lunes, 25 de noviembre de 2024

La epidemia de cólera pasó por Elda en 1885 y causó más de trescientos muertos

Nos encontramos en pleno siglo XXI y la mayoría de los eldenses y del mundo civilizado nunca hubiéramos imaginado que a estas alturas nos afectaría una pandemia tan grave como la que estamos sufriendo en todo el planeta. Pensábamos que cualquier epidemia mortal formaba parte solamente del pasado o del denominado Tercer Mundo, hasta que apareció este inesperado COVID-19, el cual nos ha demostrado que a pesar de todos los avances médicos y sanitarios actuales, su efecto es devastador. No distingue entre clases sociales, países o razas, y ha contagiado mundialmente a millones de personas y provocado la muerte a cientos de miles de personas, colapsando los hospitales y cementerios, además de derivar en confinamientos y también motivando como consecuencia una gran crisis económica a nivel mundial, y para mayor desgracia, sin saber cuándo cesará esta catástrofe o se conseguirá una vacuna que inmunice a la humanidad de dicho virus.
Emilio Gisbert Pérez
11 octubre 2020
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La epidemia de cólera pasó por Elda en 1885 y causó más de trescientos muertos
Cientos de eldenses fallecieron por al epidemia del cólera.

Nos encontramos en pleno siglo XXI y la mayoría de los eldenses y del mundo civilizado nunca hubiéramos imaginado que a estas alturas nos afectaría una pandemia tan grave como la que estamos sufriendo en todo el planeta. Pensábamos que cualquier epidemia mortal formaba parte solamente del pasado o del denominado Tercer Mundo, hasta que apareció este inesperado COVID-19, el cual nos ha demostrado que a pesar de todos los avances médicos y sanitarios actuales, su efecto es devastador. No distingue entre clases sociales, países o razas, y ha contagiado mundialmente a millones de personas y provocado la muerte a cientos de miles de personas, colapsando los hospitales y cementerios, además de derivar en confinamientos y también motivando como consecuencia una gran crisis económica a nivel mundial, y para mayor desgracia, sin saber cuándo cesará esta catástrofe o se conseguirá una vacuna que inmunice a la humanidad de dicho virus.

Desconocemos el número total de contagiados y fallecidos que se han dado en nuestra población hasta ahora, debido entre otras cosas a que la pandemia sigue actuando en nuestra área sanitaria. Quizás en un futuro próximo cuando ésta finalice -esperemos que su duración sea lo más corta posible- se sepa el balance final.

Tras esta introducción queremos recordar que Elda a lo largo de su historia ha sufrido numerosas epidemias. La última fue la de la Gripe de 1918, iniciada al final de la Primera Guerra Mundial, que provocó decenas de miles de víctimas en Europa. En nuestra localidad la mortalidad ascendió a un total de 51 personas, por lo que esta pandemia gripal no fue tan depredadora y catastrófica como la epidemia de cólera que tuvo lugar aquí en el año 1885, de cuyos tristes episodios nos haremos eco seguidamente.

El cólera es una enfermedad endémica muy habitual en la India, producida por el denominado “vibrio”, que actúa de forma aguda en el intestino a través de las aguas contaminadas o también por medio del contacto con enfermos que la padecen. En Europa se introdujo en el primer tercio del siglo XIX e hizo su aparición en Elda en 1834, aunque el número de víctimas no fue tan elevado como en el resto de la provincia. Posteriormente, en 1854 hubo un brote en Barcelona que se propagó por todo el levante español y llegó a Elda el 5 de agosto del año siguiente. La tarde de ese mismo día ya se detectaron varios enfermos, que continuaron apareciendo durante los días 6 y 7. En solo tres días las cifras llegaron al cénit de la pandemia, según las crónicas: “Amanecieron más de ochocientos gravísimamente enfermos, muriendo en cortos intervalos muchos”. Desconocemos cuántos eldenses fallecieron en 1855, aunque debió de ser terrible para una población de 4.000 habitantes que quedó muy mermada.  

Luis González Rico, hijo de Antonia Rico.

Treinta años después, concretamente en 1885, nuestra entonces villa se había recuperado demográfica y económicamente, alcanzando la cifra de 4.500 almas. Como novedad, se había puesto en marcha el ferrocarril que atravesaba el término municipal y eran los inicios de la era del calzado local, con numerosos talleres y algunas pequeñas fábricas que se dedicaban a su producción y distribución por toda España, aparte de su agricultura, que se cultivaba mayoritariamente en su fértil huerta. Ningún “eldero” de los que habitaban nuestro pueblo podía imaginar que el verano de aquel año se iba a producir un nuevo brote de cólera tan mortal o peor como el sufrido tres décadas atrás.

La epidemia de cólera de 1885

En 1885 el entonces alcalde de Elda Federico Maestre Linares elaboró un listado de 333 eldenses fallecidos por esta enfermedad contagiosa. Dolores López Vera fue la primera persona que tuvo el “triste honor” de inaugurar dicha lista un desgraciado 6 de julio, a la que siguieron otras catorce personas ese mismo día.

Como siempre ha ocurrido con todas las epidemias mortales, esta también se cebó mayoritariamente en las clases bajas y con las personas de salud débil, y aun más en aquella época donde solo se podían costear un médico las gentes pudientes, ya que la población obrera y los pobres únicamente accedían a la medicina de beneficencia. Casualmente aquel año, el Hospital Provincial de Pobres se encontraba ubicado en Elda, en el antiguo Convento Franciscano de Los Ángeles, no obstante, dicho hospital tenía múltiples problemas de diversa índole por aquellos años: sanitarios, económicos, políticos... según cuentan las crónicas periodísticas de 1884.

Aquellos días tan penosos y desoladores que se vivieron en Elda han quedado perfectamente reflejados en una crónica de José Coronel que se publicó en la revista El Centenario casi veinte años después, bajo el título de “Un Recuerdo”:

“Las Calles de Elda estaban tristes y solitarias y solo de vez en cuando se escuchaban los silenciosos pasos de algún fúnebre cortejo que, sin luces, sin cantos ni insignia sagrada, conducía los desgraciados restos de los infortunados hijos de esta villa. ¡Qué melancólico aspecto noté en cuanto me rodeaba!, ¡Por todas partes me parecía ver consternación, lágrimas y luto! Solo se percibían dispersos por la atmósfera vapores contagiosos y la muerte parecía como que se gozaba en pasear por nuestras calles y plazas su espantosa y formidable guadaña. ¿Quién no recordará aquellos días tan tristes para los hijos de Elda?  ¿En quién no dejó huella sangrienta este terrible azote que la ciencia reconoce con el nombre de Cólera Morbo?...  ¡Cuantos enfermos morían por falta de alimentos, de médicos, de medicinas...!”.

Margarita González, nieta de Antonia Rico.

Otro texto tan descriptivo de los trágicos momentos acontecidos en aquel fatídico 1885 también aparece en la Historia de Elda de Alberto Navarro Pastor. De dicho libro también hemos extraído el siguiente párrafo, donde nuestro anterior Cronista Oficial nos cuenta cómo las tragedias provocaban aun más dolor e impotencia que las actuales: “La urgencia con que se sacaba de las casas a los muertos para enterrarlos, por evitar que pudieran contagiar a los no infectados, dio lugar a casos aún más trágicos. Los muertos eran sacados de las casas en un carro y echados en montón en el cementerio en fosas comunes por no haber tiempo para enterrarlos individualmente. Se cuenta que una hermosa muchacha fue dada por muerta y llevada en el carro como los demás al cementerio y que cuando fue sacada debajo del montón de cadáveres que se iban enterrando fue encontrada con las manos crispadas en la cara, arañada de desesperación y ya muerta definitivamente por la horrible impresión recibida al despertar en tan terrible lugar y momento de su muerte aparente”. 

Este desgraciado episodio provocó un cambio en el protocolo inicial que se seguía para la recogida de los difuntos en sus domicilios. Al principio, cuando fallecía una persona de cólera era habitual que se sacase una silla a la puerta de la casa donde residía como señal, esto indicaba que los médicos podían entrar y confirmar dicha muerte. Tras el cruel suceso de la muchacha narrado anteriormente, el sistema de la silla se modificó de la siguiente manera: cuando un enfermo moría se seguía sacando una silla, aunque ésta se retiraba en cuanto esta circunstancia era advertida por las autoridades; se dejaba entonces pasar un tiempo prudencial para saber si en efecto había muerto. Si ocurría así, la silla se volvía a sacar nuevamente y entonces el médico entraba para certificar definitivamente la defunción. 

Una tragedia vivida por una familia eldense

Sobre el brote de cólera morbo de 1885 sufrido en nuestro pueblo se han escrito y publicado varios trabajos, aunque desconozco si gráficamente alguien se hizo eco de algún caso sobre esta cuestión. Los 135 años que han transcurrido desde entonces hacen que sea imposible encontrar a personas que fuesen testigos de aquel episodio tan desgraciado. Aunque quien esto suscribe ha podido recopilar algunos datos sobre una familia que padeció la enfermedad y llegó a fallecer uno de sus miembros. Esto ha sido posible gracias a documentos del Registro Civil, del Archivo Histórico, así como también por los recuerdos que me contó mi abuela paterna, Margarita González Pomares, a quien a su vez se los relató su abuelo paterno, que enviudó de su mujer a causa del cólera.

Vicente González Casáñez y Antonia Rico Maestre, dos de mis tatarabuelos y naturales de Elda, contrajeron matrimonio en nuestra localidad en 1871, cuando contaban con 25 y 19 años respectivamente.

Vicente posiblemente naciera en el campo eldense, porque desde el año 1856 hasta 1871 aparece censado cuando era soltero en compañía de sus hermanos y padres primeramente en la zona de Camara y Chorrillo y posteriormente en las Cañadas, concretamente en las “Casas de Carro” (actual “Casa de las Julianas”). Sus padres, también de Elda, se llamaban Ventura Casáñez Vera y Manuel González, quien consta como labrador.

Por su parte, Antonia nacería en el casco urbano de Elda. Se quedó huérfana cuando aun no contaba con ocho años de edad. Desde 1860 hasta 1868 aparece censada en casa de sus tíos y primos en el número 14 del Barrio Nuevo (actual calle Pedrito Rico). Allí vivía con su prima Gervasia, quien años después sería llamada popularmente la “Tía Gervasia” -personaje muy conocido debido a que moraba en una casa de campo por el camino de Monóvar, donde acudían los eldenses por Pascua-. Por su parte, su padre José Rico Esteve  -el ya viudo padre de Antonia- se dedicaba a la fabricación de papel junto a sus padres en un molino situado en la Partida del Monastil. 

Listado de defunción deonde aparaece Antonia Rico.

Pero volvamos a nuestro matrimonio protagonista. En 1875 Vicente González y Antonia Rico ya estaban casados y eran padres de dos hijos, Antonia y Vicente. En ese año residían en una casa de campo de la Partida de las Cañadas  -la nº 63 según el censo-, lugar donde Vicente ejercía de jornalero. Pero en 1878 la familia González-Rico había abandonado el campo eldense para residir en nuestra entonces villa, concretamente al número 4 de la calle la Iglesia. Esta casa era la de Agustín Cavero Casáñez, importante clérigo eldense, que por entonces tendría unos 12 años de edad. Imaginamos que Antonia y Vicente se trasladaron a vivir al domicilio de los Cavero-Casáñez porque el propietario -abuelo de Agustín-, cirujano de profesión, era tío y padrino de Vicente, Vicente Casáñez Vera. Allí debió de morar el matrimonio González-Rico con sus hijos hasta encontrar una casa en el pueblo. El 11 de enero de ese mismo año nació el tercer hijo del matrimonio, llamado Aquilino, quien desgraciadamente falleció tres años después a causa de dentición, concretamente el 11 de enero de 1881. Pasados cuatro meses la pareja fueron nuevamente padres, ahora de mellizos, a los que pusieron por nombre Aquilino y Luis. Por esas fechas el cabeza de familia aun constaba en el censo como jornalero.

Cinco años más tarde, en 1883 nuestra familia protagonista ya aparece empadronada en su nuevo domicilio, en el número 2 de la calle del Horno de San Antonio. Ese mismo año Antonia daría a luz a Venancio, quien desgraciadamente debió de morir al poco tiempo de nacer, ya que al año siguiente no aparece censado. En 1884 constan residiendo en la casa cinco hijos: Vicente, Antonia, Mª Dolor, Aquilino y Luis, acompañados de sus padres, Antonia y Vicente, quien ya figura como trabajador del ferrocarril. 

La vida en aquella época era muy dura en todos los aspectos, ya que a la pobreza y carencias del pueblo llano provocadas por los bajos salarios, había que añadir la elevada tasa de mortalidad infantil, como hemos podido confirmar con el ejemplo de nuestra familia protagonista, la cual a pesar de todos estos sinsabores luchaba día a día por sobrevivir. Desgraciadamente, ni ellos ni ningún eldense fueron capaces de adivinar que un triste y cruel episodio se les venía encima y que iba a superar todas las dificultades y desgracias a las que se habían enfrentado hasta ahora.

En torno al 30 de junio de 1885 empezaron a detectarse los primeros casos de cólera en Elda. El 18 de agosto se registró el último fenecimiento, según el listado mencionado  anteriormente, manuscrito donde, por cierto, aparece mi tatarabuela Antonia Rico Maestre como segunda persona fallecida de las 333 totales. En su partida de defunción se reflejan algunos datos sobre personajes de aquella época y sus oficios que pensamos son interesantes de mencionar. En el acta consta que perdió la vida el día 6 de julio a las 4 de la madrugada y que dejaba cinco hijos, cuyos nombres coinciden con el censo de 1884. Quien comparece para dar parte de su fallecimiento es Tomás Bellot, enterrador; a éste le atienden Francisco Rico Tordera, juez municipal y Pelegrín Vidal Vera, secretario. Fueron testigos presenciales Francisco Laliga y Antonio Menor, alguaciles de Elda.

Carretas al cementerio (Grabado de Goya)

Como se habrá podido apreciar, ha sido numerosa la información extraída de documentos, aunque lamentablemente fue poca la información que me pudo transmitir mi abuela paterna sobre aquel triste episodio del cólera que a veces le contaba su abuelo paterno Vicente Gónzález Casañez. Éste le narraba que fue el golpe más duro de su vida porque adoraba a su mujer y tuvo que sacar adelante a su familia y a sus hijos solo.

Vicente ya no volvió a casarse y dedicó el resto de su vida a sus hijos y nietos. Desconozco a qué edad fallecería, aunque sabemos que superó los 76 años, pues en un censo de 1922 consta con esa edad y aparece domiciliado en las “Cuevas de Abril” de Bolón junto a su hijo Vicente González Rico, la esposa de éste Asunción Pomares Amat y los cuatro hijos de ambos, llamados: Vicente, Lorenzo, Margarita -abuela del autor- y Emilio.

Parece ser que Vicente en los últimos años de su vida y debido a su vejez empezó a perder bastante capacidad visual. Este problema provocaba que su hijo le regañara por miedo a que le ocurriese alguna caída cuando se desplazaba por la huerta y los campos de Elda o el Pantano, y es que Vicente era un enamorado de la agricultura, ya que como anteriormente hemos comentado se crio en el campo. 

Hasta aquí esta crónica, esperamos no haber aburrido a los lectores con el susodicho cólera y tanta información familiar personal. El objetivo de este trabajo es dar ánimos y esperanzas con respecto a la pandemia de COVID-19 que actualmente estamos sufriendo, mediante el ejemplo de aquellos eldenses que padecieron otra epidemia en 1885, que con menos medios lograron salir hacia adelante, y con el paso de los años construyeron una ciudad a la que se le aplicó el famoso dicho de: “Elda, París y Londres”. Aunque eso..., ya es otra historia.

Varios brotes de cólera morbo durante el siglo XIX 

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