Elda y el archivero de Manila
El apreciado lector que sigue estas Crónicas Eldenses estará ya acostumbrado a la conmemoración y recuerdo del nacimiento, defunción o paso por Elda de personajes célebres o vinculados de un modo u otro a la historia de nuestra ciudad. Sin embargo, hay una larga lista de personas nacidas en Elda que, a la par que apenas conocidas, su trayectoria vital es sumo interesante y de la cual solo conocemos escasos datos.
Permítanme traer a la memoria de todos ustedes a un eldense de nacimiento, pero filipino de adopción, para así hacer un ejercicio de memoria histórica y salvar del ostracismo memorístico a un hijo de Elda que ejerció su ministerio en el lejano archipiélago filipino. De él, apenas tenemos datos, no tenemos ninguna fotografía ni grabado, pero no me resisto a compartir estas breves pinceladas que de fray Miguel Casáñez nos dan los estudiosos e investigadores.
Nace en Elda, hoy hace 272 años, un 30 de agosto de 1746, es de suponer en el seno de una familia humilde. A los 20 años tomó los hábitos franciscanos, suponemos en el convento de Nª Sra. de los Ángeles, de la villa de Elda, desde donde sería destinado a otros conventos. Profesó en la provincia de San Juan Bautista el 19 de mayo de 1767. Como buen predicador y ante las necesidades evangelizadoras de los franciscanos en el Lejano Oriente, fray Miguel Casáñez optó por marchar como misionero a las islas Filipinas, donde tras una larga travesía transoceánica arribó un 26 de noviembre de 1779. De gran formación humanística, allí compaginó su labor como cura-párroco de Lilio (act. Liliw), en la isla de Luzón, con su labor como archivero de Manila. A los 63 años de edad, falleció en la localidad de Santa Cruz, hoy en día incorporada a la ciudad de Manila, un 21 de octubre de 1809.
Poco más sabemos de este eldense filipino, que viene a sumarse a ese contado número de eldense vinculados a lo largo de los siglos a la presencia española en las islas Filipinas. Vaya pues esta crónica, dedicada a todos aquellos eldense que allí descansan y a todos los que consiguieron volver a España tras el Tratado de París de 1898, por el cual se ponía fin al dominio colonial español tanto en aquellas tierras del Lejano Oriente como en las Antillas.