La palabra de Emilio Castelar. Cuatro discursos y un artículo introducidos y comentados por José Ramón Valero Escandell

LA PALABRA DE EMILIO CASTELAR Seccin de Publicaciones del EXCMO. AYUNTAMIENTO DE ELDA UNIVERSIDAD DE ALICANTE 2 PORTADA: Castelar en su gabinete de trabajo (de La Ilustracin Espaola y Americanas) ISBN. 84-500-9963-3 Depsito legal: A.384-1984 Grficas DIAZ, S.L. - Marte, 6 - Alicante La palabra de EMILIO CASTELAR Cuatro discursos y un artculo introducidos y comentados por JOSE RAMON VALERO ESCANDELL ALICANTE, 1984 Introduccin 7 Cuando el Ayuntamiento de Elda, coincidiendo con el sesqui centenario del nacimiento de Emilio Castelar, me ofreci la posi bilidad de realizar un estudio acerca de ste, comprend que el trabajo era, si no difcil, s al menos complicado. Castelar era un hombre tremendamente discutido en su poca y todava lo sigue siendo para los historiadores actuales. Hoy nos quedan slo algu nos estereotipos suyos. Muchos ven en l al mximo orador de un parlamentarismo absolutamente distinto al nuestro, un parlamen tarismo que se recreaba en la belleza de la frase, en la sonoridad grandilocuente; por degeneracin y mucha ignorancia hay quien llega a considerarlo como un ejemplo de charlatn poltico, de orador ampuloso y vaco; por contra, el recuerdo del mito se conserva hoy en da y hay quien lo cataloga como el prototipo del orador espaol. En otro orden de cosas, Castelar ha llegado a identificarse tanto con la poca en que le toc gobernar que se llega a personi ficar en l la Repblica (como suceder muchos aos despus con Manuel Azaa). Slo as se puede comprender que con la prima vera democrtica de 1931 fuese dedicada en honor a su memoria una de las principales plazas o avenidas de todos los pueblos y ciudades de Espaa. Vista imparcialmente, esta personificacin del concepto republicano en Castelar nos parece, si no absoluta mente injusto, s al menos excesivo. Muchos otros polticos de talla fueron, al menos, tan fieles como l a la Repblica recordemos, por ejemplo, a Francisco Pi y Margall y mucho menos transigentes en la defensa de los postulados que aquel r 9 gimen preconizaba. Fue precisamente esta llammosla fl exibili dad de Castelar para con los gobiernos diferentes a su posicin ideolgica especialmente durante la Regencia de Mara Cristina lo que hizo que, desde las esferas de poder, se potenciara su figu ra en detrimento de otros planteamientos republicanos ms radi cales: su ferviente respeto de la legalidad, su participacin en los dudosos comicios conservadores, su rechazo de los mtodos re volucionarios y su amistad personal con Cnovas del Castillo le hacan perfectamente asimilable por un rgimen que de este modo poda presumir de tolerante. Por ello, a comienzos de los aos treinta su prestigio personal se hallaba intacto, e incluso acrecentado y su figura se haba convertido en un mito casi idola trado por los grupos republicanos de centro -derecha (los radica les, por ejemplo). Castelar es, posiblemente, el poltico que mejor representa la frustracin espaola del siglo XX. Nace en 1832, cuando nuestro pas est todava inmerso en el Antiguo Rgimen; su apogeo nombramiento como presidente del poder ejecutivo republicano en 1873 coincide con el perodo lgido del intento de revolucin burguesa; su muerte llega en un momento 1899 de mximo pe simismo para nuestro pas tras la prdida de los ltimos restos del gigantesco imperio americano. Su propia vida y su evolucin poltica siguen fielmente el rumbo trazado por los acontecimien tos. Desde el mismo nacimiento Cdiz, 7 de septiembre de 1832 Castelar va a sufrir en su propia carne uno de los aspectos ms negativos de nuestra poltica decimonnica: la persecucin contra el contrario; su padre, Manuel Castelar, persona de arrai gadas ideas liberales haba tenido que huir precipitadamente de la ciudad ante el peligro de posibles represalias del gobierno ab solutista de la dcada ominosa. Se dice, sin excesivos fundamen tos, que fue uno de los que acompaaron a Torrijos en su fallido golpe de estado liberal. En la ciudad cuna del liberalismo espa ol, en la ciudad sede de una rica burguesa mercantil que no ter min de afianzarse, Castelar no es sino el hijo pstumo recin na cido de una viuda joven que debe alimentar adems a otra hija, Concha, casi en la pubertad; no debe extraar, por tanto, que dos arios despus los encontramos a todos en Elda, al amparo de los hermanos de su madre. En los arios en que Castelar centra su vida en Elda (de 1834 a 1848 aproximadamente), aos decisivos para l hasta el punto 10 de hacerle considerarse un eldense ms durante toda su vida, muchas cosas importantes van a cambiar en la vida espaola y en el mundo. La revolucin industrial, que ya se vena desarrollando desde la segunda mitad del siglo anterior en Inglaterra, da sus primeros pasos en nuestro pas sin un excesivo retraso con res pecto a los pases punteros del continente europeo, aunque s con una intensidad menor y con grandes desigualdades geogrficas; el rgimen seorial se desvanece a pasos agigantados y la burguesa va afianzando su poder econmico, apoyndose en medidas clara mente favorables para ella como la desamortizacin de Mendiz bal. El pas comienza a marchar tibiamente por un camino consti tucional en el que ya se entrev un gran defecto: la corta vigencia de unas constituciones que promulgan los unos contra los otros. Pero, pese a que tantas cosas parecen estar cambiando en el pas, lo cierto es que econmicamente Espaa an no ha vertebrado un mercado autnticamente nacional y siguen existiendo grandes reas altamente deprimidas; en lo social, el poder de la aristocra cia sigue siendo inamovible, las atribuciones de la Corona ampl simas, el poder ideolgico de la Iglesia absoluto y las desigualda des sociales tanto en la zonas agrarias como en las industrializa das muy marcadas; en lo cultural, la mayora de la poblacin si gue siendo analfabeta y las universidades funcionaban claramen te de espaldas a la vida. Mientras tanto el nio Castelar estudia sus primeras letras en la escuela de su pueblo, juega y corre por las huertas cercanas, marcha a Sax y Alicante para ampliar sus estudios, escribe sencillas obras literarias juveniles e interpreta piezas teatrales en la explanada del castillo eldense junto a mu chachos de su edad. Casi sin darse cuenta, el mundo va cambian do y el mismo ao en que marcha a Madrid para realizar estudios universitarios 1848 en Francia se produce la revolucin demo crtica (porque al liberalismo ya se le ven insuficiencias), los obreros ms conscientes de Europa leen el Manifiesto Comunista y Espaa tiene ya ferrocarriles. Ya en Madrid y siempre arropado por su madre y hermana los arios cincuenta son para Castelar una poca de maduracin intelectual y personal. En el aspecto acadmico, en 1851 y siendo an estudiante, consigue por oposicin el puesto de profesor au xiliar de la Escuela Normal de Filosofa; en 1857 gana la ctedra de Historia Crtica y Filosfica de Espaa en la Universidad de Madrid, se doctora con una tesis sobre Lucano y comienza en el politizado Ateneo una serie de polmicas conferencias que, aun que con el tan distante ttulo de Los cuatro primeros siglos del 11 Cristianismo, contenan constantes alusiones a la situacin pol tica contempornea. Comienza tambin durante aquella dcada sus inusitadamente prolficas colaboraciones en la prensa: ya en sus arios de Facultad escribe con su inseparable Morayta y Fran cisco de Paula Canalejas una hoja semiclandestina: La Voz Uni versal; luego vendr en 1854 la colaboracin en El Tribuno del Pueblo y La Soberana, peridicos de tendencia democrtica radical dirigidos por el presocialista Sixto Cmara; finalmente pa sar al ms importante peridico demcrata del momento, La Discusin, organizado en torno a Rivero, el nico diputado de di cha tendencia. Los arios sesenta representan para Castelar su consolidacin definitiva como poltico de primera lnea. Muchas cosas cambia rn en el mundo a lo largo de esta dcada. En las que luego se ran las primeras potencias mundiales de nuestro siglo se producen transformaciones sociales profundas: en Rusia, en 1861 que da abolida la servidumbre; al mismo tiempo en los estados Uni dos se desarrollaba la Guerra de Secesin que abolira la esclavi tud negra. Mientras en Europa se producen dos procesos de uni ficacin nacional importantes que culminarn en 1870; en Ale mania, Prusia especialmente desde que en 1862 Bismarck es nombrado canciller se convierte en el estado hegemnico que unificar el territorio tras la guerra contra la Francia de Napo len III; en Italia, la unificacin se realiz en torno a la casa de Saboya y pese a la oposicin austracista y pontificia. Pero la pol tica europea no se desarrollaba ya nicamente en nuestro conti nente: la apertura del canal de Suez, realizado y financiado por la tcnica y el capital europeos, marcaba un hito en el proceso colo nialista. Por otro lado, el desarrollo del movimiento obrero expe riment una aceleracin espectacular: en 1864 se funda la I In ternacional: en 1867, Marx publica el Capital. Por aquel enton ces, el mundo cientfico se escandalizaba ante la difusin de las ideas evolucionistas de Darwin, que ya en 1859 haba publicado su Origen de las especies. En Espaa tambin se produjeron cambios espectaculares. Si la dcada comienza con una cierta alegra econmica e incluso en poltica exterior se mantienen falsas ilusiones imperialistas guerra de Marruecos, guerra del Pacfico con Per la situacin poltica acentuaba cada vez ms el vaco en torno a la reina casti za, Isabel II. La brusca crisis econmica, industrial y financiera surgida en torno a 1866 es acentuada por la crisis de subsisten 12 cias de 1867; si a ello unimos las agitaciones polticas como la noche de San Daniel en 1865, la rebelin del cuartel de San Gil y las barricadas del 22 de junio de 1866 en Madrid encontramos el caldo de cultivo apropiado para la Revolucin Gloriosa, que en septiembre de 1868 derrib la dinasta borbnica e intent con sumar en Espaa una revolucin burguesa. Los arios anteriores a dicha revolucin septembrina anuncia ron, como ya hemos indicado, la talla poltica de Emilio Castelar. En 1864 abandon La Discusin, el peridico democrtico de Rivero, para fundar un peridico propio, a travs del cual man tendr precisamente ese mismo ario y frente a su antiguo diario una brillante polmica con Pi y Margall (el otro dirigente del re publicanismo doctrinario) acerca de planteamientos socioecon micos. Frente a las ideas socializantes del cataln, Castelar se descubre como ferviente defensor del individualismo. Ese mismo ao fue elegido miembro de la comisin organizadora del Partido Democrtico y, aunque renunci en noviembre, ya podemos con siderarlo como uno de los ms significativos lderes de la oposi cin a la dinasta. Pero es en 1865 cuando la figura de Castelar se agiganta: un famoso artculo suyo, El Rasgo, criticaba duramente a la reina, hasta el punto de que se teme sea suspendido de empleo y sueldo como catedrtico e incluso ingrese en prisin. Precisamente fue una manifestacin estudiantil contra este previsible cese la que originara la llamada Noche de San Daniel 10 de abril en la cual las fuerzas del orden asesinan a varios estudiantes. Seis das despus es cesado, aunque slo momentneamente. Ya en su fase ms radicalizada normalmente, no fue Castelar amigo de los m todos violentos participa en las barricadas de junio del 66, sien do condenado a muerte, aunque consigui exiliarse con la ayuda de Carolina Colorado y de la propia reina. Qu buenas relaciones las de este republicano con la Monarqua! En los dos arios de exi lio, Castelar vive de sus escritos, viaja por toda Europa, conspira en Ostende y contribuye a preparar la revolucin de septiembre. Vuelto a Espaa al mes del pronunciamiento, es elegido dipu tado y en los debates sobre la Constitucin de 1869 (la ms demo crtica del pasado siglo) llega al cenit de su fama como orador. Los discursos de Castelar como el de la libertad religiosa, o el posterior, de la benevolencia son escuchados casi con venera cin y ledos posteriormente por millares de personas. 13 La rpida evolucin de los acontecimientos muerte de Prim, fracaso de la solucin monrquica en la persona de Amadeo de Saboya, guerras carlista y de Cuba desembocan a comienzos de 1873 en la I Repblica. Durante el corto ario de vigencia plena del gobierno republicano (durante todo el 74 la Repblica sigui vigente nominalmente en el gobierno Serrano) los hechos se van a desatar todava ms deprisa y Castelar ir aumentando su in fluencia en cada uno de ellos. No hay que olvidar que en ese bre ve espacio de tiempo la Repblica cont con cuatro presidentes y perdi el apoyo de todos los partidos no republicanos: recurdese que la Repblica lleg gracias al apoyo de partidos monrquicos y que en las nicas elecciones que convoc todos estos optaron por el retraimiento electoral. En la Cmara republicana que, si no contena una representacin exacta de las ideologas espaolas del momento, si comprenda a todas aquellas que pudiesen apor tar soluciones modernizantes al pas la inestabilidad era total hasta el punto de que Figueras, el primer presidente, dimiti a la menor oportunidad; inestabilidad poltica que queda reflejada en el hecho de que la sublevacin cantonal (mezcla de federalismo y anarquismo) surgir precisamente durante el mandato de Pi y Margall, el presidente qe defendi el proyecto de repblica fede ral ms claro expuesto hasta entonces en el pas. El fracaso de Pi y Margall y de la izquierda de la Cmara, fundamentalmente debi do a no saber hacer frente a un cantonalismo que era la degene racin de su propio programa y a no poder frenar el avance car lista, dio el poder a los republicanos de Salmern, mucho ms moderados, que contaron con el apoyo de Castelar. El gobierno Salmern marc el punto de inflexin poltica de la burguesa es paola y su vuelta al conservadurismo, consigui dominar el mo vimiento cantonal (excepto Cartagena) y sigui contemplando el irresistible ascenso personal de Castelar, que el 25 de agosto fue elegido Presidente de las Cortes. El gobierno Salmern inici una seria reorganizacin del ejrcito y una frrea reconstruccin de su disciplina interna, aun en contra de la propia ideologa del presidente; se dice, mitad verdad/mitad leyenda, que Salmern renunci al cargo por negarse a firmar la pena de muerte de un soldado. Lo cierto es que con los votos favorables de los republicanos centristas de Salmern y con los de los republicanos unitarios, ms afines a l ideolgicamente, Castelar accede el da 5 de sep tiembre de 1873 al puesto de Presidente del Gobierno de la Rep blica, con la oposicin de la izquierda de la Cmara. El da 20 del 14 mismo mes se suspenden las reuniones de Cortes hasta los prime ros das del ao siguiente; con ello, Castelar gozar de un poder tericamente casi ilimitado, que utilizar para intentar pacificar al pas reclutando numerosas tropas que se opusieran a los suble vados cantonalistas de Cartagena, carlistas del norte e indepen dentistas cubanos, sin conseguir dominar totalmente a ninguno de ellos. Tambin dedic sus energas a algo mucho ms peligro so: intentar atraer a la Repblica a los sectores ms conservado res del pas, consiguiendo el apoyo de un amplio sector del parti do radical (el ms importante de los no republicanos, aunque sin poder parlamentario debido a su retraimiento electoral) y del ejrcito profesional; pero para ello hubo de alejarse cada vez ms de los federales, de los movimientos obreros, de la burguesa ms avanzada, en suma de los sutentadores del rgimen: llevada a la prctica, la Repblica de Castelar no es querida por los republi canos. Por ello, el 2 de enero, cuando se decida su continuidad, la mayora parlamentaria Salmern incluido est dispuesta a de rribarle por la fuerza de los votos y amplios sectores del estamen to militar a mantenerle por la fuerza de las armas. Cuando en la madrugada del 3 de enero las tropas de Pava suspenden la legali dad constitucional, Castelar se negar a mantenerse en el poder por medios ilegales y se instaurar un gobierno provisional presi dencialista en la persona de Serrano. Ya en este breve perodo de transicin, Castelar comienza la organizacin del posibilismo, el movimiento poltico que liderar durante la Restauracin. Para ello funda un nuevo peridico: El Orden (comprese el ttulo con el de La Democracia, fundado en los sesenta). A finales de diciembre de aquel ario, el general Martnez Campos se subleva en Sagunto contra Serrano, proclamando Rey de Espaa a Alfonso de Borbn, hijo de Isabel II. Se ha hablado mucho, y no sin razn, del buen hacer poltico de Cnovas del Castillo y del partido alfonsino, del Manifiesto de Sandhurst don de el futuro rey prometa un gobierno plenamente constitucional, de la sustitucin de la candidatura de una reina impresentable por la de su joven hijo, de que el cansancio poltico y las urnas traeran de nuevo a la dinasta, pero, a la hora de la verdad, tam bin hubieron de ser las armas quienes reinstaurasen la monar qua en Espaa; el disgusto que, dicen, tuvo Cnovas por el proce dimiento seguido, no deja de ser una curiosa ancdota sin reflejo poltico. 15 No acab la Restauracin con la vida poltica de Castelar; aunque ya nunca ms alcanzar puesto gubernamental alguno, fue con su benevolencia uno de los polticos fundamentales en los que se asentaba el sistema, la oposicin asimilable por la di nasta, prestigiado pero poco radical. Si bien es cierto que en 1875 se exili desde Cartagena y fue prohibido El Orden, tam bin lo es que ese mismo ao fund El Globo el principal de sus numerosos peridicos afines en esta etapa y fue elegido diputado por la ciudad de Barcelona, siendo su partido la nica fraccin republicana que particip en las elecciones, con lo que se convirti en el nico representante de la oposicin progresista y exterior al sistema en la Cmara que hubo de aprobar aunque no se dej discutir apenas la Constitucin de 1876. De Castelar partirn las crticas ms avanzadas que durante aquella legislatu ra sufrir el gobierno de Cnovas, aunque sus discursos merez can ms atencin por el mito de su belleza formal que por el con tenido poltico de los mismos: Castelar, a partir de entonces, ser slo un lujo esttico del parlamentarismo de su poca. En la docena larga de aos que van desde la Restauracin hasta que en 1888 Castelar abandona la poltica activa, Europa vi vi una era de expansin universal que culmin a mediados de los ochenta con la Conferencia de Berln que rubric el reparto colonial. En Espaa continu el desarrollo del capitalismo la eu foria econmica que los catalanes denominan febre dor y la aceleracin de la inversin extranjera, especialmente en la mine ra lo que indirectamente fomentar el crecimiento del sector si derutgico vasco; este desarrollo del capitalismo, y las consiguien tes contradicciones inherentes a dicho modo de produccin, ter minar reavivando con mayor fuerza an que durante el Sexenio al movimiento obrero espaol, una parte importante del cual se organizar en torno al primer sindicato de mbito nacional: la UGT. No ser, sin embargo, la de los ochenta una dcada propicia para el proyecto poltico del tribuno eldense: sus aspiraciones al poder se vern definitivamente truncadas por el liberalismo de Sagasta que, acatando la dinasta, llega al gobierno en 1881 defen diendo muchas de las libertades formales y de los derechos demo crticos que mantuvo continuamente Castelar desde fuera del sis tema; por otro lado, la oposicin progresista contra la monarqua la desempean mucho ms claramente los republicanos federa les, los movimientos obreros anarquizantes (que a comienzos del siglo siguiente cristalizarn en la mayor organizacin de masas de la historia de Espaa, la CNT) y un nuevo partido obrero, el so 16 cialista. Durante estos arios Castelar va aceptando cada vez ms el juego poltico legal que, por propia experiencia, sabe no es sino una falsedad absoluta basada en el ministro de Gobernacin (qu interesante la figura de Romero Robledo!) los gobernadores civi les y el cacique de pueblo; pese a todo esto, cuando en 1886 Villa campa intente un golpe de estado de carcter avanzado, criticar la sublevacin militar como mtodo de acceso al poder. En 1884 comprueba cmo una manifestacin estudiantil en favor suyo y de Morayta la Santa Isabel se le llam como pequeo recuerdo de la noche de San Daniel termina sin consecuencia poltica alguna. Pero tambin comprueba cmo varias de las libertades polticas por las que ha luchado se han ido afirmando: la ley de reunin, la de abolicin de la esclavitud, la ampliacin del dere cho al voto; su abandono de la poltica activa sirve para despejar el camino a los jvenes posibilistas que deseasen colaborar con los liberales. La oposicin de Castelar, rebajando sus exigencias al tiempo que el gobierno aumentaba las libertades democrticas, haba dejado de tener sentido. Slo al final de su vida, tras el desastre colonial, Castelar se asoma dbilmente a la vida pblica. Un artculo suyo, publicado en la Petite Revue Internationale, atacando la conducta de la Regente (casi un recuerdo del famoso El Rasgo) le vali un pro cedimiento por lo militar. El mismo mes de su muerte acaecida el 25 de mayo de 1899 en San Pedro del Pinatar haba anuncia do su vuelta a la poltica y encabezado un manifiesto republicano con decenas de miles de firmas. Ideolgicamente a Castelar se le considera un poltico repu blicano conservador. La catalogacin de Castelar como poltico conservador que evidentemente lo fue necesita muchas matiza ciones en un pas como Espaa donde se consideran conservado res gentes que no son sino feroces reaccionarios. Castelar fue ante todo un poltico democrtico; para l el sufragio universal, el respeto a la ley y la defensa de todos los derechos y libertades in dividuales (reunin expresin, asociacin, imprenta, jurado...) eran reglas fundamentales del juego poltico a las que no se poda renunciar. Despus, slidamente asentados en una defensa de los principios democrticos tan clara que ya quisiramos ver realiza da por muchos progresistas de ltima hora, es cuando podemos considerarlo como conservador en tanto que fiel defensor de la propiedad privada no sometida a fuertes restricciones ni contro les, enemigo de las principales ideologas obreristas (anarquismo, 17 comunismo, socialismo...) o militarista; conservador en tanto que su patriotismo exaltado no comprendi bien las peculiaridades de nuestros diversos pueblos y fue tremendamente colonialista en poltica exterior (la Europa dominadora del mundo es una reali dad que no discute ni siquiera moralmente); conservador a nivel personal: sus ambientes fueron aristocrticos, sus relaciones eco nmicas propias de la alta burguesa. Ms complicado resulta delimitar el pensamiento de Castelar acerca de cuestiones clave como la forma del Estado, las caracte rsticas del sistema democrtico, las libertades ciudadanas, los poderes fcticos (grupos econmicos, clero, militares), el patrio tismo, la cultura o el arte. Pensamos que, por un lado no es el mismo el Castelar joven y radical que el viejo entregado a Sagas ta, no es lo mismo el Castelar de las barricadas y de San Daniel, de la oposicin poderosa, del gobierno o de la oposicin testimo nial; por otra parte, a la hora de seleccionar citas del orador de ba hacerlo desde la propia postura personal (y por ello, como to das, tendenciosa). Por ello me decid a seleccionar algunos textos entre los ms caractersticos del ilustre poltico, an a sabiendas de lo prolijo de su produccin. Castelar fue un escritor e historiador infatiga ble, un orador que prodigaba sus largas intervenciones (sobre todo durante el Sexenio Revolucionario), recopiladas luego en ex tensas colecciones que alcanzaban una difusin inmensa para la poca. S que habrn quedado fuera muchos discursos esenciales algunos, como el llamado de la benevolencia, de gran impor tancia poltica en los meses previos a la I Repblica sobre temas como la libertad de imprenta, la abolicin de la esclavitud, las manipulaciones electorales, las formas de Estado o las crticas al Discurso de la Corona; tambin se prescinde por completo de sus publicaciones histricas, en parte porque su concepto de la Histo ria carece actualmente de la mnima vigencia y se trataba simple mente de una seleccin de hechos que apoyasen una posicin ideolgica, en parte porque hace continuas alusiones a cuestiones histricas en todas sus intervenciones pblicas; tampoco se ha se leccionado nada de su produccin literaria, salvo su artculo Re cuerdos de Elda que considero pieza obligada dado el motivo de esta publicacin, ya que pienso que en Castelar la talla del hom bre pblico es superior a la del escritor. El haber escogido los 18 cuatro discursos que publicamos (1) responde a varias razones: la voluntad de seleccionar intervenciones parlamentarias previas al perodo de la Repblica junto con otras de su mandato y de la Restauracin; el deseo de seleccionar discursos donde se expon gan planteamientos ideolgicos, tanto en el plano de las liberta des formales (el discurso de la libertad religiosa), como en el de los planteamientos socioeconmicos (el de la Internacional), como programas de gobierno, expuestos bien desde dentro del mismo (discurso del 2 de enero) bien desde el alejamiento de ste (discurso de Alzira). Y todo ello diferenciando las diversas etapas de su evolucin poltica al tiempo que dando mayor extensin al perodo revolucionario, en el cual la influencia de Castelar fue ms poderosa. Pienso que con estos cuatro discursos se cumple a la vez con todas aquellas condiciones y con la brevedad necesaria a todo libro de divulgacin. Creo que la misin se reduca a esta seleccin y a la realiza cin de unos breves comentarios previos a cada discurso que acerquen al lector a la coyuntura histrica en que fueron realiza dos y a las intenciones que persegua Castelar con cada uno de ellos (2). Si el lector medio puede llegar a travs de este libro a comprender mejor el significado de las palabras de Castelar y las intenciones de aquellos hombres que protagonizaron un intento frustrado de modernizacin de la sociedad espaola, se habr cumplido el objetivo. Jos Ramn Valero Escandell (1) Las ediciones originales de las que hemos extrado los textos seleccionados son las siguientes: Rectificacin al Sr. Manterola sobre la libertad religiosa y la separacin entre la Iglesia y el Estado, extrado de Discursos parlamentarios en la Asamblea Consti tuyente., tomo I, Madrid, Librera San Martn. Discurso sobre la sociedad de trabajadores llamada la Internacional, extrado de Discursos polticos dentro y fuera del parlamento en los aos de 1871 a 1873, tomo I, publicado cri Madrid por la Librera San Martn. Discurso del 2 de enero de 1874 y ,Discurso pronunciado en su obsequio el da 2 de octubre de 1880 por la democracia histrica de Alcira, extrados de Coleccin de Discursos Polticos del eminente escritor don Emilio Castelar., Imprenta de C. Verdejo, Valencia, 1880. Recuerdos de Elda o las fiestas de mi pueblo, extrado de la edicin de Tipogra fa de T. Minuesa, Madrid, 1899. Debemos advertir que, a pesar de su actualizacin, subyace ligeramente la ortografa propia de aquellas ediciones. (2) Quiero agradecer desde aqu a D. Glicerio Snchez Recio la lectura de la introduc cin y comentarios, y sus acertadas sugerencias, crticas y consejos en torno a ellos. 19 1. Discurso sobre la libertad religiosa 21 Discurso sobre la libertad religiosa y la separacin entre la Iglesia y el Estado (12 -IV -69) El discurso en defensa de la libertad religiosa es, sin duda al guna, el ms famoso y ms bello de todos los pronunciados por Emilio Castelar. El prrafo final (Dios es grande en el Sina...), extrado con casi completa exactitud de su obra literaria Ernes to, es una de las grandes joyas del parlamentarismo espaol de cimonnico, un parlamentarismo recargado en exceso de una ora toria tan fl orida como retardadora, tan bella como intil, que con virti en ocasiones y nunca tanto como en el 69 al palacio de Carrera de San Jernimo en un foro acadmico donde se discu tan principios abstractos y generales ms que situaciones con cretas, donde se atenda ms a la forma de expresar unas ideas que a las ideas mismas. Por ello no tiene nada de extrao que, como sucedi en este caso, tras el aplauso unnime al discurso de un parlamentario, su propuesta fuese derrotada al ser sometida a votacin. El problema religioso ha sido un punto de obligada discusin en todos los debates constitucionales de los siglos XIX y XX: des de las Cortes de Cdiz a la Constitucin de 1978, pasando por un momento lgido en las cortes republicanas de 1931, ha sido moti vo de desacuerdo entre las opciones ms conservadoras y progre sistas del espectro parlamentario. 1869 no iba a ser una excep cin. Tras la revolucin septembrina tres grandes posturas exis tan en el Parlamento con relacin a este tema. Una de ellas, la llamada unidad religiosa, defenda a la religin catlica como ofi cial y mantea la oposicin a la prctica pblica o privada de cual 23 quier otra religin, llegando incluso a pedir que se privara de sus derechos civiles y polticos a los no catlicos; por supuesto, de fenda este planteamiento la derecha ms reaccionaria, apoyada en dos sectores fundamentales: el carlismo, ideologa minoritaria pero fuerte en el Norte, y el clero catlico (con tres representan tes en el Parlamento) que haba desplegado una intenssima cam paa en todo el territorio nacional, recogiendo millones de fir mas. El sector mayoritario de la Cmara fundamentalmente los progresistas, unionistas y diversos demcratas: los autores de la Revolucin de Septiembre mantena una actitud eclctica, que no daaba sino mnimamente el inmenso papel social y poltico de la Iglesia Catlica. Si bien en el artculo propuesto y aprobado reconocan, de una manera ambigua y un poco de tapadillo (1), la libertad religiosa del pueblo espaol, especificaban clarsimamen te que el Estado se comprometa a mantener con fondos pblicos el culto y el clero de la religin dominante. Las ideologas ms radicales (los republicanos de todo tipo) eran partidarios de la plena libertad religiosa y de la absoluta in dependencia y neutralidad entre la Iglesia y el Estado; defendan un estado laico que garantizase a todo ciudadano el derecho a practicar la religin libremente escogida o ninguna, en su caso y, por supuesto, se oponan a que el erario pblico financiase re ligin alguna. Este planteamiento, en la Espaa del siglo pasado, donde la defensa de la Iglesia era el principal argumento de los partidos conservadores/reaccionarios, donde la Iglesia era el po der fctico ms claramente definido, hubiera representado en el aspecto ideolgico una autntica revolucin. Castelar era uno de sus principales propagandistas. En su discurso, el ilustre republicano replica al cannigo vi toriano Vicente Manterola, que haba defendido la primaca del (1) As, el artculo 21 de dicha constitucin tras manifestar claramente que la Nacin se obliga a mantener el culto y los ministros de la religin catlica habla de que se debe garantizar a los extranjeros residentes en Espaa el ejer cicio pblico o privado de cualquier otro culto (con limitaciones morales y de derecho) y concluye afirmando que si algunos espaoles profesasen otra reli gin que la catlica, es aplicable a los mismos lo dispuesto en el prrafo ante rior, (el relativo a los extranjeros). Queda clara, pues, la relacin Iglesia -Estado, se considera como excepcional la no confesionalidad catlica de algunos espaoles y no se habla para nada del mantenimiento a cargo del erario pblico de los dems cultos en rgimen de igualdad con el catolicismo. 24 poder religioso frente al civil y la unidad religiosa de la nacin espaola. Castelar se cuida mucho de atacar los dogmas de la Iglesia ni los cultos catlicos, para centrar su intervencin en el papel de la Iglesia como poder del Estado, en la amenaza que el Estado confesional supone para los derechos individuales, que para los liberales teorizantes de aquella poca eran indiscutibles y previos a la propia ley. Tres aspectos fundamentales destacan a lo largo del discurso. En primer lugar, su exposicin de los peligros del Estado confe sional frente al laico. As, explica que, en todo pas donde la reli gin sea mantenida por el Estado, la autoridad civil podra cam biar arbitrariamente de religin, citando multitud de ejemplos histricos; ataca incluso el control que los revolucionarios fran ceses aplicaron a la Iglesia (juramento civil del clero) y reconoce incluso el derecho de los prelados a representar al pueblo, como ciudadanos que son. Pero, por contra, afirma que en todo Estado al servicio de una religin se violan los derechos de los no creyentes y descubre, no slo que el control religioso era un fre no para el trabajo intelectual y el progreso cientfico en las uni versidades, sino que a lo largo de la historia muchos crmenes fueron realizados con el beneplcito de la jerarqua eclesistica. Por contra, mediante ejemplos como la celebracin de la fiesta del domingo en diversos pases, demuestra que, en aquellos luga res donde existe libertad religiosa y la religin es aceptada por la propia conciencia de cada hombre, la fe religiosa es algo ms pro fundo y arraigado. Un segundo aspecto a destacar es la continua referencia a los asuntos espaoles en el discurso. Castelar busca con ello, en todo momento, rebatir la idea de que lo ms patritico, lo ms genui namente espaol es la intolerancia catlica. Por ello explica que la soberana nacional dogma bsico de aquella constitucin se ra ms fuerte sin estar mediatizada por autoridades extranjeras (el Papa en aquellos momentos conservaba todava su autoridad temporal sobre parte de Italia). Tambin afirma que la intoleran cia religiosa no es una caracterstica espaola, demostrando que la Espaa medieval vivi un perodo de convivencia entre he breos, rabes y cristianos, con la proteccin de reyes santos y sa bios. Desarrolla los aspectos positivos del judaismo espaol, ata ca la violencia inquisitorial y muestra la decadencia de nuestras universidades por anteponer el dogma religioso al razonamiento cientfico. 25 Pero el aspecto ms genial de todo el discurso es la utiliza cin de argumentos propios de la religin cristiana para rebatir al clrigo. No slo cuando utiliza las palabras de San Pablo para afirmar que la creencia en una religin es un acto voluntario; no slo cuando se considera ms cristiano que el mismo Manterola porque cree en la misericordia divina. Su argumento principal es ese disidente Jess de Nazaret, asesinado por los defensores de la intolerancia religiosa. 26 Capilla ardiente con . los restos de Emilio Castelar (de La Ilustracin Es paola y Americana). Castelar creyente heterodoxo y tolerante, a partir de su contestacin parlamentaria a Manterola, ser un nombre aso ciado para siempre a la idea de la libertad religiosa en Espaa. 27 Emilio Castelar en 1868 (de La Ilustracin Espaola y Americana). 28 Seores Diputados: Inmensa desgracia para m, pero mayor desgracia todava para las Cortes, verme forzado por deberes de mi cargo, por deberes de cortesa, a embargar casi todas las tardes, contra mi voluntad, contra mi deseo, la atencin de los seores Diputados. Yo espero que las Cortes me perdonarn si tal hago en fuerza de las razones que a ello me obligan; y que no atribuirn de ninguna suerte tanto y tan largo y tan continuado discurso a intem perancia ma en usar de la palabra. Prometo solemnemente no vol ver usarla en el debate de la totalidad. Deca mi ilustre amigo el Sr. Ros Rosas en la ltima sesin, con la autoridad que le da su palabra, su talento, su alta elocuen cia, su ntegro carcter, decame que dudaba si tena derecho dar me consejos. Yo creo que S.S. lo tiene siempre: como orador, lo tie ne para drselos un principiante; como hombre de Estado, lo tie ne para drselos al que no aspira a este ttulo; como hombre de ex periencia, lo tiene para drselos al que entra por vez primera en este respetado recinto. Yo los recibo, y puedo decir que el da en que el Sr. Ros Rosas me aconsej que no tratara a la Iglesia catli ca con cierta aspereza, yo dudaba si haba obrado bien; yo dudaba si haba procedido bien, yo dudaba si haba sido justo injusto, si haba sido cruel, y sobre todo, si haba sido prudente. Qu dije yo, seores, qu dije yo entonces Yo no ataqu nin guna creencia, yo no ataqu el culto, yo no ataqu el dogma. Yo dije que la Iglesia catlica, organizada como vosotros la organizis, or ganizada como un poder del Estado, no puede menos de traernos grandes perturbaciones y grandes conflictos, porque la Iglesia cat lica con su ideal de autoridad, con su ideal de infalibilidad, con la ambicin que tiene de extender estas ideas sobre todos los pueblos, 29 no puede menos de ser en el organismo de los Estados libres causa de una continua perturbacin en todas las conciencias, causa de una constante amenaza a todos los derechos. Si alguna duda pudierais tener, si algn remordimiento pudie ra asaltaros, seores, no se ha levantado el Sr. Manterola con la autoridad que le da su ciencia, con la autoridad que le dan sus vir tudes, con la autoridad que le da su alta representacin en la Igle sia, con la autoridad que le da la altsima representacin que tiene en este sitio, no se ha levantado decirnos en breves, en sencillas, en elocuentsimas palabras, cul es el criterio de la Iglesia sobre el derecho, sobre la soberana nacional, sobre la tolerancia intole rancia religiosa, sobre el porvenir de las naciones Si en todo su discurso no habis encontrado lo que yo deca, si no habis hallado que reprueba el derecho, que reprueba la conciencia moderna, que reprueba la filosofa novsima, yo declaro que no ha dicho nada, yo declaro que todos vosotros tenis razn y yo condeno mi propio pensamiento. Pero su discurso, absolutamente todo su discurso, no ha sido ms que una completa confirmacin de mis palabras; cuan to yo deca, lo ha demostrado el Sr. Manterola. Pues qu, no ha di cho que el dogma de la soberana nacional, expresado en trminos tan modestos por la comisin, es inadmisible, puesto que el clero no reconoce ms dogma que la soberana de la Iglesia Y no os dice esto que despus de tantos y tan grandes cataclismos, que des pus de las guerras de las investiduras, que despus de las guerras religiosas, que despus del advenimiento de tantos Estados laicos, que despus de tantos Concordatos en que la Iglesia ha tenido que aceptar la existencia civil de muchas religiones, an no ha podido desprenderse de su antiguos criterio, del criterio de Gregorio VIII y de Inocencio III, y an cree que todos los poderes civiles son una usurpacin de su poder soberano Seores, nadie como yo ha aplaudido la presencia en este sitio del Sr. Manterola, la presencia en este sitio del ilustre obispo de Jan, la presencia en este sitio del ilustre cardenal de Santiago. Yo crea, yo creo que esta Cmara no sera la expresin de Espaa si a esta Cmara no hubieran venido los que guardan todava el sagra do depsito de nuestras antiguas creencias, y los que an dirigen la moral de nuestras familias. Yo los miro con mucho respeto, yo los considero con gran veneracin, por sus talentos, por su edad, por el altsimo ministerio que representan. Consagrado desde edad tem prana . al cultivo de las ideas abstractas, de las ideas puras, en me dio de una sociedad entregada con exceso al culto de la materia, en medio de una sociedad muy aficionada a la letra de cambio, en esta 30 especie de indiferentismo en que ha cado un poco la conciencia ol vidada del ideal, admito, s, admito algo de divino, si es que ha de vivir el mundo incorruptible y ha de conservar el equilibrio, la ar mona entre el espritu y la naturaleza, que es el secreto de su gran deza y de su fuerza. Pero, seores, digo ms: hago una concesin mayor todava a los seores que se sientan en aquel banco (sealando al de los Pre lados); les hago una concesin que no me duele hacerles, que debo hacerles, porque es verdad. A medida que crece la libertad, se aflo jan los lazos materiales: medida que los lazos materiales se aflo jan, se aprietan los lazos morales. As es necesario para que una so ciedad libre pueda vivir, es indispensable que tenga grandes lazos de idea, gil e reconozca deberes, deberes impuestos, no por la auto ridad civil, no por los ejrcitos, sino por su propia razn, por su propia conciencia. Por eso, seores, yo no he visto, cuando he ido los pueblos esclavos, no he visto nunca observada la fiesta del do mingo; yo no la he visto observada en Espaa, yo no la he visto ob servada jams en Pars. El domingo en los pueblos esclavos es una saturnal. En cam bio, yo he visto el domingo celebrado con una severidad extraordi naria, con una severidad de costumbres que asombra, en los dos nicos pueblos libres que he visitado en mi larga peregrinacin por Europa, en Suiza y en Inglaterra. Y de qu depende Yo s de lo que depende: depende de que all hay lazos de costumbres, lazos de inteligencia, lazos de costumbres y de inteligencia que no existen donde la religin se impone por la fuerza a la voluntad, a la con ciencia, por medio de leyes artificiales y mecnicas. As me deca un prncipe ruso, en Ginebra, que haba ms libertad en San Pe tersburgo que en Nueva York; y preguntndole yo por qu, me con testaba: Por una razn muy sencilla: porque yo soy muy aficionado a la msica, y en San Petersburgo puedo tocar el violn en domingo, mientras que no puedo tocarlo en Nueva York. He aqu cmo la se paracin de la Iglesia y el Estado, cmo la libertad de cultos, cmo la libertad religiosa engendra este gran principio, la aceptacin vo luntaria de la religin y de la metafsica, o de la moral, que es como la sal de la vida, y conserva sana la conciencia. Ya sabe el Sr. Manterola lo que San Pablo dijo: Nihil tam vo luntarium quam religio. Nada hay tan voluntario como la religin. l gran Tertuliano, en su carta a Escpula, deca tambin: Non est religionis cogere religionem. No es propio de la religin obligar por fuerza, cohibir para que se ejerza la religin. Y qu ha estado 31 pidiendo durante toda esta tarde el Sr. Manterola Qu ha estado exigiendo durante todo su largo discurso a los seores de la comi sin Ha estado pidiendo, ha estado exigiendo que no se pueda ser espaol, que no se pueda tener el ttulo de espaol, que no se pue dan ejercer derechos civiles, que no se pueda aspirar las altas magistraturas polticas del pas sino llevando impresa sobre la car ne la marca de una religin forzosamente impuesta, no de una reli gin aceptada por la razn y por la conciencia. Por consiguiente, el Sr. Manterola, en todo su discurso, no ha hecho ms que pedir lo que pedan los antiguos paganos, los cuales no comprendan esta gran idea de la separacin de la Iglesia y del Estado; lo que pedan los antiguos paganos, que consista en que el rey fuera al mismo tiempo papa, o, lo que es igual, que el Pontfice sea al mismo tiempo, en alguna parte y en alguna medida, rey de Espaa. Y sin embargo, en la conciencia humana ha concluido para siempre el dogma de la proteccin de las Iglesias por el Estado. El Estado no tiene religin, no la puede tener, no la debe tener. El Es tado no confiesa, el Estado no comulga, el Estado no se muere. Yo quisiera que el Sr. Manterola tuviese la bondad de decirme en qu sitio del Valle de Iosafat va a estar el da del juicio el alma del Es tado que se llama Espaa. (Grandes aplausos). Supona un gran poeta alemn hallarse all en el polo. Era una de esas inmensas noches polares en que las auroras de color de rosa se reflejan sobre el hielo. El espectculo era magnfico, era in descriptible. Hallbase a su lado un misionero, y como una ballena se moviese, le deca el misionero al poeta: Mirad, ante este grande y extraordinario espectculo, hasta la ballena se mueve y alaba a Dios. Un poco ms lejos hallbase un naturalista, y el alemn le dijo: Vosotros, los naturalistas, solis suprimir la accin divina en vuestra ciencia; pues he aqu que este misionero me ha dicho que cuando ese gran espectculo se ofreci a nuestra vista en el seno de la naturaleza, hasta la ballena se mova y alababa a Dios. El natu ralista contest al poeta alemn: No es eso; es que hay ciertas ra tas azules que se meten en el cuerpo de la ballena, y al fijarse en ciertos puntos del sistema nervioso, la molestan y la obligan a que se conmueva; porque ese animal tan grande y que tiene tantas arro bas de aceite, no tiene, sin embargo, ni un tomo de sentimiento re ligioso. Pues bien, exactamente lo mismo puede decirse del Estado. Ese animal tan grande no tiene ni siquiera un tomo de sentimiento religioso. (Risas) 32 Y si no, en nombre de qu condenaba el seor Manterola, al finalizar su discurso, los grandes errores, los grandes excesos, cau sa tal vez de su perdicin, que en materia religiosa cometieron los revolucionarios franceses No crea el Sr. Manterola que nosotros estamos aqu para defender los errores de nuestros mismos amigos: como no nos creemos infalibles, no nos creemos impecables, ni de positarios de la verdad absoluta; como no creemos tener las reglas eternas de la moral y del derecho, cuando nuestros amigos se equi vocan, condenamos sus equivocaciones, cuando yerran los que nos han precedido en la defensa de la idea republicana, decimos que han errado porque nosotros no tenemos desde hace diez y nueve si glos el espritu humano amortizado en nuestros altares. Pues bien, Sres. Diputados: Barnave, que comprenda mejor que otros de los suyos la Revolucin francesa, deca: Pido en nom bre de la libertad, pido en nombre de la conciencia, que se revoque el edicto de los reyes, que arrojaba a los jesutas. La Cmara no quiso acceder, y aquella hubiera sido medida mucho ms prudente, ms sabia, ms progresiva, que la medida de exigir al clero el jura mento civil, lo cual trajo tantas complicaciones y tantas desgracias sobre la Revolucin francesa. En nombre del principio que el Sr. Manterola ha sostenido esta tarde de que el Estado puede y debe imponer una religin, Enrique VIII pudo en un da cambiar la reli gin catlica por la protestante como Teodosio, por una especie de golpe de Estado semejante al de 18 de Brumario, pudo cambiar en el Senado romano la religin pagana por la religin catlica; como la Convencin francesa tuvo la debilidad de aceptar por un momen to el culto de la diosa razn; como Robes pierre proclam el dogma del Ser supremo, diciendo que todos deban creer en Dios para ser ciudadanos franceses, lo cual era una reaccin inmensa, reaccin tan grande como la que realiz Napolen I cuando, despus de ha ber dudado si restaurara el protestantismo o restaurara el catoli cismo, se decidi por restaurar el catolicismo, solamente porque era una religin autoritaria, solamente porque haca esclavos a los hombres, solamente porque haca del antiguo papa y del nuevo Car lomagno una especie de dioses. Por consecuencia, el Sr. Manterola no tena razn, absoluta mente ninguna razn, al exigir, en nombre del catolicismo, en nom bre del cristianismo, en nombre de una idea moral, en nombre de una idea religiosa, fuerza coercitiva, apoyo coercitivo al Estado. Esto sera un gran retroceso, porque, seores, o creemos en la reli gin porque as nos lo dicta nuestra conciencia, o no creemos en la religin porque tambin la conciencia nos lo dicta as. Si creemos 33 en la religin porque nos lo dicta nuestra conciencia, es intil, com pletamente intil, la proteccin del Estado; si no creemos en la reli gin porque nuestra conciencia nos lo dicta, en vano es que el Esta do nos imponga la creencia; no llegar hasta el fondo de nuestro ser, no llegar al fondo de nuestro espritu: y como la religin, des pus de todo, no es tanto una relacin social como una relacin del hombre con Dios, podris engaar con la religin impuesta por el Estado a los dems hombres, pero no engaaris jams a Dios, a Dios, que escudria con su mirada el abismo de la conciencia. (Grandes aplausos) Hay en la Historia dos ideas que no se han realizado nunca; hay en la sociedad dos ideas que nunca se han realizado: la idea de una nacin, y la idea de una religin para todos. Yo me detengo en este punto, porque me ha admirado mucho la seguridad con que el seor Manterola deca que el catolicismo progresaba en Inglaterra, que el catolicismo progresaba en los Estados Unidos, que el catoli cismo progresaba en Oriente. Seores, el catolicismo no progresa en Inglaterra. Lo que all sucede es que los liberales, esos liberales tenidos siempre por rprobos y herejes en la escuela de S.S., reco nocen el derecho que tiene el campesino catlico, que tiene el po bre irlands, no pagar de su bolsillo una religin en que no cree su conciencia. Esto ha sucedido y sucede en Inglaterra. En cuanto los Estados Unidos dir que all hay 34 6 35 millones de habitan tes; de estos 34 35 millones de habitantes, hay 31 millones de protestantes y 4 millones de catlicos, si es que llega; y estos 4 mi llones se cuentan, naturalmente, porque all hay muchos europeos, y porque aquella nacin ha anexionado la Lusiania, Nuevas Tejas, la California, y, en fin, una porcin de territorios cuyos habitantes son de origen catlico. Pero, seores, lo que ms me maravilla es que el Sr. Manterola dijera que el catolicismo se extiende tambin por el Oriente. Ah, seores! Haced esta ligera reflexin conmigo: no ha sido posible, lo ha intentado Csar, lo ha intentado Alejandro, lo ha intentado Car lomagno, lo ha intentado Carlos V, lo ha intentado Napolen; no ha sido posible constituir una sola nacin: la idea de variedad y de au tonoma de los pueblos ha vencido a todos los conquistadores; y tampoco ha sido posible crear una sola religin: la idea de la liber tad de conciencia ha vencido los Pontfices. Cuatro razas fundamentales hay en Europa: la raza latina, la raza germnica, la raza griega y la raza eslava. Pues bien, en la raza latina, su amor a la unidad, su amor a la 34 disciplina y a la organizacin se ve por el catolicismo: en la raza germnica, su amor a la conciencia y al derecho personal, su amor a la libertad del individuo se ve por el protestantismo: en la raza griega, se nota todava lo que se notaba en los antiguos tiempos, el predominio de la idea metafsica sobre la idea moral; y en la raza eslava, que est preparando una gran invasin en Europa, segn sus sueos, se ve lo que ha sucedido en los imperios autoritarios, lo que sucedi en Asia y en la Roma imperial, una religin autocrti ca. Por consiguiente, no ha sido posible de ninguna suerte encerrar a todos los pueblos modernos en la idea de la unidad religiosa. Y en Oriente Seores, yo traer maana al Sr. Manterola, a quien despus de haber combatido como enemigo abrazar como hermano, en prueba de que practicamos aqu los principios evang licos; yo le traer maana un libro de la Sociedad oriental de Fran cia, en que hay un estado del progreso del catolicismo en Oriente, y all se convencer S.S. de lo que voy afirmar. En la historia anti gua, en el antiguo Oriente hay dos razas fundamentales: la raza in do -europea y la raza semtica. La raza indo -europea ha sido la raza pagana que ha creado los dolos, la raza civil que ha creado la filosofa y el derecho poltico: la raza semtica es la que crea todas las grandes religiones que to dava son la base de la conciencia moral del gnero humano: Maho ma, Moiss, Cristo, puede decirse que abrazan completamente toda la esfera religiosa moderna en sus diversas manifestaciones. Pues bien: cul es el carcter de la raza indo -europea que ha creado a Grecia, Roma y Germania El predominio de la idea de particularidad y de individualidad de la idea progresiva sobre la idea de unidad inmvil. Cul es el carcter de la raza semtica que ha creado las tres grandes religiones, el mahometismo, el judasmo y el cristianismo El predominio de la idea de unidad inmvil so bre la idea de variedad progresiva. Pues todava no existe eso en Oriente. As es que los cristianos de la raza semtica adoran a Dios, y apenas se acuerdan de la segunda y tercera persona de la Santsi ma Trinidad, mientras que los cristianos de la raza indo -europea adoran a la Virgen y a los santos, y apenas se acuerdan de Dios. Por qu Porque la metafsica no puede destruir lo que est en el organismo y en las leyes fatales de la Naturaleza. Seores, entremos ahora en algunas de las particularidades del discurso del Sr. Manterola. Decanos S.S.: Cundo han tratado mal, en qu tiempo han tratado mal los catlicos y la Iglesia catli ca a los judos. Y al decir esto se diriga m, como reconvinin 35 dome, y aada: Esto lo dice el Sr. Castelar, que es catedrtico de Historia. Es verdad que lo soy, y lo tengo a mucha honra: y por consiguiente, cuando se trata de historia es una cosa bastante dif cil el tratar con un catedrtico que tiene ciertas nociones muy fres cas, como para m sera muy difcil el tratar de teologa con perso na tan altamente caracterizada como el Sr. Manterola. Pues bien, cabalmente en los apuntes de hoy para la explicacin de mi ctedra tena el siguiente: En la escritura de fundacin del monasterio de San Cosme y San Damin, que lleva la fecha de 978, hay un inventa rio que los frailes hicieron de la manera siguiente: primero ponan varios objetos; y luego ponen 50 yeguas, y despus 30 moros y 20 moras: es decir, que ponan sus 50 yeguas antes que sus 30 mo ros y sus 20 moras esclavas. De suerte que para aquellos sacerdotes de la libertad, de la igualdad y de la fecundidad, eran antes sus bestias de carga que sus criados, que sus esclavos, lo mismo, exactamente lo mismo que para los antiguos griegos y para los antiguos romanos. (Aplausos) Seores, sobre esto de la unidad religiosa hay en Espaa una preocupacin de la cual me quejo, como me quejaba el otro da de la preocupacin monrquica. Nada ms fcil que a ojo de buen cu bero decir las cosas. Espaa es una nacin eminentemente monr quica, y se recoge esa idea y cunde y se repite por todas partes has ta el fin de los siglos. Espaa es una nacin intolerante en materias religiosas, y se sigue esto repitiendo, y ya hemos convenido todos en ello. Pues bien: yo le digo a S.S. que hay pocas, muchas pocas en nuestra historia de la Edad Media en que Espaa no ha sido nunca, absolutamente nunca, una nacin tan intolerante como el Sr. Man terola supone. Pues qu, hay, por ventura, en el mundo nada ms ilustre, nada ms grande, nada ms digno de la corona material y moral que lleva, nada que en el pas est tan venerado, como el nombre ilustre del inmortal Fernando III, de Fernando III el San to Hay algo Conoce el Sr. Manterola algn rey que pueda po nerse a su lado Mientras su hijo conquistaba a Murcia, l conquis taba Sevilla y Crdoba. Y qu haca, seor Manterola, con los mo ros vencidos Les daba el fuero de los jueces, les permita tener sus mezquitas, les dejaba sus alcaldes propios, les dejaba su propia le gislacin. Haca ms: cuando era robado un cristiano, al cristiano se devolva lo mismo que se le robaba; pero cuando era robado un moro, al moro se le devolva doble. Esto tiene que estudiarlo el Sr. Manterola en las grandes leyes, en los grandes fueros, en esa gran 36 tradicin de la legislacin mudjar, tradicin que nosotros podra mos aplicar ahora mismo a las religiones de los diversos cultos el da que establecisemos la libertad religiosa y diramos la prueba de que, como dijo Madame Stael, en Espaa lo antiguo es la liber tad, lo moderno el despotismo. Hay, seores, una gran tendencia en la escuela neocatlica a convertir la religin en lo que decan los antiguos; los antiguos de can que la religin slo serva para amedrentar a los pueblos; por eso deca el patricio romano: Religio id est, metus: la religin quie re decir miedo. Yo podra decir a los que hablan as de la religin aquello que dice la Biblia: Congnovit bos posesorem suum, et asi nus proesepe dominisunt, et Israel non cognovit, et populus meus non intelexii, que quiere decir que el buey conoce su amo, el asno su pesebre, y los neocatlicos no conocen a su Dios. La intolerancia religiosa comenz en el siglo XIV, continu en el siglo XV Por el predominio que quisieron tomar los reyes sobre la Iglesia, se inaugur, digo, una gran persecucin contra los ju dos; y cuando esta persecucin se inaugur, fu cuando San Vicen te Ferrer predic contra los judos, atribuyndolos, una fbula que nos ha citado hoy el Sr. Manterola y que ya el P. Feijo refut hace mucho tiempo: la dichosa fbula del nio, que se atribuye a todas las religiones perseguidas, segn lo atestigua Tcito y los antiguos historiadores paganos. Se dijo que un nio haba sido asesinado y que haba sido bebida su sangre, atribuyndose este hecho a los ju dos, y entonces fu cuando, despus de haber odo San Vicente Ferrer, degollaron los fanticos a muchos judos de Toledo que ha ban hecho de la judera de la gran ciudad el bazar ms hermoso de toda la Europa occidental. Y para esto no ha tenido una sola pala bra de condenacin, sino antes bien de excusa el Sr. Manterola, en nombre de Aquel que haba dicho: Perdnalos, porque no saben lo que se hacen. Lo detestaba, ha dicho el Sr. Manterola, y lo detesto: pues en tonces debe S.S. detestar toda la historia de la intolerancia religio sa, en que, siquiera sea duro el decirlo, tanta parte, tan principal parte le cabe a la Iglesia. Porque sabe muy bien el Sr. Manterola, y esta tarde lo ha indicado, que la Iglesia se defenda de esta gran mancha de sangre, que deba olerle tan mal como le ola aquella c lebre sangre a lady Macbeth, diciendo: Nosotros no matbamos al reo, lo entregbamos al brazo civil. Pues es lo mismo que si el ase sino dijera: Yo no he matado, quien ha matado ha sido el pual. La Inquisicin, seores, la Inquisicin era el pual de la Iglesia! 37 Pues qu, Sres. Diputados, no est esto completamente averi guado, que la Iglesia persegua por perseguir Quiere el Sr. Man terola que yo le cite la Encclica de Inocencio III, y maana se la traer, porque no pensaba yo que hoy se tratase de librar la Igle sia del dictado de intolerante, en cuya Encclica se condenaba a eterna esclavitud a los judos Quiere que le traiga la carta de San Po V, Papa santo, el cual, escribiendo a Felipe II, le deca: Que era necesario buscar a toda costa un asesino pera matar a Isabel de Inglaterra, con lo cual se prestara un gran servicio a Dios y al Es tado Me preguntaba el Sr. Manterola si yo haba estado en Roma. S, he estado en Roma, he visto sus ruinas, he contemplado sus 300 cpulas, he asistido a las ceremonias de la Semana Santa, he mira do las grandes Sibilas de Miguel Angel, que parecen repetir, no ya las bendiciones, sino eternas maldiciones sobre aquella ciudad; he visto la puesta del sol tras la baslica de San Pedro, me he arroba do en el xtasis que inspiran las artes con su eterna irradiacin, he querido encontrar en aquellas cenizas un tomo de fe religiosa, y slo he encontrado el desengao y la duda. S, he estado en Roma y he visto lo siguiente, seores Diputa dos, y aqu podra invocar la autoridad del Sr. Posada Herrera, em bajador revolucionario de la nacin espaola, que tantas y tan ex traordinarias distinciones ha merecido al Papa, hasta el punto de haberle formado su pintoresca guardia noble. Hay, seores, en Roma un sitio que es lo que se llama sala regia, en cuyo punto est la gran capilla Sixtina Paulina, inmortalizada por Miguel Angel, y la capilla donde se celebran los misterios del Jueves Santo, donde se pone el monumento, y en el fondo el sitio por donde se entra las habitaciones particulares de Su Santidad. Pues esta sala se ha lla pintada, si no me engao, aunque tengo muy buena memoria, por el clebre historiador de la pintura en Italia, por Vasari, que era un gran historiador, pero un mediano artista. Este grande histo riador haba pintado aquellos salones a gusto de los Papas, y haba pintado, entre otras cosas, la falsa donacin de Constantino, por que en la historia eclesistica hay muchas falsedades, las falsas de cretales, el falso voto de Santiago, por el cual hemos estado pagan do tantos siglos un tributo que no debamos, y que si lo pidiramos ahora la Iglesia con todos sus intereses no habra en la nacin es paola bastante para pagarnos aquello que indebidamente le he mos dado. Pues bien, Sres. Diputados; en aquel saln se encuentran va 38 nos recuerdos, entre otros, don Fernando el Catlico, y esto con mucha justicia; pero hay un fresco en el cual est un emisario del rey de Francia presentndole al Papa la cabeza de Coligny; haba un fresco donde estn, en medio de ngeles, los verdugos, los asesi nos de la noche de San Bartolom; de suerte que la Iglesia, no sola mente acepta aquel crimen, no solamente en la capilla Sixtina ha llamado admirable la noche de San Bartolom, sino que despus la ha inmortalizado junto a los frescos de Miguel Angel, arrojando la eterna blasfemia de semejante apoteosis a la faz de la razn, de la justicia y de la historia. Nos deca el Sr. Manterola: Qu tenis que decir de la Igle sia, qu tenis que decir de esa gran institucin, cuando ella os ha amamantado a sus pechos, cuando ella ha creado las universida des. Es verdad, yo no trato nunca, absolutamente nunca, de ser injusto con mis enemigos. Cuando la Europa entera se descompona, cuando el feudalis mo reinaba, cuando el mundo era un caos, entonces (pues qu, vive tanto tiempo una institucin sin servir para algo al progre so), ciertamente, indudablemente, las teoras de la Iglesia refrena ron a los poderosos, combatieron a los fuertes, levantaron el espri tu de los dbiles y extendieron rayos de luz, rayos benficos, sobre todas las tierras de Europa, porque era el nico elemento intelec tual y espiritual que haba en el caos de la barbarie. Por eso se fun daron las universidades. Pero ah, Sr. Manterola! Ah, Sres. Diputados! Me dirijo a la Cmara: comparad las universidades que permanecieron fieles, muy fieles, a la idea tradicional despus del siglo XVI, con las uni versidades que se separaron de esta idea en los siglos XVI, XVII y XVIII. Pues qu puede comparar el Sr. Manterola nuestra magnfi ca universidad de Salamanca, puede compararla hoy con la univer sidad de Oxford, con la de Cambridge o con la de Heidelberg No. Por qu aquellas universidades, como el seor Manterola me dice y afirma, son ms ilustres, son ms grandes, han seguido los progresos del espritu humano y han engendrado las unas a los grandes filsofos, las otras a los grandes naturalistas No es por que hayan tenido ms razn, ms inteligencia que nosotros, sino porque no han tenido sobre su cuello la infame coyunda de la In quisicin, que abras hasta el tutano de nuestros huesos y hasta la savia de nuestra inteligencia. El Sr. Manterola se levanta y dice: Qu tenis que decir de 39 Descartes, de Mallebranche, de Orgenes y de Tertulianos. Des cartes no pudo escribir en Francia, tuvo que escribir en Holanda. Por qu en Francia no pudo escribir Porque all haba catolicis mo y monarqua, en tanto que en Holanda haba libertad de con ciencia y repblica. Mallebranche fu casi tachado de pantesta por su idea platnica de los cuerpos y las ideas de Dios. Y por qu me cita el Sr. Manterola a Tertuliano No sabe que Tertuliano muri en el montanismo A qu me cita S.S. tambin Orgenes No sabe que Orgenes ha sido rechazado por la Iglesia Y por qu Por negar a Dios No, por negar el dogma del infierno y el dogma del diablo. Deca el Sr. Manterola: La filosofa de Hegel ha muerto en Alemania. Este es el error, no de la Iglesia catlica, sino de la Igle sia en sus relaciones con la ciencia y la poltica. Yo hablo de la Iglesia en su aspecto civil, en su aspecto social. De lo relativo al dogma hablo con todo respeto, con el gran respeto que todas las instituciones histricas me merecen; hablo de la Iglesia en su con ducta poltica, en sus relaciones con la ciencia moderna. Pues bien; yo digo una cosa: si la filosofa de Hegel ha muerto en Alemania, Sres. Diputados, sabis dnde ha ido refugiarse Pues ha ido refugiarse en Italia, donde tiene sus grandes maestros; en Floren cia, donde est Ferrari; en Npoles, donde est Vera. Y sabe S.S. por qu sucede eso Porque Italia, opresa durante mucho tiempo; la Italia, que ha visto a su Papa oponerse completamente a su uni dad e independencia; la Italia, que ha visto arrebatar nios como Mortara, levantar patbulos como los que se levantaron para Monti y Tognetti, cada da se va separando de la Iglesia y se va echando en brazos de la ciencia y de la razn humana. Y aqu viene la teora que el Sr. Manterola no comprende de los derechos ilegislables, por lo cual atacaba con toda cortesa a mi amigo el seor Figueras; y como quiera que mi amigo el Sr. Figue ras no puede contestar por estar un poco enfermo de la garganta, debo decir en su nombre al Sr. Manterola que casualmente, si a al guna cosa se puede llamar derechos divinos, es a los derechos fun damentales humanos, ilegislables. Y sabe S.S. por qu Porque despus de todo, si en nombre de la religin decs lo que yo creo, que la msica de los mundos, que la mecnica celeste es una de las demostraciones de la existencia de Dios, de que el universo est or ganizado por una inteligencia superior, suprema; los derechos indi viduales, las leyes de la naturaleza, las leyes de nuestra organiza cin, las leyes de nuestra voluntad, las leyes de nuestra conciencia, 40 las leyes de nuestro espritu, son otra mecnica celeste no menos grande, y muestran que la mano de Dios ha tocado a la frente de este pobre ser humano y lo ha hecho a Dios semejante. Despus de todo, como hay algo que no se puede olvidar, como hay algo en el aire que se respira, en la tierra en que se nace, en el sol que se recibe en la frente, algo de aquellas instituciones en que hemos vivido, el Sr. Manterola, al hablar de las Provincias Vascon gadas, al hablar de aquella repblica con esa emocin extraordina ria que yo he compartido con su seora, porque yo celebro que all se conserve esa gran democracia histrica para desmentir a los que creen que nuestra patria no puede llegar ser una repblica, y una repblica federativa; al hablar de aquel rbol cuyas hojas los sol dados de la revolucin francesa trocaban en escarapelas (buena prueba de que si puede haber disidencias entre los reyes, no puede haberla entre los pueblos), de aquel rbol que, desde Ginebra salu daba Rousseau como el ms antiguo testimonio de la libertad en el mundo; al hablarnos de todo esto el Sr. Manterola, se ha conmovi do, me ha conmovido a m, ha conmovido elocuentemente a la C mara. Y por qu, Sres. Diputados Porque esta era la nica cente lla de libertad que haba en su elocuentsimo discurso. As deca el Sr. Manterola que era aquella una repblica modelo, porque se res petaba el domicilio: pues yo le pido al Sr. Manterola que nos ayude a formar la repblica modelo, la repblica divina, aquella en que se respete el asilo de Dios, el asilo de la conciencia humana, el verda dero hogar, el eterno domicilio del espritu. Decanos el Sr. Manterola que los judos no se llevaron nada de Espaa, absolutamente nada, que los judos lo ms que saban hacer eran babuchas; que los judos no brillaban en ciencias, no brillaban en artes; que los judos no nos han quitado nada. Yo, al vuelo, voy citar unos cuantos nombres europeos de hombres que brillan en el mundo y que hubieran brillado en Espaa sin la ex pulsin de los judos. Espinoza: podris participar o no de sus ideas, pero no podis negar que Espinoza es quiz el filsofo ms alto de toda la filosofa moderna; pues Espinoza, si no fu engendrado en Espaa, fu en gendrado por progenitores espaoles, y a causa de la expulsin de los judos fue parido lejos de Espaa, y la intolerancia nos arrebat esa gloria. Y sin remontarnos a tiempos remotos, no se glora hoy la In glaterra con el ilustre nombre de Disraely, enemigo nuestro en po ltica, enemigo del gran movimiento moderno; tory, conservador 41 reaccionario, aunque ya quisiera yo que muchos progresistas fue ran como los conservadores ingleses Pues Disraely es un judo, pero de origen espaol; Disraely es un gran novelista, un grande orador, un grande hombre de Estado, una gloria que deba reivindi car hoy la nacin espaola. Pues qu, Sres. Diputados, no os acordis del nombre ms ilustre de Italia, del nombre de Manin Dije el otro da que Gari baldi era muy grande, pero al fin era un soldado. Manin es un hom bre civil, el tipo de los hombres civiles que nosotros hoy tanto ne cesitamos, y que tendremos, si no estamos destinados a perder la li bertad: Manin, solo, aislado, fund una repblica bajo las bombas del Austria, proclam la libertad; sostuvo la independencia de la patria, del arte y de tantas ideas sublimes, y la sostuvo interponien do su pecho entre el poder del Austria y la indefensa Italia. Y quin era se hombre cuyas cenizas ha conservado Pars, y cuyas exequias tomaron las proporciones de una perturbacin del orden pblico en Pars, porque haba necesidad de impedir que fueran sus admiradores, los liberales de todos los pases, a inspirarse en aquellos restos sagrados (porque no hay ya fronteras en el mundo, todos los amantes de la libertad se confunden en el derecho), quin era, digo, aquel hombre que hoy descansa, no donde descansan los antiguos Dux, sino en el prtico de la ms ilustre, de la ms subli me baslica oriental, de la baslica de San Marcos Qu era Ma nin Descendiente de judos. Y qu eran esos judos Judos espa oles. De suerte que al quitarnos los judos nos habis quitado infi nidad de nombres que hubieran sido una gloria para la patria. Seores Diputados, yo no slo fu a Roma, sino que tambin fui a Liorna y me encontr con que Liorna era una de las ms ilus tres ciudades de Italia. No es una ciudad artstica ciertamente, no es una ciudad cientfica, pero es una ciudad mercantil industrial de primer orden. Inmediatamente me dijeron que lo nico que ha ba que ver all era la sinagoga de mrmol blanco, en cuyas paredes se leen nombres como Garca, Rodrguez, Ruiz, etctera. Al ver esto, acerqume al gua y le dije: Nombres de mi lengua, nombres de mi patria; lo cual me contest: Nosotros todava enseamos el he breo en la hermosa lengua espaola, todava tenemos escuelas de espaol, todava enseamos a traducir las primeras pginas de la Biblia en lengua espaola, porque no hemos olvidado nunca, des pus de ms de tres siglos de injusticia, que all estn, que en aque lla tierra estn los huesos de nuestros padres. Y haba una inscrip 42 cin y esta inscripcin deca que la haban visitado reyes espao les, creo que eran Carlos IV y Mara Luisa, y haban ido all y no se haban conmovido y no haban visto los nombres espaoles all es culpidos. Los Mdicis, ms tolerantes; los Mdicis, ms filsofos; los Mdicis, ms previsores y ms ilustrados, recogieron lo que el absolutismo de Espaa arrojaba de su seno, y los restos, los resi duos de la nacin espaola los aprovecharon para alimentar su gran ciudad, su gran puerto, y el faro que le alumbra arde todava alimentado por el espritu de la libertad religiosa. Seores Diputados: me deca el Sr. Manterola (y ahora me siento) que renunciaba a todas sus creencias, que renunciaba a to das sus ideas si los judos volvan a juntarse y volvan a levantar el templo de Jerusaln. Pues qu, cree el Sr. Manterola en el dogma terrible de que los hijos son responsables de las culpas de sus pa dres Cree el Sr. Manterola que los judos de hoy son los que ma taron a Cristo Pues yo no lo creo; yo soy ms cristiano que todo eso, yo creo en la justicia y en la misericordia divina. Grande es Dios en el Sina; el trueno le precede, el rayo le acompaa, la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desga jan; pero hay un Dios ms grande, ms grande todava, que no es el majestuoso Dios del Sina, sino el humilde Dios del Calvario, clava do en una cruz, herido, yerto, coronado de espinas, con la hiel en los labios, y sin embargo, diciendo: Padre mo, perdnalos, perdo na a mis verdugos, perdona a mis perseguidores, porque no saben lo que se hacen!. Grande es la religin del poder, pero es ms grande la religin del amor; grande es la religin de la justicia im placable, pero es ms grande la religin del perdn misericordioso; y yo, en nombre del Evangelio, vengo aqu, a pediros que escribis en vuestro Cdigo fundamental la libertad religiosa, es decir, liber tad, fraternidad, igualdad entre todos los hombres. (Frenticos y prolongados aplausos. Individuos de todos los lados de la Cmara se acercan al Sr. Castelar dndole calurosas muestras de felicitacin). 43 2. Discurso sobre la I Internacional 45 Discurso sobre la I Internacional (19-X-1871) El debate acerca de la actuacin de la Internacional fue uno de los ms interesantes del Sexenio Revolucionario; en l se en frentaron abiertamente las ideologas avanzadas (republicanos, krausistas, socialistas utpicos) con las predominantes (liberales, conservadores, radicales) e incluso reaccionarias (carlismo). No fue el discurso de Castelar uno de los ms brillantes de su trayec toria pero tiene el enorme inters de informarnos sobre las reac ciones de los hombres de aquel tiempo ante las nuevas ideas so ciales que comenzaban entonces a introducirse en Espaa y que en el primer tercio del siglo siguiente lograran afianzarse plena mente entre la clase obrera espaola: el anarquismo y el marxis mo. En principio hay que explicar que la discusin no se centra ba en la prohibicin o no de la Internacional sino ms exactamen te en si se vea con satisfaccin o no unas declaraciones del mi nistro de Gobernacin contrarias a dicha asociacin obrera, como primer paso a ua posible prohibicin ulterior. Evidentemente, la actualidad de la Internacional en Espaa en octubre de 1871 le vantaba muchos temores entre las clases conservadoras debido a su actuacin en los sucesos de la Comuna de Pars de aquel mis mo ario y teniendo en cuenta que, siendo prcticamente descono cida tres arios antes, ya contaba con millares de trabajadores afi liados, especialmente en Catalua. Por ello, desde los sectores ms poderosos se intenta frenar su expansin. Dos aspectos destacan en la intervencin de Castelar que co mentamos: la defensa de las libertades democrticas (derechos de reunin, expresin y asociacin) y la exposicin de las principa 47 les doctrinas del obrerismo europeo ante una Cmara que mayo ritariamente abominaba de ellas pero las desconoca. En cuanto al primer aspecto, Castelar discrepa de los postulados de la Inter nacional salta a la vista que su ideologa personal, en cuestiones socioeconmicas, era muy diferente pero defiende el derecho a la existencia de sta. Poco a poco, va desmontando las acusacio nes: a los que la tildan de rebelde a la constitucin vigente les de vuelve el argumento afirmando que es el ministro, que no garan tiza los derechos democrticos, quien la incumpla; a los que adu cen obediencia extranjera les compara el funcionamiento del ca tolicismo, seguidor de un Papa romano; a los que la acusan de in moral les aclara sutilmente las diferencias entre moral y derecho (mediante los ejemplos del divorcio, la prostitucin y el juego). Pero Castelar sabe la razn del intento de prohibicin: las teoras de la Internacional ante el concepto de propiedad, que mi nan de raz la sociedad burguesa. Castelar defiende el concepto burgus de propiedad; no va tan lejos como Salmern que en su brillante discurso lleg a afirmar que la propiedad injusta, la que no serva a los fines racionales de la vida humana, deba desapa recer. Sin embargo, acepta que alguien piense en este aspecto de manera distinta y para ello tiene que recurrir, como lo hizo hasta Fernando Garrido (uno de los precursores del socialismo espa ol, diputado en aquella legislatura) a la comparacin con la doc trina catlica fundamental, con el Evangelio. Adems, para defen der el derecho a existir de la organizacin obrera, la compara con las ideologas tradicionalista, republicana y alfonsina, mucho ms claramente rebeldes y conspiradoras y sin embargo consentidas. Finalmente, su defensa es sumamente prctica para el sistema: una sociedad ilegal, secreta, creciendo incontrolada, puede mi narlo ms gravemente, provocar una revolucin. Mucho ms interesante para el hombre de hoy es la nocin que aquellos polticos retricos e idealistas tenan de las nuevas ideologas que fl orecan en las clases trabajadoras. Castear se dio cuenta de que su tiempo era el siglo de las escuelas sociales y a su manera entenda el problema de la lucha de clases: a la soli daridad del comercio hay que reunir la solidaridad del trabajo. A lo largo de su dilatado discurso, Castelar habla primero de las diversas doctrinas sociales y a continuacin de la evolucin de la Internacional en s. Dentro de las diferentes doctrinas del obrerismo, habla de Proudhom con entusiasmo, denominndole incluso genio de la 48 crtica social. Es lgico: sus ideales de repblica federal, libertad y responsabilidad no diferan mucho de sus planteamientos ideo lgicos personales en esa etapa. Destaca la importancia dada al marxismo dentro de las escuelas sociales (este momento de la dispersin de los demcratas alemanes se enlaza con la historia de la idea social, como el momento de la dispersin de los apsto les se enlaza con la historia de la idea cristiana) aunque su pri mera alusin a Karl Marx, el autor de Misera de la filosofa, produce risas. Habla tambin de lo que Engels llam socialistas utpicos (la cooperacin inglesa, precedente del laborismo, o los bancos populares alemanes) pero lamenta que quienes dominen la Internacional sean eslavos (1), rusos (no se refiere, claro est, al comunismo leninista, sino al anarquismo, a hombres como Ba kunin o Kropotkin). En cuanto a la evolucin de la Sociedad de Trabajadores, Castelar nos ofrece un relato muy sui gneris en el que realza su papel en demasa (no fue la modestia la principal virtud de don Emilio) y, aparte de aclarar los debates de cada congreso, va desgranando el programa internacionalista en asuntos como huel gas, jornada laboral, trabajo de mujeres y nios, educacin, im puestos, religin... En cuanto a su postura personal, Castelar, que desea compaginar la emancipacin social y econmica de las cla ses trabajadoras con la defensa de la propiedad individual en to das su pureza, ve con simpata el comportamiento paternalista de pases como Inglaterra y Suiza. Posiblemente, sus deseos son, como la Internacional para l, una bella utopa. (1) Castelar conceba, muy de acuerdo con las ideas de su poca, a las distintas ra zas con mentalidades muy diferentes; muchas veces habl de las diferencias entre germanos, latinos y eslavos. En poltica exterior, en temas como la Cues tin de Oriente, fue profundamente antieslavo. 49 Los emigrantes, cuadro de A. Tomas: el otro movimiento obrero del siglo XIX. 51 El Sr. CASTELAR: Confieso que me siento perplejo como nun ca al combatir la poltica resumida en las importantsimas declara ciones del seor Ministro de la Gobernacin. Sus dudas han sido tantas, y tanta su incertidumbre; ha afirmado y negado los mismos propsitos en tan breve espacio y por tan palmarias contradiccio nes, que es imposible deducir el sentido prctico de este debate, ni el fin concreto a que en este debate caminamos. Ya parecemos aus tero tribunal de justicia, ya erudita Academia de economa y de de recho, ya antiguo Consejo, un cuerpo consultivo, a cuyas luces acu de el Gobierno para esclarecer su inteligencia y determinar su vo luntad a decisivas resoluciones, todo lo parecemos, todo, menos una Asamblea Legislativa. No se traen de esta suerte los ms pavorosos problemas a las ms altas Asambleas. Aqu no se discute, no se ponen frente a fren te los principios para definirlos o esclarecerlos como en las univer sidades; aqu se delibera; es decir, se piensa, se reflexiona, se discu te para ir inmediatamente a la accin y tomar las resoluciones que a una Asamblea legislativa cumplen. Y en esta sabia controversia presente, ni se qu quiere el Gobierno de nosotros, ni se tampoco lo que nosotros representamos, y valemos, y somos. Hay asociaciones, y no pueden ser prohibidas; que su derecho constitucional a existir es tan sagrado como el derecho del Rey a reinar. Pero con motivo del ejercicio de un derecho pueden come terse crmenes o delitos. El procedimiento para castigarlos, claro est en el Cdigo fundamental. Faltan los individuos de una aso ciacin Pues se castiga a los individuos y se deja en paz la colecti vidad. Faltan por los medios que la asociacin les da Pues el ni co derecho legal de la autoridad poltica y administrativa es sus 53 pender la asociacin y entregarla a los tribunales inmediatamente. Ellos deciden del tuyo y el mo, y ellos decidirn entre el poder y la libertad, entre el Gobierno y las asociaciones. Son estas inmorales, proponindose cometer un hecho o una serie de hechos penados Pues que las persiga el ministerio fiscal. Son tan poderosas que con ellas no puede coexistir el Estado Pues se trae aqu una ley para abolirlas. Tales son los procedimientos legales. Pero lo que no tiene nombre, lo que no puede tener explicacin, seores Diputa dos, es lo largo y lo intil de este debate, en que el Gobierno pide y obtiene por todo resultado una especie de informacin parlamenta ria, extraa, antilegal, sin formalidad, sin madurez, impropia de nuestros deberes y de los suyos; una informacin que lo esclarezca para proceder contra una sociedad que lo aterra. Es inmoral, es amenazadora, pregunta al Gobierno. Pues la destruiremos. No pa rece al Congreso ni amenazadora ni inmortal Pues la respetare mos. Yo la creo, aade el Gobierno, perturbadora e inmoral. Mas ilustradme, seores Diputados, ilustradme. Y he aqu una Cmara legislativa, soberana en su esfera, hoy reducida a cuerpo consulti vo. Mas resignmonos; ya que el Gobierno quiere ser ilustrado, ilustremos de buena fe al Gobierno; que harto lo necesita. Y no podemos hacer ms, porque ningn Diputado sabe lo que el Gobierno exige del Congreso. Ninguno sabe si pide que el Con greso legisle, lo cual estara en sus atribuciones; o en que el Con greso juzgue, lo cual sera tanto como usurpar su ministerio a los tribunales; o que el Congreso ejecute, lo cual sera tanto como des pojar de sus atribuciones al Gobierno. El Ministro, seores, no tie ne idea alguna de los poderes pblicos, ni de las varias y concntri cas esferas en que esos poderes se mueven. Constreido, asfixiado ayer por la lgica inflexible, contundente, de un antiguo y querdi mo amigo mo, el Sr. Ministro de la Gobernacin materialmente no saba qu contestar, y yo tengo grande aficin a luchar con enemi gos que de esta manera se retiran, que de esta manera se esquivan, que de esta manera huyen. Hay adems otra razn gravsima toda va para hallarme perplejo en estos momentos supremos. Yo creo, yo tengo, no por mi persona, sino por esta Cmara, la satis facin de creer que en crisis tan difcil, cuando resolvemos el problema por excelencia de este momento histrico, el problema de aliar el orden con la libertad. Europa entera nos atiende. Qu digo, Europa todo el mundo civilizado nos atiende. Por eso me levanto a esqui var todo ataque fuerte, como ataque personal; por eso ni enconar los nimos, ni mover ninguna pasin, a fin de que permanezcamos en la serena regin de los principios. 54 Seores Diputados, cul fue mi asombro cuando ayer, dirigin donos al Sr. Ministro de la Gobernacin un argumento ad terro rem, nos deca: Aquel que me llame reaccionario es un calumnia dor. Y yo, que digo que su origen es reaccionario, que su poltica es reaccionaria, que sus sentimientos son reaccionarios, que es reaccionaria su actitud ante la Internacional, tengo tan empederni do mi corazn y tan encallecida mi conciencia, que no siento aqu (sealando al corazn) ningn dolor, ni aqu (sealando a la cabe za) ningn remordimiento. Pues qu, seores Diputados, un calificativo poltico puede ser de ninguna suerte calumnioso Yo hago al Sr. Ministro de la Gobernacin completa justicia respecto de sus intenciones respecto de sus mviles patriticos; pero si el llamar a uno reaccionario fue ra calumnia, qu dira esa fraccin catlica, en la cual se sientan venerables sacerdotes, muy venerables, muy dignos de su alto mi nisterio, y que sin embargo son reaccionarios Pues qu es lo que queris Se quiere derrocar sin causa ni motivo un Gobierno libe ral, cohibir la manifestacin del pensamiento humano, vulnerar asociaciones legales, coincidir con el criterio de los alfonsinos, me recer los plcemes y los aplausos de los absolutistas, y luego alcan zar, por aadidura, el dictado de liberales No, seores; el ser libe ral consiste en aceptar la libertad con todos los inconvenientes que tenga, con todos los obstculos que oponga, con todos los errores que siembre; pues por muchos que sean, jams sobrepujarn a sus innumerables beneficios. Seores Diputados, he dicho que ese Gobierno es reaccionario por el sentido poltico que tiene, y aqu voy a hablar de alguna cuestin que se ha debatido muchas veces, y la cual me toca perso nalmente, porque el Congreso, si no ha olvidado mis pobres discur sos, recordar que yo soy el autor de la palabra actitud benvola respecto de un Gobierno liberal; palabra que trazada una conduc ta, seguida sin pacto ninguno, ni anterior ni posterior, con lealtad y consecuencia de que hay pocos ejemplos en los fastos nuestra la historia parlamentaria. Haba, ya no lo hay, un Gobierno liberal sentado en ese banco. Este Gobierno tuvo tal fuerza dentro, que pudo dar una amnista, prenda de gratitud para quien la recibe y prueba de vigor en quien la da; y tal crdito fuera, que pudo levantar un emprstito en el ex tranjero a condiciones muy favorables para nuestro Erario. La pol tica espaola haba resuelto el problema cuya solucin tan slo est reservada a los pueblos ms ilustres de la tierra, a los Estados 55 Unidos, a la Confederacin suiza; el problema de aliar el orden con la libertad. Y cuando ese Gobierno presentbase aqu a someteros su conducta y a discutir su poltica, sin escucharlo, cual si se trata se de enemigos de la Constitucin y de la Patria, en una serie de confabulaciones, si parlamentarias, tambin oscuras, como las con fabulaciones de 1843 y de 1856, llamndoos progresistas y obte niendo por vez primera el poder para vosotros solos, despus de treinta arios de proscripcin o de impotencia, derribsteis ese Go bierno, que tambin se llamaba como vosotros, para que el mundo diga de los antiguos progresistas, gentes sin ningn salvador instin to de conservacin, para que diga el mundo del antiguo partido progresista, que es, como parecen ser los chinos en la Habana, una raza suicida. (Risas y aplausos en la izquierda) Yo soy, seores Diputados, yo soy el autor y el principal res ponsable de la frase expectacin benvola ante un Gobierno radi cal. Yo acepto la responsabilidad de esta frase y de la conducta que expresa ante las Cortes; yo la acepto ante el juicio de la Nacin; yo la pido, la reclamo para m ante la parte ms ardorosa y entusiasta de nuestro partido, que midiendo por su generossima impaciencia la eterna paciencia de los pueblos, cree poder engendrar con una palabra una revolucin, y poder cambiar con una revolucin las pe rezosas e inertes sociedades humanas, las cuales slo marchan ha cia adelante cuando, tras el impulso de muchos y muy repetidos es fuerzos, reciben el vapor de muchas y muy poderosas ideas. Voy, seores Diputados, a revelar a la Cmara el fondo de mi corazn y de mi conciencia; a depositar en el seno de la Cmara el secreto de toda mi poltica. Yo creo que vencidos los antiguos poderes, trans formadas las presentes generaciones; roto el cesarismo, que era la clave de la reaccin europea; cada la autoridad temporal de los Papas, que era como la ltima sombra de la Edad Media en nues tros horizontes; disuelta la antigua Austria, ncleo de la Santa Alianza de los Reyes, y ms vivo cada da el ideal de la joven Am rica ante los ojos de los pueblos, nadie puede impedir, nadie, por fuerte que parezca, el prximo advenimiento a toda Europa de la idea y de la frmula social porque nosotros suspiramos, el prximo advenimiento de la federacin y de la repblica. (Grandes denega ciones en la derecha) Seores Diputados, cuestin es de tiempo, y el tiempo dar ra zn o a mis afirmaciones o a vuestra negativa. Mas la fe en el pro greso humano y el estudio continuo de la historia me inspiran con fianza inalterable en el prximo cumplimiento de mi aserto. Hay 56 dos caminos para llegar a la repblica: el camino de la legalidad y el camino de las revoluciones. Por el camino de la legalidad, la re pblica vendr ms tarde, pero vendr mejor, para los que sobre toda inters y sobre toda satisfaccin personal ponemos los intere ses y las satisfacciones de la Patria. Pero el camino de las revolu ciones, que necesariamente ha de abrir una poltica tan ciega como la poltica que ahora se inicia, la repblica vendr ms pronto pero vendr peor, porque vendr en pos de una de esas crisis violentas, que no pueden atravesar sin resentirse y quebrantarse para mucho tiempo las sociedades modernas. Y he aqu por qu yo preferir siempre la poltica del Ministerio anterior a la poltica de ese Mi nisterio. Aquella poltica me aseguraba el ejercicio de los derechos individuales, y con el ejercicio de los derechos individuales, el ad venimiento ms tardo, pero tambin ms pacfieb, de la repblica. La poltica presente, al mermar los derechos individuales, nos acer ca a una revolucin y al acercarnos a una revolucin, tambin nos acerca a la repblica, que vendr, s, mas entre catstrofes que slo puede conjurar la libertad. Y he aqu la razn del combate que es toy resuelto a dar a la poltica oscura, sin rumbo, sin norte, de ese dbil y funestsimo Ministerio que tiene bajo sus plantas el peor de los abismos, el abismo de lo desconocido. Y hechas estas declaraciones, entro resueltamente en el fondo de tan grave y transcedentalsimo debate. Qu es la Internacio nal Y dice el Sr. Ministro de la Gobernacin: es una sociedad in moral. Una sociedad inmoral! Pues entonces, dnde estn los tri bunales espaoles De qu sirven los fiscales en Espaa La In ternacional coexiste con la revolucin de Septiembre. La Interna cional lleva ya tres aos de vida. La Internacional ha querido co mits y los ha fundado. La Internacional ha convocado reuniones y las ha tenido. La Internacional ha llamado congresos y los ha cele brado. La Internacional ha querido fundar peridicos y los publica todava. En una ocasin, llevada de sus ideas cosmopolitas, al celebrar se la fiesta cvica y patritica del Dos de Mayo, realiz una mani festacin contra las rivalidades de los pueblos; y como quisieran al gunos cohibirla por medios violentos, levantronse a su favor, a fa vor de su derecho, aqu en el Congreso y all en el Senado, voces elocuentsimas. Dijo a los pocos das que no contaba con libertad bastante para celebrar sus reuniones, y las autoridades le asegura ron que tena toda la amplia libertad contenida en nuestras leyes. La Internacional ha dado manifiestos, ha llamado la atencin p blica, ha discutido con elocuentsimos representantes de la Nacin 57 espaola. Y yo pregunto: pues qu, en Espaa no hay tribunales Se hubiera consentido que una sociedad cualquiera hubiese esta do tres arios a la luz del da diciendo que iba a batir moneda falsa, o acuando esta moneda o repartindola No se hubiera subleva do la conciencia pblica indignada, no se hubiera excitado el celo de los fiscales, y no hubiera llegado la voz de la opinin hasta el se reno asilo de la justicia Esa asociacin temerosa ha vivido, habla do, escrito, difunddose por doquier a la sombra de la Constitucin. Luego no era contrario a su existencia el juicio de los tribunales. Ha sido necesario que cayera un Ministerio radical; ha sido necesario que comenzase la interpretacin de nuestro Cdigo pol tico en sentido restrictivo y reaccionario, para que apareciese in moral esta sociedad. De suerte, seores Diputados, que aqu no se debate la Internacional, ni su historia, ni su objeto, ni sus tenden cias, ni sus principios, ni su desarrollo, ni sus aspiraciones; aqu lo que se debate es la libertad de pensar y de asociarse. Pues precisa que nosotros las defendamos a toda costa. Atendiendo a esto, en vista del absurdo que resulta de que una sociedad ilcita est tres arios ejerciendo todos sus derechos sin que los tribunales intervengan, el Sr. Ministro de la Gobernacin, que se acoge a todo, a quien todo le sirve de arma, indica que tal vez presentar una ley para disolver esa sociedad. En qu casos puede S.S. presentar una ley de tal naturaleza En el caso de que la Internacional comprometa la seguridad del Estado; en se, y no en otro caso. Pero, compromete verdaderamente la seguridad del Estado Aqu, en esta Cmara, hay antiguos amigos mos, cuyas ideas yo co nozco, cuya competencia administrativa todo el mundo reconoce; aqu hay gobernadores que pertenecen al partido conservador, en tre ellos mi condiscpulo el Sr. Gallostra es un ejemplo de lo que estoy diciendo; gobernadores que no se han atrevido a perseguir a la Internacional. El Sr. Gallostra ha estado al frente de una provin cia donde existe la Internacional. Por qu no la prohibi Por qu no la persigui un gobernador tan ilustrado, tan digno y tan competente como S.S. (El Sr. Gallostra pide la palabra para una alusin personal). Por qu Porque no poda, porque no se pue den disolver sino por una ley ciertas sociedades, y no se pueden dar esa clase de leyes sino contra aquellas sociedades que atentan a la seguridad del Estado. Y atenta la Internacional a la seguridad del Estado Dnde estn, seores Diputados, sus sublevaciones Dnde estn sus gue 58 rras Dnde est su actitud belicosa y revolucionaria Hay aqu dos partidos extremos: el partido absolutista y el partido republica no. Estos dos partidos en varias ocasiones, provocadas o no, han dado al viento la bandera de la revolucin. El partido absolutista ha recorrido en armas gran parte de las Provincias Vascongadas; el partido republicano ha recorrido en armas una gran parte de las provincias espaolas. El partido republicano ha librado batallas en Cdiz, en Mlaga, en Barcelona, en Zaragoza, y ha sostenido heroi co sitio en Valencia. Esos partidos atacan ms la seguridad del Es tado que la ataca la Internacional. Por qu no presenta el Sr. Mi nistro una ley de disolucin para esos partidos, que se han alzado en armas contra el Gobierno Porque son fuertes. Por qu trata de presentarla contra una sociedad naciente Porque es dbil, humil de, de pobres trabajadores. No lo consentiremos. Ah, seores! Esa sociedad, que hoy es una sociedad dbil, que hoy es todava una so ciedad debilsima, sera fuerte, sera amenazadora, si comparamos sus fuerzas, cualesquiera que ellas sean, con las fuerzas de ese Go bierno incgnito. (Risas) Precisemos la cuestin que se debate, seores Diputados. La cuestin que se debate, considerada en su sentido lato, es una cues tin de derecho constituyente, o mejor dicho de derecho natural: considerada en su sentido estricto, es una cuestin de derecho constitucional. Todo el mundo sabe el comentario perpetuo que aqu se di en elocuentsimos discursos a los artculos del ttulo I. de la Constitucin. Todo el mundo sabe que excepto algunos Dipu tados tradicionalistas, que entonces eran pocos en nmero, y excep to algunos empedernidos doctrinarios, que entonces eran pocos, y ahora tambin son pocos, todos los partidos que estaban represen tados en la Cmara, todos aceptaron los derechos individuales, creyndolos inherentes a la personalidad humana, y todos los vota ron, como en la noche del 4 de Agosto de 1789 votaron los Diputa dos de la Asamblea Constituyente francesa los derechos fundamen tales de la humanidad, casi por aclamacin. Y qu cremos Cremos sin autoridad a la ley para cohibir ni limitar el ejercicio de esos derechos que la naturaleza nos ha dado, y que la Constitucin no haca ms que reconocernos. Por consi guiente, cuando el Sr. Ministro de la Gobernacin quiere limitar el derecho de los derechos, aqul que es ms inherente a la personali dad humana, el derecho de expresar el pensamiento, el Sr. Ministro de la Gobernacin, y no la Internacional, es el rebelde, el que se subleva contra el Cdigo fundamental del Estado. (El Sr. Alonso Martnez pide la palabra). 59 S, lo repito, cuando quiere presentar su seora una ley contra asociaciones que en nada conspiran contra la seguridad del Estado y que no cometen ninguno de los delitos definidos por el Cdigo Penal, S.S. es quien verdaderamente se subleva contra el Cdigo fundamental, quien verdaderamente lo desconoce y lo desacata. Seores Diputados, declarados as los derechos individuales, y habindose aprovechado de ellos todos los partidos, permitidme que extrae la conducta de un partido de oposicin, la conducta del partido isabelino, alfonsino o borbnico. Desde la revolucin de Septiembre, despus de aquel triunfo sbito, si aqu haba algo de subversivo, si aqu haba algo sedicio so, si aqu haba algo que pudiera temerse, era la proclamacin de una dinasta con fuertes races en los hbitos, en las costumbres del pueblo espaol, siempre consecuentemente; la proclamacin de una dinasta, que contaba con apoyos antiqusimos en la adminis tracin pblica y en las dos milicias que defienden al Estado, en el clero y en el ejrcito. Sin embargo, os habis aprovechado de esos derechos individuales que no reconocis y que combats; habis proclamado que la reina Isabel era la reina legtima, delante de la soberana nacional; habis fundado peridicos para reconocerla y proclamarla tambin; tenis casinos, tenis reuniones; vuestros hombres pblicos van y vienen al extranjero y celebran toda clase de concilibulos sin que nadie les moleste y sin que nadie moral mente los censure; y cuando gozis de todo eso merced a nuestra li bertad, cuando tenis todos esos privilegios que jams gozramos bajo vuestro dominio, vens, ingratos!, a combatir los derechos in dividuales, que son nuestro seguro en la desgracia y el ttulo nico de legitimidad para vuestra existencia. Ya sacar la dinasta reinante las consecuencias de vuestra conducta. El da en que se halle segura, el da que la rodee el parti do conservador, creer esa dinasta que ella es la clave de la reli gin, que ella es la clave de la propiedad, que ella es la clave de la moralidad, que ella es la clave del Estado, y entonces os proscribir a vosotros por peligrosos, como antidinsticos, y al proscribiros, ah!, os arrojar a /a cara pedazos de vuestros actuales discursos. (Aplausos) Seores Diputados, todava me extraa ms otra actitud; la ac titud del partido tradicionalista. (El Sr. Nocedal [D. Cndido] pide la palabra). Yo no he tenido la honra de or, a causa de estar enfermo, si 60 no hubiera venido a primera hora, el elocuentsimo discurso del Sr. Nocedal, hijo, discurso magistral, y mucho ms en labios de una persona que parece destinada a perpetuar la justa y merecida repu tacin parlamentaria del Sr. Nocedal padre, a quien nombro para que use luego de la palabra. (Los Sres. Esteban Collantes y Cno vas del Castillo piden la palabra). Seores Diputados, o yo conozco mal las interioridades del partido tradicionalista espaol, o yo creo que es antes religioso que poltico, y antepone el catolicismo a la Monarqua, y eleva al Papa sobre todos los reyes y cree la primera de las autoridades divinas y humanas en la esfera social, la autodidacta de la Iglesia (Signos afirmativos en los bancos de los seores Diputados tradicionalis tas) Celebro no haberme equivocado. La Iglesia tuvo un tiempo el predominio moral y poltico, si no sobre la tierra, sobre la Europa civilizada. Por qu medios, por qu procedimientos, la Iglesia con servaba ese dominio Por medio de las rdenes religiosas. Qu r denes religiosas servan especialmente a la Iglesia Desde las Cru zadas hasta el siglo XIV, los templarios; desde el siglo XVII hasta nuestro tiempo los jesuitas. Fue indispensable fundar la autoridad de aquellos reyes, a quienes una voz elocuente llamaba vboras co ronadas. Para fundar la autoridad de estos reyes fue necesario fundar el poder civil y para fundar el poder civil fue necesario destruir el po der teocrtico, 57 entonces, qu se hizo Se empez a combatir las rdenes monsticas. No existan los jesutas en la Edad Media; pero existan los templarios, y se les calumni como ahora se ca lumnia a la Internacional; se les persigui, se les escarneci, se les arranc su jurisdiccin, se les despoj de sus propiedades, se les neg su vida legal, y luego, en aquellos tiempos, que eran ms br baros que los nuestros, se les mand al cadalso. Y cuando, perseguidos por la implacable saa de los juriscon sultos, que iniciaban la emancipacin intelectual; acusados por el furor de los reyes, que tendan al absolutismo de su autoridad he redada; los caballeros templarios, los caballeros andantes de la re ligin, ardan en las hogueras, entre los aullidos de la muchedum bre, lo que las llamas devoraban realmente era el poder poltico de Roma, herido y desangrado sobre aquellas cenizas. La consecuencia ltima de todo este movimiento civil, de la sustitucin del derecho romano al derecho cannico, del predomi 61 nio de los Reyes sobre los Papas, del cautiverio pontificio en Avig non, de los cismas que desgarraban la Iglesia, de los Concilios que preparaban al abortado triunfo de una democracia religiosa; la consecuencia de este movimiento social, tan lgicamente encadena do como los teoremas y los corolarios de un problema matemtico, y como la serie rigurosa de las ideas en un sistema cientfico, la consecuencia ltima y definitiva fue la aparicin de la Reforma. Y la Iglesia encontr en sus ideas de autoridad, en las entraas de su misticismo, en el batallador frreo carcter de esta raza espaola, que haba combatido setecientos arios con los moros, y estaba dis puesta a combatir trescientos con los luteranos, encontr una or den que se despojaba de su conciencia y de su voluntad propias, que mataba con abnegacin sobrenatural el alma y la responsabili dad humanas, para contrariar, como una mquina, como un ejrcito de singularsima disciplina, la accin del nuevo cristianismo, la ac cin del nuevo arte, la accin de la nueva ciencia, la accin de la nueva poltica, hasta producir una de esas reacciones tremendas y universales, que si no han ahogado, han detenido al espritu huma no en su progresivo crecimiento. Pero esta orden tena un enemigo poderossimo, tena por ene migos los filsofos, los representantes de la ciencia moderna. Y como sucedi a los estoicos en la Roma antigua, sucedi a los fi l sofos en la Europa moderna: se convirtieron de secta cientfica en secta poltica. Y al fi nalizar el siglo pasado se haban apoderado de los Reyes. Y al apoderarse de los Reyes les haba imbudo su odio a los jesuitas. Y los filsofos mandaban con Choisseul en Francia, con Pombal en Lusitania, con Aranda en Espaa, con Jos II en Austria, con Leopoldo en Toscana; y la filosofa, oh sarcasmo!, lle g a ceirse hasta la helada tiara de los Papas. Y en una maana eternamente clebre, los alcaldes de casa y corte de vuestro Rey y seor Carlos III se personaron a la puerta de los conventos; intimaron a los jesuitas que tomaran un breviario y los siguieran; y fueron los jesuitas conducidos a las orillas del mar, embarcados, proscritos, maldecidos, calumniados; y como nin gn pueblo, ni Gobierno ninguno, ni el Papa mismo, quera en sus dominios recibirlos, estuvieron largo tiempo, cual si la tierra de su seno los rechazara, a merced de los vientos y de las olas, ellos, que haban dominado con su poderosa organizacin toda la tierra. Y la reaccin contra los rdenes monsticas se ha llevado tan lejos, que las almas msticas, esas almas que como el fuego suben de la tierra al cielo; esas almas, que se disipan como la celeste nube 62 de incienso en las regiones de lo infinito, separndose del mundo y hasta del seno de la naturaleza, no encuentran, ah!, en medio de tantas fbricas consagradas a la industria, de tantas mquinas con sagradas al trabajo, de tantas Bolsas donde se contratan intereses, de tantos Parlamentos donde se dilucida poltica; en medio de tan to positivismo, no encuentran uno de esos monasterios, una de esas, islas morales, donde comunicarse al pie del altar por la con templacin con los muertos y por las plegarias religiosas con los vi vos, anticipndose en sus xtasis la visin beatfica, que ha de dar les, cuando sus cuerpos se descian de las ligaduras de la materia, en la plenitud de la bienaventuranza, el amor infinito para saciar la sed del corazn, y la verdad absoluta para satisfacer el anhelo de la sublime inteligencia. (Aplausos) Habis hablado de exterminar asociaciones econmicas, aso ciaciones de tendencias, si errneas, humanitarias, vosotros que no podis recobrar vuestro antiguo influjo ms que por un solo medio, por el restablecimiento de las asociaciones religiosas. Permitidme que deplore vuestra imprevisin en este asunto. Y aads ms, aads con grande elocuencia, pero imprudente mente: esas ideas de la Internacional no se discuten, esas ideas se exterminan. Eso es lo que se haca el ario 36 con los frailes de Bar celona y de Madrid. Pues qu, la Internacional no es una colecti vidad de seres libres, responsables, humanos No merecen al me nos que sean examinados sus principios, y no exterminados Ya no bajan seores Diputados tradicionalistas, ya no bajan, no, ngeles exterminadores. (Voces en los bancos de los seores Diputados tradicionalistas: Han bajado en Pars). Pars Me citis a Pars, que es la explcita condenacin de todos vuestros sistemas de gobierno. La capital que elaborara la fi losofa de la libertad, que escribiera el Declogo de las revolucio nes, asaltada en tristsima noche por una turba de pretorianos re beldes, sin resistirse como debiera hasta el sacrificio, entreg su li bertad al despotismo, que despus de haberla amordazado y envile cido, despus de haberla arrastrado a guerras caprichosas y contra dictorias, cuando estaba exnime, la entreg a su vez a una inva sin rodeada de todas las calamidades que acompaan a estos azo tes; castigo tremendo, horrible, sin ejemplo por lo intenso y por lo doloroso; pero castigo no tan grande, en verdad, como la culpa de haber aceptado, y si no aceptado, consentido un rgimen plausible a los jesuitas y a los neo -catlicos: el rgimen bizantino del impe rio. (Aplausos en la izquierda). 63 Ah, seores! El despotismo necesita la guerra, porque tiene sed de sangre y hambre de carne humana, y la guerra trae siempre esas grandes y pavorosas y apocalpticas catstrofes. Pero, seores, yo s lo que se me va a decir: se me va a decir que combato con este ahinco, porque combato en causa propia. El Sr. Ministro de Gobernacin, que nos tachaba de calumniadores cuando nosotros le llambamos reaccionario, calificacin que no da lugar a ningn procedimiento de oficio, quiere procesar a los inter nacionalistas, y nos llama a todos nosotros, o a una parte de noso tros, aun a aquel que ha dicho que no lo es, nos llama internaciona listas. Aqu el Diputado que es internacionalista lo dijo en su sazn oportuna. Si hubiera otro que lo fuese, lo dir tambin. No oculta mos jams nuestras ideas. Yo no lo soy, yo no participo de los prin cipios de la Internacional. Bien al contrario, seores, combato por quien me ha combatido a m; defiendo a quien me ha acusado a m. Hay que saber que el peridico La Emancipacin, de la Internacio nal, ha dicho estas palabras: Las clases trabajadoras se entusias man mucho por la repblica y hablan mucho de la repblica. Ino centes! Les pasar lo mismo que con la desamortizacin; la repbli ca no servir sino para aumentar el predominio de las clases me dias. Un peridico, La Federacin, se ha dirigido al ms ilustre defensor de la idea social, se ha dirigido al publicista respetabilsi mo, al Diputado que todos oyen como un orculo y le ha dicho que era inconsecuente y olvidadizo. Esa sociedad ha dicho de otro Diputado, de uno de los que ms conocen la cuestin social, y que ms ha trabajado por el socialismo tal vez en Europa; ha dicho, asombraos, del Sr. Garrido, que es un instrumento dcil de las cla ses medias. No he extraado nunca, seores Diputados, que la Internacio nal me combatiera a m. Estaba en su derecho. De antiguo saba, ex cuso repetirlo, error o verdad, de antiguo saba que yo he defendi do siempre estos principios: la emancipacin econmica y social de las clases trabajadoras, como complemento de su emancipacin re ligiosa, de su emancipacin cientfica, de su emancipacin poltica. Pero al defender esta emancipacin econmica les he dicho tam bin que en esta emancipacin no tengan pretensiones exclusivas; porque sean cualesquiera sus ideales, sean cualesquiera sus intere ses, hay dos cosas que no pueden perecer nunca: el derecho indivi dual en toda su extensin, y la propiedad individual en toda su pu reza. Y, seores Diputados, lo que aqu necesitamos hacer para re 64 vestir el carcter de cuerpo consultivo, que nos ha dado el Sr. Mi nistro de la Gobernacin, lo que necesitamos hacer aqu es infor marle con nuestras luces, con nuestros estudios (yo tengo pocas lu ces y pocos estudios), con nuestros medios, informarle de lo que es la Internacional. Y yo, seores Diputados, que he asistido a algu nos de sus Congresos y que en alguna de sus discusiones he tomado parte personal en Europa, yo, seores, voy a tratar de instruir en este punto, en lo que pueda, al Sr. Ministro de la Gobernacin. Es una cuestin puramente acadmica, y yo sentir mucho molestar la atencin de la Cmara; pero como no me propongo nunca conse guir, aunque me tachen de artista, como no me propongo conseguir nunca efectos retricos, prefiero cansar a la Cmara, a dejar de de cir todo lo que tengo que decir, anticipndoos que es largo y es pe sado. Esta cuestin, seores, se enlaza con todas las cuestiones hu manas. La revolucin moderna es una y solidaria, bien que tenga diversos aspectos y se desarrolle en larga serie. Toda ella comenz en el momento en que mundo civilizado quiso destruir la antigua forma poltica, es decir, la teocracia, y el antiguo contenido social, es decir, el feudalismo. Por consiguiente, la revolucin moderna co mienza en el tercio ltimo de la Edad Media. El siervo que se ha dejado sus cadenas, sobre el terruo del municipio, aspira a crecer socialmente, como aspira a crecer naturalmente el vegetal que ha logrado salir de la tierra a la luz. El primer elemento que se trans forma es, parece imposible, el ms material y el ms grosero, el pla neta. Aquella tierra que a los ojos de la teologa era como la losa de un sepulcro, rompe la bveda de cristal s, la mquina pneumti ca bajo la cual yaciera, y se convierte en el globo bruido de luz, que boga acompaado de su satlite en continuo y armonioso movi miento por el ter infinito. Las antiguas formas hierticas del arte religioso se desvanecen, y el Renacimiento reconcilia al hombre con la naturaleza, y vuelve a divinizar, como la antigua Grecia, la hermosa humana forma. Un movimiento religioso y popular reivin dica para el gnero humano la propiedad de la conciencia. Y cuan do este movimiento religioso ha logrado su triunfo internacional en la paz de Westphalia, comienza el movimiento filosfico a dar ideas a la razn y a promulgar los Cdigos universales de la sociedad y de su poltica. Y cuando, merced a los grandes escritores franceses del pasa do siglo, las ideas abstractas de la fi losofa pasan a ser patrimonio por la elocuencia, por la stira, por la maravilla inmortal de la En ciclopedia, pasan a ser patrimonio del sentido comn de los pue 65 blos, realizada la revolucin moral en la conciencia, brota la revo lucin poltica en el espacio, esa revolucin poltica a la cual noso tros, hijos de tantos siglos, herederos de tantas obras, estamos an adheridos, llevndola casi a sus ltimas y ms benficas consecuen cias. Pero no hay que equivocarse: ningn trmino del problema fal tar, ninguna idea de la gran serie dejar de cumplirse. El mundo no se inmovilizar, no, en la revolucin poltica. A medida que los problemas polticos se resuelven, surgen por su propia virtud los problemas sociales. Cmo le llamaris a nuestro tiempo Le lla maris por ventura el tiempo del sacerdocio Ese tiempo concluy en el siglo XIV. Le llamaris el tiempo de la aristocracia Ese tiempo concluy al filo del pual de Luis XI y de la espada de Fer nando V. Le llamaris el tiempo de los Reyes Ese tiempo con cluy en el cadalso de Luis XVI. Le llamaris el tiempo de las cla ses medias Las clases medias andan dispersas desde la revolucin de Febrero. La mquina que ha hecho intiles ya las fuerzas brutas del hombre, la Prensa diaria que ha destrudo ya el desnivel de las inteligencias; el sufragio universal que ha borrado ya la desigual dad de las condiciones polticas; los derechos individuales que han convertido a los hombres en ciudadanos igualmente libres, hacen de este ltimo perodo histrico el perodo de la aparicin necesa ria del cuarto estado, del pueblo; y as como despus de las largas y seculares evoluciones geolgicas, la tierra se aderez para recibir la visita del hombre, y vino sobre ella la lluvia magntica del huma no espritu, la sociedad se ha elevado en trminos que ya no puede vivir sino en comunin perpetua con las modernas democracias. (Bien, bien) Y he aqu la razn de la existencia inevitable de los problemas sociales; y he aqu la razn de la existencia inevitable de las escue las sociales. S, seores; de todo se desprende este aforismo. El ad venimiento del pueblo no puede ser completo, no puede llegar a su madurez, si a las reformas polticas no acompaan las reformas econmicas y sociales. Es verdad, se ha errado mucho en este asunto. Pero el errar su pone el pensar, y el pensar supone un trabajo intelectual, que siem pre es fecundo. Hubiera venido la gran filosofa socrtica si los sofistas, descomponiendo con su dialctica todas las ideas, no hu biesen preparado el momento de referirlas todas al sujeto y a la conciencia Pues lo mismo el problema social se ha de resolver por el trabajo del pensamiento, aunque produzca multitud de errores. 66 Signo seguro es el error, que proviene de la multitud de pensa mientos, de la multitud de escuelas; signo seguro de un gran parto social, como son signo seguro del parto fsico grandes y acerbos do lores. As nuestro siglo es el siglo de las escuelas sociales. Notadlo: a medida que estas escuelas se desarrollan, a medida que llegan a nuestro tiempo, van despojndose de la utopa y van convirtindose en escuelas mucho ms en armona con la realidad poltica, y con mucha ms fijeza en el respeto debido a las eternas bases de toda sociedad. El socialismo fue en su principio una teologa que todo lb fia ba de la venida de un nuevo Mesas y de la organizacin de un nue vo pontificado. El socialismo fue despus una grande cosmogona, que no se contentaba con transformar la sociedad, sino que tam bin quera reintegrar al hombre en toda la mgica vida de un nue vo cosmos, resultado de un nuevo florecimiento de la naturaleza y de nuevas y ms deliciosas armonas de todas las esferas. El socia lismo fue ms tarde una psicologa, cuyo principal objeto era tras ladar la responsabilidad de nuestras faltas y de nuestros vicios, desde la conciencia y el alma, a cargo de la pervertida sociedad. Hasta que por ltimo, el socialismo, ya ms prctico, se redujo a una economa poltica, aunque de principios contrarios a los prin cipios de la economa tradicional, dando al Estado atribuciones que el Estado no poda tener sin grave detrimento de la libertad y del derecho. Pero en este momento crtico aparece un hombre extraordina rio, cuyo influjo ser inmanente en muchos siglos. Ha servido a las escuelas sociales, y las escuelas sociales suelen considerarlo como las visiones apocalpticas al genio del mal y de las tinieblas. Engen drado ste en el seno de una familia proletaria, nacido y baado en los sudores del trabajo, crecido y educado a la vista de las fatigas y de las angustias que la miseria engendra en las ltimas clases de la sociedad, cuyo propsito nico haba de repetir con tan desgarra dora elocuencia; lgico implacable, cuya fuerza tiene algo de las fuerzas ciegas de la naturaleza, algo de las fuerzas del huracn y del terremoto; artista maravillossimo de la palabra, que a pesar de haber tenido, como Rousseau, tarde, muy tarde, la revelacin su ge nio de escritor, ya se eleva a la majestad de Bossuet, ya desciende a los aullidos de Baboef, ya se re con la sarcstica risa de Montaig ne, ya se enternece con la sensibilidad femenil de Bernardino de Saint-Pierre, ya brota los varoniles apstrofes de Vctor Hugo, ya 67 susurra la dulce poesa de Lamartine, como si poseyera la nota de todos los estilos para repetir mejor el eco de todos los dolores; sombra gigantesca, que entra en el panten del sincretismo contem porneo, donde estn amontonadas todas las ideas, con el mismo horror con que entraban los primeros cristianos en el antiguo pan ten latino, donde estaban amontonados todos los dolos; y creyn dose juez universal, rbitro de la conciencia moderna, recoge todos los sistemas en sus libros, los desmenuza todos en su vastsimo jui cio, los tritura todos bajo su herclea clava, porque l es el genio de la crtica social, como Kant fue el genio de la crtica cientfica; y aunque maldice todos los principios, el catolicismo por reacciona rio, el protestantismo por aristocrtico, el doctrinarismo por inmo ral, el sensualismo por asqueroso, el idealismo por vago, la metaf sica por transcendental y teolgica, la economa poltica por vulgar e incompleta, las escuelas democrticas por inocentes y soadoras; aunque arroja tantos dolos, tantos penates queridos y respetados en la idea del movimiento de Herclito, transformada por la extre ma izquierda hegeliana, especie de ro sin origen, sin desage; la nica ruina que en realidad queda a las plantas del gran demoledor es la ruina de las antiguas escuelas sociales, como las nicas afir maciones que sobre su frente surcada por la tempestad se levantan, como una aureola de luz, son la repblica federal en poltica, y en ciencia el dogma de la libertad y de la responsabilidad del hombre. (Ruidosos y prolongados aplausos) Este problema tiene un carcter universal, y al mismo tiempo un carcter particularsimo a cada raza, a cada nacionalidad, revo lucionario en Francia, metafsico en Alemania, positivista en Ingla terra. Este carcter general y particular a un tiempo prueba que el problema no ha nacido de tendencias individuales, que el problema est planteado en exigencias incontrastables de la sociedad de nuestro tiempo. Porque, atended a este fenmeno, mientras el genio francs as da al problema social, a despecho del ltimo de sus re veladores, ese carcter autoritario, centralizador, el genio italiano, personificado en uno de los ms grandes y elocuentes publicistas del siglo, desde el seno del destierro, como los antiguos profetas desde las orillas del extranjero rio, examina el problema social, y lo encuentra contradictorio, insoluble, lleno de las mismas antinomias que la naturaleza y la metafsica, porque cree que se excluyen la so ciedad y el individuo, como el ser y el no ser, como el pensamiento y el mundo, como el sujeto y el objeto, como la providencia y la li bertad, como lo til y lo bueno; que en la movilidad continua de la vida, segn su sentir, los perodos histricos se repiten con la uni 68 forme ley de las estaciones en el ario, y las tribus preceden a las ciudades, y los poetas a los hroes, y los hroes a los profetas y los profetas a los redentores; y cuando merced a tantos trabajos parece que el mundo se ha transformado, renacen las mismas penas, las mismas preocupaciones, la misma lucha entre el pensamiento libre y la religin, entre la riqueza y el trabajo, entre la propiedad y la ley agraria, como si el planeta no fuese ms que el sangriento tea tro donde se representa eternamente una tragedia montona que repite las mismas escenas y que no llega nunca al desenlace. En todas estas afirmaciones, que algo tienen de la siniestra de sesperacin de Maquiavelo, se ve que el italiano de ayer, sin patria y sin hogar, no llevaba al seno del problema social luz, sino las sombras que recoga en el marmreo sepulcro de su Italia. Mientras esto sucede en las naciones latinas, el genio alemn elaboraba su socialismo trascendental. La idea individualista, que la Crtica de la razn pura y La teora de la ciencia llevaran a sus ltimos extremos, apareca a los ojos de los nuevos pensadores, como una idea incompleta. La reconciliacin del hombre con Dios, del espritu con la naturaleza, de la sociedad con el individuo, del Evangelio con la ciencia, parecales incompleta tambin, si no jun taban todas las clases en una idea altsima de justicia y todos los pueblos en un ideal superior de humanidad. Para ellos la sociedad debe al hombre algo ms que las condiciones polticas, le debe tam bin aquellas condiciones econmicas, sin las cuales no podra rea lizar su vida ni cumplir el bien, que es su destino. Y las escuelas an ti-teolgicas, o mejor dicho, anti-religiosas que en Alemania pulu lan, teniendo otro sentido crtico irreconciliable con toda idea transcendental y metafsica, tenan el mismo sentido respecto a los problemas sociales, crean necesarias, al par de una regeneracin cientfica, una regeneracin econmica, una regeneracin social de todo gnero humano. Acaso no pasaran nunca estas ideas de la serena regin de la ciencia, si no viniera de sbito, como centella desprendida de sere no cielo, la revolucin de Febrero. Los germanos se levantaron a este llamamiento. Los espritus ms apocados creyeron en la proxi midad de la redencin. Las pacficas universidades se volcanizaron. La Asamblea de San Pablo de Francfort apareci como la grande universidad de la idea moderna. Unos Reyes huyeron, otros abdica ron. El Juliano de la filosofa y de la revolucin se encontr en su lecho real las vctimas inmoladas por sus tropas. En solo un mo mento pareca la tarda y soadora Alemania ganada a la causa de 69 la democracia universal. Pero el encanto fue pasajero. Camos ven cidos en Baden y en Dresde, y en Viena y en Berln. La dispersin comenz. Unos demcratas pasaron a los Estados Unidos, otros pa saron a Francia. Este momento de la dispersin de los demcratas alemanes se enlaza con la historia de la idea social, como el mo mento de la dispersin de los apstoles se enlaza con la historia de la idea cristiana. Los ms radicales, aquellos que ms se comprometieron y ms firmemente en los procedimientos revolucionarios y en la solucin del problema social, huyeron a Francia, y en Francia continuaron su propaganda. All, uno de los que hoy tienen ms influencia en las clases trabajadoras de toda Europa, escribi, en refutacin del libro de las Contradicciones, que Proudhon titulaba Filosofa de la miseria, otro libro que titulaba l Miseria de la filosofa. (Risas). Poco tiempo pudieron los proscriptos alemanes residir en Francia. La mano de la reaccin bonapartista les persegua por todas partes. De Francia pasaron a Blgica; pero el golpe de Estado del 2 de Di ciembre les oblig a pasar de Blgica a Inglaterra. Y cuando se en contraron en Inglaterra, vieron un espectculo que deba conven cerles, que deba convencer a todos los autoritarios, de cun fecun da es la libertad y cun prvida la asociacin para resolver todas las grandes cuestiones sociales. Mirad, seores, mirad la universalidad del problema y la dila tacin de las nuevas ideas, de las aspiraciones nuevas por todas partes. Los germanos son en la civilizacin contempornea lo que los griegos en la civilizacin antigua: los pensadores, los filsofos, los sabios; en tanto que los ingleses son lo que los romanos en la antigua civilizacin: los hombres polticos, los hombres prcticos, y como prcticos haban hallado una frmula, mediante la cual poda prescindir el trabajador del capitalista: haban hallado la coopera cin. Merced a ello, existan ya grandes ciudades de trabajadores, formadas por asociaciones que tenan muchos ahorros y mucha in fluencia poltica. Las asociaciones de Rochdalle alcanzaron tal prosperidad, tal fuerza, que parecan destinadas a ser un ejemplo de cmo se puede llegar, universalizando estos medios por la libertad, a la completa independencia de los trabajadores. Mientras tanto, un alemn ilustre del partido progresista, invo cando el principio de la reciprocidad de servicios, uniendo a los trabajadores en asociaciones, donde cada uno garantizaba el crdi to de todos, y todos el crdito de cada uno, lleg a la creacin de 70 Bancos populares en Alemania, que deban ser el complemento de las fbricas creadas por el genio de los trabajadores ingleses. Y aquellos revolucionarios dispersos que de Alemania haban pasado a Blgica, de Blgica a Inglaterra, con el nimo decidido de redimir al trabajador, trataron de llevar los nuevos descubrimientos econ micos a toda Europa y de reunir en asociacin grandiosa, inmensa, los trabajadores de todo el continente. Coincidi con esto una de mostracin viva de que la industria humana es solidaria; coincidi la exposicin universal de Londres. Un hecho puede ms que mu chas predicaciones. Tocronse prcticamente los resultados de li gas internacionales, y comenz la asociacin de que tratamos. He ah su germen. Pero su frmula, seores, la frmula social que hoy lleva esa asociacin, tiene otro origen, que merece detenido estudio. Cohibid, cohibid, el pensamiento, profesad el anticuado principio de que es necesario perseguir materialmente el error, y os encontraris con que la frmula de la Internacional ha nacido en la conciencia de un pueblo mudo, de un pueblo siervo, del pueblo ruso. Cierto elo cuentsimo publicista, eminentemente revolucionario, huy de Pe tes burgo, su patria, a Londres en pos de la libertad para su pensa miento. Consagrose all a publicar un peridico destinado a encen der en Rusia la revolucin social. El emperador Nicols castigaba hasta con pena de muerte la lectura del peridico, y sin embargo, lo vea en su palacio, en la estufa de su jardn, en el palco de su tea tro, en el reclinatorio de su capilla, sin que pudiese adivinar por qu procedimientos misteriosos llegaba la incendiaria hoja hasta sus manos. En este peridico se criticaba la corte rusa, la nobleza, las jerarquas burocrticas, la Iglesia con sus clrigos blancos y ne gros, y al mismo tiempo la organizacin de la servidumbre. Pero engariarase quien creyera que el peridico se reduca so lamente a las cuestiones rusas. Trataba tambin de las cuestiones sociales, y las trataba de una manera original y nueva. Tres razas fundamentales, deca hay en Europa: la raza latina, la raza germa nosajona y la raza slava. La raza latina es una raza socialista, como que ha fundado todas las grandes instituciones sociales; pero es tambin una raza autoritaria. La raza sajona es una raza liberal, pero es tambin una raza egosta, sobrado amiga del hogar, de la propiedad individual, y por consiguiente, una raza incapaz de ele varse a ser verdaderamente humanitaria. La raza encargada de resolver el problema social, y que tiene para ello mayores aptitudes, ser la raza slava, individualista, libe 71 ral como la raza sajona, tanto que ni siquiera tiene nocin del Esta do, siendo a la par de tal suerte federalista y social, que en sus mu nicipios no existe realmente ms autoridad que la autoridad de todo el mundo, ni ms propiedad que la propiedad colectiva, que la propiedad de todos para todos. Y entonces los slavos dieron las dos grandes frmulas de la In ternacional, a saber: Estado reducido a funciones puramente admi nistrativas; Estado no poltico; federacin de municipios aglomera dos, y como propiedad la propiedad colectiva, la propiedad de la tierra y de todos los instrumentos de trabajo en manos de los habi tantes, o de los inscritos en esos municipios. Un hombre de genio emprendedor y activo, hombre verdadera mente extraordinario por sus altas cualidades de propagandista y de organizador, vino a traer el esfuerzo de su gran talento y de su gran palabra, desde el fondo de Siberia, donde se viera confinado por anteriores revoluciones polticas, y de donde milagrosamente se escapara, a las frmulas slavas, con las cuales se hallaba unido, no slo por un grande convencimiento, sino tambin por su raza, por su sangre, por su origen, que aquel hombre era ruso, era slavo tambin. En esto, mientras los slavos llegaban a reducir y compendiar en breves cnones su frmula, celebr base el primer Congreso que la democracia europea poda celebrar despus de muchos arios en Europa el Congreso Internacional de Ginebra. Y en aquel Congreso los slavos presentaron sus tres tesis fundamentales. Estado reduci do a funciones puramente administrativas, municipio comunista, propiedad colectiva. La democracia europea no quiso aceptar estas tres frmulas, y los desairados amenazaron con una grande exci sin, y se refirieron a un segundo Congreso, al Congreso de Berna, que deba celebrarse en el ario siguiente. En el Congreso de Gine bra se haba votado por individuos. Los franceses se hallaban en mayora, y los slavos consiguieron y recabaron que al prximo Con greso se votara por nacionalidades. Pero votndose por nacionalidades resultaba una cosa bien singular, a saber: que si haba en el Congreso, por ejemplo, 100 ale manes, estos 100 alemanes slo tenan un voto, y si haba un solo espaol, este espaol tena un voto tambin. Los slavos se empea ron tenazmente en que la democracia europea reunida en Berna en 1868, en el segundo Congreso, haba de aceptar la propiedad colec tiva y la frmula poltica del municipio slavo. 72 Y, seores, se arregl de esta manera. Rusia disput mucho tiempo con Alemania, porque sta quera variar la cuestin de las nacionalidades y reclamar tantos votos como reinos tiene su confe deracin, y el slavo deca: si Alemania representa varias nacionali dades, yo pido 14 votos, porque la Rusia se ha comido 14 pueblos. Se convino en que Alemania representara una sola nacionalidad, y en que Rusia representara una sola; y entonces, admrense los se ores Diputados, Polonia, representada por un mrtir, joven ilustre que ha muerto defendiendo la independencia de otro pueblo en los campos de Francia, Rusia, los Estados Unidos e Inglaterra, admitie ron la colectividad, siendo las dos ltimas naciones las ms indivi dualistas del mundo. Italia, representada por un doctor clebre; Francia por un eminente filsofo; Suiza por uno de los hombres ms ilustres del siglo, y Alemania por multitud de sus ms distin guidos repblicos, se pronunciaron contra la propiedad colectiva y el municipio slavo, y estaban las cuatro naciones frente a frente, y yo era el nico espaol que se encontraba en el Congreso; y enton ces me dijeron: Usted representar a la Espaa. Y yo dije, con la sinceridad que todos reconocen en mi carcter, yo dije: Yo no ten go ninguna representacin, yo no he consultado con mis amigos po lticos; Espaa est ahora al comienzo de una revolucin, y no se ocupa de si la propiedad ha de ser colectiva o individual. Por consiguiente, yo no poda votar por falta de poderes; y en tonces me dijeron: Es que en el mismo caso se encuentran casi to dos los demcratas que estn reunidos aqu (Risas); pero todos han sido periodistas o Diputados, todos son conocidos en sus respecti vos pueblos, todos han influido en su poltica, todos tienen un nom bre ilustre (menos yo, que no lo tena), todos valen algo, todos sig nifican algo, todos son odos por muchos ciudadanos, y por consi guiente, su representacin es una representacin colectiva. Pues cmo no haba de ser, cuando all estaban indudablemente reuni dos muchos de los hombres ilustres de Europa Bsteme citar el nombre ilustre de Quinet, y el que no lo conozca ser porque no habr saludado un libro. Y entonces yo vot y decid, no en nombre de la Nacin espaola, no en nombre de mi partido poltico, porque ya dije que yo no representaba a nadie, sino en mi propio nombre, resolv la cuestin en favor de la propiedad individual y en contra de la propiedad colectiva. (Rumores) De qu os extrais Por ventura hubirais votado a favor de la propiedad colectiva (Varios seores Diputados: Si no es eso!). Y, seores Diputados, entonces el slavo dijo: No volver a reunirme en un Congreso de la democracia europea; me reunir 73 aparte, escribir aparte, organizar aparte, influir aparte; y los que crean insignificantes estas cosas, no saben que esta organiza cin ha producido la Internacional, que esa organizacin ha produ cido los grandes movimientos de Francia; os res porque sois inca paces de comprender el movimiento de las ideas. (Aplausos en la minora, y continan los rumores en la mayora) Grande escasez tienen de entendimiento aquellos que no comprenden la relacin de las ideas con los hechos y de los hechos con las ideas. Y, seores Diputados, comenzaron a influir desde entonces los slavos en los Congresos de la Internacional. Cayeron stos, pues, bajo la tutela de aquellos que se haban separado de los Congresos democrticos de Europa, que era el tema de mi discurso. La Internacional haba celebrado Congresos anteriores a los Congresos de la democracia. Los internacionalistas se haban reuni do por vez primera en 4 de Septiembre de 1866, en la ciudad de Gi nebra, camino de Chne; no lejos de Pr LEvque, donde vivamos los emigrados pobres. Aquella fue la primera reunin continental de esta sociedad que ahora os asusta tanto, la Internacional, cuya direccin est en Londres, y cuyos Congresos se verifican peridi camente. Ah! El Sr. Jove y Hvia hablaba elocuentemente de la ta berna: en una taberna se reuni; pero, Sr. Jove y Hvia, qu taber na! All o yo lo siguiente: Se levantaba un trabajador y hablaba en alemn, y el presidente deca: El seor dice esto o lo otro, y tradu ca directamente al francs cuanto el alemn haba dicho. Se levan taba un ingls, hablaba en ingls, y el presidente traduca correcta mente al francs lo que el ingls haba dicho. (Rumores) Se levan taba un italiano y el presidente haca lo mismo; y aquel presidente, sabis quin era Pues era un obrero, un tejedor. Ha visto mu chas gentes como sta el Sr. Jove y Hevi en los palacios dorados de sus Reyes Seores Diputados, qu decidi aquel Congreso Qu trat aquel clebre Congreso de la Internacional Qu problemas trajo aquel Congreso Yo pido al Sr. Ministro de la Gobernacin que me escuche, porque esto es interesante. No podemos juzgar a la Inter nacional por los peridicos, porque se escribe con pasin siempre en la prensa. La prensa tiene cualidades muy buenas, pero tambin tiene cualidades muy malas, porque se deja llevar frecuentemente de la peor de las pasiones, de la ira. El escritor se encierra en su casa, y desde all empieza a decir todo lo que nosotros no decimos aqu por respeto al pblico. Pues qu, juzgara alguien por la prensa espaola el Congreso espaol y las deliberaciones del Con 74 greso espaol Pues qu, nosotros aqu nos llamamos apstatas, traidores, resellados, cangrejos, buhos, calamares y puntos negros Traer aqu los fragmentos de los peridicos de la Internacio nal, Sr. Ministro de la Gobernacin, es una insigne puerilidad. Eso no se hace ya por ningn hombre de Estado en ningn Parlamento del mundo. Lo que hay que ver y lo que hay que estudiar es lo que compone la legislacin de la Internacional, sus decisiones sobera nas y sin apelacin, su Cdigo fundamental. Lo que hay que ver y estudiar es lo que han proclamado y decidido sus Congresos, que son para la Internacional lo que los Concilios para los catlicos. Qu es lo primero de que trataron De los medios de resistencia que ha de tener el trabajo contra las invasiones del capital. Pues qu, se puede negar que las fuerzas econmicas de la sociedad, como las fuerzas mecnicas de la naturaleza estn siempre en lu cha Por qu hemos de ser tan pueriles que no reconozcamos que hay una lucha entre los intereses de los capitalistas y los intereses del trabajador, y para ello el derecho que tiene el trabajador de ocuparse en la direccin de sus intereses Y luego, segunda cues tin que pusieron a la orden del da: Reduccin de horas de traba jo. Hay trabajadores que emplean diez y seis horas (El Sr. Garri do [D. Fernando]: diez y ocho) y diez y ocho, como me acaban de decir, y ellos pedan que el mximum fuese de ocho a diez horas. Pues bien; quin que haya visitado una de las fbricas no convie ne en que esto es una aspiracin racional Pues qu, no veis cun horribles son aquellas diez y ocho horas No veis que aquel aire no es respirable, que el ruido de la mquina embota los sentidos y desgarra los nervios, y que las infelices gentes que estn junto a la mquina de vapor tienen consumidas las carnes, quemados los huesos, rugosa la piel Yo no he entrado nunca, en Mulhousse y en Londres, en una de esas fbricas, sin tener que salir enseguida, y sin acordarme de aquellos campesinos meridionales, que excepto en los meses de Julio y de Agosto, en que el calor es insufrible, des pus viven iluminados por aquel sol, alentados por aquel aire, per fumados de azahar, en medio de aquella naturaleza, que les da una fiesta continua de luz y de colores. Y luego, despus de haber tratado esto, trataron, seores Dipu tados, de la educacin de los nios, de la necesidad de prohibir el trabajo a los nios, y tenan razn; porque, sabis lo qu sucede Que la falta de educacin en las grandes ciudades fabriles los em brutece, y de aqu provienen muchas de las catstrofes que en esas 75 ciudades estallan. Y luego trataron del trabajo de la mujer, y dije ron todo lo contrario de lo que dice el Sr. Ministro de la Goberna cin: dijeron que las madres no deben estar en los talleres, que las fbricas las prostituyen, que la degeneracin fsica de los ciudada nos en los grandes centros fabriles depende del trabajo de la mu jer, la cual necesita abandonar a sus hijos, y el hijo se educa sin la mirada, sin la luz, sin la providencia de su madre. Y luego trataron de los ejrcitos permanentes y de su influencia, en la produccin, y negaron los ejrcitos permanentes; pero dijeron que vista el estado social europeo, era necesario admitir la organizacin del ejrcito que tena Suiza. Y luego trataron de las contribuciones directas e indirectas, y condenaron las contribuciones indirectas, y dijeron que todos los pueblos deban regirse por el sistema tributario de la repblica de Newfchatel, en Suiza, la cual tiene completamente abo lidas todas las contribuciones indirectas. Y luego se present la gran cuestin, la cuestin, del influjo de las ideas religiosas en la educacin. Hablaron unos en un sentido, hablaron otros en otro sentido O decidi el Congreso El Congreso decidi pasar a la or den del da sin resolver esa cuestin, diciendo que se pusieran los discursos en los Boletines, pero que constara que todas eran opi niones individuales; y no hubo ms principios proclamados en aquel primer Congreso de la Internacional. Y cuando yo o algunos de mis amigos salamos a la calle, nos encontrbamos que el propietario ginebrino, que es muy rico, y aunque all hay gran democracia, muy aristocrtica en sus costum bres, iba en su coche, sin creer que la sociedad se le caa encima, porque Suiza est ms fuerte, mucho ms fuertemente asentada so bre su libertad, sobre sus derechos individuales, sobre la repblica y sobre la federacin, que sobre el granito de los Alpes. Vino el segundo Congreso de 1867, y en este segundo Congre so volvironse a tratar todas las cuestiones antecedentes, y se trat adems una cuestin que prueba la humanidad de aquellos trabaja dores. Decan: Si una parte del cuarto estado se asocia y logra por la Internacional cambio provechoso en las relaciones econmicas, solamente para s, para el asociado y para el internacional, no crear un quinto estado, que sea ms miserable que lo es hoy el cuarto De suerte que aquellos hombres trataban hasta del porve nir de los que haban de quedar rezagados en su ascensin sucesi va, y todos decidieron la cuestin en favor de nuestros principios en favor de nuestras soluciones: dijeron que la libertad lo resolva todo, que por el ejemplo de las asociaciones se levantaran otras 76 asociaciones, y que, digan lo que digan los malthusianos, la produc cin de la naturaleza y la produccin del trabajo es infinita. No hay, por consecuencia, que tener miedo a una gran miseria. Y vol vi a plantearse la cuestin religiosa, y se volvi a pasar a la orden del da sin decidir nada sobre esa cuestin en el congreso de Losa na. Y vino el tercer Congreso de la Internacional, que fue el Con greso de Bruselas de Septiembre de 1868: y este Congreso, adems de otras muchas cuestiones, trat la cuestin de la guerra, y fue unnime en condenar esa horrible calamidad pblica. Trat luego una cuestin que le interesaba mucho y que tena slo un aspecto econmico: la cuestin de los rbitros encargados de decidir la oportunidad de las huelgas. Convinieron todos los miembros del Congreso en que las huelgas eran una calamidad, pero una calamidad inevitable en el presente estado de lucha a que se halla condenado el trabajo. Pero se dieron leyes para someterlas a cierta regularidad. Un consejo de rbitros nombrados por cada asociacin deba decidir de la legitimidad de las huelgas. Tras las huelgas tratronse las mquinas. Convinose en que las mquinas deban pertenecer al trabajador; pero no se habl de apelar a nin guna violencia ni de proponer ningn despojo; fue antes opinin casi unnime que los dos medios de adquirirlas eran la coopera cin, como en la Gran Bretaa, o el crdito mutuo, como en Alema nia. Luego trat el Congreso de la educacin ntegra, de la educa cin total que necesita el trabajador. Y en efecto, el hombre, para ser digno de su ministerio en la sociedad y en la naturaleza, debe educar sucesivamente todos sus facultades, y al llegar a la madurez de la vida conocer el conjunto de relaciones que lo ligan con el uni verso material y con el universo moral, con el mundo que se dilata por los espacios infinitos, y el mundo que se oculta en la inmensi dad de su conciencia. As debe educar el sentimiento, la primera fa cultad que se despierta en su alma. Tras el sentimiento la fantasa, a cuya luz puede espaciarse en los cielos del arte. Tras la fantasa la inteligencia, que le dar las nociones ms indispensables a la vida. Tras la inteligencia la razn, sin cuya luz no puede conocer ni la naturaleza en que vive su cuerpo ni la sociedad en que vive su alma. Tras la razn debe educar la conciencia, que le ensea el bien y el mal, que le impone el Declogo de sus deberes. Slo as el hombre se desprende de esa existencia sensual, ve getativa, semejante a un feto eterno, a las entraas de la naturaleza 77 adherido, y se eleva al cumplimiento racional de su destino en la tierra y a la aceptacin moral de su responsabilidad ante el mundo. Al despedirse convinieron de nuevo en proclamar la superiori dad de las pacficas obras del trabajo sobre las devastadoras obras de la guerra. Y en efecto, acaba de pasar sobre el mundo una de esas trombas. Cuando vemos las ciudades incendidas, los campos devastados, las carnes humanas repartidas entre las alimaas de los bosques, los huesos mondados por los cuervos, la desolacin universal y los odios eternos entre las razas que empujan la civili zacin hacia los tiempos feudales, no podemos dejar de maldecir los nombres de Ciro, de Daro, de Csar, de Carlos V, de Napolen, considerndolos como los genios del mal, en tanto que Franklin arrancando el rayo a la nube, Morse escribiendo en las chispas elctricas la palabra humana, Wath dotando a la humanidad, con el tenue vapor que se disipa, de una nueva fuerza, Herschel haciendo descender los planetas a nuestros cristales, son los verdaderos con tinuadores de la obra divina, los que han empapado la tierra agria y rebelde, recibida de la naturaleza creadora, en este planeta que irradia por cada uno de sus poros los resplandores inmortales de nuestro pensamiento. (Grandes aplausos) El Congreso de Bruselas conclua, fi jense los seores Diputa dos en las fechas, casi al mismo tiempo en que los colectivistas se haban separado de la democracia en el Congreso de Berna, amena zando con lanzarnos, en contra de nuestros principios y de nuestras ideas, sus asociaciones de trabajadores. Como el Congreso recorda r, los slavos nos dijeron al separarse de nosotros que ramos de mcratas puramente formalistas; que ramos republicanos pura mente platnicos. La amenaza se cumpla; nos volvieron contra no sotros, contra la democracia poltica, las diferentes asociaciones de trabajadores que haban establecido, que haban organizado en toda Europa. Deba esperarse todo de su jefe. Yo creo que este hombre ex traordinario, con todas sus apariencias de cosmopolitismo, quiere imponer a Occidente su espritu oriental, asitico. Parece tallado en las piedras ciclpeas, segn su colosal estatura. Con barbas blancas de patriarca, imperiosa cabeza de autcrata, nervudos miembros de cosaco y pequeos, agudos ojos de trtaro, lleva en su persona la fisiologa de todas las razas de su inmenso imperio. Yo comprendo la fascinacin que su elocuencia oriental, su genio orga nizador, ejercen sobre las clases trabajadoras, que aguardan, como los ltimos hombres del antiguo mundo, a todas horas su Mesas. 78 En el ario de 1869 se reuni el Congreso de la Internacional en Ba silea. Y all el fuerte slavo llev su ideal, la propiedad colectiva, que es volver a los primeros patriarcas del Oriente, al ebionismo y al esenismo asitico, que hubieran ahogado nuestra civilizacin a no venir la idea de la personalidad humana del Occidente y las ra zas germnicas con su carcter individualista del fondo de las re giones del Norte. En el Congreso de Basilea imperaron con gran predominio los slavos. Y este predominio explica las declaraciones que voy a comunicaros inmediatamente. Qu sucede, pues, en ese Congreso de Basilea Qu ocurre en ese Congreso en que se disiente del Congreso de Losana Qu fue lo que all se decidi Decidieron, seores Diputados, la pro piedad colectiva. La decidieron no sin grandes protestas; pero la proclamaron, esto es indudable. Despus de haber hecho esto, pare ce como que se arrepintieron; y la prueba de que se arrepintieron, es lo siguiente: consecuencia de la propiedad colectiva, abolicin de la herencia. Acerca de la abolicin de la herencia empez una discusin extraordinaria, una discusin transcendental: muchos de fendieron la herencia a pesar de haber votado la propiedad colecti va, como si se acordaran de su mujer y de sus hijos. Y puesto el punto a votacin, 32 votaron la abolicin de la herencia, 23 en con tra, 17 se abstuvieron de votar; y como eran 80 los delegados, acor daron pasar a la orden del da, y no se decidi nada sobre tan gra ve y transcendental asunto. Y aqu acaban, seores, las decisiones de la Internacional. Sobre la religin no decidieron nada; sobre la familia tampoco decidieron nada; de este asunto no trataron, ni si quiera se pronunciaron discursos. De consiguiente, todas las inmo ralidades de la Internacional, quedan reducidas a la propiedad co lectiva. Seores: la propiedad colectiva est juzgada por la experien cia, est condenada por el convento espaol, por el municipio sla vo, est condenada por las sociedades de los hermanos Morabos, est condenada en el Paraguay. Donde quiera que se ha hecho el ensayo de la propiedad colectiva, la sociedad ha permanecido en perpetua infancia. Pero yo os pregunto, seores Diputados: es inmoral, puede ser inmoral, a quin se le ocurre que puede ser inmoral pedir que la propiedad en vez de ser individual sea colectiva Puede ser in moral cuando las asociaciones religiosas, cuando la Iglesia ha teni do la propiedad colectiva Yo quisiera que el Sr. Ministro de la Go bernacin me contestara con un signo. Es inmoral sostener que la propiedad debe ser colectiva S o no Es inmoral No S 79 Seores Diputados: por lo que he odo y he visto, el Sr. Minis tro de la Gobernacin contina en su sistema de ayer. Dice s y no, de lo cual pudiera resultar aquello de qu s yo. Es inmoral la propiedad colectiva Pues hay que condenar el Evangelio, y el otro da os alarmsteis cuando os lo deca el Sr. Garrido. Pues es ver dad. Hay que condenar el Evangelio y los Santos Padres. Mas como quiera que yo est cansado, antes de entrar en tal asunto, pido a la benevolencia del Sr. Presidente diez minutos de reposo. El Sr. ALARCON: Es inmoral la propiedad colectiva fundada con lo ajeno contra la voluntad de su dueo. El Sr. PRESIDENTE: Se suspende la sesin por diez minutos. Eran las seis menos cuarto. Abierta de nuevo la sesin a las seis y cuarto, dijo El Sr. PRESIDENTE: Contina la discusin, y en el uso de la palabra el Sr. Castelar. El Sr. CASTELAR: Seores Diputados, doy ante todo gracias a la Cmara por la benevolencia con que me ha escuchado, y espero que, en atencin a lo grave y transcendental del asunto, contine prestndome esa misma benvola atencin. Al tratar con tanto empeo la cuestin que se discute, vuelvo a preguntar yo: trato una cuestin propia Seores Diputados, no; trato una cuestin de libertad y una cuestin de derecho. Me ape nan verdaderamente, me apenan los comienzos de todas las reaccio nes; porque cuando una reaccin comienza, no se sabe nunca adn de ir a parar. Sucede con las reacciones lo mismo que con las re voluciones, nadie es dueo de detenerlas ni de refrenarlas a su an tojo. Por consecuencia, yo aqu lo que siento y deploro en lo ms ntimo de mi alma es que el derecho de la libre emisin del pensa miento se limite y que se destruya el derecho de reunin; dos dere chos que habamos tan difcilmente conseguido despus de san grientas revoluciones. Pues qu, necesito yo participar de las ideas de ninguna aso ciacin para defenderla Era yo, por ventura, publicista del parti do tradicional cuando me levant la vez primera a hablar en esta Cmara, a pedir que fueran excarcelados, y algunos de ellos, si no todos, merced a aquellas palabras, lo fueron Necesitaba ser yo de las rdenes religiosas cuando reconvine agramente al Gobierno 80 provisional por haber suprimido, reciente la revolucin, las rde nes religiosas Necesitaba yo, por ventura, pertenecer al partido carlista cuando sostuve aqu un voto de censura contra una perso na tan autorizada como el Sr. Presidente del Congreso, a la sazn el seor Olzaga, voto de censura defendiendo que el partido carlista tena derecho a proclamar dentro y fuera de esta Cmara a su Rey cuando le pareciera conveniente Pues, seores, el que tiene este concepto, esta idea de la liber tad, defiende y debe defender, y faltara a sus ms rudimentarios deberes si no lo defendiese; defiende y debe defender con toda su fuerza, defiende y debe defender con todo su entusiasmo el derecho de la Internacional a expresar sus ideas y a conseguir en reunio nes, en asociaciones, que esas ideas se discutan; y si el sentido co mn se pervierte y las admite, y si el sufragio universal las procla ma y las trajera a esta Cmara, qu podase oponer a ellas Pero, seores, tengamos fe en la razn humana, en la concien cia humana; creamos que las ideas no necesitan de la fuerza; al contrario, las falsas, perseguidas, crecen; las verdaderas, sostenidas por la fuerza del Estado, se amenguan. Y aqu viene como de molde una renuncia que hay que presentar de cierto protectorado prome tido a las escuelas filosficas por el Sr. Ministro de la Gobernacin. Ha dicho S.S.: El criterio que presidi al Cdigo fundamental fue criterio individualista, el criterio de la Internacional es criterio socialista: como yo quiero defender el criterio individualista, pongo la espada del Estado al servicio de los individualistas. Estoy segu ro que rompern esa espada o que la devolvern al Gobierno; y es toy seguro tambin que si el Gobierno ofreciera a los socialistas de dentro y fuera de est Cmara esa espada para sostener sus ideas, estoy seguro que haran lo mismo que los individualistas; se la de volveran al Gobierno. Eso lo haca Omar con su cimitarra: eso lo haca Felipe II cuando abrasaba a los herejes; eso lo haca Catalina de Mdicis, aquella Eumnide religiosa, cuando presida las matan zas de San Bartolom; eso de poner espadas a servicio de una idea, no puede ocurrrsele a ningn Ministro que sea verdaderamente li beral. No la necesita ni el individualismo, ni el socialismo; cada uno tiene una fuerza superior, la razn, y una espada ms cortante, el raciocinio. Pero el Sr. Ministro de la Gobernacin nos deca: No veis el peligro que encierra una sociedad cuyos jefes residen en el extran jero. Seores Diputados: que tengan una idea ms alta de la soli daridad humana los pobres trabajadores de la Internacional que 81 un Ministro de la Gobernacin! Si yo poseyera el ingenio de un ilustre orador ingls, yo le dira al seor Ministro de la Goberna cin: rechace todo cuanto constituye su ser, rechace la lengua, esta sonora lengua espaola, mezcla del latn y del rabe; rechace su re ligin, porque el Padre es judo, el Verbo alejandrino, el Espritu Santo platnico; rechaze sus instituciones, porque una parte de ellas est copiada de los Estados Unidos, otra parte de Inglaterra, otra de Blgica y de Francia; rechace el mismo traje que viste, por que quiz se haya tejido en una fbrica inglesa; rechace al mismo Pontfice a quien presta acatamiento, porque ha nacido en Italia; rechace su Rey y su dinasta, porque en Italia han nacido; rechace los tomos que forman su cuerpo, porque como la qumica del uni verso no reconoce fronteras, no sabemos cuntos tomos trtaros y sajones tendr, ni sabemos dnde irn maana los tomos de hoy, merced a la circulacin continua de la materia, que no hay naciona lidades para la vida y para la fecundidad de la tierra. (Aplausos) Pues qu, no es tan individualista el Sr. Ministro de la Gober nacin Y si lo es, no comprendo el gran poema de la libertad de comercio La tierra tiene aptitudes diversas; los climas dan diver sos productos; pero merced al gran Hrcules moderno, merced al comercio, en esas naves que ora parecen grandes pjaros marinos, ora dejan la blanca estela en las aguas y la espesa nube de humo en los aires, rene todos los productos: la piel que el ruso arranca a los animales perdidos en sus desiertos de hielo, y la hoja de tabaco que crece al sol ardiente de los trpicos; el hierro forjado en Sibe ria, y los polvos de oro que el negro de Africa recoge en las arenas de sus ros; las manufacturas fabricadas en Inglaterra, y los pro ductos trados del seno de la India, empapados en los colores del iris por aquellas sociedades, primeros testigos de la historia; el d til de que se alimentaba el patriarca bblico bajo las palmas de la vieja Asia, y los brillantes y las piedras preciosas que entraan el virgen seno de la joven Amrica; el zumo grato de las vias que fes tonan las riberas del Rhin y el ardiente vino de Jerez, que lleva di suelto en sus tomos de oro partculas del sol de Andaluca para calentar las venas de los ateridos hijos del Norte (grandes aplau sos); y con todas estas grandezas, el comercio, el gran Hrcules mo derno, apropia la tierra al espritu, reparte la copa de la vida entre todas las razas, junta Asia con Africa, con Amrica, y consigue que el hombre realice, como dotado de un solo espritu, su dominio y su reinado sobre todos los mbitos de nuestro hermossimo -planeta. (Aplausos) 82 Pero a la solidaridad del comercio hay que reunir la solidari dad del trabajo. Pero, comprendiendo el Sr. Ministro lo dbil de su argumento de extranjera, saltaba a otro asunto, y preguntaba: No creis en la inmoralidad de la Internacional, cuando la Internacional ataca a la familia He dicho y sostengo, y me comprometo a presentar tex tos al Sr. Ministro de la Gobernacin, que en sus disposiciones le gislativas, en su canon, no hay un solo ataque a la familia. Es nece sario, seores, que tratemos las cuestiones con rectitud, creyendo y atribuyendo siempre lo mejor a todo el mundo, cuando no haya pruebas en contrario; y el texto citado por el Sr. Ministro de la Go bernacin es el siguiente: la familia fundada en el amor. Pues qu, hay aqu alguien que no quiera la familia fundada en el amor El amor del padre, se dice, del hijo, del hermano, de la madre. Por qu razn hemos de creer que eso, que nada tiene que ver, sin em bargo, con las decisiones legislativas de los Congresos internacio nales, que eso encierra un mal sentido Es indispensable separar la lnea de la moral de la lnea del derecho, porque el origen de todas las tiranas proviene de confun dir la moral con el derecho. La moral es asunto de conciencia, la moral deja de serlo desde el momento en que se ejercen sobre ella actos coercitivos. Est la moral tan fuera de toda coaccin, que es inmoral moverse por miedo a ningn poder humano o divino. La moral quiere el bien por ser bien, y huye del mal por ser mal, sin esperanza de premio y sin temor al castigo. Es eso el derecho El derecho no es coercitivo, no fuerza, no obliga a su cumpli miento Y, por ventura, es siempre moral el derecho Los Esta dos son siempre morales Sus disposiciones, sus leyes son siempre estrictamente morales Yo, seores, tengo tal idea de la santidad, de la perpetuidad del matrimonio, que juzgo, como uno de los ms grandes pensadores modernos, que es inmoral el divorcio; creo que el deber de educar los hijos y de mantener la familia une indisolu blemente a los cnyuges: yo siempre me he conmovido cuando al entrar en las viejas catedrales gticas he visto las estatuas yacentes de dos esposos sobre las losas de los grandes sepulcros, juntos sus huesos en la eternidad, como estuvieron en vida juntos sus cuerpos en un mismo lecho y sus almas en una misma creencia. Pues el di vorcio, a pesar de su inmoralidad, est permitido por las leyes. Conoce el Sr. Ministro de la Gobernacin (y siento tener que hablar aqu de estas cosas) algo ms inmoral que la prostitucin Puede caer la mujer de ms alto en ms profundo abismo Se co 83 rrompe ms en algn punto la sangre y el alma de los jvenes Y, sin embargo, no la tolera S.S. No la ha reglamentado No tiene hospitales oficiales El juego es una inmoralidad, una completa in moralidad, porque all expone el hombre su fortuna y la de sus hi jos en busca de una quimrica ganancia, que ha de ser debida al azar, y no a su trabajo; y sin embargo, el Estado juega, s, juega a la lotera. Y hay que disolver las sociedades inmorales Comience S.S. por disolver el Estado. Es necesario, seores, separar la lnea de la moral de la lnea del derecho. En esta misma cuestin de la familia, cuntas y cuntas varia ciones al travs de la historia! Es lo mismo el matrimonio de Abraham, el matrimonio de Isaac, el matrimonio en el pueblo elegi do de Dios, que el matrimonio de la Edad Media, que la barragana de la Edad Media reconocida por las leyes Pues que, no sabe el seor Gandu que en tiempo de D. Pedro I de Castilla se dieron en las Cortes de Valladolid leyes para uniformar el traje de las ba rranganas de los clrigos Qu prueba esto Prueba la diferencia que hay entre la lnea de la moral y la lnea del derecho. Desde el momento en que el Sr. Ministro de la Gobernacin o este Cuerpo se arroguen la facultad de definir la moral, desde ese momento necesitamos convertirnos en concilio, y establecer un dogma, y forzar las conciencias, y cohi bir las voluntades, y erigir en ley una verdadera teologa. La Roma de los Papas; he aqu el ejemplo de una sociedad que ha confundi do la lnea de la moral con la lnea del derecho: qu queda ya de aquel antiguo poder romano Pero y la Constitucin me dir el Sr. Ministro de la Goberna cin. Al decir que se prohiba toda sociedad contraria a la moral, la Constitucin ha querido entender, esta es la interpretacin que yo le doy, los actos inmorales condenados por el Cdigo Penal. Por ejemplo, una sociedad de monederos falsos o de ladrones, o cual quier otra cosa que se proponga un objeto que el Cdigo penal cas tiga, es una sociedad condenada por la Constitucin. Cmo puede la Constitucin condenar el que se pida a la opinin y a los poderes pblicos, por medio de asociaciones, la transformacin de la fami lia Recibsteis acaso vosotros la familia tal cual la habis dejado despus de la revolucin Se casan hoy los espaoles como se ca saban nuestros padres Pues qu, mis padres no se casaron por la Iglesia, sin que nada tuviera que ver con los poderes civiles, siendo as que ahora es necesario que los poderes civiles sancionen el ma trimonio, porque si no los casados como nuestros padres estn de 84 lante de la ley pura y simplemente abarranganados Y no es sta una grande transformacin en la familia Y llamaris inmoral a la peticin de meras transformaciones El Sr. Candau dice que la Internacional niega el deber del pa dre de transmitir a sus hijos su propiedad. Y qu, no existe la li bertad de testar en ningn pueblo Es obligatorio en todos los pueblos que el hijo reciba forzosamente la herencia del padre No convienen quizs en esta misma doctrina, de un lado la escuela ca tlica y de otro la escuela economista No ha sostenido la libertad de testar el Sr. Nocedal en un Congreso de jurisconsultos, y los Sres. Moret y Rodrguez en reuniones de economistas Y ahora se viene a echar en cara a los internacionalistas el mantener estas teo ras! Pero sigamos, seores Diputados. Aqu viene la gran cuestin, la cuestin de la propiedad. Yo sostengo que es inmoral el robo, el apropiarse lo ajeno por engao o por violencia; pero lo que no es inmoral ni puede serlo, es el tratar de transformar la propiedad por los poderes pblicos, dentro de las leyes y de los procedimien tos, por decirlo as, jurdicos, que tienen la autoridad para legislar. Pues qu, desde la propiedad quintana hasta la propiedad moder na, desde el jubileo bblico hasta el mayorazgo ingls, no ha habi do transformaciones de la propiedad Seguidla por nuestro mismo suelo, y encontraris en sus transformaciones la historia de nuestra raza. Tres siglos no pudieron borrar los odios entre los celto romanos y los visigodos. Cuando la conquista rabe sobrevino, la fusin de los vencedores y los vencidos en las primeras irrupciones brbaras todava no estaba realizada, a pesar de los grandes traba jos del catolicismo. El romano era catlico cuando el visigodo era arriano. Y cuando el visigodo se volva catlico, el romano se torna ba instintivamente hacia el paganismo. Pues todo este odio se expli ca por la reparticin de la propiedad. Y dentro de la Espaa de la Edad Media, as en la porcin ra be como en la porcin cristiana, las instituciones se explican por las diversas maneras de ser que tiene la propiedad. El pacto del mozrabe con su dominador es un ttulo de propiedad. El renegado, el que abandona el Evangelio por el Corn, y que se queda, sin em bargo, adherido a su raza, lo abandona por el tributo de capitacin. Los cristianos que se han quedado en las ciudades conquistadas go zan ms o menos de la propiedad, segn ha sido mayor o menor la 85 resistencia. En la Espaa cristiana, la distincin de las tierras de realengo y tierras seoriales, y behetras, y municipios con sus pro pios, toda ella es una distincin fundada en la propiedad. El absolutismo, que consiente el mayorazgo en la familia, la amortizacin en el convento, la tasa en el comercio, los privilegios de la Mesta, el gremio para el trabajador, no ha conocido nunca la verdadera propiedad. El mundo que cae ms ac de la revolucin se diferencia del mundo que cae ms all de la revolucin en cues tiones de propiedad, de desvinculacin, de desamortizacin. Y ha de ser inmoral pedir que se transforme la propiedad Ser injusto, ser absurdo; pero no puede ser inmoral. Si fuera inmoral sostener la propiedad colectiva, tendrais que castigar al Evangelio y a los Padres de la Iglesia. Yo os pido que me prestis atencin sobre este punto, porque pienso demostraros que las modernas ideas de la Internacional sobre la propiedad colecti va se encuentran contenidas en los viejos aforismos del Evangelio. En los captulos XIX de San Mateo y XVIII de San Lucas, con dnese el siguiente bellsimo aplogo: Acrcase un joven a Cristo y le dice: Buen Maestro, puedo entrar yo en el reino de los cielos No me llames bueno le respondi aquel eterno modelo de mansedumbre, slo Dios es bueno. Si quieres entrar en el reino del cielo, vende todo cuanto tienes y reprtelo entre los pobres. El joven se fue muy triste, porque era muy rico; y Cristo, vol vindose a sus discpulos, les dijo: En verdad os digo que ms fcilmente pasar un cable por el ojo de una aguja que un rico por la puerta de los cielos. La Vulgata tradujo camello por cable. Y como algunos padres de la Iglesia preguntaran por qu haba Cristo comparado el rico con el camello, Orgenes, deca: porque el camello es un animal tor tuoso e impuro. Creo que el captulo VI de San Mateo y en el XII de San Lucas (y aqu hay predicadores que suelen citar estos textos y no me deja rn en duda, dicen: Los paganos piensan en lo tuyo y en lo mo; vo sotros no debis pensar en eso; que piensen en buen hora los paga nos. Las aves del cielo ni siembran ni cosechan, y Dios las mantie ne. Valis vosotros menos que ellas (El Sr. Martnez Izquierdo 86 pide la palabra). Los lirios del valle ni hilan ni tejen y Dios los vis te. En verdad os digo que Salomn no estaba vestido en el solio de sus glorias como est vestida una de esas florecillas del campo. Buscad en el reino de Dios y su justicia, que lo dems todo se os dar por aadidura. Seores, conviene de tal manera esto con el espritu cristiano, que por los datos que he recogido aqu, uno de los padres de la Iglesia define as a los ricos: Omnis dives, aut fur, aut furis f ilius; es decir, todo rico, o ladrn o hijo de ladrn. (Risas) San Crisstomo deca: La Iglesia de Jerusaln no ha conocido nunca la propiedad. Y aada en la homila que escribi sobre aquellas palabras de San Pablo: Oportel enim hoereses esse. Al destruir la Iglesia de Jerusaln la propiedad destruy con ella la raz de todos los males. San Cipriano ya deca otra cosa; ste defenda la propiedad co lectiva; si hubiera estado en el Congreso de Berna vota con los co lectivistas. (Risas) Y dice: No es para todos el sol, no es para to dos el aire, no son para todos las lluvias Pues lo mismo deben ser los beneficios sociales; deben repartirse igualmente entre todos los hombres. Y San Gregorio deca: Es lo mismo que el salteador de camino y que el asesino que despoja a su vctima, aquel que saca el ms mnimo inters a su dinero. Seores Diputados, si los libros de vuestras moral, los funda dores de vuestra moral, dicen esto, vais a condenar la Internacio nal porque diga lo mismo Pues quemad el Evangelio y quemad los libros de la Iglesia. Yo soy justo, soy imparcial. No me gusta extremar nunca ms argumentos. Si el cristianismo cay en estas utopas, si neg la pro piedad, fue porque necesitaba producir una gran reaccin espiri tualista contra las tendencias sensuales, groseras, materialistas, de aquella sociedad romana, que se halla encenagado en los placeres de una continua orga, de la cual no hubiera podido sacarla sino aquel Mrtir sublime, cuyos labios slo se abrieron para bendecir, cuya vida slo se consagr a una idea, por la cual acept la muerte, levantando sobre la sociedad moderna la cruz, de cuyo pie descien den estos principios de libertad, de igualdad, de fraternidad, que realizados, haran del planeta un espejo del universo, haran de la sociedad una familia de hermanos y haran de nuestro espritu un destello de Dios. (Aplausos) 87 Si yo reconozco que el cristianismo comenz para realizar fi nes sociales necesarios por utopas que le eran en aquel momento indispensables, por qu no habis de reconocer vosotros que en este grande movimiento social en que nos estamos transformando, la utopa ha de entrar tambin, porque la utopa es como el oriente de todas las ideas Seores Diputados, dice el Sr. Ministro de la Gobernacin: Todas las naciones modernas, todas, se han asustado de la Inter nacional, todas estn embargadas por esa idea, no piensan en otra cosa. Y creyendo en una vulgaridad de los peridicos, dice que se va a fundar, seores, parece imposible!, una nueva alianza de to dos los Estados contra la Internacional. Quin le ha contado eso al Sr. Ministro de la Gobernacin Aqu est mi argumento capital, mi argumento, digmoslo as, prncipe en esta cuestin; y es un ar gumento tanto ms fuerte, cuanto que es un argumento pura y sen cillamente de ciencia experimental. Hay naciones donde todo el movimiento de espritu contempo rneo ha estado cohibido, y hasta cierto punto en entredicho; por ejemplo, Francia. En Francia se haba dejado durante el imperio cierta libertad a la Internacional; le convena al imperio que la In ternacional dijese que la repblica no resolva nada. Pero sucedi que un alto magistrado, por decirlo as, del imperio francs, era al mismo tiempo dueo de una grande fbrica industrial. En esta f brica haba entrado uno de los trabajadores ms activos de la In ternacional, el desgraciado Assy. Assy haba sido soldado por haber sentado plaza. No le conve na la milicia, y desert. Como es de origen italiana, cuando Gari baldi levant el pabelln de la libertad y de la independencia de Italia, se fue a las rdenes de Garibaldi. Vino despus la amnista y volvi a Francia. Hbil maquinista, fue admitido en esta grande f brica de que antes os he hablado. El fabricante quiso intervenir en una caja de ahorros que tenan los trabajadores, y formar l su con sejo de administracin. Assy protest y fue despedido. Entonces los trabajadores apelaron a la huelga para que Assy volviese, y Assy volvi y continu el trabajo. Y tenan un contrato por el cual deba pagar el fabricante a sus trabajadores cierta cantidad de salario; y un da un sbado, sin que nadie hubiese advertido nada, los traba jadores se encontraron rebajado el salario. Entonces apelaron a la huelga. Intervino el Gobierno, tras del Gobierno el ejrcito, y estu vieron a punto de ser fusilados los trabajadores, tanto que las mu jeres tuvieron que arrojarse entre filas presentando sus hijos a las 88 bayonetas. Assy fue preso y la Internacional qued prohibida; y lo primero que se not en este acto fue la exacerbacin de ideas y pa siones en los trabajadores franceses, y al mismo tiempo el aumento de los delegados en los Congresos de Bruselas y de Basilea. Este au mento de proslitos para todas las causas honra a la naturaleza hu mana, la cual se inclina siempre al martirio. Este aumento prueba que la humanidad es generosa; y por con secuencia, que cuanto el Sr. Ministro de la Gobernacin se propo ne, aumentar los internacionalistas, y nos expondr a los conflic tos en que a cada paso nos encontramos por culpa de las reaccio nes, que provocan pavorosos conflictos. Y he aqu por qu yo prefe ra el sistema del Ministerio anterior. Si el Ministerio anterior hu biera continuado su poltica, o la Internacional hubiera continua do su propaganda, o los tribunales se hubieran encargado de perse guirla; y yo, que estoy cansado de hablar en estas Cortes, hubiera tenido en esta segunda legislatura la ventaja del silencio. Yo no era ni bastante amigo del Ministerio anterior para apoyarle, ni bastan te enemigo para combatirle; y ahora con esta vacilacin, y esto de no saber si la Internacional ataca o no a la moral del Estado, me veo forzado a sudar tanto y tanto aqu defendiendo la Constitucin barrenada por el Ministerio. Mas prosigamos. He citado el sistema francs. Pues vais a ver el sistema contrario. No nos habis dicho que nuestra Constitu cin es la Constitucin ms liberal de Europa No lo decs, creo, en vuestros ltimos manifiestos Pues si es la ms liberal de Euro pa, ms liberal que la Constitucin suiza, ms liberal que la Consti tucin inglesa, ms liberal que la Constitucin belga, ms liberal que la Constitucin prusiana, cmo cabe la Internacional en Sui za, cmo cabe en Inglaterra, cmo cabe en Blgica, cmo cabe en Prusia, y no cabe la Internacional en Espaa Y aqu contesto a eso de las preocupaciones de los Gobiernos. No ha ledo el seor Ministro de la Gobernacin la Memoria presentada al Consejo fe deral suizo en esta primavera, al abrirse la Cmara federal Pues en esa Memoria se dice que Suiza lamenta las catstrofes de Fran cia; que Suiza no puede temerlas, porque all no hay las diferencias entre las clases, engendradas de los sistemas monrquicos; que Sui za presentar, en lo que compete al Estado federal, leyes encarga das a conseguir de los cantones que den la instruccin de segunda enseanza, es decir, la instruccin que aqu se da para el grado que se llama de bachiller, y que antes se llamaba de maestros de artes, a todos los suizos; y adems procurar por todos los medios que el 89 movimiento de todas las asociaciones obreras, sea cualquiera su t tulo vaya ordenado al respeto de la ley y de la libertad, y sea un movimiento protegido en todo lo que depende de los recursos del Estado. Este es el discurso del Presidente de un pueblo, aquellos son pueblos libres, aquellos son pueblos varoniles; no se asustan de ninguna idea, mientras que nosotros, nerviosos, histricos y asustadizos, estamos condenados a vivir perpetuamente en la infan cia. Inglaterra. No se sabe qu, segn un peridico ingls que ha venido hace tres das, se dice que hay nada menos que una alianza entre la Internacional y los conservadores en Inglaterra No se sabe que los conservadores pretenden aliarse a los internacionalis tas de Inglaterra para derribar del Poder al Ministerio Gladstone Y este Ministro, qu ha dicho a los trabajadores hace un mes con motivo de una peticin que le han presentado, no s sobre qu asunto de tributos o de horas de trabajos Ha dicho a los interna cionalistas: Yo comprendo la justicia de las pretensiones de los obreros; creo que cada clase debe ocuparse de mejorar por s, con los medios de la libertad inglesa, su condicin poltica, moral, eco nmica y social; y si hay pretensiones exclusivas en la clase obrera (que algunas hay, como en todas las clases), a esas pretensiones, la sociedad, que tiene un criterio superior, la sociedad sabr hacerles justicia. He aqu el lenguaje de un Ministro de una Monarqua tra dicional que no pretende para nada ser democrtica; de una Mo narqua tradicional que tiene una Constitucin aristocrtica, y que no pretende para nada tener esa magnfica fachada en la cual estn escritos los derechos individuales para abrogarlos el da en que le parezca al primer Ministro venido a ese banco. He aqu la diferen cia, y voy a concluir, seores Diputados, porque os he molestado mucho; he aqu los procedimientos arbitrarios. Los unos conjuran, aplazan las catstrofes, ilustran, levantan a los pueblos, agitan las conciencias, mientras que los otros traen estas revoluciones, a las cuales nos encontramos nosotros condenados; estas revoluciones, que muchas veces levantan hasta la superficie todo el barro que se estanca en las entraas de la tierra. Despus de todo, intiles sern, seores Diputados, vuestros propsitos. Vosotros atacis algo que no puede morir, algo que coe xiste con todos los tiempos y que se reproduce en todas las socieda des. La utopa es un espejismo que podr ser engaoso, pero que es eterno. El mundo ha convenido en que el arte es mentira, en que la escena es una ficcin, en que las figuras de un cuadro son lneas y colores; pero, sin embargo, el mundo nunca abandonar el arte. 90 Pues lo mismo sucede con la utopa. Es como la esperanza eterna, inextinguible; mayor cuanto mayor es la desgracia. Como la esfera terrestre dos polos, ruedan las esferas sociales entre dos utopas, entre la utopa de lo pasado y la utopa de lo porvenir. Esto no po dis impedirlo, es tan fatal como las tres divisiones del tiempo, como las tres fases del pensamiento, como las tres fuerzas del cos mos. Volved los ojos a todos los tiempos, paseadlos por todos los pueblos y decidme dnde no brota una utopa, dnde no hay algn celaje de felicidad extraordinaria y cuasi divina. El mesianismo es el eterno engendro del cautiverio. El preso espera la libertad, el pobre la conclusin de la mise ria; junto a cada pena brota su consuelo, como para probar que el mal no puede ser absoluto y eterno. Todo cuanto haya en las uto pas de exagerado o de falso, perecer; pero sobrevivir todo cuan to haya de verdadero y de progresivo. Como el cuerpo se asimila varias y diversas sustancias, la sociedad se asimila diversas ideas. Pero la utopa existe siempre; existe en el Oriente con los esenios y los terapeutas; existe en el mundo griego, donde aparece en Pitgo ras y en Platn, los dos grandes astros que ms brillan sobre la cuna y el sepulcro de aquella sociedad; existen en los orgenes del cristianismo con las asociaciones que se despojan de la propiedad individual para acercar el cielo a la tierra; existe, sin ninguna inte rrupcin, durante la Edad Media en las herejas que se suceden y se encadenan desde el Concilio de Nicea hasta el Concilio de Tren t, empeadas todas en llegar a convertir la propiedad en acerbo comn del gnero humano; existe junto al movimiento ms indivi dualista de la historia, junto a la reforma, con los campesinos y Munzer; existe en Holanda y en Suiza con los anabaptistas, en In glaterra con los lalollers; existe con Moro junto a Enrique VIII, y junto a Felipe II con Campanella; existe en el siglo XVII, en el siglo XVIII, en nuestro siglo, como fajas indecisas de grandes ideas ex tendidas por las conciencias, y que unas se desvanecen y otras for man nuevas sociedades y aseguran la perpetuidad de la vida. No hay medio de extinguirlas. Campanella estuvo encerrado ms de veinte arios bajo la frrea mano de Felipe II, y en su cauti verio escribi una utopa que traspas los muros de su calabozo y que ha llegado ntegra hasta nosotros. Por qu Por la impotencia de la persecuciones polticas. Un pensador arrojado a las llamas desaparecer en cenizas so bre las alas del viento; pero su idea inmortal, su idea incombustible fletar sobre todas las hogueras y se reir de todos los verdugos, tendiendo su luz en los senos de la conciencia humana. 91 Invoco la prudencia y la sensatez de la Cmara. Qu vais a vo tar Vais a votar cuando menos una ley intil. Nosotros votamos la paz, vosotros votis una sociedad secreta, y tras de una sociedad se creta una nueva revolucin. Qu Dios bendiga nuestros esfuerzos, y que no castigue Dios tan justamente como ellos lo merecen, vues tros grandes y quiz irremediables errores! (Estrepitosos aplau sos). 92 3. Discurso del 2 de enero de 1874 93 Discurso ledo en la ltima sesin de Cortes de la I Repblica (2-1-1874) El discurso del dos de enero de 1874, en el que Castelar da cuenta ante las Cortes de su gestin al frente del Gobierno, se produce en uno de los momentos ms crticos de la historia con tempornea de nuestro pas, el del pronunciamiento militar del general Pava que puso fin al ms claro ejemplo decimonnico de instaurar en Espaa un rgimen democrtico burgus a la mane ra de los pases ms avanzados de Europa: el Sexenio Revolucio nario subsiguiente a la Revolucin de Septiembre. Castelar haba sido elegido para Presidente del Poder Ejecu tivo en septiembre de 1873, el tiempo que se le otorgaban am plios poderes y se suspenda las reuniones legislativas, emplazan do a los parlamentarios a una nueva reunin el 2 de enero; es lo que algunos historiadores han denominado dictadura republica na, durante la cual Emilio Castelar realiza un viraje conservador atrayndose hacia la Repblica a sectores antes reticentes a la co laboracin (algunas personalidades militares como el mismo Pa va, los radicales...) pero alejando de sta a las capas sociales que la haban sustentado (republicanos puros, pequerioburgueses ms progresistas, ciertas organizaciones obreristas). Castelar pre dica una Repblica para todos; sus adversarios piensan que real mente busca una Repblica sin republicanos. La Asamblea que escucha el discurso castelarino se encon traba grosso modo dividida en tres bloques claramente diferen piados: a la derecha, los republicanos unitarios de Castelar; a la izquierda los republicanos federales; en el centro, como autnti cos rbitros de la situacin los seguidores de Salmern, quien de hecho haba comenzado el viraje conservador y de asentamiento 95 de la Repblica durante su corto perodo de gobierno (en reali dad, los cuatro presidentes juntos no totalizaron un perodo de once meses). Los votos de los hombres de Salmern, que en su da dieron el poder a Castelar, eran ahora adversos a ste y se in tua claramente que, con un estricto respeto a la voluntad parla mentaria, el Gobierno habra de dimitir. Sin embargo, la sumisin a la voluntad mayoritaria era ms que dudosa en una Cmara donde la fraccin ms radical de los federales apoyaba claramente a los cantonalistas asediados en Cartagena, al tiempo que Castelar, informado previamente por el propio militar de que Pava intentaba mantenerlo en el cargo como fuese, no acept el ofrecimiento pero sigui contando con l como capitn general de la regin de Madrid. Y no era Castelar el nico sabedor de estas intenciones. Slo as se comprende que al comenzar el discurso se habla de las fatdicas predicciones. Al margen de esto, todos los partidos de las clases altas cons piraban ms o menos abiertamente (desde aquella famosa con centracin de monrquicos conservadores y reaccionarios en la plaza de toros de Madrid, disuelta por Pi y Margall, a las reunio nes canovistas que preparaban la asuncin alfonsina); los colecti vos obreros ms radicales ya se declaraban al margen de la Rep blica (as, en la revuelta alcoyana de 1873 dirigida por internacio nalistas se asesina al alcalde Albors, republicano federal); los car listas dominaban gran parte de Navarra y el Pas Vasco mientras realizaban correras en otras regiones, apoyados por el clero y con banderines de enganche a la luz del da en muchas localida des; Cartagena, con gran parte de la armada, en guerra contra el Estado y al fondo, casi olvidado por los problemas ms cercanos, el grave conflicto colonial. Por ello es perfectamente lgico que Castelar, desde su posi cin ideolgica, busque ante todo un afianzamiento de la autori dad que haga frente a una situacin de guerra, de guerra civil en tres frentes, y para ello necesita una concentracin de todos los partidos ms o menos liberales o democrticos en una Repblica de todos (no a una Repblica de escuela o de partido sino a una Repblica nacional, no hemos salido de la tirana de los reyes para entrar en la tirana de los partidos) al mismo tiempo que in tenta un fortalecimiento del ejrcito, haciendo ms hincapi en los profesionales que en la milicia nacional. Seguidamente, como consecuencia del viraje conservador producido durante su mandato, Castelar da por concluida la po 96 ca de reformas, salvo en tres aspectos, no desarrollados, por cier to, durante su mandato: la enseanza gratuita para todos, la aboli cin de la esclavitud en las colonias (que, junto con la liberaliza cin de aranceles, fue una de las causas fundamentales del divor cio entre el rgimen y los sectores ms influyentes de la econo ma) y la separacin de la Iglesia y el Estado (al tiempo que, con el nombramiento de obispos para las sedes vacantes, l mismo acababa de dar un paso diametralmente opuesto). Finalmente pasa a comentar los principales sucesos ocurri dos en aquel perodo, como fueron el retablecimiento del orden y la cuestin del Virginius, amn del ya referido asunto de las se des vacantes. En cuanto al orden, evidentemente se haba acaba do prcticamente con el problema cantonal, ya que nicamente resista Cartagena y lo haca en espera del resultado del debate parlamentario, y con los motines obreros y populares; no suceda lo mismo con los partidos carlistas o con las conspiraciones de -los salones madrileos, que se intensificaban cada vez ms (1). Castelar concluye su discurso con un alegato en favor de su vi sin peculiar de la Repblica. La segunda parte del discurso viene motivada por las crticas que se produjeron a su programa; tal vez nos encontremos ante las palabras menos retricas de su dilatada vida parlamentaria. Castelar comienza haciendo sincera profesin de fe republicana y definindose como republicano conservador (recordando la pol mica que sobre el particular sostuvo con Pi i Margall) (2) para se guidamente recordar una gran verdad histrica: la Repblica, no trada por republicanos. Ello le sirve para criticar ferozmente a unos oponentes a los que califica de filsofos sin realidad en la vida y a un proyecto de gobierno, el federal, que era la bandera aglutinante de la izquierda de aquella asamblea. Castelar suea, como tantas otras derechas, con un sistema bipartidista de con servadores y progresistas. Castelar es un terico no excesivamente profundo, un idea lista en sus planteamientos, alejado gravemente de los problemas (1) En el asunto del Virginius, barco norteamericano apresado por las autoridades espaolas en Cuba, varios tripulantes fueron fusilados en juicio sumarsimo; Castelar, merced a su prestigio personal y a su habilidad diplomtica, evit una posible confrontacin armada con los estadounidenses. (2) Sobre el tema puede consultarse: Snchez Recio, Glicerio: Los planteamientos socioeconmicos del Partido Democrtico. La polmica entre Pi y Margall y Castelar en 1864. Rey. Saitabi. Universidad de Valencia, 1977. 97 socioeconmicos de su poca. As, en el siglo XIX, el siglo de la industrializacin, de la desaparicin del rgimen seorial, del na cimiento del movimiento obrero, del imperialismo, el logro ms importante para l es la Repblica. Otro detalle econmico digno de resaltar en su discurso es que en vez de intentar convertir al campesinado en una clase adicta a la Repblica, mediante el re parto de las tierras de propios, stas sean vendidas al mejor pos tor, es decir al ms pudiente, generalmente no republicano sino monrquico conservador o simplemente reaccionario. Castelar finaliza su alocucin pidiendo una poltica de gue rra; dicho de otra manera y de acuerdo con el objetivo de su dis curso, el mantenimiento del Gobierno. Horas despus, la cada del Gobierno arrastraba al rgimen. 98 Bandeja ofrecida a Emilio Castelar en 1876 por el Cuerpo de Artillera (de La Ilustracin Espaola y Americana). Castelar, por sus ideas so cialmente conservadoras y exageradamente patriticas, era el poltico re publicano preferido por el estamento militar. 99 A LAS CORTES CONSTITUYENTES SEORES DIPUTADOS: El gobierno de la nacin, fiel a los compromisos contrados con vosotros, y los deberes impuestos por su conciencia y su mandato, viene daros cuenta del ejercicio de su poder, y rendiros con este motivo el homenaje de su acata miento y de su respeto. Fatdicas predicciones se haban divulgado sobre la llegada de este da; fatdicas predicciones desmentidas por la experiencia, que ha demostrado una vez ms como en las repblicas no entorpece la fuerza del poder al culto por la legalidad. Las generaciones contem porneas, educadas en la libertad y venidas a organizar la democra cia, detestan igualmente las revoluciones y los golpes de Estado, fiando sus progresos y la realizacin de sus ideas a la misteriosa virtud de las fuerzas sociales y a la prctica constante de los dere chos humanos. Tal es el carcter de las modernas sociedades. Pero si el desorden, si la anarqua se apoderan de ellas, y quie ren someterlas a su odioso despotismo, el instinto conservador se revela de sbito, y las lleva a salvarse por la creacin casi instant nea de una verdadera autoridad. As, el funestsimo perodo en que una parte considerable de la nacin se vi entregada a los horrores de la demagogia, dividin dose nuestras provincias en fragmentos, donde reinaba todo gnero de desrdenes y de tiranas, las Crtes ocurrieron al remedio de este grave dao, creando poderes vigorosos y fuertes. El gobierno ha ejercido estos poderes, que eran omnmodos, con lenidad y con prudencia atento a vencer las dificultades estra ri as mas que a extremar su propia autoridad. 101 Donde quiera que ha habido un amago de desorden, all ha es tado su mano con prontitud y con energa. Donde quiera que ha ha bido una conjuracin, all ha entrado con nimo resuelto y verda dero celo. El rden pblico se ha mantenido ileso, fuera del radio de la guerra, y las clases todas se han entregado a su actividad y a su trabajo. Desgraciadamente la criminal insurreccin que ha tendido a romper la unidad de la patria, esta maravillosa obra de tantos si glos, apoderndose de la ms fuerte entre todas nuestras plazas, del ms provisto entre todos nuestros arsenales, de los ms formi dables entre todos nuestros barcos de guerra, mantiene al abrigo de inexpugnables fortalezas su maldecida bandera, que todava ex tiende sombras de muerte sobre el suelo de la Repblica y esperan zas de resurreccion en las pasiones de la demagogia. La falta de tropas y de recursos ha retardado la toma de la plaza, que no pue de menos caer pronto a los pis de esta Asamblea, si se tiene en cuenta la actividad y la pujanza de los sitiadores, el decaimiento y la penuria de los sitiados. Este sitio ha apenado a la nacin por s, y por la directa com plicidad que ha tenido con el aumento de las fuerzas carlistas y con los progresos de sus numerosas partidas. Mientras los caones se paratistas disparaban sus balas al pecho de nuestro ejrcito, casi le heran por la espalda las huestes rebeladas en armas contra la civi lizacin moderna, y en tanto nmero esparcidas por los antiguos reinos de Valencia y Murcia. Digmoslo con varonil entereza. La guerra carlista se ha agravado de una manera terrible. Todas las ventajas que le dieron la desorganizacin de nuestras fuerzas, la in disciplina de nuestro ejrcito, el fraccionamiento de la ptria, los cantones eregidos en pequeas tiranas feudales, la alarma de to das las clases y las divisiones profundsimas entre los liberales, ha venido a recogerlas y a manifestarlas en este adverssimo perodo. Las provincias Vascongadas y Navarra se hallan poseidas casi por los carlistas, y las ciudades levantan a duras penas sobre aque lla general inundacin sus acribillados muros. Por la provincia de Burgos amenazan constantemente el corazn de Castilla; y por la Rioja pasan y repasan el Ebro como acariciando nuestras mas fera ces comarcas. El Maestrazgo se encuentra de facciones henchido; y los cam pos de Aragon y Catalua talados e incendiados, presa de esta gue rra calamitosa, implacable. Por todas partes, como si el suelo estu viera atravesado de corrientes absolutistas, se ven brotar partidas, 102 mezcla informe de bandoleros y de facciosos. Las consecuencias de los errores de todos se han tocado a su debido tiempo. La Repbli ca, que estais llamados a fundar, pasa en su origen por las mismas dursimas pruebas por que pas en la serie de los humanos progre sos la monarqua constitucional. No olvidis, pues, que estamos en guerra; que debemos soste ner esta guerra; que todo a la guerra ha de subrogarse, que no hay poltica posible fuera de la poltica de guerra. No olvideis que peli gran en este trance nuestra recien nacida Repblica y nuestra anti gua libertad, las conquistas de la civilizacin, los derechos que te nemos a ser un pueblo mo.derno, un pueblo europeo. Y no olvideis que la poltica de guerra es una poltica anormal, en que algunas funciones sociales se suspenden, y en que precisa transitoriamente sacrificar alguna manifestacin de la libertad, no de otra suerte que en la fiebre se debe suspender por necesidad la alimentacin ordinaria, que es tan precisa a la vida. Porque, Sres. Diputados, o la guerra no es nada, o es por su propia naturaleza una gran violencia contra otra gran violencia, un despotismo contra otro despotismo: en que de algn lado se halla la razn, pero sin contar para prevalecer con otro medio que la fuerza. Permitidme aconsejaros, sin embargo, que useis de estos me dios de excepcion y de fuerza con la templanza y la energia con que en su guerra de independencia y en su guerra de separacin los usaron aquellos que se llamarn en la historia moderna los funda dores de la democracia y de la Repblica. Nosotros hemos tenido estos medios en nuestras manos, y los hemos usado con toda modernizacin, prefiriendo que nos creyeran dbiles a que nos creyeran crueles, convencidos de que basta que rer imponer la autoridad para que la autoridad se imponga. Adems de estos medios polticos se necesitan fines polticos tambin. Y estos fi nes polticos deben ser, recordando en el naci miento de nuestras instituciones que todos los sres recien nacidos son seres imperfectos, pro poneros, no una Repblica de escuela o de partido, sino una Repblica nacional ajustada por su flexibili dad a las circunstancias, transigente con las creencias y las costum bres que encuentra a su alrededor, sensata para no alarmar a nin guna clase, fuerte para intentar todas las reformas necesarias, ga ranta de los intereses legtimos y esperanza de las generaciones 108 que nacen impacientes por realizar nuevos progresos en las socie dades humanas. No olvideis cun formidable es el enemigo que tenemos en frente; alimentado por antiguas y tradicionales ideas, poseedor de regiones enteras las ms agrias y ms inaccesibles de nuestro suelo, jefe de un ejrcito disciplinado y valerossimo; esperanza de aque llos que han perdido la f de vivir con el reposo de los pueblos ci vilizados y libres entre el oleaje de nuestras continuas revolucio nes. Y lo decimos muy claro, lo decimos muy alto; en virtud de estas patriticas consideraciones nuestra poltica ha tendido, aunque t midamente, guardar la direccin del gobierno en lo posible a los propagadores de la Repblica pero agrupando en torno de la Rep blica a todos los elementos liberales y democrticos para oponer esta dbil unidad a la formidable unidad del absolutismo. Pero no basta: para proseguir y terminar la guerra con los me dios polticos se necesitan al mismo tiempo los medios militares. Mucho se ha declamado contra el ejrcito pero a medida que se avanza en la experiencia de la vida se ve mas clara la necesidad im prescindible que tienen los pueblos del ejrcito. Mucho se ha extra ado la inmensa importancia dada a la profesin militar; pero cuando se medita que en medio del egosmo general representa el ejrcito la abnegacin de s mismo, y la sujecin a las leyes riguro sas, en las cuales se anula toda personalidad, llevando este grande y continuo sacrificio hasta inmolar su vida propia por la vida y el reposo de los dems, se comprende y se comparte el orgullo con que han mirado todos los pueblos cultos las glorias de sus ejrci tos. Algunos pasos ha dado este Gobierno en el camino de afianzar el ejrcito: primero, la rehabilitacion de la ordenanza; segundo, el restablecimiento de la disciplina; tercero, la reinstalacin de la ar tillera; cuarto, la distribucion de los mandos entre los generales de todos los partidos, lo cual da al ejrcito un carcter verdaderamen te nacional. Reclutarlo, reunirlo, establecerlo, equiparlo, armarlo; restaurar la disciplina, vigorizar la ordenanza; hacerlo tan rpido para ahogar en su germen el motn, como sufrido para sostener en su rudeza la guerra, ha sido obra de cortos das y de largos resulta dos. La verdad es que por la Repblica el ejrcito ha combatido en Barbarin, en Monte-Jurra y Belavierre, en Estella, en Berga y en Monreal; por la Repblica el ejrcito, antes indisciplinado, de Cata 104 ua, ha hecho en todas partes prodigios de herosmo; por la Rep blica ha empapado en sangre las montaas y las llanuras de Ars y Bocairente; por la Repblica ha engendrado en su fecundo seno nuevos hroes, y ha tenido en sus gloriosos anales nuevos mrtires. Si la guerra civil ha de proseguir con vigor y ha de acabar con xi to, precisa que inmediatamente autoricen las Cortes el llamamiento de nuevas reservas que caigan sobre el Centro, sobre el Norte, so bre Catalua, y contrasten la pujanza de los absolutistas. El pueblo armado ha contribuido tambin a sostener la causa de la libertad. Desvanecidos los delirios separatistas, engendro fat dico de un momento, el pueblo armado en todas partes corri a de fender nuestros derechos, a salvar nuestras queridas instituciones. As el Gobierno se ha apresurado, en virtud de la autorizacion que le concedisteis, a formar una milicia en la cual tomen parte todos los ciudadanos. De esta suerte, los espaoles, sin excepcin alguna, contribuirn a la defensa nacional y equilibrarn sus fuerzas: que no hemos salido de la tirana de los reyes para entrar en la tirana de los partidos. Los que se quejan de la decadencia del espritu pblico; los que creen al pueblo indiferente entre el absolutismo y la Repbli ca, pueden recordar los voluntarios de Mora de Ebro, gastando has ta el ltimo cartucho sin perder la ltima esperanza; los volunta rios de Bilbao aguijoneados de la misma decisin que sus padres; los voluntarios de Olot, de Puigcerd, de Barber, de Tolosa, de in numerables pueblos; los voluntarios de Tortell, que des pues de haber perdido sus casas y sus bienes se consolaban con haber con servado en la desnudez y en el hambre su libertad y su Repblica. A pesar de tanto esfuerzo material hubiera sido imposible sos tener la guerra sin grandes y extraordinarios recursos. Conocida la penuria del Tesoro, os maravillar que hayamos podido ocurrir a los onerossimos gastos de la guerra, que han subido 400 millo nes de reales en este ltimo interregno parlamentario. Es preciso, es urgente arreglar nuestra deuda y aumentar nuestros disminudos ingresos si hemos de salvar la Hacienda y restablecer la paz. Pero no basta con obras de consolidacin; se necesitan obras de progreso; no basta con atender a la conservacin de nuestras instituciones; se necesitan mejorarlas y reformarlas, que no somos un gobierno exclusivo como los antiguos; somos y debemos ser un gobierno de estabilidad y de progreso a un tiempo. Y las reformas que ms urgen son: establecimiento inmediato de la instruccin pri maria obligatoria y gratuita, pagndola por el presupuesto general 105 de la Nacin, a fin de evitar la miseria de los maestros de escuela, mal y tarde retribuidos, por regla general, en los ayuntamientos; se paracin de la Iglesia y del Estado para que a un tiempo la concien cia consagre todos sus derechos, y el gobierno tome el carcter im parcial que entre todos los cultos le imponen nuestras libertades; abolicin de toda corvea, de toda servidumbre, de toda esclavitud, para que solo haya hombres libres en el seno de nuestra Repblica, lo mismo aquende que allende los mares. Si obedeciendo al doble movimiento de conservacion y de pro greso que impulsa a las sociedades modernas entris en una polti ca mesurada y consegus un gobierno estable, ser reconocida por Europa nuestra Repblica. Ninguna nacin, ningn gobierno tiene ya hoy antipatas invencibles a la forma republicana, como sucedia a fines del pasado siglo. Todos quieren a una que se establezca aqu un gobierno que d verdaderas garantas al orden pblico y a los cuantiosos intereses que para el comercio universal entraa nuestro rico suelo. Una grave, gravsima cuestin internacional surgi en este cr tico perodo con motivo del apresamiento del Virginius. El go bierno os presentar el protocolo de este asunto, y en l podeis ver si ha sido feliz evitando una guerra mas a nuestra Patria y soste niendo los principios de derecho internacional sobre que descan san las relaciones de las sociedades humanas entre sL Con motivo de este suceso hemos recibido nuevas pruebas de la amistad de mu chos gobiernos, y nos hemos persuadido una vez ms, al imponer a nuestra grande Antilla un tratado, que repugnaba a su susceptibili dad nacional, que el nombre de Espaa es all tan slido y tan du radero como el mismo suelo de la isla. No hemos descuidado ni desatendido ninguno de los derechos de nuestra Patria, y por eso en la cuestin de las sedes vacantes he mos credo velar por prerrogativas antiguas y tradicionales, a las que solo vosotros, representantes del pueblo, podeis legtimamente renunciar. Nuestra situacin, grave bajo varios aspectos, se ha mejorado bajo otros. El orden se halla ms asegurado, el respeto a la autori dad ms exigido arriba y ms observado abajo. La fuerza pblica ha recobrado su disciplina y subordinacin. Los motines diarios han cesado por completo. Ya nadie se atreve a despojar de sus ar mas al ejrcito, ni el ejrcito las arroja para entregarse a la orga del desorden. Los ayuntamientos no se declaran independientes del poder central, ni erigen esas dictaduras locales que recordaban los 106 peores das de la Edad media. Las diputaciones provinciales no se atreven a convertirse en jefes de la fuerza pblica. El orden y la au toridad tiene slidos fundamentos, que sindolo de la Repblica, lo son tambien de la democracia y de la libertad. Es necesario cerrar para siempre definitivamente, as la era de los motines populares, como la era de los pronunciamientos milita res. Es necesario que el pueblo sepa que todo cuanto en justicia le corresponde puede esperarlo del sufragio universal, y que de las barricadas y de los tumultos solo puede esperar su ruina y su des honra. Es necesario que el ejrcito sepa que ha sido formado, orga nizado, armado para obedecer la legalidad, sea cual fuere: para obedecer a las Cortes, dispongan lo que quieran; para ser el brazo de las leyes. Los hombres pblicos deban todos decir, as a los mo tines populares como a las sediciones militares: si triunfseis aun que invoqueis mi nombre, aunque os cubrais con mi bandera, te nedlo entendido, nos encontrareis entre los vencidos: que a una victoria por esos medios, preferimos la proscripcin y la muerte. Afortunadamente es universal la conviccin de que la Repbli ca abraza toda la vida: de que es autoridad y libertad, derecho y de ber, orden y democracia, reposo y movimiento, estabilidad y pro greso, la ms compleja y la ms flexible de todas las formas polti cas; inspirada en la razon, y capaz de amoldarse a todas las cir cunstancias histricas trmino seguro de las revoluciones, y puerto de las ms generosa esperanzas. Tambin es universal la creencia de que la restauracin mo nrquica solo traera en pos de s una serie de convulsiones inaca bables, porque nadie puede someter generaciones educadas en la li bertad y en la democracia al yugo que han visto roto y deshecho a sus plantas, si las desgracias de una doble guerra han exigido la suspensin de algunos derechos, el eclipse de alguna libertad en el seno de la Repblica, dejadla en su movimiento pacfico, y vereis con qu prontitud y con qu solidez recobra su propia naturaleza. Lo necesario, lo urgente es crear lo estable, erigirla en las ba ses del asentimiento universal, llamar con eficacia a todos los parti dos liberales a su seno, desposeerse del egosmo que acompaa al poder para tomar la expansion infinita que ha menester la demo cracia, atraerle todas las clases, demostrando a unas que en ella el progreso es seguro, aunque pacfico, y a otras que en ella la necesi dad de la conservacin se impone con la mas incontrastable de las fuerzas, con las fuerzas de toda la sociedad. 107 Pro ponindoos una conducta de conciliacin y de paz, que aplaque los nimos y no los encone, que sea a un tiempo la libertad y la autoridad, Sres. Diputados, podeis apelar de las injusticias pre sentes a la justicia definitiva, y cuando haya pasado el perodo de lucha y de peligro, encerraros en el olvido del hogar, mereciendo a vuestra conciencia y esperando de la historia el ttulo de propaga dores, fundadores y conservadores de la Repblica en Espaa. * * * * * SEORES DIPUTADOS: Hora es ya de que resolvamos esta crisis; a la altura en que nos encontramos, opresa la Cmara del sueo, opreso yo mismo de la inquietud que me inspira mi grande responsabilidad, ya que ahora soy rbitro del tiempo, ser breve. Ser breve, me defender brevemente, para que no se crea que defiendo el poder que acept casi impuesto, el poder que he mante nido vigorosamente en mis manos, el poder que entrego ntegro a esta Cmara republicana. Seores Diputados, la situacin en que se encuentra el presi dente del Poder ejecutivo ha sido con grande elocuencia resumida en breves frases por mi amigo el Sr. Labra. Me ha dicho mi amigo el Sr. Labra que yo inspiro recelos y sospechas al partido republi cano. No trato de tachar de inconsecuente al Sr. Labra, aun cuando S.S. me ha tachado a m de tal; yo lo he confesado, y creo que la in consecuencia tiene una grande justificacin cuando se inspira en grandes mviles. Yo he consumido parte de mi tiempo en una socie dad literaria, de la cual era miembro el Sr. Labra, y all contenda mos, l defendiendo la monarqua siendo un nio, y yo defendiendo la Repblica siendo muy joven. Quin me haba de decir a m que el Sr. Labra monrquico hasta la ltima hora de la monarqua, y ahora desinteresado republicano, vendria a decirme que inspiro re celos a un partido por el cual he sacrificado mi existencia y he sido condenado a garrote vil por la tirana de los Barbones! (Grandes aplausos). Sin embargo, tengo que decir una cosa. Yo nunca le he sido sospechoso al partido republicano en la oposicin; le soy sospecho: so cuando el partido republicano tiene el poder, cuando es rbitro de la fortuna y de los tesoros de la Nacin, y si le soy sospechoso, es porque le digo que l solo no puede salvar la Repblica; es por que le digo que est perturbado; es porque le digo que no goberna r como no condene enrgicamente esa demagogia. Y quin tiene 108 derecho a extraarse de que yo represente en el partido republica no el elemento ms conservador por excelencia del partido republi cano Dnde estaba yo a los 21 arios, cuando se empez una lucha entre La Discusin y La Soberana Nacional Estaba con el ms moderado de aquellos peridicos, con La Discusin. Ms tarde vino la lucha que ahora tambien nos separa, y en aquel gran deba te, mientras unos republicanos se encontraban de parte de la uto pa socialista, que prometa no s qu edenes que no han podido traer a la tierra, yo me encontraba de parte de los individualistas. Adelantaron los tiempos, llegamos al terreno prctico; unos re publicanos decan que no queran aliarse con los progresistas, ni aun para derribar a los Borbones, y otros republicanos, en mi sen tir ms prcticos y ms conservadores, decamos que si no nos ali bamos con los progresistas para esta obra comn, ellos entraran en la Cmara, acataran a los Borbones, seran llamados al poder y perderamos toda esperanza para la democracia y para la Repbli ca en Espaa. Por consecuencia, me encuentro hoy casi en la misma situacin en que me encontraba antes de la revolucin de setiem bre. Yo estaba por la coalicin; los que ahora me combaten estaban por el aislamiento. Con vuestro aislamiento os hubirais consumido en vuestras ctedras, en vuestros peridicos y en vuestras acade mias; con mi coalicin ha venido la libertad, la democracia y la Re pblica. Vino despus el momento de la revolucin de setiembre; y yo, tericamente rapublicano, tericamente federal, dije, sin embargo, a los hombres ms eminentes de aquella revolucin: habeis conve nido en los derechos individuales y en el sufragio universal acep tando la monarqua, pues yo soy ms conservador que vosotros: yo no tengo inconveniente en que me limiteis el sufragio y los dere chos individuales, con tal que ante todo y sobre todo me deis nues tra querida Repblica. Y luego, seores, vino la grande inconsecuencia de la revolu cin, que fu el haber levantado sobre tan generosos principios una monarqua, y para mayor mengua, una monarqua extranjera. Yo entonces busqu los procedimientos de acabar con aquella monar qua; una parte considerable del partido republicano se inclinaba a los procedimientos de fuerza; y yo, como ms conservador, me incli naba a los procedimientos parlamentarios. Pronuncise en aquellos momentos la palabra benevolencia, que fu el veneno que mat la monarqua democrtica. Y yo desde el momento en que pronunci aquella palabra, no fu un aliado fidelsimo e incansable del part 109 do radical No le apoy directamente con mis votos, e indirecta mente con mi silencio Vino la Repblica, no trada por los republicanos, que no tie nen derecho a llamarse los fundadores de la Repblica, sino trada por los radicales; as es que yo entr a formar parte con gran satis faccin de un ministerio en que haba elementos radicales; y la no che triste para la Repblica del 24 de Febrero, en que aquella coa licin se rompi, yo dije a la minora republicana el abismo a que se arrastraba a la Repblica. Ya estamos en el fondo de ese abismo. Yo dije a la minora que tenamos pocos hombres que pudie ran representar grandes agrupaciones; que esos hombres acabaran muy pronto, y que el da en que sucumbieran de estos hombres tres o cuatro, como los pueblos latinos aman las personificaciones ms que las ideas, morira con ellos la Repblica. Pues bien; ya estn desacreditados todos. (Rumores en la izquierda) Meceos en vuestras ilusiones; somos ms impopulares que los moderados, que los conservadores, que los radicales, porque nues tra impopularidad es ms reciente y nuestros errores se tocan ms de cerca. Por consiguiente, qu va a pasar a esta Repblica Dn de est el hombre que va a llevar sobre sus hombros el peso de este monte Atlante que se llama Repblica Es muy fcil hablar de que no se aceptar el poder de que grandes compromisos impiden apoyar a un gobierno; pero cuando este gobierno cae, cuando la au toridad va a encontrarse hufana, cuando apenas puede salir de esta Cmara un ministerio viable, decidme: Qu doctor Dulcamara teneis, filsofos sin realidad en la vida (Grandes aplausos) Por ventura he dejado de apoyar yo a alguno de los hombres del partido republicano Yo apoy al Sr. Figueras hasta el ltimo momento; yo apoy constantemente al Sr. Pi, y no me arrepiento de ese apoyo, y luego apoy al Sr. Salmern con todo mi corazn, por que es mi amigo, mi condiscpulo, mi discpulo, uno de los filsofos que ms ilustran nuestra patria, y porque le quiero con toda la efu sin de mi alma. Y qu sucedi Que un da, despus de agotados todos los me dios de fuerza, el Sr. Salmern no pudo vencer ciertos obstculos y ciertos escrpulos nacidos de su conciencia. Entonces yo me encontraba en la presidencia de esta Cmara en una beatitud perfecta, sin ninguna responsabilidad, alejado del poder, que me repugna ms cada da, y tuve que bajar de mi Olim po y venir a este potro. Y por qu baj Porque as me lo exiga el 110 deber, porque yo no poda volver la cara al peligro ni rehuir res ponsabilidades. El Sr. Labra nos deca: por qu no imitis la conducta del rey don Amadeo, que se fu antes de violar los principios democrti cos El rey D. Amadeo procedi noblemente, pero el Sr. Labra ha de permitirme que le diga que al rey D. Amadeo no le interesaba Espaa tanto como me interesa a m. El iba a tierra donde reposan los huesos de sus padres. Yo tena que quedarme aqu hasta morir, si es preciso, para que no perezcan en manos de la Repblica la sa lud, la integridad de la patria. Y me qued.Y en qu situacion me encontr Era, por ventura, la situacin del momento la que me preocupaba y afliga No; con gran patriotismo, con gran energa, el ministerio Salmern haba dulcificado aquella situacion: pero yo vea los resultados del desmembramiento cantonal, de la indiscipli na militar, de la falta de toda autoridad arriba y toda obediencia abajo; yo vea los peligros que se cernan sobre nuestras cabezas, en el momento en que era necesario arrancar a las madres sus hijos y lanzarlos a la lucha, a la muerte, y ped facultades extraordina rias. Las he usado, y desafo a todo gobierno que quiera seguir la guerra con vigor a que gobierne con los mismos procedimientos en tiempos normales que en tiempos anormales. Y, seores, a quin he engaado yo Qu frmula di que no haya planteado Qu promesa hice que no haya cumplido Os di rigais a un enigma, a una esfinge Os dirigais a un repblico que haba dicho cuanto pensaba hacer. Dijo que pensaba restablecer la ordenanza, vigorizar la disciplina, sacar con mano fuerte las reser vas, aplicar la pena de muerte, conferir los mandos militares a ge nerales de todos los partidos. Y qu he hecho, Sres. Diputados, sino cumplir las promesas que os hice Quin puede llamarse a engao Quin puede decir que yo soy desleal Sabeis por qu he hecho todo eso Por salvar la Repblica, que pongo sobre la li bertad, sobre la democracia, sobre todo, porque no hay mejor signo de redencion, de emancipacin para generaciones educadas en la ti rana de los reyes que adquirir la Repblica. As es que yo soy libe ral, muy liberal; y se conoce que soy liberal en que, habiendo teni do toda clase de poderes, casi no he usado de ellos. Yo soy demcrata por temperamento, por conviccin, por his toria: pero as como amo el sol, y el sol tiene eclipses, as cuando Tos ftidos pantanos de las antiguas creencias arrojan sus miasmas por todas partes; cuando este suelo estremecido por tantas tradi ciones absolutistas levanta crteres que pueden incendiar hasta la 111 mdula de nuestra libertad y de nuestros derechos, entonces con siento que el humo y los vapores nublen el sol de la democracia se guro de que ese sol ha de ser eterno y esplendoroso. Pero antes que liberal, antes que demcrata, soy republicano, y prefiero la peor de las repblicas a la mejor de las monarquas; y prefiero una dictadu ra militar dentro de la Repblica, al ms bondadoso de todos los reyes. Porque, seores, est en la naturaleza de las monarquas; les sucede siempre a las monarquas, que, tarde o temprano, anulan los derechos de las democracias; como sucede siempre a las Repblicas que admiten el espritu de su siglo. Y si no, creeis que poltica ni aun socialmente es comparable el estado de las monarquas euro peas con tantos siglos de grandezas, de glorias y de conquistas, con el estado poltico de las Repblicas de Amrica Pero hay aqu una cosa, y es, que si la Repblica de mis ideas y de mis ensueos pu diera realizarse, habra pocas repblicas tan hermosas. Yo la pon dra todas las preseas y todas las galas del arte, y hara que en ella todos los hombres practicaran todas las virtudes; pero, Seores Diputados, lo que yo tengo que hacer es la Repblica de la reali dad; y os digo que es una ley, no histrica, sino fisiolgica, que to dos los seres nazcan imperfectos. La encina que ha de desafiar el huracn y los siglos, es en su nacimiento un dbil tallo que se do blega bajo el ala del insecto. El grande, el ilustre pensador que descubri el clculo infinite simal y que adivin la ley de la gravitacin universal, estuvo en su cuna tan falto de inteligencia y de palabra como el ltimo de los imbciles. Y lo mismo ha sucedido a las repblicas: la griega fu en su origen una oligarqua; la romana un patriciado; las de la Edad media una lucha entre caballeros feudales y condotieres y gente de municipio; la holandesa, con haber dado la libertad de conciencia y de comercio al mundo, fue el coto de algunos seores, que luego ri gieron los primeros tronos de Europa; la misma Repblica suiza que hoy se admira tanto, coleccin de cantones feudales, donde mandaban abades y seores y a veces hasta monjas: la Repblica francesa, la dictadura ms sangrienta y ms abominable que han conocido los siglos. La misma Repblica de los Estados -Unidos no pudo salvarse sino por diez arios de dictadura; que todos los seres, cuando ms perfectos han de ser en su desarrollo nacen ms imperfectos y ms dbiles. Por consecuencia, lo que yo deseo es que tengamos la Re pblica posible; y lo que quiero y se lo digo en su cara al partido 112 republicano, es que tenga la mayor abnegacin posible; que se des haga cuanto pueda del poder, y que imite a aquellos artistas de la Edad media que des pues de haber levantado las ms maravillosas catedrales, no ponan su nombre en una sola piedra. Sabeis por qu Porque yo no necesito la adhesin de los re publicanos a la Repblica; lo que necesito es que la sostengan los elementos que no son republicanos, que lo son hace poco, y por eso quiero, usando la frase vulgar, resellarlos para la Repblica. No he hecho esa poltica porque no he podido: los ministros que hay aqu no son unionistas, no han apoyado a Posada Herrera, no han sido ni siquiera progresistas, y por consiguiente, no autorizan a que se diga que yo traigo al poder los partidos contrarios a la Re pblica. Pero lo declaro con franqueza: si algun dia fuese rbitro de traerlos, si tuviera confianza en que haban de ser republicanos por conviccin o por necesidad, os lo aseguro, no me tacheis de desleal, los traera al poder. Ya lo sabeis: proceded en consecuen cia. Y aqu veo a algun amigo mo arrojarme otra vez las palabras ah teneis a Lpez: Lpez hizo lo mismo; trajo los otros partidos al poder y lo devoraron a l. Pero, seores, cul fu el primer cri men de aquellos hombres El haber combatido rudamente al gene ral Espartero, sacrificando lo real a lo perfecto. Y luego llam a aquellos partidos a que le ayudasen a crear ;inocente! la mayora de la reina. Si yo trajera a los otros parti dos, los traera precisamente para evitar la mayora del prncipe Alfonso. Porque, des pues de todo, seores, aqu invocamos los grandes nombres y creemos haberlo dicho todo. Washington, el fundador de la Repblica y de la democracia en Amrica; el probo, el santo, el gran ciudadano, qu hizo Cmo fund la Repblica Teniendo durante su segunda presidencia cinco arios de facultades extraordi narias, y formando su ministerio con republicanos como Iefferson, que haba sido embajador en Pars y estaba tachado de jacobinis mo, pero con monrquicos como Jackson, que hubiera pasado por tory en la aristocrtica Inglaterra. Aquel hombre llevaba al poder de la Re publica a todos los partidos, sabiendo mejor que Napolen aquella clebre frase: la Repblica es como el sol; ciego el que no lo v. A m me dan miedo, mucho miedo, los monrquicos con mo narca, pero me dan ms risa que miedo los monrquicos que no le tienen. 113 Yo creo, seores, que urge fundar el partido conservador repu blicano; porque si no tenemos muchos matices, no podremos con servar mucho tiempo la Repblica. Y nosotros tenemos ms cuali dades que nadie para ser el partido conservador de la Repblica, porque somos los que hemos conseguido ya todo cuanto hemos pre dicado. Porque, des pues de todo, tenemos la democracia; tenemos la libertad, tenemos los derechos individuales, tenemos la Repbli ca; no nos falta ya nada. (Rumores en la izquierda) No nos falta nada de cuanto hemos predicado; vosotros, los que quereis reunir al mundo para dividirlo luego en cantones y poner un Contreras en cada uno, sois los que teneis an mucho que desear. Pero a nosotros con dos reformas nos basta: primera, la sepa racin de la Iglesia y del Estado; segunda, la abolicin de la escla vitud. (Una voz: Y la federal) La federal; eso es organizacion mu nicipal y provincial, y hablaremos ms tarde; eso no vale la pena. (Risas y murmullos) El ms federal tiene que aplazarla por diez arios. (Una voz; Y el proyecto) Lo quemaron en Cartagena. (Gran des aplausos) No me direis que no soy franco (El Sr. Armentia: Se acaba la paciencia). Se le acaba la paciencia al Sr. Armentia Pues, Sr. Armentia, yo tengo derecho, como S.A., a decir a mi Ptria lo que pienso y lo que siento; la Cmara me juzgar; yo, antes que todo, soy hombre de honor y de vergenza. (Aplausos) Ah! yo sera un traidor si lo dijese esto delante de una Cma ra monrquica para conservar el poder; pero como se lo digo a una Cmara republicana federal intransigente, tengo en esto mucha dig nidad, mucha elevacin y mucha honra. (Aplausos) Ya s yo que me llamareis apstata, inconsecuente, traidor; pero yo creo que hay una porcin de ideas muy justas, que son en este momento histrico irrealizables, y no quiero perder la Rep blica por utopas. Me contento ahora con la Repblica, y creo que han contribudo mucho a traerla varios partidos, los hombres pol ticos que la iniciaron, y a los cuales, sean cualesquiera las disiden cias que de ellos me separen, rendir siempre fervoroso culto. La han trado tambin aquellos partidos que, sea cualquiera el mvil, porque en los mviles no se puede entrar, aquellos partidos, digo, que en Cdiz levantaron la bandera de la insurreccin contra la di nasta de los Borbones, y creo que esos hombres hicieron ms por la Repblica que todos vuestros marinos cantonales. (Dirigindose a la izquierda. Risas) Creo ms; creo que contribuyeron a traer la Repblica los de mcratas a quienes tenda tan elocuentemente sus brazos esta no 114 che el Sr. Labra; ellos divulgaron los derechos individuales, ellos los implantaron en una Constitucin que ha de ser base de todas las Constituciones futuras. Y luego digo otra cosa: que el partido republicano mantenido aqu tan elocuentemente, mantenido fuera de aqu con tanto valor y pujanza, tiene que transformarse en dos grandes partidos: uno pa cfico, muy pacfico, pero progresivo, muy progresivo, a quien le pa rezcan extraas nuestras ideas: y otro pacfico, nada de dictatorial, nada de autoritario, nada de arbitrario; legal, muy legal; demcra ta, muy demcrata, pero con un grande instinto de consolidacin y de conservacin, porque l tiene que consolidar y conservar la obra mas grande del siglo XIX, la obra de la Repblica. Y as es que en estas divisiones en que tanto se habla de personalidades, de con ciertos, de diferencias, lo que late, lo que existe ya es el germen de esos grandes partidos. Vosotros apartad de la demagogia al pueblo y hacedle ver que dentro de la Repblica tendr el pan del alma y el pan del cuerpo, y nosotros apartemos a los elementos conservadores de la monar qua y hagmosles ver que en la Repblica tendrn tambien garan tizados sus legtimos intereses. (Aplausos) Hagamos esto, unmo nos todos en una gran fusin, teniendo todos la franqueza de sus ideas. Si alguno de nosotros pasa en esto por impopular qu reme dio tiene! es muy cmoda, es muy placentera la popularidad. Yo le he devorado con anhelo, yo la he tenido, creo haberla perdido y creo en gran parte que merezco perderla, porque si no la perdiera me sentira fuera de aquella ley de que toda realidad acompaa un gran desengao: que los Bautistas y los profetas estn destina dos a ser bendecidos, y los que gobierna estn condenados a ser maldecidos, teniendo que aceptar noble y virilmente esa maldicin. Y aqu viene como de molde la cuestin de los ejrcitos y los obispos. Hace pocos das en una de las Cmaras prusianas, le dirigan al prncipe de Bismarck una reconvencin por haber cambiado ideas de secta en ciertas ideas de gobierno y le decan lo que de se guro me va a decir el seor Armentia: apstata. Bismarck contes taba: es verdad, pero cuando estaba all era el jefe de una secta: ahora estoy aqu y soy el jefe de una nacin; y como soy jefe de una nacin, aunque sin merecerlo, he sostenido en mis manos pre rrogativas, las regalas que por espacio de quince siglos ha tenido la nacin espaola. Yo no poda ni deba promover un conflicto religioso. Les podr convenir a ciertos hombres de Estado de Prusia y 115 de Suiza suscitar conflictos religiosos, pero a un hombre de Estado espaol en estas circunstancias, no le conviene tener un enemigo ms en la f religiosa, que es muy respetable, tan respetable o mas que cualquier filosofa. Despus de todo, figurmonos que el gobierno no hubiera que rido usar de esta prerrogativa; el Papa hubiera nombrado los obis pos y los arzobispos, y entonces el gobierno hubiera tenido que usar de principios contrarios a la libertad de la Iglesia, impidiendo que estos obispos, que a los ojos de la ley escrita no eran tales obispos, hubieran tomado posesin de sus sillas. De suerte que te na que violar los principios de la libertad religiosa, si es que a vo sotros no os parece que esos principios no se violan cuando se vio lan en contra de los obispos. Es necesario no tener las preocupacio nes volterianas; y despus de todo, lo que hemos hecho en esto ha sido dar una nueva prueba de nuestro acatamiento, as a las leyes del Estado, como a la libertad de la Iglesia. Porque el argumento de que hay presentado un proyecto de ley es un argumento balad, que me extraa haya empleado el seor Labra. Pues qu, porque se haya trado un proyecto de ley repartiendo los bienes de propios a censo, no podemos venderlos Pues lo estamos vendiendo. Las leyes no lo son en el rgimen parlamentario hasta que se discuten y aprueban. Pues no faltaba ms sino que todos los deli rios que los seores diputados tuvieran por conveniente presentar sobre la mesa fueran leyes desde luego! Y qu digo del ejrcito, seores diputados Tenamos noso tros tiempo ni medios para organizarlo de otra manera Qu era lo urgente Organizarlo en la forma que se poda. Y crame mi ami go el Sr. Salmern; no era posible en aqul momento supremo im provisar esos medios. Gracias que vimos vestida, armada y equipa da en lo posible una parte de ese ejrcito, para lo cual hemos teni do que gastar 400 millones en estos cuatro meses, y ahora hay que aumentar ms ese ejrcito, porque si no hay 50.000 hombres en las provincias Vascongadas, 30.000 en Catalua y 15.000 en el centro, y 15 16.000 caballos, y en vez de esto nos ocupamos en la desor ganizacin del ejrcito y en promover la indisciplina, cranlo los seores diputados, el peligro que no corrieron nuestros padres lo correremos nosotros; pues mientras nosotros discutimos los mayo res o menores grados de federacin, los carlistas se organizan, y si pronto no les ponemos un ejrcito bastante a contenerlos, ellos procurarn venir sobre la ciudad santa de su rey, que es Madrid. 116 Si por algo lamento con profundo dolor los sucesos de esa in surreccin que ha condenado a los habitantes de una importante ciudad a abandonarla; que ha abierto los presidios y convertido esa ciudad en un nido de piratas; que ha trado la intervencin extran jera, y que ayer mismo quem 50 millones al destruir la Tetun, es porque podramos haber dispuesto de esa fuerza para hacer frente a la insurreccin carlista; por eso creo yo que la Repblica no tiene ms que un enemigo temible: la demagogia, y entiendo que es necesario evitarla a todo trance. Ahora, seores diputados, solo me resta deciros que, si soy sospechoso al partido republicano, si es que me habeis de sustituir, lo hagais pronto; porque si algo me apena es el Poder, y si alguna cosa me halaga es el retiro de mi hogar, al que llevar la satisfac cion de haber dado a m pas cuatro meses de paz en lo que me ha sido posible, y en l pedir Dios os d el oportuno acierto para salvar las dificultades que nos rodean y llevar adelante la Repbli ca; lo que ciertamente no creo pueda conseguirse sin los medios que os acabo de indicar, y que son los que exige la naturaleza de los sucesos por que atraviesa la nacin, pues delante de la guerra no hay mas poltica que seguir que la de la guerra. 117 4. Discurso de Alzira 119 Discurso pronunciado ante los demcratas histricos de Alzira ( 2-X-1880 ) El discurso de Alzira es ms, mucho ms que un simple acto electoral; pensamos que es el ms importante de los pronuncia dos por Castelar durante la Restauracin. A travs de l, el ilus tre profesor que todava no ha pasado la barrera de los cincuen ta aos muestra su intencin de constituirse en una seria alter nativa de poder, de volver a empuar las riendas de la nacin: Declaro que aspiro, como todos los repblicos, al poder, reco noce, aunque luego afirme que slo lo hara a travs de eleccio nes limpias y libres. La afirmacin de conservadurismo, viraje comenzado en el corto ao de gobierno republicano, es cada vez ms patente en Castelar y el republicanismo intransigente alardeado entre los aos 1869 a 1872 deja paso cada vez ms al posibilismo, a esa posicin ambigua y pragmtica que el ilustre tribuno mantuvo ante la restauracin borbnica: Castelar, tal vez el republicano ms prestigioso de su tiempo, fue tan dcil al rgimen implantado por Martnez Campos que no sera descabellado aadir su nom bre al de Cnovas y Sagasta a la hora de estudiar los personajes fundamentales en los que se sustentaba el sistema. Si desbrozamos el contenido del discurso de toda su carga re trica, que en los primeros prrafos llega a ser excesivamente fa rragosa, el objetivo no puede ser ms claro: aglutinar en torno a su persona a la oposicin democrtica al gobierno del partido conservador -liberal de Cnovas del Castillo. Para lograrlo, intenta demostrar dos ideas bsicas: que no conviene al pas el manteni miento del gobierno canovista sino de sustitucin por otro de ta lante ms democrtico y que la nica opcin democrtica con vo 121 cacin gubernamental y respeto a las formas legales es la que l representa. Para ello, ataca duramente al partido conservador ya que, si bien reconoce que ha sido capaz de devolver el orden pblico al pas, no garantiza el desarrollo de las libertades inherentes a todo rgimen democrtico. Por ello, segn l, el canovismo no es con servador sino reaccionario y al negar los principios democrticos est respaldando moralmente al carlismo; Castelar pretenda, muy hbilmente, con esta acusacin convertir a Cnovas en una persona sospechosa para el mismo rgimen que ste haba dise ado ya que el carlismo era, junto con el republicanismo federal y radical y el socialismo, uno de los grandes enemigos de la res tauracin borbnica, uno de los sectores inasimilables por el sis tema. Pero llega an ms lejos en sus acusaciones cuando dice que la intransigencia de Cnovas puede fomentar los intentos re volucionarios de signo contrario. Resumiendo, Castelar pretende demostrar que, una vez instaurado el rgimen, Cnovas era un peligro para su estabilidad y era necesario un cambio en sentido liberal, progresista. Mucho ms espacio dedica en su discurso al otro objetivo, a la demostracin de que l representa el cambio posible y conve niente para el pas. Para ello intenta colocarse en el centro del as pecto poltico; as se explican frases como unir los principios de mocrticos... (defendidos ardientemente por los sectores avanza dos) ... al orden (valor fundamental para las clases conservado ras) o al concepto de democracia gubernamental con el que ata ca a los conservadores de antidemocrticos y a los avanzados de utpicos y de oposicin permanente sin capacidad para el gobier no. En el mismo sentido, su afirmacin de que todos los cambios se deben a los moderados va contra los partidos republicanos ms radicales a los que achaca el caos en que se desenvolvi el perodo republicano: la intrasigencia, la desorganizacin, la indis ciplina del ejrcito, el cantonalismo; frente a ello, Castelar juzga su comportamiento durante aquel perodo como el de un paladn de la vuelta al orden respetando la legalidad. El respeto a la lega lidad es una de las premisas fundamentales de Castelar: por ello ataca tanto a los mtodos revolucionarios como al golpismo y a las elecciones dirigidas y amaadas; por ello pide el cambio de los procedimientos de acceso al poder buscados por los demcra tas; por ello defiende su actuacin en las primeras Cortes de la monarqua alfonsina. Al hacer un balance de dicha actuacin, Castelar vuelve a colocarse en una posicin intermedia cuando 122 afirma que defendi tanto las instituciones liberales (soberana nacional, jurado, sufragio universal, derechos democrticos) como el reforzamiento de las fuerzas del orden. Basndose en todo lo anterior, Castelar lanzar un llamamien to a la unidad de los demcratas pero no en torno a unos princi pios federales o socialistas sino en torno a un programa guber namental, adjetivo que debemos interpretar en sentido de mode racin; dicho llamamiento va dirigido a todos sin cuestionar su origen poltico, es decir, a muchos sectores conservadores que haban apoyado a la Restauracin. En realidad, Castelar que se define como extrema derecha a la democracia pide su apoyo para frenar las tendencias izquierdistas del resto de partidos re publicanos. Evidentemente, en todo el discurso de Castelar destaca un si lencio mucho ms que todas las alusiones: el relativo a Sagasta. En octubre de 1880, cuando la estructura poltica de la Restaura cin est ya bastante asentada y parece vislumbrarse una coyun tura ms abierta hacia ciertos derechos y libertades democrticas (como la Ley de Reunin del 15 de junio del mismo ario), Castelar nota cmo Sagasta que ha acatado la Constitucin y la dinasta le ha arrebatado el papel de alternativa moderadamente progre sista al gobierno de Cnovas. Ambos buscan el mismo espacio po ltico de hecho muchos posibilistas colaborarn despus con los gobiernos liberales; no debe extraarnos que el silencio de Cas telar pretenda restar importancia a su adversario, sin conseguir lo, ya que Sagasta llegara al poder en 1881. De acuerdo, pues, con las gentes a las que va dirigido, su pro grama se limita a los principios imprescindibles de un Estado li beral: soberana nacional, sufragio universal, libertad religiosa y de imprenta, jurado, descentralizacin... y nada ms! Incluso se preocupa de tranquilizar a los dos grandes poderes fcticos: al Ejrcito le pide slo respeto a la legalidad; de la Iglesia, a la que crtica su bsqueda de poder temporal, pide nicamente su neu tralidad en los asuntos polticos, llegando a decir (comprese con el discurso del 12 -IV -1869) que, aunque aspira a la separacin de la Iglesia y el Estado, se muestra partidario de mantener el presu puesto eclesistico y el patronato (lo que significaba intervenir en asuntos como, por ejemplo, el nombramiento de obispos). Frente a esta condescendencia ante los grupos sociales con servadores e incluso reaccionarios, sus ataques a todas las ideas 123 socializantes ni veleidades federales ni inclinaciones comunis tas son tan claros como su defensa del derecho de propiedad. El Castelar que acaudill a la burguesa que en los sesenta luchaba contra el absolutismo y la reaccin, pretende seguir encabezando a una burguesa que se ha hecho conservadora al verle las orejas al lobo proletario. 124 Castelar en el saln de su casa de Madrid (de La Ilustracin Espaola y Americana). 125 SEORES: Las grandes emociones apenas caben, por lo mucho que concentran el corazn y el entendimiento, en la humana pala bra. El entusiasmo, la gratitud, los efectos mayores de la vida re sulvense todos al fin y al cabo en amor, los amores, aun los ms legtimos, as como necesitan del misterio y guardan algo profunda mente secreto, prefieren a todas las amplificaciones de la ms exal tada elocuencia, la expresin sublime de un religioso y esttico si lencio. Si quisiera mostraros mi gratitud, necesitara, de seguro, abrirme el pecho y sacar de sus senos el corazn vivo, a fin de que pudirais sentir en vuestras manos todos sus estremecimientos. No siendo esto posible, porque Dios ha puesto hasta dentro de noso tros mismos distancia infinita entre el sentimiento y su expresin, poneros en mi caso durante estos dos meses de viaje por vuestras hermosas regiones, despus de haber tenido que luchar a sangre y fuego con mis propios correligionarios y haber apurado tantas ca lumnias como yo he apurado; poneos en mi caso y oid los vtores que yo he odo y presenciad los recibimientos que yo he presencia do, y recorred las calles y plazas de populosas villas y ciudades o los silenciosos espacios de aldeas, humildes y campos cuasi desier tos, viendo que todas las frentes se inclinan, y todas las manos se juntan, y todos los labios vibran al encontrar a quien slo personi fica la desgracia; sentid todo esto y decidme luego si no agotarais los Diccionarios del mundo antes de obtener palabras tan expresi vas como una de esas lgrimas que ahora detengo en mis ojos, y que vuelven al ocano del alma para endulzar sus amarguras y se renar sus tormentas. (Ruidosos aplausos y profunda sensacin) Brindemos, seores, por estas regiones bien hadadas; en mi sentir, las ms hermosas del mundo; brindemos para que sus prxi dos campos, los cuales evocan en su abundancia el paraso llorado 127 por la humanidad; para que sus inteligentsimos habitantes, los cuales contrastan cuantas faltas puedan atribuirles sus enemigos con una virtud verdaderamente excepcional, con la virtud del tra bajo, encuentren a una los progresos materiales y morales indis pensables, desde la seguridad hasta el cultivo y desde el cultivo hasta la ilustracin, all en los senos de esa segunda naturaleza de carcter moral, tan viva y tan fecunda como la naturaleza material; en el seno de la libertad. Seores, dgase lo que se quiera; desde mediados del siglo dcimo -sexto en que la direccion poltica y cien tfica del mundo pas de los pueblos mediterrneos, de Italia, de Provenza, de Catalua, de Valencia, de Andaluca, de todas nues tras regiones a otros pueblos; si hemos ganado en leyes progresivas y en profundidad de pensar, en cambio hemos perdido aquellas ins tituciones profticas, y aquel desinters herico, y aquellas aptitu des artsticas, y aquel culto a la hermosura y al ideal que han dado sus mejores das a los anales de la historia y sus ms esplndidos florones a la corona de la humanidad. Por eso, cuando yo veo que al pi del Olimpo surge nuevamente la antigua Grecia, la cual, muerta, hizo milagros como no los han hecho jams vivas todas las otras naciones del mundo, la cizal hizo el milagro del Renacimiento; cuando veo que la unidad se afianza en esa Italia, ayer esclava y di vidida, hoy libre, patria escena de la religin y de la poesa; cuando veo la solidez de las instituciones republicanas en Francia, regoc jome porque veo en las lontananzas de lo porvenir, con las adivina ciones que da el largo estudio de la historia, brotar una confedera cin heleno -latina bajo estos cielos inundados de. ther y sobre es tas tierras compuestas de mrmoles, confederacin que a manera de la liga antifictinica, de las ciudades itlicas, de vuestros muni cipios deslumbradores, engendre una democracia capaz de devolver a la tierra su antigua hermosura y de crear nuevas sociedades que, uniendo en su carcter sinttico el amor natural a las tradiciones antiguas y el respeto de un pasado glorioso con el amor a la liber tad, devuelvan a la inspiracin todo cuanto le corresponde en nues tra misteriosa existencia, y despierten el consolador culto que en otro tiempo tuvimos a los ideales del arte. (Estrepitosos y prolon gados aplausos) Estais colocados entre dos tierras de excepcional importancia; entre Catalua, cuyas caractersticas son el trabajo y la poltica; y Andaluca, cuyas caractersticas son el arte y la inspiracin; sed su anillo de oro, uniendo sus cualidades distintas, y procurando com penetrarlas de las mismas ideas a fin de que realizen una herman dad intelectual y moral, principio de otras mayores hermandades futuras. (Ruidosos aplausos) 128 Brindemos por Alcira, por el respetable jefe de la democracia en Alcira, por las tres regiones mediterrneas, brindemos por An daluca, por Catalua y por Valencia. (Ruidosos aplausos, vivas, aclamaciones de adhesion) Lo he asegurado antes, lo repito ahora, y nunca me cansar de asegurarlos y repetirlo: indeleble gratitud quedar en mi alma por vuestros multiplicados obsequios, tan expresivos de hondo y espon tneo entusiasmo. Pero cometera una verdadera usurpacin si los atribuyera en alguna suerte a mi persona y me ufanara personal mente con ellos; no los atribuye a la poltica que represento, y al empeo que he mostrado en fundar y extender una democracia ver dadera, pero una democracia gubernamental, empeo del que no me apartarn ni la justicia, ni la calumnia, ni el odio, aunque deja ran de acompaarme en l vuestra decisin y vuestro entusiasmo. (Voces: Nunca, nunca). Dicen los buenos moralistas catlicos que en la fragilidad de su existencia, el hombre debe proceder siempre como si estuviera en la vspera de su muerte; y digo yo que, en la fragilidad de nuestra poltica, deben proceder los partidos como si estuvieran todos los das en vsperas de ser gobierno. (Grande aprobacin) Muy solo me he quedado, como estais viendo (Risas), a consecuencia de estas declaraciones, aqu, donde escritores, artis tas, polticos, diputados y hasta ministros solo saben hacer la opo sicin, pero as como el valor del general est en pensar, cuando entra en un combate guerrero, que ms all de morir no puede pa sarle nada, el valor del estadista debe consistir en pensar, cuando entra en una empresa poltica, que no puede pasarle nada ms all de quedarse solo (Risas y aplausos). Adems, es tan cierta esta so ledad Cuando comenc en las Cortes de la Repblica deliberada mente a iniciar mi poltica, decame cierto estadista leyndome un horscopo, que estaba destinado a ser, como un repblico ilustre, senador vitalicio en una monarqua restaurada. La monarqua se ha restaurado y yo he ido a las Cortes de la restauracin, no por mer cedes ministeriales que jams hubiera aceptado, sino por el voto de la ciudad ms democrtica de toda Espaa, de la ciudad de Barcelo na. Ms imaginemos que la democracia entera desertara mi causa y dejase en abandono mi persona; pues yo sostendra la misma polti ca; y si no en las Cortes, porque en tal caso no tendra electores, en la prensa nacional o extranjera, dira que la democracia no puede influir, que la democracia no puede prevalecer, que la democracia no puede gobernar, como no junte a los derechos naturales, al su fragio universal, a la libertad y sus organismos, al progreso y sus soberanos impulsos, al jurado, y sus prcticas, al espritu moderno 129 y sus instituciones, el contrapeso del orden o el respeto escrupulo so a todo cuanto hay de permanente en las sociedades humanas y de superior a la forma que revisten los Estados y a los aspectos que toma la poltica. (Vivsima adhesin) Debo decirlo en verdad, porque tuve tan temprano entrada en la vida pblica, que he podido contribuir a fundar la democracia en la oposicin, a dirigirla en el Parlamento, a moderarla en el gobier no y rehacerla en la desgracia, nosotros, durante el primer perodo de nuestra propaganda, nos consagramos a fundar un partido de oposicin, quizs impulsados del ntimo pensamiento, del cual ape nas tenamos conciencia, impulsados del ntimo pensamiento de que estaba llamado a representar una anttesis y no una afirma cin, la protesta ms que el gobierno, el ideal ms que la realidad. As creamos y organizamos un partido grande, generoso, entusiasta; pronto a dar su oro y su sangre por /as ideas; dogmtico hasta la supersticin; radical hasta la utopa; creyente hasta el martirio; tan numeroso que, en algunos das, rebosaba en los lmites de nuestra patria, y tan entusiasta, que crea con una palabra remover las montaas; pero partido intransigente en su proceder, cuando solo a la conciliacin y a la transigencia le estn reservadas las victorias polticas; partido delirante por un nmero tal de ideas que no ca ban ni en los das de este siglo, cuando solo a la medida y a la se rie le estn reservadas las reformas; partido que saba contender, que saba morir, pero que no saba gobernar; enamorado de una idealidad y sediento de una gloria, que han de perderse por fuerza, en nacin tan maltrecha como la nuestra, siempre que se llega a aplicar la vigorosa disciplina de la razn de Estado y a exigir a los conciudadanos los deberes penosos que han de cumplir con las leyes, con la autoridad y con el gobierno. (Ruidosos y prolongados aplausos) As es que triunfamos y fuimos al poder, y como habamos he cho de la oposicin una necesidad, cuando no tuvimos contra quien esgrimir la oposicin, la esgrimimos contra nosotros mismos; y es piramos cual esos seres efmeros que se evaporan con la gota de agua que los contiene; espiramos rpidamente, vctimas de una ver dadera demencia. (Profunda sensacin) Yo evoco todos los das y a todas horas el ao 73 a los ojos de la democracia, para que aprenda en su recuerdo salubles y necesa rios escarmientos. No puede decir que le cost entonces una revo lucin el poder. (Grandes aplausos). Por voto de las Cortes, y de Cortes monrquicas, le obtuvo pleno y completo, como jams lo ob 130 tuviera ninguna fraccin del partido liberal en Espaa. (Muchas vo ces: Verdad, verdad). No puede decir que hubo resistencia ni con traste a sus aspiraciones; furonse primero del ministerio los radi cales; nos fuimos luego los que representbamos la tendencia ms conservadora de la democracia, y se qued en el poder, rodeado de unas Cortes cuya eleccin presidiera, el representante de la doctri na federal, jefe del partido ms avanzado que hay en Espaa, en Europa, en la tierra, en ningun otro planeta. (Risas). Pues contra ese representante fu, contra l tan solo seores, la revolucin can tonal. (Muchas voces: Verdad, verdad). De suerte que cuantas ms concesiones se hacan y ms esperanzas se daban a la izquierda de nuestro partido, mayor empeo mostraba en aprovecharlas, no para el gobierno, para la revolucin. (Ruidosos aplausos). Qu es pectculo, seores, qu espectculo! Rota la unidad de la patria, re lajados los lazos sociales, triunfantes la anarqua como jams triun fara en ningun perodo de la historia por tan largo tiempo; en M laga, resistencias desde el primer instante de nuestro gobierno, a obedecer la autoridad central y admitir la fuerza pblica; en Barce lona, desarme de la guarnicion e indisciplina militar, en Granada, lucha sangrienta entre los carabineros y el pueblo; en Cdiz, dicta dura municipal: en Valencia, cantn presidido por los reacciona rios (grandes aplausos), al cual no queran obedecer los castello nenses, que tambin se habian acantonado; en Alcoy, quema de f bricas, muerte de probos ciudadanos, mutilacin hasta de los cad veres inmolados por las iras de aquella muchedumbre; en Cartage na, los inmensos pertrechos de guerra, por los siglos acumulados en defensa de la patria, vueltos a aumentar la combustin desola dora de las guerras civiles; en el mar, la escuadra gloriossima, ilus trada por las hazaas de nuestros mayores, a merced de quien qui siera apoderarse de ella, nacional o extranjero; en el Norte, en el Maestrazgo, en la montaa de Catalua, en el bajo Aragn, las aves carniceras y nocturnas, que salen de los panteones del absolutismo y revolotean en torno de las pavesas de la Inquisicin. (Ruidosos aplausos que interrumpen largo tiempo al orador). En las Cortes, la minora avanzada, que pudo salvarlo todo con actos de concor dia, expidiendo diputados a las provincias en son de guerra, y obli gando a la mayora, en cumplimiento de un deber, a autorizar pro cesos sobre procesos contra los legisladores que violaban las leyes; en el extranjero, algn gobierno esperanzado con aprovechar para su engrandecimiento territorial, nuestras desgracias; y as, los cora zones ms patriotas, como mi corazn (estrepitosos aplausos, vivas a Espaa), s, como mi corazn, heridos de desesperacin, agoniza ban con horror al sentir que les tocaba por un nefastsimo hado, 131 presenciar la agona de la patria, condenada por las cleras y los errores de sus hijos, a convertirse en nueva Polonia, la cual no hu biera tenido, por ser suya solamente la culpa, ni los votos de los pueblos, ni la compasin de la historia, negados siempre a quien sucumbe por su mal en esos insensatos e imperdonables suicidios. (Ruidosos y prolongados aplausos que interrumpen algunos mi nutos el discurso). Con resolucin inquebrantable, yo me puse a la cabeza, prime ro como ministro, despus como diputado, ms tarde como presi dente del Congreso, por ltimo, como presidente del Poder Ejecuti vo de la Repblica, yo me puse a la cabeza de todo el movimiento de reaccin contra aquel catico desorden. Como ministro, vot contra la disolucin de la comisin permanente en la noche del 23 de Abril. Como presidente del Congreso, y como diputado, apoy al gobierno que castig con mano fuerte al cantn de Valencia, y que llev las armas de la unidad nacional a Crdoba, Cdiz, Granada y Sevilla. Como presidente del Poder Ejecutivo, restablec disciplina militar, reorganic el cuerpo de artillera, puse en vigor las anti guas ordenanzas del ejrcito, bombarde a Cartagena, recab los buques cados en extraas manos, saqu los 80.000 hombres de re serva, ncleo de las gloriosas legiones, a quienes debemos la con clusin de la guerra civil en Ultramar y en la Pennsula. Uso, seo res de esta forma sobrado personal, porque, puesto en moda rene gar de ciertos antecedentes, y siendo ya en las impaciencias y en las agitaciones de muchos cuestin de responsabilidad ms que de glo rias todos aquellos actos, declaro solemnemente que respondo de todos y pido y pedir siempre su examen y su juicio. (Ruidosos y prolongados aplausos). Yo combat aquel movimiento poniendo a mi combate estas dos condiciones: 1. a que no se haba de usar en l ningun arma que no fuera estrictamente legal, y 2. a que no se haba de ir con l jams contra las Cortes Constituyentes. En virtud de es tos compromisos, vot por la sumisin a la comisin permanente el da 23 de Abril, y en virtud de estos compromisos protest contra el golpe de Estado del 3 de Enero, cayendo del poder con toda aquella legalidad, a la cual defend hasta su ltima hora, con des gracia, s, pero con los recursos que tuvo a mano, y la defend, pri mero por deber y despus, por un presentimiento de que, entrando de nuevo, aunque fuese contra la izquierda de la Cmara en un pe riodo de pronunciamientos, iramos a dar en grandes e irreparables catstrofes. (Ruidosos aplausos). Por consecuencia, yo cooper en aquellos das con todas mis fuerzas y en todos mis actos, a fundar una democracia, que tuviera aptitudes para el gobierno, unidas a 132 respetada, y una vez unida la democracia, compacta, organizada, fi rme, puede aguardar los refuerzos necesarios que han de traerle las circunstancias polticas y la robustez que han de darle los gran des e inminentes desprendimientos prximos a caerse del seno del mismo de la actual situacin. La bandera de la unin de la demo cracia es mi bandera. (Ruidosos aplausos) Urge, pues, esa unin. Pero si la democracia la intenta con la utopa socialista o federal, est perdida y si la realiza con un sentido prctico y de gobierno, se habr salvado a s misma, y consigo habr salvado quizs para siempre, la causa santa de la libertad en Espaa. (Ruidosos y pro longados aplausos) Los partidos suelen aqu sumar en la oposicin para ganar el poder y restar en el poder para repartirse mejor el presupuesto. (Risas y aplausos) Restemos nosotros en la oposicin a los dbiles e indecisos, para que slo queden los leales y proba dos; y luego sumemos para el gobierno todos los elementos aprove chables, a fin de que tenga ms fuerza y ms autoridad nuestra po ltica. (Aplauso) Y en estas bases realizaremos la unin de la demo cracia. (Vivsimos aplausos) Y urge todo esto, urge mucho; porque las sociedades humanas no dejan una poltica por otra, hasta que se disuelve la poltica que han de abandonar y se forma, define y concreta la nueva poltica con que han de abandonar y sustituir a la abandonada y vencida. El partido conservador -liberal no puede gobernar ms das, no puede humanamente, porque no sabe satisfacer a un mismo tiempo la do ble aspiracin al orden y a la libertad. Enemigo de toda injusticia, declaro y proclamo que ha satisfecho una de las dos aspiraciones del pas, la ms apremiante, la ms inmediata, la ms urgente, la as piracion al orden material. Pero el problema de la poltica estaba en satisfacer a ambas, y no ha sabido satisfacer o no ha querido sa tisfacer, la que es imperiossima, la aspiracin a la libertad. Petrifi cado por el dogmatismo y la constancia de su ilustre jefe en la al quimia doctrinaria de hace veinticinco arios, desconoce el principio capital de este tiempo, el que a travs de todas las formas del Esta do se impone a todos los pueblos del mundo, el principio de que las instituciones parlamentarias se busca, no el brillo y direccin de tal o cual personaje importantsimo, no la oligarqua de tal o cual partido poltico, sino el gobierno de la nacin por s misma, seora y soberana en ltimo trmino de todos sus destinos. Este principio salvador, puesto en prctica donde quiera que la cultura humana se extiende en imperios tan vastos como Austria y Alema nia, y en naciones tan chicas como Blgica y Suiza, cierra para siempre la era revolucionaria y abre el periodo de actividad pro 135 gresiva y ordenada, que han menester las generaciones modernas para su engrandecimiento material, intelectual y moral. El pueblo francs tiene su Repblica democrtica y el pueblo ingls su mo narqua histrica; porque uno y otro saben que dentro de estas for mas de gobierno tan opuestas, disponen de s mismos y se dirigen por su pensamiento y su impulso ntimos, por su voluntad y por su conciencia. Conoce muy bien el jefe de este gobierno que en el sin acronismo de la historia, mayor hoy que nunca por la solidaridad de los pueblos europeos, un principio de este carcter universal se impone a todos sin excepcin alguna. Si todos camos a un mismo tiempo con diferencia de pocos arios en la sociedad teocrtica y feudal, si todos formamos, a despe cho de las protestas seoriales, los Estados modernos en la misma edad, si todos sufrimos el absolutismo, unos de los Valois, otros de los Tudores, otros de los Austrias; si todos contamos nuestros reyes filsofos, Bautistas de la revolucin como Jos II, Carlos III, Luis XV, Leopoldo de Toscana; si todos pasamos por la tempestad revo lucionaria llevada a unos en alas de los vientos y a otros en las puntas de las bayonetas napolenicas, no habremos todos ahora de proclamar el dogma, que indica la mayor edad de los pueblos, el dogma de la soberana nacional He aqu, seores, una frmula de todo punto legtima y anti-revolucionaria, la frmula de inteligen cia estrecha, por lo menos, entre los partidos liberales. Dejad, de bemos decir al poder, dejad que la nacin se gobierne a s misma: y tened por cierto que si la nacin se gobierna a s misma, habremos salido de los perodos revolucionarios y entrado en la paz completa que gozar una Inglaterra e Italia, Francia y Blgica, Portugal y Alemania. (Ruidosos y prolongados aplausos) Pero casualmente, el gobierno sigue la poltica contraria, ca sualmente el gobierno se empea en sobreponerse a la nacion. As como el cerebro es el rgano del pensamiento, y el corazn es el r gano de la voluntad en los individuos, la prensa es el rgano del pensamiento y el comicio es el rgano de la voluntad en los pue blos. Pueblo libre es aquel que puede expresar todas las ideas, aun las ms errneas, en la prensa, seguro de que al error se le combate con la verdad y se le castiga en la conciencia; y adems, que nom bra con toda independencia sus diputados, seguro de que, repre sentando a la nacion misma en verdad, no podrn malbaratar sus intereses, ni herir sus derechos, ni arriesgar su paz, ni comprome terla en aventuras guerreras, ni oprimirla y vejarla en sus sacrosan tas libertades, porque la universalidad de los ciudadanos se en cuentra en la imposibilidad fsica, metafsica y moral de oprimirse 136 vivos sentimientos de legalidad, como anunci a la mayora de aquella Cmara, cuando le dije en su ltima sesin que todas las exageraciones y todas las utopas y todos los federalismos haban quedado consumidos para siempre en las llamas de Cartagena. (Ruidosos y prolongados aplausos) Fu toda ella una poltica de circunstancias No. Fu una po ltica obediente a principios universales y de conciencia; fu una poltica que trazaba leyes de vida para lo porvenir a una democra cia, la cual haba menester gran rectificacin de sus antiguas ideas y mayor rectificacin an de sus antiguos procedimientos. Si des pus de haber conjurado tantos peligros, corrido tantas tormentas, salvado a la patria de un naufragio tan deshecho, continubamos como antes, conspiradores de oficio, revolucionarios de comple xin, utopistas de ideas, avanzados en nuestras doctrinas hasta el delirio, menospreciadores de la realidad hasta la ceguera; captando motines, reuniendo huestes en armas; unidos con los mismos a quienes habamos ametrallado, dispuestos a extremar la vana y convencional garrutera de los clubsistas en la oposicin despus de haber empleado nuestras facultades y nuestra autoridad en el gobierno; bien poda decirse que veamos las cosas segun las cir cunstancias: que tombamos los disfraces segun las conveniencias: que desebamos pasar por dictadores unas veces y demagogos otras, a medida de los cambios de nuestra fortuna; y que no poda mos aspirar al aprecio de nuestros actos por lo dems, cuando caa mos en el error de no apreciarlos nosotros mismos en toda su gran deza y no darles para las eventualidades de lo por venir su debida importancia. (Ruidosos y prolongados aplausos). Yo no he engaa do a nadie. A una mayora federal le dije desde el poder que su fe deralismo era imposible. A mis lectores de Barcelona y de Valencia al presentarme candidato para las primeras Cortes de la restaura cin, les dirig una carta la ms templada de todas mis cartas. (Mu chas voces: Verdad, verdad). En las Cortes ltimas defend todos los principios democrticos a medida que los negaba la mayora; los derechos naturales contra las restricciones absurdas, la sobera na nacional contra los distingos doctrinarios, el sufragio popular contra el censo aristocrtico, la libertad religiosa contra el falsea miento de sus fundamentales derechos, el jurado contra los tribu nales amovibles, la libertad universitaria contra las imposiciones de arriba, la revolucin de Setiembre contra la reaccin triunfante, y el Cdigo de 1869 contra todos y cada uno de sus enemigos, obe deciendo los impulsos de mi corazn y las voces de mi conciencia. (Vivsimas aclamaciones). Pero tambien dije, y lo repito, que que 133 ra mucha infantera, mucha caballera, mucha artillera, mucha guardia civil; tambien dije, y lo repito, que todo gobierno espaol, mientras yo fuera diputado, poda contar con mi voto para sostener el orden pblico y la disciplina militar (Aplausos); para conservar la unidad y la integridad nacional (Aplausos); para ocurrir en los presupuestos a todas las necesidades permanentes de la nacin y pagar todas sus deudas. (Aplausos). Y he tenido la satisfaccin de que oradores tan elocuentes como los jefes de nuestro partido lle gado a las Cortes espaolas, tan dignos de la estimacin universal, hayan continuado estos arios con tal acierto, tal brillo y tanta auto ridad mi campaa, que han hecho intil mi intervencin personal en los debates, y el empleo y uso de mi palabra. Por consecuencia, tenemos creada la democracia gubernamental por nuestros actos en el gobierno, confirmados despus con nuestras afirmaciones en la oposicin. (Ruidosos aplausos y prolongadas aclamaciones). Ya atisbo en los labios de nuestros enemigos una sonrisa es cptica y burlona, la cual quiere decirnos que estamos solos, muy solos, completamente solos. (Risas) Esto de la soledad es el argu mento ms usado en todos los debates y ms repetido en todos los tonos. Mas qu importa En poltica conviene tener una posicin firme y dejar luego a las circunstancias que la consoliden y que la pueblen, poned mil hombres a tirar de un tren, y no lo movern como lo mueve un poco de vapor. Ah! No triunfar nunca la demo cracia en Espaa, si no se persuade profundamente de la necesidad en que est de convertirse a toda costa y a toda prisa en una demo cracia gubernamental. Y esta democracia gubernamental no debe contentarse con ser un partido, debe aspirar a ms, debe aspirar a ser el ncleo de todos los partidos liberales. Nada me extraa tanto como la gravedad con que algunos dividen la democracia en centro, derecha, izquierda, cual si estuviramos en el mejor de los mundos posibles y en el goce absoluto de una completa victoria. Pueden di vidirse los partidos liberales en pueblos como Inglaterra, donde to dos a una respetan la monarqua; pueden dividirse los partidos de mocrticos en pueblos como Suiza, donde todos a una respetan la Repblica; pero no puede dividirse la democracia francesa, no pue de separarse en fracciones irreconciliables, sin que corran graves riesgos las leyes fundamentales por los muchos enemigos que an tiene all, en formidables partidos monrquicos; la base de la pol tica, a saber, el Estado republicano. Pues bien; la democracia espa ola, que ha de combatir, necesita, como los ejrcitos una ensea, ella un ideal; como en los ejrcitos una ordenanza militar, ella una disciplina poltica, como los ejrcitos un general, ella una direccin 134 a s misma, en ningun periodo de su vida, en ningun grado de su de senvolvimiento, en ningun minuto de su historia. Imaginaos que a un hombre le arrancaran el cerebro y luego le dijeran: piensa imaginaos que le arrancaran el corazn y luego le dijeran: quiere. Pues esto hace el gobierno con la prensa y con los comicios; arran carle a la nacin la voluntad y el pensamiento. No quiero hablar de la ley de imprenta; no quiero hablar de la derogacin que trae con sigo, as de ciertos artculos constitucionales, que son de esencia en toda Constitucin, como tambin de ciertos principios jurdicos, que son de esencia en todo Cdigo; ved las denuncias diarias, las condenas, las suspensiones continuas, las supresiones, y eso que la prensa se amolda en lo posible a los estrechos lmites legales; y de cidme luego, si puede darse en las condiciones presentes de la cul tura europea, una asfixia mayor del pensamiento. No quiero hablar tampoco de las elecciones, ved las ltimas, vedlas, a pesar de que solo tenan un carcter provincial y de que el gobierno haba hecho las protestas ms amplias de respeto a la libertad. Como el mal ha echado races tan hondas, se repite lo mis mo de siempre; volantes de los gobernadores en recomendacin de candidatos oficiales, consignas convenidas a los alcaldes, remocin de expedientes sucios, amenaza de causas criminales, proscripcio nes de las listas, escaleras de mano muy firmes para los ministeria les y muy frgiles para la oposicin (Risas y aplausos), palo limpio en algunas partes, caza electoral en otras, apresamiento de electo res, y por resultado de todo esto, la mayor de las calamidades, la abstencin universal. Cmo gobernarnos a nosotros mismos, si no tenemos ni pensamiento, ni voluntad nacional Y cmo tener pen samiento, si .no tenemos prensa, y cmo tener voluntad, si no tene mos comicios Y cmo cerrar el perodo revolucionario si no lo sustituimos con el perodo de la soberana nacional As, el gobierno se encuentra en la peor de las situaciones en que puede encontrarse un gobierno; en la situacion de no tener, se gn l mismo dice, quien le suceda en el mando. Y no tiene, segn l mismo dice, quien le suceda en el mando, porque, en vez de dejar a los partidos formarse en el seno de la libertad, como se forman los seres en el seno de la Naturaleza, por medio de la qumica y de la dinmica sociales, con verdaderas combinaciones de tomos afi nes, con verdaderas fuerzas propias, ha querido intervenir en todo, arreglarlo todo, expulsar a stos de la legalidad y llamar a aque llos, exigir programas concretos y cuasi por l dictados, llevando su iniciativa, de todo punto avasalladora, hasta el extremo de reser varse el sealamiento del da de su derrota y de la victoria de sus 137 enemigos; singular situacin, desconocida hasta de pueblos como nuestro pueblo, el cual se ha distinguido por su inventiva inagota ble en crear y producir raras situaciones polticas. Y, seores, urge un cambio en sentido liberal, urge un llamamiento a la opinin li beral, urge una grande amplitud a las instituciones liberales, urge otra poltica ms progresiva que la poltica vigente, la cual es con servadora en el nombre, y en el fondo exclusivamente reaccionaria. Si intereses generales no la demandaran, demandarala el estado de las provincias vascas, donde la audacia de los carlistas nos lanza de nuevo un reto formidable y de nuevo nos amenaza con una guerra civil, inextinguible. Y nos lanza un reto formidable y nos amenaza con una guerra civil inextinguible, la audacia de los carlistas, por que el gobierno, si la ha vencido materialmente y ha disuelto sus ejrcitos, no la ha vencido moralmente, no les ha arrancado hasta la ltima esperanza de ver prevalecer las cadas enseas, y con su ley de imprenta que prohibe la pblica controversia, con su falsea miento de la libertad religiosa que quita al templo y al cementerio sus smbolos extremos, con su persecucin implacable a los cate drticos liberales, con toda su poltica y con todos sus actos menu dos, ha dado al carlismo una media victoria moral, que aviva sus esperanzas y mantiene latente el fuego devastador de una nueva in surreccin, solo conjurable por otra poltica, la cual devuelva sus derechos a la conciencia, de su extension natural a la libertad reli giosa, restaure las universidades a fin de que vayan a beber en su luz las almas jvenes, el espritu divino de nuestro siglo y los idea les sublimes de una verdadera y progresiva ciencia. (Ruidosos, re petidos y prolongados aplausos). Y lo he dicho en las Cortes, y lo repito ahora; un cambio de poltica en sentido liberal no puede en cender pasiones violentas en el pecho de la democracia espaola; que entrada ya en la madurez de su vida, no abrazar un egosta pesimismo, ni se consumir en agitaciones estriles, aprovechando la luz nueva para explicar sus doctrinas salvadoras y el nuevo aire para robustecer su organizacion legal, sin dao ni peligro de la paz pblica, que tenemos inters en conservar y robustecer, sobre todo, si se junta con una completa libertad. (Ruidosos y prolongados aplausos). Ignoro cunto durarn ciertas esperanzas; y no me propongo ni alentarlas ni desvanecerlas. Pero s me propongo decir que las desesperaciones antiguas, aquellas de Catn despus de Fersalia, y de Bruto des pues de Filip pos, no caben ya en nuestro tiempo ni en nuestra civilizacin; porque sabemos, cmo la libertad puede sufrir eclipses pasajeros, ms de ninguna suerte eternos y supremos oca 138 sos. Nosotros, en el da de su Pascua, en el da de su resurreccin, que aguardamos sin descorazonamientos, ni impaciencia, promete mos una poltica basada completamente en la voluntad nacional. Los pueblos saben que bajo nuestro gobierno, ni se han desmentido ayer, ni se desmentirn maana los principios generales de la de mocracia universal. As tendramos la soberana inmanente en la nacin, el derecho asegurado a cada individuo, el sufragio recono cido a todos los ciudadanos, la libertad religiosa y la libertad de imprenta tan amplias como puedan alcanzarlas los pueblos ms cultos del mundo, independientes de toda presin los comicios, des centralizada la administracin provincial y municipal, establecido el jurado, sustituda la arbitrariedad con el cumplimiento de las leyes en cuyo ejercicio basaramos la paz pblica, realizados todos los principios capitales del espritu moderno fuera del cual ni pre valecen las grandes obras polticas, ni respiran los pueblos euro peos. (Prolongados aplausos). He aqu los lmites allende los cua les no podemos, ni debemos, ni queremos dar un paso; los lmites que definen nuestra doctrina toda y que sealan la posicin de nuestro partido. Somos, pues, en verdad, mientras est dividida la democracia, extrema derecha, y no abandonaremos jams esta posi cin, a costa de tantos sacrificios conquistada. (Entusiasta aproba cin). Y como somos la extrema derecha de la democracia, decimos que no pueden aguardarse de nosotros ni veleidades federales ni inclinaciones comunistas. Afortunadamente las tendencias socialis tas de la democracia europea han pasado desde que pas, para no volver jams el cesarismo en Europa. La utopa, la Internacional, la locura de la propiedad comn y de la anarqua colectivista, los sis temas contrarios al templado individualismo que constituye la base firme de todas las escuelas liberales, la idea socialista, en una pala bra, pas hasta en la nacin que ms la acariciara, hasta en Fran cia, desde que pas la dictadura de los Csares, acogindose a la oprimida Rusia, como se acoge a las cavernas y a las tinieblas el ave nocturna en cuanto brillaba luz de un nuevo da. Y como no existen las tendencias socialistas en la democracia europea, el tra bajo debe tener derecho a una completa asociacin, as como tiene derecho tambin la propiedad a un completo seguro. (Aplausos) Pero no es solamente la propiedad la gran fuerza social que debemos tranquilizar en provecho de nuestras libertades, tambin debemos tranquilizar al clero y al ejrcito. En cuanto a ste nuestro pasado responde por completo de nuestro porvenir. Quienes lo dis ciplinaron en medio de la guerra civil y de la insurreccin canto 139 nal; quienes lo aumentaron en cuatro meses con ochenta y cinco mil hombres; quienes lo dotaron de todas sus armas, no pueden querer otra cosa sino que sea un respetable y res petadsimo ele mento de fuerza, puesto por completo a servicio de la legalidad y del Estado. Hablemos, pues, de lo que creo ms necesario hablar en este crtico momento, hablemos del clero. Seores, desconocera mos la realidad de las cosas y la verdad de los hechos, si descono ciramos que existe un disentimiento antiguo entre el clero y la li bertad; y aun desconoceramos algo ms si llegramos a desconocer que en este disentimiento capital estriba una gran parte de las difi cultades encontradas a cada paso en el gobierno por las democra cias latinas, tanto en Amrica como en Europa. El mal viene de an tiguo. Heredero de la Roma pagana, el Pontificado catlico crey en cierto tiempo, con razon o sin ella, que deba unir al poder reli gioso el poder temporal y dar como su clave y su fundamento, como su base y su cspide; a todos los poderes de Europa. La soberana temporal se consider necesaria de todo punto a la direccin espi ritual de la cristiandad; y el espectculo de la clereca bizantina que, falta de independdia, torn base cortesana de los cstires de Oriente, daba, a primera vista razon a los pontfices de Roma. Pero el espritu moderno de ninguna suerte caba dentro de las institu ciones antiguas, y al pugnar con ellas tuvo por necesidad que pug nar tambin con el Pontificado. Como la Iglesia se enemist con su madre la Sinagoga, la revolucin se enemist con su madre la Igle sia. Ya en sus albores la cultura moderna trat de conciliarse con la tradicin catlica; pero no pudo conseguirlo. Si en aquella hora solemne Juan XXIII hubiera odo al Concilio de Constanza, Eugenio IV al Concilio de Basilea, Alejandro VI la voz de Savonarola, Len X el pensamiento de aquellos que le proponan en Letrn la vuelta a los tiempos primitivos del cristianismo y a las fuentes puras del Evangelio, crean la democracia cristiana y la Revolucin religiosa fuera una reforma y no una protesta, y la Iglesia fuera la unidad es piritual del mundo moderno, y no la unidad espiritual tan solo de la raza latina, y el Pontificado la presidencia de una confederacin de Iglesias autnomas y no la cabeza de una monarqua absoluta; y el Renacimiento, la hermosura artstica imposibilitada de caer en la forma vaca del paganismo muerto, y esas tres grandes naciones, tan religiosas de suyo, Alemania, Inglaterra, los Estados -Unidos tres matices de la misma luz, que hubieran cumplido todas sus li bertades sin reir con todas sus tradiciones y el espritu moderno libre, cientfico, democrtico, sin dejar de ser espiritualista, se hu biera encarnado de esta suerte en una sociedad, que resultar pur simo reflejo del alma, como el alma misma, pursimo reflejo de 14C tiembre Serrano, Topete y Prim, la trajeron los errores incurables de aquellos poderes suicidas; hoy a quien debe preguntrsele si traer o no traer la revolucin, es a una sola persona en Espaa, a una sola, al Sr. Cnovas del Castillo. (Risas prolongadas y prolon gados aplausos). Los dems no podemos hacer en tal esfera absolu tamente nada. Lo que s debemos es la verdad a nuestros conciuda danos, sobre todo se la debemos a aquellos, cuya palabra es, sin merecerlo ciertamente, leda y escuchada: puesto un pueblo en la alternativa de optar entre la anarqua y la dictadura, opta siempre por la dictadura; y puesto un pueblo en la alternativa de optar en tre la legalidad y la revolucin, opta siempre por la legalidad. A las revoluciones se llega, no por la desesperacin de los ms, por la de sesperacin de los mejores. Ningn partido, pues, tiene en sus ma nos esas grandes pasiones sociales, parecidas en ltimo trmino, por su independencia de la voluntad individual, a las grandes ca tstrofes geolgicas. Seores, nuestra posicin es bien clara y nuestra poltica bien leal. Creed que el arte mejor de conspirar contra los gobiernos reaccionarios consiste en convencer a las gentes de lo fcil y de lo ordenada y de lo templad sima que sera su sustitucin por una de mocracia exenta de las antiguas utopas y segura de sus concretas afirmaciones: que ninguna sociedad abandona un sistema poltico en vigor, si no tiene otro sistema poltico definido con que susti tuirlo. Yo declaro que aspiro como todos los repblicos, al poder y que lo ejercera de nuevo, pero con una condicin indispensable, con la condicin de ser llamado, no por la fuerza, por la voluntad nacional, y de ser sostenido no por la dictadura, por el voto pblico expresa y claramente manifestado en elecciones librrimas. A go bernar contra el torrente de la opinin, por virtud de medidas ex traordinarias, en guerra civil perpetua, sin el concurso de la con ciencia general y sin el apoyo de las Cortes, prefiero como decan nuestros padres remar en galeras. Por esta razn repito que no per tenecera, no, a gobiernos de sorpresa, hijos de la violencia, conde nados a dictadura perptua, llenos de compromisos imposibles de cumplir, sino a gobiernos que desempeen el molesto, pero saluda ble cometido de arrancar el poder pblico de esta nacin a las ma nos de las oligarquas reaccionarias que hoy la poseen, para devol vrselo, no a un hombre, no a un partido, no a una clase siquiera, a la nacin misma, representada con todos sus ciudadanos en unas Cortes nacidas del sufragio universal. Los exaltados sostienen, al oirnos hablar as, que renunciamos a nuestro antiguo ministerio de profetas y que caemos en la vulgaridad poltica condenada a la 144 despiertan el albor de un derecho: Dios de los redentores, Dios de los mrtires, Dios de los humildes, nosotros tambin hemos consa grado en tus aras los hierros de millares de esclavos convertidos en hombres; no separes, pues, ni tu aliento, ni tu providencia de mies tra obra que, despus de todo, quiere aplicar tu eterno Evangelio a las sociedades, tu divino Verbo a las inteligencias, y cumplir tu rei nado espiritual, por medio de la libertad, de la igualdad y de la fra ternidad, sobre la faz de la tierra. (Los aplausos, los vivas, los gri tos de entyliasmo, las manifestaciones de adhesin al orador in terrumpen por largo tiempo su discurso). Seores, nosotros no podemos ser ni cortesanos ni conspirado res. No podemos ser cortesanos de la fortuna, porque nos lo impi de, adems de nuestra conciencia y de nuestro deber, el culto a ciertas tradiciones, sin las cuales ni gobernamos ayer, ni goberna ramos hoy, ni gobernaremos maana, pues a ellas se encuentra es trechamente unido nuestro crdito en el mundo y nuestro nombre en la historia; y no podemos ser conspiradores, porque nosotros no nos gloriamos de tener el rayo del cielo en las manos ni de aperci bir a cada demcrata una revolucin a domicilio. Las revoluciones, males a veces necesarios, pero males siempre, no entran ni pueden entrar en el dogma de ningn partido; y nadie las admite ni rechaza en absoluto, porque ningn agente social depende, en el grado que las revoluciones dependen del poder de las circunstancias. Lo que yo digo es que organizar un partido para la revolucin y no para la legalidad, me parece una demencia; y que hacer la fuerza de aren gas exaltadas y de organizaciones violentas, a un partido como el demcrata de carcter puramente revolucionario, es dar muestra de una imprevisin que se paga, y muy caro, el da de la victoria. (Viva aprobacin). A quien me pregunte si voy a nacer una revolucin, le mirar de arriba a abajo con extraeza, y le alzar los hombros, como si me preguntara si iba a hacer una tormenta: que no tengo en mis manos, seores, ni la atmsfera de la tierra ni el espritu de la sociedad. Las revoluciones las traen los poderes resistentes hasta la ce guedad. No trajo la revolucin britnica el empuje de los Oranges, la trajo la tenacidad catlica de Jacobo II en pueblo tan protestan te como Inglaterra; no trajo la revolucin francesa ni la palabra de Mirabeau ni la audacia de Danton, la trajo el empeo de la corte en oponer un veto inseparable a toda reforma progresiva; no trajo la revolucin del treinta la cancin de Beranger, ni el dinero de Laffi te, ni la elocuencia de Manuel, la trajo la imbecilidad de Carlos X y su siniestro espritu reaccionario; no trajeron la revolucion de Se 143 eterna indiferencia de la historia, cuyo juicio tanto hemos temido en otro tiempo. Pues ni siquiera esa observacin nos persuade, porque la his toria no ha guardado ninguna palma de triunfo y ninguna corona de laurel para la exageracin y para la utopa. Nadie se acuerda de los demagogos que exageraron las ideas de los gracos y los condu jeron a la muerte, mientras las generaciones todas elevan templos a la moderacin martirizada de los grandes tribunos de la plebe. No le pregunteis a ningn hombre de seso, porque le ofenderais con la pregunta, si prefiere la fama de Catilina a la fama de Cicern. Cuando Melanthon present la Confesin de Augsburgo, tan conci liadora, hasta los luteranos mismos la tachaban de hertica, y esa confesin ha pasado a canon del protestantismo, en tanto que todo el mundo olvida las exageraciones de Carlstadt y las locuras de Leyden. La revolucin inglesa nada debe a los niveladores, en realidad, sus enemigos ms acerbos; y lo debe todo a los liberales templados, en realidad, sus fundadores ms gloriosos. De la revolucin france sa quedan como inmaculados, no los montaeses de Danton, no los jacobinos de Robespierre, no los exterminadores de Marat, no los comunistas de Rabceff, los templados, los moderadsimos, los pru dentes, la legion helnica de los inmortales girondinos. En la poe sa y en la historia americana no han tenido un aplauso los violen tos partidarios de una convencin dictatorial y de un rgimen te rrorista, lo han tenido hombres del buen sentido de Franklin y de la honradsima templanza de Washington. Entre nosotros mismos no han abolido la Inquisicin, no han soterrado el absolutismo, no han sobrepuesto la tribuna y la prensa modernas a los conventos y a las amortizaciones de la Espaa antigua, no han traido la libertad religiosa, no han fundado la democracia, los rojos, los regateros, los cantonales, sino los ms templados entre los demcratas; que los triunfos de la poltica se alcanzan por el conocimiento de la realidad, y la realidad se modifica con lentitud y se somete, no a las violencias y a los arrebatos, sino al arte y al clculo. (Aplausos). Sabeis el sntoma que ms indica el prximo triunfo de la demo cracia y su definitivo establecimiento Pues nuestra moderacin y nuestra prudencia, desconocidas si se quiere, de los contempor neos cegados por la pasin del momento, pero destinados a un eter no lauro en los juicios severos de la historia. La democracia no triunfar hasta que la templanza sea en ella tan popular como fue ron populares en otro tiempo las exageraciones. 145 En prueba de esta moderacin y de esta prudencia, os digo que no preguntemos a nadie por su origen; que no le demandemos su genealoga democrtica y su hoja de servicios histricos; que no creemos una especie de nobleza para la antigedad y los anteceden tes. Uno de los males mayores de la segunda Repblica francesa, y en l no ha cado ciertamente la tercera, fu dividir a los republica nos en republicanos de la vspera y republicanos del da siguiente. De vosotros ser bien admitida toda adhesin sincera y honra da. Lo que s creemos, y como lo creemos lo decimos, es que la lle gada de escuelas ms conservadoras a nuestras escuelas, y de parti dos ms templados a nuestro partido, tiene dos deberes; primero, el de no echarnos de nuestra casa como suelen, con frecuencia; y se gundo, el de no reforzar los centros y las izquierdas de la democra cia, para lo cual no tienen autoridad alguna en sus antecedentes, sino la derecha, la extrema derecha, es decir el trmino ms cerca no a la serie de sus ideas, el punto ms prximo a la naturaleza de sus compromisos, el partido ms anlogo a su partido. Esta es, pues, mi ltima y ms importante advertencia. Os he mostrado, como deba, el fondo de mi corazn y el fondo de mi pensamiento, hablando, cual pudiera hablar en una conversacin privada, sin ningn recelo, porque si no se imponen a los enemigos mis ideas, se impone a los enemigos mi sinceridad. Trabajamos por moderar la democracia, seguros de no exagerar nunca este trabajo. No descan semos, aunque nos detenga la malicia y nos d su veneno la calum nia. Nuestra obra es al par obra de conservacin y obra de progre so, equidistante de las dictaduras que vienen de abajo y de las dic taduras que vienen de arriba. Nuestro pensamiento se reduce a rei vindicar para los ciudadanos el gobierno de s mismos en todo lo concerniente a la esfera individual y a reivindicar para la nacin, a su vez, el gobierno de s misma en todo lo concerniente a la esfera nacional. La idea es demasiado vasta y pide todo un siglo. Si la se paracin de la conciencia y del Estado, anunciada por Scrates no se realiz hasta los tiempos de Cristo; si la lnea divisoria entre el poder temporal y el poder espiritual vista en sueos por algunos estoicos de los primeros tiempos del imperio romano, lleg a la realidad el da en que se constituyeron separadamente el Pontifica do y el imperio; si la paz religiosa internacional proclamada por Toms Moro, en el siglo dcimo -sptimo en el tratado de Westpha lia; si los derechos naturales que entreviera Grocio no se proclama ron hasta la revolucin francesa: si el principio de la soberana na cional escrito por los legisladores de Cdiz, al comenzar este siglo, como una verdad terica, ser una verdad prctica al concluirse y 146 dictar su gran testamento poltico, perteneciendo de esta suerte la nacin a todos sus hijos, que habrn realizado la libertad, la demo cracia y el derecho, con el aplauso del mundo y de las bendiciones de la historia. He dicho. (Ruidosos y prolongados aplausos. Los asistentes se levantan de todos lados a saludar y felicitar al ora dor. Entusiastas y repetidas aclamaciones). 147 5. Recuerdos de Elda o las fiestas de mi pueblo 149 Recuerdos de Elda o las fiestas de mi pueblo (IX -1876) Recuerdos de Elda... publicado por La Ilustracin Espa ola y Americana en 1879 es, de todos los textos seleccionados para este somero estudio de la obra de Castelar, el nico que no pretende un fin fundamentalmente poltico sino literario y el ni co que no est concebido para ser declamado en pblico. Desde el punto de vista literario se trata de uno de tantos ejemplos de romanticismo tardo, casi trasnochado Bcquer, el ltimo gran romntico de la literatura castellana, haba muerto en 1870, en un hombre que senta una gran predileccin por este movimiento literario. Recordemos, a modo de ejemplo, sus escritos sobre personajes como Lord Byron, sus novelas histri cas o su estrecha amistad con genios de la talla de Vctor Hugo. Sus arrebatos de sentimentalismo no son en absoluto originales; a modo de ejemplo, frases como nadie te habr amado como te he amado en mi vida recuerdan sobremanera el como yo te he querido, desengate, as no te querrn becqueriano y a tantas otras. Por otra parte, su comparacin entre la buclica sencillez de la vida rural frente a los vaivenes de las glorias mundanas re coge una temtica muy recorrida en nuestra literatura; basten como muestras desde el Menosprecio de corte y alabanza de al dea de Fray Antonio de Guevara, en nuestro Siglo de Oro, al Sil bo de la afirmacin de aldea hernandiano. Adems, en un relato vivencial donde tan fundamental ha de ser el sentimiento, Caste lar no puede dejar de dar cabida a su amplia erudicin, no puede dejar de extraer enseanzas en el plano ideolgico; por ello, en ocasiones, el lirismo debe dejar paso a la didctica y la filosofa, el recuerdo idealizado de su infancia parece ser un mero instru 151 mento para la exposicin de su ideologa. No sabramos a ciencia cierta en qu gnero literario podramos encuadrar el texto pero, nadie se llame a engao por orgullo localista, lo que s podemos afirmar es que en modo alguno puede considerarse entre sus tex Os fundamentales. (1) En el aspecto temtico, la obra es una perenne idealizacin de su valle y de su infancia, del entorno natural y social de su ni ez: las plantas, los lugares, las gentes, las fiestas, evocado todo ello con una aureola de absoluta pureza. Recuerda el dolor de la despedida y siente envidia de la vida sencilla de las gentes de su aldea (con una sinceridad paternalista y poco creble en un hom bre como Castelar tan aferrado a la vida mundana, tan sediento de gloria, tan poseido por lo que hoy se llamara la ertica del poder). Al final, Castelar considera aquella poca de su vida como la de los sentimientos y las creencias, plena de profundas influencias religiosas; piensa que la vida del hombre debe sin re negar de su orgenes dar el cambio de las creencias a las ideas, del sentimiento y la fantasa a la inteligencia y la razn: conver tir en verdad social y poltica la esttica religiosa de nuestros pri meros arios. Cuestin aparte, y no la menos importante, es la aportacin del texto para el estudio de la sociedad eldense del siglo pasado (2). A travs del texto podemos comprobar las especies predomi nantes en la flora del lugar, los principales cultivos de su trmi no, la variedad de funciones de las viviendas rurales. Ninguna tensin, ningn enfrentamiento , ni problema social o econmico asoman a su pluma (3); ya hemos dicho que la Elda de su niez se presenta en el texto de Castelar como un mundo inmaculado. La religiosidad sencilla parece invadirlo todo. Por ello, se centra en los ambientes festivos y con ello nos ofrece un documento de in calculable valor para cualquier estudio antropolgico de nuestro (1) Y no es que los hombres del posibilismo anduviesen precisamente alejados de las vanguardias literarias. El mismo Castelar fue un hombre permanentemente informado de las innovaciones producidas a nivel europeo; otro militante posi bilista, el asturiano (aunque nacido en Zamora) Leopoldo Alas fue el autor de la novela capital de nuestra literatura contempornea, La Regenta. (2) Este aspecto est tratado con mayor extensin en mi artculo Castelar como fuente para el estudio de Elda. Rey. Alborada, XXVIII. Elda, septiembre de 1982. (3) S denunci, por el contrario, algunos turbios manejos polticos, de naturaleza caciquil, en varias intervenciones parlamentarias. 152 pueblo. En resumen, nos ofrece una visin global de una sociedad agraria, creyente, tradicional; ningn indicio de renovacin, de cambio, de progreso. Quin le iba a decir cuando escriba su ar tculo que su pequea aldea se estaba convirtiendo en una de las pioneras de la industrializacin al sur del Ebro! No podemos acabar este comentario sin hacer mencin a la vinculacin con Elda del famoso parlamentario. Castelar, nacido en Cdiz por un azar histrico ligado ya a la cuestin poltica y a la causa liberal, nunca se sinti ciudadano de una poblacin a la que amaba (recurdese su discurso pronunciado en el Casino Ga ditano el 264V-1897) ms por ser la cuna de la primera Constitu cin de Espaa, el bastin de la independencia y del liberalismo, que por unas cortas vivencias de las que nada recordaba. Castelar se sinti siempre profundamente eldense no slo porque lo publi case a los cuatro vientos en artculos como ste; no slo porque estuviese permanentemente al tanto de lo que en Elda aconteca (tanto por los viajes realizados, en perodos estivales fundamen talmente, como por las frecuentes visitas de paisanos que reciba en Madrid); no slo porque se rodease de eldenses fidelsimos en torno a l; no slo porque expresa su deseo de volver a Elda al fi nal de sus das. Sus propias palabras nos dan la clave: Felices mil veces los que al fin de tantos combates como traen consigo las mundanas mudanzas, todava guardan vivas en su corazn aque ll as emociones perfumadas por la inocencia. En una fecha como 1879, en medio de profundos cambios polticos e ideolgicos, Cas telar se siente profundamente eldense para aferrarse a unas ra ces desde las que poder ser fiel a s mismo. 153 Casa de la calle de San Roque tambin llamada de Castelar en la que el orador vivi sus aos de niez en Elda. (Foto de Nuevo Mundo) 155 :.1nte) ;laza de To7ete Elda: Plaza de Arriba y antigua iglesia de Santa Ana. Entorno social de los recuerdos castelarinos. (Foto de -Alborada) Ser verdad Volver a mi tranquilo valle y las campanas no resonarn como antes en mi corazn, y la luz encendida al pie del retablo antiguo no brillar como antes a mis ojos, y el campo no tendr los mismos aromas, ni el horizonte los mismos destellos que en mi infancia, cuando las ilusiones se tean en las florestas como las alitas de las mariposas, o la fe.libaba esperanzas en la lejana es trella, como la abeja miel en la flor del cantueso y del romero Si ha de suceder as, no me lo digas, y djame que avive en la memo ria, con toda la fuerza de mis recuerdos aquellos das en que no contbamos los arios y en que no caan sobre nuestras cabezas las escarchas. Volver a mi pueblo y no sentir sus regocijos o sus dolo res cul los senta en otro tiempo, ser encontrar a la mujer amada y no abismarse en sus ojos, y no estremecerse al soplo de su alien to, y no caer d rodillas al crujido de sus vestiduras, y no experi mentar el xtasis y el arrobo de los primeros amores. Las montaas deben conservar los mismos cambiantes que las tornaban en pie dras preciosas, con las laderas por facetas, o en masas aeriformes de azul celeste, como pedazos desprendidos del cielo a la tierra, so bre todo cuando los rayos verticales del sol poniente las heran y les daban sus variados arreboles. La salvia y el tomillo y el espliego deben, cuando las plantas los huellen, mandar al cerebro aquellas esencias embriagadoras que lo hacan soar con mil imaginaciones de la mente, como dicen que hacen soar con las hures del edn los bebedizos rabes. En la acequia, llena de guijas y de limo, de ben todava esconderse por las cintas de las hierbecillas las lucir nagas, cogidas a mano por nosotros y presentadas a las muchachas para que las prendiesen a sus trenzas a guisa de animados diaman tes. El ans ha de blanquear en sus flores circulares; el granado se ha de enrojecer con sus adornos carmeses; la palma ha de susurrar en la alta palmera, mecida por las brisas; el racimo ha de lucir sus 157 uvas transparentes bajo los pmpanos; el espino ha de brotar sus guirnaldas, que envidiara una novia; la retama ha de poner sus flo res amarillas juntamente con las plidas florecitas de la zarzarrosa; el jilguero ha de correr por la enramada, mientras el riachuelo se deslice entre los caaverales y los tarayes; la nube, all bendecida y esperada como en la Arabia, se ha de prender a las cimas de las al tas cordilleras, prometiendo su lluvia y su roco; de suerte que todo estar lo mismo, todo permanecer en su inmutable esencia y slo habr cambiado lo permanente, lo imperecedero, lo eterno: nuestra alma. Felices, muy felices los que nunca salsteis de ese nido, ni atra vessteis las tempestades del mundo. Felices, muy felices los que consagrsteis todos los das a Dios vuestras plegarias en la misma iglesia, a la familia vuestro amor en el mismo hogar, al cielo vues tra mirada en el mismo horizonte, y casi supsteis desde la infancia el santo lugar donde haban de reposar en paz vuestros huesos. No sotros cambiamos de hogares como de camisas, dejndolos sin es cpulo abandonados como los avestruces dejan sus cras en el de sierto, y a lo mejor nos quedamos en un abrir y cerrar de ojos, has ta sin patria, desdichados nufragos. Y nos creeris felices porque os resonar por ah nombres antes oscuros, cuando los felices sois vosotros! Cierto que no habis visto las obras maestras de arte, pero tampoco las profanaciones de la inspiracin y la servidumbre del genio; cierto que no habis probado el licor embriagante de la gloria, pero tampoco la amargura de la calumnia; cierto que no ha bis subido a las cimas vertiginosas del poder, pero tampoco roda do a los ariales donde se clavan las espinas de la envidia. En el mar inmenso, en sus olas coronadas de frvidas espumas, no podis apagar vuestra sed, mientras que la apagais a vuestro sabor en el hilo de agua clara que despide la modesta y recatada fuente. Ser que mi alma dolorida necesita blsamo; que mis fuerzas fatigadas necesiten reposo; que mis combates diarios necesiten paz: a la con tinua convierto el pensamiento con amor hacia el hondo valle de mi infancia, y pido al aire que baja de sus montaas oxgeno para mi pecho, y a las oraciones que suben por sus torres y por sus campa narios, fe y esperanza para mi alma. Te acuerdas No quera separarme de ah cuando me obliga ban a ir al colegio. Un maestro en vez de una madre; los camaradas en vez de los hermanos; el pasante ceudo que vena a despertar nos cuando estbamos acostumbrados a que nos despertara nuestra abuela; el rgimen disciplinario sustituyendo a la libertad campes tre; la ciudad indiferente en lugar del pueblo, tan conocido y tan 158 amado como la propia familia; la oracin murmurada como una consigna de cuartel, y no aquella salve dicha a la luz del amanecer, al toque de la campana que saludaba al alba, entre el coro de las alondras y el grito agudo de los gallos, mezclados con el rumor de los instrumentos de la labranza que iban a fecundar los campos, y el despertar de toda la muchachera que cantaba en competencia con las aves, exhuberantes de vida y embriagados de luz. Recuerdo mi partir, en que el corazn verdaderamente se par ta en pedazos. Resistme como el cordero al cuchillo. Baj a las bo degas, sub a los desvanes, me encerr en los escondites del lagar y de la almazara, me enterr en los pajares, pues prefiriera convertir me en la piedra del suelo, deshacerme en la ceniza del hogar, eva porarme en el humo de la chimenea, a dejar aquellos sitios, ungi dos con tantas lgrimas y consagrados con tantos recuerdos. Cada rbol de mi huertecito mereci un abrazo. Yo le recomend al azo faino que siguiera creciendo para dar al viento con gallarda no usada sus hojas de ureo verde y sus frutas relucientes como grani llos de prfido. Yo les ped perdn a los albaricoqueros por haber les mil veces arrancado sus albaricoques, antes de madurar, con de sapoderada impaciencia. Yo le encargu al membrillero, entre cuyas hojas de color de las lilas brillaban los membrillos del color de los limones, que se apresurara a endulzar la aspereza de sus fru tos con la jugosa savia. Yo me sub a la copa con la higuera, slo para abrazar aquellas ramas, las cuales tantas veces me haban ofrecido sabroso almuerzo, sazonado con el roco de la maana. Yo le dije una palabra a cada cepa, a cada arbusto, a cada retoo, como si fueran una legin de amigos. No lo olvidar. En el rosal de rosas amarillas unos verderones tenan su nido de hierbas secas y motas de lana blanca. Contra las naturales inclinaciones de los nios, habamoslos respetado y vsto los crecer sin hurgarlos. Si piaban, creame que hablaban algo, y se gua con ellos una conversacin muy tirada, dicindoles cosas tier nas de su madre y de la ma, y rogndoles pidieran por ella al cielo todas las maanas en sus primeros pos, pues a mi madre deban, a su caridad inagotable por los seres racionales e irracionales, por los seres animados e inanimados, el haber podido criarse entre la opulencia propia de un rosal amarillo y fuera del alcance de nues tras manos y del torbellino de nuestros juegos. Se haban ido como yo me iba. No puedo decir cunto me apen su inesperada ausen cia. Pobrecillos! Plegue al cielo que haya sido su suerte superior a la suerte de su compaero. Plegue al cielo que no hayan visto lo in finito sin poder recorrerlo; que no hayan sentido el amor intenso 159 sin poder apagarlo; que no hayan abrigado esperanzas e ilusiones sin poder realizarlas; que no hayan cado en la celada del cazador o en la traicib del enemigo, ya que se entregan, como nosotros, a los giros del viento y a los caprichos de la suerte. Partme por fin; partme, no sin haber llorado como si el mun do entero se acabase y la familia entera se muriese para m; tanta era mi desolacin, tan grande mi resistencia, casi invencible, a ser trasplantado de aquel suelo, en cuya savia crea yo que se alimenta ba, como las races de los rboles y de las plantas, las races de mi propia vida. No volver a ver otro paisaje como aquel que v aque lla tarde a travs de mis lgrimas. Los olivares se blanqueaban y se oscurecan al soplo del aire, que rizaba sus hojas de doble color; los palmerales vibraban, como si cada una de sus palmas fuese ver dadera lira pulsada por el viento; serpenteaba el ro entre los vie dos, dando toques argentados al oscuro follaje; los lamos se levan taban sobre los arbustos y las rotondas sobre los lamos, confun dindose los signos de la religin y los seres de la naturaleza, cual en nuestro ser se confunden e identifican el cuerpo y el alma como si compusieran una sola sustancia. Muchos te habrn visto, tierra predilecta de mi corazn; muchos habrn recogido tu cal para sus huesos, tu fsforo para su cerebro, tu hierro para su sangre, tus molculas para sus tomos; muchos habrn llorado en tu regazo y habrn nacido o muerto en tu seno; pero nadie te habr amado como te he amado en mi vida, ni te habr recordado como te he re cordado en mis dolores. Desde aquel punto, hora siniestra para m, acabronse las mayores alegras para el corazn y perdieron su magia las festivi dades mayores del ario. Si las campanas de la ciudad taan a muer to o repicaban a regocijo, no acertaban a sacudirme con emociones tristes o alegres como las campanas de mi iglesia. Si el tamboril o la dulzaina salan por las calles, no resonaban como aquel tamboril y dulzaina de mi aldea, que en la fiesta de San Antn congregaban todo el pueblo en torno de las hogueras y hacan bailar las parejas a su comps moruno con gravedad que no exclua ni la ligereza ni la gracia. Si las mscaras bromeaban en el carnaval, no podan de ninguna suerte interesarme como aquellas mscaras de mi pueblo; porque, al fin y al cabo, resultaban sus propios rostros de carne y hueso como desconocidas caretas. No acertara a decir lo que era un carnaval en aquellos tiempos de gozo, en que buscbamos para las comparsas y sus disfraces los arreos de nuestros antepasados, los tricornios mugrientos que haban corrido la tuna, las casacas moradas que haban asistido al recibimiento de la Reina Mara Lui 160 sa, /as chupas de raso bordadas con guirnaldillas de rositas, los enormes relojes competidores de los que sonaban en las torres, los guardapis de tis, las pelucas empolvadas, los mil objetos con que hoy comerciara un anticuario y que nosotros aderezbamos de pin toresca manera, sin otro consejo que el capricho de nuestra desen frenada fantasa, ni ms fin que divertirnos todos, vindonos los unos a los otros por las calles en una broma continua. Y no digo nada de los moros y cristianos. La ilusin era completa. El taberne ro de la esquina, el mojigato de la vecindad, el cristiano viejo sin un abuelo que oliera a hereje, el sacristn de amn, parecanos Muza Tarik, grandes sultanes de serrallo, incapaces de probar el torrezno y de respirar el vino as que vestan los pantalones bom bachos de seda amarilla, las fajas multicolores, las chaquetas bor dadas de lentejuelas, los turbantes de gasa lleno de alharacas, las babuchas de tunecino tafilete. Una vez disfrazados de esta suerte, ni advertamos bajo el disfraz su propia condicin, ni advertidos la creamos, pues en la fuerza creadora de nuestra fantasa estaba el fingir, moros hechos y derechos, recin venidos de Mauritania, con quistadores de Espaa, a los cristianos viejos que, por devocin al santo de la festividad, participaban con ardor infantil de aquella mogiganga. Los nuestros solan vestir, no como los caballeros de la Vega, cuyas estatuas vemos bajo las bvedas de la catedral de Tole do, sino como petimetres del ltimo siglo: que mis paisanos, como los pintores del Renacimiento, reparan poco en cualquier anacro nismo. Nada de brocado, de malla, de cota, de pacete; al revs, cal zn corto, zapato con argenteas hebillas, medias de seda, casacn antiguo, sombrero apuntado, distinguan a los catlicos de los ma hometanos. Pero en lo que ambos ejrcitos se confundan, era en el estruendo que armaban por cuarenta y ocho horas seguidas cerran do el uno contra el otro con mortal coraje. Dirase que estbamos en plena batalla, y no en sencilla fiesta: tal sonaban los arcabuces, las descargas, los caonazos, las bombas, las tracas, los morteretes, los petardos, las mil explosiones de la plvora. El castillo de cartn pintado, parecanos real y efectiva fortaleza, en cuyos muros los enemigos de nuestra religin opriman y vejaban a la patria. El em bajador cristiano, que iba caballero en su alazn, precedido de he raldos y pajes, acompaado de pomposa comitiva, en requerimiento y demanda de la fortaleza, llevaba consigo nuestros votos, como si de real y no fingida embajada se tratase. El da primero de la fiesta, en que los moros ganaban la batalla, nos bamos tristes a nuestra casa, como si volviramos del mismo Guadalete y nos encontrra mos la iglesia profanada por los ulemas, y ocupado el hogar por los 161 guerreros, reducidos nosotros a las mazmorras y sealadas las mu jeres al serrallo. Ms en el da siguiente, cuando entre el humo roji zo de la plvora, el relampagueo de los fogonazos y de los tiros, el estruendo de /as descargas y la gritera universal de los combatien tes, trepaban los nuestros por las escalas y combatan cuerpo a cuerpo en las almenas, arrojando moros muertos por los adarbes, y persistiendo hasta poner la bandera espaola en la ms alta cima, el Te Deum que estallaba en nuestro pecho poda confundirse, por lo religioso y lo sincero, con el Te Deum inmortal de las Na vas de Tolosa. Yo de m s decir que estudiando en aquella sazn la historia patria, representbanse a mis ojos como en relieve los mapas de nuestras grandes batallas, y parecanme como de carne y hueso los opuestos ejrcitos. Sobre todo, dibujbanse a mi vista los inciden tes de las Navas. Vea, pues, los altos de Almuradiel pintados de flores por los primaverales meses; el inmenso ejrcito africano, cuyos alquiceles y alfanjes, movindose sobre los lomos de los ala zanes del desierto, asemjan los a nubes atravesadas por rayos, el Emir de los creyentes, sentado bajo su tienda de riqusimos colores, circuido de sus negros encadenados, que ofrecan viviente muro a su seguridad y resguardo, puesta la mano en la empuadura de su sable, los ojos en los versculos de su Korn, y el pensamiento en su Alah; mientras de otro lado, reverberando el sol de Andaluca en sus petos y en sus cascos, la cruz al frente, los ejrcitos cristia nos; el buen don Lope de Haro en la vanguardia con sus fuertes montaeses, que parecan haber robado su vuelo a las guilas, se gn se movan por los agrios riscos y bajo el peso de /as graves ar maduras; el rey D. Alfonso VIII en el centro, asistido del arzobispo D. Rodrigo, que peleaba y escriba, soldado e historiador, en aque lla hazaa; el rey D. Pedro II de Aragn a un lado, y a otro lado el rey D. Sancho el Fuerte de Navarra, ambos hericos capitaneando ambos aquellas huestes, que haban vencido al infiel en cien bata llas y reconquistado, con la reconquista del Pirineo los seguros eternos de la patria; las rdenes militares con sus hbitos y bande ras y divisas de matices diversos; el horror de la batalla, a cuyos in cidentes se libr la suerte de Europa; y la alegra de la victoria, cuando a la luz de los astros, despus de tantos prodigiosos esfuer zos, teniendo por templo el espacio inmenso, por altar las cordille ras, entonaron los nuestros un Te Deum que debi resonar desde Covadonga hasta Granada, y conmover desde la vieja Asia hasta la desconocida Amrica, llamadas a llevar ms tarde marcado el sello de la nacin inmortal que naciera en aquellos picos e inolvidables combates. 162 Cunta fuerza tiene la tradicin! Cmo avasalla las volunta des y los entendimientos! Seis siglos hace que acabaron las guerras de rabes y espaoles en aquellas regiones intermedias entre Casti lla, Valencia y Murcia, regiones fronterizas. Seis siglos hace que no ha vuelto a empearse ninguna accin ni a verse ningn encuentro. El infiel qued sometido primero, y despus, andando el tiempo, ex pulsado. Ni sus descendientes pudieron tener un hogar donde l haba tenido un trono. Don Alfonso el Sabio, que volva de tomar a Sevilla, al lado de su padre San Fernando y D. Jaime el Conquista dor, que acaba de tomar a Mallorca y a Valencia, repartironse aquellas tierras y las poblaron el da que se vieron frente a frente sus mutuas reconquistas, el uno de catalanes, y de castellanos el otro. Desde entonces han corrido en quieta y pacfica posesin de aquellos territorios, sin ms dificultades que las corrientes, as en todo estado feudal como en los comienzos y fundacin de las mo narquas modernas. No queda, pues, ni un tomo del polvo de aque llos combates en el aire, ni un dejo del amargor de aquellos recuer dos en los labios; y no obstante esto, las guerras se empean toda va en simulacros y pasan de generacin en generacin como un sa cratsimo legado, sobreviviendo a la muerte de las ideas y de las costumbres y de las instituciones en cuya virtud nacieron y dura ron. Cmo puede ya extraarnos ninguno de estos grandes y per durables pensamientos, que corren de tiempo en tiempo y de gente en gente con fuerza capaz de dar calor a muchas sociedades y vida a muchos siglos La idea platnica del Verbo, casi prevista por los indios y for mulada en la Academia, a la sombra de los pltanos del Pireo, al chirrido de las cigarras ticas, halla todava altares en nuestro co razn y en nuestra Iglesia. El demonio persa, que ha brotado de la religin, mazdea, lucha an, principio, o por lo menos, agente del mal, con nuestro Dios, no slo segn los sentimientos vulgares, sino tambin segn las ms sabias leyendas. Los sitios consagrados a Lu cina por los antiguos griegos son los santuarios donde las mujeres en cinta piden hoy a los santos de su devocin un buen parto. Las fiestas de la Candelaria, dedicadas a bendecir los cirios, correspon den a las antiguas fiestas lupercales. Los solsticios de verano y de invierno tienen la velada de San Juan, la Noche Buena, La Misa del gallo, como en la antigedad tenian otros festejos, destinados en su mayor parte al dios Adonis. La fiesta de las flores se funda doscien tos cuarenta aos antes de Cristo, y se reproduce a nuestros ojos en el mes de Mayo, cuando las rosas llenan los altares divinos de Ma ra. Como Leandro pasa en las leyendas paganas a nado el Bsforo 163 por recoger la mirada de Hero, un joven cristiano, all en /as leyen das de la Edad Media, pasa a nado el Rdano por recojer la pala bra de Marta. El nombre de Mara de Magdala, que quiere decir torre en el antiguo hebreo, guarda tradiciones tales, que se ex tienden por los templos de Babilonia y por las tierras interiores del Asia. Las virtudes dadas por la Edad Media al nmero siete, como se ve por los Siete Dolores, por las Siete Partidas, por las Siete Pa /abras, provienen de la religin sabeista. Herodes degella a los inocentes en Judea, como los degoll Cartago para desarmar a sus divinidades en el terrible asedio que le pusiera Agatcles. No aca baramos nunca si hubiramos de decir cunto han perdurado las creencias y cmo se han unido a ellas los pueblos. As, no extraa remos que, viviendo todava divinidades como /as divinidades naci das a las orillas del Ganges en los crepsculos matutinos de la his toria, vivan tambin las guerras de moros y cristianos en nuestras provincias meridionales. Nosotros, que reproducimos y abreviamos en el compendio de nuestra vida el alma y la vida superior de los pueblos, nosotros te nemos que convertir por fuerza la vista hacia las fiestas de la infan cia, dilatndonos cada vez ms en los recuerdos, a medida que me nos podemos dilatarnos ya en las esperanzas. Felices mil veces los que al fin de tantos combates como traen consigo las mundanas mudanzas, todava guardan vivas en su corazn aquellas emociones perfumadas por la inocencia. Malhadado el hombre a quien no le cautiva el hogar de su familia, el sepulcro de sus antepasados, el templo de sus primeras oraciones, el sitio bendecido por los prime ros amores! Yo recuerdo siempre un Mircoles Santo en la baslica de Roma. Bajo sus grandiosos arcos buscaba una emocin religiosa, oyendo las cadencias de Palestrina de Allegri, y slo pude encon trarla en el punto en que salmodiaban los sacerdotes el canto llano, odo tantas veces en la iglesia de mi valle de Elda. Dios mo! Cmo guardo grabada en mi memoria cada una de aquellas festividades, que constituan todo el esparcimiento y el re creo de una existencia compartida entre la religin y la naturaleza! Parceme que oigo los trenos de Jeremas, cuyos acentos me daban el escalofro de lo sublime, y que veo el santuario solitario, el ara desnuda, el velo del templo rasgado, las lmparas extintas en el luc tuoso Viernes Santo. Parceme que asisto an a la maana de Pas cua, en que el alegre repique de los campanarios y el encuentro de la Virgen con su Divino Hijo, as como devolvan la paz al corazn 164 lacerado, anunciaban que la yema iba a dar el brote, la larva el in secto, la semilla el tallo, y el capullo la flor. Parceme que las leta nas se difunden an por los aires en las maanas de Mayo, y que al levantarse la cruz de plata sobre los campos, inclnanse las espi gas y alzan sus encendidos clices las amapolas en seal de mstica adoracin. Parceme que oigo las marchas de nuestra msica popu lar, que veo las danzas de nuestros gigantones monstruosos, que asisto al espectculo de vestir a los nios de ngeles con sus coro nas de rosas y sus alitas de talco. Mas entre todas /as fiestas, ningu na ciertamente como la fiesta consagrada a la Virgen el da de su Natividad, el 8 de Septiembre. Son aquellos das de verdadero reposo para el labrador. Los granos estn ya recogidos y almacenados. Las cosechas de otoo, si maduras, no llegan an al tiempo de la recoleccin. La mazorca os tenta su sedosa cabellera; la uva se endulza, como apercibindose a la vendimia; el higo ya gotea miel; la aceituna se ennegrece y se ablanda; la almendra cae de su encierro, perfumada por las oloro sas gomas; el melocotn ofrece, tras la aterciopelada pelusilla, sus ricas carnes; el meln y la sanda convidan con su frescor, en tales trminos, que bien puede llamarse el campo, en semejante estacin, el festn de los festines. Nada ms natural que aquellos sencillos campesinos consagren un da de regocijo a la Virgen Madre, por cuya intercesin creen haberse preservado de los pedriscos y haber podido llegar en paz al da de la cosecha. Cuentan la aproximacin de esta festividad con los dedos. Guardan para ella todo lo mejor que tienen: el vestido ms rico y el ms sabroso alimento. Abren de par en par las puertas a sus huspedes, que llegan a henchir la casa. No recuerdo ninguna hora tan alegre como la hora conocida por ellos con el nombre pintoresco de albada, la media noche, en que suena el primer minuto de la vspera. Las campanas todas repi can al vuelo, los cohetes serpentean por los aires; la poblacin en tera se regocija; las msicas suenan mezcladas con los vivas de en tusiasmo y los alardes de alegra. Yo no he visto procesin como aquella al anochecer, con las calles enramadas de salvia y de es pliego; las casas ceidas de follaje; las ventanas adornadas de col gaduras; los nios vestidos de ngeles o de santos; las jvenes, en vueltas en sus mantillas blancas, despidiendo de las manos flores y anises; las velas y los hachones dilatndose en dos largas hileras, como sartas de astros y movindose como enjambres de aerolitos; la bella efigie, vestida de brocado, reluciente de pedrera, con los rayos de su corona mstica en las sienes, con sus coros de querubi nes a los pies, reflejando las luminarias en las facetas de sus pie 165 dras preciosas, sonriendo con el amor divino, conducida entre nu bes de inciensos, acordes de dulces melodas y susurros de msticas y suavsimas oraciones. As es la vida; como la planta pasa de semilla a raz, de raz a tallo, de tallo a flor, de flor a fruto, pasa el alma del predominio del sentimiento al predominio de la fantasa, y del predominio de la fantasa al predominio de la inteligencia, y del predominio de la inteligencia al predominio de la razn y del juicio. Los smbolos de /as primeras creencias quedan ah en su inmaculada hermosura, como queda la doncella de los primeros amores en la mujer propia, en la hacendosa ama de casa, en la buena madre, en la prvida no driza, en la prosaica, pero fecunda compaera de la vida, cuyos o dos no escuchan ya la serenata al pie de la reja ni el suspiro del amor confiado al aire de la noche, porque ha pasado de las ilusio nes a las realidades y ha cumplido su destino anunciando en el cre psculo de la juventud con albores teidos de encantadora poesa. Toda obra grande aparece baada en los sudores del trabajo; toda criatura humana cubierta con la sangre del parto, todo progreso envuelto en /as ruinas de instituciones seculares, toda ciencia nue va cargada con /as heridas abiertas a la fe antigua. Cunto se pare cen y cunto se diferencian la sociedad y la naturaleza! En la natu raleza los seres nacen bendecidos y amados por sus padres; en la sociedad, al revs; engendra Egipto a la Sinagoga, y la rechaza; en gendra la Sinagoga a la iglesia, y la maldice; engendra la iglesia a la revolucin, y la excomulga. Pero, sin apurar el revelador de Dios las iras de los Faraones egipcios, y el revelador de la conciencia el odio de los idlatras griegos, y el revelador del Verbo la enemiga de los fariseos judos, y el revelador del cielo la persecucin de los inquisidores romanos, y el revelador de la tierra la hiel de los sa bios salmantinos, cundo se hubiera escrito en la historia el poe ma inmortal de los humanos progresos Como el ave no se puede quedar en su primitivo nido, el espritu no se puede quedar en. su primitiva creencia. Si tal hiciera, sabra de la historia los cuentos de su abuela, y del universo /as fbulas de su pueblo, y de la socie dad las supersticiones de su infancia, explicando lo porvenir por lo pasado y haciendo de la cuna su mortaja. Encaraos con Dios, si esto os desplace, y preguntadle por qu ha querido que no pueda llegarse a la ciencia sino por el spero ca mino de la investigacin, ni a la investigacin sino entre el oleaje de la duda. Encaraos con Dios, y preguntadle por qu sentimiento y dolor son casi idnticos en nuestra alma, como son casi sinnimos 166 en nuestra lengua. Encaraos con Dios, y preguntadle por qu a la experiencia no puede llegarse sino mediante el desengao. Enca raos con Dios, y preguntadle por qu en vez de habernos hecho los soberanos del universo, con todas las verdades a los alcances de nuestra inteligencia y con todos los goces a los alcances de nuestro deseo, nos ha hecho los guerreros de la vida, para quienes ninguna victoria llega, sino despus, de porfiados y cruentsimos combates. Qu queris No tenemos nosotros la clave del Universo, no he mos escrito nosotros en los espacios el enigma de los humanos des tinos. No vale menos el sol, ni brilla menos, porque en vez de creerlo un Dios, como lo crea el pastor caldeo en la inmensidad del desier to, le creamos vasallo de otro sol, en cuya comparacin debe apare cer ms plido, ms blanquecino y ms humilde que nuestra melan clica y apagada luna. Ese polvillo que pasa, ese tomo de plen apenas perceptible al microscopio, resulta en el equilibrio univer sal tan necesario como los astros mayores perdidos en los abismos cerleos, cuyo volumen no pueden adivinar nuestros mezquinos clculos. Cuando la tierra se extenda en lo infinito, llevando el ox geno puro en sus columnas de llamas y el platino fundido en sus mares de fuego, aparecera en los espacios ms bella, ms lumino sa, ms esplendente que hoy, como aparece ms bello el encendido volcn que la muda nieve en la montaa; pero no podra ser habita cin del espritu, pues para celebrar sus nupcias con esta entidad misteriosa y encerrarlo en la cadena de las formas por medio del humano organismo, ha necesitado enfriarse mucho, desprenderse de mucha luz y de mucho fuego, perder en gran parte su antiguo es plendor celeste. Digan lo que quieran nuestros pesimistas, felicidad no se encuentra en el aniquilamiento, sino en la plenitud del ser. Digan lo que quieran, la vida no es tan mala cuando se la toma como es, limitada; cuando se admiten como una necesidad inevita ble sus transformaciones; cuando se ofrecen al bien de la humani dad sus tristezas; cuando se les da su parte de poder al sentimiento, a la imaginacin y a la idea. S, hermanos mos; hemos salido de ah, hemos dejado atrs esos smbolos, nos hemos desceido de mu chas de esas creencias; mas para convertir en verdad social y polti ca la esttica religiosa de nuestros primeros arios. Si fuera verdad que hemos contribuido a emancipar el pensa miento; si fuera verdad que hemos trabajado por redimir la con ciencia y comunicarla libremente con su fe interior; si fuera verdad que hemos roto las cadenas de algn esclavo, el cual sin nuestras palabras y nuestros votos an yacera atado a su ignominia y des 167 provisto de todo humano derecho; si fuera verdad que algn resto de la injusticia feudal y algunas sombras de la Inquisicin antigua se han acabado al eco de nuestra voz, an podramos dar por bien empleado el trabajo, el combate, el dolor, el martirio y hasta la ca lumnia. Si la muerte no nos visita antes y nos lleva en sus alas a otro mundo, dentro de algunos aos, cuando la vejez haya apagado la voz en mi garganta, la luz en mi inteligencia, el calor en mi corazn, volver a pedir mi ltimo hogar a esa tierra sacratsima donde he tenido el primero. Y me persuadir de que, as como las generacio nes presentes viven por fuerza en sus antepasados y en sus suceso res al mismo tiempo, las ideas viven por necesidad en las creencias que las han precedido y en las creencias que habrn de seguirlas. La revelacin no ha bajado al mundo en una hora. Patriarcas, pro fetas, sacerdotes de todos los cultos, filsofos de todas /as escuelas, mil esperanzas varias, mil presentimientos misteriosos, el libro que parece a ella ms ajeno, el cntico que parece a sus ideas ms con trario, la Sibila en su caverna y el Pontfice en su ara, el rezo sagra do y el orculo pagano, el poeta que ha escrito los orgenes de Roma corno el sabio que ha presentido los destinos de la humani dad, todos han dado algo al divino conjunto de dogmas, que las ge neraciones presentes y las generaciones venideras convertirn en leyes e instituciones, como se convierte desde el fsforo de los fue gos fatuos hasta el zoe de los estircoles inmundos, desde el deste llo de la aurora boreal en el cielo hasta el polvillo del hierro en la mina, por las alquimias de la nutricin y de la respiracin univer sal, en los elementos componentes de nuestro hermoso organismo. Creedlo; hay una cadena elctrica, nunca interrumpida, entre los abismos del cielo azul y los abismos de la humana conciencia. EMILIO CASTELAR Septiembre de 1879. 168 Resumen bibliogrfico sobre Castelar ALBEROLA, Gins: Emilio Castelar (Memorias de un secreta rio), Madrid, 1950. BARRIOBERO Y HERRAN, E.: Don Emilio Castelar. Edit. Coln, Madrid, 1930. ESTEVE IBAEZ, Luis: Artculos varios en Vivir en Elda, Elda, 1982. HERRERO OCHOA, Bernardo: Castelar, su infancia y su lti mo ario de vida. Madrid, 1914. JARNES, Benjamn: Castelar, hombre del Sina. Espasa Calpe, Madrid, 1935. LLORCA VILLAPLANA, Carmen: Emilio Castelar. Precursor de la Democracia Cristiana. Biblioteca Nueva, Madrid, 1966. SANCHEZ RECIO, Glicerio: Los planteamientos socioecon micos del Partido Democrtico. La polmica entre Pi y Mar gall y Castelar en 1864. Rey. Saitabi. Univ. Valencia, 1977. Varios: Ante el 150 aniversario de Castelar. Rey. Alborada, Elda, 1982. 169 INDICE Pg. Introduccin 7 Discurso sobre la libertad religiosa 21 Discurso sobre la I Internacional 45 Discurso del 2 de enero de 1874 93 Discurso de Alzira 119 Recuerdos de Elda o las fi estas de mi pueblo 149 Resumen bibliogrfico 169 171 Este libro se acab de imprimir en los talleres de Grficas DIAZ, S.L., Marte, 6, Alicante, el da 25 de Mayo de 1984, 85 Ani versario de la muerte de Emilio Castelar.

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