El ginecólogo Hipólito Pérez publica sus memorias: “He tenido la suerte de disfrutar del amor recíproco”
Hipólito Pérez González, médico ginecólogo jubilado, ha escrito sus memorias en un libro que se presentará pronto en Elda. Este volumen surgió de los encuentros que un grupo de amigos vienen manteniendo para desayunar y a los que Hipólito Pérez se incorporó en el año 2022. Julián Sánchez, Paco Francés y Rosi Hernández le propusieron el reto de contar su vida y el doctor lo aceptó sin mayores pretensiones que dejar sus memorias para sus cinco hijos y diez nietos. Manoli Blázquez llevó a cabo el gran trabajo al reunir todas las notas personales que Hipólito Pérez había escrito a lo largo de los años y les dio forma de libro. Ella misma anuncia en el prólogo: “Estáis a punto de comenzar la lectura de las vivencias de un buen médico, un hombre bueno”.
En efecto, estas memorias retratan a una buena persona dotada de una cabeza prodigiosa para recordar infinidad de personas con sus nombres y apellidos. Y para todos ellos tiene una palabra amable. Quizá fue esta forma agradecida de entender la vida lo que ha llevado a que muchos de ellos le ayudaran de alguna manera en diferentes momentos para conseguir su meta de ser médico.
Una vida muy intensa, aunque discreta, que ha estado salpicada por tres trágicas muertes de personas muy queridas cuando aún eran jóvenes: su madre Casilda, su hermano Antonio y su mujer Olimpia.
Hipólito Pérez nació el 4 de octubre de 1931 en Elda. De su pueblo natal recuerda “los artesanos zapateros del esparto y del cáñamo sentados en las puertas de las casas confeccionando capacitos y alpargatas”, donde las calles de tierra eran de los niños, pues apenas había cuatro coches.
Sus padres, de los que siempre se ha sentido muy orgulloso, sufrieron mucho debido a las circunstancias políticas y, sin embargo, “siempre mantuvieron la esperanza de un cambio, que les llegó por fin, aunque parcialmente, sin que albergaran odio en sus corazones; ser honestos y buscar siempre la verdad, es lo que nos enseñaron”, afirma en sus memorias.
Por su parte, su hermano mayor Antonio representó para él un apoyo incondicional, sobre todo cuando estudió la carrera en Madrid y posteriormente cuando abrió su consulta en Elda.
De su pareja Olimpia asegura que fue la persona fundamental en su vida: “He tenido la suerte de disfrutar del sentimiento del amor vivido en reciprocidad que es, sin duda, como verdaderamente es hermoso”, y añade que “tuve su compañía, su amor, su inteligencia y entereza de carácter. Olimpia fue para mí alguien excepcional y sigue siempre estando presente en los maravillosos cinco hijos y diez nietos que tengo la suerte de disfrutar”.
Unos padres marcados por la historia
Los padres de Hipólito, ambos cultos y humanistas, le marcaron profundamente. Su madre Casilda fue una mujer moderna que llegó a Elda desde Palencia para ocupar una plaza de funcionaria telegrafista en 1917 a los 22 años de edad. Él siempre ha estado orgulloso de ella a la que recuerda como una persona elegante y culta. Por su parte, su padre era hijo de un modesto agricultor eldense que poseía unas pocas tierras que permitían a su familia vivir desahogadamente, por ello pudo pagar a uno de sus hijos, el padre de Hipólito, estudios en Madrid para preparar la oposición al cuerpo técnico de Correos.
Sus padres se conocieron en Elda, pero eran solo amigos, de hecho, cuando él se fue a Madrid, Casilda le recomendó visitar a sus padres y así conoció a Victoria, una de sus hermanas, con la que llegó a salir, pero murió por la gripe europea en 1918.
Su padre aprobó la oposición y fue destinado a Monóvar, entonces cabeza del Partido Judicial. Casilda e Hipólito iniciaron un noviazgo en Elda y se casaron en 1924. Su padre practicó el naturismo en boga entonces y era de ideología “liberal, socialista, masónico y culto”. Cuando tenía ya tres hijos, y ante el ambiente que se respiraba con la dictadura de Primo de Rivera, pidió el traslado a Guinea Española. Pero no aguantó más de un año porque el clima era difícil de sobrellevar y echaba de menos a su familia.
El estallido de la Guerra Civil y la división familiar
Con el paso de los años, su madre pidió el traslado a Madrid para que sus hijos pudieran estudiar, cosa que consiguió en abril de 1936, mientras esperaba que su marido también fuese destinado allí aplicando el “derecho de consorte”. Hipólito tenía entonces 5 años, pero el estallido de la Guerra Civil dio al traste con el proyecto de vida de la familia. En sus memorias recuerda el ruido de los bombardeos aéreos, las sirenas o la explosión de los obuses, como el que cayó en su casa sin causar víctimas porque su madre estaba en el trabajo, mientras que él y sus hermanos se encontraban en el colegio.
Su madre pidió el traslado de nuevo a Elda y se trajo a su madre, a su hermana Felisa y a dos sobrinas en el año 1937 hasta que acabara la guerra. Finalizada la contienda, su padre fue preso en abril de 1939 en el Teatro Cervantes de Elda, de donde pasó posteriormente a la Plaza de Toros de Monóvar, para acabar en las cárceles de Madrid y Burgos.
Su madre fue destinada a Callosa de Segura para cubrir una vacante, por lo que dejó a tres de sus hijos, Antonio, Mario e Isabelita, con su suegra en Elda, y a Hipólito con su madre en Madrid. Posteriormente fue denunciada por un compañero de trabajo por ser esposa de un represaliado y por tener dos hijos sin bautizar. Como consecuencia fue suspendida de empleo y de medio sueldo hasta que se resolvió su expediente al cabo de un año y medio. En enero de 1941 la desterraron a Aracena y, al contrario de lo que pudiera parecer, resultó una “bendición” para ella y sus hijos porque allí ejerció de jefa de telégrafos, con lo que estaba bien considerada y el lugar era hermoso. Allí vivió nuestro protagonista cuatro inmejorables años, desde los 10 hasta los 14 años de edad.
Entre tanto, su padre, juzgado por masón, regresó después de ocho meses de cárcel a Elda, donde montó una bodega para vender vinos a granel en la casa solariega de sus padres, pero tuvo que dejarlo porque fue encarcelado de nuevo por el Tribunal de la Masonería, mientras sus mujer y sus hijos continuaban en Aracena. La condena pudo ser de doce años, pero la pena le fue conmutada a seis meses, que se alargaron hasta más de ocho. Su padre tuvo que regresar pronto a Elda para continuar con su negocio de vinos y saldar las deudas que su mujer había contraído para alimentar a sus hijos.
Regreso a Elda
Después de cuatro años de vivir separados, dos de sus hijos regresaron con su padre a Elda en 1944, Antonio e Hipólito, hasta que su mujer consiguiera el traslado. Antonio quería continuar con sus estudios de Perito Mercantil en la academia de “un prestigioso y severo profesor, don Juan Madrona”, mientras que él necesitaba prepararse el Bachillerato, cosa que hizo en el colegio Miguel de Cervantes situado en la plaza Sagasta con dos profesores excepcionales: don Jesús Andrés Sinovas, su director, un profesor zamorano exiliado tras su expulsión de su puesto docente, y don Alonso González Cuello, también zamorano y cesado de su cátedra de Salamanca, “verdadero profesor de Lengua y Humanidades” que dejó una “honda huella de comportamiento en muchos compañeros y generaciones”, asegura Hipólito en su libro.
Su madre Casilda murió al poco tiempo de regresar a Elda, en el año 1950, a consecuencia de una operación de estómago que le practicaron en Madrid, por lo que no pudo ver a su hijo Hipólito terminar el Bachillerato ni sacar la carrera de Medicina, que era su ilusión. Su padre contrajo matrimonio de nuevo tiempo después y tuvo otros dos hijos.
De estos años en Elda, Hipólito recuerda los primeros enamoramientos o los guateques y bailes con los amigos y amigas en salas de fiestas como Las Palmeras, La Playa, o las verbenas del Casino Eldense. Destacan, cómo no, las excursiones de los tres días de pascua al Arenal, al Santo Negro o a la Tía Gervasia, aunque los adolescentes como él prefirieran lugares menos bulliciosos como Bolón, Bateig o el Valle de los Espíritus.
Atrás quedaban los duros años de la contienda: “La guerra marcó mi carácter haciéndome quizás más responsable y fortaleciéndose para futuros golpes y dificultades”, afirma.
Estudios de Medicina
en Madrid
Tras acabar los siete años de Bachillerato y aprobar el examen de Estado en 1951 por la Universidad de Murcia a los 19 años, su sueño de estudiar Medicina en Madrid se tornaba imposible por la frágil economía familiar. Su madre había muerto y su padre, que fue privado de ejercer como técnico de Correos por motivos políticos, le propuso estudiar enfermería, pero él no aceptó porque sabía que ello le privaría de perseguir su objetivo.
Por otra parte, Hipólito siempre quiso ser piloto, incluso había hecho un curso de vuelo sin motor con 17 años en Madrid. Antes de ser reclutado para el servicio militar, leyó en el Boletín Oficial un anuncio para cubrir 40 plazas en la Escuela de Pilotos de Complemento de Aviación. Lo admitieron y en 1952 se fue a Sevilla con el compromiso de dos años de permanencia en el Ejército del Aire.
El destino le ofreció una serie de carambolas que, a pesar de que lo contrariaron entonces, resultaron finalmente positivas ya que una fuerte gripe lo obligó a cambiar de grupo y dar con un capitán que ralentizó su aprendizaje, por lo que fue dado de baja del servicio de vuelo y lo pasaron al servicio de Tierra. Esto le llevó a pedir el traslado a Madrid como sargento de transmisiones en Getafe. Al acabar los dos años de contrato, en 1954 casi todos los compañeros que se habían quedado en Sevilla eran ya pilotos de caza o bombarderos, sin embargo, su puesto en Madrid le “protegió” y le “permitió”, según indica, estudiar Medicina, ya que, alojado en la casa de su tía Felisa, pudo costear los inicios de su carrera con su sueldo de sargento instructor de reclutas.
Cuando acabó su contrato en el ejército, buscó otros medios para financiar sus estudios y los encontró vendiendo tickets para el comedor del SEU (Sindicato Español Universitario) de la Facultad de Farmacia, con lo que obtenía gratis la comida y la cena cada día. Se trasladó a un piso con su hermano Antonio, profesor mercantil que estudiaba oposiciones al cuerpo técnico de Correos y trabajaba a la vez en las oficinas de Ahorro y Capitalización. Su hermano le ayudó generosamente para que sacara la carrera. Durante el último año de Medicina se empleó como telefonista y guardia en un hospital concertado de la Seguridad Social para recoger las llamadas de los pacientes.
En Madrid coincidió con otros universitarios eldenses como Isidoro Verdú, Carlos Gonzálvez, Francisco Molina, Antonio Marín y su hermano Pedro, Rafael Ochoa o Vicente Alarcón.
En 1960 acabó la carrera con 29 años, pero “no me sentía preparado para ejercer dignamente como médico de cabecera”, asegura. Entonces no existía el MIR y la especialidad solo podía conseguirse con cursillos particulares caros “o si tenías un padre famoso”, se lamenta.
Olimpia
Hipólito conoció a Olimpia porque era hermana de su amigo Elías, que estudiaba en Madrid.
En los periodos de vacaciones lo visitaba en su casa de Elda y conversaba con Olimpia y con su amiga Josefina, “eran muy diferentes a la mayoría de chicas de aquella época, nada de vulgaridades, ni ñoñería religiosa”, afirma. Recuerda que se reunían algunas tardes en la casa de Antonio Porpetta donde escuchaban discos. Al parecer, al padre de su mujer, Elías Vera, de “Los Vera” de Elda, no le hacía gracia que saliera con su hija, hasta que Hipólito le pidió formalmente su mano y la cosa cambió.
Entre Inglaterra y Belice
En Madrid fue admitido en un curso gratuito de Aparato Digestivo con solo diez plazas. Una de ellas fue para Joaquín Sanz Gadea, quien quiso convencerlo para trabajar en el Congo a través de la UNESCO. Hipólito no lo vio claro, pero este médico sí ejerció en el Congo Belga y tuvo que sufrir allí una sangrienta guerra civil. A su vuelta a España fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz, cosa que no pudo ser, pero sí recibió el Premio Príncipe de Asturias en 1998.
Hipólito deseaba formarse y trabajar en Inglaterra, pero no sabía inglés, así que se apuntó a los campos de trabajo que organizaba el SEU en aquel país para aprender el idioma. Pero fue misión imposible porque convivía a todas horas con españoles y otros europeos. Así que decidió regresar y probar suerte de nuevo. Esta vez fue como camarero en un hotel de Londres a la vez que asistía a cursos de inglés. En febrero de 1962 empezó a trabajar con un contrato de cinco meses como médico en el Wembley Hospital, donde aprendió mucho, sobre todo de cirugía, gracias a la información que le proporcionó una doctora que estaba alojada en la misma pensión.
En Londres salía con amigos y amigas de Elda que trabajaban allí, pero echaba de menos a su novia Olimpia, a la que escribía una carta diaria. Ese mismo verano pidió su mano y dos meses más tarde, después de las Fiestas Mayores, se casaban en la iglesia de Santa Ana tras siete años de noviazgo: “Era inteligente y decidida. No le habían dado la posibilidad de estudiar y se sintió libre al casarse”, asegura. Hipólito no pudo invitar a sus amigos Erades, Isidoro, Óscar Moratalla y Emiliano porque el escaso dinero del que disponía debía guardarlo para el viaje a Escocia.
Con su mujer se estableció en Escocia en octubre de 1962 para trabajar seis meses y después se trasladaron a Inglaterra al Hospital de Whitehaven para hacer la residencia de Ginecología, que era lo que deseaba. Allí nació su primer hijo, Hipólito.
Poco después Hipólito Pérez y su familia afrontaron una experiencia única ya que ejerció de médico en el pequeño país de Belice, “Honduras británico”, desde 1963 a 1964, porque “así estaba cerca de Estados Unidos”. Transcurrieron dos años felices de vida tranquila en un paisaje tropical idílico donde hicieron muchos amigos y nació su hija Marina.
El sueño de estudiar la
especialidad en Estados Unidos
Su idea era terminar la especialidad de Obstetricia y Ginecología en Estados Unidos, pero no pudo conseguir plaza de residente en el Delafield Hospital, de la Universidad de Columbia, ya que su nota media en el examen de acceso era de un 6,7 y no de un 7, que es lo que pedían. No obstante, el director del departamento le puso en contacto con el Harlem Hospital, también perteneciente, como aquel, a la Columbia University, donde trabajó en 1966 con una beca en la sección de Planificación Familiar. En Nueva York nació su tercer hijo que fue una niña, Olimpia. Después de un verano de estudio, aprobó el examen de acceso y trabajó al fin como residente de la especialidad de Ginecología.
En Nueva York vivieron cuatro años, si bien las jornadas eran extenuantes, de 34 horas seguidas cuando tenía guardias. Allí vivieron el asesinato de Martin Luther King y las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam, por lo que cita la película “Tal como éramos”, que retrata fielmente esa época. Fueron años felices de disfrutar en familia de los hermosos parajes neoyorkinos, que despiertan “un profundo sentimiento de tristeza y añoranza al pensar en Olimpia, pese a los muchos años que han transcurrido”, escribe.
La familia decidió regresar a Elda y Olimpia se adelantó unos meses con los niños. En junio Hipólito se presentó al examen ante el Tribunal de Obstetricia y Ginecología de la American Medical Association en el Hospital Mont-Sinai, aprobó y recibió el ansiado título por la Universidad de Columbia de Nueva York.
Nueva etapa en Elda
En Elda los comienzos no fueron fáciles ya que habían vivido siete años fuera y tuvo que darse a conocer en su consulta. Al cabo del año tenía muchísimo trabajo, incluido el que realizaba junto con sus compañeros Francisco Susarte y Rodolfo Amat en el pequeño y antiguo Hospital Municipal gobernado por las hemanas carmelitas. Ya en España tuvieron dos hijos, Javier y Fernando.
En estos años mantuvo una breve experiencia política cuando le ofrecieron ser cabeza de lista de la UCD, Unión de Centro Democrático, fundado por Adolfo Suárez, a la alcaldía de Elda en mayo de 1979. Quedó en segundo lugar con ocho concejales, después del PSOE de Roberto García Blanes que obtuvo diez. Completaban el arco el Partido Comunista con cinco ediles y Alianza Popular con dos. Suárez sí ganó las elecciones generales, mientras que él fue nombrado concejal de Sanidad por deferencia del PSOE, partido que le insinuaría continuar en sus filas. No obstante, como ocurre con otros profesionales, “fue esta una experiencia más en mi vida, pero no me satisfizo”, confiesa.
Con la inauguración del Hospital General de Elda, entró a trabajar como ginecólogo interno adjunto hasta su jubilación en 2001, plaza que ocupó posteriormente la doctora Ruth Sánchez, hija de su buen amigo Julián.
Una vida feliz que se truncó con la muerte prematura de su mujer a los 55 años de edad, en 1992. Este hecho lo dejó devastado y marcó una nueva etapa determinada por la ausencia de su compañera Olimpia.
Hipólito concluye sus memorias dando las gracias por sus cinco hijos y sus diez nietos. También menciona con cariño a la mujer a la que unió su vida durante varias décadas al cabo de cinco años de quedar viudo.
En la actualidad goza de buena salud, pero hace tres años que padece ceguera y desde entonces vive en Elda rodeado de sus hijos. A pesar de esta limitación, que apareció de pronto ocasionada por un golpe en una de sus frágiles córneas ya que del otro ojo no veía nada, su carácter no se ha agriado, sino que sigue siendo afable y optimista.
La lección final de sus memorias, como no podía ser de otra manera, es positiva: “Considero que he sido feliz y afortunado, y soy feliz con lo que he sido en la vida”.
Su libro se publicó hace unos meses y ya está casi agotado, a excepción de algunos ejemplares que todavía se pueden adquirir en la librería Martín Fierro al precio de 12 euros.