Mario Román ha visitado 52 países: "Todos los males se curan viajando"
En las tardes de los años 80, las aventuras y desventuras en televisión de un león en La vuelta al mundo de Willy Fog se grabó en la retina y en los sueños de miles de niños. En Elda existe una pareja que podría ser la personificación de los protagonistas de estos dibujos animados por su espíritu aventurero: Mario Román Albero (Elda, 1968) ha visitado 52 países, de los cuales a 33 lo ha hecho con su mujer, Yolanda Victorio Berenguer (Elda, 1972).
Canarias fue el escenario de su primer viaje como recién casados en 1992 y desde entonces han llegado a los confines del planeta: “Más que turistas somos viajeros”, asegura Román. Suelen viajar en su autocaravana, pero también han atravesado la India en trenes con literas, donde asistieron “casi como celebrities al preestreno de una película al estilo Bollywood” y a una boda; también han buceado en el corazón del océano Índico en Las Maldivas; han alimentado hienas en Etiopía; o han asistido a un entierro rural de camino al Amazonas. Ya han decidido su próximo destino: Benín, África.
Para que todos estos recuerdos no se pierdan, Román compone un álbum con las fotografías y sus impresiones de cada viaje, como un cuaderno de bitácora.
“Nosotros no vamos a los lugares convencionales, nos apasionan más los países subdesarrollados porque su comida y su gente son más auténticos. Cuantos más conocemos, más queremos conocer”, afirma Mario, y asegura sobre sus travesías que “todos los males se curan viajando”.
¿Qué le llevó a emprender sus viajes?
Se lo debo a mis padres y a las vacaciones en el camping porque desde niño he convivido con muchos extranjeros. Mi primer viaje con ellos fue a Francia con diez años de edad, pero recuerdo uno que fue increíble porque nos fuimos en autocaravana desde Elda hasta Cabo Norte en Noruega. He recorrido con ellos toda Europa. Ahora siempre estoy pensando en viajar.
Muchos turistas afirman haber sufrido el síndrome de Stendhal, un malestar causado por la exposición a obras de arte de extrema belleza. ¿Alguna vez un lugar le ha provocado este tipo de reacción?
Los paisajes de la India me han producido algo parecido. Recuerdo la fascinación de ver la Muralla China por primera vez o el templo de Angkor. También tuve esa sensación al ver las pirámides de Egipto, al cruzar el Nilo, el desierto o ver tu primer tiburón ballena mientras buceas. Son pequeños orgasmos de felicidad.
¿Alguna de sus venturas se puede calificar de odisea?
Nosotros siempre viajamos con mochila porque tienes que tener las manos libres, ya que nunca sabes cuándo vas a tener que correr o por dónde vas a tener que subirte. Aunque a veces el miedo te atenaza, tienes que dejarte llevar. He tenido muchas experiencias y una de ellas fue en la comarca de Guna Yala, Panamá, donde fuimos a una fiesta que se celebra cuando una niña se convierte en mujer. Allí todo el mundo estaba muy alcoholizado por la bebida de coco, sonaba música festiva, etcétera. Yo pensé que de ese momento tenía que hacer una foto como fuera y saltó el flash. Uno de ellos, bastante ebrio, me increpó muy enfadado acusándome de que los españoles les habíamos conquistado. Aunque al final hablamos y nos hicimos muy colegas (ríe).
¿Ha vivido algún momento en el que ha pensado “si no lo grabo, nadie me creerá”?
Todo lo escribo y lo documento con fotos. Pero viví uno así en la Cuenca Amazónica, en Ecuador. Conocimos allí a un guía indígena al que pedimos que nos llevara de excursión a la selva profunda, no donde las “turistadas” típicas. El chico nos acabó invitando a su casa con sus padres y sus 14 hermanos y estuvimos unos cinco días con esta gente de la selva. Nos íbamos a pescar como ellos lo hacen, a coger pirañas, de caminatas por la selva, nos untábamos de barro... Aquello fue una experiencia increíble.
En sus travesías por los confines del planeta, ¿cuál ha sido el plato más extraño que ha degustado?
Los insectos: cucarachas, gusanos fritos… En Ecuador un chico con el que íbamos puso la oreja en el tronco de un árbol que había caído, sacó el hacha, golpeó el árbol enmohecido y extrajo unas larvas, las cuales acabamos comiéndonos vivas. También en Camboya me comí en un puesto callejero un huevo que tenía un embrión dentro. ¡Yo lo pruebo todo!
¿Qué diferencias culturales le han resultado más fascinantes en sus viajes?
La cultura budista me fascina. La gente que practica el budismo es muy buena, estoy convencido de que no entrarían en guerra con nadie. Vuelves a España tocado y ya aquí nuestra sociedad de consumo te vuelve a absorber. Desafiantes han sido los países religiosos radicales porque son retrógrados y esclavistas, además, tienen a su gente atemorizada.
En estos últimos años se han intensificado las protestas por la masificación turística. ¿Hay alguna forma de ejercer un turismo responsable?
Sí, nosotros intentamos documentarnos antes y escogemos destinos donde hay menos turistas. Siempre buscamos la “Cara B” porque todavía quedan muchas. Además, se puede ejercer el turismo responsable si se tiene en cuenta que es muy importante el cuidado del planeta y que nosotros somos los contaminadores, aunque luego ves por ahí muchas patadas ecológicas.
¿De qué forma el hecho de viajar le ha impactado como ser humano?
Me ha hecho una persona inquieta y me ha hecho valorar mucho lo que tengo. Cada viaje que haces es una página en tu vida, y cuanto más grande es el libro, más sabiduría tienes.
¿Qué país debería visitar toda persona?
Lo tengo muy claro: España. Aquí lo tenemos todo y por eso primero hay que conocer España. Luego ya puedes viajar a otros países donde la gente te vaya a enseñar cosas, porque yo no creo que haya que viajar tanto por los monumentos.
Si tuviese que hacer un viaje final, ¿dónde iría y quién le acompañaría?
Me gustaría empezar con la autocaravana en Alaska y bajar por la carretera Panamericana, que cruza todo el continente americano de Norte a Sur. Por supuesto, iría con mi tándem perfecto, que es mi mujer. Si puedo elegir, siempre elegiría vivir viajando. Yo vivo para descubrir.