sábado, 23 de noviembre de 2024

El Hotel Sandalio, una ventana abierta al mundo del siglo XX en Elda

El Hotel Sandalio, una ventana abierta al mundo del siglo XX en Elda
Susana Esteve
13 septiembre 2015
19.455
El Hotel Sandalio, una ventana  abierta al mundo del siglo XX en Elda
Amalia y Remedios en uno de los balcones de la fachada del hotel

El Hotel Sandalio representó un soplo de aire fresco y novedad en la Elda provinciana de los primeros tres cuartos del siglo XX, una conexión con el mundo. Aunque nació como un lugar modesto, fue adquiriendo prestigio y en él recalaron los artistas y toreros que recorrían Elda y la comarca, como Margarita Xirgú, "Antoñete" o Los Tres Sudamericanos, ya que era el mejor alojamiento que existía en los alrededores, y además disponía de restaurante. También pasaron por allí viajantes de todo tipo de productos con sus maletas repletas de historias y anécdotas y, de una manera más estable, varios profesionales que llegaron a Elda para trabajar siendo solteros como el comisario, el notario y varios médicos, pues las tareas domésticas no entraban entonces entre sus competencias, por lo que el Sandalio fue su auténtico hogar. Años más tarde vivirían también allí deportistas como el entrenador del Pizarro y del Deportivo Eldense y jugadores de este último como Foncho o Estella, que encontraron en el Hotel Sandalio su casa. Otros clientes fijos a temporadas fueron el elegante modelista Rodolfo Valverde, que montó su estudio en la habitación del hotel, o el viajante Alberto Gordillo de la firma Marcial Sarrió. Además, durante los veranos, numerosos industriales eldenses que tenían la familia en la costa se alojaban allí.

El hotel estaba ubicado en la calle actualmente conocida por Ortega y Gasset y quedaba cerca de la calle Nueva con su bar Negresco, el Casino Eldense, la Imprenta Vidal, el Bazar Madrileño, Casa Cano, el quiosco de Arocha, el Platanero, el Banesto y la peluquería de Octavio Vera. El establecimiento fue tan conocido en Elda que llegó a contar con un dicho popular: “Si no te gusta la comida te vas al Hotel Sandalio”.

El hotel nació como fonda en 1908 de la mano de Sandalio Martínez Sánchez, el menor de cuatro hermanos de una familia procedente de un pueblo de Teruel llamado Monteverde, familia que trabajó al completo en una posada que existía en la calle Antonio Maura. Sandalio era emprendedor y a los 22 años decidió crear una fonda propia con su nombre para atender a los viajeros que pasaban por Elda haciendo la ruta Madrid-Alicante ya fuera por carretera o ferrocarril. En sus inicios el hotel disponía de un coche tirado por dos caballos que hacía el servicio de transporte hasta la estación de tren, y de dos tartanas que funcionaban como taxis para las poblaciones cercanas. Ya en los años 20 la familia de los hermanos Oriente, apodados “Los liebre”, adquirió un pequeño autobús para recoger y llevar a los clientes a la estación.

Sandalio se casó con Etelvina, hija del secretario del Ayuntamiento de Pinoso, y aunque tuvieron tres hijos -un varón y dos mujeres-, el hotel lo heredó su hija mayor, Amalia, quien lo mejoró y lo mantuvo hasta su desaparición en 1981. 

El comedor del hotel y algunas de las camareras

Amalia Martínez era una mujer con una fuerte personalidad que ni se casó ni tuvo hijos y le imprimió su potente estilo al hotel, al que se dedicó en cuerpo y alma. Fue una adelantada a su tiempo con un gran “saber estar”, que vivió por y para el Sandalio, del cual estaba pendiente las 24 horas del día. Tenía un don especial para hablar bien y caer mejor. Siempre vestía con pulcritud y nadie le vio nunca las manos descuidadas ni sus largas uñas sin pintar. No le dolieron prendas en reinvertir en su pequeño negocio e incorporó con los años los modestos avances técnicos que traía cada época, ya fuera en el planchado con grandes tablas que se desplegaban horizontalmente al abrir los armarios, una cabina de teléfono insonorizada y, sobre todo, una enorme cocina con unos fogones profesionales que serían la envidia de los restaurantes actuales. El hotel disponía también de calefacción central que funcionaba con agua, calentada por una caldera que alimentaban con los tacos sobrantes de las fábricas de calzado. Además, algunos vecinos iban a la salita del Sandalio para ver la televisión, que fue de las primeras de Elda. 

Amalia formó un tándem perfecto con su gran amiga Remedios Rico Albert. Cuando la primera heredó la fonda después de la Guerra Civil, le pidió ayuda a Remedios, a quien conocía de Pinoso. Si Amalia constituía el cerebro, Remedios era la ejecutora y la encargada de la contabilidad. Ambas vivieron en el Hotel hasta que se derribó en el año 1986.

Una pareja de armas tomar

En los buenos tiempos del hotel, desde finales de los años 50 hasta los 70, llegaron a trabajar en él 15 personas ya que la ocupación solía ser completa. Amalia y Remedios trataban a los clientes como si fueran amigos y a los empleados con  firmeza y afecto, y llegaron a criar allí a más de un sobrino de la primera que era necesario “meter en vereda”. 

Amalia nació con grandes dotes de liderazgo y dirigía el servicio de las habitaciones, la lavandería y la cocina, mientras que Remedios era la encargada del trato con los empleados y de llevar las cuentas. Ambas tenían don de gentes y desde la sala de estar del Hotel Sandalio se movían los hilos de la vida local, pero ninguna de las dos fue chismosa ni se valió de la influencia de sus destacados huéspedes para conseguir favores personales ni prebendas de ningún tipo. De hecho, las personas consultadas para elaborar este reportaje no recordaban que uno de los alcaldes de Elda, José Martínez, fue primo hermano de Amalia.

El empresario hostelero Norberto Navarro recuerda que “eran una pareja de armas tomar: Amalia, un peso pesado en todo, y Remedios, más alta y fruncida”.

Las habitaciones eran sencillas pero muy completas para la época

El hotel tenía una entrada enmarcada por una cornucopia de la abundancia y en el suelo una alfombra granate. A la derecha quedaba la recepción con su compleja centralita telefónica de cables y su cajetín con pintorescas llaves de latón. A la izquierda unas escaleras señoriales daban acceso a dos plantas de habitaciones -47 en su última etapa- distribuidas a los lados de un largo pasillo central. Existía un tercer piso con grandes pilas para el lavadero, pero lo más conocido era la planta baja, donde daban a la calle la habitación de las propietarias a un lado y la salita al otro. Al atravesar el pasillo, la cocina se encontraba a la derecha y el gran comedor a la izquierda. Este daba a un hermoso patio decorado con grandes jazmineros y una fuente en la pared adornada con la Venus de Milo. 

Junto a la cocina se ubicaban correlativos los cuartos del carbón y de la plancha. El patio tenía una entrada para las tartanas por la calle del Marqués, de hecho, Emilio, un hermano de Amalia, se apodó “El duque de la tartana” por el servicio que realizaba a la estación de ferrocarriles subiendo y bajando clientes del hotel con su coche de caballos con dos plazas. Este hombre sería después odontólogo. 

Un lugar misterioso

El Sandalio estuvo rodeado del misterio que encierra todo hotel por modesto que sea, un hogar de paso envuelto en el anonimato y la soledad de una habitación; un lugar frecuentado por famosos con vidas que se antojan de película, pero también por esforzados viajantes de impagable optimismo que deben vender su producto a toda costa.

No obstante, la mayoría de eldenses no entró nunca al Sandalio, pues ni precisaban habitación alguna en su propio pueblo ni podían costearse su restaurante. Pero mantuvo ese romanticismo de los hoteles bien dirigidos, como expresa magistralmente la escritora eldense Elia Barceló, quien escoge el Hotel Sandalio para que el personaje de su novela El secreto del orfebre regrese al pasado: "Yo nunca estuve dentro, y siempre que pasaba por su puerta cuando era niña para ir a las monjas a mi clase de piano, me hacía ilusión imaginar cómo sería en su interior. Era como si notara el perfume del mundo cosmopolita de sus clientes. Era el sitio más exótico que podía imaginar junto con la estación y la biblioteca. Me parecía algo misterioso con esplendor, un lugar sofisticado donde uno utiliza una habitación que va a ser tuya por un tiempo y luego será de otros. Me imaginaba mensajitos ocultos en los cajones, y tengo que confesar que yo, que me paso media vida en los hoteles, cada vez que llego a una habitación, reviso los cajones y los armarios buscando mensajes... y aun no he perdido la esperanza de encontrarlos", bromea.

Antonio Jiménez, que se crio allí hasta los 15 años porque su madre trabajaba en la limpieza y su padre era Simón el conserje. Recuerda el hotel siempre lleno de gente, con el autobús haciendo varios viajes al día desde la estación de ferrocarril. El ambiente entre los empleados debió de ser muy cordial pues, aunque trabajaban mucho, en la mente de Antonio todavía resuenan las risas y las canciones que entonaban las mujeres a todas horas. La relación de los empleados con Amalia y Remedios fue muy respetuosa, pero también de una gran familiaridad, de hecho, al hermano de Antonio lo bautizaron sus padres, a petición de Amalia, con el nombre de Alberto por un cliente del hotel, un viajante de la firma Marcial Sarrió.

Los camareros con las hermanas Minuesa en el patio, delante de la popular fuente

Amalia y Remedios realizaban dos viajes al año a Madrid donde la primera tenía un sobrino abogado, Nazario Belmar, quien estudió Derecho mientras jugaba de futbolista profesional en el Real Madrid, y luego fue productor de cine. Nazario se había casado con Manuela López de la Cámara Gutiérrez, hija del marqués de Guadacorte, cuyo abuelo poseía el título de Caballero Cubierto ante el Rey, pues prestó su palacio de Granada como hospital de sangre durante la guerra de África. Con Nazario y Manuela, que era una mujer nada ostentosa a pesar de su cuna, visitaban buenos restaurantes, en los que Amalia y Remedios no dudaban en preguntar al chef por las recetas de los platos, que además fotografiaban o filmaban con su tomavistas, para luego recrearlos en cocina del hotel, en cuyo restaurante se degustaron las primeras mousses, espaguetis y sorbetes de Elda, y se conocieron los pollos asados, los huevos al plato, las quiches o las langostas, este último plato solo en Nochevieja.

El restaurante era sencillo, con cubiertos de pesada alpaca y mesas cuadradas y redondas con manteles blancos. Los camareros llevaban chaquetilla y las camareras un delantal con cofia de colores claros sobre un vestido oscuro.

Un restaurante de calidad

Los menús del restaurante del Hotel Sandalio evolucionaron con el tiempo y a la par de la situación económica del país. En la década de los 40, en plena posguerra, es lógico imaginar platos sencillos y raciones escasas, pero a partir de los años 50 el restaurante despegó, y en los 60 y 70 alcanzó su mejor época. Muchas parejas de Elda celebraron allí su banquete de bodas, así como los bautizos y comuniones de sus hijos.

Algunas familias frecuentaban el restaurante: “Casi recuerdo el menú de los domingos: picoteo, ensalada ilustrada y la paella. Pero en días señalados emergían las proezas: cocidos con pelota el Día de la Virgen, con las carnes rustidas al horno con ajo, perejil y mantequilla, un cocido que quise homenajear muchas veces. Otras veces era día de catar una monumental gallina en pepitoria de culto, y unas mousses de chocolate y de limón espectaculares. Comidas de domingo en una Elda que cabía en un pañuelo”, recuerda Norberto Navarro.

Era un tiempo en que se cocinaba con ingredientes naturales y de la tierra, como gallinas de corral, aceite de la alcuza, agua del canto, piñones de los pinos de Bolón, azafrán de Alpera, el perejil de bancal, huevos blancos y gordos, y almendras partidas a mano, indica Norberto, quien, a pesar de su larga carrera en la hostelería, confiesa que “nunca pude, y mira que lo intenté, acercarme siquiera a la excelencia de aquella cocinera del Hotel Sandalio” y añade: “Me hubiera gustado conocer a la mujer que allí oficiaba a la que ahora tildo de heroína tres estrellas en mi particular santoral gastronómico”. Esa extraordinaria cocinera se llamaba Tomasa y solo sabemos de ella que era andaluza y que le gustaba tener brillante su enorme cocina industrial, por lo que cada día la fregaba con vinagre y piedra pómez.

Tomasa, la excelente cocinera, está sentada arriba a la derecha

El ambiente del hotel era de corrección, cordialidad y trabajo, por lo que es difícil encontrar anécdotas relacionadas con escarceos amorosos o sucesos de cualquier tipo. En todo caso, historias de amor entre clientes que vivieron allí y empleadas con las que se terminaron casando, como el doctor Miguel López Mora y  una joven camarera de la que desconocemos el nombre. En este sentido, Norberto Navarro indica: “Mi memoria no guarda episodio de cama alguno entre paisanos locales y las vocalistas que venían al Casino Eldense o a la sala de Fiestas 'La Playa' en lo que hoy es el edificio Fleming. Nada. En blanco, sea por natural recato del hotel, o por existir mejor emplazamiento para ello. Lo que sí me consta, a posteriori, es que tales sirvengozonerías, que diría mi madre Eulalia, existir, existieron”.

Quizá la ubicación del Hotel Sandalio era demasiado céntrica, cerca de la farmacia de José María Hernández, la droguería de Paco Esteban, la churrería, la plazoleta trasera de Santa Ana donde jugaban los niños, la ferretería de Rosique, la mercería de Isabelita, la Casa de las Flores y muy próxima a “la cola del petroleo”.

En el hotel viveron durante los años 40 de manera permanente el comisario de policía, el notario y el médico, por lo que los tres terminaron convirtiéndose en buenos amigos. El comisario Feliciano González Janeiro fue destinado a Elda unos años antes por el gobierno de la República para informar de las revueltas locales en esa época convulsa, y al acabar la guerra pidió regresar. Casualmente, el comisario y el notario, ya se conocían, pues procedían del mismo pueblo gallego, Mondoñedo. Respecto a los médicos, Ángel Luezas vivió allí hasta 1939, también el doctor Bastos y José Ferreira hasta que se casó.

Los años 40 y 50 llegaron marcados por la posguerra, una época de carestía económica y cultural, un periodo reflejado en innumerables novelas tristes como El viaje a ninguna parte de Fernando Fernán Gómez, una vida rutinaria y aburrida que describió Carmen Martín Gaite en Entre visillos, por citar solo algunas obras. En cambio, y por paradójico que resulte, los protagonistas de la historia del Hotel Sandalio recuerdan con un gran cariño este periodo gris y pobre de la historia de España, sobre todo sus trabajadores. Los trabajadores del Sandalio merecen un capítulo especial. Los clientes del hotel los conocían por sus nombres: Simón, el conserje, un hombre bueno y servicial que llegaba con la compra del día en cestas enormes; Ángel, el portero durante la noche; el señor Paco en recepción a cargo de la centralita que sonaba a todas horas; Elvira, la eficaz gobernanta, una pieza fundamental del hotel que trataba a los clientes como si fuesen sus hijos, pues no solo les planchaba la ropa, sino que se la ordenaba en el armario; Enrique, camarero y jefe de sala del restaurante, de andar rápido y pasos cortos para servir a tiempo la comida, a quien fueron a buscar al Negresco -tras marcharse la señora Nieves, una granadina estricta-; las planchadoras Dolores y Caridad, dos mujeres adorables; Esperanza encargada de las habitaciones; Paqui la eficiente contable…

Maribel Munuesa llegó a Elda en 1959 con apenas 12 años de edad para trabajar en el hotel. Sus padres procedían de un pueblo de Aragón y residían en Alicante. Poco después seguiría sus pasos su hermana Marina, que entró en el hotel cuatro años después, con 12 años también. Ambas vivirían y trabajarían en el Sandalio hasta 1969, cuando se marcharon para casarse: “Amalia y Remedios fueron dos mujeres muy valientes y adelantadas a su tiempo”, dicen con un profundo cariño y admiración hacia ellas. A pesar de que sus jornadas de trabajo eran interminables y de que nunca les hicieron un contrato, no dudan en afirmar con rotundidad que allí pasaron los años más felices de sus vidas.

Las hermanas Marina y Maribel Minuesa en la actualidad mostrando una imagen de su juventud en el hotel

En el hotel trabajaban muchas mujeres jóvenes que lo mantenían impecable y en perfecto orden bajo la estricta supervisión de las señoritas Amalia y Remedios, además de Elvira en las habitaciones y de Tomasa en la cocina. Maribel y Marina recuerdan que empezaban a trabajar a las 7 de la mañana y acababan a la 1 de la madrugada. A la hora del desayuno, la comida y la cena preparaban el comedor, lo servían y lo recogían. Además, hacían las camas y limpiaban las habitaciones y por la tarde planchaban con Dolores y Caridad, mientras otras dos costureras remendaban las sábanas, manteles o cosían algún botón de la camisa de un cliente. Por la tarde tenían un rato de descanso “nos íbamos al cine, aunque no podíamos ver la película completa porque teníamos que regresar a las 20:30 horas para preparar el comedor”. No obstante, el día comenzaba antes, pues “las señoritas nos mandaban a misa y, para comprobarlo, nos preguntaban de qué color era la casulla que llevaba el cura”.

Maribel fue también encargada de comedor, es decir, la responsable de tener las mesas a punto y de controlar el suministro de la bebida, donde los vinos más consumidos eran Diamante el blanco, la Banda Azul o Paternina, y el agua Lanjarón. 

Recuerdan con emoción que por el Sandalio pasaron artistas como Marujita Díaz, Antonio Machín, Rafael, Antonio Molina, “El Cordobés”, el Trío Calavera o Palomo Linares con 15 años. A pesar de lo que contaban las revistas de la época sobre las excentricidades de los artistas, en el hotel todos ellos fueron muy correctos, especialmente recuerdan por su educación a los componentes de un ballet ruso. Haciendo mucha memoria sí que hubo un grupo de personas que alteraron la paz que imperó durante toda la vida del hotel: los jóvenes de la selección danesa de balonmano que vino a jugar contra el Pizarro en 1965, pues por la noche armaron un gran revuelo en los pasillos, colocándose los orinales de sombrero.

También recalaron allí las visitas oficiales a la ciudad como el ministro de Industria, el alcalde de Novo Hamburgo o el gobernador de la provincia. Además, era el lugar donde el Ayuntamiento invitaba a comer a estas destacadas personalidades, según se recoge en las crónicas publicadas por Valle de Elda.

La vida transcurría en el hotel al ritmo de un trabajo frenético y rutinario, con todas las tareas propias de una enorme casa, incluyendo la compra, la cocina, y la ropa con lavado y planchado. Uno de los pocos acontecimientos traumáticos fue un incendio en 1961 que puso fin a las fastuosas cenas de Nochevieja: “Las mesas se habían decorado con gran esmero, los candelabros estaban adornados con piñas y otras frutas, los manteles tenían grandes lazos y el techo se cubrió con globos llenos de gas helio. Los camareros llevaban guantes blancos y los comensales iban muy elegantes, ellas con vestidos largos. Uno de los asistentes quiso hacer una gracia lanzando una cerilla a un globo y absolutamente todo ardió en un minuto; los globos explotaron y se quemaron las mesas y las cenas. Vinieron los bomberos y fue la última Nochevieja que se celebró. A la señorita Amalia le dio una especie de ataque”, lamenta Maribel.

Las hermanas Munuesa, a quienes los clientes llamaban cariñosamente “Pili y Mili” como las gemelas de la popular película española, recuerdan que la máxima ocupación del hotel coincidía con la celebración de las dos ferias de calzado anuales: “Venía muchísima gente, en esas fechas casi no se dormía, se reforzaba la plantilla y teníamos que mandar a gente a la Fonda Perico, a la Pajarita o a casas particulares”, recuerdan.

Los clientes llamaban a Maribel y Marina "Pili y Mili"

Maribel y Marina tuvieron que aguantar que muchas trabajadoras de las fábricas de calzado las miraran por encima del hombro: “Pensaban que un hotel tenía menos categoría, sin embargo, la señorita Amalia nos decía que la formación que nosotras habíamos adquirido en el hotel no la tenían ellas. Y es verdad, sabíamos colocar los cubiertos en una mesa, tratar con corrección a los clientes, hasta manejábamos la centralita…”.

Aunque tenían poco tiempo libre, estas dos niñas fueron creciendo y la juventud se abrió paso: Marina se hizo novia de Ismael, un muchacho que trabajaba enfrente en la oficina de la Caja de Ahorros Provincial de Alicante, que se enamoró de ella al verla limpiando las persianas exteriores. Él se acercaba al Sandalio con la excusa de que disponía de guías telefónicas de todas las provincias de España y necesitaba consultarlas por asuntos laborales: “Terminamos festeando en los sillones del hotel”, comenta Marina.

Una infancia feliz en el Sandalio

Raimundo Martínez conoció bien el Hotel Sandalio, pues su padre, el popular pediatra Don Federico lo castigó tres veranos consecutivos para enmendar sus malas notas escolares: “Era una extensión de mi casa y fui muy feliz allí”, comenta. Amalia era tía suya y su familia siempre mantuvo una relación muy estrecha con ella y con Remedios, a quien también llamaban tía.

El hotel fue el escenario de sus correrías infantiles, donde él y sus hermanos tenían una habitación fija. Les gustaba mucho ir allí porque sus tías consentían sus pequeños caprichos y no eran tan severas con sus trastadas como sus padres. Raimundo recuerda que una vez lanzó una bengala encendida por el hueco que existía en las habitaciones para mandar la ropa al lavadero y quemó la camisa de un cliente: “Yo iba por los pasillos con mi carnet de agente 007 que operaba en el Cuartel General del Sandalio, eran cosas que pasaban”, bromea. Lo que no puede olvidar es que de aquella anécdota se enteraron todos los niños de Elda cuando en plena actuación durante las Fiestas de Septiembre de la compañía de marionetas del señor Talio (padre de Andrés Moreno, que se hospedaba en el Sandalio), el personaje de Chacolín le llamó la atención públicamente diciendo que eso de ir por ahí quemando camisas estaba muy mal. Raimundo tardó un tiempo en perdonar a sus tías aquella afrenta y, por descontado, tuvo que pagar la camisa con el aguinaldo de las navidades de ese año.

Raimundo y Antonio vivieron parte de su infancia en el hotel

Recuerda lo que sentía al ver llegar a los clientes: “Los viajeros que por allí pasaban encerraban algo tan misterioso que parecía que vinieran de lugares maravillosos; en aquellos tiempos eran personas cuyo conocimiento del mundo exterior rozaba lo inimaginable. Traían gran cantidad de maletas que eran acarreadas por Simón con nuestra pequeña ayuda”, comenta Raimundo emocionado y añade que “por el año 1969 los americanos con su programa Apolo llegaban a la Luna, pero a mí me daba igual, pues yo había alunizado con días de antelación a los mandos de la centralita telefónica, con sus luces, hilos y botones”. 

Cuando llegaban las dos épocas de feria anuales, en marzo y septiembre, compraban servilletas de papel porque el lavadero no daba abasto y Raimundo colaboraba plegándolas “estaba muy orgulloso de formar parte del equipo”. Recuerda que iba “gente de todas las razas, sobre todo americanos, que eran muy altos, rubios y vestían sandalias y pantalones largos a cuadros. De vez en cuando venían mujeres guapas, maduras y bien vestidas que daban la sensación de ser muy seguras”. Pero quien más le impresionó fue el grupo de Los tres sudamericanos “uno llevaba unas gafas oscuras y yo quería saber averiguar si era ciego, y ella era la rubia más rubia del planeta”.  

En el restaurante del hotel probó sus primeros espaguetis, que servían a los italianos en grandes bandejas. Si hay un plato que todavía recuerda de aquella exquisita cocina es la ensaladilla rusa: “Estaba muy buena, con gambas y merluza, pero lo que la hacía especial era la mayonesa, pues utilizaban tarros enormes de la marca Musa para evitar que los clientes enfermaran con la casera, fueron pioneras en todo” y añade: “Eran unas mujeres maravillosas a las que siempre vi contentas y dispuestas a todo. Nunca las escuché quejarse”. 

Con el paso de los años, abrieron otros hoteles en Elda, mejoraron las comunicaciones con Alicante, que ofrecía mejores servicios, y las propietarias se hacían mayores, así que en junio de 1976 cerraron el comedor. Mantuvieron, en cambio, el hotel y, emprendedoras como fueron siempre, abrieron en la salita que daba a la calle una tienda de objetos de regalo de una gran calidad como porcelanas inglesas y detalles de la marca Valenti, donde se hacían listas de boda. La tienda se llamó “Rimar”, acrónimo de Rico y Martínez, los apellidos de ambas.

La aventura empresarial del Hotel Sandalio terminó en 1981. Amalia y Remedios rebasaban los 70 años y decidieron cerrar el negocio, derribar el edificio y construir uno nuevo que nunca llegó a levantarse. El proyecto técnico estaba hecho y se demolió el hotel, pero se presentaron problemas legales con un particular que poseía unos pocos metros del solar de un arrendamiento secular, que dieron lugar a diez años de pleitos. Aunque ganaron el juicio, Amalia y Remedios murieron y sus herederos vendieron el solar a la empresa Maisa.

Amalia falleció con 77 años por una afección cardiaca, mientras que Remedios vivió hasta los 93 años y, cuando ya no se pudo valer, residió durante siete años con sus sobrinos alternativamente, los hijos de Don Federico: Pedro, Federico y Raimundo. Finalmente, enferma de demencia senil, la trasladaron al asilo de Monóvar, donde iban a verla tres veces por semana.

Amalia y Remedios en uno de sus viajes a Madrid

Raimundo Martínez aprendió de ellas la mejor lección de su vida: “No me enseñaron cosas teóricas, sino una gran rectitud, seriedad hacia el trabajo y una predisposición a la superación diaria” y no duda en afirmar que, de haber nacido unos años antes sus hermanos o él, habrían terminado llevando el hotel, “creo que alguno de nosotros sería cocinero”. 

Vicente Valero publicó en Valle de Elda en 1984 la única entrevista realizada a Amalia. Esta mujer resumió la trayectoria del hotel con una frase: “Muchísimos de los clientes fueron más amigos que clientes y tuvieron el Hotel como una prolongación de sus hogares”.

El Hotel Sandalio fue también el hogar durante toda su vida de Amalia y de su gran amiga y socia Remedios, que siempre dijeron que eran primas lejanas, posiblemente para evitar las maledicencias de los chismosos. Unas mujeres que tuvieron en común su entrega incondicional a un negocio que constituyó su vocación y su casa, donde consolidaron grandes amistades con sus trabajadores y sus clientes.

Con el derribo del Hotel Sandalio, como tantos y tantos edificios que marcaron los hitos de nuestra modesta historia local, terminó una época, un tiempo que nació de la triste posguerra y avanzó con paso firme hacia la ciudad industrial y moderna que es Elda hoy. Terminamos con las palabras de Norberto Navarro, que conoció de cerca el gran Hotel Sandalio:

“Para muchos de nosotros ese solar desangelado sigue edificado y vivo, con su estrella y pedigrí, con su alfombra granate y la cornucopia del vestíbulo recién pintada. Y todavía hoy percibo los aromas de aquella cocina. Si al llegar al restaurante no veía a Amalia, enfilaba la cocina para darle un beso, no sin antes admirar una previsible gran fuente de mousse de chocolate (cuando en este pueblo no sabíamos todavía qué diablos era una mousse). Tras el beso, llegaba la pitanza entrañable en un pueblo soleado y lleno de esperanza”.

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