Marina Ibáñez Romero, eldense veterinaria en Sudáfrica: "Trabajo en un santuario de animales, los deshumanizamos y viven en libertad porque no son mascotas"
Marina Ibáñez Romero tiene 25 años y estudió Veterinaria en la Universidad de Murcia. Ahora está viviendo una de las experiencias más increíbles: trabajar como veterinaria en Plettemberg Bay (Sudáfrica) con primates. Anteriormente había realizado practicas en Irlanda con una beca Erasmus en una clínica veterinaria y después consiguió trabajo en Palma de Mallorca en otra clínica.
¿Cómo ha sido el ir a trabajar a Sudáfrica?
Siempre he tenido mucha atracción por el continente africano. Cuando empecé Veterinaria me pasaba mucho tiempo buscando por Internet cursos de veterinaria en animales salvajes. El problema era que estos cursos son caros, pero tras conseguir mi primer trabajo retomé mi ilusión de vivir en el continente africano y después de mucha búsqueda encontré la asociación South African Animal Sanctuary Alliance, SAASA.
¿A qué se dedican?
SAASA es una empresa privada que nació a raíz de la expansión de la moda de comprar animales salvajes como mascotas y para tener un centro de referencia mundial para acoger a aquellos animales que han vivido en circos, zoos, cacerías o laboratorios en semilibertad. La asociación cuenta con tres santuarios localizados en la misma región, es decir, instalaciones donde son llevados los animales para que vivan protegidos por el resto de sus vidas, dando finales felices a historias tristes. Se les da una vida lo más salvaje posible y de ninguna manera son animales que hayan sido comprados o traficados ilegalmente. En el caso de SAASA comprende tres santuarios diferentes: Birds Of Eden (pájaros), Jukani (grandes felinos) y Monkeyland (primates).
El enfoque que han dado a estos santuarios es el turismo responsable. De manera que ofrecen tours a los visitantes explicando la historia de cada animal y tratando de educar a la gente y que comprendan que los animales salvajes son para estar libres y en la selva y que no necesitan en contacto con los humanos.
¿En qué consiste su trabajo?
Yo estoy en Monkeyland y nuestro trabajo consiste en darles de comer dos veces al día, mantener el bosque cuidado, limpiar algunas jaulas donde están los primates más peligrosos, ayudar en la movilización de los animales en caso necesario y realizar tours educativos a los visitantes. Además, una vez por semana voy con un veterinario de animales salvajes que se encarga de todas las "game reserve" de Eastern Cape y Western Cape. Realiza todo tipo de trabajo con rinocerontes, leones, leopardos, búfalos, elefantes, monos, pájaros… La mayoría de cursos de veterinaria de vida salvaje en África son muy caros y yo he conseguido trabajar junto a uno de los veterinarios más prestigiosos de esta región. Es un trabajo lleno de adrenalina pues tienes que ser bueno tanto disparando dardos desde un helicóptero al animal para sedarlo, como operando en mitad del "bush" y vigilando que ningún otro animal peligroso se acerque.
¿Qué le aporta su trabajo con los primates?
Es un trabajo divertido y gratificante. Cada día en el bosque es diferente. Te podrías quedar todo el día observando lo que hacen y no te aburrirías. Te das cuenta de que son más parecidos a nosotros de lo que nos creemos y me sorprendo de lo magnífica que es la naturaleza y la evolución. Trabajar en Monkeyland me está aportando sobre todo lo importante que es educar a la población sobre la tenencia de animales salvajes en casas privadas, zoos o circos. Y por supuesto, he descubierto amor infinito por algunos monos que habitan el bosque. De especial mención son "Atlas" y "Siam", los únicos Gibbon que hay en "Free-roaming" en Monkeyland, originarios de Asia pero que nacieron en un zoo de Francia y Sudáfrica, respectivamente. Por otra parte "Lucy" y "Liam", son los únicos Spider Monkey, madre e hijo, que vienen de un zoo de Cape Town (originarios de México). Ellos junto a los otros son los que hacen el día a día tan especial.
¿Cómo es su vida allí?
Trabajamos de 8 a 17 horas, pero el tiempo pasa rápido. El hecho de estar todo el día al aire libre y en contacto con los animales me llena por completo. Durante el día, sobre todo, hacemos tours. A veces lo más duro es intentar explicar a la gente que Monkeyland es un santuario y que los animales son llevados aquí para deshumanizarlos y que, por tanto, no los pueden tocar. Sudáfrica es un país que atrae a turistas por su vida salvaje, y desafortunadamente existen muchas empresas donde los animales nacen en cautividad para que después la gente toque al animal como si fuera una mascota.
¿Es una experiencia que repetiría?
Sí, es una experiencia positiva y recomendable. Una de las mejores cosas es la diversidad de vidas e historias que descubres cada día. He encontrado gente de muchos países colindantes con Sudáfrica que han emigrado por trabajo (Congo, Malawi, Mozambique). La gente en Monkeyland es increíblemente simpática y te cuidan como una más de la familia. He hecho amistades que nunca olvidaré y realmente me va a dar mucha pena despedirme de ellos ya que no sé cuándo los volveré a ver, aunque está claro que volveré. Ahora entiendo esa obsesión que llaman aquí "el mal de África" o la "llamada de África", una especie de patológica ansiedad por regresar al continente africano después de haber vivido o viajado allí.
¿Qué anécdotas puede contar sobre su trabajo?
Las primeras semanas en Monkeyland me fui con uno de los trabajadores a limpiar y poner comida en la jaula donde están los monos más agresivos que no han conseguido rehabilitarse y que, por lo tanto, no han sido liberados en el bosque. Me advirtió mi compañero que debía estar atenta y no acercarme mucho a ellos. Sin embargo, me despisté y caí en manos de un "gibbon" el cual agarró mi pelo fuerte a través de la valla y no me soltó hasta que pegué un buen grito.
Otra anécdota ocurrió mientras estaba espantando a los monos "Baboons" (son monos africanos bastante peligrosos que tienen los colmillos del tamaño de un león). No están dentro del santuario por ser agresivos con la gente y con otros monos. Ese día estaban muy cerca, y mi amiga y yo fuimos a espantarlos con un palo. Sin embargo, un bebé se quedó atrás y empezó a gritar. De repente, el macho alfa que ya estaba huyendo dio la vuelta y empezó a correr hacia nosotras mientras abría la boca como amenaza y nos persiguió hasta el último metro.