La retirada de las cabinas de teléfono representa el adiós a una época
Las cabinas de teléfono constituyen hoy una reliquia, un tesoro urbano de una época pasada, aquella en la que no existían los móviles y eran esenciales para que la población pudiese comunicarse. Ahora, con más líneas de teléfono que habitantes, ya han dejado de tener sentido como servicio público. Quedan pocas y el vandalismo les ha pasado factura, ya que muchas tampoco tienen línea. Las nuevas generaciones, esas que manejan un teléfono móvil desde los 11 años o antes, no saben ni cómo funcionan. Los más mayores las miran con nostalgia y agradecen la comodidad de tener un teléfono en el bolsillo.
Entre Elda y Petrer llegó a haber unas 40 cabinas de teléfono, así lo recuerda José Hurtado, quien durante 20 años fue uno de los encargados de repararlas los 365 días del año junto a otros compañeros. Comenzaron a instalarse en Elda en el mes de julio de 1966 como elemento democratizador de la comunicación entre las personas, “ya no hacía falta ser rico, ni formar parte del Ayuntamiento o ser empresario. Las cabinas permitieron un salto cualitativo entre las comunicaciones”, explica el cronista de Elda, Gabriel Segura.
Se instalaron cabinas en todos los barrios, y algunas todavía están, como en Virgen de la Salud, San Francisco o el casco histórico, en concreto en la calle San Roque o a espaldas de la parroquia de Santa Ana. En Petrer, acaban de retirar la situada en El Derrocat, y aún se pueden ver en la rotonda del Guirney, la pinada de Villaplana o la avenida de Madrid, entre otras. Estas cabinas son solo anecdóticas, un recuerdo de la historia más reciente: “Verlas es como remontarnos en el tiempo, recordamos lo útiles que fueron, la innovación que supuso y cómo permitieron democratizar la comunicación”, señala la cronista de Petrer, Mari Carmen Rico.
Al principio funcionaban con unas fichas que se debían comprar en los estancos, después con monedas, y la picaresca salió a relucir: “Había pillos que hacían un agujero en la moneda y luego tiraban del hilo para recuperarlas, tuvimos que colocar una chapa para que esto no ocurriese y, aunque había otros trucos, ese era el más común”, explica Hurtado.
En su época dorada, las cabinas se utilizaban y sufrían actos vandálicos a partes iguales. José recuerda cuando “unos Moros abrí una y empezó a salir el líquido de un cubata, todavía no sé cómo lo metieron. He llegado a ver hasta tres lagartijas en el interior de una, chapas de cerveza o cristales rotos, no sé si a Telefónica le salía muy rentable, pero era obligatorio que estuvieran”.
Después se instalaron las mixtas, que funcionan con tarjeta y con efectivo, estas fueron las últimas, ahora solo forman parte del mobiliario urbano, ya nadie las utiliza, casi ni se ven al pasar, pues el avance de la tecnología las ha dejado obsoletas, y no hay vuelta atrás. Lo cierto es que pese a la llegada de los primeros móviles, se seguían usando porque eran más baratas, pero pronto las tarifas se ajustaron y la gente se olvidó de estos teléfonos públicos. La instalación de teléfonos con moneda en los bares también les hizo un flaco favor. Así, empezaron a caer en desuso en los 90 y ahora ya no nadie las emplea. En los últimos años conviven las que están cerradas y las que no.
Las cabinas constituyen un ejemplo del rotundo cambio que se ha producido en las comunicaciones en menos de 50 años: de tener que salir a la calle para llamar a alguien a hablar con cualquier persona del mundo en un instante y desde cualquier lugar. En Elda solo existían 6.000 teléfonos con una población de 40.000 habitantes en 1973, y ahora hay quienes tienen incluso dos móviles, señala Segura.
“Ahora las cabinas ya no tienen ningún sentido, pero llama la atención ver el deterioro que sufren frente a otros países que han conseguido convertirlas en un símbolo, como Reino Unido, pues sus cabinas rojas son un atractivo que permite potenciar el turismo y una parte de su identidad”, indica Rico. “Son un ejemplo de cómo no cuidamos el patrimonio, no somos conscientes de que lo público también es nuestro, mientras que son un elemento del paisaje urbanístico inglés, aquí no les hacemos caso, pero sí vamos allí a admirarlas”, lamenta por su parte el cronista de Elda. Aún así, Segura no pierde la esperanza, confía en que el Ayuntamiento se quede algunas y las conserven, pues Telefónica solo las enviará al desguace. Un ejemplo de buen hacer es la ciudad de Vitoria, donde estudiantes de arte y diseño de la Escuela de Arte y Superior de Diseño, IDarte, convertirán estos y otros espacios en obras de arte, una forma de remodelar el espacio público de forma innovadora.
Segura concluye que “son casi un elemento de arqueología urbana, están condenadas a desaparecer, se las verán en museos y en películas, como La Cabina”, ese emblemático largometraje que ha cumplido medio siglo.
Las cabinas y el cine
El coordinador del Aula de Cine de la Universidad de Alicante, Israel Gil, destaca que las cabinas son, desde hace décadas, un motivo visual muy cinematográfico, por ejemplo, Clark Kent se ponía el traje de Superman en el interior de una, en Los pájaros de Alfred Hitchcock se protegían dentro, en El diablo sobre ruedas de Steven Spielberg utilizaron uno de estos teléfonos para hacer una llamada de auxilio, en Los puentes de Madison, Clint Eastwood hizo la llamada final y definitiva desde una cabina, y en Última llamada, Colin Farrell permanece en su interior durante todo el largometraje para no morir. Estas son solo algunas de las películas en las que las cabinas forman parte de la trama, pero hay muchas más, como Harry Potter o Matrix.
Gil tiene claro que “al igual que están desapareciendo de las ciudades, irán dejando de verse en el cine, así que los guionistas tienen que reinventarse”.
Telefónica va retirando estas estructuras poco a poco sin que la mayor parte de la población se dé cuenta, un ejemplo es en El Derrocat, que desde hace pocas semanas no cuenta con este mítico elemento. Telefónica está llevándose todas las cabinas de manera paulatina, un objeto viejo e inservible que nadie echa ya de menos.