Capítulo 19 y 20
19
Ayer fui a trabajar. Me tocaba incorporarme en el turno rotatorio que hemos configurado. Volver al horario. Desplazarme en el coche, etcétera. me hizo sentir bien. Nuestros superiores no quieren que vayamos más que el día que se nos asigna para evitar contagios. Llevé la mascarilla un rato pero me la quité porque no hablaba con otra gente a menos de dos metros gente y me parecía algo ridículo. Además, se me empañaban las gafas.
También me puse guantes para contactar con el teclado del ordenador, pero a las dos horas tenía las manos escocidas y tuve que ir a lavarme los guantes y las manos varias veces para refrescarme. Por la tarde, bajé a darme una vuelta con la bicicleta por el garaje después de dar cuenta de una buena ración de cacahuetes salados, un trozo de flan de huevo y algo de yogur griego. Hubo un momento que casi echo la pota del ardor que tenía. Hoy he comenzado el día temprano. Me he conectado en remoto al portátil y sobre las 12,15 he bajado al patio de Alejo a tomar un poco el sol; aunque ha durado poco porque pronto se ha nublado y he sentido frío.
Hemos seguido comparando Colas, para evitar la anulación del campeonato del mundo que tanto nos costó organizar. Todas de marca blanca, todas malas.
Esta tarde la sesión de aeróbicos ha sido particularmente dura y hemos acabado sudando. Entonces le he propuesto a Alejo relajarnos con una sesión de Tai-Chi que me había pasado Luisón, mi otro hermano. Los ejercicios eran demasiado suaves y pronto Alejo ha sugerido hacer su propia interpretación de los movimientos, inventándose una coreografía; ha cogido una gran bola de decoración de su salón y ha empezado a imitar los gestos del monitor que se exhibía en YouTube por la tablet. Lo estaba grabando con el móvil, pero cuando me he percatado que estaba poniendo los ojos bizcos no he podido evitar reírme a carcajadas, aunque intentando que no se registrara en la grabación, con lo que ha resultado peor porque junto con la música de fondo sobresalía un sonido semejante al de la sonrisa de Pulgoso, el perro de “Piegnodoyuna”. Le he pasado la grabación a Luisón pero no ha parecido entender esta interpretación del noble arte milenario que es el Taichi. Así que me ha dicho que éramos unos tontorrones (los dos) y se ha negado a seguir guasapeando. Una pena.
Después de ver un capítulo de una nueva serie de Netflix; interrumpido únicamente por el recuerdo de los movimientos de Alejo y ahora sí, riéndome yo solo a carcajadas en el sofá, he cogido la basura en un alarde de gallardía y he salido a la calle. Al cruzar la Avenida he visto un furgón policial que bajaba acercándose hacia mí. He tirado la bolsa y al llegar el vehículo a mi altura he comprendido que no era la Policía, sino una furgoneta del servicio médico de urgencias que se dirigía a algún domicilio. Ahora también llevan luces azules. El hecho es que el susto ya me lo había llevado con lo cual he renunciado a mi paseo de escapista. A ver mañana…
20
Hoy después de mi media hora pedalear he ido a ver a mi madre. He llegado y es curioso cómo uno se priva de acercarse a su madre por si la condena a esta enfermedad fatal que nos tiene confinados. Hemos estado pasando un rato y recordando el día que le dieron los dolores de parto. El día que nació Alejo. Era 1970 y yo tenía ocho años. Lo recuerdo perfectamente porque ese día no había ido al colegio. Creo que me había sentado mal un pastel durante la noche y había vomitado. Recuerdo a mi madre llamando por teléfono a mi padre y anunciándole que era momento de subir al hospital. Recuerdo el piso donde vivíamos incluso. Yo tenía ocho años, pero aquello se ha quedado como una señal imborrable en el paso del tiempo. Hay acontecimientos que te señalan distintos estadios de nuestra vida. Imagino que me asustaría viendo a mi madre ponerse enferma de momento y recurriendo a mi padre por teléfono para que la condujera al hospital. También me viene a la memoria cuando vi a Alejo por primera vez. Lo vi tan pequeño en su cuna, en la habitación de mis padres.
Esa habitación tenía una alfombra de pelo azul. Una alfombra que cubría todo el suelo de la habitación y donde yo a veces retozaba como si estuviera en mitad de una pradera de césped. Recuerdo que a mis ocho años confundía el nombre de Alejo por el de Javi. Lo recuerdo dormido, indefenso y sin llorar. También de aquellos meses tengo en la memoria lo buena que estaba la leche en polvo que le daban. Yo no la mezclaba con agua, simplemente cogía cucharadas y se me convertían en una pasta dulce que se me pegaba en el paladar.
Mi padre fue al Registro Civil y declaró que mi hermano había nacido un 18 de octubre, igual que él. Vaya coincidencia. Muchos años después descubrimos que en realidad Alejo había nacido el 19.
Son los recuerdos que te transmiten, los que te cuentan de cuando tú eres pequeño, los que conforman una vida completa de ti mismo; supongo que estos recuerdos le servirán de algo a Alejo si los llega a leer.
Hemos recordado que durante el embarazo de mi madre, yo pasé unas paperas, y que tuve que irme una semana a vivir a casa de mis tíos. En la misma calle, pero fuera de mi casa. Las paperas podían afectar al embarazo de mi madre.
He estado con ella sobre una hora y he regresado a casa donde me esperaba el FaceTime con mi hija Roly.
Al filo de la media noche he bajado a la calle con la bolsa que he echado al contenedor y me he deleitado recorriendo algunas calles de los alrededores. En una de ellas he divisado una figura a lo lejos y no he podido distinguir si era un policía. No he querido comprobarlo. He regresado sin ver las tan temidas luces azules. Al menos hoy he tenido una salida tranquila. A ver mañana…
Juan Carlos García Torres Martínez nació en Elda en 1962, era el cuarto de cinco hermanos y siempre fue buen estudiante y con gran capacidad para hacer amigos. Estudió la carrera de Derecho pero nunca ejerció como abogado, aunque su profesión como secretario judicial siempre le mantuvo relacionado con las leyes. Desde muy joven fue un apasionado de la música, llegando incluso a ser fundador de la tuna de derecho de alicante. Otra de sus pasiones fue el deporte; su bicicleta conocía bien todos los montes y parajes de nuestra comarca, pero si hay algo que no abandonó nunca fue la escritura. Le gustaba plasmar vivencias cotidianas transformándolas en pequeñas historias de aventuras. Su tono irónico quitaba dramatismo a lo que relataba, él era así en su propia vida, intentando darle a todo un toque surrealista propio de su personalidad, y con ese estilo escribió su novela corta titulada "el temor" que fue ganadora del premio Ciudad de Elda de Cuentos en 1992.
Fue durante el confinamiento, entre los meses de Abril a Junio de 2020, cuando Juan Carlos hizo un pequeño diario de sus vivencias con su caracteristico estilo
Tristemente Juan Carlos nos dejaba el 16 de febrero de 2021 por causa del Covid, pero su legado literario y personal nos acompañará para siempre.
Éste es un pequeño homenaje póstumo a un discreto artista pero una gran persona.