en las de referencia sobre programas europeos y coeducación.