Antonio Porpetta: memoria y presencia

ANTONIO PORPETTA: MEMORIA Y PRESENCIA ANTONIO PORPETTA: MEMORIA Y PRESENCIA Salvador Pava ELDA, 1993 Seccin de Publicaciones del AYUNTAMIENTO DE ELDA UNIVERSIDAD DE ALICANTE Portada: Mi homenaje a los poetas, leo de Jos Lapayese del Ro. Coordinador de la edicin: EMIDESA. Empresa Municipal de Informacin, S.A. Jardn de la Msica, s/n. 03600 ELDA Salvador Pava, 1993, de los captulos I y II. e Antonio Porpetta, 1993, de la obra antologada. EMIDESA, 1993, de la presente edicin. I.S.B.N.: 84-87962-02-5 Depsito Legal: M-11.371-1993 Composicin, maquetacin y cuidado de la edicin: AL, Servicios Empresariales. Impresin: Grficas Dehon. INDICE Pg. I.- BIOGRAFIA 1. El polen y la ceniza 17 2. Aquel paisaje abrasado de sol 20 3. Primeros escritos 28 4. El Cantante -Abogado 34 5. Luzmara: la estabilidad necesaria 36 II.- OBRA LITERARIA POESIA Introduccin 43 1. Por un clido sendero 49 2. La huella en la ceniza 57 3. Cuaderno de los acercamientos 63 4. Meditacin de los asombros 69 5. Ardieron ya los sndalos 79 6. El clavicordio ante el espejo 91 7. Los sigilos violados 101 8. Territorio del fuego 111 PROSA 1. Ensayos y narrativa 121 2. Los cuentos 125 BIBLIOGRAFIA 129 III.- ANTOLOGIA Unas palabras sobre esta Antologa 141 POESIA: De Por un clido sendero: Por un clido sendero 147 Duda que amordaza 150 Muy cerca y muy lejos 152 Que no quiero 153 Cancin de pena (A Miguel Hernndez) 154 De La huella en la ceniza: Busco mi verdad 157 Nios sin azul 159 Quiero tender mis manos 161 Amanecer 162 Digo amistad 163 Tu huella encuentro, Dios 164 Trnsito 165 El ro 167 Arbol 169 De Cuaderno de los acercamientos: Nacida fue mi voz 173 Pjaro poema 175 Las huellas redimidas 177 Reencuentro con la casa 179 La palabra y el fuego 180 Aquella luz primera 182 Ahora 183 El secreto 184 Un da 185 Acertijo fi nal 186 De Meditacin de los asombros: Museo de Ricas Telas 189 Iglesia -Monasterio de San Milln de Suso 191 Restos de las explotaciones aurferas 193 Eude pictrix 195 Cementerio de peregrinos 197 Micaelis me fecit, 1175 199 Manos sobre fondo rojo 201 Julia Anula 203 Tumba vaca destinada a Roger de Lauda 205 Aqu jaz doa Joana de Castro 207 Mueca de marfil, siglo IV 209 Princesa Cristina de Noruega 211 Castillo de Garci-Muoz 213 Sepulcros annimos, siglo XV 214 De Ardieron ya los sndalos: Primer interrogante 217 El mar lleg contigo 219 El Sur 221 Monlogo con Mozart en tarde de lluvia 223 Evidencia desde la luz 225 Acceso a la renuncia 226 Asuncin del olvido 227 La llamada 229 Naciste ya conmigo 233 Buscas toda la lluvia 235 La batalla 236 Apunte desde el sueo 237 Splica del mar 238 Interrogante final 239 De El clavicordio ante el espejo: Preludio 243 El recinto primero 244 La huida 245 La sed 247 El ro 248 El mar 249 La isla 250 El inicio 251 El amor 252 La imagen 254 Dios 255 La abuela 256 La muerte 257 La msica 259 El silencio 260 De Los sigilos violados: Historia del hombre 265 La vieja dama 269 Las palabras 271 Teora del tiempo 273 El nio 275 El esclavo 277 La almohada 278 Fugit tempus 279 La memoria 281 La herida 283 De Territorio del fuego: Introito 287 Donde se dice del pelo de la amada y se describen los efectos que produce su contacto 288 Donde se dice de los ojos de la amada y de su extraa proximi dad 289 Donde el poeta medita junto a la nuca de la amada 291 Donde se dice de la lengua y de su prfida hechicera 293 Donde los pechos lanzan su doble desafo que luego se convierte en jbilo 295 Donde las manos de la amada, con su destreza protagonizan una hermosa aventura 297 Donde se dice de las caderas y de esa magia que derraman 299 Donde el poeta posa sus manos en la cintura de la amada y absorto permanece 301 Donde el poeta contempla la espalda de la amada y ms tarde descubre una esperanza 302 Hai-kais de la luna llena 303 Donde se dice de las piernas de la amada y el poeta en hiedra se convierte 305 Donde el sexo recibe la ms ardiente ddiva y corresponde con igual generosidad 307 NARRATIVA: Mi ngel de la guarda 313 La leccin de Anatoma 319 Palmira 323 La biblioteca 329 El regreso 335 El da D 339 Al aire 345 ANTONIO PORPETTA (Fotografa: C. Heikkil, Helsinki, mayo de 1992) I BIOGRAFA 1. EL POLEN Y LA CENIZA S. La vida da muchas vueltas para llegar a su destino. Una de las vueltas la dio el da que Jos Clrigo Roldn se dej arrebatar por la muerte poco despus de que la fiebre se llevara al otro mundo a su todava joven esposa. Se coment mucho en Madrid. En los barrios populares y en los corrillos polticos, donde el seor Clrigo era muy conocido y apreciado: Jos se muri de amor, por no poder soportar la ausencia de Antonia Gonzalo de Liria. Ella tena 41 aos; l, 47. Ella era toda ternura y elegancia, no en balde proceda de una antigua familia aristocrtica: los Gonzalo de Liria y Marsala, con privilegio de hidalgua ya desde Pedro II de Aragn, en el siglo XII. El tambin vena de un linaje de hroes que haban dado su vida por Fernando VII y, despus, por la reina castiza. Sin embargo, para Jos Clrigo, las alegras de La Glo riosa y los aires revolucionarios del otoo de 1868 no le trajeron sino pesadumbres, pues su empleo como Correo de Gabinete, es decir, de funcionario diplomtico encargado de llevar la corres pondencia oficial al extranjero, se tambale al empuje insurgente. La noble dama no lo resisti: poco ms de un ao despus de la entrada de don Amadeo de Saboya, Antonia mora dulcemente en los brazos de su esposo. Vivir ya no tena sentido. En octubre de ese mismo ario, 1872, Jos la sigui. La verdad es que tena que haberlo pensado un poco, aunque slo fuera porque dejaba cuatro nios y muchas deudas; pero ya se sabe que con las cosas del amor no se usa la balanza. De estos impulsos inconscientes -y de otros parecidos- se aprovecha la vida para ir avanzando. Y he aqu que doa Carolina Clrigo Roldn, casada en Madrid con el eldense don Pedro Juan Amat, con el que haba incrementa do en mucho el patrimonio pero que no le haba dado descenden 17 cia, decide adoptar a los cuatro hijos de su desgraciado hermano. Laura, Elosa, Carlos y Clotilde quedaron as bajo la custodia del rico comerciante en vinos y, probablemente, conoceran muy pronto las extensas fincas de viedo, olivo y almendro, que don Pedro Juan posea en Elda y Petrel. La gran mansin que tenan los Juan -Clrigo se llen con las risas y los juegos de los cuatro nios, aunque ser la mayor, Clotilde, la que la recibir en heren cia, adems de otras propiedades en Madrid, a la muerte de su madre adoptiva en 1891. Tena entonces Clotilde 30 arios y se traslad definitivamente a Elda para regentar, altiva solterona, sus tierras. No era hermosa, no haba vivido ninguna gran pasin. Un da de 1896, en uno de sus frecuentes viajes a la capital, la vida le cruz con un joven, elegante pollo -pera: Florencio Porpetta Llorente era mdico en Granada, agudo, simptico, prometedor en su carrera, delicadsimo con Clotilde... y ella crey que el amor vena tan puro como en sus padres. Clotilde y Florencio se casaron y fueron a vivir a Granada. All estaba la familia de l, descendientes de marinos napolitanos afincados por Carlos III en las costas de Motril. No fueron felices ni Florencio necesitaba ms ventura que saberse dueo de las tierras y propiedades de su mujer. Vinieron los hijos sin amor y se march deprisa, en sus manos dilapidadoras, un patrimonio larga mente cuidado. Florencio consigui la ctedra de Anatoma en Madrid y comenz una brillante carrera universitaria; all qued con el hijo mayor mientras Clotilde, con el pequeo, Antonio, volvi de nuevo a Elda. Eran los primeros arios del siglo. Debi de ser muy duro para aquella mujer, que haba sido duea de la esplndida casa de la mejor calle de Elda, vivir ahora a muy pocos metros, en una humildsima habitacin, subsistiendo de su pequeas rentas y bajo la mirada acusadora y las palabras maldicientes de una sociedad a la que siempre haba sido extraa. 1 De don Pedro Juan dice Lamberto Amat, en su Historia de Elda, edicin facsfmil 1983, que era persona llena de piedad y generosos sentimientos (t. 1, pg. 204). Vuelve a citarlo posteriormente (t. 1, pg. 210) para agradecer su gestin en la terminacin de la nave y cpula de la Iglesia de Santa Ana. 18 Pero pudo ms su voluntad. Dio estudios a su hijo Antonio -quien acab el bachillerato con los P.P. Franciscanos de Onteniente- y acept su soledad cuando el muchacho quiso seguir la carrera de Medicina en Madrid, con el padre. Tras acabar los estudios, el joven tena todo un brillante futuro en la capital: su hermano era ya un conocido jurista, el padre le prometa una segura clientela.., pero el flamante facultativo lo dej todo y se encerr en Elda, con su madre sola, para no ser ms que un mnimo mdico de cabecera. Un excelente, esmerado, escrupu loso mdico de pueblo, fiel al coraje y dedicacin de su madre. En Elda conoci Antonio Porpetta Clrigo a Concha Romn Gonzlez y con ella se cas en 1929. Un ario despus les naca una hija a la que se le puso el nombre de la madre; el 14 de febrero de 1936, inminente el triunfo del Frente Popular en el despeadero de Espaa hacia la guerra civil, naci su segundo y ltimo hijo. La vida haba dado una vuelta entera. En su giro haba unido, junto al Mediterrneo alicantino, el polen y la ceniza de viejas estirpes napolitanas y de antiguos linajes castellanos y aragoneses. La vida, cicatera y remirada, nos lleva y nos trae sin permiso y nos deja donde le viene en gana. Todo es cuestin de que luego nos creamos que slo ese podra ser nuestro sitio y que slo nosotros escogemos el sendero que pisamos. En 1936, en Elda, se poda haber sido zapatero, anarquista o concejal de sanidad: ya es empecinamiento extremo el que uno se fije que all tiene el mar a la distancia justa del grito y de la lgrima, y que se obstine uno en hacerlo nacer en las cuartillas blancas. La vida, polen y ceniza, seguira jugando al despiste durante algunos arios, pero dejaba el camino preparado para que ese re cin nacido diera, en sus libros y poemas, testimonio de tantas ausencias. 19 2. AQUEL PAISAJE ABRASADO DE SOL Yo guardo en la memoria, marcada por un hierro tenaz y dolorido, mi infancia alicantina y su paisaje abrasado de sol: resecos pedregales, polvorientos olivos, algn mnimo huerto dormitando a la sombra de una higuera, la desolada nota del cactus agresivo y una sed irredenta en la mirada que acartonaba el alma y hera el corazn... De Nios sin azul, La huella en la ceniza. En febrero de 1936 Elda vivi uno de los meses ms convulsos de su historia. La agitacin social alcanz cotas extraordinarias. La victoria electoral del Frente Popular exacerb todava ms los nimos y, con la radicalizacin de la huelga del calzado, se produ jeron incendios y tumultos que motivaron el envo de fuerzas del orden a la ciudad para salvaguardar los intereses y la vida de algu nos empresarios. En uno de esos das estremecidos, durante la madrugada del 14 de febrero, en su domicilio de la calle Jardines, 17, el doctor Porpetta atendi a su esposa en el parto de su segundo hijo. El nio fue bautizado en el lavabo de la casa, pues no estaban los tiempos para una ostentacin religiosa de tal calibre. Recibi los nombres de Antonio Mara Federico. La guerra fue dura para todos. Del mdico Porpetta andan por ah unas fotografas en las que se le ve atendiendo a heridos de guerra en el hospital provisional que se levant en la actual Casa Grande del Jardn de la Msica. La violencia de la retaguardia fue especialmente significativa en Elda durante los primeros meses de la guerra, pero la familia Porpetta fue respetada y la labor humani 20 tara del mdico fue apreciada por las autoridades republicanas por los vencedores de la contienda ... aunque nadie le libr de un corto tiempo de privacin de libertad. Pas el vendaval de la muerte y la vida continu su ritmo. En el pueblo industrial volvieron a rehacer las fbricas de calzado, los almacenes de curtidos abrieron sus puertas y los talleres recupera ron su normalidad. Crec -dijo Antonio Porpetta a Rosario Hiriart 2 - en una modestia dorada, entre hermosas cmodas de caoba y desven cijadas silleras isabelinas, rodeado de un ambiente exterior de grandes fortunas industriales (que surgan y se demonbaban con la misma facilidad) y de poca cultura en general. El mdico Porpetta participaba activamente en la vida cultural del pueblo. Su aficin literaria se manifest con frecuencia publicando artculos en varias revistas de la poblacin: Elda Grfico, Elda Extraordinario, Idella, Dahellos, Alborada... En estos escritos, Antonio Porpetta Clrigo aparece como un hombre sensi ble, culto, lector de poesa y filosofa y buen conocedor de la pintura espaola del XIX. Cita a Rubn Daro y Grandmontaigne, imita a Azorn, utiliza textos de Mir, adoba sus descripciones recordando melodas de Bach, Beethoven o del espaol Hilarin Eslava. Se muestra escptico y sentimental; aora, sobre todo en sus colaboraciones para las revistas de fiestas, el tiempo pasado y la tradicin religiosa aunque, al menos en los artculos que conozco, su devocin no pase de la epidermis de los actos litr gicos. Entre sus escritos me parece conveniente destacar aqu unas Estampas del novenario, publicadas en 1932. 3 Cuando luego veamos los primeros escritos pblicos de Antonio, podremos apreciar cunto le deben a estas reflexiones paternas. 2 Rosario Hiriart,Antonio Potpetta: una voluntad potica. Alicante, 1988, pg. 133. 3 Elda Extraordinario. Revista editada en septiembre de 1932 con motivo del centenario del nacimiento de Emilio Castelar. 21 Calle Nueva de Elda. Un da del Novenario de 1907, de 1909. A las 8 o a las 10 de la noche. Visin remota... La calle sin edificios modernos, sin Bancos, sin estridencias radiofni cas... Con la antigua fachada del Casino, con las casas viejas de muros grises o amarillentos, con los cuadrados negros de los porches, con algunas hornacinas de santos en las paredes agrietadas... A derecha e izquierda dos filas de luces de oro en los balcones (entre ellas algunas lmparas de aceite de macilenta llama). Al fondo, en la casa frontera, el altar en azul y blanco, con cresteras gticas talladas en madera y cuajado de brillantes reflejos... Vieta romntica de arcaico sabor... Estampa antaona de secular prestigio... Si por arte del azar llueve en uno de esos das, el hasto va extendiendo con premura por todas partes las nieblas de una fi na melancola. Los faroles de papel del Jardn del Casino, mojados y oscilantes, ofrecen un aspecto lamentable, una visin turbia de cosa agostada, muerta, como un lienzo de Millet. De los rboles caen lentas gotas como lgrimas; los charcos de las calles duplican lnguidamente las fachadas hermticas, y en ellos se retratan las iluminaciones ya marchi tas con temblores de antiguos topacios. Unas rfagas de viento fro y ya tenis el detalle que faltaba para anunciarnos el Bajo los arcos luminosos del Jardn del Casino, las eternas escenas repiten su conocido clich. En este tnel de luz fl anqueado de macizos de verdura, la vida cobra una intimi dad pueril y recogida. En los bancos se ven seductores grupos de muchachas, alternando la clida gracia de las morenas con la fresca ingenuidad de las rubias. Vestidos rojos, blancos, verdes, que aparecen por los claros de los rboles... Excitadas plticas varoniles de poltica o deportes... La divina armona de una risa de mujer. Y el eterno y montono pasar y repasar de las parejas de enamorados, como si cumpliesen gustosamen te una peripattica condena. Suele ocurrir que inopinadamente se apaga la luz, y es sor prendente entonces el efecto del Jardn envuelto en las gasas 22 plateadas de la luna. Los arcos de bombillas apagadas mien ten areos collares de gotas de agua al plido reflejo lunar. El rumor de las conversaciones en la sombra tiene un encanto vago y potico. Empiezan a brillar aqu y all los chispazos de las cerillas taladrando la fosca negrura, encendidas por los novios cautos o por los precavidos paps. Por algunos rincones de penumbra propicia, el espritu de Boccaccio hace gestos de alegra; y cuando nuestras retinas se van acostumbrando al sortilegio del nocturno, de pronto vuelve la luz, ms esplendo rosa que antes y escuchamos un iAhhh! de sorpresa o desen canto lanzado por mil bocas al unsono, y todo el Jardn vuelve a su aspecto apotesico de escenario de tercer acto de opereta. El recogido clima de cultura que se respiraba en la casa del mdico Porpetta contrastaba vivamente con el del resto de la poblacin. Empedernido melmano, impuls en sus hijos el amor por la msica, especialmente la sinfnica. Recuerda Antonio que todas las noches se escuchaba msica en un silencio religioso y se nos inculcaba a mi hennana y a m un gran amor y un gran respeto por todo lo que fuera creacin intelectual . Uno de los momentos de la niez que ms emerge en la memoria de Antonio es aquel de una madrugada en la que, no pudiendo dormir, sali hacia el cuarto donde ya estaba trabajando su padre. Lo vio de pie, inmvil, mirando fijamente a travs de la ventana abierta por la que entraba en oleadas el fresco aire de amanecida. Una meloda suave llenaba la habitacin e iba cre ciendo. Era La Maana, de la suite Peer Gynt, de Grieg. Sin volverse, aquel hombre ensimismado acerc al nio al alfizar, desde donde se vea nacer el mundo: -Hijo, esto es un amanecer. Aunque no lo hubieras visto, lo habras sentido a travs de los odos. Despus de ver un amanecer, sabras que slo as, con esta meloda, se puede describir el comienzo de la maana. Esta ancdota, que define tan perfectamente a aquel mdico singular, es tambin luminosa a la hora de entender posteriormen 4 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 131. 23 te los poemas de Antonio y su preocupacin por el ritmo descripti vo. La influencia paterna, evidente en tantos aspectos, fue decisiva, como veremos, a la hora de poner en manos del joven los prime ros libros de poesa. Por otra parte, doa Concha Romn, la madre, puso todo su empeo en que aquel nio rubio, de ojos azules y piel extremada mente blanca, recibiera una educacin de raz religiosa. Tambin es verdad que en los aos cuarenta, y en Elda, no haba muchas posibilidades de eleccin. Al acabar la guerra, que lgicamente no haba de dejar huellas en un nio que tena poco ms de tres arios cuando termin y que la haba vivido sin especiales carencias, Antonio comenz su educacin en el colegio que las monjas carmelitas tenan en la calle Coln. De all pas a la Escuelas Nacionales, donde tuvo como maestro a don Jos Ude!. De l recuerda su ejemplo de hombra de bien y de vocacin por el magisterio, a pesar de la regla de cuadradillo con que no.s atizaba en las palmas de las manos cuando le hacamos alguna trastada. Este perodo de la infancia en el que se edifican los castillos a los que, ya de mayores, acudiremos para abrigar nuestros sueos, fue una etapa de luz y sombra para aquel nio distinto. Distinto por su especial contextura fsica, tan nrdica, tan diferente de los nios mediterrneos. Distinto por su especial sensibilidad, poco amigo de dar patadas a la pelota de trapo, retrado.., y una pizca de repelente nio Vicente, como l mismo confiesa. Su facilidad para escribir pequeos discursos y cuentos haca que en el colegio fuera el encargado de recitar el poema de bienvenida al Goberna dor Civil o al Obispo. La ancdota la cuenta Antonio con verdadera gracia: Yo, con siete aos. Gran fiesta en Elda (no me acuerdo el motivo), con asistencia del Gobernador Civil de Alicante. Los nios de las diversas escuelas, en masa, para intervenir en el numerito de la bienvenida y el agasajo. Mucha alegra. Muchos nervios. Adems de otros nios, intervengo yo recitando una 5 Rosario Elidan, op. cit., pg. 135. 24 poesa. Al Gobernador le gusta, incluso se emociona. Me lla ma, me coge en brazos, me da un beso, an emocionado. Me pregunta: Cmo te llamas, hijo Yo: Antoito. El Goberna dor: Antoito, qu, hijo Yo: Antoilo Poipetta. El Goberna dor: Y qu vas a ser cuando seas mayot; hijo Respuesta automtica ma, sin pensrmelo dos veces: Banderillero, seor Gobernador. An suenan las carcajadas del Gobernador v de quienes estaban cerca. Sin embargo, en su libro ms autobiogrfico -El clavicordio ante el espejo- se nos muestra a un nio introvertido, con frecuencia solo y feliz en su soledad, que pasea ensimismado por la orilla del ro o goza imaginando aventuras entre los adarves del castillo desolado. Hay un poema en ese libro que, en su comienzo, me pa rece definir muy bien esa personalidad infantil embebida. La iglesia era una isla para mi sed de nio: su frescura, la noble dignidad de su silencio, refugiaban mis sueos en las tardes del fuego y la cansera. Todo era lento all, con esa fi esta serena de vitrales, de arqueras, de doradas vasijas, de retablos, de blanqusimos lienzos, de aromticas hierbas olvidadas en secretos altares. Yo miraba el prodigio, deslumbrado, ajeno a la liturgia y sus fervores... Si la palabra justa ese! don del poeta -el nombre exacto de las cosas, peda Juan Ramn- con ellas resume Antonio Porpetta la extrema sensibilidad de aquel nio que se refugiaba en.el silencio y la soledad de la iglesia recin reconstruda, para soar a plena libertad sus ilusiones encendidas. Fjese el lector en esa fiesta de los sentidos que en pocos versos agrupa el poeta: el frescor y el 25 silencio de la capilla frente al fuego y la cansera de la caliginosa tarde estival, la lenta luz traspasando los vitrales y dando vida a los arcos de piedra, a las vasijas doradas, a los retablos y lienzos blan qusimos de los altares. Todo impregnado del aroma del incienso, todo envuelto por el murmullo de la meloda litrgica. Mucho mayor fue, sin duda, el influjo de la casa familiar. No hay en sus poemas o en sus escritos en prosa recuerdo de juegos infantiles, de correras adolescentes, apenas un leve resplandor que rememore los primeros amores..., pero s se levanta en el centro de sus poesas, al menos en cinco de sus libros, un dulcsimo aroma de tristeza que emana del mbito familiar de el brasero de cisco y sus contornos, las sonrisas pacientes de mi madre, la entraable gramola de caoba en donde pude descubrir por siempre la absoluta hermosura del sonido, compaero fundido a mis infancias, el paternal- cansancio, la lectura a la luz del quinqu, los olivares henchidos de vejez, la dulce abuela, su menudez de ahnendra y su blancura... (De Crnica de una desolacin, La huella en la ceniza). Veamos la escena: junto al brasero, a la luz del quinqu, un nio lee o escucha la msica de una gramola en medio de sus padres y de la abuela. Un padre al que se recuerda cansado por su trabajo; una madre -la nica vez que es citada en sus poesas a la que se evoca con el tpico distintivo de su sonrisa, y la abuela, Clotilde, quien fue su principal amarre con el ensueo y la fantasa. El nio no aparece jugando: lee, escucha. Y todo ello, esas escenas, termina el poeta, cual si fueran ateridos retazos de intemperie 26 pasaron ante m, ante el desgarro de mi contemplacin. Los estudios de Bachiller los hizo tambin en Elda, en el colegio privado Santo Cristo del Buen Suceso, aunque los ex menes se realizaban en el Instituto de Enseanza Media de Alcoy. Antonio recuerda con nostalgia y agradecimiento a don Juan Terrades, el profesor de Literatura que le supo incrementar la sensibilidad literaria y el gusto por la redaccin. Fue entonces cuando comenz la lectura continuada de poesa: A los 14 aos mi padre me dio a leer un libro de Miguel Hernndez y sus poemas fueron una revelacin para m..., fue como una iluminacin. Desde ese momento creo que am la poesa (todava recuerdo mi asombro ante Hijos de la ira, de Dmaso Alonso, que cay en mis manos poco despus). 6 Las lecturas fueron desordenadas, motivadas unas veces por la programacin de la asignatura; otras, por la aleatoria eleccin de los libros paternos, en cuya biblioteca figuraba lo mejor de Azorn, Mir, Unamuno o los novelistas rusos. Acabado el Bachillerato, el padre le envi a estudiar a Madrid. All resida su to, Doctor en Filosofa y Letras y en Derecho, Abo gado del Estado, Notario prestigioso, y muy influyente en los me dios jurdicos del pas. Su magnfica posicin econmica y su gran prestigio profesional eran un buen seuelo para que yo hiciera una buena carrera bajo su direccin... y Antonio inicia sus estudios uni versitarios en 1952. El traslado a la capital, el contacto con la vida universitaria, supuso un cambio rotundo en la personalidad del joven. Rebelde, disperso, enamoradizo... se derram en mltiples actividades pero, sobre todo, fue el tiempo de su particular descubrimiento del alma castellana: con el pintor Luis Fernando Aguirre y con su hermano, 6 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 132. 27 el malogrado Jos Ramn, recorre los pueblos perdidos de la meseta leyendo a Berwo, Manrique y Quevedo. 3. PRIMEROS ESCRITOS Y vinieron los primeros versos con los primeros amores, poe mas que eran como un acto ms en el juego amoroso, pero que no llevaron la continuacin necesaria ni sirvieron para mucho ms que para ser ledos en el crculo literario del Colegio Mayor donde resida. Ese despertar literario le llev a participar, en 1955, en los Juegos Florales que organizaba el Ayuntamiento de Elda con mo tivo de las fiestas patronales. El estudiante de 3 2 de Derecho fue premiado por un trabajo en prosa que tena por ttulo Visin lrica de Elda. El escrito muestra claramente que haba ya un oficio, una prctica literaria en ese joven de 19 aos, pero sorprende hoy, tras la lectura de algunos de sus poemas escritos treinta aos despus de aquellos renglones, sorprende, digo, encontrar en ellos el eco exacto de aquellos primeros aldabonazos. El artculo deja ver que aquel estudiante mediterrneo trasplantado a Madrid se sinti, como Azorn, atrapado por la belleza de los pueblos de Castilla, cami nando por las pequeas aldeas casi desiertas en busca del tiempo detenido en los derruidos claustros, en los desmoronados torreo nes, absorto ante un antiguo retablo o un abandonado puente romano: Hay ciudades lricas por excelencia, -escribe en 1955 donde el tiempo se remansa, y sobre hombres . y objetos se deposita un impalpable polvo de siglos como ptina gloriosa. As Medina de Rioseco, Salamanca, Olmedo, Avila... donde las horas tejen impalpables tapices de silencio; donde la Fe y la Historia cristalizaron en monumentos eternos, a cuya som bra vegetan mansamente sus moradores. 28 Ser necesario volver a este texto cuando hablemos de Medita cin de los asombros. En otro momento de su escrito, que por otra parte no deja de ser una exaltacin de la tradicin cldense, aflora su desasimiento de la realidad industrial, su alejamiento de envanecidos triunfos comerciales ganados a golpes de sirena. La descripcin de la ciu dad levantina es, como veremos, la que surgir del cristal de la memoria, treinta arios despus, en El clavicordio ante el espejo. De su artculo premiado, que public la revista eldense Fiestas Mayores en 1956, sobresalen prrafos como el siguiente: En esta tarde de esto la llama del sol abrasa el pueblo. Las calles son ros de luz y los cristales gritan su implacable alerta de lumbre. Las chicharras subrayan la modorra poniendo su pespunte monoirtmico en la tirante y clida tela vespertina. Hay sombras azules sedantes, y se oyen gritos de melopea lejana en que se habla de jazmines en un dejo muy largo, y otro pregn de limn helado os trae la presentida dulzura, el regalo gnitsimo, alivio de vuestra sed ardiente. Van pasando las horas con lentitud cansina, entre tolvaneras de polvo, pos de gorriones, y fragancias que llegan en rfagas desde el campo abrasado. La iglesia est abierta. Hora de vsperas. Desde el campanario caen con languidez las campanadas del repique sooliento y repetido. Dentro hay pocos fieles. El Clero entona el canto llano, alternando con el sochantre el dilogo monto no. Hay una grata frescura en las naves del templo. Se respira paz y emocin litrgica. El Premio en los Juegos Florales y su posterior publicacin en la revista que diriga Alberto Navarro le abri tambin la posibili dad de colaboracin en el semanario Valle de Elda. El Valle, como se le conoce en la provincia, es la publicacin ms importan te de todas las que han existido en la ciudad zapatera. Comenz a publicarse el 1 de septiembre de 1956, y en estos 37 aos ha acudido puntualmente a la cita con sus lectores, que siguen ago tando los 3.000 ejemplares que se editan. Sin duda, en Valle est 29 por excelencia la bibliografa ms completa del acontecer y de las gentes de Elda. Lo sorprendente es que, desde su fundacin, esta publicacin modlica por tantas cosas, es obra de slo tres per sonas: Eduardo Gras, Rodolfo Guarinos y Alberto Navarro; este ltimo, alma del peridico y verdadero archivo viviente de la ciudad. Pues bien, Alberto ofreci al estudiante -escritor la corres ponsala en la capital, que inmediatamente fue aceptada por el joven. A lo largo del ltimo trimestre de 1956, El Valle public seis artculos de Antonio Porpetta, abriendo una seccin fija con el ttulo de Crnica desde Madrid. Se publicaron los das 20 y 27 de octubre; 3, 15 y 24 de noviembre, y el 1 de diciembre. Son artculos muy desiguales en la forma, alguno claramente escrito bajo la presin de un tiempo escaso y con el deseo de agradar a sus coterrneos: la entrevista a una cantante brasilea cuya singularidad radicaba en tener el nombre de Elda; los recuerdos que su amigo Agustn Sung, estu diante chino, tena de la comarca del Vinalop tras su estancia en la ciudad levantina; la charla con la pianista Amalia Sempere, extremea criada en Elda y educada musicalmente por el maestro Francisco Santos. Sin embargo, cuando Antonio olvida ese deseo de agradar el chauvinismo provinciano es cuando consigue los mejores artculos. El siguiente, publicado el 24 de noviembre, es un buen ejemplo de la fragua de un escritor: He venido obsemando desde unos arios que, precisamente durante estos das, se produce en Madrid un fenmeno de tipo atmosfrico que no se repite en ningn otro mes del ao: la niebla, una niebla intensa, denssima, que hace que la capital adquiera maravillosos aspectos poticos. Comienza el fenine no por la tarde, despus de la puesta del sol, en que, poco a poco, las calles van inundndose del vapor acuoso y hmedo, hasta que, hacia las diez de la noche, llega a sus mximos efectos. A esa hora no hay cosa ms encantadora que pasear por la Gran Va. Entonces podremos ver que todo nos parece 30 distinto, como si estuviramos en otro sitio muy lejano. Y tambin podremos apreciar una serie de sentimientos extraos que se manifiestan en nosotros: temor a algo desconocido, nerviosismo, tristeza... Hasta los espritus menos sensibles apreciarn en su alma un cmulo de oscilaciones espirituales. Y veremos los colores -rojos, azules, verdes, amarillos y blan cos- de los anuncios luminosos envueltos en la neblina y difu minados en la altura. Y las fuentes, las estatuas, los edificios, habrn tomado fonnas nuevas, insospechadas. Y no descubri remos las portadas de los cines y teatros ms que por un con junto amorfo de puntitos de luz. Y la interminable sucesin de coches, con sus luces amarillentas, nos har el efecto de que cerca de nosotros est pasando una extraa procesin de fan tasmagricas figuras. Y veremos a las gentes andar apresurada mente: parece que van deprisa porque tengan miedo de que sus almas sientan envidia de la niebla y, en un momento de des cuido, vuelen hacia ella, diluyndose en su espesura y abando nando a su dueo para siempre, dejndole despiadadamente a solas con su sombra. Y oiremos vocear a los vendedores de peridicos, pero no los veremos. Y supondremos cerca de nosotros, por el sonido de sus silbatos, a los guardias de la circulacin. Y oiremos un confuso conjunto de ruidos, de msicas, de palabras, de chi nidos, de golpes, pero no sabremos de dnde vienen ni a dnde iban dirigidos. Yes muy probable que, despus de una hora de estar dentro de este ambiente, nos compenetremos de tal modo con l, que descubramos que la niebla, en realidad, ha pasado a formar parte de nuestra propia vida. Entonces, quiz note mos que todo ese conjunto de sensaciones ya lo habamos ex perimentado otras veces, en muy distintas ocasiones... y nos daremos cuenta definitivamente de que no podemos prescindir jams de la niebla, pues la vida es niebla, y, a pesar de todo, no queremos dejar nuestra vida. S, nuestra vida, lo reconozca mos o no, no es ms que niebla, una niebla espiritual, que nos envuelve y nos domina, que nos aplasta y nos diluye... No po dremos jams prescindir de la niebla. 31 Y ese conjunto de nudos, de voces, de luminosidad dispersa, si nos escuchamos un poco a nosotros mismos, sentiremos que nos dice algo, que no hace ms que repetirnos cosas, hechos, situaciones que anteriormente nos haban ocurrido.., y nos encontraremos a solas con nuestra vida, y, sin darnos cuenta, vagaremos mucho tiempo por calles desconocidas, mientras, in conscientemente, recorreremos con nuestro pensamiento aspec tos nuevos de nuestra alma, recnditas facetas espirituales que nos asombrarn... y desearemos ardientemente que salga de una vez el sol, que se disipe totalmente lo oscuro, que vuelva a nuestras pobres almas la claridad vivificante que necesita mos. Y volveremos apresuradamente a nuestras casas, apretando el paso hasta el mximo, con la mirada fija en un punto ima ginario. De vez en cuando miraremos de soslayo a la niebla, medrosamente, temiendo que, de un momento a otro, nos vuel va a acusar implacablemente. Querremos estar a solas, en la cariosa tibieza de nuestras sbanas y pensar, pensar, pensar.. Al da siguiente, con la claridad de la maana, continuar la niebla, pero ser muy distinta: blanquecina, alegre, optimis ta. Por detrs de su densidad comenzar a aparecer el sol, un sol pequeito, melifluo, indetem7ninado, que ira creciendo poco a poco hasta que, con el medioda, se haya disipado por com pleto en un cielo de pursiino azul... Y nos invadir una sensa cin de tranquilidad infinita, de paz interior, de descanso espi rituaL Y daremos gracias a la niebla por habernos hecho sentir distintos, por haber descubierto en nosotros reacciones nuevas, por haber sido la causa de que nos enfrentramos valiente mente con nuestro espritu... Tendremos necesidad de hacer algo, de movernos en los ms diversos sentidos, de dar rienda suelta a nuestros senti mientos. Unos escribirn cartas. Otros buscarn un sacerdote en la iglesia ms cercana. Otros marcarn un nmero en el te lfono y sostendrn interminable conversacin. Los ms (ipo bres de ellos!) marcharn inconsecuentes a sus negocios, a hundirse volublemente en cifras... 32 Yo no he tenido ms remedio que sentarme ante la mqui na de escribir y verter en un artculo todo lo que han ledo ustedes. Este texto, como algn otro de la serie, no parece que fuera redactado inicialmente para la seccin del semanario, sino que formara parte de aquellos escritos personales en los que Antonio va decantando su futuro, pues aunque est terminando la carrera sin ningn obstculo, parece tener claro que no vivir de las Leyes. Su vocacin literaria no estaba, tampoco, en absoluto determinada. Escribe poemas que no publica, poemas que, como l recuerda, eran apasionadas declaraciones de amor o estaban llenos de fuerte contenido existencial. No hay constancia de ninguno de ellos y tal vez lo que en ese momento le falt fue la voluntad de grupo, de buscar un hueco en el grupo de poetas y escritores que en esos arios en Madrid haban de ser conocidos como la promocin del 60. Los escritos publicados en Valle de Elda, como vemos, remi ten a una bsqueda de estilo, a una preocupacin por la forma potica que se manifiesta no slo en el aluvin de recursos lite rarios aqu expresos sino tambin en la clara rima interna de algu no de los prrafos, incluso en la medida precisa de los perodos oracionales. Las Crnicas desde Madrid acaban con un artculo sobre la preparacin de la Navidad en las casas espaolas, que publica el Valle el 1 de diciembre. Pero el 7 de enero de 1957, el semana rio incluye una narracin -entrevista a dos nias que esperan ilusionadas la Noche de Reyes. Firma el escrito Federico de Marsala, seudnimo que oculta a Antonio Porpetta. Marsala, re cordemos, era el apellido de la familia de la que proceda su abuela Clotilde. Es este el nico escrito que Antonio ha firmado, hasta hoy, con seudnimo. Parece que fue esta la ltima colaboracin para Valle. Los exmenes de fin de carrera se amontonaban y la paciencia paterna tena tambin un lmite. Por otra parte, una nueva actividad le ilusion de inmediato cuando comenz a funcionar la primera emi 33 sora de radio en Elda. Aunque espordicamente y slo reducido al perodo estival, Antonio intervino en espacios radiofnicos, comentando -potica o humorsticamente- noticias de actualidad en un artculo semanal que personalmente lea. 4. EL CANTANTE -ABOGADO Terminada la carrera, y cumplido el servicio militar en Las Palmas de Gran Canaria, realiz unas oposiciones para un puesto administrativo en la Compaa Tabacalera. Era la manera de asegurarse unos ingresos que le permitieran independizarse de sus padres, aunque estos habran deseado que el hijo preparase las oposiciones a Notario o Registrador de la Propiedad, o incluso que ingresase en la Escuela Diplomtica, que, en definitiva, era lo que hubiera querido hacer Antonio. Pero l, que haba viajado ya por Alemania y Dinamarca en compaa de los hermanos Aguirre y viva un ambiente de libertad poco compatible con el proyecto de sus padres, logr de ellos esa especie de transaccin: su trabajo en Tabacalera no impedira seguir preparando, ya con la tranquili dad de la autonoma econmica, las largas oposiciones a Notario. Evidentemente, este tipo de contratos paterno -filiales no pros peran cuando la vida, tan poco remirada ella, no quiere. Y la vida se interpuso en forma de Director Artstico de la compaa disco grfica La voz de su amo al poco tiempo de haber comenzado el flamante abogado su trabajo en Tabacalera, en Barceloa. Es necesario decir que, durante los arios en Madrid, Antonio haba mostrado su disposicin para la cancin: tena buena voz, tena odo, formado por muchas horas de audicin sinfnica all en la casa del pueblo. En las reuniones de amigos, en la Facultad, haba cantado muchas veces y le haban predicho, medio en serio medio en broma, que tena ms futuro como cantante que como abogado. Ahora en Barcelona, un primo suyo, Francisco Figueras Romn, le ofreca la ocasin de hacer unas pruebas de grabacin en los estudios donde era Director Artstico. 34 Antonio no lo dud. Y durante tres arios el cantante -abogado anduvo por las salas de fiesta de Catalua, primero como voca lista en una de aquellas grandes orquestas (15 msicos) que amenizaban las salas de hoteles y casinos, y luego con su propio grupo musical pero, eso s, cambiando su nombre por otro ms artstico, ms eufnico, ms en consonancia con la tierra y la tradicin. Y, por otra parte, evitaba as un disgusto a sus padres, quienes tardaran en enterarse de para qu sirve una carrera de Derecho y una formacin musical en Wagner y Mozart desde la infancia. Sin dejar el trabajo de Tabacalera, por las noches Jorge Miranda y su conjunto contribuyeron muy dignamente a la explosin musical de los arios 60. Fueron tres aos dursimos, ya que mi actividad musical no era de mero aficionado sino completamente profesional, con largos contratos en salas de fi estas, frecuentes salidas fuera de Barcelona, actuaciones en radio y televisin, festivales... Lo que siento es que en aquella poca no se estilaban los cantau tores ni las actuaciones en solitario. Se cantaba para que la gente bailara, nada ms. Pero era un mundo tremendamente divertido, con su ambiente desenfadado, los autgrafos, las cartas de admiradoras (guardo una coleccin todava) y todo el oropel que acompaa a un cantante ms o menos conocido, y yo lo era all bastante por aquel entonces. Creo que, aparte de ini voz o del estilo con que yo actuaba, a la gente le caa bien aquello del cantante -abogado, cosa absolutamente inslita en aquellos tiempos. Hoy ya no extraa a nadie ver a un ingeniero de Caminos tocando la batera o a una Licencia da en Historia disfrazada de punk dndole al micrfono. Fui un precursor 7 . 7 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 139. 35 5. LUZMARA: LA ESTABILIDAD NECESARIA Un da conoce a la madrilea Luzmara Jimnez Faro y la vida inicia otra de sus vueltas. Sbitamente, como un grito, como una estrella rota en la penumbra, como un clido espejismo. As llegaste (...) Fuiste t, presente y verdadera, distinta en la distancia y en el tiempo quien comenz la senda inagotable de un irrigo y vvido poema hecho de luz y fuego, de amor y sangre. (De As llegaste, Por un clido sendero). El 4 de marzo de 1961 se casan en Madrid, y aunque la acti vidad artstica de l contina en Catalua durante un ario ms, cuando nace Paloma, la primera de sus dos hijas, decide el matri monio dejar Barcelona y comenzar en la capital de Espaa una nueva andadura. Antonio pidi el traslado en Tabacalera: dimos un giro de ciento ochenta grados a nuestra vida y volv a ser un honrado funcionario, ayudado por otros trabajillos que me buscaba por las tardes para aumentar mis ingresos, como redactor de publicidad en una Editorial, administrador de fincas, etc. Era a finales de 1963. Dos arios despus, cuando ya haba naci do la segunda hija y Antonio estaba cansado del rutinario trabajo en Tabacalera, aprovech la oportunidad de ingresar como ejecu tivo en unos Laboratorios Farmacuticos. Mientras tanto, Luz mara consegua, tras una oposicin, plaza en la Compaa que dejaba su marido. Pareca que la vida se haba estabilizado. Pareca que, con los 30 arios, llegaba el tiempo de ordenar los recuerdos, de vivir sin sobresaltos. Antonio abandon definitivamente la idea de unas 36 oposiciones a Notario; se olvid de que su vocacin frustrada haba sido la de ingresar en la Diplomacia, aunque apag el gusanillo estudiando Genealoga, Herldica y Nobiliaria en el Consejo Supe rior de Investigaciones Cientficas. En Laboratorios Alter, como Inspector de Delegaciones, desarrollaba un trabajo que le permita satisfacer una de sus ms fuertes pasiones: viajar. Sirviendo fiel mente a la empresa, anduvo por muchos lugares de Espaa y de Europa, conoci paisajes y gentes y su carcter se hizo ms extro vertido, si cabe. Fue ascendiendo en la Compaa: Director de Relaciones Pblicas, Director Adjunto de Exportacin... Iban pasando los arios. Sobre los anaqueles, las fotografas de Barcelona se iban poniendo amarillas, el tiempo iba doblando los viejos microsurcos escondidos tras los nuevos libros de poesa, de geografa y de historia, que haban ido arrinconando a los volu minosos textos jurdicos. Viajes con los amigos del alma, asistencia a conciertos, tertulias en las que se van haciendo ms frecuentes los temas literarios... Y, de pronto, en ese remanso de quietud el clarn de la muerte vino a llamar a la puerta. El 1 de mayo de 1972 Jos Ramn Aguirre, el amigo -hermano imprescindible, ab solutamente leal, inseparable, el de los viajes, las tertulias y las partidas de ajedrez, muere de cncer. La reaccin de Antonio fue sbita: Sent la absoluta necesidad de escribir un poema. Y fue el primer soneto de mi vida (de los muy pocos que he escrito hasta ahora). Espranos ah Nosotros no podemos regresarte porque a pesar de todo no te has ido, ests aqu, en un recuerdo herido que nos hace sentirte y respirarte. Tu destino en la vida fue entregarte, y qued tu destino bien cumplido: era tu corazn un ancho nido y bastaba vivirte para amarte. 37 No nos puedes hablar, mas tu taido nos llega con el viento tan fundido que nunca dejaremos de escucharle. Espranos ah, en el florido rincn de paz que Dios te habr escogido: un da subiremos a abrazarte. Este y otro soneto, Que no quiero, con el mismo tema y destinatario, formarn parte de su primer libro: POR UN CLIDO SENDERO. As, del dolor y del amor, como casi siempre en la creacin literaria, comenz a manifestarse una vocacin potica definitiva: A partir de entonces, aunque no con demasiada frecuen cia, segu escribiendo alguna que otra cosa, aisladamente, sin plan preconcebido, slo cuando me apeteca hacerlo. Luego, un hecho tan aparentemente banal como adquirir una casa en el campo, creaba las condiciones para que el silencio y la soledad hiciesen el resto. La casa, situada a 50 kilmetros de Madrid, mira a la sierra de La Cabrera, tan plateada al amanecer, tan azul y rosa en las tardes de noviembre. En ella, una torre da nombre a la vivienda y seala el lugar de trabajo del poeta: Torremozas, en recuerdo de aquella tatarabuela que pag con la vida su propio grito de libertad ante los franceses. Joaquina de las Mozas, adems de poner nombre a la casa de campo y motivar un bellsimo poema, La palabra y el fuego, publicado por Anto nio en su tercer libro, design tambin a la editorial que en 1982 fund su mujer. En aquel refugio, a partir de 1974 lentamente, como un despertar, Luzmara y yo comenzamos a escribir poesa con ms asiduidad, casi diariamente, ya plantendonos el hacerlo como una necesidad cotidiana. Fue una especie de milagro. Lo acabo de decir: un autntico des pertar. Porque la poesa estaba en nosotros desde haca mucho tiempo: slo faltaban las condiciones idneas para sacarla a 38 la luz. Y all se dieron. En Tonrmozas hemos escrito, tanto Luzmara como yo, la casi totalidad de nuestros libros 8 . Este fue el comienzo, ya no abandonado desde entonces. Luzmara y Antonio iniciaron una nueva vida. No hubo temor al ir deslazando antiguas ataduras que servan de sostn econmi co. Torremozas, con un almendro alicantino recin plantado, fue lugar de reuniones literarias y almacn de versos. En 1978 se produjo la primera fl oracin y la primera publicacin, conjunta, de los poemas del matrimonio. Despus, cada uno con sus libros y Luzmara con la editorial en la que ha publicado la mejor poesa femenina de Espaa e Hispanoamrica, habran de contribuir deci sivamente al panorama literario actual. Para ello, la vida haba tenido que dar, una vez ms, una vuelta entera. Pareca que all, en el desvn de Somosierra y la Pedriza, las olas del tiempo hubieran ido varando voces, gestos, paisajes y figuras esperando el conjuro que convirtiese en brasa su ceniza; que all, entre Guadalix y Torrelaguna, frente a la lejana mirada de un viejo monasterio benedictino, hubieran ido acumulndose en el correr de los siglos multitud de sueos, confiando pacientes en la llegada del poeta. Haba tardado en llegar, Antonio tena entonces casi cuarenta aos, pero desde ese momento la voz del poeta co menz a respirar fuertemente por la herida. 8 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 141. 39 II OBRA LITERARIA POESA INTRODUCCIN La obra de Antonio Porpetta se caracteriza por su extrema cohesin. Han pasado 15 arios desde que public su primer libro y hoy su nombre es reconocido como el de uno de los pocos poe tas con una voz ms personal. Si sus circunstancias vitales y su tarda aparicin literaria le pudieron separar de los movimientos poticos propios de su generacin, tambin ello le facilit pasar por encima de rencillas y grupsculos, de ismos y de manas. Por edad, bien puede ser adscrito a la llamada Generacin de los 60, pero a ella slo le une el afn por la palabra: la poesa de Porpet ta es un fresco aire de libertad, de autenticidad por encima de culturalismos, venecianismos, experimentalismos u otras zarandajas que, intentando dar apellido a la poesa, le sustraen el nombre propio. Jos Mas dice en su prlogo a DCADA DEL INSOMNIO que el desajuste entre la fecha de nacimiento y la fecha de ingreso a la vida editorial, hace de Porpetta un autor marginal que planea sobre tres dcadas o promociones, reteniendo de ellas lo que ms le interesa y aportando su enfoque propio 9 . Lo cierto es que Antonio ha construido su obra con independencia, ha hecho su particular edificio potico. No dir que extremadamente singular pero s perfectamente reconocible entre todos los levantados en la ltima dcada, y los materiales estn ya en su primer libro, en ese ingenuo y tierno poemario que es POR UN CLIDO SENDERO. Luego, en los siete poemarios restantes, escribiendo siempre desde el solar de la propia alma, va levantando un cuerpo potico sos tenido por dos pilares: la angustia que produce el voraz paso del tiempo y el aferramiento a la vida por medio del amor; pero no es 9 Jos Mas. Prlogo a Dcada del insomnio, de A. Porpetta. Madrid, 1990. Pg. 69. 43 el amor aqu un concepto abstracto, espiritual o intemporal, sino el concreto acto de amor y el especfico cuerpo femenino. La exaltacin del sexo es la tabla de salvacin frente al embate del tiempo. De ah resulta una poesa netamente vitalista, sensual, luminosa, pero tambin desesperanzada y conmovida, que nos es tremece hasta el escalofro, nico criterio en definitiva que deter mina el valor de toda obra artstica o potica. En los diferentes compartimentos del edificio potico de An tonio se alternan una melanclica aoranza y un ardiente erotis mo, un sosegado temblor ante la caducidad y una exultante alegra por el instante que se goza, hedonismo y marcado ascetismo, dolor por el dolor ajeno e introspectiva contemplacin, brasa y ceniza. Si pudiera concentrarse en tres palabras, dira que su poesa bas cula entre Eros y Tnatos, siendo la aguja del Tiempo la que mar ca el vaivn. Cada poemario supone el sedimento del siguiente y, as, toda la obra porpettiana, sus cuentos y aun sus artculos periodsticos -puede, en parte, exceptuarse su MANUAL DE SUPERVIVENCIA PARA TURISTAS ESPAOLES- mantiene una desusada coheren cia en el panorama literario espaol. Esa coherencia la da, sin duda, la repeticin de las dos o tres recurrencias sealadas. Se podrn llamar recurrencias u obsesiones, no me preocupa -confiesa Antonio-, creo que es importante creer firmemente en algunas cosas, aunque exista el peligro de repetirse. Porque no son repeticiones, sino, quizs, reafirmaciones. Al menos, as quiero creerlo. Y en el plano formal la caracterstica definidora es su marcado sentido del ritmo. Para ello Porpetta est particularmente dotado. La versificacin est fundamentada en la alternancia del heptasla bo y el endecaslabo de rima libre; con ello y con originales ali teraciones consigue efectos sonoros nada frecuentes en la poesa espaola de hoy. Jos Mas ha estudiado bien los rasgos ms sobre salientes del estilo porpettiano 10 , pero quiero destacar, una vez ms, lo que tiene Porpetta de escritor mediterrneo, tan cercano a Azorn y Mir. 1 Jos Mas, op. cit., pgs. 38-67. 44 En Porpetta notamos la fruicin de la palabra, la pasin por la frase bien acabada, donde todo es denso, donde, unas veces con el amontonamiento de conjunciones y otras con su supresin abso luta, se da entrada a series paralelas de nombres, adjetivos y ver bos acumulados. La palabra, como en Mir, es la misma idea he cha carne, la idea viva transparentndose gozosa, palpitante, porque ha sido poseda y esa palpitacin la hace pasar viva al lector para que este pueda compartir la misma posesin de la sustancia. Hacer, de simples fonemas, divinas palabras que a su conjuro levanten hormigueos sensitivos por su poder de evocacin, por su misteriosa meloda. No es extrao, pues, que Antonio ponga especial nfasis en la lectura de sus poemas, verdaderos recitales de dramatizacin: la emocin de la palabra no est slo en su sig nificado sino en la misma pronunciacin, en la magia de los soni dos. La palabra es, por lo tanto, el primer elemento de sensualidad pero tambin la nica posibilidad de victoria frente al tiempo y la muerte. Es evidente que estamos cerca de Quevedo y de Aleixandre, y alguien podr ver dichas influencias, perfectamente asimiladas, en sus ltimos libros, mientras que en otros aspectos formales recuer de a Daro o a Neruda, ms al nicaragense que al chileno, por su renovacin idiomtica. Tambin Miguel Hernndez ejerci un cla ro magisterio en sus dos primeros libros, aunque su influjo, segn confesin de Porpetta, vena desde su primera juventud. Precisa mente, a medida que la poesa de Antonio se desenlaza de la rima consonntica de Hernndez, va encontrando su voz propia en la silva blanca, que ser su estrofa habitual a partir de CUADERNO DE LOS ACERCAMIENTOS. Tambin con Azorn, y con Mir especialmente, lo une un alicantinismo visceral, una ansiedad de mar expresamente repetida en sus poemas. Porpetta naci a treinta kilmetros del Mediterr neo, a la distancia justa del grito y de la lgrima (verso que, al hablar de su origen, repite invariable en dos de sus libros) y la ausencia del mar es tremendamente heridora para un mediterrneo y su aoranza surge con alguna frecuencia en m, escribi Porpetta para la Universidad de Puerto Rico. 45 El mar, como cuna, sepulcro, libertad y destino. Tambin, muchas veces, como smbolo de la mujer amada, y sta como tra sunto de la belleza marina, hasta llegar a una total identificacin. Es Jos Mas quien ha estudiado los smbolos porpettianos con ciertos detalles. Para m, uno sobresale entre todos: la brasa y la ceniza. En ese doble smbolo antittico estn contenidos todos los registros poticos de una obra que surge de la conmocin que le produce la caducidad del esplendor y termina siendo un combate contra el silencio, la pugna por dejar una mnima huella en la ceniza de aquel fulgor. Puede que, al final, parafraseando a Leo poldo de Luis, toda su obra potica se convierta en una gran met fora: la poesa es un camino en llamas del que slo salvamos la ceniza, que es el poema. Veamos ahora, ms detenidamente, la estructura de cada uno de sus ocho poemarios publicados hasta el momento. 46 Despus de un tiempo oscuro, de un caminar por los acantilados tan slo respirando la herida de las sombras, nacida fue mi voz... ...Llegada fue la luz. Los viejos lacres que sellaban mis prpados resquebrajados fueron... ... Fundidos ya los broncos eslabones que antao amordazaron mis umbrales, abjur del silencio y la costumbre: como un antiguo rito se hizo voz el milagro y habit en mi garganta. 1. POR UN CLIDO SENDERO La poesa es lo nico que hace plenamente libre al poeta. Con ella, rompe la soledad que le encadena y consigue una intensa y profunda comunicacin con nadie. (Intento de Potica III) El empuje hacia la publicacin del primer libro, adems del lgico deseo, vino de los amigos que compartan las veladas musi cales y literarias en Torremozas, aunque el momento clave parece que fue la asistencia a un recital de Acacia Uceta y Enrique Domnguez Milln, matrimonio de poetas. Eran los primeros poetas de carne y hueso con los que hablbamos en nuestra vida. Ellos les impulsaron definitivamente hacia la edicin y, en marzo de 1978, Sala Editorial publicaba los primeros 35 poemas de Luzmara y Antonio. Los 15 de ella, con un nico tema central: el amor, ya como presencia o ausencia. En los de l, adems del tema amo roso, est presente el recuerdo del amigo muerto y otro altamente significativo, que definir su trayectoria posterior: la meditacin sobre el hecho potico y la profunda conviccin de haber iniciado un camino que ya no abandonara. De ah que el libro lleve un ttulo tan esclarecedor: POR UN CLIDO SENDERO. En uno de los prlogos ms sinceros que conozco sobre la propia creacin literaria, los autores refieren cmo, durante mu chos arios, fueron acumulando poemas para escapar de la dram tica vulgaridad cotidiana, sin decidirse a publicarlos,pero ha llegado un momento en que los versos invaden y ocupan de tal manera 49 nuestra casa, apareciendo y desapareciendo sbitamente por todos los rincones, que ya se nos hace muy difcil el seguir encarcelndolos. Por qu un libro conjunto Aquello fue un acto de amoz; una confirmacin de mutua entrega, dijeron a Rosario Hiriart, y ya en el prlogo a su libro escribieron que siendo este el primer libro y sintiendo ambos la poesa de la misma forma visceral y medulaz; mutuamente integrados, aunque con muy diferente manera de expre sarla, nos hemos decidido por una publicacin conjunta en esta oportunidad, dejando el vuelo individual para futuras ocasiones. Hay, efectivamente, una expresin formal muy distinta en los poemas de cada uno. La limpia, directa y personal manera de los poemas de Luz, intuitivos, sencillos en apariencia, repletos de inti mismo y sinceridad, contrastan con los de Antonio, muy mediatiza dos por la lectura de Miguel Hernndez. Son poemas en los que se aprecia la mezcla de una tcnica en proceso de elaboracin y una fresca espontaneidad de puritito principiante, como l mismo afirma. Los versos de Antonio -escribi M. Quiroga en Revista Nueva Estafeta- son un lbum de recuerdos, de la angustia medianera con el hombre implicado en el caos de cada da... Los de Luzmara se identifican con cierta timidez perentoria, con un desusado afecto por las cosas sencillas..., y son tambin una imagen viva de cierta angustia vital, no por gozosa, menos patente y dolorida . Pueden servir como buen ejemplo de contraste estos dos poe mas siguientes. El primero, de Luzmara, tan simple en la construc cin y de tan marcado ritmo, es u n buen prototipo de los restantes poemas de la autora. Calla, no hables: escucha el latido que a golpes de sangre te dice que vivo. El pulso que oyes 11 Manuel Quiroga Clrigo: Versos para la ternura y la esperanza, en Nueva Estafeta Literaria, Madrid, octubre 1979. 50 es tu nombre mismo que va reconiendo dentro de mi cuerpo todos los caminos. El siguiente soneto es de Antonio. No es muy frecuente en los libros de Porpetta esta estrofa, pero en este, casi la mitad, nueve exactamente, son sonetos. En el segundo libro aparecen dos; a partir de entonces, ninguno. Este, y los que incluyo en la antologa, dejan ver muy claro que Antonio no haba encontrado todava su propia voz. Me siento el corazn tan carcomido que ya no es corazn, es un desierto reseco, desolado y casi muerto, hundido en el sopor y bien hundido. Cubierto por la grama del olvido, de si late o no late no estoy cierto, no s si duerme o si est despierto, herido estoy de duda y bien herido. Slo t con tu voz podrs salvarme de este invierno feroz que se abalanza y me inunda de nieve cada da. Slo t con tu luz podrs guiarme por un nuevo sendero de esperanza dando a mi corazn nueva alegra. Los poemas de Por un clido sendero estn escritos a partir de 1970, si bien, y atenindonos a las palabras del poeta, Luzmara y l lean y escriban poesa antes de conocerse. Antonio cuenta que en el equipaje del viaje de novios llevaban un poemario de Agustn de Fox: Cui-Ping-Sing. Con todo, las poesas de este primer li bro no dejan de ser tentativas. Hay demasiada mmesis. Rosario 51 Hiriart cree ver un marcado gusto por nuestros poetas modernis tas y posmodernistas y seala reflejos de Jos Mart y de Juana de Ibarbourou 12 . Jos Mas aade el nombre de Miguel Hernn dez 13 , sin duda el ms evidente, y no slo por las Tres cancio nes, tres sonetos dedicados al poeta de Orihuela, sino porque todo el universo potico, todo el vocabulario y la recreacin metafrica de Hernndez estn en estos poemas porpettianos, pero sin la perfecta asimilacin que habr, por ejemplo, en los poemas de La huella en la ceniza. Ya es un dato que el libro, en su conjunto, lleve esta hermosa dedicatoria: A Juana, a Miguel, a Federico... a todos los que nos dieron la viva sangre de sus versos. Confieso que no he sabido ver en los poemas de Antonio las influencias de la escritora uruguaya que otros crticos han sealado. S son evidentes en Luzmara. Como muy escasas son, a mi pare cer, las huellas de Lorca en estos poemas; quiz, a lo ms, un eco lorquiano que viene retumbando, inevitablemente, en los versos de Hernndez. Mara Gracia Ifach habl del libro como generosa e ingenua entrega 14 y es, creo, una buena definicin. En esos rasgos de ingenuidad y de entrega amorosa insiste Antonio en sus conversa ciones con Rosario Hiriart, pero destacando dos caractersticas que vale la pena precisar. Una: que el libro no es en verdad un libro, porque no mantiene una unidad poemtica, sino un conjunto de poemas. Y quien haya seguido la produccin potica de Antonio habr comprobado esta evidente afirmacin. Los poemarios de Porpetta mantienen la estructura clara de una narracin u obra dramtica ordenada al estilo clsico: presentacin, nudo y desenla ce. Y los tres momentos estn ntimamente ligados y el libro 12 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 14. 13 Jos Mas: Dcada del insomnio, estudio preliminar, pg. 15. 14 M. Gracia Ifach: Por los caminos de la melancola, en Revista Nueva Estafeta, Madrid, abril 1980. 52 poema, en su sentido unitario, avanza en los distintos fragmentos de tal modo que el simple cambio de orden de una poesa puede alterar, altera, el resultado final propuesto. Creo -afirma- que la sucesin de poemas, su encadenamiento y distribucin segn inten sidades o intencionalidad, es una parte, muy importante, del con juntols. La cuidadsima estructura de orfebrera de Ardieron ya los sndalos, El clavicordio ante el espejo o Los sigilos violados corro bora esta afirmacin. Por un clido sendero es el libro de menor unidad estructural pero en l subyacen intensamente las races, los temas e incluso los , tonos de La huella en la ceniza y Cuaderno de los acercamientos, estos dos ltimos publicados en el mismo ao, 1980. Quiero decir que son fruto los tres de un mismo impulso potico, fruto de ese mismo compromiso con la llamada potica y consigo mismo, que le condujo a sacar de m, lo ms pronto posible y autoexigindome mucho, la poesa que llevaba dentro..., a demostrarme a m mismo -y quizs tambin a los dems- que aquella primera publicacin no haba sido un mero capricho ni un simple juego, sino que esconda un universo mucho ms amplio, seguro y duradero de lo que pudiera parecer a primera vista 16 . Acierta Antonio al considerar que en este primer libro est ya el universo potico que luego ir desvelando en sus poemarios posteriores. Casi todo su mundo conceptual, porque creo que su angustiosa mirada sobre el tiempo fugitivo se har patente desde su segundo libro. Tampoco hay que buscar aqu estructuras tropo lgicas complejas, aunque entre sus versos aparezca el fulgor de alguna imagen que luego ser retomada con ciertas variaciones. Sin embargo, como ya he dicho, hay que anotar la presencia de un lxico y de unos recursos literarios excesivamente mimticos, lo mismo que la utilizacin de estrofas tradicionales, que empezarn a ser sustituidas por la silva en el siguiente poemario. El mtodo de construccin es siempre el mismo: un chispazo, una precisa emocin sirve de detonante. A partir de ah, mental 15 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 163. 16 Idem. pg. 149. 53 mente, Antonio va elaborando un tejido literario que da cuerpo al sentimiento. Tan slo algn esbozo, algunos apuntes quedan en los folios, pero la transformacin en palabras va madurando lentamen te, creciendo a veces imperceptible, bullendo otras con fuerza hasta que llega el momento en que la palabra interiorizada pide a gritos la luz de la cuartilla. Este ltimo proceso puede producirse de un tirn, con das y das de encierro continuado, o por etapas, durante varios meses. Pero siempre el libro sale como un todo: yo raramente escribo poemas aislados, casi siempre los concibo formando parte de un conjunto previamente determinado, ha dicho. De ah la precisin de los finales de cada poema, del final de cada libro. Y cada poema rio es premonicin del siguiente, de tal modo que un lector avis pado podra ver en un libro determinado el cauce por el que avan zar el caudal potico de su libro siguiente. El otro rasgo distintivo que destaca Antonio de su primer poemario es el que este significara su decidida entrega a la lla mada potica: Es un poemario de puritito principiante (...) Pero fue el comienzo de todo. El primer poema, el que da nombre al libro, encierra, ms desgarradamente de lo que pudiera parecer, la propia historia de mi -nuestra- vida hasta aquel entonces. Y una renuncia. Y un propsito. Y una duda. Y una ya decidida, e imparable, voca cin. Efectivamente, al margen de su valor potico, tambin lleno de reminiscencias hernandianas, este poema hay que leerlo como programa vital de un hombre que empezaba a renacerse con -y en- la poesa despus de un letargo de tantos aos, dicho con palabras del propio poeta. Y, por otra parte, en esos 77 versos estn explcitos, de manera mgica y sorprendente, los argumentos de sus siguientes libros, toda la trayectoria potica desarrollada hasta hoy y, creo, la que est por venir. El libro, costeado ntegramente por los autores, no tuvo la difusin que el editor prometiera. La presentacin la realizaron Acacia Uceta y Enrique Domnguez en la Casa de la Mancha de Madrid, pero pas totalmente inadvertido para la crtica especiali 17 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 154. 54 zada. No obstante, Luzmara y Antonio se prodigaron en recitales poticos, frecuentaron ambientes literarios, siguieron -como con versos apasionados- componiendo poesas... y un da, en un recital en el que Antonio ley sus sonetos dedicados a Miguel Hernndez, entraron en contacto con Leopoldo de Luis. El poeta consagrado, especialista en la obra hernandina, vio algo en aquel aprendiz entusiasta: Le habl de sus primeros poemas como se mere can 18 . Desde entonces, la amistad creci entre los dos hombres y el magisterio de Leopoldo fue decisivo en los tres libros inmedia tamente posteriores, como tendremos ocasin de ver. A l le de bemos -dice Antonio- tanto Luzinara como yo, nuestra continuidad y nuestro afianzamiento en la poesa, pues hizo mucho por nosotros con sus orientaciones y consejos. Leopoldo fue, sin duda, el mejor valedor y maestro que pudo tener Porpetta en aquel momento del inicio, y a esa amistad y magisterio ha correspondido tambin generosamente Antonio, quien siempre ha reconocido la influencia del poeta cordobs y a l le ha dedicado alguno de sus poemas ms representativos. Por otro lado, Leopoldo de Luis prolog su segundo libro, La huella en la ceniza, y siempre ha saludado con acertada resea la aparicin de cada nuevo poemario del poeta alicantino. 18 Prlogo de L. de Luis a La huella en la ceniza. 19 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 143. 55 2. LA HUELLA EN LA CENIZA Poesa, juego peligroso: el poeta, al enfren tarse con su propia desnudez, puede encon trarse con naufragios interiores que nunca conoci antes. Pero, a pesar de ello, hay que arriesgarse. (Intento de Potica II) Tras el primer libro, Antonio sigue escribiendo mucho. Hay como una furia, como una floracin de almendros. En 1978, ese mismo ario de la publicacin de su libro, escribe y enva nuevos poemas a diversos concursos literarios: el Vicente Medina de Archena; el Juan Boscn de Barcelona y el Miguel Angel de Argumosa, del Ateneo de Santander. Es esta puerta de los certmenes literarios casi la nica salida para un poeta novel; la participacin en ellos es para Antonio como un reto, como la confirmacin oficial de la vala de lo escrito y la seguridad, en los concursos a los que se presentaba, de que, si se premiaba, su libro sera publicado. Y la publicacin es la nica manera de darse a conocer un escritor. Reconozco que el procedimiento es lamentable. Pero no perteneciendo, como yo no pertenezco, a ningn tipo de clan ni de mafia, no hay ms remedio que concursar si uno quiere ver sus libros editados 2 . En los tres certmenes citados consiguen sus poemas un xito relativo, pues aunque es finalista en todos, ello no es suficiente para que se publiquen. Entonces, dos de sus amigos alicantinos, los 2o Rosario Hiriart, op. cit., pg. 151. 57 poetas Manuel Molina y Vicente Mojica, le propusieron la edicin de La huella en la ceniza a travs del Instituto de Estudios Alican tinos, organismo dependiente de la Diputacin Provincial. A Ma nuel Molina, tan cercano, tan sensible a todo lo hernandiano, le haban emocionado los sonetos que Antonio dedicara a Miguel en su primer libro, y Vicente Mojica, tan amigo de sus amigos, se volc para que el libro se publicara en Alicante. Ambos tenan ya una extensa y slida obra potica; su prestigio en el que hoy conocemos como Instituto de Estudios Juan Gil Albert facilit la edicin, que se acab de imprimir en enero de 1980 y sali al pblico en marzo. LA HUELLA EN LA CENIZA es, en mucho, una continuacin temtica de su primer libro y es, tambin, un salto cualitativo en la forma. No es un libro acabado, se nota demasiado el ensamblaje de diversos materiales, si acaso unidos por la hebra de la melanco la romntica que recorre todos los poemas. El ttulo agrupa, en palabras de Jos Mas, dos elementos: la ceniza, que es smbolo del deterioro de la vida y de su aniquilamiento, y la huella, que es el acto voluntarista y esperanzado mediante el cual Porpetta aspira a dejar constancia de su paso por el mundo 21 . Es exacto, pero el libro es tambin algo ms: es el aventamien to de la memoria. Desde la hondonada de la evocacin afloran a los labios, a la palabra, una acumulacin de recuerdos que confi guran el presente. Slo la palabra potica podr dejar testimonio de que se ha vivido, de que la ceniza son los restos de un incendio que alent la vida. Fui, luego existo; esta es la afirmacin de partida. Y Antonio haba tenido una vida intenssima de la que, por razones naturales, se estaba alejando. Y en ese momento vital decisivo, 42 aos, en el camino de bsqueda, como nuevo Saulo deslumbrado, descubre de nuevo la poesa y tiene la conviccin de que slo a partir de ella podr convencer tambin a los dems de que existi. Esos dos son los pilares de todo su edificio potico: la remembranza y la ansiedad de permanencia. Quiz slo uno, que recojo de sus versos de otro poema inicitico, Fugit tempus, 21 Jos Mas, op. cit. pg. 18. 58 Mientras el tiempo duerma seremos ininortales. y la lucha sisfica del poeta es mantener el tiempo inmvil en los recuerdos, o bien acunarlo para que se adormezca con el conjuro mgico de la palabra potica. Por todo esto, por ser sobre todo una declaracin de principios vitales y estticos, La huella en la ceniza, a pesar de todos sus de fectos y limitaciones, es un libro importante en la bibliografa de Antonio Porpetta. El prlogo de Leopoldo de Luis, en aquel ario fl amante Premio Nacional de Poesa, incide en lo que tiene de biogrfico: Escribir poesa no consiste en inventar novedades sino en reinventar cons tataciones, dice Leopoldo, quien para entonces se ha convertido en gua y apoyo del matrimonio Porpetta por los laberintos del mundo literario. La influencia del autor de Reformatorio de adul tos empieza a hacerse visible en el poeta eldense pero se manifes tar con clara evidencia en los dos libros posteriores, Cuaderno de los acercamientos y Meditacin de los asombros, aunque la influen cia del poeta cordobs, ms que a motivos o recursos poticos, ata e al mismo concepto de la poesa. Partiendo del axioma de ro poldo de Luis: Poesa es respirar por la herida, Antonio aade: pero por suerte o por desgracia, nuestra herida no cicatriza nunca. Y por eso podemos seguir respirando. Lo dejar escrito en su Intento de potica, compendio de 25 breves reflexiones sobre el acto potico, que public en 1986 (Cuadernos para Investigacin de la Literatura Hispnica, n 2 7), un ario despus de su poema La he rida, poema que es un claro homenaje a su mentor y amigo. El que lo prologara Leopoldo de Luis fue para m un eomienzo de responsabilidad: cuidado con lo que escribes, inc dije. Y no cabe duda de que estos versos son mucho ms maduros. La madurez es claramente perceptible en el dominio del lenguaje potico. Si en los primeros versos el mensaje es transpa rente y unvoco, aqu la polivalencia puede llegar a ser abrumado ra: 59 Calcinadas mis sienes, ya sin rumbo mis viejas luminarias, sediento de anchos ros imposibles, convicto de un dolor sin redenciones, me abandon vencido a la yenna soledad de mis espejos. Y se me hundi la noche en las entraas. E. Cobo lo expres magnficamente (Cuadernos Hispanoameri canos, agosto 1982): El lector se tiene que quedar necesariamente un poco desorientado ante la pluralidad de sentidos que toman los conceptos. Y en mi opinin, esto rebasa incluso al propio autor, dndonos la sensacin de que una vez puesto en marcha el texto, de alguna manera se escribe solo, sin que Antonio pueda -imagino que tampoco lo desea- sujetarlo. Yo creo que es evidente en este segundo libro el enamoramien to de Porpetta por la palabra. Es como si hubiera descubierto su poder taumatrgico y hubiera querido emborracharse con su msi ca. Fuerte connotacin y hallazgo de un ritmo propio son los dos grandes avances de este segundo libro. El cors de la estrofa y la consonancia que sujetaban los versos de Por un clido sendero, aqu se desata para dar cabida al versolibrismo y, especialmente, a la alternancia del heptaslabo y endecaslabo, aunque a veces la rima asonante aparece y desaparece, inoportuna, enturbiando el discu rrir del poeta. El libro est dividido en tres apartados: Apuntes para un autorretrato, 11 poemas que nos dan sus coordenadas existencia les; Crnica de una desolacin, un largo poema dividido en cuatro tiempos que expresa la angustia del poeta, mensajero de la verdad, en un mundo insensible que dejar el mensaje sin respues ta; y Del hombre y sus contornos, epgrafe que recoge ocho poemas cuyo cordn umbilical es el asentamiento de las races poticas en el punto vital de lo cotidiano humano y sus circunstan cias. Sin embargo, esta divisin no siempre responde, ni mucho menos, al agrupamiento de los poemas que, en verdad, se pueden 60 aunar en dos vertientes: los recuerdos biogrficos, los ms, y la afirmacin de su vocacin potica; este tema, con frecuencia, soldado al anterior. Si en la primera y segunda parte podemos decir que se nos muestra el mundo interior del poeta, en los ocho ltimos poemas el autor se sumerge en la gran plaza abierta, en el movimiento con que el gran corazn de los hombres palpita extendido y, a la manera de Aleixandre, va fundindose y reconocindose en el torrente de dolor que llena la plaza humana. De s mismo y de los dems, hacindose cronista puntualsimo de la desolacin, en palabras de Carlos Murciano 22 , pero sin caer nunca en la hiper estesia chillona o grandilocuente de algunos poetas de su gene racin. El poemario tiene una construccin semejante a Por un clido sendero. Comienza, como aquel, con una fe de vida y un mapa del itinerario potico que el autor desplegar a lo largo del libro. Busco mi verdad es ese primer poema, un poema importante porque en la alternancia del endecaslabo y el heptaslabo hallar Porpetta el ritmo caracterstico de su poesa, e importante porque precisa los temas de su obra y las motivaciones de su aspiracin: ... me impulsa y me domina una fuerza telrica y remota, un obstinado afn de reflejarme en todo manantial, en toda ausencia, en toda voz herida, en la nostalgia de cualquier corazn amurallado. En las races de la memoria, en la ansiedad de la trascendencia y el amor cree Porpetta que est su verdad. Cuando all no la encuentre, la buscar en la lectura de sus poetas preferidos, y cita los nombres de Pablo Neruda, Miguel Hernndez, Garca Lorca, Dmaso Alonso, Claudio Rodrguez y Leopoldo de Luis. Con ellos, 22 Carlos Murciano: Un poeta en crecimiento, en Diario El Imparcial, Madrid, 22 5-1980. 61 dice, se inventar esa clara verdad de cada da que no he podido hallar en mi memoria, ni en mis sueos ni en mi vida. Despus, en los 10 poemas restantes que forman ese autorretra to, har sobresalir los rasgos ms determinantes que configuran su etopeya: la patria de su infancia, su retraimiento presente, la apremiante necesidad de sentirse querido, su vivencia religiosa tan cercana al ms puro franciscanismo. El enraizamiento de la poesa de Porpetta en los paisajes de su niez es una de sus caractersticas distintivas. Habremos de volver a esta idea en libros tan esenciales como El clavicordio ante el espejo y Los sigilos violados, pero en este que ahora comentamos hay un poema que ser leit motiv en aquellos. Me refiero a Nios sin azul, en el que el mar, como realidad y como smbolo de libertad y de plenitud esttica, aparece ya como constante. La tierra reseca, polvorientas pedregosa del pueblo, es la anttesis del mundo de brumas y gaviotas, de redes y veleros, de clidas arenas empapadas de sal con el que soaba aquel indefenso nio de secano, aptrida de azul, mediterrneo del rido barbecho y de la estepa, como tan acertadamente se define. 62 3. CUADERNO DE LOS ACERCAMIENTOS Amor a la palabra. Respeto a la palabra. Agradecimiento a la palabra. Porque sin ella no seramos. Slo en ella renacemos cada da libres, indemnes, puros. (Intento de potica XV) Pocos meses despus de publicarse La huella en la ceniza, Antonio obtiene en Sevilla el Premio ngaro, muy prestigiado por los poetas que lo haban ganado con anterioridad. El poemario se llama CUADERNO DE LOS ACERCAMIENTOS y se public en octubre de 1980. Con l se cierra, sin duda, la primera fase de su trayectoria. En estos tres libros publicados en dos aos est la etapa de aprendizaje: la decantacin de los temas, el hallazgo del ritmo y una meloda propios, la afirmacin de unos smbolos y unos recursos expresivos identificadores. Con este Cuaderno se cierran los ejercicios de bsqueda. El aprendiz de poeta tiene ya plena conciencia de su encuentro con la poesa. El poema inicial es ese canto de jbilo, Nacida fue mi voz, en el que hay un reconocimiento explcito del camino reco rrido, con clara alusin a sus dos libros anteriores: Se presentan sus torpes balbuceos (...) Oculta palpitaba entre la urdimbre de alguna soledad, all, donde la brasa anhela el soplo que remonte hacia el fuego su esperanza... 63 Aunque sabe que el poema es como un pajarillo herido que cuando creo tenerlo entre mis manos, ya para siempre mo, vuela lejos de m, enloquecido, dejndome en el pecho un absurdo senn de versos inservibles... El poemario es, en general, manifestacin exultante porque ... se hizo voz el milagro y habit en mi garganta. Los 24 poemas de que consta el libro, muchos de ellos con el tema central del quehacer potico, proclaman la voluntad del nefito, del converso a la religin de la llama: ... desde ese claro instante la lumbre es compaera de mis huellas... El libro va dedicado a su padre, a su callada msica, a sus libros cerrados, porque entonces, debido a su ltima enfermedad, ya no poda escuchar sus discos ni practicar la lectura. Est dividido en tres partes. Cada uno de sus epgrafes determina clarsimamente el contenido. Desde el alfizar es una mirada hacia el frente y hacia arriba, hacia el mundo nuevo que se abre ante su ventana, mundo transformado por la llegada de la nueva luz potica que abre ante l un inmenso horizonte de horizontes. Son los tres poemas iniciales, que pueden considerarse como el primer intento de formulacin potica. Esa triloga es una reflexin sobre la Poesa, el Poema y el Poeta, respectivamente, pero es una medi tacin nada acadmica o metapotica sino nacida de la propia vivencia, altamente emotiva. La segunda parte lleva como epgrafe Sobre el brocal y es una mirada hacia abajo, hacia adentro, hacia el interior del tiempo ido. En el pozo del tiempo fl otan sobre los das ahogados nombres, 64 gestos, paisajes... El poeta los convoca, los revive, los sita. El tiempo recupera aqu, y as, su latido, parafraseando a Leopoldo de Luis. Los 10 poemas de este apartado son, pues, evocaciones: ... mi memoria abre el hondo bargueo del pasado, rebusca entre su noche y extiende ante mis ojos el anchuroso lbum de mi vida. De las fotografas amarillas se levantan nombres queridos de los que fueron y ahora no son ms que huspedes somnolientos de la nada; entre esas sombras sobresale la de la herona familiar, la lejana abuela Joaquina de las Mozas, muerta de siete tiros en mayo. de 1808 ante una partida de soldados franceses. En otro momento es el eco de las voces lo que avienta el recuerdo: hermossimos nombres de mujeres que prendieron sus risas en el leve acerico de mis labios. Otras veces es la memoria de un instante lo que vuelve a la vida: el aleteo de unas gaviotas sobre el agua del ro Elba, la fugaz imagen de Praga, convertida en llamas por el sol del atardecer, el cruel reencuentro con la vieja casa de Barcelona, donde la pareja vivi su primer ario de matrimonio... Parece que en el cclico devenir del tiempo, el propio poeta se viera como un viejo bardo al que la tristeza har sonar oscuras melodas en el mbito cruel de la memoria. Una melancola extrema recorre esta parte del libro. La palabra tristeza y su amplio campo semntico se repite constantemente en todos los poemas y, sin embargo, hay como un gozo en el nece sario desuello de las heridas porque slo la memoria 65 solamente ella puede darme una resurreccin en mi muerte diaria. El tiempo que se recuerda es un dolorido devenir que llen de pavesas nuestras manos. No importa que los hechos, en realidad, no fueran tan hermosos: no importa que el atardecer de Praga no fuera tan luminoso ni tan ciertos los sueos de la infancia. Lo importante es que esa ceniza aventada por el tiempo volver a dejar huella, a tener sentido al quedar redimida por el fuego de la memoria. Es esta la conclusin a la que el mismo poeta llega en el lcido poema sin ttulo con el que cierra esta parte del libro. Para m, la continuidad temtica con La huella en la ceniza es evidente. Cualquier lector medianamente atento podr observar lo que, por otra parte, es explcito en algn poema: Las huellas ms lejanas de mi historia renacen ante m, ya redimidas de esa ptina oscura que el tiempo y su furor les deposita... (Las huellas redimidas) ... Y regresamos juntos a nuestra certidumbre, a los intactos muros de un recinto alzado en la memoria, imposible a la mina, permanente en su pura presencia, por siempre inalterable en su hermosa verdad, (Reencuentro con la casa) Todo mi cuerpo es huella (Insomnio) La tercera parte del libro, titulada Ante el espejo, es una mirada hacia el presente real, una mirada de descubrimiento del ser que se es, consecuencia del ser que se fue, pero transfor mado ahora por la llegada de la luz y de la voz potica. Creo, no 66 obstante, que aqu la estructura falla, que la claridad del mensaje expuesto en poemas como Ahora, El secreto, Un da o La ortiga oculta queda enmaraada por el exceso verbal. Lo expresa bien E. Molina Campos: La entidad de estos poemas queda difuminada por la frondosi dad de una elocucin que se interpone entre el sentimiento reflexin y la comunicacin y, al interponerse entre ellos, los des virta y los priva de la capacidad de organizarse en una cosmo visin suficientemente ntida y reveladora de s misma . Efectivamente: hay en esta parte un exceso de retrica. Posi blemente sobran palabras, versos enteros, o falta concentracin del mensaje en tan slo cuatro o cinco poemas. Lo que ocurre es que la misma riqueza verbal, la perfecta disposicin formal del verso, su rotunda musicalidad, la expresividad de los smbolos y metfo ras, son elementos constitutivos tambin de una alta calidad po tica. No est la poesa en el concepto, dir de este libro Leo poldo de Luis, sino en la palabra misma, aunque aquel se hace sobre todo patente en los ltimos poemas. Todo el libro es, como dije antes, una recapitulacin sobre los dos grandes temas que estaban en sus libros anteriores: la reflexin metapotica y el discurso de la memoria como reavivamiento de la ceniza. Afirmada su conviccin de la llamada potica, en los siguientes libros ser la rebelda contra el tiempo devastador el motivo cen tral, casi nico, de sus poemas. Para los seguidores de la poesa porpettiana este tercer poe mario confirma una de sus caractersticas esenciales: la calidad rtmica. Antonio, que ya haba encontrado su meloda fuera de la mmesis hernandiana en algunos poemas de La huella en la ce niza, ratifica aqu el uso del endecaslabo con la alternancia de heptaslabos y, alguna que otra vez, alejandrinos. La otra caracterstica que define a su obra, y que comienza a 23 E. Molina Campos: Dos libros de Antonio Potpetta, en Revista Nueva Estafeta, Madrid, febrero, 1982. 24 Leopoldo de Luis: Cuaderno de los acercamientos, Premio ngaro 1980, en Diario Pueblo, Madrid, 13-12-1980. 67 ser patente en este libro, es su riqueza verbal, la adjetivacin sobre todo. El adjetivo, si no da la vida, mata, y en Antonio Porpetta esta categora gramatical, vivificadora siempre, es el sostn para la trasposicin metafrica. Pocas veces en este libro el sustantivo va solo: o le acompaa un calificativo o un sintagma preposicional con valor modificador. Aveces, incluso, un endecaslabo puede quedar compuesto por cinco adjetivos yuxtapuestos. Es el caso del verso final del poema titulado Un da: ... y por primera vez nos descubrirnos como queremos ser: indemnes, plenos, limpios, libres, nuestros. La sensibilidad de Porpetta se desborda en estos versos. Los adjetivos son la prueba de su derramamiento sensitivo que, con frecuencia, se entrecruzan en deslumbrantes sinestesias. Est abrindose aqu la lnea que continuar con el siguiente libro, Meditacin de los asombros, y se afirman los rasgos de un modo de hacer poesa que es consustancial con su mediterraneidad. 68 4. MEDITACIN DE LOS ASOMBROS La poesa es un crculo cerrado: parte de lo intuitivo, pasa por lo intelectual, y vuelve otra vez a lo intuitivo por el cami no de la emocin. En medio de ese cr culo, el poeta, con su carga de asombro y desconcierto. (Intento de potica IV) Todos mis libros en mayor o menor medida, me han dado satis facciones, sea en forma de premios, aceptacin, crticas, comentarios, etc. Pero si tuviera que sealar uno sera MEDITACIN DE LOS ASOMBROS, porque yo creo que en este libro empec a encontrar mi propia voz 25 . Esta opinin de Antonio Porpetta sobre el poemario que con tinu a Cuaderno.., es compartida por todos los analistas de su obra. Meditacin de los asombros fue un libro revelacin en el panorama potico de 1981, cuando consigui el Premio Gules, de Valencia. Si leemos algunos de estos poemas inmediatamente a continuacin de otros de Cuaderno.., nos parecer, efectivamente, que se ha producido un avance altamente significativo en la voz del poeta; sin embargo, los 24 poemas del libro estn escritos, como especifica el autor, entre octubre de 1979 y septiembre de 1980, es decir, acabado de entregar en imprenta el original de La 25 Rosario lHan, op. cit., pg. 152. 69 huella en la ceniza y mientras haca los ltimos retoques para lo que sera el Premio Angaro: Cuaderno de los acercamientos. Quiero decir que hay simultaneidad, al menos en parte, en la construccin de estos dos libros, en cierto modo tan distintos. El autor le contaba a Rosario Hiriart que antes de la redaccin definitiva hubo un largo trabajo de ambientacin histrica, visitas y ms visitas a los lugares que haban provocado su asombro: Ya sabes cunto amo yo las viejas piedras, con la vieja vida que late dentro de ellas, y cunto tiempo he utilizado en recorrer Espaa a la bsqueda de aquella estatua yacente que casi nadie conoce, de aquella iglesia mozrabe que nadie visita jams, o de aquel capitel romnico que pasa desapercibido... Con su contemplacin (no slo visual sino tambin tctil, porque hay que sentirlas palpitar) yo me he emocionado muchas veces, pero no slo por razones puramente estticas, sino ms bien por motivos de honda raz humana, por lo que yo intua -o imaginaba- detrs de todo aquello . Leyendo estas palabras de Antonio sobre su libro, no podemos olvidar que precisamente su primer escrito, publicado como vimos en 1955, cuando era un estudiante de tercer curso de Derecho, era la expresin del mismo sentir. Aquel joven mediterrneo trasplan tado a la estepa castellana descubra entonces, en el silencio y la soledad de los viejos pueblos de la meseta, algo que era consustan cial con su personalidad: un intenso sentir vivir en su interior reminiscencias de lejanos pasados. Ese estremecimiento a los 19 aos era visible en aquel primer escrito que fue premiado en los Juegos Florales de Elda. Ahora, en estos aos inmediatos a la publicacin de su cuarto libro, impenitente viajero, haba seguido, juntamente con Luzmara, las rutas del romnico y del gtico en Espaa. Abierto siempre al asombro y predispuesto, como hemos visto en los libros precedentes, a la recuperacin de la memoria devastada por el tiempo, encontr en esos lugares mgicos la 26 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 153. 70 inspiracin para uno de los libros capitales de la ltima poesa espaola. Este poemario es un acto de agradecimiento... Tantos momentos de satisfaccin espiritual tenan que tener por mi parte una contrapartida, una entrega: y se fue mi libro, en el que trat de plasmar mis asombros y las meditaciones que esos mismos asombros me produjeronv. Leopoldo de Luis calific el libro como perfecto: Tiene unidad de tono, de tema y de forma . Deca en su artculo que la poesa de Antonio es un poco elega y un poco mito. Pues bien, si la elega precisamente motiv su necesidad de escribir el primer soneto -recurdese la muerte de su amigo Jos Ramn Aguirre- y La huella en la ceniza es un libro donde estn ya todos los mitos a los que volver insistentemente en sus poemarios posteriores, aqu, en estas meditaciones, no hace sino aunar ambas tendencias, llevando la elega hacia una serenidad asctica e intensificando el mito con una fuerte carga emotiva. Leopoldo de Luis lo vio perfectamente: La poesa de este libro participa de lo elegaco: se canta lo perdido, no por el poeta, sino por la historia que ti viejos muros. Participa de lo asctico: se medita -como en Manrique- sobre la pequeez de lo mundano. Participa del dolor de la frustracin: los esfuerzos humanos rotos contra el tiempo. Participa de la pura emocin. Esta emocin es doble: en cuanto el poeta asume la de los desaparecidos personajes de las piedras que contempla, y en cuanto esa contemplacin conturba su propio nimo. Hay, pues, un clima de clasicidad atemperado por un viento romntico. El paisaje no es nunca realidad estricta, sino consagrada por la huella humana . 27 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 154. 28 Leopoldo de Luis: Cantigas y retablos, en Diario Ya, Madrid, 5-6-1981. 29 Idem. 71 El mayor peligro lo constitua el caer en el amaneramiento elegaco o en la desviacin hacia simples descripciones de lugares encantados. Por otra parte, la delimitacin del lenguaje potico a lo largo de la riqusima tradicin del uhi sunt podra haber hecho caer al poeta en una repeticin del tpico. La huda del preciosismo y el hallazgo de un tono que diera unidad a todo el conjunto y mantuviera, al mismo tiempo, el clima particular de cada poema, fue el reto superado, como veremos, por Porpetta. Creo que la gran aportacin de Antonio est en el tratamiento del tema, en la expresa sensualidad que se derrama constantemen te en estos versos. Y no es casualidad que uno de los recursos ms repetitivos aqu sea la sinestesia, intensificada con respecto al camino abierto en Cuaderno.... As, la bsqueda del tiempo perdido es tambin para recobrar el silencio azul del scriptorio donde trabaja Berceo, para tocar la soledad de aquel verde olvido, para gustar el aire que huele a cilicio. La personificacin, la sensualiza cin de los objetos y de los conceptos es una figura repetida en todo el libro. El corazn del tiempo grita sobre las huellas de los que fueron: las piedras derrumbadas tienen sentido porque hay un golpe de amor encarcelado humanamente vivo todava. Y como ejemplo, nada mejor que el hermossimo poema a la mueca de marfil del siglo IV. Es la mejor prueba de que no estamos ante un libro elegaco sino de recuperacin de vida. Y cuando el objeto de la meditacin es una figura femenina -una doncella romana, la reina Juana de Castro, la princesa Cris tina de Noruega...- una explosin de sensualidad llena el poema. As, la princesa, casada coti el infante don Felipe de Castilla, fue un viento azul que agit los trigales, una lluvia de rubias primaveras para esta tierra parda de merinas. La reina de Castilla, Juana de Castro, es evocada como una rota vihuela descordada, un tlamo vaco, 72 un lejano galope de abandonos. A la miniaturista del cdice Beato de la catedral de Gerona ... como una garza imaginarte quiero volando sobre espigas sorprendidas, ojos de amanecer, talle de ahnendra, leve bruma en tu pecho, campaniles tus dormidas palabras (...) lejansima virgen, alborada en un oscuro tiempo de rezo y vasallaje. Cuando apareci este libro de Porpetta, una corriente cultura lista inundaba -ahogaba la poesa espaola en un vaco formalismo carente de emocin verdadera. Antonio parte de lo intuitivo, pasa por lo intelectual y vuelve otra vez a lo intuitivo por el camino de la emocin. All se yergue, con su carga de asombro y reflexin, una meditacin que a mi juicio deja pocos atisbos de trascendencia para el hombre. Somos lo que hemos vivido, existimos en cuanto recordamos, dejamos definitivamente de ser cuando nadie nos re cuerda. En el ltimo poema del libro -y ya sabemos la intencin y cuidado con que Porpetta estructura sus libros- Antonio hace el epitafio a cuatro sepulcros annimos del siglo XV. Pues bien, estos versos nos dan el sentido de todo el poemario. Al fin descubrimos que en los 24 poemas, las 24 divisiones del da de nuestra vida, se ha estado reflexionando sobre nosotros mismos, es decir, el poeta ha estado meditando sobre su propia emocin de hombre aco sado por el tiempo destructor. Cada lugar es un smbolo de s mismo, como dice Jos Hierro en el breve prlogo del libro. El final de la meditacin puede ser desolador: Todo fue. Todo huy. Slo quedan 73 cuatro nadies yacentes, cuatro alcores de muda ingratitud, cuatro siglos de hielo renaciendo multiplicadas muertes cada da en este yermo imperio del olvido. Y, sin embargo, precisamente porque toda vida tiene una nica muerte, el poemario es un grito de calpe diem! No se rebela el poeta contra la destruccin ni contra el olvido: es inevitable; su queja lo es porque no es justa la muerte si la vida es promesa no cumplida. Y, en este sentido, esta poesa se aleja de los poemas morales de Rodrigo Caro, Aldana, Francisco Rioja o Fernndez de Andra da. Ah, creo humildemente, que no estuvo acertado Hierro en su prlogo al mezclar versos de Porpetta con el autor del poema a las ruinas de Itlica, y no tanto por las diferencias estilsticas sino precisamente porque hay un tono esencialmente distinto. En Porpetta el tono es el acercamiento y la inmersin en el drama humano de quienes habitaron estos despojos presentes, drama no porque murieran o sean hoy slo olvido, sino drama porque la vida les regateara su cuota de felicidad o porque la muerte cortara en fl or su promesa de goce; en definitiva, porque murieron sin ser felices. La emocin -dice F. Martnez Ruiz- fluye atizada por motivos existenciales 30 . Y ese, desde luego, no es el tono dr am tico de la elega barroca. Aunque pueda tener mucho de barroco su lenguaje. Porque el lxico es una tremenda fuerza expresiva en donde se funden cultismos y arcasmos, abundantes trminos de la indumen taria y armamento medievales con vocablos de la arquitectura ro mnica y gtica. Hay una minuciosa elaboracin que resalta los va Florencio Martnez Ruiz: Antonio Porpetta, culturalismo con emocin dentro, en Diario ABC, Madrid, 13-6-1981. 74 lores fnicos. Podra parecer, a veces, un lxico preciosista, retor cido, pero, aun en la mayor abundancia locucional, ser la emocin del poeta la que salve al poema de caer en un fro culturalismo. Ah me parece acertada la observacin de Hierro: este poema lo escribe un hombre que siente ms que sabe y, consecuentemente, puede leerlo quien no posea claves precisas, dejndose llevar tan slo por su sensibilidad. Y, adems, esta emocin desnuda llega a la sensibilidad del lector espaol desde unos contornos geogrficos que le son fami liares. No se habla de Venecia, Tarquinia, Efeso o Bizancio; es en el monasterio de San Milln, de Santo Domingo de Silos, en el castillo de Garci-Muoz o en la catedral de Salamanca donde sur ge la conmocin, donde el poeta se mueve con el aliento de los que fueron y con -padece su propio destino. De vida, de invitacin a la vida, es de lo que se habla. Y por eso es el presente de indi cativo la forma verbal casi permanentemente utilizada en todos los poemas: Berceo escribe ahora su romn paladino, Eude pinta aho ra su cdice, las plegarias, el dolor y el amor estn derramndose ahora... Pero tambin es cierto que el sustantivo repetido hasta la saciedad es olvido. Silencio y olvido. En esta anttesis, jbilo de la vida -silencio y olvido tras lo vivido, es donde encuentro la intuicin del poeta al dividir su poemario en cantigas y retablos. La cantiga es movimiento, danza, voces y gestos vivificando un entorno de palacio, campia o claustro; el retablo es fotografa que ha parado el tiempo y acumula silencios. Pues bien, creo que el poeta reconstruye por un momento, aunque sigan desmoronados los contornos, el detalle de una vida, un re lmpago en la noche. Y, luego, queda de nuevo el estupor del si lencio, la serena aceptacin del inevitable olvido. El libro est dividido en dos partes, como dije: Cantigas de la serena memoria y Retablo de la dormida soledad; cada una contiene 12 poemas. La divisin bajo estos epgrafes ha sido explicada de diversa manera por distintos estudiosos de la obra porpettiana. Leopoldo de Luis dice que el motivo sustancial de las cantigas es la impresin que produce la hermosura en el alma y que los retablos reflejan el sentido humano de los huesos que 75 son ya ceniza. Las cantigas cuentan con la descripcin, el senti miento y la lrica. Los retablos, con leve toque parnasiano, buscan estticamente la precisin de las impresiones ante monumentos sugestivamente evocadores 31 . E. Molina Campos cree ver en las cantigas una relacin docu mentos -tiempo colectiVo, mientras que en la segunda parte, la relacin estara basada en documentos -tiempo individual. Pero l mismo observa que varios poemas de una y otra parte rompen esta posible estructuracin, puesto que en los doce pri meros poemas, cuatro quebrantan la ansiedad colectiva, y en los doce restantes, tres son los que romperan la visin de un tiempo individual. Sin embargo, en palabras del propio autor a quien esto escribe, me confirm que su propsito no estaba lejos de lo observado por Campos: Mi primera intencin fue separar, en una parte, Cantigas, los poemas relativos a puras evocaciones monumentales o paisajsticas, o con dramas humanos generales o indirectos; en la otra, Retablos, los poemas que evocaran de forma ms directa y personalizada ciertos dramas humanos, todo ello desde una contemplacin apasionada y conmovida. Pero la distincin no poda hacerse de manera tajante, al participar varios poemas de las dos vertientes. Hice un primer intento de separacin y aunque no pude conseguirlo del todo, no quise abandonar la idea inicial. Y as qued. Y as aparece. El primer poema es una mirada en derredor: mantos de seda, birretes, espuelas, alfanjes... esperan colgados en sus vitrinas. Una lenta luz azulada levanta motas de polvo en la penumbra: la mirada descubre entre el asombro y la riqueza un archivo de humildes soledades. 31 Leopoldo de Luis, art. cit. Diario Ya, Madrid, 5-6-1981. 32 E. Molina Campos: art. cit. Nueva Estafeta, Madrid, febrero 1982. 76 El ltimo poema cierra la visin: al fondo, bajo la oscura bveda de una capilla, un haz de luz deja entrever cuatro bultos labrados, sepulcros sin nombre que pudieran acoger as cada uno de los nuestros. Entre estos dos poemas, al conjuro del poeta, por el asombro de su palabra, esos montones tristes (que) respiraron, se inundaron de amor, o lo sufrieron... vuelven a sentir el hlito de la vida para justificar que, tan slo por un instante de amor que vivieron -o que hubieran podido vivir si la muerte hubiera sido piadosamente justa- sus cenizas tienen sen tido, cita de Quevedo que introduce la ltima parte del libro y da plena claridad a la intencin del autor. Pocos libros tan equilibrados en la poesa joven contempor nea, aseguraba Leopoldo de Luis en el artculo citado, y esta afirmacin de 1981 fue compartida por toda la crtica del mo mento. Con este poemario dejaba Porpetta de ser un tardo adve nedizo que se colaba de rondn, a travs de los concursos lite rarios, entre los poetas ms representativos de la generacin del 60. Aunque la adscripcin a grupos y generaciones le dejaba indi ferente. 77 5. ARDIERON YA LOS SNDALOS Ni transparencia ni hermetismo. Quizs el justo medio. Pero que cada cual inter prete libremente qu es la luz y qu es la oscuridad. Ah est el poema: comple tadlo con vuestra recreacin. (Intento de potica XVII) En 1982 la coleccin Adonais publica Ardieron ya los sndalos, poemario que si, en conjunto, puede considerarse un libro de amor, el poemario de amor debido a la esposa, es tambin una culminacin o eplogo de la meditatio mortis iniciada en su libro anterior. Por eso no estamos slo ante un libro de amor; si fuera as, sobraran muchos poemas que estaran fuera de contexto y an en abierta contradiccin con lo que entendemos como un poema amoroso. Quiz el libro se resiente en algn momento en su estructura. Creo que en l hay dos ejes cuyo engarce a veces chirra. Veamos. El libro est dividido en tres partes: 10 poemas se agrupan bajo el epgrafe de Augurios y memorias; un largo poema ceAtral, de 132 versos, ocupa el Intermedio; y 12 son los que se unifican ba jo el ttulo de Por el cauce del cuerpo. Si el poema central pue de considerarse como un mundo cerrado pero perfectamente ver tebrador de los dos ejes del libro, no todos los poemas insertos en cada uno de los apartados responden, sin embargo, a la idea que los agrupa. Es fcil ver que el tema bsico del primer apartado, claramente explcito en el epgrafe, es el contraste entre el pasado -la memoria- y el futuro -los augurios-. Es un tema caro para 79 Antonio, diramos que es su tema: el paso del tiempo, la an gustia existencial; lo que fuimos, lo que seremos, lo que quedar de nosotros cuando no estemos. Y es claro, tambin, que predomi na en l el apunte infausto: el presagio se superpone, se adelanta y estremece a la memoria. En, al menos, siete de esos poemas iniciales late una amarga nostalgia, un apesadumbrado llanto porque el tiempo lodo implacable que oscuramente cubre cuanto roza no respetar tanto incendio de amor, tanta belleza, tanta vida por no hacer mudanza en su costumbre, como, en su soneto XXIII, escribiera Garcilaso. Tal vez slo el amor sea capaz de dejar leve huella de la ceniza humana. Y a l se acoge en la tercera parte del poemario. La ni ca manera de detener el tiempo es hacer perdurable el fuego amo roso y, en primer lugar, el objeto del amor, ese territorio del fuego que es el cuerpo de la mujer amada. Pero tampoco los poe mas finales mantienen esa cohesin que supone el ttulo (Por el cauce del cuerpo) y, en cambio, bien vendran aqu el Primer interrogante y El mar lleg contigo de la primera parte; este, porque por su tono jubiloso y por su recurrencia simblica es claramente hermano de los varios que en la tercera parte tienen el mar como punto de arranque; aqul, porque su colocacin inicial no tiene, parece, otro objeto que servir de contrapunto al poema que cierra el libro, Interrogante final, y, sin embargo qu perfecta lnea continua supone este poema con Asuncin del olvido, cmo cierran realmente ambos un poemario nostlgico y cruel, agnico testimonio de esperanza! El ttulo del libro lo da un verso inserto en el poema central, el poema ms extenso publicado hasta ahora por Porpetta y, quiz, el ms pattico. Desde este poema, La llamada, est estructura do el libro y en l se dan las claves simblicas para entender el contenido total del poemario: Al corazn del poeta, a la puerta de su casa, alguien llama con tres fuertes golpes 80 como tres vendavales, como tres repetidas maldiciones. La reiteracin del verso alguien llama a la puerta articula el poema. En la primera parte, en la primera llamada, el clamor del pasado -los tres golpes que vienen de muy lejos- se detienen en la callada hondura I de todos los espejos y foscamente I un tiempo muy cansado se derrumba. Luego, cuando resuena la llamada, los tres golpes, como tres vboras, inician su ataque, penetran en el presente del poeta, arropado ahora en un nosotros. Es significativo que en diez versos Antonio utilice catorce verbos en presente de indi cativo, en una gradacin semntica muy estudiada, que configuran simblicamente, el asedio, destruccin y desolacin de una ciudad: los tres golpes se adentran en la casa, husmean... se apoderan... insultan... violan... asesinan... devoran.., queman, araan, derrotan, acometen, esparcen... fisgan, hurgan... Con una sintaxis en la que impera un intenso asndeton, Porpetta consigue un ritmo trepidan te. El devastador paso del tiempo ha llegado a los huecos ms hondos, all donde habita el silencio con su caudal de intactas profecas, donde slo gennina la esperanza. Vuelve a repetirse la llamada. Desde un desolado presente surgen las melanclicas, angustiosas interrogaciones del ubi sunt, que ya escuchbamos en Meditacin..., pero ahora acercadas a 1,in nuestros repetitivo que hace ms pattico el mensaje: qu fue de nuestros plpados qu cobardes espigas crecen en nuestros hombros Dnde aquellos paisajes... Qu fue de nuestros labios En qu tumbas de vidrio se ocultan mies/ros ojos 81 Qu granizos, qu ortigas han nacido en el limpio mantel de nuestros vientres Inmediatamente sern los tiempos del pasado los que llenen los versos ms hermosos y, a la vez, agnicos del poema. Aqu est ese verso que da ttulo al libro y que ha despistado a ms de un crtico, pues no es de sensualidad arbiga de lo que aqu se habla: Ardieron ya los sndalos (...) Callaron ya las ctaras (...) Derrocaron los astros su antiguo podero (...) Abri la soledad sus laberintos (...) y nos crecieron anchas oquedades en el caudal del alma. Los smbolos ms propiamente porpettianos, los que venan desarrollndose desde La huella en la ceniza y alcanzaban su punto lgido en Meditacin... se acumulan en esta parte del poema. El tiempo -llama que convierte la vida en un incendio es tambin el musgo y la ceniza devanando tan slo la costumbre, dir recordando a Garcilaso. Y tambin, como haba hecho en sus libros anteriores, opone a la absoluta aniquilacin la esperanza de la huella amorosa en ese universo de ceniza: y seremos dos ciegos prisioneros esperando el ocaso, ya siempre encadenados, pero libres, plenos de libertad en la intemperie. Esa idea del amor como cadena que hace prisioneros, uno del otro, a los amantes, pero que al mismo tiempo los libera de la esclavitud del tiempo, la tendremos repetida en otro de sus gran des libros: Tenitorio del fuego, libro, como veremos, deudor en varios aspectos del que ahora comentamos. 82 Si me he detenido en el anlisis de este poema, La llamada, es porque estoy en absoluta disconformidad con algunos juicios en los que se considera Ardieron ya los sndalos como un mero canto amoroso, y muchsimo menos se puede considerar a este libro en troncado con la tradicin arbigo -andaluza. No; por muchos sn dalos que ardan. El poema analizado que, no olvidemos, es el que da ttulo, con uno de sus versos, a todo el poemario, no deja lugar a dudas: ante el acoso del tiempo y de la muerte, el amor es el nico cobijo en la intemperie. Intemperie es la palabra elegida para cerrar un poema en el que la devastacin del tiempo llama continuamente a nuestra puerta. Por eso, me parece mucho ms afortunada la opinin de F. Martnez Ruiz al considerar que este libro se sita ms all de la exaltacin amorosa y aun de la transposicin idealizadora, pues de lo que se trata es de la defensa del amor como supervivencia (ABC, Madrid, 26-2-1983). Precisa ra que el libro no es una defensa del amor, no hay un slo poema en el que el poeta defienda al amor sino que este es la nica defensa que tiene el poeta contra el ataque y la aniquilacin producida por el tiempo. Veamos ahora con cierto detenimiento la lnea argumenta] del libro. Se inicia con Primer interrogante, que es afirmacin jubilosa de que ella estaba ya, antes del tiempo, predestinada a l. Tal vez este poema debera ir junto a Naciste ya conmigo, en la tercera parte, y, en cambio, situado donde est ayuda a la incom prensin. Otra cosa es que se pretenda dar al libro una visin de crculo cerrado, de acabar donde se comenz. Pero creo que tal objetivo se podra haber logrado con otros medios. La llegada del amor -El mar lleg contigo- supone la ruptura con una infancia y adolescencia oscura. El mar, como realidad o como smbolo polivalente, es una constante en la poesa de Por petta. El mar es siempre en Antonio el Mediterrneo. Esa medi terraneidad que, a su decir, se inanifiesta en una marcada sensuali dad idiomtica, en una luminosidad descriptiva y metafrica, en una amplia sonoridad versal. Hay unas caractersticas formales propias de los poetas mediterrneos Antonio, en su ponencia al I Semi 83 nario El mar en la mitologa y la literatura, desarrollado en la Universidad de Puerto Rico, en septiembre de 1991, sealaba las siguientes: Junto a una intensa alegra de vivir -manifestada en un claro sensualismo que a veces alcanza intensidades epicreas un sentimiento hondamente participativo en el dolor universal del hombre; junto a la vivencia ms hedonista del instante, una percepcin segura de la fugacidad del tiempo, con su carga de destruccin y deterioro; junto a la visin irnica y satrica del mundo, su trascendencia y sublimacin; junto a la contem placin interrogante del universo exterior, la introspeccin meditativa del propio yo; junto a la duda, la irrefutable cons tatacin. Creo que es un perfecto autoanlisis que nos ahorra intiles elucubraciones. En los ocho restantes poemas de estos Augurios... subyace la angustia existencial, y muchas veces la fe en la permanencia a tra vs del amor no es ms que un querer creer, contra la evidencia, en esa salvacin: as en Duda urgente, cuando mayor puede ser la felicidad de los amantes, se levanta impetuosa la incertidumbre: Seremos algo ms que un tiempo fugitivo... dos mnimas espigas olvidadas en una gran pradera La duda se hace evidencia, con toda crueldad, cuando el incendio de los cuerpos no puede detener el desvanecimiento de la luz de la tarde No pudimos luchar... y lloramos, porque entonces supimos que nunca fuera nuestro el universo, que jams lo sera. 84 A medida que avanza el poemario, el desaliento se superpone al gozo del amor. A veces, como en el Monlogo con Mozart en tarde de lluvia, el poeta manifiesta tambin su esperanza en la permanencia de la obra artstica: la msica de Mozart hace revivir el tiempo ido. Y una vez ms, en este libro de doloroso psicoanli sis, recuerda Porpetta sus orgenes: aqu la voz de Mozart inc retorna a infancias melanclicas, a cansadas esquinas, a horizontes que jams se me alzaron, a las sombras de olivos sin ternura en las desiertas sendas. Si el msico de Salzburgo, todava vivo porque vive su obra, sirve a su vez de revitalizador de quienes maana no seremos, es tambin espejo para el poeta, que hace sus poemas para volver a ser ms puros, quiz para volver a ser, tan slo. No quiero dejar pasar de lado que tambin en este poema est el arranque del ttulo y la idea del que ser el siguiente poemario de Antonio. La recurrencia al espejo como smbolo, que apenas se haba dejado notar en Meditacin..., se hace constante aqu, y tambin hemos visto como su inmersin en la memoria es cada vez ms despiadada. Precisamente Mozart, Bach y Beethoven son las aldabas que, levantadas, abren el recuerdo a una infancia en la que la msica estaba siempre presente en la casa paterna. No es, pues, extrao que sea Mozart quien resuma el tiempo eh nuestras sienes y que se anuncie El clavicordio ante el espejo con esos versos en los que se invita a W. Amadeus a beber y cantar en una tarde de lluvia y melancola: aunque algn clavicmbalo nos hiera las perdidas memorias, los espejos de lejano mirar. 85 Los Augurios y memorias se cierran con dos poemas muy significativos. En uno, Acceso a la renuncia, aparece la metfora del cuerpo femenino como territorio del fuego, que ser el ttulo del libro publicado seis arios ms tarde: ... cuando tu cuerpo era la patria indiscutible de mi pulso, sediento atardecer de mis centauros, territorio del fuego. Pero el poema es, sobre todo, interesante en el contexto porque marca el punto de inflexin de todo el poemario. Lo que era duda y presagio se convierte en evidencia: no hay esperanza de vencer y slo queda la aceptacin de la derrota. La imagen sobrecoge: el poeta, vencido, dialoga con la amada: ese fui yo. Pero tambin ella, el lbaro que empujaba a la lucha, es un sueo de cercanos otoos escondido en el lento cantar de tu cintura. El cuerpo de la amada era la patria, el territorio del fuego; lo que de ellos queda es slo pretexto de una historia, casi arcilla, agua que se derrumba lentamente en este espejo intil que es el tiempo. El ltimo poema es de una rigurosidad extrema en la construc cin y podra ser considerado como resumen y cifra de la potica de Antonio y, por supuesto, como sntesis de las tres partes de este poemario: 86 Primero ser un fuego (...) despus sern las brasas (...) y luego la ceniza resumiendo la nada (...) Mas seguirn unidas nuestra manos a pesar del olvido. Sera, sin duda, el obligado cierre del libro.., si el hombre, ser para la muerte, aceptara una derrota con nulas o mnimas condi ciones. Pero la visin del poeta es fijar la belleza efmera. En palabras de Cernuda: fijar la belleza transitoria del mundo que percibe, refirindola al mundo que presiente 33 . Ya se ha dicho repetidas veces: cada poeta, cada persona toma un arma para la lucha contra el tiempo; la de Porpetta es la del asimiento al amor, a la amada: lo ms mutable, hacindose eterno. El hombre ena morado es incapaz de ver cmo a su alrededor todo muere. Reto mando al autor de Ocnos: Algunos creyeron que la hermosura, por serlo, es eterna (...) y aun cuando no lo sea, ello y su contem placin son lo nico que parece arrancarnos al tiempo durante un instante desmesurado . Esto exactamente representan los poemas de la tercera parte del libro: una exaltacin de la belleza efmera del cuerpo, cauce por el que el ro humano penetra en el mar de lo inmutable. Desde esa idea de partida se construye un breve pero intenso camino en el que lo ertico -al decir de Leopoldo de Luis- cobra un sentido ltimo de poesa existencial 35 . Son, como dije, doce bellsimos poemas a los que se poda aadir dos, al menos, incluidos en la primera parte. En ellos, sin olvidar que el fro espera afuera, hay un cambio de tono: el asctico ubi sunt de los primeros poemas deja su lugar al hedo nista calpe diem! En este entorno, la sensualidad mediterrnea de Porpetta se desborda a travs de un lenguaje exuberante; en mu 33 Incluido en Poesa y literatura, pg. 199. Seix Barral, Barcelona, 1965. 34 Ocnos, pg. 37. Taurus, Madrid, 1977. 35 Revista Nueva Estafeta, Madrid, enero, 1983. 87 chos momentos es una poesa para leer en voz alta, dejndose llevar tan slo por la cadencia de los sonidos. Todos los sentidos tienen su fiesta, aunque quiz el tacto y el olfato sean los ms llamativos. Buen ejemplo es esa Balada de tu nombre, en la que en 25 versos se derraman los olores de 18 plantas aromticas, o la Balada de tus manos, en las que hay un aroma lento de caminos, en las que se levanta una espiga, se oyen las campanas, florece la madreselva, se duermen los tomillares, renacen los cipreses... Por dos veces se describe la ms incruenta de las batallas, dulce derrota de los cuerpos y, al mismo tiempo, nica victoria de los amantes sobre el tiempo. Es, en fin, un canto de posesin, s, con todos los tpicos de la poesa amorosa pero, al cabo, un canto estremecido porque llegar una noche intrusa (que) convierta nuestro asombro en intemperie. Por eso, en cierto modo, estos poemas tienen ms de elega amorosa, ms cercana a Aleixandre y Cernuda -deudora de Quevedo, por supuesto- que de Salinas o Neruda, poetas estos ltimos con los que algn crtico ha querido ver concomitancias. El poemario acaba con un intencionado cierre del crculo abierto en el primer verso del libro. Este comenzaba con un antes de ahora en el que la amada iba concretndose desde tiernas galaxias y mares olvidados en el ser presente. En ese Primer interrogante el poeta afirmaba su predestinacin enamorada. En el ltimo poema, Interrogante final, que comienza con un correlativo despus, los amantes se diluyen en el cosmos con la seguridad de que renacern juntos a una vida remota, bajo distinta piel, con diferentes lunas y an ecifes marcando nuestras frentes. La fe en el eterno retorno de las cosas, sobre todo la fe en el amor como motor del mundo, cierra este poema que, ciertamente, 88 rompe la tensin conseguida en todo el libro, puesto que la frgil confianza de acabar siendo slo ceniza enamorada es sustituida ahora, en estos versos triunfales con los que termina el libro, por una victoria segura sobre el tiempo: pero nos amaremos, seguiremos amndonos con este mismo amor de espejo y lejana, vencedores del tiempo, dueos indiscutibles del ayer y del siempre. Un lector atento deber contrastar este final con los correspon dientes de la primera y segunda parte del libro. No le pasar desapercibido el estrecho paralelismo impuesto por el poeta, pero notar claramente que estos tres ltimos heptaslabos, irremedia blemente, han roto el fundamento tan laboriosamente trabajado a lo largo del poemario. Y es que, a veces, un final feliz puede ser una necesidad sentirlo, aun sabindolo como engao. 89 6. EL CLAVICORDIO ANTE EL ESPEJO Las ventanas abiertas, siempre abiertas. Participando en la vida desde la contem placin, incorporndola a nuestro ser, compartiendo su fuego y su ceniza. Si hay que acudir a la autobiografa, que sea desde el alfizar, nunca de espaldas a la luz. (Intento de potica XXIV) La patria del escritor es su infancia. Este es un axioma comn a todos los escritores, a todas las personas, escriban o no, pero que se hace todava ms evidente en los poetas. En Antonio Porpetta podramos decir que el hombre es memoria. Se escribe desde el recuerdo o desde la ansiedad, es decir, escribimos lo que hemos vivido o de lo que es motivo de nuestro no -ser. Podemos encon trarnos en una u otra bifurcacin, pero ambos caminos llevan al mismo anhelo: querer permanecer vivos ms all de la muerte, querer mantener encendido un instante que ya es ceniza o preten der darle carne y sangre presente al momento que nunca podre mos vivir. Y para aventar esa ceniza y convertirla en llama el poeta no posee sino el conjuro de la palabra mgica, la palabra nica capaz de dar vida a lo que slo es tiempo descamado en los dems mortales. A lo largo de estas pginas que llevo escritas sobre la poesa de Antonio Porpetta he podido constatar su fijacin por el tiempo derrumbado. Es el caamazo que urde toda su obra. Esta, no hay duda, es una caracterstica comn a muchos poetas. Pero la im 91 pronta porpettiana es querer dar razn de nuestro particular tiempo presente por los ecos que perviven del pasado; o mejor: todo el pasado sigue rehacindose en el presente que, a su vez, ilumina el futuro. El lector puede comprobarlo especialmente en casi todos los poemas de La huella en la ceniza, en el hermossimo titulado Las huellas redimidas de Cuaderno de los acercamientos, en todos los que constituyen Meditacin de los asombros. Ardieron ya los sndalos, que puede considerarse como una inmersin en el tiempo conjunto de la pareja enamorada, es el claro punto de partida de EL CLAVICORDIO ANTE EL ESPEJO. En l hay ya varios poemas que prefiguran la lnea de este nuevo libro. En Algo as como un presagio -tan sugerente ya el ttulo Antonio escribe: El frecuentado espejo nos abra un infinito mundo de palabras (...) Tom forma la sombra: las siluetas concretndose fueron en latidos, cuajando vida al fin, llenando nuestro aliento de espacios. Suprimido el dintel, anchsimos umbrales nos cruzan la mirada. El smbolo del espejo ya haba aparecido en otros poemarios suyos; lo mismo, y ms frecuentemente, la msica, algunos instru mentos musicales haban sonado en las pginas de sus libros; ya vimos como el clavicordio y el espejo se unen en la memoria en su poema Monlogo con Mozart en tarde de lluvia. Se podran aportar otros muchos versos, pero baste con recordar de nuevo los que cierran Ardieron ya los sndalos: Quizs nunca sepamos quines fuimos y nuestros viejos nombres slo sean como una oscura msica. Pero nos amaremos, seguiremos amndonos 92 con este mismo amor de espejo y lejana, vencedores del tiempo, dueos indiscutibles del ayer y del siempre. Si ahora el lector abre la primera pgina de El clavicordio... encontrar que el clima potico, el ritmo, la palabra, no ha variado. Tan slo que la pareja ha quedado por un momento des lazada y el foco de atencin se concentra ahora en el personaje masculino. Durante los 10 poemas dobles de El clavicordio... y en los 24 poemas de Los sigilos violados nos va a hablar de s mismo, desvelando sus ms ntimos secretos, como autoviolando mi propia intimidad, le comentar Antonio a R. Hiriart 36 . Despus de estos dos libros de desnuda confesin, la pareja volver a encontrarse, ahora ya dueos indiscutibles del ayer y del siempre, en los versos ardientes de Territorio del fuego. EL CLAVICORDIO ANTE EL ESPEJO obtuvo el Premio Hilly Mendelssohn de Poesa, convocado y concedido por primera vez por la Asociacin de Escritores y Artistas Espaoles el 11 de noviembre de 1983. El libro se public el 14 de febrero del ao siguiente. A la convocatoria se presentaron 76 libros de poesa inditos y el tribunal, presidido por Guillermo Daz-Plaja, apreci la original y perfecta construccin del poemario de Porpetta, as como la consumada maestra del verso. Lo sorprendente de este libro, considerado por la crtica como el ms acabado de Antonio, despus de Meditacin de los asom bros, es que lo gest y lo termin en tan slo 38 das, entre julio y agosto de 1983. Por esas fechas estaba escribiendo los poemas de lo que sera Los sigilos violados, libro para el que haba recibido, a finales de 1982, una Ayuda a la Creacin Literaria; sin embargo, como l mismo recuerda en carta a quien esto escribe, en un viaje a Valencia a principios de julio de 1983, se me cniza la idea de otro libro en el que los poemas fueran por parejas, etc., etc.,... y, a pesar de estar escribiendo Los sigilos... con fecha fija, lo dejo casi todo y 36 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 155. 93 me dedico de lleno a El clavicordio..., cuyos 21 poemas escribo ntegramente en 38 enfebrecidos das, junto a otros poemas de Los sigilos.... Este, del que ya haba compuesto 14 de los 24 poemas de que consta, fue terminado un mes despus de acabar El clavicordio... Para un lector atento a la obra porpettiana no cabe duda alguna de ese cruce mental y del paralelismo existente entre el poema El nio, de Los sigilos violados y la idea nutricia de El clavicordio... El 2 de julio de 1983 Antonio escribe el poema al que hago referencia; en l nos habla de la imagen de un nio, de cualquier nio azuzado por los perros de la guerra. Desde el recuadro de un peridico, la imagen del nio desvalido llega a nuestra bien surtida mesa donde desayunamos: Hay un nio que llega cada da ofreciendo su mnima intemperie sobre el claro mantel del desayuno... Viene desde muy lejos (...) ... derrumb su infancia en un instante ... Nunca nos pide nada, slo mira desde un viejo silencio... (-) Pues bien, en esos momentos se produce la simbiosis. La imagen de ese nio que viene de muy lejos, desde la intemperie, es ese mismo nio -hombre reflejado en el espejo de la habitacin donde escribe. Y de inmediato ese ro subterrneo emerge: entre el 9 de julio y el 15 de agosto, Antonio escribe 24 poemas, de los que tres irn a Los sigilos..., si bien los titulados Las cpulas y Teora del tiempo, incluidos en este ltimo libro, es difcil separarlos del tronco comn que une a los de El clavicordio... El libro, adems de un breve preludio -que podra servir perfec tamente tambin como eplogo- est formado por 10 poemas do bles, es decir, un poema unitario en el tema est dividido en dos tiempos, el del recuerdo e impresin de un hecho, ser o circunstan cia de la infancia, y la correspondiente trasposicin del efecto a la vida actual del poeta. Y hay que decir que, si no en todos, en bas 94 tantes el poema termina con un futuro condicionado. Vanse El amor, Los sueos, La intemperie, La lluvia, La muerte, El silencio.... Lo curioso es que slo cinco de estos poemas fue ron compuestos el mismo da o en das consecutivos al de su co mienzo. Para un estudio especializado en la creacin potica que dara la explicacin del apasionante proceso de la formacin del poemario. Leopoldo de Luis define esta poesa como de reactualizacin ms que de retrospectiva; la memoria queda relegada a funcin de agente movilizador 37 . Es tambin autobiografa, evidentemente; es radiografa de determinados surcos del alma que, sin ningn pudor, la expone a los lectores: si hay que acudir a la autobiografa, que sea desde el alfizar, nunca de espaldas a la luz, haba escrito en su Intento de Potica. Formalmente este es un libro que se caracteriza por su perfec cin. Parecera, si no supiramos de la intuicin del poeta y de la rapidez como fue concebido y terminado el poemario, que se hu biera trabajado con la intencin de hacer un perfecto encaje de piezas. La tcnica del contrapunto preside todo el libro; la meloda y el silencio crean la atmsfera mgica en la que se anudan sueos, paisajes, amor, Dios, muerte; a un determinado nmero de verbos en pasado, en un poema impar, le responde una misma cifra de tiempos en presente en el par; a la lentitud maestosa de un poe ma, le contrapuntea el vivaz ritmo impuesto por la polisndeton y el encabalgamiento en el complementario; a los versos heptasla bos, rpidos, en un poema que rememora la infancia, se oponen los versos endecaslabos, alejandrinos incluso, en su poema -reflejo de la madurez. El ritmo, tan cuidado, tan propio de toda la poesa porpettiana, es aqu elemento primordial. Como buen ejemplo, cabe leer en voz alta el poema titulado La isla, donde alternando endecaslabos y heptaslabos, y buscando el eco del paralelismo y el que produce la aliteracin, consigue el efecto sonoro del batir y alejarse de las olas sobre la playa. 37 Rey. Insula, Madrid, mayo, 1984. 95 Podemos, ms que en otros libros de Porpetta, considerar este como un slo poema, una sola meloda de la nostalgia que con tiene veinte variaciones sobre una misma nota. Si en Meditacin... esa meloda tena a veces un contrapunto violento, grito a veces incontrolado de rebelda, en El clavicordio.., es siempre susurro, tenue susurro de lluvia tras los cristales. Y con esa msica callada, el smbolo del espejo: El espejo para m es un smbolo de la memoria, unas veces, y de la atraccin de lo desconocido, otras. Siempre me han atrado los espejos: qu hay detrs de ellos qu imgenes retienen qu latidos conservan de todo lo que, a travs de los aos, se reflej en ellos qu pasa con los espejos contempla dos en plena oscuridad Por qu esa sensacin de herida, cuando no de muerte, cuando rompemos un espejo Hay que tener mucho respeto a los espejos: son casi seres vivos, algunas veces peligrosos, otros misericordes. Siempre, siempre, mgi cos . El espejo como smbolo est ya en sus primeros libros. En Cuaderno de los acercamientos, como vimos, la ltima parte del poemario se unifica bajo el epgrafe Ante el espejo y, vase la coincidencia -o, lo que es lo mismo, los motivos recurrentes en la obra de Antonio- aquella parte del libro, como ahora El clavicor dio..., lleva una cita de Vicente Aleixandre y est -todo l- dedi cado a su padre, a su callada msica, a sus libros cerrados. Si buceamos ahora un poco en esos diez fanales de la memoria que suponen los poemas impares del libro nos encontramos con una autobiografa no organizada cronolgicamente sino atendiendo a diez impactos emocionales. En el primer poema descubrimos a un nio sensible en un entorno hosco y deshumanizado, donde el afn del dinero ahoga toda ansiedad de belleza o eternidad: una lluvia de cobre sepultaba la rebelin del viento, 1s Rosario Hiriart, op. cit., pg. 160. 96 la rtm ica liturgia de las mquinas silenciaba los astros, ninguna primavera arda en la tristeza de sus calles. Y las gentes de arcilla ignoraban las voces del crepsculo hambreando con furia su metal cotidiano. All, un ro por el que apenas corre agua en su cauce, un ro sin nombre ni memoria y un mar que se adivinaba cercano, a la dis tancia justa del grito y de la lgrima, son los smbolos reales de una clara sed de algo que no puede satisfacer en la ciudad natal: Durante algunos aos hubo un nio que quiso Ser gaviota, y en las sedientas tardes, cegado y malherido por el pramo, tristemente volaba sobre un acantilado de trigales. Tambin de la ciudad materna son los recuerdos de las primeras semillas de una lumbre dulcsima y feroz, el despertar amoroso. Y son de la ciudad primera los juegos en la vieja estacin de ferro carril y en los adarves del derruido castillo. All, un nio en extremo sensible, retrado, soador, buscaba manantiales de cpu las y alondras en el aire o se refugiaba en la iglesia, ensimismado, atrado por el brillo de los ojos de una imagen de la Virgen, hennosa como el agua, o desasosegado ante el cadver macilento de un Cristo atezado de espinas y puales. Y vemos a ese nio es conderse entre las sbanas, asustado por su propia imaginacin en la noche, sin que nadie acuda a mitigar su espanto: nadie supo de la larga pavura de mis noches, del terror de mis ojos 97 alentando la aurora, ni del llanto escondido en las almohadas. Por fin, el nio comienza a alejarse de su infancia cuando la muerte penetra por primera vez en el entorno familiar. La muerte de la abuela Clotilde en 1947 (tena Antonio 11 aos) supona la primera puerta que se cerraba en mi azulada infancia. Los destellos que se escapan por las rendijas de la memoria retratan una infancia con excesivas sombras. Un psicoanalista podra desarrollar una interesante teora de la espera con los siguientes datos repetidos que se esparcen en los poemas impares: una ciudad ajena, extraa a su imaginativo mundo interior; la ausencia flagrante -y fl agelante- de amigos en sus juegos, juegos infantiles, por otra parte, sustituidos con frecuencia por una di versin ms intelectual o menos propia de los nios de su edad; la carencia de una afectividad fraterna o maternal (nunca aparece la hermana, no hay una sola referencia a la madre) aunque abunden, en cambio, recuerdos vibrantes de cario al padre o a la abuela paterna. A esta se la evoca como un liviano cristal, una campana de tiernsimo bronce: Y en la alegre verdad de su mirada yo averiguaba, hondas, mis lejanas races. Del padre, quien ya en esos momentos en los que Antonio publica el libro sufra su ltima enfermedad que le llevara a la muerte en 1985, escribe sentidos versos. Los dos ltimos poemas del libro son un emotivo homenaje al hombre que le hizo amar la msica, y la presentida muerte del mdico Porpetta provoca en el hijo uno de sus mejores poemas: El silencio. Y aquel rbol, aquel hermoso nido de campanas que yo creyera indemne pedernal, muro de luz, eterno mananto, 98 es un parvo jilguero cuyos dedos ya tientan los alcores de la oscura frontera. En los diez poemas pares, el propio poeta es quien hace su mejor psicoanlisis. Veamos. Del hosco recinto que nunca comprendi las primaveras escap para ser un ciudadano del aire, pero es consciente de que siempre el destierro me nace en la gammanta. Aquel nio que no tuvo ro ni mar, se ve hoy a s mismo como una isla entre cadenas, siendo yo mi propio ro alzado en llamaradas. En los diez poemas del presen te vemos tambin a un hombre acosado por el tiempo, derrumba do por el desaliento del que se sabe al fin vencido. Este es un poemario no slo de la nostalgia; tambin, mucho, del desconsuelo. Es significativo que, prcticamente todos los poemas del presente, acaben con la visin trgica de un futuro vencido por el tiempo. As, por encima de la imagen esplendente de la amada tras el acto de amor, se superpone el reflejo de la desolacin corporal tras el oscuro trabajo del taladro tenaz del tiempo, o bien la evocacin del castillo destruido le lleva a esta conclusin: Somos como castillos desolados cayendo poco a poco entre el silencio de este arrabal oscuro que es la vida. Esa conciencia del derrumbamiento, de vivir una noche que no tennina nunca, se adensa y estremece ms a medida que avanza el poemario. En los cinco ltimos poemas pares ya no hay una mira da o reflexin sobre lo tangible, lo concreto, como ocurre en la primera parte del libro; ahora la conciencia de la irremediable soledad humana, de ser slo para el silencio, le ha anegado toda esperanza sobrenatural. El ubi sunt de Meditacin de los asombros emerge ahora acentuado en la referencia a nosotros mismos, y ya ni siquiera hay fuerzas para gritar un campe diem! que incluso estaba, como vimos, sosteniendo el otro pilar de Meditacin... 99 ... y jams descubrimos adnde van las voces, las miradas, el calor de las manos, los secretos archivos de las frentes. Tambin es significativo que en los ltimos nueve poemas se repita la palabra silencio, hasta convertirse realmente, por su valor metafrico, en el verdugo que acallar definitivamente la meloda del clavicordio. En el ltimo poema, el silencio se ha extendido sobre la casa familiar, ha cubierto la vieja gramola en la que el nio empez a amar los sonidos, y ha velado la huella de los espejos... En el silencio se est diluyendo la sombra del padre, incapacitado para la palabra y el gesto. Porpetta, al cerrar el libro, no deja ningn resquicio a la esperanza: Y ya todo es silencio. Y una herida lentsima avanza por la casa, quedamente, como el largo finak de algunas sinfonas. Hasta que * llegue el triunfo de la noche y en la memoria caigan derrumbadas las ltimas infancias. Cuando el clavicordio enmudece, cuando el lector cierra el libro, siente que ha participado plenamente en el concierto: hemos estado escuchando la meloda de nuestro propio clavicordio, de nuestra propia memoria, y nos hemos visto reflejados en la misma imagen del espejo que devolva la del poeta. Quiz no sea otra la misin de la poesa. 100 7. LOS SIGILOS VIOLADOS En el centro del poema, siempre, el hombre. No hay autntica poesa si en ella no campea el humano acento, tanto ms profundo cuanto ms solidario. (Intento de Potica XI) Para conmemorar el nmero cabalstico 7 (es mi sptimo libro de poesa) quise reunir en un poemario los temas que aparecen con ms frecuencia en mi poesa, aquellos que constituyen mis motivos fundamentales de preocupacin po tica, y por lo tanto humana: el hombre, el tiempo, la muerte, el amor, la nostalgia, etc. El planteamiento era tan directo, tan abierto, que a medida que lo escriba me iba sintiendo ms y ms desnudo, como desvelando al aire inis ms ntimos secretos, como auto violando mi propia intimidad. De ah vino, en consecuencia, su ttulo: Los sigilos violados, que tambin da nombre a una de las cuatro partes de que se compone 39 . A finales de 1982 Antonio haba recibido una Ayuda a la Creacin Literaria que le concedi el Ministerio de Cultura. Inmediatamente comenz a escribir lo que largamente haba madurado en su ya tpico proceso de gestacin de un libro. El mismo da de Ario Nuevo, como si de un rito o promesa se tratara, tres taidos de campana se esparcen por el valle donde est 39 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 155. 101 situada Torremozas: Antonio ha escrito los tres primeros poemas El vencido, Reivindicacin de las estrellas y Salutacin a la tristeza. En los primeros quince das de enero, la finalizacin de once poemas parece asegurar la rpida terminacin del libro; sin embargo, con la excepcin de dos poemas escritos en abril, no se reanuda hasta comienzos de julio. Entonces, como vimos al hablar de El clavicordio..., ambos poemarios se entrecruzan y, acabado de un tirn este, Antonio termina Los sigilos... el 4 de septiembre de 1983, cuando escribe el poema titulado La memo ria. El clavicordio.., obtendr el Hilly Mendelssohn el 11 de no viembre; Los sigilos.., ganaba la VII Bienal de Poesa Provincia de Len en enero de 1985, y ambos libros de ntima biografa, como respondiendo a un pacto con el destino, se publicaron en las fechas de cumpleaos del poeta: 14 de febrero de 1984 y de 1985, respec tivamente. Y para que no faltaran coincidencias, tambin en fe brero, en 1987, Los sigilos violados consigue el Fastenrath de la Academia Espaola, premio que, como se sabe, se concede cada cinco aos a uno de los libros publicados durante ese perodo de tiempo. Estamos, pues, ante un poemario con aureola. El hombre que apareca dibujado en el espejo, reflejo del nio avivado por el clavicordio de la memoria, descubre aqu, quiebra, los ltimos sellos que ocultaban su intimidad. Son, lo dice l mismo, los sellos que acuan su poesa y son, tambin, las seas de su identidad. No eran ningn secreto: desde su primer libro Porpetta ha escrito siempre desde el solar en construccin del alma / porque nada est vivo sino ella. La cita de Rosales que encabeza Los sigilos... podra encabezar igualmente su obra completa porque sabe bien y sigue Porpetta el axioma de Angel Gonzlez: todo lo que no es autobiografa es plagio. Los temas poticos de su obra son los mismos eternos temas de todo poeta: En poesa todo est dicho, no nos engaemos, porque los 40 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 164, anota que el poeta cuando termina un poema, sea la hora que sea, tae una hermosa campana de convento que cuelga en el interior de su torre -refugio. 102 temas poticos son cinco o seis: muerte, amor, tiempo, soledad, temor... Se trata de decir lo mismo, slo que de forma distinta. Y cul es el tratamiento distinto de Antonio Porpetta La respuesta est en su sensibilidad mediterrnea; los temas de siempre estn expresados con el esplendor sensorial y verbal tan propio de la mediterraneidad y el estremecimiento existencial queda atemperado por una ntima melancola que fl uye mansa mente, sin patetismo. La sonoridad, el ritmo del verso, la seduccin de las imgenes impregnan de sensualidad la raz ms amarga. Precisamente ese poder de la imagen y su fuerte evocacin hace -al decir de Florencio Martnez Ruiz- que haya convertido a su poesa en una de las visualizaciones ms atrayentes del lenguaje potic,o 42 . El libro est dividido en cuatro partes: Historia del hombre, Los sigilos violados, Dramatis personae y Motivos condicio nales. Hay, por supuesto, un claro eje constructivo, pero es el libro con menos unidad interna de todos los de Porpetta, a excep cin del primero. El poema inicial, Historia del hombre, largo poema dividido en dos bloques, es la presentacin de ese ser, luz y sombra, del que se har intrprete el poeta cuando en los siguientes poemas -en la segunda parte del libro- vaya desvelando los secretos que le constituyen, mostrando los diversos rostros de una misma alma -Dramatis personae- y acabe con unos poemas apelativos, diri gidos a un vosotros, a todos los hombres, que mantienen la es .tructura dialctica del que inicia el libro: son los poemas de Motivos condicionales. Es un hallazgo que el poemario comience con una conjuncin ilativa y una interrogacin retrica: Y qu decir del hombre... 41 Rosario Hiriart, op. cit. pg. 147. 42 F. Martnez Ruiz: Porpetta, un Fastenrath con vida dentro, Diario ABC, Madrid, 26-2-1987. 103 Creo que la intencin de continuidad con los sellos personales ya desvelados en El clavicordio ante el espejo es manifiesta. All era el nio quien reciba la salvacin por la memoria; aqu es el hombre, que se redime por la palabra. Veamos sucintamente el camino de salvacin propuesto por el poeta. La construccin del primer ncleo del libro es francamente interesante. Historia del hombre puede ser muy bien un poema pico, y a eso ayuda un lxico grandilocuente y una mtrica intencionadamente quebrada. El hombre ese montn oscuro de temblores que lanza desde el fro su mirada de arbusto... aparece en la primera parte como un dios dominador de ventisque ros, de montes y de ros, seor del trueno y de la aurora. Con la misma tcnica de contrapunto que vimos en El clavicordio..., en la segunda parte del poema, el hombre es, por su propia culpa, un dios al que una seda invisible que tejieron araas implacables fue encadenando en su guarida, robndole sus alas, cercenando su sed... La imagen del hroe cado, atado a las columnas, indagando la vida con sus ojos de esparto, no es la de un ser abstracto, la del hombre genrico, sino la intemperie den amada en mis propios espejos. Consecuentemente el esfuerzo del poeta ser liberarlo, libe rarse a s mismo de las cadenas, romper la seda invisible de las araas. Todos los sellos levantados en el segundo ncleo del libro tienen ese objeto: conocerse es liberarse. Y todos los sigilos vio 104 lados suponen el conocimiento puro y simple de los temblores hu manos y de los generadores poticos de Antonio Porpetta. Qu encierran estos sigilos En los 10 poemas que se agrupan bajo este epgrafe est, ya en los ttulos, la enunciacin de sus temas poticos: la persecucin de los sueos (Las cpulas, Rei vindicacin de las estrellas); la lluvia generosa de la nostalgia (Retrato en amatista, Salutacin a la tristeza); la permanencia en la memoria (Las voces); la larga herida del tiempo (Intem perie, Teora del tiempo); la libertad encontrada en la palabra (Las palabras) y, como resumen de todo el inventario, la lumbre duradera del amor: Por el amor se salva nuestro pobre inventario, tan slo por su aliento suma y sigue la vida. Son, evidentemente, los ejes en los que giran todos sus libros. Tambin es verdad, como hemos dicho, que son los temas eternos de la poesa, pero vale la pena recoger aqu la particular reflexin que Porpetta hizo sobre algunas de estas cuestiones en sus conversaciones con Rosario Hiriart. El tiempo: Yo no me propongo casi nunca, de una forma directa, el tema del tiempo en mi poesa, conscientemente. Pero va sur giendo en mis poemas como una msica de fondo que nunca me abandona. A veces, aunque yo mismo no lo quiera. Vivi mos en el tiempo y somos tiempo. El tiempo nos hace y nos deshace. Hay una edad en la vida, distinta en cada persona, en que el equilibrio entre memoria y esperanza se rompe para siempre, y cada vez es mayor la memoria y menor la esperan za, con la consiguiente merma progresiva de posibilidades de realizacin. Slo reutilizando materiales de la memoria, ha cindolos revivir; convirtindolos casi en momento presente, 105 puede contrarrestarse ese desequilibrio, aunque ello, por su puesto, no frene el paso devastador del tiempo, porque no deja de ser un juego, una especie de autoengao... Me preocupa mucho esta herida larga que el tiempo va dejando en las cosas y en las personas... Todo lo derruido -sea humano o no-, todo lo que fue y est dejando de ser, siempre me provoca una ternura especial, un dolorido llanto interior -43 . En Fugit tempus escribe: ... Pero si el tiempo quiere reclinar su cabeza en vuestro hombro hacedle con ternura una cuna de luz en la memoria (...) Vigiladle: mientras el tiempo duerma seremos inmortales. La muerte: (-) No me preocupa la vejez como tal pero s las posibilidades de deterioro mental -o de deterioro fsico con repercusiones indirectas en lo mental- que la vejez suele conllevar. No me asusta la muerte propia. Es como una aventura ms, quiz definitiva. Pienso que la muerte no es ms que el comienzo de un gran viaje, un viaje lleno de sotpresas, aunque no sepamos a ciencia cierta si podemos regresar de l. Pero que ha de ser hermoso, con toda seguridad. Lo que s quisiera es una muerte digna, como una rendi cin sin condiciones, pero llevada a cabo con cierta altivez. Yo la imagino luminosa, tierna, repleta de posibilidades, aunque tambin de dudas... Lo que me preocupa es si la muerte traer consigo el prescindir para siempre del amor a ini gente, a mis cosas, a mis paisajes, aunque me est vedado el participar 43 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 169-170. 106 directamente en ellos. ... Quizs la muerte sea slo y exclusivamente memoria, sin que quede ya ni un pice de esperanza. No me disgusta tainpo co, ni mucho menos, esta posibilidad. En Retrato en amatista escribir: Pero la muerte tiene sus anchas claridades, universos de mbar, playas inagotables de arenas como estrellas donde el sol es ms justo y el mar lleva en sus alas un peifitine de inaccesibles rosas que imanta y enamora. Dios: No me considero una persona religiosa, en el sentido tradi cional de la palabra, pero s tengo la conviccin de que mi vi da est ligada y en cierto modo condicionada a una fuma su perior cuyas dimensiones, significado y lmites de accin no llego a comprender ni alcanzar. Creo en esa fuma superior que, para entendernos, podemos llamar Dios pero no creo en la posibilidad de unas relaciones directas del hombre con Dios: sera demasiado presuntuoso por nuestra parte, aunque nos conforte el creerlo y considerarnos individualmente protegidos. Pero s creo, en cambio, en un acercamiento del hombre a esa fuerza a travs de su identificacin con la naturaleza y con todas las manifestaciones del arte, de la ciencia y de la tcnica, y en una participacin del hombre en los destinos superiores de esa fuerza por medio de su propia obra de creacin 45 . Rosario Hiriart, op. cit., pg. 170-171. 45 Idem, op.cit., pg. 198. 107 No hay en Los sigilos violados un poema que hable directa mente de Dios, lo cual ya es un sntoma a tener en cuenta. Sin duda es en El clavicordio.., donde se encuentra ms explcitamente desarrollada su idea de la divinidad. As en los poemas La imagen y Dios. La palabra: Amo profundamente la palabra, disfruto con ella, soy feliz descubrindola y manejndola. Entre otras cosas, porque creo que la palabra es lo nico que me hace verdaderamente libre. Las posibilidades de nuestra lengua son infinitas, y no puede quedarse uno en lo meramente convencional. Esto no significa que el poeta tenga que contentarse slo con eso, pues ello supondra caer en un preciosismo huero, en un mero estilismo sin mayor trascendencia... Aparte de la originalidad en ideas y en recursos poticos y de la certera utilizacin idiomtica, creo que no hay autntica poesa sin emocin. El poeta da vida a la poesa, pero tambin la poesa da vida al poeta. Hay entre ambos una relacin de mutua entrega, de enam orandento, de rendicin... La obra es una parte de la vida del poeta, o un alargamiento, una continuacin de su misma vida 46. En Los sigilos violados hay un poema que lleva por ttulo Las palabras. Su estructura, 48 heptaslabos en dos columnas, permite a veces una triple lectura. All escribe: Vosotras sois mi patria, mi nico universo: slo con vuestro aliento puedo habitar sin llanto esta vieja intemperie, esta piel fatigada. Rosario Hiriart, op. cit., pg. 158. 108 Vosotras me hacis libre: en vosotras renazco. La tercera parte del libro es un buen ejemplo de poesa narra tiva: Dramatis personae. El ttulo nos hace pensar en la carac terizacin -interna y externa- de los personajes que van a interpre tar una obra dramtica: un nio que lleva la herida grande de todo el universo; un esclavo que un da siente la libertad del mar y ya siempre sus ojos I se alzaron acechantes desde el suelo I con la lenta esperanza de los tigres; el vencido en todas las batallas, espejo fiel del vencedor efmero; un loco, el loco sin nombre de cada pueblo, por el nico en cuya muerte lloran los pjaros; la estatua del h roe, ya slo bronce y piedra ajena a la vida; y la tierna imagen del anciano liberado, redimido de su azada y pobreza campesina, que muere de aoranza en la gran ciudad. Son seis personajes que hallan su autor, seis caras de un mismo drama; personajes, ms caras dramticas, smbolos claros de una cierta ansiedad: todos los personajes, tambin el hroe que vivi para ser estatua y nido de palomas, son uno: el hombre en su dramtica bsqueda de la felicidad. Pero no estamos ante una poesa social. Estoy totalmente de acuerdo con Mara Dolores de Ass: Nos encontramos, a pesar de lo que poda parecer por la ndole de la temtica, lejos de la poesa social. Se tratan los temas desde una comunin solidaria. La poesa ha tras cendido, para llevarlo a la cumbre de lo hondamente huma no, la circunstancia concreta; ha desvelado en sus exigencias el estar con nuestros prjimos desde el hecho de coMpartir la misma condicin 47 . Seis poemas cierran el libro. Son los Motivos condicionales, construidos tambin siguiendo la tcnica del contrapunto expresada 47 M.D. de Ass: Antonio Poipetta, poeta del asombro, en Crtica, Madrid, mayo, 1987. 109 en Historia del hombre: tras la prtasis abierta a todas las posibilidades de realizacin humana y potica, la apdosis determi na claramente la eleccin hecha por el autor. Hay en estos poemas un tono conversacional, de lenguaje directo, que los hace especial mente sugerentes. Es, en realidad, la sntesis en verso de su Potica, que publicar en 1986 en Cuadernos para la Investigacin de la Literatura Hispnica. Pero, a su vez, son tambin otra mane ra de violentar los sigilos expuestos en los diez poemas de la segunda parte del libro, slo que aqu llevando al lector a ser partcipe de la accin, a provocar en l el nacimiento de la creacin potica. No s si sera excesivo considerar a todo este apartado como una propedutica, pero as lo sugiere el abuso de los apelativos, los imperativos, las recriminaciones y las amonesta ciones. El poeta es aqu el conductor de un proceso que haga germinar en el lector las races de su sensibilidad, aunque no llegue jams a escribir un solo verso: Arboles sois (...) No os preocupe la especie ni la forma: es igual ser ciprs, nogal, olivo, araucaria o enebro. Lo que importa es disponer de sombra y ofrecerla a todo caminante... 110 8. I ERRITORIO DEL FUEGO No nos engaemos: todo est dicho. Pero hay que seguir dicindolo de forma distinta. Porque la poesa es un ro que no encontra r nunca su mar, aunque lo busque implaca blemente. Ah est la razn de su hermosa supervivencia. Y la gloria y miseria del poeta. (Intento de potica XVIII) En mayo de 1988 la editorial Torremozas, en su cuidadsima coleccin El vaso de Berceo, publicaba el hasta ahora ltimo libro de poesa de Antonio Porpetta: TERRITORIO DEL FUEGO, editado por segunda vez en abril de 1989. Veinte poemas y un Introito componen este poemario que ha sido unnimemente elogiado por la crtica, aunque no siempre se ha entendido bien el sentido ltimo del libro. Porque es fcil ver, en su primera lectura, que nos encontramos ante un poemario de amor, quizs ante un solo poema de amor dividido en veinte frag mentos, que expresa el gozo de la exploracin del cuerpo amado y el xtasis de la pasin amorosa. Todo el poemario est compues to siguiendo un periplo por la geografa del cuerpo femenino: el poeta es el viajero que avanza por el territorio del fuego y va ascendiendo, siempre rodeado de seriales de lumbre, hasta el cen tro mismo del volcn ertico para convertirse, tambin l, en brasa incandescente. A lo largo del camino el autor ha prevenido muchas veces al lector para que no olvide cul es el destino del trayecto, porque, aunque es un recorrido de descubrimiento y exploracin, 111 no es un viaje de arribada. No puede serlo conociendo las facul tades del piloto y las orientaciones de sus anteriores singladuras. Por supuesto que es un poemario de amor, un original vuelo sobre todos los tpicos de la poesa ertica de siempre, pero es tambin una meditacin de los asombros. Una vez ms, como entonces, como en Ardieron ya los sndalos -poemario gemelo del que ahora comento- la contemplacin de la belleza, la posesin de la mujer amada, es pretexto para meditar sobre la fugacidad de la rosa. Vemoslo. El poemario arranca con una aclaracin: no se canta a una destinataria concreta; la amada que aparecer en las poesas no es una sola o determinada mujer. Antonio dice que es compendio de varias realidades que dejaron huella en la piel y en la memoria del autor. Podra parecer una machada de un presuntuoso don Juan, pero es la primera serial para desnortados: despus de veinte poemas a una mujer, a su cuerpo, no sabemos cmo es fsicamente esa mujer: si rubia o morena, si de ojos azules, oscuros o verdes, alta o baja, delgada o gruesa... La concrecin individualiza y separa. Los poemas a Helena, a Isabel, a Julia... son los de Ronsard, Garcilaso o Bcquer a una mujer determinada, y dif cilmente son transferibles a otra destinataria porque quedan encerrados en los lmites de la amada precisa y de la situacin recordada. La amada que aqu aparece, fijada escuetamente en el Introito, se eleva sobre la mera descripcin fsica mediante connotaciones metafsicas del lenguaje. La mujer, lo esencial femenino, en Porpetta es varadero, brocal, acantilado y ctara de esto. Es colmenera regin donde la vida ofrece la plenitud ardiente de su vuelo. Tras el Introito, con toda la sugerencia que lleva aparejada dicha palabra como comienzo de un canto mstico o de un rito mgico, se describe el cuerpo femenino casi siguiendo el orden clsico: el pelo, la frente, los ojos, el odo, la nuca, los labios, la lengua, el cuello, los hombros, los pechos, los brazos, las manos, las 112 caderas, la cintura, la espalda, las nalgas... los pies, las piernas, el pubis y el sexo de la amada. Esos veinte hitos del territorio estn acotados por unos marcos acuados tambin en los viejos troque les clsicos. Los epgrafes recuerdan los poemas del Cancionero General o los ttulos de algunos captulos de El Quijote. Es otra serial luminosa para navegantes. Porque tras lo que de anquilosado y tpico pueda haber en el marco, todo un arte nuevo se desborda en un derroche de smbolos y recursos de la ms extrema moderni dad. La poesa es recreacin: todo est dicho, pero hay que seguir dicindolo de forma distinta, y ese es el gran hallazgo de este libro de Porpetta: un lenguaje exuberante, riqusimo, donde cada verso es catarata de sensaciones. Frente a las metforas clsicas sobre el cuerpo femenino, la renovacin idomtica de Porpetta se caracteri za por haber sabido repristinar el valor de las palabras. As, el pelo de la amada es ese quizs selvtico, el perfume del cuando, el ardor del an, el imperio del siempre; la nuca es nido de cuco; los labios son atalaya trigal, silbo del fuego, vestbulo feraz del medioda; la lengua, pequea meiga de roja indumentaria; el cuello, conjun cin de clamo y columna; las piernas, mstiles de la luz, arboladura de asombros verticales, alambiques donde bulle la mirra y se destila un fragor de alamedas... y as hasta ms de trescientas imgenes de una belleza y originalidad sorprendentes. Porpetta crea neologismos (gacelar, playura, lluviainente...), convierte en transitivos verbos que no lo son (tus ojos tempranos todo lo amanecen), acumula un lxico de clara raz amerindia en busca del lenguaje de la primera maana del mundo (quetzal, ja guar, puma, jacarand, anaconda, tamarindo...); sacraliza, ritualizn dolos, trminos del ms crudo realismo amoroso y troca en jbilo ertico las frmulas litrgicas (es justo y necesario acampar en tus trmulas praderas...); consigue fascinantes imgenes surrealistas a partir de audaces sinestesias: los pechos son dos absolutas primave ras, arquitectura de champn y magnolias que nos impulsan a res pirar su sabor y a morder su aroma... Todo lleva a la creacin de 48 Alvar, M.: La maya florida, en Revista Blanco y Negro, n 3.627. Madrid, 31-12 1988. 113 una nueva retrica amorosa. Terminamos el libro y pensamos que lo mismo que quedaron calcificados tpicos femeninos como ca bello de oro, labips de seda, dientes de coral..., as ya, desde TERRITORIO DEL FUEGO, no ser posible poetizar sobre el cuerpo de la mujer sin los referentes porpettianos. Mara Victoria Reyzbal dice de este libro que habla necesariamente de lo de siempre y por primera vez 49 . El valor de la palabra es puesto tambin de relieve por Man rique de Lara, quien destaca un esteticismo sensual basado en la fuerza del lenguaje, un lenguaje retrico que se apoya en el destello fontico de los vocablos y en su trascendimiento semnti cos. Hay, por supuesto, esteticismo y sensualidad. No poda por menos de ser as en un libro ertico, que la sensualidad empezara por la palabra misma: el cdigo sensorial de los cuerpos est contenido en el cdigo lingstico que estimula la imaginacin potica del lector, escribe acertadamente Mara Teresa Bertello nisl. En ese sentido, son ejemplos poemas como el dedicado a las manos de la amada, los Hai-kais de la luna llena o el que cierra el libro. Los 44 verbos del poema XII, Donde las manos de la amada, con su destreza, protagonizan una hermosa aventura, adquieren su fl agrante erotismo en la declamacin expresiva, cuyas variaciones de voz afecten a la velocidad, a la intensidad y, sobre todo, a la meloda o entonacin. La construccin rtmica, e incluso la disposicin tipogrfica, es uno de los mejores hallazgos del libro. La fuerza de los tetraslabos, la precipitacin producida por la anfora del adverbio temporal, la sugerencia del nico sustantivo -la noche-, la disposicin formal, casi caligramtica, de los versos... todo conduce a un paroxismo ertico. Otras veces, en medido contraste, el ritmo lento impuesto por el alejandrino logra una 49 Reyzbal, M. V.: Revista Anthropos, n 2 116. Barcelona, enero, 1991. sel Manrique de Lara, J.G.: Cinco calas decisivas en el panorama potico espaol, en Revista Antpodas, Auckland, Nueva Zelanda, diciembre, 1983. 51 Bertelloni, Ma.T.: Eros y gnosis en Territorio del Fuego. Ponencia leda por la autora en la Bienal Internacional de Poesa. San Juan de Puerto Rico, noviembre, 1991. 114 exacta impresin de sosiego: as el poema XIV, en el que describe las manos del varn sobre la cintura de la amada. En estos re cursos rtmicos Porpetta demuestra una vez ms su maestra, y todo su poemario es una exploracin de los sentidos a travs de la palabra, un cntico jubiloso a la mujer amada y a la palabra amada. Pero, como en Vicente Aleixandre -con cuya Sombra del Pa raso encuentro tantas afinidades-, la tragedia empieza justamente donde en otros acaba: en la plenitud triunfante del amor. La poe sa de-Porpetta es toda ella un vaivn entre Eros y Tnatos, y el agnico tic -tac del Tiempo es la aguja que conduce de uno a otro extremo. Por eso, sobre el esplendor del cuerpo femenino, sobre su incruento canibalismo, hay un sentimiento que le da sentido: tambin el tiempo camina voraz y el invierno no dejar sino ceni zas de la brasa. Estoy, en ello, totalmente de acuerdo con J. Snchez Valls, quien fue el primero que supo ver esta particulari dad porpettiana en un libro aparentemente jubiloso 52 . Aunque pudiera parecer que slo en los dos ltimos versos del poemario se nos revelara, de golpe, toda la tragedia, muy significa tivamente el poeta ha ido marcando seales a lo largo de su paso por el territorio. Lo vimos en el prlogo -introito: el cuerpo de la mujer es colmenera regin donde la vida ofrece la plenitud ardiente de su vuelo. A l se lanza, aferrndose como a un clavo ardiendo -y nunca mejor dicha esta frase-, pues es el nico refugio en donde podr el hombre durante ms tiempo seguir siendo brasa. Luego, al acariciar la nuca de la amada, la meditacin no deja lugar a dudas, la nuca es una campia levemente ondulada, y por debajo el ro de la vida discurriendo junto al oscuro ro de la muerte... Un ligero naufragio bastara para inundar de fro la memoria... 52 Snchez Valls, J.: Revista Turia, n 10, Teruel, noviembre, 1988. 115 Olvidemos la muerte, compaera, la vida nos reclama, todo es vida cuando estoy junto a ti... Va avanzando el poemario y la reflexin sobre la muerte se hace frecuente; as al hablar de los labios, del cuello: vivo tenitorio donde el pulso encuentra su nidal de escalofro; de los hombros, en los que el tiempo se hace mrmol, se adormece ajeno al crepitar de otros imperios; del pecho: hay que ignorar el tiempo..., hasta alcanzar su verdadera dimensin en el poema final, precisamente aquel en el que se describe la unin amorosa. La culminacin del acto de amor es expresada con metforas fundamentadas en la luz y en el fuego. El inicio de la penetracin es la cspide del incendio; la llamada de la sangre es un edicto de fiebre, un rojo palpitar, una balada candente; el sexo femenino se agita en ascuas cuando te ofrezco mi altivo pedernal, mi masculino resumen de la brasa y se acerca a este tibio infierno que me ofrece su abrazo y su dominio. Finalmente, un huracn de fuego se aproxiina y los amantes quedan envueltos en una tierna combustin, en una llamarada que los prende y unifica. El sexo, el amor, es as el nico refugio contra el fro, la oscuridad, la muerte. Resuena Jorge Guilln en esa cima de la delicia, en los smbolos recurrentes con los que se resume la unin sexual: un estero, un clamoi; una larga ribera, un cntico a la vida. Clamor y cntico rodeando el mar de la muerte. Parece que ese final feliz, hechos ambos brasa, debera ser el de un poema de amor. El recorrido por el territorio del fuego habra de terminar en la regin ms ardiente: no hay camino que no conduzca a ti, ni singladura que no rinda sus naves en tu ardiente baha. 116 El amor ha convertido a ambos en un destello de luz en la noche del tiempo. Pero es slo un destello. El xtasis del amor, con la orga de los sentidos, haba acallado todos los ruidos exteriores. Cuando vuelve el silencio, slo se oye un murmullo tras los cristales de la alcoba: el invierno camina y ha iniciado su andadura hacia el territorio humano. Por primera vez se habla de alcoba, de paredes, de lmparas, de la noche que presenci el enajenamiento. Es un final abierto, polivalente: han logrado los amantes enga ar al tiempo, ha pasado este tras los cristales de la alcoba donde el fuego del amor es la muralla contra la intemperie O avanza inexorable hacia la estancia y todo ha sido un perdido combate por dejar una huella en la ceniza Ahora todo es paz en esta alcoba. Las paredes no salen de su asombro. Las lmparas envidian nuestros cuerpos. La noche nos contempla emocionada. Detrs de los cristales, el invierno camina. 117 PROSA 1. ENSAYOS Y NARRATIVA Adems de su obra potica, Antonio ha publicado dos libros de ensayo y uno de narrativa, ha escrito muchos artculos para la prensa y revistas especializadas y varios de sus cuentos han sido premiados en los concursos de mayor relieve de la narrativa corta espaola. Por otra parte, es conocida su actividad como conferen ciante: ha visitado ms de cuarenta pases en los cinco continentes, exponiendo sus investigaciones sobre literatura espaola o dando recitales de su propia poesa en muchas universidades. Su partici pacin en coloquios o seminarios internacionales de literatura le ha dado una importante reputacin, facilitando la traduccin de su poesa al ingls, alemn, italiano, ruso, blgaro, rabe, serbo croata... Me ocupar ahora de resear brevemente su obra en prosa, sealando las caractersticas generales de su narrativa y dejando para prximos estudios una profundizacin ms metdica de lo que, estoy seguro, ha de ser parte esencial en su obra futura: los cuentos. El primer libro de ensayo, en colaboracin con su mujer, estaba dedicado a Carolina Coronado 53 . Se public en 1983, en la colec 53 Carolina Coronado: Apunte biogrfico y Antologa, por Antonio Porpetta y Luzmarta Jimnez Faro. Ediciones Torremozas, Madrid, 1983. 102 pginas. 121 cin de poesa que dirige Luzmara. Antonio hace un conmovido retrato de la poetisa romntica y aporta de forma definitiva el dato exacto de la fecha de nacimiento de Carolina: 12 de diciembre de 1820. Luzmara seleccion una treintena de poemas que ponen de relieve lo que sigue siendo permanente de la, por desgracia, infra valorada escritora extremea. Creo que la intencin del libro no fue totalmente entendida en su momento, pues, aunque el estudio biogrfico de Antonio cargue las tintas en lo ms anecdtico, hay un intento de explicar la obra desde la personal trayectoria vital de la poetisa y no slo desde las coordenadas generales del movimiento romntico. Sin duda que un anlisis ms profundo hubiera necesitado otro tipo de publicacin, pero este pequeo libro de la editorial Torremozas ayuda ms a la comprensin de la escritora de Almendralejo que los estudios, por otra parte magnficos, de Antonio Prieto, Ricardo Navas o Allison Peers sobre el romanticismo espaol. En 1986 public ESCRITORES Y ARTISTAS ESPAOLES (Historia de una asociacin centenaria) 54 . Porpetta, como miem bro de la Junta Directiva de la Asociacin de Escritores y Artistas Espaoles (ADEYA), asume la tarea de inventariar, en realidad, la historia de la cultura espaola desde 1872, ao de la fundacin de la Asociacin. Es un libro extenso e intenso, cuya mayor difi cultad resida en la seleccin y vertebracin de tantos materiales inditos. Y tambin -por qu no decirlo- en no levantar peque as o grandes susceptibilidades entre los ms de 800 socios con los que contaba la entidad. No pareca la obra adecuada para un poeta; sin embargo, entre tantas fechas y nombres, entre tantos documentos transcritos, el estilo personal de Porpetta crea un particular modo de hacer historia, combinando el testimonio fehaciente, no slo de aquello que nos hizo famosos, sino de lo que se instala en la realidad testimonial y justifica toda una actuacin de entrega y de entusias 54 Porpetta, A.: Escritores y Artistas Espaoles (Historia de una Asociacin centenaria). Prlogo de Leopoldo de Luis. Epflogo de Jos Gerardo Manrique de Lara. 432 pginas. Madrid, 1986. 122 mo por la vocacin del Arte y de las Letras, al decir de Manrique de Lara en su artculo de cierre, pero tampoco se encastilla en la mera objetividad; su descripcin toma partido, como debe ser, es cribe Leopoldo de Luis en el prlogo del libro. MANUAL DE SUPERVIVENCIA PARA TURISTAS ESPAO LES es, hasta ahora, su nico libro de narrativass. No pocas peri pecias personales del autor, fruto de sus viajes tursticos o profe sionales por todo el mundo, estn contados en este libro no slo de humor. Ya desde el ttulo nos encontramos con una divertida parodia de los abundantes libros de viaje y de los numerossimos folletos que prometen, con ofertas fabulosas, el encuentro del turista con los ms increbles parasos de la tierra. Con un lenguaje coloquial y directo, salpicado continuamente de chascarrillos que levantan la carcajada, Porpetta da tiles consejos a quienes van a empren der un viaje turstico al extranjero. Todos los tpicos de los viajes organizados -los guas poco preparados, las desbaratadas comidas en hoteles distintos a los concertados previamente, el recorrido interminable por lugares aburridos, las visitas suspendi das al punto que ms nos interesaba...- se mezclan con el anlisis sociolgico del hombre despersonalizado, perdido en la masa. Es cierto que se han escrito muchos libros sobre la alienacin absoluta del individuo en una sociedad programada hasta en sus ms ntimas manifestaciones. Cul es, pues, la aportacin de Antonio Porpetta Sin duda, y en primer lugar, es un libro diver tido, para leer de un tirn, recordando nuestras propias experien cias y vernos retratados en los distintos prototipos del grupo de turistas estandarizado. Es un libro de humor con el que, se siente claramente, lo ha pasado muy bien el autor al escribirlo. Los chistes, la fina y aguda irona crtica, los abundantsimos detalles de perspicaz observacin hacen de esta narracin un buen libro de entretenimiento. Porpetta, A.: Manual de supervivencia para turistas espaoles. 232 pp. Editorial Bitcora, Madrid, 1990. 123 Pero no hay que olvidar que estamos ante un poeta que tiene el don de la palabra exacta y que ha manifestado sus profundas preocupaciones existenciales en sus poemas. Por ello, no se pierde Porpetta en la simple enumeracin de ancdotas ni en una acumu lacin de chistes. Me gusta ver el lado cmico de las cosas, sacar punta a ciertas situaciones, hacer juegos de palabras. Pero quizs ese sentido del humor, que en m es instintivo, no sea ms que una especie de careta subconsciente tras la que se esconde una tendencia a no tomar en serio ms que las cosas que realmente lo merecen, que no creo que sean demasiadas, o un procedimiento de autodefensa de una realidad circundante que, en muchos de sus aspectos, no me acaba de gustar... El humor, a veces, es un simple recurso tcnico para destacar -o disfrazar- lo trgico o lo dramtico 56 . Pues bien, aqu esa careta del subconsciente, al caer, des cubre una amarga realidad: la del cosmopolita aldeano que ha convertido la tierra en un mapa de carreteras y ha desterrado de s, de su equipaje, lo ms necesario, el documento de identidad personal, su pensamiento individual. Porpetta nos pone ante los espejos cncavos y convexos de una nueva calle del Gato: ahora son los cristales distorsionados de las ventanillas del avin, del tren o del autobs los que nos devuelven la imagen bufonesca y, al mismo tiempo, pattica de este hombre desnortado que da vueltas, tourista, sin sentido. No, no creo que ste sea un libro menor en la bibliografa de Antonio Porpetta, sino que habr que tenerlo como referencia obligada de futuros relatos. 56 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 165. 124 2. LOS CUENTOS Yo slo soy un poeta que, de cuando en cuando, puede escribir prosa, y que disfruta escribindola, aunque ese disfrute sea muy distinto, en mi caso, al que me proporciona la creacin potica. La condicin de poeta a la que se refiere Antonio es evidente en sus cuentos. Sobresalen en ellos dos caractersticas definidoras: la insercin de lo biogrfico en un fascinante ambiente de realismo mgico y un lenguaje potico lleno de humor e irona. Los cuentos que he incluido en esta antologa son un buen ejemplo de lo que digo. En Mi angel de la guarda, Palmira y La biblioteca podemos en tresacar mltiples datos referentes al entorno vital de Porpetta. Se utiliza la primera persona, no como recurso estilstico sino que es el propio escritor quien comienza siempre relatando algo de su propia realidad: mi oficio de escritor me obliga a pasar muchas horas encerrado en mi despacho frente a la mquina o jugando con mis melancolas (Mi angel de la guarda); me gusta escribir de noche: la noche me ayuda a la concentracin no por su silencio, sino por ese cmulo de ruidos apagados que tanta vida transpiran..., por la noche es cuando, tanto fsica como anmicamente, yo alcanzo mis mayores niveles de creador (Palmira). La boda de la hija mayor y la subsi guiente acomodacin de la casa para ampliar la biblioteca es el comienzo real del tercer relato, profuso en detalles de la cotidia neidad del escritor. Su familia, su casa de Torremozas, los muebles, los animales domsticos... forman el marco verdadero de su parti cular Macondo fabulado. Palmira, por ejemplo, es el trasunto lite rario de la autntica perra boxer, Paquira, que tuvieron los Por petta durante seis arios (le gustaba mucho escuchar poesa, pero hasta un lmite: cuando se hartaba lo manifestaba claramente, y se iba con evidentes signos de disgusto) 58 . En Ana y Enriqueta, los personajes femeninos de sus cuentos, hay mucho de Luzmara, y 57 Rosario Hiriart, op. cit., pg. 168. 58 Idem, pg. 187. hasta la celestial morada de El regreso, con su silln de orejas, su msica ambiental y su jardn, es la descripcin de la casa familiar de la sierra madrilea. Luego se incorpora al sedimento real el componente mgico, surrealista, pero de tal manera est aunado en la sucesin de los hechos autnticos que el lector va penetrando en ese mundo crea do como si ya fuera slo una, e inseparable, la realidad y el ensueo. El relato se resuelve, con frecuencia, en los cuatro o cinco renglones finales. De pronto, como si de un relmpago se tratara, la puerta de una nueva percepcin se abre tan slo en una lnea, o incluso con una sola palabra, y la narracin adquiere de improviso una sugerencia extraordinaria. No es fcil contar los relatos de Porpetta, o dira mejor que su intensidad est en su forma y sta engancha al lector desde el comienzo. Luego est el modo peculiar con el que el autor remata su narracin: un lector habitual de Porpetta empieza el relato con la certeza de que su final le sorprender. Y ya desde el comienzo la lectura se convierte en acto participativo. Diramos que la significacin y la tensin que Julio Cortzar exiga como caracters ticas de los buenos cuentos se cumplen plenamente en los de Por petta y, desde luego, se sale de ellos como quera el autor de Ra yuela: Como de un acto de amor, agotado y fuera del mundo circundante, al que se vuelve poco a poco con una mirada de sorpresa, de lento reconocimiento, muchas veces de alivio y tantas otras de resignacin 59 . Es, no cabe duda, la misma sensacin que tenemos tras la lectura de sus mejores poemas. La otra caracterstica es el humor y la finsima irona dando cuerpo a un lenguaje muy cuidado. As, el Angel de la Guarda es honesto, responsable, muy profesional, servicial, afectuoso y muy Cortzar, J.: Del cuento breve y sus alrededores, en Ultimo Round, siglo XXI, Mxico, 1969. 126 ledo: bueno, yo no s si traa esta aficin cuando me lo destinaron, o bien la adquiri despus, para matar las horas de abunimiento. La imagen del novio, vestido de riguroso chaquet y con sandalias pla yeras por una mala jugarreta del celoso Guardin, es antolgica. Tambin la gata Palmira es celosa, tan celosa que, con diferencia del Angel, el animal es capaz de llegar a la destruccin. Pero es en La biblioteca donde el humor y la mordacidad alcanzan mayor al tura. El ingenio de Porpetta, aliado con sus indudables conoci mientos de la trastienda literaria, consigue un cuento memorable, premiado justamente en el XXV Concurso Hucha de Oro, en 1991. Escribo cuentos, por una parte como descanso, como forma de relajacin (el escribir un cuento es para m una especie de divertimento) y por otra, como ejercicio para soltar la pluma despus de haber estado sumergido demasiado tiempo en un libro de poesa. De todas fonnas, mis cuentos, y casi todo lo que yo escribo en prosa, siempre tienen un fondo potico del que no puedo prescindir... La poesa es mi medio natural de comunicacin, el nico procedimiento que yo tengo para descubrirme a m mismo y al mundo que me rodea 60 . El fondo potico, indudable, se manifiesta tambin en la forma. A veces hasta con la inclusin de un poema -as en Pahnira, donde se intercalan algunos versos del que acababa ciertamente de ter minar para Tenitorio del fuego-, otras veces con una prosa potica que mantiene el ritmo del endecaslabo utilizado tantas veces por Porpetta. As cuando describe a Enriqueta con todo el mar dentro de sus ojos, con su perfil de gana solitaria, y su respuesta amorosa le sugiere al protagonista que todo sera para m como una inmensa pradera recin mojada por la lluvia. Hay un contraste buscado entre ese lenguaje potico y la expresin familiar, de frases hechas, vulgares, cuando se relata la vida cotidiana o las mezquinas riva lidades entre los escritores, en La biblioteca. No siempre lo con Rosario Hiriart, op. cit., pg. 165. 127 sigue: La leccin de anatoma resulta excesiva en su acumulacin de tecnicismos, y el dilogo es todava una asignatura pendiente, en general, en todos sus cuentos. La original situacin de los dos personajes de El regirso, por ejemplo, exiga un dilogo mucho ms rico en matices y en expresin que el propuesto, aunque la narra, cin consiga, merced al aliento potico de Antonio, un hechizo especial. De lo que no dudo es de que estamos, con estos relatos, asis tiendo a los prembulos de una obra narrativa sugerente, intere sante, importante. Desde 1988 Antonio no ha escrito ningn libro de poesa, en cambio ha publicado Manual de supervivencia... en 1990; . ha conseguido en el 89 el tercer premio Hucha de Oro con Palmira y el segundo con La Biblioteca en 1991, en el mismo con curso de cuentos; sigue escribiendo con asiduidad narrativa corta y hacindose cada vez ms frecuentes sus artculos en revistas y peridicos. Creo que su obra en prosa no ha hecho ms que co menzar. 128 BIBLIOGRAFIA TRABAJOS SOBRE LA OBRA DE ANTONIO PORPETTA AGANZO, C. (1989): Teora del cueipo de la amada. Diario Ya, 28/1/89, Madrid. AGUILERA, O. 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Jos Mas, en su seleccin para DCADA DEL INSOMNIO, escoge 81 poemas, ms cinco no publicados anterior mente en libro. Los 90 que hay aqu, suponen algo ms de la mitad de la produccin de Porpetta, aunque ya parece cercana la apa ricin de un nuevo poemario. La razn de no ser esta una antologa ms extensa no ha sido otra sino la de dar a conocer tambin en este libro una corta pero enjundiosa seleccin de su narrativa. Estoy seguro de que en un futuro cercano la obra porpettiana se extender en este campo y las muestras que aqu presento debern ser valoradas en esa evolucin. Adems de dos captulos de su MANUAL DE SUPERVIVEN CIA... se incluyen cinco de sus cuentos, entre ellos los que obtuvie 141 ron los Premios Hucha de Plata y Hucha de Oro en el concurso de cuentos de la Confederacin de Cajas de Ahorro. De ellos, La leccin de anatoma se public en Cuadernos de la Lechuza, Madrid, Agosto de 1988, y ms tarde en la Revista Turia, de Teruel, en noviembre del mismo ao. Palmira fue publicado en el volumen El sitio y nueve cuentos ms, editado por el Departamento de Publicaciones de la Confederacin de Cajas de Ahorro, Madrid, 1989 y La biblioteca en iHasta la vista, utopas! y 18 cuentos ms, igualmente editado por la Confedera cin, Madrid, 1991. 142 POESA De POR UN CLIDO SENDERO (1978) A Juana, a Miguel, a Federico... a todos los que nos dieron la viva sangre de sus versos. POR UN CLIDO SENDERO Una radiante floracin de almendros lleg con tu presencia inesperada y fueron tus palabras compaeras la fuerza de mi fuerza, la laguna de mi desenfrenada torrentera. Aprendimos las mnimas lecciones de la vida, los nombres de las plantas ms silvestres y el sonido de todos los arroyos. Recorrimos las ms viejas veredas, los valles ms remotos y escondidos. Sollozamos a las puertas de ermitas olvidadas o en los claustros de humildes monasterios. No importaba que cayeran los otoos desflorando a retazos nuestros sueos. No importaba la lucha encarnizada por mantener enhiesta la figura. Esquivamos zarpazos traicioneros y mezquinos mientras estrenbamos las lgrimas. Supimos destrozar con valenta la cadena cruel y cotidiana! Con el hilo sutil de nuestra sangre bordamos las sonrisas de los hijos. Una cascada de ternura nueva invadi de caricias nuestras manos. Fueron creciendo y con asombro vimos reflejados nuestros propios latidos en sus ojos. Aquel blanco jazmn ya retoaba 147 a pesar de los cierzos y la escarcha: contra todas las negras profecas su fragancia llenaba nuestra casa. Desdeamos tras el claro cristal de la ventana la intemperie feroz que amenazaba inundar de granizo nuestra almohada. Quisimos vencer. Vencimos! y logramos guardar en los armarios entre aejos aromas de membrillos haces de sol, almenas de castillos y un rotundo arco iris de nostalgias. Despus lleg el remanso la quietud de las tardes compartidas junto a Bach y Beethoven, camaradas de crepsculos lentos y esperanzas. Una dulce tristeza fue llenando nuestros cntaros de arcilla. Replegamos nuestras alas a un contorno minucioso y transparente y volvimos de nuevo a antiguos versos encalando de estrellas nuestros muros, liberados por fin de las tormentas. Desde entonces miramos a las gentes de soslayo para que no descubran el secreto de esta brjula loca que llevamos escondida en el pecho, entre los pliegues de nuestra alegre tnica dorada. Nos queda mucho trecho. Prosigamos por este vivo y clido sendero que nos lleva hacia todo o hacia nada. No volvamos nuestra mirada atrs; pensemos slo en la mstica suerte que nos une convirtiendo la noche en madrugada. 148 Lo que haya de ser, ser: Apyate en mi hombro y mi cayada mientras yo me arrebujo entre tu capa. As, despacio, paso a paso, con esta soledad de dos en uno que en su extrao silencio dolorido oculta un universo de palabras. 149 DUDA QUE AMORDAZA Este buscar o no buscar tus huellas, este acertar o no acertar mi gua, esta nocturnidad que me acomete y me inunda de asombro y rasga mis pupilas. Este escuchar o no escuchar tu ausencia, este alcanzar o no alcanzar tu imagen, este vibrar de azul melancola en mi despierta noche, en mi cancin dormida. Este perder o no perder tu aliento, este gritar o no gritar tu nombre, esta inquietante sucesin de halcones que en mis venas se agita, que en mi garganta anida. Este implorar o no implorar tus ojos, este temblar o no temblar de miedo, este guardar dentro de mis entraas los ms duros silencios, las voces ms baldas. Este lograr o no lograr tu almohada, este vencer o no vencer la aurora, este mirar mis manos maniatadas y saberlas ajenas, y sentirlas vacas. Este encontrar o no encontrar tu fuego, este latir o no latir tus sienes, estos mares de hiel que me sucumben y me arrastran al fondo, y naufragan mis islas. Este gemir o no gemir del viento 150 en mi desvencijado pensamiento. Este ahora -nunca, este ya -quizs, este s es -no es, este est -no est, este despus -a veces, este jams... Esta duda letal que me amordaza y me imprime su sello cada instante es mi signo fatal, mi triste baza en este juego heroico de la vida. Pero a pesar de tan absurda carga sigo mirando al sol de cara a cara y estrenando esperanza cada da. 151 MUY CERCA Y MUY LEJOS Muy cerca y muy lejos, as te siento. Por los mares de las dudas, navegan mis pensamientos. Muy cerca y muy lejos, como un crepsculo lento, como un ruidoso silencio. As te siento. Muy lejos cuando te acercas, muy cerca cuando me alejo. Dos tiempos dentro de un tiempo: as te siento. Cierro mis ojos y ests muy cerca. Los abro y ests muy lejos. Gaviotas que van y vienen: as te siento. Por los mares de las dudas navegan mis pensamientos. 152 QUE NO QUIERO Que no quiero tener en la garganta esta pena que agosta y que derrumba, que no quiero cantar con voz quebrada la amarga soledad de mi amargura. Que no quiero saber que ya te has ido y prefiero decir que estoy mintiendo, que slo existe un corto aplazamiento en tu presencia azul y en mi destino. Que no quiero olvidar ni que te olvides que espero tu regreso inesperado, y que un da vendrs a hablar conmigo, tu risa junto a m y yo a tu lado. Que no quiero soar que no me sueas y que en polvo hundiste mi recuerdo, que ests aqu, presente y permanente, entre el silencio gris. En mi silencio. 153 CANCIN DE PENA (A Miguel Hernndez) Esta tarde, Miguel, he respirado unos aires de atvica tristeza; ha invadido mi casa tal pereza que ni el sol de este invierno me ha alegrado. En tu verso viril me he refugiado tratando de encontrar en tu pureza un aliento de fe, una certeza para mi corazn desmantelado. Yo s que t comprendes mi cansera: tambin tienes el alma carcomida por un viejo dolor que te barrena. Los dos mordidos por la misma fiera. Los dos manando por la misma herida. Los dos hundidos en la misma pena. 154 De LA HUELLA EN LA CENIZA (1980) Para Luzmata, cuya ternura me hizo posible. BUSCO MI VERDAD Yo busco mi verdad de cada da con la terca insistencia del mendigo cuando extiende su mano entre la lluvia: apasionadamente la deseo, repleto de esperanza la suplico. En mi busca tenaz, irrenunciable, me impulsa y me domina una fuerza telrica y remota, un obstinado afn de reflejarme en todo manantial, en toda ausencia, en toda voz herida, en la nostalgia de cualquier corazn amurallado. A veces me parece averiguarla entre los leves juncos de ese arroyo tan frgil y cruel que cruza mi memoria en mansedumbre trayndome el incendio de otros arios, el verdor de otras tierras, la permanente huella de otros nombres que fueron y que son, aunque no existan. Tambin algunas veces la presiento en el limpio silencio renacido de un tibio amanecer, entre las brumas de esos sueos constantes e imposibles que agitan la penumbra de mi alcoba anidando sus vuelos en mis sienes. En la erizada selva cotidiana, a pesar de sus leyes de exterminio, he querido entreverla humildemente oculta en la luz de unos ojos, en alguna palabra de ternura olvidada, en un pequeo gesto 157 valiente y solidario, en un fugaz destello de ese fuego intangible que alimenta el amor. Apariencias, indicios, slo sombras: van cayendo las horas y me encuentro con las manos vacas, con el pecho vaco, vaco todo yo. Vuelvo a mi soledad con el cansancio de un eterno viajero. All, en el regazo de mis libros desde donde me observan compasivos Pablo, Miguel, Acacia, Federico, Dmaso, Claudio, Luis... trabajo con paciencia de alfarero mi pobre barro gris, hasta inventarme esa clara verdad de cada da que no he podido hallar en mi memoria, ni en mis sueos, ni en mi vida. Es tarde ya. Comienzan los primeros clamores de la aurora. De toda la colmena es la ma la nica ventana iluminada. No debis preocuparos si habis visto una gota de sangre entre mis versos. No le deis importancia. Por favor, os lo ruego, no le deis importancia. 158 NIOS SIN AZUL Yo guardo en la memoria, marcada por un hierro tenaz y dolorido, mi infancia alicantina y su paisaje abrasado de sol: resecos pedregales, polvorientos olivos, algn mnimo huerto dormitando a la sombra de una higuera, la desolada nota del cactus agresivo y una sed irredenta en la mirada que acartonaba el alma y hera el corazn. Ms all de los montes, a la distancia justa del grito y de la lgrima, se averiguaba un mundo de brumas y gaviotas, de redes y veleros, de clidas arenas empapadas de sal. Unos pocos kilmetros bastaban para herirnos la frente con la ausencia del mar, de aquel inaccesible mar tan nuestro y tan ajeno. Unos pocos kilmetros, muy pocos, cegaban horizontes, amordazaban brisas, arrebataban olas negndonos el gozo de su abrazo, su paternal y mtica caricia. Nosotros, los oscuros, los indefensos nios de secano, aptridas de azul, mediterrneos del rido barbecho y de la estepa nacamos ungidos por el cruel designio de slo navegar melancolas. An late en mis odos el recuerdo 159 de aquellas luminosas caracolas que encerraban el mar en sus entraas. Con qu avidez de espumas escuchbamos su profundo rumor, tan presentido! En los charcos, los barcos de papel -fragatas, carabelas, bergantines qu heroicas fantasas dibujaban! Y en las terribles noches, junto al canto del grillo y la cigarra qu sueos de corales y de algas! Pescadores de almendras, marineros sin mar, argonautas del cieno... Unos pocos kilmetros, y hubiera sido nuestro el universo. Ahora, desde lejos, a pesar de los cierzos transcurridos, todava me vibra la nostalgia de haber tenido el mar tan cercano, tan mo, y no haberlo nacido. 160 QUIERO TENDER MIS MANOS Quiero tender mis manos suplicantes, vacas de preguntas y de sueos, a la tierna desdicha de la alondra que vuela y vuela sin cesar. Yo tengo mis alas transparentes maniatadas tras un largo periplo. Mis dbiles orillas estn encenegadas por un limo que hiere sin dolor, pero que encierra una esperanza leve, una locura que se me va afianzando cada hora como un claro repique de campanas. Soy polen y ceniza. No me importa la sarcstica risa ni los torpes ladridos a la lluvia de los que slo saben contar o ser contados. Entre la turbamulta de la vida yo escojo mi sendero solitario y salgo a conquistarme los volcanes con una libertad que es slo ma. 161 AMANECER En esta madrugada interminable quisiera proclamaros mi esperanza en una nueva luz, ms duradera. He dejado olvidada en un valle sin fondo ni arco iris mi antigua oscuridad, ya resumida en un brusco desdn. Sus huraos rencores bordean los perfiles de una herida que antao esclavizaron impidiendo su heroica cicatriz, tan deseada. Ya es ceniza la sombra. Mis manos estn limpias. Me apresuro a desencarcelar las primaveras. a suprimir eclipses, a recoger los ptalos que la lluvia dej sobre el asfalto. La sonrisa de un nio me acompaa cuando barro mi umbral de esas tristezas minuciosas y humildes que se esconden por las hondas esquinas de la aurora. Abro de par en par todas mis puertas: una brisa muy clara, de mar recin nacido, me inunda y me renueva. Qu distinta la luz de esta maana! Mi alondra se despierta: un aroma de espliego lentamente se esparce por la casa. 162 DIGO AMISTAD A Luis Fernando Aguirre, en nuestro veinticinco aniversario de amistad. Digo amistad y se me ensancha el alma con un eco de mares infinitos, albatros aletean en mis sienes, veleros se me adentran y me surcan. Digo amistad y me resuena al fondo, en la regin lejana de la sangre, un sutil y exacta meloda fundida a un entramado de latidos. Digo amistad y me domina un viento de generosa entrega. En la serena ternura de la tarde, ese viento me alza, me remonta, se me ofrece como un limpio refugio. Digo amistad y simplemente digo abierta transparencia, lnea pura, silencios compartidos, paralelos reflejos y caminos. Un amigo es un rbol: tarda arios y aos en crecer. Mas cuando alcanza su hermosa plenitud, su permanencia, qu firmeza su tronco! qu remanso su sombra! qu frondosidad sin lmites nos aguarda en su copa! Si algn trgico da un huracn de muerte lo derriba, desgaja sus entraas, acalla para siempre su voz alentadora y compaera, se nos agrieta el pecho y se nos queda el alma envejecida. No hay dolor tan claro y tan tenaz como ese exilio hacia la eternidad. Yo lo he sufrido. 163 TU HUELLA ENCUENTRO, DIOS Tu huella encuentro, Dios, sin duda alguna, en esa infinitud del universo que regulan tus leyes ancestrales dominando la danza de los astros, su esclavitud pattica y lejana. Tu huella encuentro, Dios, tambin sin duda, en las mnimas cosas de la vida: el insecto, la fl or, la meloda de la rama y el viento, el breve nido, la emocionada gota de roco. Mas si quiero encontrar tu fiel presencia, la exacta dimensin de tu ternura, me acerco con asombro dolorido a los lloros del nio sin infancia, a la esperanza gris del emigrante, a la parda tristeza del hambriento, a los ojos sin luz del humillado, al eterno temor del perseguido, a todo el desamor y la injusticia que cabe en un puado de temblores... y abrazado al lamento y a la herida, all te encuentro, Dios, all te encuentro. 164 TRNSITO Un da, cualquier da, bajo la ardiente claridad de un sol distinto, cerca de un mar sin islas ni horizontes, yermo en mi soledad, entre el rescoldo de antiguas y ya olvidadas certidumbres, se apagar mi voz apasionada y mis ojos reflejarn para siempre tras el limpio cristal de sus pupilas la nieve vegetal y permanente de los breves almendros fl orecidos. Un instante, slo un instante emplear mi memoria en ese trnsito: ser el paso fugaz de los vencejos, el crepsculo fiel de mis recuerdos, la oscura meloda emocionada y un roto aletear de oscuridades. Batirn las olas en mi orilla la ilimitada terquedad del tiempo. Despus vendr el silencio, races, cenizas, nubes, viento, todo un brusco teorema de verdades a travs de mis prpados sin sueo. Ya presiento el tibio y maternal abrazo, el susurro cordial de bienvenida con que me acoger la dulce tierra. Ni una herida 165 quedar en mi pecho esperanzado, ni una huella en mi asombro sin fronteras. Yo quisiera fundir mi sangre con la savia nueva de las desamparadas amapolas antes de comenzar ese regreso hacia mi ausente valle de las sombras. 166 EL RO Nace en la soledad, en el destierro de recnditas cumbres. Su infancia es el estruendo, la cascada viril, la torrentera repleta de esperanza y valenta. Se sabe poderoso, inaccesible, y guarda en sus entraas un destino de alegre trotamundos sin barreras. En bsqueda incansable desciende a la ternura de los valles convirtiendo su furia en mansedumbre, su vertical inicio en un abierto mundo de horizontes. Intima con los chopos, dialoga con los pjaros, y perezosamente se desliza como una larga sierpe brilladora. Prosigue su camino irrumpiendo triunfante en la llanura, acaparando soles en su cauce, diademas de verdor en sus riberas. Qu vocacin de entrega, qu derroche de generoso amor hacia la tierra para saciar su sed abrasadora! Avanza, avanza, avanza. Ya percibe un viento salitral, un aleteo de gaviotas perdidas, una orga de arrecifes, de playas y de olas. Su corazn de agua acelera su atvico latido ante la muerte heroica que ya intuye 167 y sus viejas orillas se conmueven en un csmico ardor apasionado. Ya tiene frente a s la azul inmensidad de su condena ofreciendo en abismos transparentes la epopeya final de su andadura. Es imposible huir. El ya conoce las leyes implacables que regulan su suerte y acepta humildemente su tragedia como un tierno titn estremecido. En un silencio antiguo se produce la cpula ancestral del mar y el ro. 168 ARBOL Arriba, el tronco erecto, fiel a su destino, valientemente alzado hacia las nubes, la hospitalaria copa navegando las audacias sin fin de cada viento, el alegre bullir de savia nueva en sus hondas y clidas entraas, el verde parpadeo de sus hojas, su acogedora sombra, su serena estampa de gigante adormecido. Abajo, un mundo inaccesible y turbulento pleno de oscuridad, sin aventuras. Races laborando como topos, retorcidas, vibrantes, imponiendo sus leyes cotidianas e infinitas, extendiendo con furia sus dominios. No hay auroras, ni trinos, ni contornos: solamente un recndito silencio y una ciega avaricia encarnizada. Lo mismo que ese rbol anclado en el sendero yo tengo mi paisaje abierto a un horizonte de eternas madrugadas, de pjaros insomnes, y una esperanza nueva que me recubre el alma como una primavera que estreno cada da. Lo mismo que ese rbol, yo tengo mis races, mis luchas doloridas, mis viejas soledades horadndome el pecho, y una vaga nostalgia posada entre las venas, acechando un resquicio para inundar mi pulso con su tristeza viva. 169 Lo mismo que ese rbol, me crezco en la alborada, comento con la tarde mis ltimos poemas y encierro en un profundo destierro sin tapiales mis ntimas heridas, mis fangos, mis hastos. Lo mismo que ese rbol, olvido mis races, y ofrezco al caminante mi sombra y mi remanso. En el camino espero, lo mismo que ese rbol. 170 De CUADERNO DE LOS ACERCAMIENTOS Premio Angaro (1980) A mi padre, a su callada msica, a sus libros cerrados. NACIDA FUE MI VOZ Despus de un tiempo oscuro, de un caminar por los acantilados tan slo respirando la herida de las sombras, nacida fue mi voz. Se presentan sus torpes balbuceos, su tmida querencia de alcotanes, al aire el vuelo gritador y ardido. Oculta palpitaba entre la urdimbre de alguna soledad, all, donde la brasa anhela el soplo que remonte hacia el fuego su esperanza. Qu larga gravidez, qu dolorida y lenta fl oracin de asustada crislida en mi sangre! La pugna entre el cuchillo y la azucena aletarg los siglos de la ausencia, acall la simiente, la mantuvo proscrita en una tierra calcinada y heroica. Mas una primavera sin cipreses cuaj de tierna lluvia sus latidos derrotando a la noche. Llegada fue la luz. Los viejos lacres, que sellaban mis prpados resquebrajados fueron: un inmenso horizonte de horizontes germinaba en mis ojos redimiendo la asombrada oquedad, nuevas riberas abrazaron mi cauce mansamente, desconocidos juncos me ofrecieron 173 hermossimas danzas al viento de la tarde. Fundidos ya los broncos eslabones que antao amordazaran mis umbrales, abjur del silencio y la costumbre: como un antiguo rito se hizo voz el milagro y habit en mi garganta. Desde ese claro instante la lumbre es compaera de mis huellas, descubro en las auroras la suavidad del ala en mi frente desnuda, en mi abierto reducto slo escucho la limpia meloda de la aproximacin. 174 PJARO POEMA S que est ah, oculto y asustado en un hondo rincn, bordeando los filos de la duda con su segura carga de heridas y caricias. Presiento su latido inconfundible, su levedad de sombra entre las sombras ajenas de la noche, su tmido perfil desdibujado en los lejanos huecos. Desde mi ardiente orilla le requiero, angustiada mi voz, brillando en mi palabra la orden y la splica. Me niega su presencia. Le persigo por astutas veredas, acorralo sus frgiles temores, acaricio su erizado plumn, todo ternura. Cuando creo tenerlo entre mis manos, ya para siempre mo, vuela lejos de m, enloquecido, dejndome en el pecho un absurdo serrn de versos inservibles. Furtivo en mi penumbra espero su retorno, mansamente, con la sutil paciencia del que se sabe a solas con su incendio. Volver con la aurora, palpitante y sumiso como un astro, dispuesto a colocar su dulce grito en la cspide exacta de mi sangre, 175 y dormido en mis redes yo velar por siempre su sueo prisionero, su hermosa esclavitud que me anticipa mi propia libertad. 176 LAS HUELLAS REDIMIDAS Qu indemne claridad, qu extensos vuelos invaden mi reducto, cuando a solas me acerco a mi memoria! Todo se torna leve. Un silencio de vieja catedral se aduea de mi entorno, me acoge entre sus brazos, me rescata del torpe gritero que bulle ms all de la ventana. Los prpados cerrados me liberan del anda del presente, propiciando el trnsito al milagro. Con manos enguantadas en el vidrio ms frgil, mi memoria abre el hondo bargueo del pasado, rebusca entre su noche y extiende ante mis ojos el anchuroso lbum de mi vida. A travs de sus pginas de niebla recobra mi mirada la hermosa nitidez de algn paisaje, aquella luz dorada de unos das ebrios de fruta y sol, mi largo deambular por un sendero estrellado de instantes prodigiosos. Las huellas ms lejanas de mi historia renacen ante m, ya redimidas de esa ptina oscura que el tiempo y su furor les deposita, 177 y vuelven a ser mas para siempre, cuajado mi cerebro de distancias. Calmada est mi sed. El aire recupera su espesa actualidad, la inmediatez cercana de mis horas. Con gratitud me aparto de la amorosa voz de mi memoria: ser corta mi ausencia, porque maana el hoy ser recuerdo y solamente ella puede darme una resurreccin en mi muerte diaria. 178 REENCUENTRO CON LA CASA No debimos hacerlo, porque el tiempo es un lodo implacable que oscuramente cubre cuanto roza. Quisimos recordar las viejas horas, la evidencia feliz de unos espacios que acumularon lumbre enamorada en los meses primeros, cuando la vida era un derroche de cuerpos sorprendidos, un surtidor de espigas, una eterna maana en nuestro aliento. No debimos hacerlo: slo hallamos inauditos escombros de caricias esparcidos por todos los rincones, alfizares cegados, aicos de palabras, desvencijados lechos sin historia, y el aroma de un llanto inagotable llenando de dolor las mudas grietas. Salimos con tristeza, y la vida inund nuestros ojos nuevamente con el claro bullicio de la calle. Entonces comprend irnos que aquella no fue nunca nuestra casa, que jams la habitamos. Y regresamos juntos a nuestra certidumbre, a los intactos muros de un recinto alzado en la memoria, imposible a la ruina, permanente en su pura presencia, por siempre inalterable en su hermosa verdad. 179 LA PALABRA Y EL FUEGO A la memoria de mi lejana abuela Joaquina de las Mozas, muerta de siete tiros en mayo de 1808 ante una partida de soldados fr anceses por el grito de iFemando y Espaa!. Yo quiero preguntarte, tierna abuela, domstica tigresa, luchadora por una intil causa que en la flor de tu pecho se hizo justa: Qu rayo de rencor, qu rebelda desgarr tu garganta Qu dormidos volcanes habitaban el menudo entramado de tus huesos En qu desvn de siglos encontraste la daga de tu voz Huele a miedo la noche, resplandores de lejanos incendios anticipan el rojizo terror de la tragedia. La ebria soldadesca maldice, orina, eructa, vocifera, en desbocada orga de plvora, rapia y aguardiente. Qu fue de tus trigales, tierna abuela Dnde los viejos muros de tu casa Han hendido tu tierra, han profanado tus herldicas piedras. Slo queda un srdido rumor de extraas lenguas lamiendo los andamios de tu historia. Odiadas sombras cruzan tu camino, te averiguan, intuyen la altiva soledad de tu presencia: quieren or tu llanto y slo escuchan 180 la furia de tu estirpe hecha palabra. Heroica tonta ma, dulce alondra, podas haber callado tus verdades como tantos hicieran, emboscados en el lvido rito de las adulaciones. Mas una ira sbita y mordiente ascendi la escalera de tu pecho y descans en tu boca. Negada est la aurora a los luceros. Los tristes nubarrones del encono han posado su lluvia amarillenta en el fatal gatillo. Siete dedos se engarfian como siete alucinados spides. Siete espasmos de fuego. Siete dardos de plomo se cobijan en tu cuerpo arrugado. Has visto lo que has hecho, loca ma Qu torpeza infantil la de tu gesto! Ante la sinrazn de los fusiles es intil jugar el naipe del fervor o de la idea. Mira como el torrente de tu sangre va empapando tus haldas! Hablas de libertad Si t supieras! No, abuela no, ya s que t no lloras: no son tuyas las lgrimas que humedecen tus manos de jilguero. Cierra los ojos, duerme. Todava respiramos la noche y su ceniza. Pero en la piel nos surca la esperanza de un claro amanecer tras los olivos. 181 AQUELLA LUZ PRIMERA Aquella luz primera, aquel inmvil baile de los rboles, aquella muchedumbre de horizontes que se agolpaba en los atardeceres, eran as, oferta generosa de su propia hermosura, o bien se desprendan como asombrada ptina del grito cegador de nuestros ojos Era la luz tan cierta Tan valiente la brisa Tan hondamente clidos los lejanos crepsculos Nada importa la duda: todava nos brilla alguna alondra en la mirada y aquella luz, aquel inmvil baile, aquellos horizontes, como sumisos lzaros acuden cada noche a la implacable voz de nuestra frente. 182 AHORA Ahora que este lentsimo crepsculo resuelve en llamaradas la altivez de la tarde; ahora que este silencio nos envuelve como un humo de sndalo y aleja de nosotros la carcoma del grito y la mentira; ahora que se ilumina tu mirada por un viejo rescoldo, vencida la ceniza por el ascua; ahora que compartimos los poemas que alientan nuestra vida y nos empujan hacia mares ausentes, dominada la estepa y sus inviernos; ahora que nuestros pulsos se rebelan como hostiles ejrcitos contra la oscura soledad del hombre y nos duele en la sangre la torva plenitud de sus naufragios; ahora que nuestro tiempo se adormece en el limpio tic -tac de un mismo pndulo, y las horas son pozos de ternura, y nos llueven minutos como estrellas, y en un segundo resumimos siglos de nuestra eternidad incomprendida; ahora, slo ahora, yo quiero confesarte, compaera, que en mis noches de insomnio, mientras juegas indemne con tus sueos, los aullidos de algn miedo inconcreto hieren mi corazn estremecido, y que un extrao viento sin palabras siembra de diminutos alfileres la extensa placidez de nuestra almohada. 183 EL SECRETO Ya todos lo sabis, mas quiero recordaros que el secreto es sencillo: simplemente hay que saber mirar, aunque la luz nos duela en las pupilas. Mirar en derredor, dejar la huella de nuestro claro asombro estremecido en la tersa madeja de los das hasta horadar las grietas del silencio. Despus, aprisionar en la memoria ese raudal de ddivas que generosamente nos ofrecen tantas hondas verdades escondidas en las cumbres del tiempo y del espacio. Luego, rer, llorar, enamorarnos de todo el universo, incorporarlo a nuestra piel, hacerlo nuestro, nuestro. Y esperar el milagro cotidiano de que un astro nos prenda la garganta e incendie nuestro alfar. Tan slo eso. 184 UN DA Un da. Slo un da. Casi nada. Un montn ordenado de minutos, un simple recorrido por la redonda senda estelada de numeros y dudas. Una pizca en el torrente voraz del universo. Una huella en la niebla, un humo que se marcha, un vuelo ya olvidado de aquel insecto mnimo cuyo nombre jams preguntaremos. Y sin embargo, siempre, nuestra vida acaba siendo un da, slo un da, un da irrepetible ocupando su centro y una serie de aos sin sentido sirviendo de ropaje a su memoria. Es aquel claro da en el que amanecemos al asombro, porque todo es verdad a nuestro paso, y sin ira miramos el espejo, y por primera vez nos descubrimos como queremos ser: indemnes, plenos, limpios, libres, nuestros. 185 ACERTIJO FINAL Hay un tiempo vibrante y compaero que inunda nuestro entorno, como un claro y limpio manantial. Al amor de su pndulo vivimos la palabra hecha luz, el juego de las alas con el viento, o la llama que alienta en los resquicios de cualquier sombra humana. Es su smbolo esa estrella que nace en nuestra frente al respirar el canto de algunas primaveras. Hay tambin otro tiempo de penumbra que anida en el desvn de los silencios, heraldo de un dolor sin redenciones. Su huella va sembrando el gris en las pupilas, la ceniza en los labios, de llanto va cubriendo la mdula del alma. Nada escapa a su injuria: sus reflejos nos horadan las horas y enmudecen la voz de nuestros pulsos. Slo reina la noche en su universo. Sobre cul de esos tiempos dormiremos nuestro sueo alambrado cuando la inmensa duda nos reclame y habitemos la alcoba de la nada 186 De MEDITACIN DE LOS ASOMBROS Premio Gules (1981) A Leopoldo de Luis con mi agrade cimiento por su maestra humana y potica. Museo de Ricas Telas, procedentes de sepulturas reales, en el Monasterio de las Huelgas (Burgos) Un lejano pudor se deshilacha en los cansados pliegues, aterida dormita la memoria en este mundo de sedas y brocados. Nadie ocupa los huecos, nada cien los recamados cintos. Las aljubas desmoronan su orgullo en desvados snoples. Hay un llanto de intiles alfanjes, un memorial de sienes en birretes perlados. Se diluyen quebradas geometras, arabescos en los lienzos sasnidas. Campean leones y castillos por oxidados predios, esparcida su remota altivez. Pacficas espuelas hieren sombras de ijares, borcegues que olvidaron el barro y la montura caminan su destierro. Una extensa quietud agosta y desvanece las praderas de armios derrocados. Cuencos de vida fueron, palpitantes albergues. La esperanza habitadora fue de su recndita tibieza. Conocieron 189 campanas doloridas, bulliciosos rabeles, arroparon un venero de halcones en la tierna mullicie de sus sargas. Despus, la dormicin. Una penumbra de inslita orfandad, un hmedo pavor, una carcoma roturando los msculos, abriendo desolados postigos en la entraa, molienda de cenizas, lenta, lenta consuncin. Y un silencio antiguo y mineral alimentando los triunfos implacables. Llegado fue el final de la andadura: en la inhspita feria se resume tanta gloria callada, tanto inmvil aliento. Ya reposan estos nobles harapos su cansancio de siglos. La mirada descubre entre el asombro y la riqueza un archivo de humildes soledades. 190 Iglesia -Monasterio de San Milln de Suso, esctiptorio .de Gonzalo de Berceo (La Rioja) Tuvo que ser aqu, en esta soledad que se derrama, en este verde olvido, en este inmenso cdice miniado de pjaros y arroyos. Aqu, bajo la paz en piedra y luna de los arcos mozrabes, en la penumbra de los viejos cantos, al aire un pentagrama de salterios, doradas letanas. Tuvo que ser aqu, serenamente, donde el milagro fuera, que la grcil semilla iluminada slo crece, y empuja, y se remonta desde un hondo universo. Se te respira aqu, en una amanecida de lejanos prodigios, todo espalda encorvada, todo imagen menuda y decidora, una humildad de soles y bancales desclavando tu frente, siempre nuevo el asombro en tu mirar. Hay un silencio azul. El pergamino ofrece su desierto interrogante a tus manos de salvia y alhucema (ese temblor no importa, t lo sabes, es un verso que espera y se rebulle agitando sus alas). 191 Ya se mueve el cincel de tu pluma, hormigueando por remotos senderos. Y nace tu palabra, frutal y primigenia, avecica, fontana, refugio, tierna luz: Quiero fer una prosa en roman paladino... Tuvo que ser aqu, en esta soledad que se derrama, en este verde olvido, en este inmenso cdice miniado de pjaros y arroyos donde el milagro fuera. 192 Restos de las explotaciones aurferas romanas de Las Mdulas (Len) Bronco drama el paisaje, mudo duelo en la ultrajada entraa, resecas nervaduras, lejana de abatidos titanes, roja desolacin en los despojos de esta tierra crispada. Y un latido de tragedia remota que an respira. Lento fue el cataclismo: torvamente la sangre iba cubriendo los alcores, imponiendo su estigma, la codicia avanzando caminos de gangrena por los secretos tneles. Dicen que fueron sesenta mil penumbras mordiendo la montaa y sus escorias, sesenta mil annimas tristezas, esperanzadas muertes en csmico dolor acumulando su carga de exterminios, gesto inmvil de hambrientas alimaas, hondo invierno de miedos. Algn da, consumada la herida y sus injurias, las impolutas clmides iniciaron su xodo para cumplir con su imperial destino. 193 Todo se destruy: slo quedaron sesenta mil miradas sin aurora en las cuencas vacas. Y este mismo silencio que hoy nos turba y nos rasga y nos invade las escondidas mdulas del alma como un amargo llanto de clepsidras. Bronco drama el paisaje, mudo duelo. 194 Eude pictrix: firma, quizs por primera vez en la historia del arte, de una mujer pintora, miniaturista, junto a Emeterius, del cdice Bea tus de la Catedral de Gerona. Nadie sabe de ti, nadie conoce qu cantatas de luz, qu primaveras envolvieron tus dedos hasta romper en prpuras el sumiso telar de la costumbre. Mas fulgen y perduran los dominios que habit tu pincel, diminuto universo en lozana, prodigio derramado en viejos plenilunios de vitelas. Nadie sabe de ti, pero t fuiste. Qu hermosa rebelin ardi en tus manos Qu zodiacales vientos alentaron tu inslito destino de arco iris Como una garza imaginarte quiero volando sobre espigas sorprendidas, ojos de amanecer, talle de almendra, leve bruma en tu pecho, campaniles tus dormidas palabras. Nadie sabe de ti, pero se escucha tu pulso dibujado, Eude pictrix, lejansima virgen, alborada en un oscuro tiempo de rezo y vasallaje. 195 Como ofrenda a tu tierna memoria de orfandades, pongo sobre tu nombre una menuda rosa, y en el clido alfar de mis asombros encarcelada quedas. 196 Cementerio de peregrinos, junto a la Cmara Santa de Oviedo No pudieron llegar: la muerte fue rotunda en su ventisca, cubri de roquedales el camino, se apoder de puentes y cruceros, esparci su nocturna sementera por los cansados valles. No pudieron llegar: aqu quedaron con su gran soledad de campanario, implorando su estrella, peregrinos por sendas de silencio. No arropan ya las viejas esclavinas sus cuerpos de granizo, ni los bordones tiemblan bajo el peso de rtmicos fervores, ni ofrecen las humildes calabazas sus vientres de frescura. No pudieron llegar: calladas bocas no despliegan los cantos camineros, ciegos ojos no buscan en la niebla las huellas y seriales, sus corazones sirven de alimento a un herbazal sin nombre, desolado. No pudieron llegar: truncados fueron su destino y su luz. Aqu reposan en el doble horizonte de sus noches, vacos ya de vida, 197 para siempre vacos de esperanza. En sus manos la cncava venera se derrumba en un sueo de leguas imposibles. 198 Micaelis me fecit, 1175: inscnpcin junto a la fi gura de un cantero en , la portada de la iglesia romnica de Revilla de Santulln (Palencia) Habla la piedra aqu, y su voz de caliza nos entrega algn afn remoto de memorias desde antiguas orillas. El corazn del tiempo ha detenido su cansado latir. Slo se escucha en este duermevela de palabras su gritadora ptina: Micaelis me fecit. El fue tu hacedor, l te regal la vida lentamente. An conservas las huellas de su aliento, su sudor como lluvia compartido con la humilde intemperie, su mirada, sembradora de asombros, hecha forma y milagro en tus sillares. Micaelis me fecit: Cmo fueron sus manos Con qu sabia ternura acariciaron su labrado universo Temblaran de humillado dolor al convertirse en cuencos de limosna Y su pecho, qu lejanos orgullos encerraba, qu heridas mansedumbres se escondan en la parda campia de su frente Todo es olvido ya: 199 slo su nombre permanece en los siglos recordando que en cada vieja piedra, tras la muda cancin de su hermosura, hay un golpe de amor encarcelado humanamente vivo todava. A Jacinto Lpez Golg, cordial meditenneo. 200 Manos sobre fondo rojo: pintura lupestre en la Cueva del Castillo (Cantabria) Hay que olvidar el tiempo, remansarlo en el cauce sutil de un viejo ro que no tuviera mar, que no tuviera la esperanza de hallar su dulce muerte. Y acercarse a vosotras -cubiertas de milenios, tan lejanas con el hondo respeto del que escucha una palabra fiel, un balbuceo de annimas regiones, quizs la voz antigua de algn astro imposible. Un horizonte oscuro y sin linderos os ciega y amordaza, pero perdura el grito y se renace en un vivo clamor, en una splica hacia dioses de lluvia y humareda. Qu reflejo de amor os dio la vida Qu indmitos latidos albergaron vuestras venas de asombro y de montaa Dnde brot el impulso que os hizo fl orecer en vuestra lenta, inagotable aurora Como ancestrales pjaros sin norte os agitis al viento en sed de fuga, mostris al universo vuestra oculta raz, manos abiertas sealando caminos, manantiales de una csmica luz. Sobre vosotras 201 he de posar las mas tan recientes, tan torpes, tan calladas, tan hurfanas de soles: quiero sentiros ms, quiero grabaros en el fosco nevero de mi sangre, asumir vuestro plpito de abismos, recoger el aliento solidario del hombre que dej sobre esa roca, acaso sin saberlo, la soledad remota de un poema. 202 Julia Anula, hija de Cayo, aqu yace. Por el hado nefando amenazada, poco vivi: la muerte la arrebat cuando contaba 18 abriles de su joven edad. Dile, oh viandante, sate la tierra leve (Lpida romana. Museo de Mrida. Badajoz) Que jams puede ser la tierra leve para tu cuerpo en fl or, oh Julia Anula, diez y ocho abriles en silencio y en terrible quietud. Que pesa, y duele, y amordaza esa oscura tierra que te inunda los ayer limpios ojos, la boca soadora de un beso iluminado, los derruidos pechos tan slo acariciados por el fro. No eres ya ni recuerdo, Julia Anula, ni siquiera ceniza en columbario, mas perdura tu huella en el granito proclamando tu presencia fugaz. Qu praderas habitas, qu lagunas reflejan tu silueta de gacela, qu bronces de campanas se alimentan con el llanto lejano de tu voz Los dioses te acogieron con la esquiva sonrisa del que oculta un error disfrazado de destino, que no es justa la muerte 203 si la vida es promesa no cumplida. Perdnalos, y duerme un sueo de truncadas primaveras entre tus manes familiares, mi dulce Julia Anula, triste memoria de muchacha, slo nombre, definitivamente piedra. A Marisa y Rafael Montesinos, voces amigas que alentaron. 204 Tumba vaca, destinada al Almirante Roger de Lauria, al pie del tmulo de Pedro III de Aragn, en el Monasterio de Santes Orus (Tarragona) An rezuman tus huesos la nostalgia del espacio vaco, aquel que preparaste para el largo periplo sin regresos. An resuenan las galernas en la oscura oquedad, all, bajo los arcos cistercienses de la paz duradera, junto a un mundo de vias y de almendros. Bien hubieras podido adornarte la muerte con el mrmol labrado de los grandes, t, indiscutible dueo de un mar antiguo y deseado. Pero la humilde tierra te llamaba a los pies de tu rey, y quisiste acudir desde el silencio como un can nobilsimo para velar los sueos de tu amo. No pudo ser as: los violentos horscopos empujaron tu nave hacia otros arrecifes, y naufrag en espumas tu deseo. Reposa tus exilios, buen hidalgo, junto al canto salino de tus olas y el bullir asombrado de tus peces. No te inquieten promesas incumplidas, ni el recuerdo de aquel desalentado hueco 205 bajo la losa ardiente de aoranzas. Descansa tu dolor. Roger de Lauda, hacedor de un imperio, ya setecientos aos en la lealtad dormido. 206 Aqu jaz doa Joana de Castro, Reina de Castella que se..., (Inscripcin incompleta en su sepulcro de la Catedral de Santiago de Compostela) Truncada la leyenda, slo el nombre perdura. Que as fue tu caminar de corza dolorida por los vivos senderos: una rota vihuela descordada, un tlamo vaco, un lejano golpe de abandonos. La crueldad, ese cuervo que a la siniestra vuela sus augurios, anid entre tus labes, hostig tus honduras, cubri de sal y miedo el limpio parteluz de tu mirada. Solamente una noche, solamente unas horas de fuego y torrentera en tus arras de camo. Despus, lenta nostalgia: un madrugar de nieve en tus alcores, un acecho de vanas polvaredas, un voltear de ruecas, unos tristes juglares romanceando la estril doncellez de tus anillos. Imposible el perdn: no hay mayor culpa que enclaustrar la esperanza en un cofre de hierros ignorados. 207 Quizs mejor as, tan slo el nombre, truncada la leyenda, que el granito no aviente ni proclame. Al fondo, en el silencio, el turbio crepitar de tus heridas, la herrumbre de tu sueo. 208 Mueca de marfil, siglo IV, hallada en la necrpolis paleocristiana de Tarragona junto a los restos de una nia de 6 arios. (Museo Arqueolgico de Tarragona) Qu lenta fue tu noche, y qu profundo el fro, y qu terrible aquel largo silencio! Imposible el olvido: unas manos repletas de ternura all te colocaron, junto a su dulce sueo, tan inmvil. Llegar la maana, te dijiste, y con ella su voz hecha caricia, sus abrazos de madre en miniatura, quizs la tibia nana recogida de los antiguos labios. Qu dolorida noche! Transcurra el tiempo en su cruel devanadera: no llegaba el calor, y era el espacio cada vez ms callado, ms hondamente oscuro, vivo asombro tus ojos de marfil. Y t seguas ajena a su quietud, eternizada en un inmenso invierno. Qu dramtica noche de mil seiscientos aos ateridos! Al fin lleg el milagro: un claro da amaneci la luz en tu vieja tristeza, 209 desconocidas manos renacieron tu cuerpo hacia una extraa vida, nuevas voces comentaron tu inslita hermosura. Y t, desconcertada, perdida aventurera de la historia en un mundo jams imaginado. Ahora habitas en anchurosa estancia, rodeada de objetos venerables. Eres joya arqueolgica, catalogada pieza de museo. Mucha gente se acerca a tu vitrina, mas slo te contemplan. No eres feliz: yo s que t quisieras regresar a tu hueco, junto al perfil desmoronado de los siglos insomnes, para seguir all, calladamente, alerta en tu vigilia, pura fidelidad, enamorada sombra de esperanza. 210 Princesa Cristina, hija del rey de Noruega Haakon Haakonson. Nacida 1234. Casada 31 de marzo de 12.58 con el Infante Don Felipe de Castilla, Abad de Covamtbias. Fallecida en Sevilla 1262 (Lpida sobre su sepulcro en la Colegiata de Covamibias, Burgos) Como una vieja nave varada en este lento mar de ojivas, as tu sueo en piedra resumido. Como un raro perfume desde lejanos pomos derramado, as tu tierna saga, tu memoria. T fuiste un viento azul que agit los trigales, una lluvia de rubias primaveras para esta tierra parda de merinas. Qu desiertos tus ojos, y qu ausentes sin tus lagos helados, sin tus fiordos, sin la remota hondura de tus bosques! Qu espejismo de vuelos de gaviotas sobre las doloridas parameras! No te trajo el amor hacia estos pagos, que razones de estado decidieron tu destino de almena desmochada, la sumisa andadura de tu cuerpo hacia manos de cobre, siempre ajenas. Qu cansinas las horas de la obligada entrega, qu llanuras de nieve en tus entraas, tan desoladamente recorridas! Como una flor sin polen 211 olvidada en un gris invernadero, as tu corazn, pura nostalgia. Como un sediento grito encalando de lgrimas los muros, tu oculto desamor petrificado, tu imposible regreso, Cristina Olav, Princesa de Noruega, ya para siempre Infanta de Castilla. Para Luchy y Salvador, este poema que un da vivimos juntos. 212 Castillo de Garci-Muoz (Cuenca) ante cuyas puertas fue herido de muerte Jorge Manrique Aqu call la voz. Aqu el destino encontr su planicie placentera tras el azar del risco y la quebrada, que quien fue de la muerte buen vasallo vino a rendirle aqu su pleitesa. Temprano fue la cita: cuntos versos en la rota garganta, cunta aurora truncada, cunta luz con la sangre esparcida sobre un prado de inmviles rocos! Un invierno de pjaros sedientos nos llueve en la mirada. Y se hace todo mar, y el pedregal es un acantilado de retamas dormidas, y hay un ro lejano y duradero que lentamente llega, y avanza, y se derrumba ante un llanto de adarves y almenaras. Isleo es el silencio: la memoria recupera su ddalo de ausencias en esta soledad murmuradera. Y queda la palabra hecha lentisco ya siempre detenida en el vivo morir de esta andadura. 213 Sepulcros annimos, siglo XV, en el Monasterio de Tentudia (Badajoz) Bajo la oscura bveda vencida cuatro figuras duermen su abandono. Slo bultos labrados: desolacin del mrmol sin el hondo calor de la memoria. Un lentsimo invierno poblando fue de escarcha sus perfiles, destruyendo ataduras, inmolando sus huellas al silencio. Alzse en torvo triunfo la ceniza: ni siquiera sus nombres lograron remontar el infortunio, que as paga el destino, en tan voraz moneda, sus enconadas deudas con la vida. Y saber que estos montones tristes respiraron se inundaron de amor, o lo sufrieron, acumularon juncos y races en sus odres de sangre, ardientes vendavales en sus frentes, estepas de dolor en su mirada. Todo fue. Todo huy. Slo quedan cuatro nadies yacentes, cuatro alcores de muda ingratitud, cuatro siglos de hielo renaciendo multiplicadas muertes cada da en este yermo imperio del olvido. 214 De ARDIERON YA LOS SNDALOS (1982) PRIMER INTERROGANTE Antes de esta presencia, de este ahora, qu crislida fuiste, qu caminos de juncos y manzanas abrazaron tus huellas, en qu tiernas galaxias albergaste tu esperanzada luz Quizs un musgo antiguo y serensimo cubriera tus horscopos augurando un sabor de terciopelos para tu piel futura, ese sabor a lumbre y amapolas que hoy mis labios cansados recuperan. Quizs entre las ramas de algn rbol sin nombre, verde patria del viento y de sus ctaras, estuviera escondida la sonora semilla de tu voz, el germen de tu risa. Dnde fueron tus ojos, en qu islas de mares olvidados renacieron su exacta placidez Qu manantiales reservaron su espuma y sus cantigas para hacer de tu frente una llanura de trigales campanas Desde cundo, desde qu incierta edad fuiste fermento predestinado a m, a m otorgado Antes de esta presencia, de este ahora, tu lejano perfil, promesa enamorada recorriendo 217 una pleamar de tiempos y de espacios hacia mi soledad. Flecha certera, tan siempre presentida. 218 EL MAR LLEG CONTIGO Yo nunca tuve el mar: mi infancia oscura fue una siesta de cobre en alacenas donde todo era fuego y jaramago, donde todo era un rito de orfandades, de pupilas vacas. El mar era mi llanto: gaviotas en mi frente me hablaban de esa patria, dibujaban sus azules fronteras, su extensa libertad, su luz sonora. Y yo en mi ausencia, nio triste y cansado, viendo pasar los das. Pero llegaste t, y el mar lleg contigo. Traas en tus manos la pulpa de las olas, brilladora y furtiva, en tu pelo un rebullir de peces asombrados, y en tus ojos isleos como un viento salino que cantara. Era tu piel de arena, tu cintura una tierna baha, tus pechos desbocados un refugio de veleros sin sueo, hasta en tu voz guardabas un no s qu de brjulas y espumas. Y te acercaste a m: en tus acantilados yo vi nacer el sol, me cobij en tus playas, 219 aprend a navegar entre tus islas, y me encontr la vida buceando tus simas luminosas. Yo nunca tuve el mar: mi infancia oscura era un sediento pramo sin nombre. Pero llegaste t, y el mar lleg contigo para siempre. 220 EL SUR No indagues en las brjulas, no busques remotas geografas, tus ojos no penetren el incendio de las constelaciones ni tus manos expriman el hermtico sol de los jazmines. El Sur habita aqu, en la callada umbra de estos muros, en la alquimia del aire que juntos cada da respiramos. Mralo como un pjaro furtivamente nuestro: vuela entre las leves copas de cristal, pero jams las rompe, y roza nuestras frentes con sus alas tan llenas de lucirnagas. A veces se transforma en un hondo silencio, se refugia en las hojas de un libro o en la serena luz de tu regazo. Y entonces es ms nuestro todava, ms intensa su voz, ms certero su gozo que nos une. Olvida los caminos, los mapas empolvados de palabras propicias: el Sur habita aqu, nos navega la sangre, rebrinca en nuestras mdulas. 221 Somos nosotros mismos ese rincn de fuego, esa radiante esquina de la vida, ese clido Sur que tanto t deseas. 222 MONLOGO CON MOZART EN TARDE DE LLUVIA Quiero decirte, Wolfgang Amadeus, hermoso y fiel amigo, que esta tarde de lluvia me han hablado todos tus violoncellos: comentaban aquellos viejos das de salitre tan ebrios en la ausencia, tan repletos de arena y soledades, tan siempre regresados. Quiero decirte, Wolfgang Amadeus, ngel truncado en vuelo, que tu voz se me enreda entre los ojos como una hiedra lenta y me retorna a infancias melanclicas, a cansadas esquinas, a horizontes que jams se me alzaron, a las sombras de olivos sin ternura en las desiertas sendas. Quiero decirte, Wolfgang Amadeus, alegre compaero, que te sientes aqu, junto a nosotros, en este exilio de paredes blancas que hemos ido naciendo entre poemas para volver a ser ms puros, quiz para volver a ser, tan slo. Ponte cmodo, hermano, toma un vaso de vino, bebe, canta, que esta tarde de lluvia no hay tristeza que nos pueda rendir, aunque algn clavicmbalo nos hiera las perdidas memorias, los espejos 223 de lejano mirar. Slo quiero decirte, Wolfgang Amadeus, alondra de esta casa, que resumes el tiempo en nuestras sienes, que tus alas nos cubren para tomar el pulso a las maanas, que nuestra torpe lluvia se diluye como el humo olvidado de un mal sueo al escuchar tu luz. 224 EVIDENCIA DESDE LA LUZ Arda nuestra piel, cmo quemaba la luz de aquella tarde, tan lejana y distinta de las horas vendidas del otoo. Desnudos nos sentamos bajo el claror aquel, hermanos del celindo y del almendro, asombrados e inclumes. Hubiramos querido imaginar la vida a travs de esa tarde, con su exacta verdad alumbradora, puro olvido del grito, pura sed. Por eso nuestras manos apretaban el tiempo dulcemente, y cmo palpitaba y fugitivo pretenda volar. Doloroso fue el trnsito: hubiramos querido petrificar la luz en la mirada, detener el crepsculo y su acecho, asir con nuestros dientes sus ltimos reflejos, su agona. No pudimos luchar: con sus turbios augurios, con su silencio astuto de viejas oquedades, nos recubri la noche. Y lloramos, porque entonces supimos que nunca fuera nuestro el universo, que jams lo sera. 225 ACCESO A LA RENUNCIA Ese que ves ah, serenamente anclado en la penumbra de un olvido de lbaros y halcones, se fui yo. Quizs no me adivinas porque una tierna niebla humedece tus ojos, y hay un sueo de cercanos otoos escondido en el lento cantar de tu cintura. Ese fui yo, te lo aseguro. Sabes que antao pregonaba toda la voz del mundo en un puado de cumbres y caricias, cuando tu cuerpo era la patria indiscutible de mi pulso, sediento atardecer de mis centauros, territorio del fuego. Pero una nieve oscura fue cubriendo mi ya cansada piel, y slo liquen me naci entre los prpados con el asombro triste del vencido. No preguntes, no busques qu derrocados dioses me anidaron en los dolidos huecos: es la vida que impone su paisaje a la memoria por encima del mosto y de la espuela. Ese que ves ah, ese fui yo: pretexto de una historia, casi arcilla, agua que se derrumba lentamente en este espejo intil que es el tiempo. 226 ASUNCIN DEL OLVIDO Se cumplirn los ritos: la memoria ejercer su oficio dignamente derramando su lluvia de crepsculos en los labios insomnes. Primero ser un fuego, un crepitar de vidrios luminosos, un huracn de espuma sediento y fugitivo. Pero las viejas guzlas, sonarn dulcemente entre las llamas, irn adormecindolas, velando su dolido clamor. Despus sern las brasas, el cansancio tenaz de unos reflejos cada vez ms lejanos, cada vez ms heridos por una lenta niebla: las palabras, las huellas y los gestos comenzarn su exilio hacia regiones que jams conocieron. Implacable se extender una sombra duradera. Y luego, la ceniza, con su quietud de estatua derruida, testimonio de todos los inviernos, brjula del silencio, resumiendo la nada. 227 Nosotros, desde playas remotas, podremos contemplar cmo la hiedra recubre nuestros nombres, cmo el fro invade nuestro imperio. No habitar el rencor en nuestros ojos ni la nostalgia antigua nos rozar las sienes. Impasibles veremos germinar aquella ausencia, aquella oscuridad, aquel callado y largo desamor. Mas seguirn unidas nuestras manos, a pesar del olvido. 228 LA LLAMADA Alguien llama a la puerta: son tres golpes que vienen de muy lejos, como tres vendavales, como tres repetidas maldiciones. Una oscura quietud ha detenido el vuelo de las voces, ha posado su lento interrogante en la hojas sedientas de los libros, en la frgil mirada de los bcaros, en la callada hondura de todos los espejos. Foscamente un tiempo muy cansado se derrumba sobre los blancos muros, ya los cubre de angustia, ya encarcela su noble desnudez. Alguien llama a la puerta: no sabemos quin llama, no lo sabremos nunca. Se nos dijo que esta torva llamada llegara desde una voz sin nombre, con su grito de pjaros heridos, con su clamor de sombras, pero jams podremos descifrar su mensaje ni el implacable rostro de su origen. Retumba la llamada: los tres golpes repiten su tristsimo monlogo. 229 Con su encono de vboras sin sueo se adentran en la casa, husmean los armarios, se apoderan de las fl ores ms jvenes, insultan a los viejos retratos, violan los relojes, asesinan los versos ms hermosos, devoran nuestra luz, queman, araan, derrotan, acometen, esparcen tempestades de algn fro que nunca conocimos, fisgan, hurgan con la torpe lascivia de sus dedos en los huecos ms hondos, all, donde habita el silencio con su caudal de intactas profecas, donde slo germina la esperanza. Alguien llama a la puerta: duele el viento recorriendo la sangre. Una lluvia de llanto nos injuria desde imposibles nubes. Qu fue de nuestros prpados Qu cobardes espigas crecen en nuestros hombros Dnde aquellos paisajes que llenaban de lumbre nuestras venas Y vuelve la llamada, ms segura, ms bronca y retadora, ms tenaz. No sabemos quin llama, no lo sabremos nunca, pero alguien insiste firmemente. Y prosiguen los ecos doloridos de esos golpes invadiendo las mdulas. 230 La casa est vaca: fugitivos marcharon los pequeos universos, aquellos que alentaron nuestras vidas durante rubios arios. Ardieron ya los sndalos: dejaron una sonora espuma derramada, un manantial de asombros que inund nuestras manos sin arcilla, una huella en el aire como el claro perfume de una lgrima. Callaron ya las ctaras, los salmos detuvieron su altura para olvidar dormida en nuestros brazos su inmvil orfandad. Una maana de silenciosos mares acechaba ms all de las cumbres, en la cansada orilla de la sangre. Derrocaron los astros su antiguo podero. Y volaban a nuestro alrededor, como liblulas, como una torpe nieve enloquecida. Abri la soledad sus laberintos, ofreci sus prodigios dulcemente, y nos crecieron anchas oquedades en el caudal del alma. Alguien llama a la puerta. Nada existe de la belleza antigua: las estatuas dispersaron su mrmol luminoso, cegronse los ros, sucumbieron los rboles. Un musgo somnoliento recubre las ventanas, por las sendas del tedio 231 una turbia ceniza nos acosa, devanando tan slo la costumbre. Qu fue de nuestros labios En qu tumbas de vidrio se ocultan nuestros ojos Qu granizos, qu ortigas han nacido en el limpio mantel de nuestros vientres Todo es desolacin, todo es pregunta, temblorosa raz. Y sigue la llamada reiterando su incendio, con su remoto drama, tan cercano. No abriremos la puerta: no debemos dejar entrar a nadie. Los harapos refulgen como prpuras: alguien puede robarlos. Dueos somos de este rincn de noche que nos queda, y hay que defenderlo. Centinelas del miedo y sus volcanes, velaremos la ruina de nuestra pobre historia, sus grietas desdentadas, sus aljibes vacos. Y seremos dos ciegos prisioneros esperando el ocaso, ya siempre encadenados, pero libres, plenos de libertad en la intemperie. 232 NACISTE YA CONMIGO Naciste ya conmigo: en el clido vientre de mi madre, entre aquella enramada de sangre y azucenas, latas junto a m. Era tu aliento lo que un germen de nio atesoraba para abrirse a la vida sin cautelas, para subir despacio hasta un rojo prodigio de volcanes. Despus lleg la luz, los primeros augurios, la alborada de los primeros miedos. Y t estabas all, en la humareda de una cancin de cuna, veladora del llanto. Tu diminuta voz de lejana me hablaba de crepsculos y azores, de ardiente claridad, de algn camino hacia los ms remotos manantiales. Vivas en mis juegos: eras el ms valiente soldadito de plomo, los dibujos de aquel libro de duendes y de bosques, el tren que nunca tuve, el velero pirata, la sorpresa de aquellos luminosos cumpleaos. Fuimos creciendo juntos: en las noches del cngulo y la brasa te asomabas a la voraz llamada de mi boca, 233 derramabas en ella una embriaguez de fiesta y de jazmines, un vino anticipado. Y era mi soledad como una alforja que slo t llenaras. Fue desgranando el tiempo, lentamente, su cansada molienda. Y de pronto, un da zodiacal y enmudecido, a una hora sin nombre que nunca los relojes reflejaron, perforaste la sombra: tu memoria se convirti en hallazgo palpitante, en cercana verdad, en tacto puro. Y apareciste toda plena de lumbre, real y duradera, ya para siempre ma, de mis ardidos sueos rescatada. 234 BUSCAS TODA LA LLUVIA Buscas toda la lluvia: llegas y tiendes ante m tu sed extensa, la pradera salvaje de tu cuerpo desnudamente pura. Manantiales, mis manos te recorren, averiguan tus esquinas agrestes, tus alcores, tus cuvanos ardidos. Mi universo se derroca ante ti como un lebrel de espumas. Cae la noche y una callada y fresca sementera de rosas nos alumbra. 235 LA BATALLA Ha sido hermosa y lenta la batalla: encrespada la sangre, los dedos como espuelas aventaron toda la luz del da. Honda lluvia de sed humedeci los cuerpos. Nunca viose tanto fragor entre los labios. Cerca de ti, vencido, entono la dulcsima cancin de la derrota. Lloro ante la tierna ruina de mis lanzas. Pero guardo en la frente la estrella victoriosa de los hroes. 236 APUNTE DESDE EL SUEO Regresabas del sueo y era una humilde corza tu mirada. Todava guardabas en la frente astillas y pavesas de algn paisaje lento, los silbidos de un tren Dios sabe adnde, esa cancin violeta que jams escuchaste, y unas alas de arcngel para un vuelo de roquedal esbelto y precipicio. Era una luz reciente, casi nia, la que entraba del patio. Todo fue ya lejano: por la alcoba navegaron de nuevo las cosas cotidianas, los zapatos vacos, tus horquillas, los libros, el reloj... Un miedo acostumbrado, un miedo de trapecios y placentas, crepuscular e ingrvido, nos cubri de silencio: me abrazaste refugindote en m. O quizs refugindome. 237 SPLICA DEL MAR Tanta ausencia de mar hay en mis ojos, que en l quiero vivir mi vida ms callada. Exactamente en l, en lo ms puro. No en un vano crepsculo de mrmoles y bronces florentinos, ni en el hosco clamor de las races, regresado a la arcilla, ni siquiera ya trascendido en humo, aunque as me surcaran las alondras y el viento fuera mo. Exactamente en l, en sus honduras, en la ciega extensin de sus praderas. Cuando el sueo me asombre y me invite a regiones escondidas, llvame al mar, regrsame a su abrazo, a la verde caricia que no acaba, a su cancin de cuna. Ya presiento su ancha bienvenida, su sereno vaivn, su regazo de madre que me espera. Llvame al mar, devulveme a las olas: he de encontrar en ellas ese claro silencio que me habita, esa luz que me bulle entre la sangre, esa verdad azul que me acompaa desde los viejos das. 238 INTERROGANTE FINAL Y despus, cuando ya nuestros ros den al mar, cuando una noche intrusa convierta nuestro asombro en intemperie, hacia dnde tus alas, hacia dnde las mas Qu cobijos albergarn de nuevo nuestras voces Desde qu extraos iris contemplarn el mundo nuestros ojos Por las hondas veredas del espacio, por los huecos sin nombre, por todos los rincones de la nada, tratar de alcanzar alguna huella que me conduzca a ti, que en ti me resucite. Qu enmudecida bsqueda, qu escarcha de plomo y soledad hasta encontrarte! Presentir tu aliento en el marfil cansado de un otoo de lentsimas lluvias, en la savia bullidora y pujante de algn lamo. Escuchar tus pasos por las calles ms ciegas, por las sendas del mirto y la calndula, quizs junto a los sueos de una alondra. Contemplar tu imagen hecha espiga o abeja, recortada sobre la cal de un muro desolado, llama fugaz, simiente en mi pupila. Qu insomnio enloquecido, qu praderas 239 de siglos y verdn hasta encontrarte! Algn da, ese da que vibra en mi memoria, iluminado y nuestro, renaceremos juntos a una vida remota, bajo distinta piel, con diferentes lunas y arrecifes marcando nuestras frentes. Quizs nunca sepamos quines fuimos y nuestros viejos nombres slo sean como una oscura msica. Pero nos amaremos, seguiremos amndonos con este mismo amor de espejo y lejana, vencedores del tiempo, dueos indiscutibles del ayer y del siempre. 240 De EL CLAVICORDIO ANTE EL ESPEJO Premio Hilly Mendelssohn (1984) PRELUDIO Yo no tengo la culpa: unas manos ajenas colocaron delante de un espejo el clavicordio y he dado mi concierto mirndome a los ojos, duplicando memorias y reflejos. Poca gente en la sala: slo un hombre, quizs algo cansado, y un nio muy lejano, muy pequeo. Nadie los conoca. Al terminar marcharon quedamente compartiendo el silencio. Y una tenue llovizna de tristeza ha cado despacio en el frgil rescoldo de mis dedos. 243 EL RECINTO PRIMERO La memoria es un pjaro dolido cuando rozan sus alas aquel cansancio gris, aquella herrumbre del recinto primero. Slo queda una huella deshojada, sin ptina ni alfizar, del sediento solar donde naciera la primigenia luz, el limpio fuego que pudo ser hermoso y es olvido. Aunque el sol inundara sus esquinas, imperaba lo oscuro: una lluvia de cobre sepultaba la rebelin del viento, la rtmica liturgia de las mquinas silenciaba los astros, ninguna primavera arda en la tristeza de sus calles. Y las gentes de arcilla ignoraban las voces del crepsculo hambreando con furia su metal cotidiano. Detrs del desamparo, los olivos daban su testimonio de verdades antiguas: a su sombra distinta, yo buscaba las seales de un inundo ancho como la lumbre. Y esperaba despacio con un grito insumiso recorriendo la plenitud cautiva de mi sangre. 244 LA HUIDA No es de ausencia mi canto, ni el exilio me hiere: nada existe de aquel hosco recinto que alicortaba el alma de las nubes y nunca comprendi las primaveras. La decisin fue ma: rescind mi contrato con los smbolos y derroqu sus huellas con la exacta esperanza del que inicia una nueva memoria. Un fugitivo soy, un ciudadano del aire. Mis races estn donde palpita la humana condicin. He galopado lentamente la tierra, buscando en sus honduras la palabra furtiva, los lamentos del trigo y la campana, el corazn abierto al medioda. Donde dama la piedra, y me refleja un pulso enamorado, all dejo una gotas de mi historia; donde nunca la noche se descubre y refulgen las islas, all siembro mi infancia y sus murallas. Alejado del cobre, tengo mil universos como patria y una sangre inquilina de la aurora. Y cuando llega el llanto o el destierro me crece en la garganta, 245 me refugio en el viento, que me alumbra de sndalos y olvido. Y vuelo a sonreir. Y me renazco. 246 LA SED Decan de algn ro all junto a los techos de hojalata, donde cantaban gentes taciturnas de mirada de nieve. Decan de algn ro, pero en su cauce slo la tristeza iba. Jams los peces lo habitaron, ni los gallardos juncos ardieron en su orilla. Un cansancio de piedras y de arena donde el agua vibrara, slo olvido donde la vida fuera una tierna presencia. Era un ro sin nombre ni memoria, con la tragedia intacta y remotsima de no dejar su muerte sobre el mar, de ir agonizando entre el secano lentamente humillado, dispersando su sangre y su aoranza desde inhspitas cumbres. Decan de algn ro, y era slo la sed lo que se oa. Aunque vides y almendros recogieran con sus ciegas races algn plpito oscuro, alguna huella de esa imposible risa fugitiva que no escuchaba nadie. 247 EL RO No puede arder la vida sin un ro que inunde la memoria, sin el fresco clamor de un agua pura que aliente sus orillas. Yo no tuve esa serena voz, esa fragancia de musgo y caavera, ese tiempo fugaz que permanece rebelde y sometido. Mas dibuj su cauce sobre mi sed antigua, naciendo su presencia por mis valles. Le hice llegar de altsimas montaas, de secretos neveros que nadie ha conocido, y le trac meandros, y seal sus tojos, y salpiqu mejanas en sus hondas planicies, y sembr sus riberas de juncos y de lamos, y puse hermosos peces entre sus remolinos. Desde mi sangre escucho su rumor incansable, su palabra profunda. Porque lo llevo en m: yo soy mi propio ro alzado en llamaradas, y en l yace el sequero de mi infancia, y en su raudal atisbo la manriquea muerte que deseo. 248 EL MAR El mar quedaba all, tras la frontera de los montes oscuros, casi lata, casi se escuchaba su azulado 171M0r. El clido vaivn de sus espejos rozaba nuestra sangre desplegando un vestigio de campanas donde todo era olvido. Lo sabamos nuestro, cercano, fulgurante, pero quedaba all, en una dolorida lejana, a la distancia justa del grito y de la lgrima. Lo vi por vez primera una maana alzada sobre el mbar, una de esas maanas transparentes donde slo es posible algn prodigio que obligue a renacer. Ante aquella vendad, ante aquel llamamiento iluminado, poderoso y eterno como un padre, slo pude llorar y prometerle una intocable estrella en mi memoria. El mar quedaba all, tras la frontera de los montes oscuros. Durante algunos aos hubo un nio que quiso ser gaviota y en las sedientas tardes, cegado y malherido por el pramo, tristemente volaba sobre un acantilado de fr igales. 249 LA ISLA Y sigue el mar batiendo mi memoria, ms cercano que nunca, y aparece en el llano su horizonte, ms cercano que nunca, y derrama sus olas en las mieses, ms cercano que nunca, y cubre las encinas y los lamos, ms cercano que nunca, y le canta a la alberca y al otero, ms cercano que nunca, y sube hasta los altos peascales, ms cercano que nunca, y amanece fulgiendo ante mis ojos, ms cercano que nunca, y su larga mirada me renace, ms cercano que nunca, y me invade los hombros y me abraza, ms cercano que nunca, y me llena de luz la piel entera, ms cercano que nunca, y recorre mi sangre y me la espuma, ms cercano que nunca, y es berilo engastado en mi palabra, ms cercano que nunca, y yo soy una isla entre cadenas, y l me ronda, me tienta, me naufraga. 250 EL INICIO Era largo el amor bajo los pinos. Pequeos como espigas, nuestros cueipos haban descubierto manantiales de adelfas y jazmines dormidos en la piel. Los labios extendan su hermosa dictadura como si fueran rfagas de un viento inagotable, y en la memoria el tiempo dispersaba las primeras semillas de una lumbre dulcsima y feroz. Yo jugaba despacio con el mbio milagro de sus trenzas, moldeaba en mis manos su ternura hecha barro reciente y ofrecido. Y ella, toda universo, me miraba, duradera y fugaz como una aurora. Era largo el amor, y prodigiosas aquellas horas lentas tan repletas de luz, tan regresadas a travs de la lluvia. Mas, era aquello ambi; o solamente la vida que brotaba fulgurante y sumisa ante nosotros Entonces no sabamos dnde estaba el secreto de los astros y la respuesta anclada, kjansima, nunca rompi el sigilo. Pero adentro, en las hondas veredas de la sangre, un ancho patrimonio de volcanes resonaba. 251 EL AMOR Ella duerme despacio con un lento galope de gacelas reclinado en su frente. Es hermosa como una fruta fresca, como un gata, como un tallado capitel. Escucho la lejana andadura de sus prpados, el navegar inmvil de su olvido, su exacta placidez de hierbabuena. Una fragancia leve de ocultos hontanares me descubre su cuerpo, esa clara campia de juncos y lades donde mis labios posan su algarada fluvial, perseguidora. No hay distancia ms corta hacia la llama ni amanecer ms puro. Se adivina una alquimia voraz, un burbujeo debajo de su piel, como una permanente sembradura de vides y crisoles. Y sin embargo, el tiempo maneja oscuramente sus cinceles, su taladro tenaz: Yo s que el triunfo ser suyo, que nada puede huir de su terca presencia. Y sin quererlo, veo la yedra recubriendo los alcores de sus pechos, su boca desolada, abatida y sumisa su cintura, arrasado su vientre luminoso, 252 y un surtidor de hielo sobre esa isla bruna que ahora emerge feraz y retadora sobre su mar de palos ardidos. Pero ella duerme, clida y ajena, albergada de espumas. La contemplo serena mi palabra, confiado: porque jams el tiempo derrocar su sueo, y seguir su frente con un lento galope de gacelas, por el amor salvada, redimida. 253 LA IMAGEN La iglesia era una isla para mi sed de nio: su frescura, la noble dignidad de su silencio, refugiaban mis sueos en las tardes del fuego y la cansera. Todo era lento all, con esa fiesta serena de vitrales, de arquetas, de doradas vasijas, de retablos, de blanqusimos lienzos, de aromticas hierbas olvidadas en secretos altares. Yo miraba el prodigio, deslumbrado, ajeno a la liturgia y sus fervores. En amplias hornacinas asomaban una Virgen y un Cristo. Ella era hermosa como el agua, con su manto de jaspe desbordado de brillos y azucenas, con sus ojos que jams olvidara. Pero el Cristo era un fosco cadver macilento, sangrando por mil llagas, atezado de espinas y puales, en su crdena muerte demonbado. Nunca quise pararme ante esa imagen ni contemplar su rostro: Dios slo puede estar entre las cosas que pregonan belleza, yo pensaba, entre todo lo vivo, lo pujante, lo que canta y derrama la alegra. Y pasaba de largo, evitando esa lvida tristeza, alejndome intacto de lo oscuro. 254 DIOS Ha madrugado Dios esta maana: escuch su trajn, su atareado revuelo por los rboles. Es tan grande su casa, que no puede dar reposo a sus manos. Comenz por las cumbres, barriendo tiernamente las ltimas memorias del invierno. Los ros le esperaban: puliment sus cauces, enderez los juncos y puso ms verdor en los caaverales. Se retrasaba el sol en su redondo sueo y tuvo que encender sus almenaras y enderezar su rostro gigantesco detrs de las colinas. Puso orden al loco gritero de los pjaros, dio calor a unos nidos abrumados de escarcha, y lami los rasguos de una corza batida por el viento. Se acerc hasta los mares: limpi los arrecifes, reparti las espumas, azule las aguas, y suprimi el silencio de las islas. Detuvo una tormenta, mand que un aire lento peinara los trigales, que en la tierra brotaran las semillas, que el fuego despertara su furia en lo profundo. Y descerr las verjas del amor y del miedo. Despus ha descansado un brevsimo instante cerca de mi ventana. Lo he tenido muy cerca, fragante y luminoso: Me ha mirado y he visto como una leve duda en sus ojos inmensos, como un cierto dolor, quizs como un humano desaliento. 255 LA ABUELA La memoria se torna clavicordio, mosaico de jazmines, pjaros diminutos en revuelo, cuando evoco su grcil, su serena vejez adolescente. Pareca una antigua figura desprendida de algn maifll mozrabe, un liviano cristal, una campana de tiernsimo bronce. Su presencia derramaba en el aire una noble fragancia de sosiego, una luz venerable y duradera. Y en la alegre verdad de su mirada yo averiguaba, hondas, mis lejanas races. Una cansada niebla de tristeza me refleja aquel da del llanto en los rincones, de los rezos leves como murmullos, de las gentes que inundaban las salas con trajes de domingo. La abuela, me dijeron, se ha marchado, se ha ido para siempre. No pude comprender aquel viaje ni aquel inmvil fro en las paredes que nos dej su ausencia. Pero pronto mis ojos descubrieron que con ese silencio, con esa soledad, con la palabra siempre, una primera puerta se cerraba en mi azulada infancia. 256 LA MUERTE Despus de aquella puerta, del estruendo de su golpe primero, un viento pertinaz y sucesivo me ha sembrado de aldabas la memoria. Y el silencio va siendo un ejercicio vulgar y cotidiano, como la propia sombra dibujada en un muro, y los hondos espejos ya no saben qu hacer con tanta huella, con tanto gesto inmvil, con tanto desamparo fugitivo, y nunca conocemos qu remotos designios, qu mandatos dirigen esta siega interminable, y jams descubrimos adnde van las voces, las miradas, el calor de las manos, los secretos archivos de las frentes, y quizs estn cerca, nos escuchan, nos llaman, acarician nuestra pobre intemperie, y la ausencia va siendo una costumbre que ya no nos extraa, a pesar de su incendio, y la rueda terrible va girando y en su torvo engranaje se perfila el dictado voraz de nuestro nombre, y cada nuevo da, detrs de su bonanza pasajera, acecha un vendaval definitivo que batir los ltimos portales, 257 y hay un nio asomado a la ventana con los ojos abiertos y asustados, y ese nio, que ya sabe estar solo, sigue sin comprender qu es lo que ocurre. 258 LA MSICA De la casa dormida slo queda memoria de la msica. Era su manantial aquella hermosa caja de caoba de nobleza bruida y serensima que todos respetaban. Cada da, con un amor solemne, con el cuido de quien oficia un rito, mi padre despertaba sus secretos manejando despacio los resortes prohibidos. Y el silencio se llenaba de lumbre, y era todo fragante y luminoso como una buena lluvia. Gustav, Amadeus, Ludwig, Franz... eran los nombres cotidianos, los amigos de la sangre cercana. Escuchando sus altsimas voces, mi padre, como un rbol sensible y poderoso, agitaba sus ramas en el aire dibujando el sonido. Yo esconda mi niez en su sombra, compartiendo el fuego emocionado de sus manos, y era todo un prodigio sonoro y perdurable. En su rincn, inmviles, mis juguetes vivan su olvidada inocencia, con una rara mezcla de envidia y esperanza. 259 EL SILENCIO Ya no existe el sonido: las entraas de la vieja gramola, se han cubierto de grama, polvorientas yacen las mudas voces en un sueo de redondos espejos. Nadie quiere recuperar el brillo de los dioses ni alzarse hacia las cumbres desde sus pentagramas. La caoba es tan slo madera funeraria que un vendaval cetrino ha derrocado. Y aquel rbol, aquel hermoso nido de campanas que yo creyera indemne pedernal, muro de luz, eterno mananto, es un parvo jilguero cuyos dedos ya tientan los alcores de la oscura frontera. Quizs en la ceniza de su frente lejana rebullan como insectos los violines salvando de su exilio algn adagio, algn cansado allegro, algn maestoso andante. Pero nunca fructifica el milagro en su palabra ni en sus manos renace el aire dibujado. Y ya todo es silencio. Y una herida lentsima avanza por la casa, quedamente, 260 como el largo finale de algunas sinfonas. Hasta que llegue el triunfo de la noche y en la memoria caigan derrumbadas las ltimas infancias. 261 De LOS SIGILOS VIOLADOS Premio VIII Bienal de Poesa Provincia de Len Premio Fastenrath (1985) HISTORIA DEL HOMBRE 1 A Carmen Conde Y qu decir del hombre, cmo cantar su llanto, su tempestad callada que me ahoga Ese montn oscuro de temblores que lanza desde el fro su mirada de arbusto dueo fue de un imperio de maanas, dominador de ventisqueros. Nunca pudo ponerse el sol en su oceana ni dobleg la lluvia la altivez de su nombre. A su paso las selvas despertaban con un clamor de musgo, rendanle los montes sus cinturas, desplegaban los ros su larga mansedumbre, y las gemas ocultas en la entraa alzaban a su frente destellos lejansimos. Ah, el hombre inmenso, encerrando en sus brazos una constelacin de avispas y jilgueros, bronco seor del trueno y de la aurora ensordeciendo el mundo con sus himnos de cclople! Bastaba un breve gesto de sus dedos para que bronce y pluma se hermanaran, 265 y el volcn derruyera sus presagios, y reclinara el templo sus ojivas, y el corazn se abriera en crcavas profundas. A su voz poderosa un huracn de sangre deslumbraba los cielos, y el tigre ms soberbio besaba entre la hierba sus espuelas, mientras trmulos astros entonaban una coral domstica de tmidas cantatas. Qu digno frente al mar numerando sus islas en los ocasos rojos, apretando en sus manos las galernas, dormida entre sus dientes la llave que amordaza la libertad del viento y sus espumas!... 266 2 Pero el hombre tena vocacin de alimaa. Con sus uas de jade iba cavando un fosco entramado de sombras, pozos interminables, secretas galeras, oquedades remotas donde jams la luz le descubriera ni fl orecieran pjaros o espigas. Lentamente la noche fue dejando sus amargas races en el pecho del hombre, minando su memoria, recubriendo su lengua de una cansada herrumbre. Aquella hermosa imagen del hroe coronado de luna y madreselvas pulveriz su mrmol dispersando su gloria y su ceniza sobre el yermo dominio de la ruina. Ah, su lenta ceguera, su diminuta voz que ya no escucha nadie, sus garras convertidas en manos humildsimas! Cayeron las columnas. Un verdn infamante eclips los metales. Los topacios sirvieron de pasto a las cornejas. Tocaron los clarines un largusimo canto funerario. Y una seda invisible que tejieron araas implacables 267 fue encadenando al dios en su guarida, robndole sus alas, cercenando su sed, su nostlgica sed de viejos albedros. Desde aqu lo contemplo en su terrible soledad, indagando la vida con sus ojos de esparto, defendiendo del tiempo sus horas oxidadas, casi perdida huella, polvo apenas. Y un alacrn antiguo se me posa en los prpados, al ver esa intemperie derramada en mis propios espejos. 268 LA VIEJA DAMA A Santiago Castelo Hay una vieja dama que llama suavemente a nuestra puerta con el leve marfil de sus nudillos. Conoce bien la casa: nos saluda con su hermoso silencio y deja en el vestbulo sus guantes, su sombrero, el cansado paraguas de las lluvias de otoo. Luego entra en la sala, derramando a su paso una luz somnolienta de quinqus, un remoto perfume de magnolios. Se sienta en la penumbra: siempre ocupa el callado rincn de la ventana, y desde all nos mira con sus ojos de sndalo, mientras brota en sus dedos el mnimo huracn del abanico. No necesita hablar: la vieja dama, con su tenue presencia, nos descubre un paisaje de hondos universos, nos hace recorrer caminos muy lejanos, dibuja en nuestra frente escenas y palabras aromadas de olvido. En las horas del llanto se acerca al clavecn, y canta quedamente una alegre balada que enamora, 269 hasta que vuelve el sol a nuestros labios. Qu remansado mar, qu lluvia generosa nos da su compaa! Cunta vida renace con su silente bruma! Cuando llega el momento, se despide con un breve ademn: quizs vuelva maana. La vemos alejarse, rodeada de pjaros, aternal y serena. El frgil camafeo que cuelga de su cuello guarda la miniatura de nuestra propia vida. Porque esa vieja dama es la nostalgia. 270 LAS PALABRAS Llegan puras, calladas, invadiendo mi frente, portando ente sus alas que estallan en mi sangre Me adivinan cansado de pulsar el espacio y entonan en mis labios en los que slo crecen Algunas traen la noche y derraman su acbar otras son manantiales, que anidan en mis huesos Palabras como huellas, un lacre enamorado, saltimbanquis del alma palabras como astros, como dulces insectos con su zumbido leve, esos frgiles fuegos sus cascadas de vida, de caminar el aire, que me conduce a ellas, sus cnticos de polen espejos y almenaras. ardiendo entre sus dedos en mis pobres asombros; fulgurantes prodigios sus entraas de azogue. dejando en los alfizares vivsimas palabras, sobre una red de sombras, como madres sonoras, 271 diminutas palabras, palabras generosas de un trigo inagotable, palabras desplegando Vosotras sois mi patria, slo con vuestro aliento esta vieja intemperie, Vosotras me hacis libre: 272 que juegan como pjaros, que nos llenan los ojos doloridas palabras, tormentas y paisajes. mi nico universo: puedo habitar sin llanto esta piel fatigada. en vosotras renazco. TEORA DEL TIEMPO A Rosario Hiriart y Jorge Valladares Ese polen oscuro que implacable va cubriendo de injurias nuestra frente, esa hiedra taimada que incesante va sembrando distancia en nuestros ojos, esa lluvia de sombra que insensible va inundando de lodo nuestra sangre, ese hielo, esa herrumbre, ese derribo, son las garras del tiempo trabajando despacio. Nadie ve su figura felina y transparente, ni se escucha el temblor de sus pisadas, su respiro lentsimo poderoso y oculto entre los das. Pero existe, y acecha, y torvamente va araando las horas, siempre abiertas las fauces para su larga y honda mordedura. A veces lame nuestras pobres manos candoroso y alegre como un ro, y anilla nuestros dedos de hermosas caracolas. Jubilosos, acogemos al tierno arrepentido, de su lealtad seguros. Pero pronto vemos que su saliva se convierte en un musgo de llanto y que en los dedos slo nos crece la tristeza. Nada queda detrs de sus crepsculos, 273 nada escapa a su nieve. Impasible, l sigue su camino al trote lento de su fiel ceniza: nunca vuelve la vista ni sonre a la vida que canta confiada. Sabe que en su clepsidra de rencores siempre el agua abrir secretos cauces, y vigila en la orilla, quedamente, con la calma tenaz del invencible. 274 EL NIO Hay un nio que llega cada da ofreciendo su mnima intemperie sobre el claro mantel del desayuno. Levemente se asoma por la ventana gris de algn peridico, sin lgrimas ni risas en su rostro: slo pura mirada y un humilde cansancio de terrores derramado en sus labios. Viene desde muy lejos: de las tierras del fuego y la tristeza, de selvas y arrozales, de campos arrasados, de montaas perdidas, de ciudades sin nombre ni memoria donde la muerte es slo una muda costumbre cotidiana. Tal vez trae en sus manos algn pobre juguete: el fusil que encontr en aquella zanja junto a un hombre dormido, las intiles botas de su padre, el arrugado casco de aluminio del hermano ms alto y ms valiente, el trozo de metralla que derrumb su infancia en un instante. Se sienta en nuestra mesa, quedamente, como si no estuviera, y contempla asombrado los terrones de azcar, las galletas, la alegre redondez de las naranjas, la taza de caf, con su recuerdo 275 de humaredas oscuras. Nunca nos pide nada: slo mira desde un viejo silencio, con un largo paisaje de preguntas remansado en sus prpados. Y permanece inmvil, clavndonos el tiempo en su palabra que nunca escucharemos. Como si fuera un nio, simplemente. Sin saber que en sus ojos lleva la herida grande de todo el universo. 276 EL ESCLAVO Todo su mundo era una enorme sandalia de cuero repujado y el poderoso pie que la habitaba. Del aire conoca el vuelo de las togas en su frente sumisa y alguna voz de rostro impenetrable llegada de la altura. Escuchaba las ms bellas historias de bosques y caminos, de gentes y paisajes ms all de los muros, de pjaros lejanos como el sueo. Y un rumor luminoso fue creciendo en su sangre ante el mudo prestigio de las puertas prohibidas. Cuando lleg el momento, slo la noche supo su destino en una jadeante madrugada de sombras como fauces... Fcil fue su captura: la guardia fidelsima del csar lo encontr al medioda frente al mar, en silencio, hermosamente inmvil, como un dios asombrado entre la arena. Despus de los castigos, regres a la blancura de los mrmoles, al callado universo de sus horas. Pero en su pecho arda aquel estigma azul, aquella claridad, aquel hondo secreto desvelado. Y ya siempre sus ojos se alzaron acechantes desde el suelo con la lenta esperanza de los tigres. 277 LA ALMOHADA A Carmen Monske Si guardis en la almohada, tiernamente, un lento colibr, una humareda, un diminuto ro, una brjula loca sealando siempre al sur, una pobre coleccin de campanas, un cincel, una voz, una silueta de cpulas o espigas, los maderos de algn viejo naufragio, o unas gotas de lluvia disecadas en la hojas de un libro, vuestra ser la luz: no hay mejor talismn contra la noche que esas breves semillas creciendo en la penumbra. Alentadlas, hacedlas prosperar entre los prpados, que intenso ser el fruto, duradero. Mas si la almohada es, sencillamente, una cosa muy blanda bien rellena de espuma y de costumbre, tan slo dormiris. Quizs logris un cuerpo descansado, pero un silencio gris y sensitivo brotar en vuestra sangre. Ms tarde o ms temprano, ese silencio ser llaga tenaz, cegada lumbre, implacable universo de lo oscuro. Advertidos quedis. Y prevenidos. 278 FUGIT TEMPUS Si el tiempo quiere huir, pues su vieja costumbre es el paso fugaz, abridle las ventanas, mostradle los senderos de la alondra, y buscad algn ngel que pueda construiros sin demora un bellsimo puente de plata repujada. No debis derramar ni siquiera una lgrima, aunque la herida humille vuestros claros espejos y todos los relojes caminen como hurfanos. No se puede olvidar que estas ausencias entran dentro del juego: respetemos sus reglas venerables. Pero si el tiempo quiere reclinar su cabeza en vuestro hombro, entrecerrar sus prpados de bronce y doblegar sus vuelos en la tibieza azul de vuestra casa, hacedle con ternura una cuna de luz en la memoria, una almohada de plumas invisibles y un tenue camisn de nanas serensimas. Que nada le interrumpa: hay que hacer de su sueo 279 una hermosa pradera, un rumor de races, un lento mananto. Vigiladle: mientras el tiempo duerma seremos inmortales. 280 LA MEMORIA Si la memoria es slo vuestro archivo de cmputos y datos, el lbum familiar de vuestra vida, de amarillas imgenes y espejos, el cansado cuaderno de bitcora de viejas singladuras por ocanos que el tiempo ha derrumbado, el fichero que encierra una avaricia de nombres y paisajes, de lejanas historias que en la niebla perdieron su fragancia, la agenda, el secreter, el calendario... dueos sois de una mquina perfecta que cumple su misin acostumbrada: engrasadla y tenedla siempre al da, pues til os ser para la triste prctica cotidiana, para el torpe manejo del hasto. Mas si vuestra memoria es semillero de voces y rumores, de cpulas, de lluvias, de azaleas, de carbunclos, de islas, de alboradas, de escenas y figuras tan remotas que nunca han existido, dueos sois del sigilo: el universo se acercar a vosotros como un pjaro cordial y campanero y os dejar en la frente el luminoso polen de sus alas. En ese manantial, en ese hondo 281 venero de prodigios, hallaris la verdad, el limpio origen de vuestro propio fuego, el llanto y la cancin, la sangre entera. Y seris como dioses diminutos manejando su arcilla, encarcelando asombros y palabras. 282 LA HERIDA A Leopoldo de Luis Si vuestra herida es, sencillamente, una simple lesin de los tejidos penetrante o contusa, una ofensa a la piel originada por violencia exterior, ms o menos extensa o lacerante, ms o menos profunda, la solucin es fcil: una cura con la asepsia debida, una limpia sutura realizada por un buen terapeuta, y slo os quedar la cicatriz. O ni siquiera eso: puro olvido. Mas si la herida oculta su amenaza en hondos laberintos, y extiende la espiral de su amargura por secretas regiones, invadiendo los huecos intangibles, las calladas races de lo humano, lenta ser la lucha, imposible su exacta curacin. Habitar en vosotros como un husped cercano y duradero, sangre ser de vuestra propia sangre, testimonio implacable del latido. Con el tiempo ser la compaera de tristes aventuras: quizs lleguis a amarla porque os ame con su aterida voz, con la certeza de su tenaz caricia. 283 Y algn da despertaris sin miedo respirando por ella, y en su imperio quedar encarcelada vuestra vida. Aunque os ciegue su llanto, aunque os pese su carga de dolor. Porque slo seris lo que ella os duela. 284 De TERRITORIO DEL FUEGO (1988) LOS POEMAS QUE COMPONEN ESTE LIBRO NO TIENEN UNA DESTINATARIA CONCRETA; POR ELLO, NO VAN DEDICADOS A NADIE. LA AMADA QUE LOS PROTAGONIZA ES UN COMPENDIO DE VARIAS REALIDADES QUE DEJARON HUELLA EN LA PIEL Y EN LA ME MORIA DE SU AUTOR. INTROITO Pennsula del mbar, colmenera regin donde la vida ofrece la plenitud ardiente de su vuelo. Varadero, brocal, acantilado, ctara que preludia los ms hondos estos: inagotable cuerpo de mujer, territorio del fuego. 287 DONDE SE DICE DEL PELO DE LA AMADA Y SE DESCRIBEN LOS EFECTOS QUE PRODUCE SU CONTACTO. Catarata de espigas, torrentera de cobre o azabache, revolucin que triunfa sobre el viento o que en la almohada inclina su derrota, envidia de los lamos, insomnio de nidos y juncales, arenal que camina. Qu elctrica playura, qu mensaje de isleos ofertorios sentir entre mis dedos tu delgada cancin a borbotones, trasladar a la piel esa liturgia de grito y filamento, ese leve anticipo de la llama, ese quizs selvtico que inunda mi frgil cercana. Por tu mltiple voz me revela la noche sus augurios, descubro los caminos del vidrio y de la mdula, el perfume del cundo y su enramada, el ardor del an y su aventura. Y me rindo quetzal y sobrevuelo el imperio del siempre ya marcadas mis alas con la huella de tu fluvial derroche, ya alentado mi sueo por el himno de tu tacto invencible, ya perdido mi rostro en tu vivo esplendor, en tu oleaje. 288 DONDE SE DICE DE LOS OJOS DE LA AMADA Y DE SU EXTRAA PROXIMIDAD Yo no s que sucede, amiga ma, con tus ojos: los tengo siempre cerca, tan Iluviamente prximos, que con ellos tropiezo a cada instante como el viento tropieza con los pjaros. No s si es que los pierdes, los dejas olvidados, como olvidas y pierdes tantas cosas al da: tu inocencia, el futuro, el sabor de los mircoles... o es que son, simplemente, derramados y mltiples, de mirada plural y peregrina. Los encuentro en mis libros resumiendo en su azul la mar entera, en el llanto cansado de los viejos retratos, en la luz del quinqu, en los estuches donde guardo tu ausencia, en todos los espejos, en todas las estatuas, en todas las adelfas. A veces me vigilan desde el techo con su casta negrura, o juegan con el gato en las alfombras, o surgen de repente entre las teclas de mi olympia porttil y entonces ya no hay forma de acabar el poema. Cuando voy por la calle me persiguen con su verde milagro de arrayanes, se posan en mi hombro, 289 saltan a las buhardillas, o esperan escondidos detrs de las farolas hasta que los descubro y se diluyen en un vuelo de risas y pestaas. Y en la noche, dormido, se me acercan con su pardo color de miel antigua, los noto acariciarme, meterse entre mis venas y navegar mi cuerpo mansamente en una singladura de prpados y sueos. Ah, tus ojos tempranos que todo lo amanecen, tus ojos caminantes que lo bautizan todo con el agua ms clara, tus ojos unitivos que atraviesan mi tiempo y lo reducen a su doble universo, tus ojos compaeros, tus ojos: tantos ojos que jams me abandonan_ 290 DONDE EL POETA MEDITA JUNTO A LA NUCA DE LA AMADA Silente y recoleto, como un claustro olvidado, hay un nido de cuco que se esconde detrs de tus cabellos. Ajeno a las caadas donde el puma campea su dominio, resguardado del aire que navegan las guilas caudales, encierra en su humildad el ms profundo secreto de los dioses. Un mnimo jaral, una campia levemente ondulada, y por debajo el ro de la vida discurriendo junto al oscuro ro de la muerte. Qu frgil vecindad, qu distancia tan tenue delimita sus mrgenes, qu murallas de vidrio sus fronteras. Un ligero naufragio bastara para inundar de fro la memoria, para colmar de fango y de sarmientos la celeste verdad de la mirada... Olvidemos la muerte, compaera, la vida nos reclama, todo es vida cuando estoy junto a ti: vivos son estos labios que renacen al calor de tu nuca, vivas son estas guilas caudales 291 que en tu cuerpo se posan. Y vivo es este puma que abandona su lejana guarida y avanza lentamente con su tierna metralla. 292 DONDE SE DICE DE LA LENGUA Y DE SU PRFIDA HECHICERA Esta pequea meiga de roja indumentaria, de ademanes de azogue y gesto de jengibre, conoce como nadie los secretos de las artes anglicas, los filtros de la vieja locura, la cbala del xtasis y el vuelo. En los momentos ureos, impulsada por furias ancestrales, sale de su redoma y con lento sigilo, como un lince, camina por la piel, arrebatada de ensalmos y conjuros, y siembra con cuidado, muy despacio, sus caricias levsimas, su tacto de mandrgora, su almbar de beleo y miel de caa. Jams tienen frontera sus audacias: no hay repliegue, ni hueco, ni lisura que escape a su perfidia. Se desliza sinuosa y errante, y a su paso todo es fiebre, fragor, adormidera, hondo nacer de brasas. Vibra el cuerpo embriagado por esa nigromancia, y hasta el poro ms glido y lejano en volcn se convierte. Es intil luchar contra el empeo de tan grata y letal hechicera: 293 lo sensato es yacer en un otoo de lagos y maizales, en un duelo de garzas y lades, e implorar . a los trasgos vorazmente la delicia final de ese aquelarre. 294 DONDE LOS PECHOS LANZAN SU DOBLE DESAFO QUE LUEGO SE CONVIERTE EN JBILO Indmitos, isleos, proclamando su fraterna avaricia, su ansiedad tropical que nos demanda honda dedicacin, paciente trnsito, demorada largueza en la aventura: as ofrecen su reto, su combate, estos dos camaradas del incendio. Surgen como dos soles, como dos absolutas primaveras, enhiesta su promesa, tentadora su inquieta calidez, y nos lanzan voraces su cnclave de lumbre, la llamada de su afilada prpura. Qu viento, qu cellisca de especias y metales nos recorre la piel, el cuerpo entero, al descubrir su tersa cercana. Qu ingrvidas las manos compartiendo ese inmvil temblor, ese ramaje, ese flexible jaspe duradero. Y qu audacia, qu entrega derrochan nuestros labios en ese labranto, en esa arquitectura de champn y magnolias. Apresado su jbilo hay que ignorar el tiempo, y ciegamente respirar su sabor, 295 morder su aroma, hacer nuestra su brava timidez. Hasta sentir ardiendo entre la sangre cunta ddiva encierra ese doble y perfecto desafo. 296 DONDE LAS MANOS DE LA AMADA, CON SU DESTREZA, PROTAGONIZAN UNA HERMOSA AVENTURA Hablan, cantan, respiran, amanecen. Vuelan, indagan, dudan, se cobijan. Averiguan, descubren, se apresuran. Amurallan, acechan, se confan. Avanzan, acometen, se detienen. Disimulan, conspiran, se deslizan. Prosiguen, se demoran, permanecen. Acosan, se apoderan, domestican. Dilapidan, incendian, se enardecen. Ya persiguen, ya insisten, ya arrecian, ya se ensaan, 297 ya rinden, ya derrocan. Ya vendimian. Ya desisten, renuncian, se someten. Ya proclaman la noche y se serenan. Ya conducen, invitan, acompaan. 298 DONDE SE DICE DE LAS CADERAS Y DE ESA MAGIA QUE DERRAMAN T nunca te das cuenta, pero todo se vuelve casi loco cuando te ve pasar, cuando caminas con ese gesto tuyo de tallo y violonchelo, tan mezcla de jaguar y de abanico. Vas pensando en tus cosas: los peces que hacen punto en la jaula dorada, los paraguas enanos, las anmonas que no quieren dormir, o ese lpiz de labios que en cuanto te descuidas escribe en las paredes los versos ms procaces. T no tienes la culpa: el secreto -no me llames antiguo lo llevan tus caderas, su forma tan caribe de cantar y rerse, de convertir en sol cada durazno o de hacer que los lamos sean siempre tus amigos. Esta misma maana: al pasar a mi lado -t nunca te das cuenta un vuelo de zorzales ha inundado la casa y un aroma a canela se ha extendido por todos los rincones. La caoba de la cmoda antigua ha echado unas hojitas tan verdes corno un himno, el ficus se ha vestido color de jacaranda, 299 y el aire andaba loco, como desguarnecido, no s si de alegra o slo por el llanto de verse derrotado. Y es que no te das cuenta: cada vez que caminas, tus caderas van siempre convocando una fiesta mayor, con su largo repique de campanas. Por la noche es distinto: se me ponen solemnes y me ofrecen su taido de bronce, su vrtigo de pluma y torbellino, su toque de rebato y de tormenta. Te confieso una cosa: desde hace mucho tiempo slo sueo espadaas, slo sueo espadaas y galernas. 300 DONDE EL POETA POSA SUS MANOS EN LA CINTURA DE LA AMADA Y ABSORTO PERMANECE Estas manos que saben de antiguos parasos, de patrias escondidas donde la brasa impera, de volcanes que cantan coronados de prpura, de riberas sedientas y ardidas oquedades. Estas manos que habitan ensenadas de fiebre, que recorren a ciegas los cubiles del tigre, y descubren el pulso de los ritos prohibidos, y llevan en su idioma el temblor de las islas. Estas manos amigas de los astros sin sueo, que levantan columnas y amansan unicornios, que dominan la espuma del yunque y la colmena, el milagro del prisma, la rebelin del mstil... Estas manos se tornan alfareras y humildes al posarse en el barro de tu exacta cintura, y modelan despacio su curvo mananto, su vuelo de gaviota, su respirar de nave. Y ajenas permanecen a hogueras muy cercanas, detenidas y absortas en esta geografa donde tu cuerpo alcanza la plenitud ms pura: ese prodigio tuyo de un mayo perdurable. 301 DONDE EL POETA CONTEMPLA LA ESPALDA DE LA AMADA Y MS TARDE DESCUBRE UNA ESPERANZA Esta casta pradera se me ofrece en su puro abandono: no hay alcores ni lomas ni caadas ni valles luminosos donde nazca el prodigio de un fruto, ni selvas que atesoren algn rojo rumor. Todo es lisura aqu, horizontal ausencia de caminos, aunque la clara vecindad del riesgo configure los lmites y su apacible vocacin de olvido a la aventura incite. Mis dedos anacondas levemente dibujan arabescos sobre la piel, perfilan bosques maravillosos, desfiladeros altos como el viento, catedrales, falas, cifras, pmpanos y pjaros antiguos que desgranan su grito cenital... Esta casta pradera se me ofrece en su puro abandono, pero pronto descubro la esperanza de algn dulce pecado: Ah, perfecta manzana, luna llena, universo partido y compartido! 302 HAI-KAIS DE LA LUNA LLENA Si a la luna se le adosara un mango Oh, qu abanico! (Hai-Kai de Skan, s. XV -XVI) Una pradera, despus, la luna llena. Cndor que vuela. *** Luna dormida, lenta caricia: corto ser su sueo. Un nido en llamas rodeado de juncos la luna guarda. Luna sedienta: dos palomas vendimian la lluvia fresca. Junto a mi pecho cierne la luna llena su doble fuego. 303 Ciegos mis ojos: cubre la luna llena todo mi rostro. *** Al trote lento, la luna cabalgando mi cuerpo entero. *** Entre la nieve su cuvano de incendios la luna ofrece. Tiembla la luna: una vbora hambrienta busca su hondura. Qu larga furia, qu aluvin se derrama sobre la luna! Luna partida: desde el fondo del crter la sed respira. *** Oh, qu abanico cuando la luna llena juega conmigo. 304 DONDE SE DICE DE LAS PIERNAS DE LA AMADA Y EL POETA EN HIEDRA SE CONVIERTE Mstiles de la luz, arboladura de asombros verticales, alambiques donde bulle la mirra y se destila un fragor de alamedas, altsimos senderos, alminares que avientan la proclama de las trmulas horas, mayos para esa pascua de nardo y tamarindo que tu cuerpo celebra. Qu despliegue, qu danza de delfines, de mercurio, de sol, de surtidores, cuando erguidas se enfrentan al espacio y el tiempo se convierte en maravilla. Qu leccin triangular, si horizontales me ofrecen sus elsticas figuras: retadores issceles, rectngulos de fugaz equilibrio, equilteros prestos a la entrega, vibrantes escalenos... Como hiedra, como hiedra mis ojos, como hiedra mis manos, mis labios como hiedra, se agavillan en esa abrazadora geometra, en ese dulce ahogo, en ese bulevar de la locura. Y ascienden ebriamente, lentamente, 305 a la clave del arco, all, donde refulge la codiciada cima, la cpula febril que con su premio espera. 306 DONDE EL SEXO RECIBE LA MS ARDIENTE DDIVA Y CORRESPONDE CON IGUAL GENEROSIDAD Cspide del incendio: un edicto de fiebre nos reclama con su sed de amapolas el bolo final de este preludio tan largamente hermoso. Ya se abren tus ptalos, ya escucho tu rojo palpitar, la balada candente que surge de tu hondura. Qu respiro, qu aliento inagotable en este fontanar, en esta alegre herida: no hay camino que no conduzca a ti, ni singladura que no rinda sus naves en tu ardiente baha. Con la urgente liturgia de los dioses me invitas al banquete: qu impaciente rubor, qu madrugada se desata en mis labios al ver ese verano, ese intenso verano que en ti se despereza. Ya se arquea la cumbre de tu ojiva, y tu umbral se me brinda enardecido, y se agita en sus ascuas 307 tu vivo campanil, el diminuto crisol de tu arcoiris. Ya te acercas voraz cuando te ofrezco mi altivo pedernal, mi masculino resumen de la brasa: Muy despacio mi furia se sumerge en la dulce penumbra, va llenando tus huecos, recorriendo tus pliegues, habitando tus lentos terciopelos, las sedas y damascos de tu cauce. Qu fl uvial acogida, qu refugio, qu olvido en este algar, en este tibio infierno que me ofrece su abrazo y su dominio. Da comienzo la danza ritual, la felina pavana que nos funde en un secreto antiguo, y crece su fervor, y se reitera su mrbido vaivn, y se convierte en un tenso galope, en un rtmico vuelo sucesivo. Desde lejos, desde el puro linaje de la sangre, un huracn de fuego se aproxima, avanza, nos rodea, nos invade con su veraz augurio. Qu tierna combustin, qu llamarada, qu horizonte de polen su premura: ya est junto a nosotros, ya nos roza, nos prende, 308 nos envuelve, nos cubre... Y al fin llega la lluvia, nuestra clida lluvia enloquecida, dos frutales tormentas al unsono, un vendaval de espigas compartido, un feroz manantial que nos devora. Y despus, un estero, un clamor, una larga ribera, un cntico a la vida. * * * Ahora todo es paz en esta alcoba. Las paredes no salen de su asombro. Las lmparas envidian nuestros cuerpos. La noche nos contempla emocionada. Detrs de los cristales, el invierno camina. 309 NARRATIVA MI NGEL DE LA GUARDA (Hucha de Plata en el XIX Concurso Hucha de Oro, Madrid, 1985) Al principio todo iba bien, como tienen que ir las cosas. El cumpla sus obligaciones, en su papel de ngel de la Guarda honesto, responsable y, sobre todo, muy profesional. No es que se extralimitara, que tampoco se trata de eso, pero iba cumpliendo; me avisaba con antelacin de pequeos accidentes, de mnimas catstrofes cotidianas: la llave del gas, que no cerraba bien del todo, la cisterna del bario que goteaba, los geranios de la terraza que se haban llenado de pulgn... Su ayuda era particularmente til al hacer crucigramas, pues siempre tena a punto el afluente del Yang-Ts-Kiang que divide en dos la provincia de Kuogh Liing, o la planta crucfera, de hojas lanceoladas, cuya semilla se emplea como pienso para animales domsticos en las granjas bolivianas. Era un ngel de la Guarda servicial, sencillo, dira que incluso afectuoso. Procuraba, en lo posible, pasar desapercibido, y siempre tuvo el tacto suficiente para no causarme ningn tipo de inquietudes con su protectora presencia. Como mi vida es bastante tranquila, pues mi oficio de escritor me obliga a pasar muchas horas en casa encerrado en mi despacho frente a la mquina o jugando con mis melancolas, no puede decirse que tuviera un exceso de trabajo conmigo. En realidad, era un ngel de la Guarda sin demasiados problemas, salvo algunas intervenciones aisladas, chapucillas de nada, nimiedades como las que ya he contado. No es que l se abandonara, no, estaba al tanto, incluso asegurara que dispuesto a cualquier cosa; pero es que, verdaderamente, mi vida no daba ms de s. Esta forzosa falta de actividad lleg a preocuparme, pues nadie sabe las torpezas que puede cometer un ngel de la Guarda anquilosado por falta de entrenamiento, o la ausencia de reflejos que puede presentar en 313 un momento determinado. Yo creo que l se dio cuenta de mi preocupacin, pues, a partir de entonces, multiplic, dentro de lo que cabe, su actividad: repasaba la casa antes de acostarse, por si me hubiera dejado alguna luz encendida, me avisaba con antela cin del vencimiento de alguna letra, incluso me ayudaba, muy eficazmente por cierto, a clasificar mis fichas y a poner en orden mis anotaciones. Un da, de manera fortuita, pude comprobar que era aficionado a la lectura. Bueno, yo no s si ya traa consigo esa aficin cuando me lo destinaron, o bien la adquiri despus, para matar las horas de aburrimiento. Entr inesperadamente en mi despacho y lo sorprend subido en una silla, junto a la biblioteca, buscando algo por los estantes ms altos. Se puso rojo como la grana, y casi estuvo a punto de caerse: en sus ojos, una opaca vergenza por haber sido descubierto. Es difcil reaccionar ante un caso as, y yo dud unos instantes. Pero enseguida supe hacerme cargo de la situacin y, creyendo interpretar sus preferencias, le alcanc lo que supuse que estaba buscando, un ejemplar de la Biblia con pre ciosas ilustraciones, que mis padres me regalaron el da de la terminacin de mi Bachillerato. Ante mi sorpresa, rechaz corts mente mi ofrecimiento y, cogiendo con suavidad un tomito encua dernado en piel de las Doloras de Campoamor, se march a su rincn preferido, el silln de orejas junto al balcn. A partir de entonces, ya se consider plenamente autorizado para disponer de mis libros con absoluta libertad. Lea con bas tante rapidez, aunque vi que no segua mtodo alguno para sus lec turas: lo mismo se enzarzaba con las Obras Completas de Rafael Montesinos, que devoraba con avidez las Leyes de Indias, o se de leitaba con una biografa de Robespierre. En algn momento estu ve a punto de llamarle la atencin sobre ese desorden, especial mente el da en que me lo encontr con un Tratado de lgebra en las manos. Pero pens que, por mucha confianza que hubiera, yo no tena derecho a meterme en sus cosas, que un ngel de la Guarda debe saber lo que se hace y que, a fin de cuentas, all l con sus lecturas, que ya era mayorcito para discernir lo que le convena o no. 314 Nuestras relaciones eran, como se ve, francamente buenas: un mutuo respeto, no carente de cierta cordialidad, y cada uno en su sitio. El tena sus manas, yo las mas, y aqu paz y despus gloria, que mejor es lo malo conocido que lo bueno por conocer. Adems, como es sabido, el ngel de la Guarda no se puede elegir, que te ponen el que ms a mano tienen. Y, tal como estn las cosas, mejor es aceptar lo que te caiga que andar por ah desamparado y sin poder contar con nadie en un momento de apuro, que conoce uno cada historia... Las cosas empezaron a torcerse el da en que conoc a Enrique ta. Fue en el Ateneo, en una lectura potica de un amigo chileno. Ella estaba all, con todo el mar dentro de sus ojos, con su perfil de garza solitaria, tiernamente ajena a todo lo que no fuera los versos que mi amigo iba diciendo. No la haba visto jams, pero enseguida comprend que en aquel instante yo estrenaba una vida nueva, que, desde entonces, todo sera para m como una inmensa pradera recin mojada por la lluvia. Al salir, procur entablar conversacin con ella, comentamos la lectura, fuimos a tomar una copa en la plaza de Santa Ana, y termin acompandola al auto bs, con la promesa de volver a vernos enseguida, lo ms pronto posible. Luego pude saber que ella tambin estren vida aquella noche. Al regresar a casa, ya lo not algo raro: distanciado, hurao, incluso poco amable. Se dira que tena algn motivo de preocupa cin o de disgusto, aunque yo no supe relacionar en aquellos mo mentos su extraa actitud con el hecho de mi primer encuentro con Enriqueta. No le di mayor importancia al asunto, convencido de que se tratara de problemas personales que acabaran solucio nndose en poco tiempo. Pero la situacin fue hacindose ms grave a medida que mi amistad con Enriqueta iba afianzndose, hacindose ms ntima y segura, cuajando en un sincero amor. No slo su postura iba hacindose progresivamente antiptica, sino que descuidaba, yo creo que adrede, sus obligaciones ms elementales como ngel de la Guarda: un da no tuvo el detalle de avisarme de que me olvi daba en casa la llave de la puerta, y ese descuido me caus los 315 trastornos correspondientes; otra vez, en pleno verano, no me record que tena que poner a la sombra la jaula del canario, y el pobre animalito amaneci al da siguiente completamente achicha rrado, inmvil, como si fuera un dramtico monumento al color amarillo. Deambulaba por las habitaciones con mirada errabunda, indiferente a todo, con claros sntomas de dignidad ofendida. El ambiente hogareo, antes apacible, se iba haciendo cada vez ms tenso, ms difcil de soportar. Lleg incluso a insultarme, cosa que nunca podr olvidar. Fue precisamente el da en que Enriqueta y yo fijamos la fecha de nuestra boda. Regresaba yo a casa, un poco tarde, ilusionado y feliz, y lo encontr en la sala de estar, acurrucado en un rincn, completamente a oscuras. Me mir largamente, con la paradoja de un brillo diablico en sus ojos y, sin venir a cuento, me espet con una voz gutural rebosante de rencor: Canalla, no eres ms que un despreciable canalla!. Fue todo tan inesperado, que no supe qu hacer. Pero comprend que, desde aquel instante, algo se haba terminado para siempre entre nosotros. No le contest. Me encerr en mi alcoba, y desde all le o llorar durante mucho tiempo, envuelto en la oscuridad. Desde entonces, las cosas fueron de mal en peor. No slo dej de prestarme todo tipo de proteccin y ayuda, sino que se com placa en hacerme pequeos atropellos, desastres domsticos que, a pesar de su poca importancia, no dejaban de amargarme la vida: funda con frecuencia las bombillas, destrozaba figuritas de porce lana, salpicaba tinta en las alfombras, desordenaba los libros, me adelantaba el despertador... El colmo fue el da de mi boda, pues en el ltimo instante, minutos antes de salir para la ceremonia, me escondi los zapatos negros y no hubo forma de encontrarlos. Un novio vestido de riguroso chaquet, aunque fuera alquilado, pero calzado con sandalias playeras, es algo que la novia y la familia de la novia no podrn olvidar fcilmente. Los primeros das de nuestra vida matrimonial fueron verdade ramente crticos, pues se empeaba en que le dejramos dormir con nosotros, en medio de la cama, entre Enriqueta y yo. Como puede suponerse, me negu en rotundo y tuve que ponerme serio, 316 incluso llegu a encerrarlo ms de una noche en el cuarto de bario, aun a sabiendas de que me hara alguna trastada. Por lo visto, acab convencindose de que su idea era absurda, o de que, ante mi firme actitud, no lograra su propsito, porque, despus de algn tiempo, dej de intentarlo y volvi a ocupar el cuarto de los huspedes, como siempre. Envejeci mucho desde que nos casamos. Ya no era el que fue: se le vea ausente, vacilante, sin ganas de hacer nada, ni siquiera de leer un rato, absolutamente apartado de sus obligaciones profe sionales. Se pasaba las horas sentado en el silln de orejas, junto al balcn, mirando los rboles del parque, o siguiendo el ir y venir de los pjaros con una larga nostalgia remansada en sus ojos... Hoy ha sido un da amargo, muy amargo para m. Esta maana, al llevarle el desayuno a su habitacin, la he encontrado vaca. El balcn, abierto de par en par. He temido lo peor, un accidente, una locura, cualquier cosa, y me he precipitado para tratar de ave riguarlo, para prestarle ayuda si fuera posible... Estaba all, en el aire. Y volaba. Torpemente, como si se le hubiera olvidado, pero volaba. Tropez primero con una antena de televisin. Luego tuvo difi cultades con la torre de la catedral, incluso perdi altura, cre que se mataba. Ascendi al fin, no sin esfuerzo, y despus de enredarse con una nube y evitar al sesgo un encontronazo con un helicptero militar, pudo proseguir su vuelo, ya con cierta soltura. Y poco a poco se ha ido difuminando, perdindose en el hori zonte, hecho ya un puntito muy lejano, pequeo, muy pequeo, casi como una lgrima. Casi como esta lgrima. Hasta no verlo ms. Nunca, nunca ms. 317 LA LECCIN DE ANATOMA Bien. Ya tenemos ante nosotros el cerebro, la pieza clave del organismo humano, su centro vital de informacin, el Alto Estado Mayor de todas sus decisiones. Como vern ustedes, se trata de una amalgama de sustancia celular, irrigada por una infinidad de venillas y arteriolas, y entre cruzada por mltiples nervaduras que conectan entre s las dife rentes secciones de sus dos lbulos. Cada una de estas secciones, aparentemente similares, tiene encomendada una misin muy defi nida y perfectamente delimitada. Frente a las viejas teoras de la escuela vienesa, que otorgaban un carcter unitario a la masa cerebral, como un todo inseparable, Grnwald y Casagni demostraron de forma definitiva su divisin funcional en departamentos estancos, claramente separados aun que dependientes unos de otros, a la manera de la organizacin departamental de un gran centro ejecutivo. La memoria, los sentimientos, las diversas formas de comunica cin, la capacidad creadora, la transformacin de sensaciones externas en reacciones qumicas internas, las diferentes manifesta ciones de la actividad fsica, la elaboracin intelectual de datos recibidos por observacin o estudio, etc., etc., son otras tantas misiones encomendadas a cada uno de estos departamentos cerebrales. Veamos, si ustedes quieren, la seccin dedicada a la memoria: Cortemos un poquito por aqu... as... despacio, con cuidado... ya est. Ni el ingeniero electrnico ms capacitado podra siquiera imaginar un almacn de datos ms completo ni con una mejor or ganizacin. Todo, absolutamente todo el pasado de este hombre se encierra aqu, en este pequeo conjunto de neuronas, con sus 319 fechas, sus circunstancias, su carga de alegra o de tristeza, hasta con sus detalles ms lejanos o insignificantes. Y fjense ustedes ah, a la derecha, debajo de esa ligera mem brana, lo observan, me siguen: Un agrupamiento celular de caractersticas muy distintas a las del resto de esta seccin. Es lo que podamos denominar el rincn del olvido. Creo que un poeta hablaba de donde habita el olvido, sin saber que ese donde existe efectivamente en nuestro cerebro. El hombre, de una forma consciente o inconsciente, y mediante un mecanismo no explicado hasta ahora por la ciencia, va separando de su memoria una serie de neuronas cuyas impresiones o posibilidades recordatorias no quiere volver a utilizar. Podramos decir que a lo largo de su vida va retirando de su extenssimo fichero general las fichas que contienen datos que le resultan particularmente dolorosos o bien indiferentes por su propia irrelevancia, archivndolos en ese apartado especial para no encontrarse jams con ellos. Estas microc,lulas, desde luego, siguen vivas, pero diramos que con una vitalidad amortiguada, como hibernando en esa especie de exilio a que se las obliga, aunque a veces, de forma espontnea, irrum pan en la zona memorstica recobrando su actividad. Entremos ahora, si quieren, en el rea de los sentimientos: Vean la zona ah, a la izquierda, muy cerca de esa protuberancia. Como pueden observar, el aspecto morfolgico de este conjunto es radicalmente distinto del que hemos visto antes.... Cmo... No, no, ni mucho menos: el amor no tiene nada que ver con el cora zn. El corazn es, simplemente, una pieza ms dentro de la gran mquina. Una pieza fundamental, desde luego, pero con una mi sin bien prosaica: la de bombeo. Una sencilla bomba, nada ms. El amor, como tal sentimiento, est sometido a una serie de dependencias nerviosas que se originan precisamente aqu, en esta zona. Vamos a separarla: Seccionemos primero la parte inferior, la ms densa... despacio... as... eso es... Aqu est. Ven ustedes las diferencias celulares a que me refera Comprueben que la zona est especialmente vascularizada y que su estructura anatmica se caracteriza por... 320 La raz del viejo ciprs continu con sus explicaciones, mientras las tiernas races del rosal escuchaban con asombro tanta maravi lla. Arriba, una paz azulada se extenda sobre los mrmoles, sobre las cruces, sobre las antiguas inscripciones. Todo era silencio, un limpio y hermoso silencio. Aunque algunos pjaros cantaran. 321 PALMIRA (Hucha de Oro, 3er Premio, en el XXIII Concurso Hucha de Oro, Madrid, 1987) Tiene cara de llamarse Palmira, dijo Ana mientras contem plaba su mnima silueta tras el escaparate de la pajarera. Adems, ya te empieza a querer: no hace ms que mirarte y hacerte cucamonas para que la lleves contigo. Y nos la llevamos. Efectivamente, Palmira manifest una clara predileccin por m desde el primer da. Sus ojos azules de pura gata siamesa no se apartaban ni un instante de los mos, corno si quisiera retenerme siempre a su lado. Me segua por todas partes y demostraba un especial sentido para saber que era yo quien suba en el ascensor o que mi voz estaba al otro lado del telfono. Ana comentaba con humor este cario, sin importarle que a ella le hiciera muy poco caso, salvo en el momento de ponerle su comida, en que se mostraba un poquito ms afectuosa. Pero tan pronto la haba engullido, corra a buscarme hasta que daba conmigo y se dorma cerca de m. A veces se pona bastante pesada, con sus lametones, su refregarse contra mis piernas, su ronroneo sensual y casi pecami noso, sus maullidos de placer cuando yo, distradamente, le acariciaba el lomo o jugaba con ella haciendo como si mi mano fuera una araa que quisiera poner a prueba su indudable intrepidez. Cansado de tanto mimo, la apartaba de mi lado o la depositaba suavemente en el suelo; y entonces siempre apareca en sus ojos un brillo extrao, como un pequeo relmpago de decepcin mezclado con una rpida, pero penetrante, sensacin de reproche. Te has fijado Siempre que nos besamos o nos hacemos alguna broma, Palmira desaparece, coment Ana. Se ve que, con 323 ese amor loco que te tiene, no puede soportar la competencia, insisti riendo. Lo que pasa es que tienes celos de Palmira, le contest. T eres quien no puedes soportar la competencia. Pero te quiero ms a ti, te lo juro, le dije, mientras echaba mi brazo sobre sus hom bros y la acercaba a mi lado. Palmira, que nos miraba atentamente desde un silln, salt al suelo con lentitud y abandon la habita cin con cierto aire de dignidad ofendida. Me gusta escribir de noche: la noche me ayuda a la concentra cin no por su silencio, sino por ese cmulo de ruidos apagados que tanta vida transpiran. El da, con toda su claridad, invita a la contemplacin, a la entrega, a la visin extravertida del mundo y de sus cosas. Pero la noche facilita las indagaciones y aventuras a travs de nuestro propio universo, reduce nuestro entorno, hace que todo lo exterior converja hacia nuestro yo, dando va libre a ese profundo proceso de introspeccin que desemboca en la crea cin literaria, y ms an en la potica. Cada cual tiene sus horarios y sus mtodos: por la noche es cuando, tanto fsica como anmica mente, yo alcanzo mis mayores niveles de lucidez. Desde que Palmira lleg a casa, se convirti en la compaera de mis horas nocturnas. Tan pronto adivinaba mis intenciones de subir a mi estudio para trabajar, me segua quedamente y se instalaba en un rincn desde donde observaba con embeleso todos mis movimientos. Estoy seguro de que, con esa rara capacidad de percepcin que caracteriza a su especie, ella saba que yo estaba haciendo algo importante y que, por tanto, no deba interrum pirme con juegos ni arrumacos. Tampoco dorma, aunque a veces lo pareciera: su mirada permaneca vigilante, como cuidando de que nada ni nadie me perturbara. De vez en cuando, como descanso, o para comprobar en voz alta como sonaban, le lea algn prrafo de mi interminable novela o alguno de los poemas que, con frecuencia, escribo. Palmira escuchaba con atencin, y digo escuchaba porque tanto su expresin como su actitud -orejas enhiestas, mirar inteligente, cierta tensin concentrada en su cuello y en su cabeza- denotaban que no se limitaba simplemente a or. Y en cuanto terminaba mi 324 lectura, me expresaba su aprobacin con una mezcla de cario y alegra: su mirada se, haca ms brillante, como dos pequeos fuegos artificiales, abandonaba su quietud, se suba a mis hombros, y durante un rato me daba suaves trompicones con su hocico en la cara o lama con delectacin mis lbulos intercalando minscu los mordiscos. Pero aquello, que en verdad a m me complaca y emocionaba, no duraba mucho; tras esas efusiones regresaba a su rincn, volva a adoptar su postura preferida y, mirndome con satisfaccin, pareca decirme: Muy bien, eso est muy bien, pero tienes que hacer mucho ms. Hala, a seguir escribiendo. Yo te acompao. Ana siente una especial debilidad por el parque del Retiro, entre otras razones porque naci muy cerca de l y para ella constituye su paisaje de infancia, ese paisaje ntimo en el que comenzamos a descubrir la vida y que ya no nos abandona nunca, incorporado para siempre a lo ms clido de nuestra memoria. Por ello, siempre que tenemos un rato libre, nos perdemos por sus senderos, disfrutando de esa isla de hermosura tan ajena al insoportable trfago de la ciudad. No hay vez que no descubramos algo nuevo: un rincn umbro, un viejo rbol que no conocamos, un macizo de fl ores oculto tras la hiedra... Ana es feliz con estos hallazgos y los comenta entusiasmada como si de algo propio se tratara, quizs porque, realmente, se trata de algo suyo. Aquella maana habamos dado uno de esos paseos. Las primeras lluvias del otoo trajeron un festival de aromas y colores y el parque estaba como renacido, ya con leves toques dorados en los parterres y con reflejos de cobre en cspedes y musgos. Una profunda gama de verdes se extenda hasta el infinito y su cente nario silencio vegetal se haca ms dialogante que nunca. Pens que los ojos de Ana -casi dos vivas esmeraldas- resuman en su raro verdor todos los matices de los rboles y se multiplicaban en cada una de las hojas, derramando desde ellas la ternura plural de su mirada. Anot mentalmente esa idea, como germen de un posi ble poema. Por la noche, como siempre, me puse a trabajar. En su rincn, como siempre tambin, Palmira pendiente de m, sin perder deta 325 Ile, transidas de amor sus pupilas azules, rodendome de un am biente de felina placidez. Obsesionado con la imagen de los ojos de Ana y los inagotables verdes del Retiro, comenc a escribir un poema. Sus primeros versos me salieron casi de un tirn: Yo no s que sucede, amiga ma, con tus ojos: los tengo siempre cerca, tan lluviamente prximos, que con ellos tropiezo a cada instante CO () el viento tropieza con los pjaros... Despus, las cosas se complicaron -la poesa, a veces, se nos rebela y tarda ms de lo debido en acudir a nuestra llamada- pero al cabo de dos horas puse punto final al poema. Qued contento: haba dicho en l cuanto quera decir y exactamente como quera decirlo. Estaba seguro de que a Ana, que ahora dorma tranquila mente, tambin le iba a gustar. Aunque no es mi costumbre, le puse una dedicatoria: Para Ana, porque en su mirada crezco y me multiplico cada da. S, le iba a gustar. Era un buen poema. Se lo le a Palmira, que lo escuch atentamente; pero, a diferencia de otras veces, cuando acab de leerlo no hizo sus habituales manifestaciones de afecto y aprobacin. Se me qued mirando, como ensimismada o como sumida en un profundo meditar. No le di mayor importancia, y baj a la cocina por un refresco, pues pensaba seguir escribiendo. Un ruido extrao en mi estudio, acentuado por el silencio de esas horas, me hizo regresar rpidamente, cruzndome en las escaleras con Palmira, que bajaba dando bufidos, el pelo erizado, despavorida. Me pregunte qu haba podido asustarla de esa forma, pero fui yo quien se asust cuando vi en el suelo, junto a mi mesa, los restos del folio en que estaba escrito el poema: Palmira lo haba destrozado concienzudamente, convirtindolo en un montn de tiritas retorcidas, de pequeas virutas, como si en vez de uas se hubiera valido de unas finsimas tijeras, con un ensaa 326 miento que descartaba el juego o la casualidad. Desde luego, era totalmente imposible su reconstruccin. Contemplaba yo aquello absolutamente perplejo, tratando de encontrarle alguna explicacin, cuando unos gritos terribles me hicieron dar un respingo: venan de abajo, de nuestro dormitorio, y se repetan con ms fuerza y con un espantoso dramatismo. Baj atropelladamente, lo ms deprisa que pude, apoyando mis manos en las paredes para imprimir ms y ms rapidez a mi cuerpo en su carrera... La puerta estaba abierta. Encend la luz, y qued petrificado. Nunca podr olvidarlo: Ana se retorca de dolor sobre la cama, sollozando patticamente y casi exhausta. Su cara era una masa sanguinolenta, irreconocible, como la pulpa de una fruta roja por la que hubiera pasado un vendaval de espinos. Una visin espeluznante y desoladora ante la que me falt muy poco para derrumbarme. Al lado, sobre mi almohada, con las patas ensangrentadas, Palmira me miraba dulcemente con su impasible serenidad. Qued aterrado al verla. Y ms an al fijarme en sus ojos, que ya no eran azules, sino verdes, intensamente verdes. Como dos vivas esmeral das. 327 LA BIBLIOTECA (Hucha de Oro, 2 2 Premio, en el XXV Concurso Hucha de Oro, Madrid, 1991) Cuando nuestra hija mayor se cas, dejndonos libre su dormitorio, no pude menos que pensar: He perdido una hija, pero he ganado cuatro paredes para mi biblioteca. Porque el problema de los libros, como sucede a casi todos los escritores, haba llegado ya a su lmite: a lo largo de los aos, entre las propias adquisiciones, los obsequios editoriales, los envos de autores y algn que otro legado familiar, los libros haban ido invadindonos como una lenta marea, como un huracn intermina ble, imponiendo una dictadura espacial de difcil solucin. Ellos eran los dueos absolutos de la casa, hasta el punto de que no quedaba un rincn que no ocuparan. No slo llenaban a rebosar las muchas libreras que habamos ido comprando para aprovechar cualquier espacio ms o menos adecuado -mi despa cho, naturalmente, la sala de estar, los pasillos, el recibidor- sino que se apilaban de mala manera en los sitios ms inverosmiles: debajo de las camas y de los sillones, encima de los armarios, en la cocina, en el trastero, en la terraza, dentro de las maletas, en montones de cajas, en paquetes... Se dira que haban llegado a tener vida propia y se multiplicaban por generacin espontnea. Pero siendo grave el problema del espacio, lo peor era el desorden, pues entre aquella ingente cantidad de volmenes repartidos por todas partes, no haba nunca forma humana de encontrar nada. Cualquier necesidad de consulta o de lectura de un ttulo determinado, se traduca en horas de bsqueda, en una irritante prdida de tiempo desempaquetando, revolviendo, inda gando, las ms de las veces sin resultado. Hace algunos arios s saba yo, ms o menos, dnde podra encontrar lo que me hiciera 329 falta; pero lleg un momento en que cada nuevo libro que entraba se colocaba en el primer hueco disponible, con el consiguiente y absoluto descontrol. Por ello, aquellas cuatro paredes del dormitorio de mi hija sig nificaron la salvacin, el respiro, la posibilidad de poner algo de orden en tan molesto mare magnun y de cambiar ese aspecto de almacn enloquecido que nuestra casa ofreca. Al mismo da siguiente de la boda, pusimos manos a la obra: vaciamos la habitacin, buscamos las estanteras necesarias, las instalamos... y a colocar libros, tarea lenta y pesada si se quiere hacer como Dios manda pero, sin duda alguna, muy gratificante para quienes sentimos devocin por esos entraables compaeros de papel. Decid dedicar las nuevas libreras exclusivamente a literatura espaola e hispanoamericana. Tras varios das de trabajo, de limpieza y clasificacin, todo qued completo y bastante ordenado. Segu un criterio cronolgi co -alfabtico, organizando los libros por pocas y, dentro de cada poca, por autores. No era perfecto, pero me serva y, por supues to, me permita localizar en un instante cuanto necesitara. Con la felicidad de haber conseguido, por fin, tener las cosas a mi gusto, y de ver la casa despejada y ya con cierto aire de normalidad, advert a mis dos hijos menores -ambos estudiantes que all no se tocaba nada, que cualquier libro que necesitaran me lo pidieran a m y que yo se lo facilitara. Murmuraron no se qu sobre prepotencias e imposiciones por decreto -ley, pero mis rde nes fueron estrictas: de all no se tocaba nada sin mi permiso. Estaba claro Pocos das despus de esta advertencia sobrevino el primer disgusto. Entr a coger una obra de Lope para comprobar una cita, cuando vi, con asombro, que muy cerca de lo que buscaba haba un hueco libre. Hice memoria: S, all faltaba un tomo de Quevedo, las Obras en verso completas, una buena edicin encuadernada en piel a la que siempre tuve gran aprecio. Me indign, como es lgico, pues no me gusta que mis hijos me desobedezcan, y menos en lo que a mi biblioteca se refiere, algo sagrado para m. 330 Lo extrao fue que ellos me aseguraron -incluso me lo juraron ante mi insistencia- que no haban cogido ni ese libro ni ninguno, que ya conocan mis manas, que me lo hubieran pedido, como quedamos, es ms, que ni siquiera haban entrado all. Mi mujer tampoco saba nada del asunto. Y la asistenta, ni pensarlo, era un modelo de honradez incapaz de llevarse un botn, y no digamos un tomo de Quevedo. Nadie ajeno a la familia haba estado en casa recientemente... Ya empezaba a dudar de m mismo, no s, algn despiste al organizar la biblioteca, o que lo hubiera puesto en otro lugar por alguna razn... Pero no, no era posible. Estaba seguro. El libro, simplemente, haba desaparecido. Poda verse su sitio vaco. Un misterio. Algo sin razonable explicacin. iPero mira, pap, si est aqu!, exclam de pronto uno de los chicos, aadiendo por lo bajo a su hermano: El viejo ya delira. En efecto, el tomo estaba all, pero tres estantes a la izquierda, en un extremo, escondido detrs de otros libros, colocado de cualquier manera, como si lo hubieran lanzado all violentamente. Lo saqu con la alegra del hallazgo y feliz de haberlo recupera do, aunque sin dejar de pensar que alguien me haba mentido y dispuesto a aclarar las cosas de inmediato, pero me qued de una pieza al ver el estado que presentaba: la piel del lomo, rada; algunas hojas arrugadas; y en la tapa, junto a unos largos rasguos que parecan araazos, una inscripcin manuscrita, como hecha con una ua muy puntiaguda o con una finsima navaja. No se lea bien, pero tras varios intentos pude descifrarla. Deca: Pata -coja, cabrn. Yo no he sido!, gritaron al unsono mis hijos. No haca falta que me lo dijeran, estaba absolutamente con vencido de que ellos eran incapaces de hacer semejante barbari dad. Imposible. Pero quin, quin habra tenido el valor de hacer aquella salvajada No habris prestado este libro a ningn amigo, verdad, les pregunt con muy poca conviccin, pues tan slo unos das antes yo mismo lo haba colocado en la biblioteca sin notar nada anor mal. 331 Negativas rotundas, protestas, ms juramentos... No, esa posi bilidad, la nica que se me ocurra, quedaba descartada. Trat de encontrar alguna otra justificacin: quizs no me haba dado cuen ta, y el libro estuviera as desde hace mucho tiempo sin que yo me fijara... No, no, era un libro que yo manejaba con cierta frecuencia, y una cosa as no me habra pasado desapercibida. Todava perplejo, hecho un lo, volv a poner el tomo en su sitio, sin saber qu hacer ni qu pensar. Dorm muy mal aquella noche. No hice ms que darle vueltas a la cosa, imaginando las hiptesis ms descabelladas, sin llegar a ninguna conclusin. Pero a la maana siguiente iba a tener la oportunidad de ver claro, dentro de lo que cabe, y de comprender -es un decir- las causas de aquel desastre. Tan pronto me levant, fui a la biblioteca, no sin cierta apren sin y un algo de indefinible temor. Pronto pude tranquilizarme: el tomo de Quevedo estaba all, en su sitio, como yo lo haba dejado. Di un respiro: no s por qu, me esperaba alguna sorpresa desagradable. Pero mi tranquilidad dur tan slo unos instantes, los justos hasta que mis pies tropezaron con algo. Era un libro cado en el suelo. Lo recog -mis manos, temblando- y pude ver su ttulo: La verdad sospechosa, de Ruiz de Alarcn. Tena una hoja arrancada, que sobresala de entre las dems; otras, con unas hendiduras que bien podran ser huellas de mordiscos; y en la tapa, en la que abundaban incisiones y rozaduras diversas, una inscrip cin manuscrita, como grabada con un alfiler, en perfecta grafa del siglo XVII. Deca as: Corcovilla, hideputa. Mi mujer me encontr sentado en un silln, blanco como el papel, los ojos desorbitados fijos en el libro, sin poder articular palabra. Tard mucho en reaccionar. Desde entonces, raro es el da en que no se ha producido algn fenmeno similar en mi biblioteca, hasta el punto de que ya he lle gado a acostumbrarme y a no darle mayor importancia, salvo las molestias de la recolocacin de los libros y los desperfectos que en ellos aparecen, que es lo que ms me duele. As, por ejemplo, hace una semana, El gran galeoto, de Echegaray, amaneci, tambin tirado en el suelo, con la inscripcin 332 Viejo idiota, mientras que muy cerca de l yaca Romance de lobos de Valle -Incln, ostentando en su tapa un infamante Manco de mierda. En otra ocasin, el estante donde tengo algunas obras de Benavente apareci casi vaco; todos los libros que all estaban, a excepcin de los de D. Jacinto, se haban dispersado por otras partes de la biblioteca, en un desorden total, como si hubieran salido huyendo precipitadamente y en tropel. Ya son varios los encontronazos que he podido detectar entre el Canto general de Neruda y la Segunda antoloja potica de Juan Ramn, libro, por cierto, al que otros volmenes de algunos poetas del 27 estn trayendo por la calle de la amargura. Azul de Rubn, y Poe sas de Unamuno, tambin han tenido sus diferencias, aunque de menor entidad. Expresiones como Miserable, Indio maldito, Cabeza sin sexo, Seorito andaluz, Plagiario, Muerto de hambre, etc., son corrientes. Hasta al pobre Berceo, en su Vida de Sancta Oria, le han puesto Bon achuzo, aunque no he podido descubrir al autor de tamaa ignominia. Es indignante. Como digo, haba yo terminado por acostumbrarme a estas cosas, admitindolas y soportndolas resignadamente y casi con naturalidad. Pero lo de hoy ya ha sido demasiado, y ha hecho que mi paciencia se agotara, hasta el punto de tomar una drstica determinacin. Nada ms entrar en la biblioteca, a primera vista, he echado en falta dos volmenes, aunque de momento no supe de qu ttulos se trataba. Tomndolo con filosofa, he buscado por diferentes estantes, he remirado por los rincones, en los altillos de las li breras, en los huecos... Nada. Por fin, y cuando ya me iba a dar por vencido, se me ha ocurrido probar suerte bajo la mesa camilla: y all estaban los dos libros, ocultos bajo las faldas. Uno de ellos, un ejemplar en rstica de Genio y figura, de D. Juan Valera, aparatosamente abierto, con las cubiertas hacia arriba, extendidas sus hojas hasta todo lo que el lomo daba de s, a punto de desen cuadernarse, en una postura a todas luces obscena. Debajo, tier namente agazapado, un grueso tomito en vitela: La cuestin pal pitante, de la Pardo Bazn. Al sorprenderlos, me ha parecido ver 333 que la blanca encuadernacin de doa Emilia se pona un poco roscea. No ha sido nada especial, no una intensa rojez de ver genza, no: tan slo un leve rubor. Y me ha costado lo suyo sepa rarlos, que no haba manera, de verdad. Ante este bochornoso espectculo, me he dicho tajantemente: Hasta aqu. Esto se ha terminado. Paso por que muchos de mis libros hayan quedado hechos trizas. Paso, que ya es pasar, porque mi biblioteca se haya convertido en un nido de rencores, en un terreno de venganzas, en un lamentable vaivn de viejos odios y de viejas rencillas. Pero que esto acabe siendo una casa de citas o una tapadera de inconfesables pasiones, no. Por ah no, se acab. Maana mismo desmonto todo esto, vuelvo a colocar los libros por toda la casa, bien desordenados, como estaban antes, y se acab. Vaya que se acab. Faltara ms! 334 EL REGRESO La estancia era amplia, confortable, sobriamente amueblada. Un gran ventanal dejaba entrar la luz de la tarde, que tamizaban lo estores, aunque algn rayo del ltimo sol se filtrara dbilmente esparciendo su delgado fulgor en las alfombras. Se oa, a lo lejos, muy diluida en el espacio y la distancia, una msica, Mozart quizs. Un reloj antiguo, desde su caja de maderas nobles, acunaba el tiempo con la incansable oscilacin del pndulo. Todo era all sosiego, armnico devenir, serenidad. Afuera, entre un claro silencio, las copas de los rboles se balanceaban como si asintieran en un dilogo sin fin. Algn pjaro aleteaba, ajeno a cualquier te mor. El cielo, radiante y magnfico, esplendorosamente azul. En un silln de orejas, junto a la ancha redondez de la mesa camilla, el anciano seor -cabeza blanca, ojos fatigados, lentos ademanes- lea un viejo libro. Sus labios se iban moviendo imper ceptiblemente con la lectura, a medida que su mirada transcurra por las hojas amarillentas. De vez en cuando, se tomaba un des canso y levantaba la vista hacia el ventanal con un gesto entre desilusionado y melanclico. Otras veces, reposaba sus manos traslcidas en la manta que cubra sus piernas y dejaba caer los prpados como dormitando, quizs sumido en una intensa medi tacin. Nada interrumpa aquella inmvil placidez. Una puerta se abri con suavidad dando paso a un hombre. Era joven, de noble presencia, de afable y mesurada actitud. Sus profundas ojeras subrayaban un rostro demacrado en el que la fatiga haba dejado lvidas huellas. Pero sus ojos permanecan giles, decidores, llenos de asombros y de luz. El anciano seor mir al recin llegado, mientras en su cara se despertaba una recndita alegra. El hombre se acerc lentamente, 335 y ambos se fundieron en un largo abrazo sin palabras. Despus se sentaron muy cerca uno del otro. Hijo mo, por fin, por fin has regresado. Qu feliz soy tenin dote otra vez aqu. Yo tambin estoy contento, padre. Te he echado mucho de menos todo este tiempo. Tantos arios esperndote, tantos... Cmo te encuentras, hijo, ests bien Tienes mala cara, ests enfermo No, no, estoy bien. Slo cansado, muy cansado. Ha sido un largo viaje, demasiado largo. S, pero era necesario. Lo s, lo s. Era necesario. Pero, te ha ido bien Hiciste todo lo que tena que hacer No s si todo, pero trat de hacerlo lo mejor posible. Claro, hijo, claro. Ha sido un esfuerzo muy grande para ti. Tuviste problemas Te result muy difcil No ms de lo que suponamos. Pero tenamos que intentarlo, padre. Por supuesto, tenamos que intentarlo. Pero me he pregunta do muchas veces si hice bien empujndote a esta aventura, si no podamos haber buscado otros medios. De verdad, crees que ha merecido la pena Yo creo que s, a pesar de todo. Pero hay que esperar. Slo el tiempo podr decirnos si ha merecido la pena o no. El tiempo... siempre el tiempo... Pero ya ests aqu conmigo, juntos otra vez. No dejar que vuelvas a marcharte, nunca te lo permitir. No, padre, no te preocupes. Si he regresado ha sido para quedarme aqu contigo. Para siempre. Muy bien, hijo, muy bien. Pero... tienes hambre Quieres que te traigan algo Si quieres... No, no. Tan slo estoy cansado. Me hace falta dormir. Si no te importa... Claro, hijo, claro, lo comprendo. Maana hablaremos tranqui lamente y me lo contars todo con detalle. Ahora debes acostarte: lo necesitas. 336 El hombre tom las manos del anciano seor y se qued un momento mirndolo con ternura. Despus, sali pausadamente hacia su habitacin. Ya estaba casi dormido cuando not la presencia cercana de su padre. Haba entrado muy despacio, sin hacer ruido, como temien do molestarle. Se sent levemente en la cama y apoy su clida mano en la cabeza del hijo. Duermes ya, musit. Estaba a punto de dormirme. Perdona, hijo... pero... me haca falta... no... no me hubiera quedado tranquilo.., si no te dijera una cosa... algo importante... Qu cosa No... nada... Bueno... que me doli mucho aquello que dijiste. Me doli ms de lo que puedes suponer. Qu dije Aquello.., aquello que gritaste.., aquello de Padre, por qu lile has abandonado Callaron ambos en un silencio hondo, desolador. El hijo no pudo evitar las lgrimas. A travs de ellas vea la expresin tristsima del padre. No saba lo que deca, no lo poda saber.... murmur con voz lenta y lejana. Despus cerr los ojos, a la espera del sueo. Estaba cansado, muy cansado. Necesitaba dormir profundamente. Necesitaba, tambin, olvidar. 337 EL DA D (Captulo 6 de MANUAL DE SUPERVIVENCIA PARA TURISTAS ESPAOLES) Bien, ha llegado el da D, la anhelada fecha en la que usted va a comenzar su viaje. Cunto ha esperado este momento y con qu ilusin ha hecho los ltimos preparativos! No olvida nada Cmara fotogrfica o videocmara Pasajes y bonos Dinero Estupendo. En marcha. El folleto deca: Deber presentarse en el mostrador de la Compaa Tal con dos horas de antelacin a la hora sealada para la salida del vuelo. Y all va a estar usted, como un clavo, dis puesto a lo que sea. Su primera impresin al llegar al aeropuerto ser de susto: vaya mare mgnum, vaya gento y vaya caos. Parece mentira que algo pueda funcionar all medianamente bien. Miles y miles de personas que van de un sitio para otro como enloquecidas, portando miles y miles de maletas en sus manos o en los carritos metlicos; inter minables colas ante los mostradores de las distintas compaas; conversaciones y gritos en todos los idiomas imaginables; continuos avisos por la megafona -que casi nadie entiende por el barullo- de salidas y entradas de vuelos y llamadas personales a los rezagados; nervios y discusiones; racimos de moros (para nosotros cualquier rabe es moro, ya sabe) con aspecto de poca higiene, cargados de los bultos ms inverosmiles; racimos de chinos (para nosotros cualquier oriental es chino, ya se sabe tambin) con cara de absoluto despiste; gente que llega; gente que se va; gente que despide a los que se van; gente que recibe a los que llegan; gente que saluda a los que estn en trnsito; vestimentas veraniegas para todos los gustos y pelajes; inquietud, vacilaciones, protestas; an cianos impedidos en sillitas de ruedas; nios que no paran; ado 339 lesc,entes que se besan; matrimonios que discuten; viejos que re funfuan; un relajo veraniego, a pesar de todo, en este denso pa norama de incertidumbre, angustia y alegra. Dentro de tal batiburrillo, los nicos que permanecen serenos son los ejecutivos y las monjas. A los ejecutivos se les distingue por ir impecablemente vestidos, corbata incluida, por su maletn -casi siempre negro, aunque algn que otro cursi lo lleve de piel de cocodrilo-, y por su cara de ir a reunirse. Los ejecutivos siempre van a reunirse y vienen de reunirse, donde sea, como sea, con quien sea. Es su signo fatal. Como se pasan la vida viajando, se conocen los aeropuertos y sus miserias igual que la palma de la mano, y no se inmutan por nada. Esperan su vuelo ajenos a todo y a todos, abriendo de vez en cuando sus maletines, ordenando su contenido y tomando alguna que otra nota, seguramente para la prxima reunin. Si hay demo ra, sacan su novelita best-seller de moda y se culturizan. Los de ms alta graduacin slo leen prensa de informacin econmica. Son felices, a pesar de su triste destino: directa o indirectamente, vender cosas, comprar cosas o vender y comprar cosas al mismo tiempo. A las monjas se las distingue por sus hbitos, por ir casi siempre de dos en dos, y por esa mezcla de temor y placidez que hay en sus caras. Una de ellas, por lo general, es ms despierta que la otra o manda ms, segn sus reglas. Llevan pequeos bultos consigo, que nunca abandonan, seguramente repletos de oraciones y proyectos de salvacin. Nunca se impacientan por nada y con templan el ajetreo que les rodea con una dulce expresin de curio sidad y benevolencia. Siempre me ha llamado la atencin la presencia de las monjas en los aeropuertos, pues no hay ninguno de ellos en los que no me las haya encontrado. A veces pienso si no pertenecern a la plantilla del personal de tierra contratadas por la direccin para poner una nota de paz y serenidad en el crispado ambiente de los viajes areos. Quin sabe; hoy en da los modernos sistemas de relaciones humanas afinan muchsimo, y no sera de extraar. Tras esta primera impresin, se encontrar usted metido de 340 lleno en el jaleo, y ya formando parte de l; buscar infructuosa mente durante un rato el dichoso mostrador y al fin, cuando ya empezaba a preocuparse, lo encontrar, con una larga cola de turistas -como usted-, todos con la misma impaciente ilusin de comenzar sus vacaciones -como usted tambin-. No tardar en identificar a los de su grupo por un detalle que los distingue: el bolso de plstico en bandolera con el letrerito Viajes Cual. Es el primer indicio de uniformidad, que ahora, seguramente, le har cierta gracia. Ms adelante, no tanta, ya ver. Los primeros contactos con sus compaeros de grupo se carac terizarn ms bien por la timidez: alguna mirada de soslayo, alguna sonrisita corts, alguna frase suelta o comentario sin importancia... Todos son extraos en estos momentos iniciales: ya habr tiempo de seleccionar amistades, buscar identidad de caracteres u opinio nes, e incluso de hacer frente comn, si es necesario, ante alguna calamidad colectiva. La intimidad y las simpatas, o antipatas, personales vendrn despus, a medida que vayan pasando los das del tour con su obligada convivencia y el largo rosario de horas y situaciones que van a tener que compartir. Como vendr despus la formacin de subgrupos solidarios, con sus correspondientes, aunque solapadas, luchas intestinas. Pero todo esto lo estudiaremos ms adelante. Ahora est usted ante el mostrador, con la natural impaciencia por dar comienzo a su viaje, y no es cuestin de distraerle con divagaciones sociolgicas. Cuando llegue su turno, chequese (aprenda bien este horrible trmino, porque va a tenerse que chequear en multitud de ocasiones), es decir, entregue su billete para que le proporcionen su tarjeta de embar que, y deposite su equipaje, excepto el de mano, para que se lo facturen. Y a esperar. Lo de las esperas en el aeropuerto y en plena temporada turs tica puede ser dramtico: nunca se sabe lo que va a pasar. Igual todo va bien y su vuelo sale a la hora establecida, o todo va mal y se le anuncia su retraso por causas tcnicas durante minutos, horas o indefinidamente. Es intil indagar: nadie da razn alguna para justificar las demoras o anticipar con exactitud su duracin. No hay ms remedio que echarle paciencia a la cosa y permanecer 341 atento cada vez que suene la musiquita de los altavoces para ver si, por fin, anuncia la salida de nuestro vuelo. Entre los usuarios trotamundos hay autnticos especialistas en esperas: en cuanto oyen la desalentadora frase por tiempo inde finido, buscan un rinconcito tranquilo, se acurrucan o se tumban a lo largo como pueden, y a dormitar tan contentos. Algunos llevan meses esperando y ya se han acostumbrado a ese gnero de vida: si algn da, Dios no lo quiera, dieran salida a sus vuelos, no podran resistir la emocin y caeran fulminados. Puede usted descubrirlos en cualquier aeropuerto, agazapados en los sitios ms inverosmiles, con barba de varias semanas, junto a sus pertenen cias y una lata de refresco, con cierto aspecto mendicante, total mente ajenos al trfico y al gritero. Yo creo que son bastante feli ces, pues no hacen otra cosa que esperar. Vamos a suponer, en su caso, que ha habido suertecilla y que todo va a funcionar como estaba previsto: a pasar el control de pasaportes, a superar el control de seguridad, y a volver a che quearse en la salita de espera designada para su vuelo. El control de pasaportes no presenta mayores dificultades, siempre que, claro, lleve usted el pasaporte o el documento de identidad, y adems los lleve en regla. Un vistazo rpido, una com probacin facial con mirada levemente inquisitiva y marchando. El control de seguridad tampoco suele tener problemas, aunque es muy posible que el pitidito del paso detector de metales se dispare, precisamente, cuando usted lo est atravesando. Entonces, a colocar en un mostrador monedas, encendedor, llaves y todo lo metlico que lleve encima, y volver a pasar. Puede suceder que el pitidito se repita amenazadoramente, con la consiguiente preocu pacin por su parte y la contenida desconfianza de los dems viajeros. Ante la reiteracin, un amable polica le apartar a un lado y le recorrer el cuerpo con un detector manual. No se asuste si el aparatito emite unos penetrantes bip-bip-bip de vez en cuando, incluso cuando se lo acerquen a sus partes pudendas: son instrumentos de altsima precisin y reaccionan ante cualquier cosa. Lo importante es que no suceder nada, que el funcionario comprobar que usted no lleva armas de fuego, bombas de fabri 342 cacin casera ni otras malas intenciones, y podr seguir su camino, libre y sin cargos, a la bsqueda de su sala de espera. Por favor, no se me ponga nervioso si, con las prisas, no da con ella a la primera: tiene tiempo de sobra, caramba, el avin no va a salir sin usted, que todo est previsto y bajo control, convnzase. Una vez la haya encontrado, nuevo chequeo, nueva espera, nuevo tiempo de incertidumbre hasta que le indiquen la salida de su vuelo y, al fin, el momento deseado: a embarcar. Ante usted, una de las experiencias ms apasionantes de su viaje. No se pierda ni un detalle: vvala en toda su hermosa inten sidad. 343 AL AIRE (Captulo 7 de MANUAL DE SUPERVIVENCIA PARA TURISTAS ESPAOLES) Si el vuelo es regular y la aeronave (qu bien suena esto, verdad) de cierta categora, usted ser conducido seguramente a una hermosa escalera, ancha y majestuosa como ella sola. Qu emocin subirla despacito, recrendose en la suerte, aunque el japons de delante se empee en subirla ms lentamente de lo normal y la aguerrida walkiria que le sigue le vaya clavando en los riones su raqueta de tenis! Paciencia. Disfrute del glorioso mo mento: ya casi, casi, es usted un verdadero cosmopolita. Disimule como pueda su bisoez en estos trances, y siga hacia arriba como si no hubiera hecho otra cosa en su vida. Puede suceder, sin embargo, que en vez de la escalera le hagan utilizar una especie de tnel del tiempo, un tanto sombro, que desemboca directamente en el avin. Son cosas de la modernidad aeroportuaria, quizs ms prcticas, pero que privan al usuario del placer evanglico de la ascensin a los cielos por sus propios pies. Qu le vamos a hacer. De una forma u otra, ya ha llegado usted a la aeronave. Qu momento!: dos bronceados pilotos (ahora creer que son pilotos, pero ms tarde se convencer de que no lo son) y alguna bellsima azafata le darn los buenos das/buenas tardes sonrindole cor dialmente. Qu acogida, qu finura! Contsteles con naturalidad, como quien domina el secreto de la cortesa internacional. Al entrar, a la izquierda, es probable que vea un amplio espacio de comodsimas butacas y oh, maravilla! un atentsimo camarero, muy elegante, sosteniendo en sus manos una bandeja repleta de copitas de jerez. Esto empieza bien, pensar usted, vaya detalle. Pero pronto uno de los falsos pilotos le indicar muy amablemente que por ah no, que siga hacia la derecha. Sumiso, como tiene que 345 ser el turista, seguir hacia la derecha, echando de menos el rubio jerez que tan bien le hubiera cado. Pasar a un compartimento, no tan amplio como el otro, pero aceptable. Tampoco est mal: algo ms estrechas las butacas, pero poquitas y con buena pinta; no seor, no est mal. Pues tampoco. No busque usted tampoco su asiento ah: esa es la Clase Preferente (Clase C o Confort Class, que le conviene ir manejando estos trminos). Usted, como es turista, tiene que seguir ms al fondo, a la Clase Turista. Lgico, no Atienda las indicaciones de que no se entretenga, de que contine. Y al fin llega a su clase. Como un autobs, verdad, poco ms o menos. No sentir claustrofobia eh Tranquilo. Y no empiece a murmurar: tampoco ha pagado tanto como para que le den, as, de entrada, una copichuela, o le coloquen en preferencia. Usted, convnzase, o empiece a convencerse, es un turista. Y punto. De todas formas no hay que dramatizar. Si el vuelo no lleva asientos numerados, lo mejor es que coja una butaca lo ms delantera posible. Mi teora es que si las clases preferentes -y ms caras- estn en la parte delantera y no en la trasera, por algo ser. Pues eso: cuanto ms cerca de esas clases, mejor (quien a buen rbol se arrima..., ya sabe). Pero no corneta el error de ponerse en la primera fila: hacer un vuelo de dos o tres horas teniendo como nico panorama frontal un trozo de tabique tapizado de moqueta es lamentable y no se lo aconsejo. Si es usted fumador, atrs, atrs del todo, marginado, como un enfermo infeccioso. Mire bien los indicadores, pues no hay cosa ms triste que no poder echarse un pitillo -que tan bien viene para los nervios en algunas ocasiones- por un tonto error en el momen to de escoger su asiento. Todo esto, como le deca al principio, si se trata de un vuelo regular y de un aparato de envergadura. Si el vuelo es de esos que llaman charter, pues qu quiere que le diga: ni gran escalera (ms bien una angosta y agobiante escalerita anal de ttrica ascensin), ni copita, ni preferencia, ni, si me apura, moqueta. Qu le vamos a hacer. Ya ve usted, por ahorrarse unas pesetillas... 346 Sea cual sea el vuelo, ojo con quin se sienta: escoja usted, en vez de dejarse escoger. Huya de los obesos -y ms an de las obesas- como del mismo diablo. Y cuidado con la apetecible rubita de los blue-jeans porque el novio, seguramente cinturn negro, ha podido retrasarse entre el tumulto y aparecer en el momento menos oportuno. Seleccione, si le es posible, primerizos o primeri zas, cuya conversacin siempre ser un consuelo. Si los asientos van numerados, simplemente confe en la providencia. Ya en su butaca, tranquilo: el trasiego de gente desconcertada portando bultos de todo tipo y condicin va a durar un buen rato. De manera que a esperar. Si quiere entretenerse, despus de tra tar de averiguar cmo demonios se abrocha el cinturn de seguri dad, puede dedicarse a leer las Instrucciones para caso de emer gencia, enterndose de cuantas salidas de socorro tiene el avin o de cmo se inflan los chalecos salvavidas. Haga lo que quiera, aunque todo eso se lo van a ensear, con una expresin de abso luto aburrimiento, las azafatas dentro de un rato. Adems, es igual: en caso de autntica emergencia, y entre el murmullo de las lti mas oraciones, nadie se va a acordar de dnde estn las malditas salidas ni de qu resortitos hay que tirar para que se infle el chisme flotador. Bien. Ya tenemos el avin lleno a rebosar, y todo el mundo en sus asientos. Ahora llega un momento emocionante: el primer recuento. A lo largo de su viaje, usted y su grupo van a ser recontados en muchas ocasiones, con el mismo amor y cuidado con que el pastor en el aprisco recuenta sus ovejas. Es una medida de prudencia, pues siempre hay alguien que se despista -ya lo veremos ms adelante, al hablar de las excursiones-, con el natural sobresalto de guas y responsables. Este primer recuento lo efectan las azafatas, unas veces a dedo, otras auxilindose de un extrao relojito, que seguramente se llama turistmetro o pasajmetro. Observe bien: nunca, nunca, salen las cuentas a la primera, lo que desencadena una serie de cuchicheos entre el personal de vuelo, consultas a la superioridad, minuciosos estudios de las listas de embarque, re cuentos sucesivos... Francamente entretenido. Pueden pasar dos 347 cosas: o que los nmeros no salgan como es debido por fallo humano en el momento de realizarlos; o porque realmente falte alguien. En este caso, es posible que ese alguien aparezca a ltima hora transportado individualmente desde la terminal, sudo roso, sin aliento, y pidiendo humildemente perdn con la mirada al resto del pasaje. Seamos benvolos en nuestros comentarios, que bastante habr sufrido el pobre. Ya estamos todos. Puertas cerradas, rampas subidas... Y al aire. Ahora es cuando, de verdad, comienzan sus vacaciones. Y para celebrarlo, dentro de un ratito, una vez estabilizados en el aire y tras comunicarle los datos del vuelo (velocidad, altura, tiempo de duracin, etc.), le van a ofrecer una sorpresa: la naranjada. Como usted sabe, la naranja es el fruto del naranjo, de forma globosa, de seis a ocho centmetros de dimetro; corteza rugosa, color entre rojo y amarillo, como el de la pulpa, que est dividida en gajos, y es comestible, jugosa y de sabor agridulce muy agrada ble (Diccionario de la R.A.E.). Y la naranjada, el agua de na ranja. Pues bien, fjese: nadie, absolutamente nadie hasta la fecha ha logrado averiguar de qu fruto proviene lo que las compaas areas denominan naranjada. El color, mirndolo con buena vo luntad, s recuerda algo a la naranja. Pero el sabor... Adivina, adivinanza: A qu sabe la naranjada Despus de mltiples degustaciones -tan slo llevado por mi curiosidad intelectual- he llegado a la conclusin de que debe tratarse de una mezcla de semillas exticas desconocidas en occi dente con un jarabe clarito de procedencia ignorada, levemente azucarado. Su deglucin produce en la garganta un extrao cos quilleo que provoca de inmediato el deseo de no seguir bebiendo. Por supuesto, no es obligatorio que se la tome. En caso de irre primible rechazo, le aconsejo que pida a la azafata un vasito de agua, tan sencillamente incolora, inodora e inspida. Se lo traern con mucho gusto, aunque con la reticencia de que haya . gente tan rara a la que no le guste una naranjada gratuita amablemente servida en las alturas. Si el vuelo es de cierta duracin y coincide con las horas del medioda o ltimas de la tarde, es muy posible que no pueda usted 348 librarse de otra sorpresa, esta vez mucho ms temible que la de la naranjada de marras. Me refiero al almuerzo o la cena, y que sea lo que Dios quiera. Si se trata de un buffet fro, como es posible que lo anuncie por los altavoces el Sobrecargo de la aeronave (pero qu bien suena todo esto, verdad), la cosa puede quedar medianamente bien, dentro de unos lmites amplios de tolerancia gastronmica. Si se trata de algn plato caliente, espero que usted haya tenido la buena idea de desayunar fuerte -en el caso del almuerzo- o de merendar fuerte tambin -en el caso de la cena-. Pero vayamos por partes. El primer problema es el espacio. En una bandejita de unos 900 centmetros cuadrados (algo ms del tamao de un folio, para entendernos), usted va a tener que bregar con lo siguiente: la mini bandejita del primer plato; la mini-bandejita del segundo pla to; la mini-bandejita del postre; el chusquito de pan; el vasito; la tacita para el caf o el t; el paquetito de mantequilla; el triangulito de queso; el envoltorio de las galletitas saladas; y la bolsita con cucharas, tenedores, cuchillos, sobrecito del azcar, sobrecito de la leche en polvo (o sucedneo), sobrecito de la sal, sobrecito de la pimienta, sobrecito del mondadientes, servilleta, toallita perfumada y un folletito publicitario. Aunque parezca mentira, todo eso cabe en la bandeja. Pero claro, una cosa es que quepa, y otra que usted, as, de primeras, pueda manejarse holga damente entre tanto cachivache. Todo es cuestin de prctica y de movimientos muy lentos, muy meditados, con la exquisitez de un relojero al desmontar las piezas de un reloj. Ya ver como consi gue dominar la situacin, llegando incluso a establecer una relacin de profundo afecto con su bandeja (algo parecido al sndrome de Estocolmo) y bendiciendo mentalmente al genio que la invent. Observar que las mini-bandejitas del primero y segundo plato vienen higinicamente protegidas por un plstico o por un papel metlico. Estupendo verdad Pues ah van a empezar sus proble mas. Porque, por lo pronto, y cuando se lance a la operacin de desempaquetado, le va a ser muy difcil averiguar dnde comienza y dnde termina la envoltura. Despus de darle vueltas al asunto, 349 terminar decidindose por el desgarro directo y encontrndose en las manos con un gran trozo de plstico embadurnado de mayone sa, o con un rgido papel metlico rebosante de una extraa salsa. En este preciso momento, la azafata, o alguno de aquellos falsos pilotos que usted salud a la entrada (ahora sin uniformes de pilotos y convertidos en simpticos camareros), preguntarn al seor -o a la seora- qu desea el seor -o la seora- para beber. Y el seor -o la seora- tendr que abandonar sus trabajos y preo cupaciones manuales para decidirlo, coger con los dedos pringosos la botellita de vino, cerveza o agua, darle la vuelta al vaso de plstico, encajarlo dentro de la tacita de caf, que es el nico sitio libre que queda, y servirse como pueda su dosis de bebida, con el problema posterior de dnde colocar la botella con el resto. Un lo. Tras esa pausa, usted seguir sin saber qu hacer con el trozo de plstico o con el papel metlico, porque no caben en ninguna parte, salvo que quiera embadurnar el postre, o el chusquito de pan o los cubiertos, o todo en general, con la mayonesa o la salsa, que ya gotean amenazadoramente. Y acabar de mala manera, de jndolos por imposibles en cualquier sitio, bien arrugaditos y hechos un asco. Nota: no se le ocurra depositarlos en la bolsa de la butaca delantera, pues podra manchar las Instrucciones para caso de emergencia, tan tiles en ciertas ocasiones, como antes hemos comentado. Y a propsito: si en ese preciso instante, el compaero turista de la butaca delantera tiene la ocurrencia de pulsar el botn y reclinarse hacia atrs, ver usted con pavor que su bandeja se le incrusta en el estmago, que su bebida se vierte y que todo se desparrama de muy mala manera. En este caso, recoja como pue da las cosas del suelo y renuncie a su manutencin. Otra vez ser. Pero dejemos los aspectos logsticos, y vayamos al contenido de las mini-bandejitas, es decir, a los alimentos propiamente dichos. No puedo detallar aqu los diversos mens que le pueden ofrecer, pues la casustica es muy amplia y no acabaramos nunca. Por ello, consideraremos un men -tipo, para que tenga una idea de lo que se va a encontrar. 350 El primer plato podra consistir en unos huevos a la rusa. Los huevos (o mejor, las dos mitades del huevo) estn ah, no cabe duda, con su mayonesa de difcil clasificacin, una hojita verde, que parece perejil pero que no es perejil, y quizs alguna otra sustancia alimenticia, por ejemplo, atn o arenque ahumado. Lo de a la rusa es por la bolita -con suerte, dos, e incluso tres, a veces- de sucedneo de caviar que corona triunfalmente el conjunto. Cjala con su tenedor, introdzcasela con cuidado en la boca, y mastque la lentamente, muy lentamente, hasta su total deglucin. No lo olvide: esa microscpica bolita va a ser el nico, fjese bien, el nico detalle de lujo que usted se va a encontrar en todo su viaje turstico. Aproveche el momento y apure la belleza de ese instante excepcional, evocando las aguas heladas del Volga o los cnticos tristes de los pescadores del Bltico. Hasta ahora, no podemos negarlo, la cosa no va mal del todo. Pero entremos en el segundo plato, mucho ms apasionante por las serias dudas y cavilaciones que le va a plantear. Como decamos antes, este plato puede ser fro o caliente. Si es fro, seguramente consistir en tres o cuatro trozos de fiambre, todos de diferente color, diferente textura y diferente origen ani mal (pongamos, por ejemplo, pollo, vaca, cerdo y, quizs, algo pa recido al pat). Pues bien, a pesar de tantas diferencias, usted comprobar que todos esos trozos de fiambre saben exactamente a lo mismo: a nada. Es increble, pero es que no saben a nada. Un misterio, pero as es. Menos mal que estarn acompaados de me dio pepinillo en vinagre o de un trocito de pimiento rojo, lo que da siempre cierta alegra y reafirma la confianza en uno mismo, lle vando a nuestro paladar la agradable sensacin de que no hemos perdido la facultad de distinguir los sabores: esto es pepinillo en vinagre o, en su caso, esto es pimiento rojo, dir usted tan compla cido y seguro de s, con el orgullo del que sabe a ciencia cierta lo que est diciendo. El asunto se agrava cuando se trata de un plato caliente. Suele consistir en un trozo de carne asada de difcil clasificacin, o una especie de pechuga de pollo, o algo parecido a una hamburguesa, siempre aderezados con una extraa salsa de color caramelo oscu 351 ro que nos impide saber con exactitud qu estamos comiendo. Las guarniciones pueden ser: arroz blanco con guisantitos, pequeas zanahorias hervidas o engrudillo de fideos gordos, con la nota colo rista de algunas finas hierbas. A veces, para mayor variedad, un poquito de cada, con lo que usted podr comprobar, por el mto do de la comparacin directa, que tambin todo sabe exactamente igual. En algunas ocasiones, el men es ms sencillo, por ejemplo, una tortilla francesa. Entonces pueden suceder las cosas ms raras, como aquella vez en que a m me sirvieron una de esas tortillas con la sorpresa de que no era amarilla sino de un sospechoso y casi cadavrico color verde. Se lo hice saber a la azafata, quien a su vez llam al Sobrecargo y ste, sin inmutarse, me dio unas prolijas explicaciones sobre el cambio de color de los alimentos en los aparatos calentadores dependiendo de la proximidad de las bandejas a los focos emisores de rayos infrarrojos. Le contest que muy bien, pero que a m me gustaban ms las tortillas francesas con su color amarillo tradicional, a lo que me respondi, muy amablemente eso s, que sobre gustos no haba nada escrito. Ante esta falta de bibliografa, ni consegu que me cambiaran aquella cosa verde, ni ellos consiguieron que yo me la comiera, con lo que quedamos en paz y tan amigos. Una vez pasado el trago del segundo plato podr usted dirigirse hacia la mini-bandejita del postre, en la que encontrar o bien un pastelito, o una especie de bizcochuelo borracho o una crema densa parecida a las natillas. Es mejor no entrar en profun didades: su sabor es, simplemente, dulce, sin que haya nada ms que aadir. Ante el panorama que le acabo de describir, y que usted com probar personalmente durante su vuelo, s que necesita ayuda y que, con todo derecho, me va a pedir un consejo para sobrevivir, porque por ello tiene en sus manos este Manual. No puedo reco mendarle la cesta de provisiones, como en los antiguos viajes ferroviarios, pues la tortilla espaola o el bocata de chorizo estn muy mal vistos en los vuelos internacionales (aunque la verdad, yo pude sobrevivir en un vuelo de Tokyo a Anchorage (Alaska) gra 352 cias a un providencial lomo embuchado y unas botellas de Jumilla que, oportunamente, llevaba preparados un buen amigo mo, tan generoso como precavido y libre de prejuicios). Pero lo que s puede hacer es echar mano de la lgica: si en la bandeja de un almuerzo o una cena, como hemos visto, casi todo es incierto, porque nunca va a tener la seguridad de qu es en concreto lo que le estn ofreciendo para comer o cenar, cntrese en lo seguro, en lo que no tiene duda alguna. Y qu es lo que le puede dar esa garanta Pues muy sencillo: la mantequilla siempre es mantequilla y el queso fundido del triangulito siempre es queso fundido. Elemental, verdad Pues no se hable ms: hala, a untar el pane cillo y a reparar fuerzas como Dios manda. No es que sea una dieta muy abundante, pero algo es algo, no Como colofn, y para calentar el estmago, puede tomarse una tacita -slo una, no tentemos a la suerte- de ese lquido oscuro que all arriba denomi nan caf. Finalmente, quisiera aadir algo para terminar este comentario sobre sus comidas a bordo: No le conozco a usted y, por lo tanto, no s de sus gustos, sus exigencias, ni sus anteriores experiencias gastronmicas. Es posible que el almuerzo o la cena areos le hayan complacido -hasta cierto punto, por supuesto-, o no le hayan gustado nada, o le hayan dejado indiferente. Pero, en cualquier caso, s me atrevo a garantizarle algo: tras el rgimen alimenticio al que va a verse sometido durante su viaje turstico, a la vuelta, en su viaje de regreso, usted devorar con fruicin este mismo al muerzo o esta misma cena. Y le sabrn a gloria bendita, como si hubieran salido de las mismsimas cocinas del Maxims. Aunque no por ello deje de pensar intensamente en ese par de huevos con patatas fritas que su santa esposa o su santa madre le van a preparar en cuanto ponga el pie en su casa, como primera com pensacin a las pasadas hambres y penurias. Ya lo ver, mi queri do lector -o lectora-, ya lo ver. Una vez retirada su bandeja, es posible que usted tenga deseos de hacer pis, o de lavarse las manos. Muy bien, est en su derecho. Pero no se le ocurra ir a los lavabos de la parte delantera del avin, reservados para las clases Preferente y Primera, porque las 353 tripulaciones son muy estrictas en esta materia y sera invitado, amable pero inflexiblemente, a darse la vuelta y conformarse con su triste destino, es decir, a utilizar los servicios de su clase Turista. Cuando llegue a ellos, all, al fondo del aparato, ya habr varias personas esperando con su misma idea o su misma necesidad, in cluso alguna de ellas con claros indicios de perentoriedad a juzgar por su manifiesta impaciencia. Una vez los pelmas de turno hayan ido resolviendo sus problemas fisiolgicos o higinicos, alguno de los lavabos quedar libre y podr, al fin, encerrarse en l. El lavatorio de manos requiere su tcnica: no se preocupe si en esta primera ocasin no da con ella, pues hace falta mucha prc tica para dominarla por completo. Porque resulta que para que el agua salga por el grifito tendr que pulsar un botn; pero, tan pronto como lo suelte, el agua dejar de salir. Si usted, como casi todo el mundo, quiere lavarse las manos a chorro, tendr que proceder de la siguiente manera: 1 2 ) Coja el jaboncillo (sin la envoltura de papel, claro) con la mano derecha; 2) Apriete con el dedo ndice de la mano izquierda el botn del agua. 3) Mien tras el agua sale, y sin dejar de apretar el botn, mjese la mano derecha y dle como pueda varias vueltas al jaboncillo; 4) Deje el jaboncillo en su sitio y enjuguese esa mano, que ya tenemos resuelta; 6 2 ) Apriete el botn del agua con el dedo ndice de la mano derecha; 7 2 ) Mjese la mano izquierda y dle las correspon dientes vueltas al jaboncillo, como si se lavara de verdad; 8) Coloque el jaboncillo en su sitio y enjuguese la mano izquierda, que tambin tenemos ya resuelta. Finalmente, squese. Parece un poco complicado, pero despus de unos cuantos vuelos ya no lo es tanto; aunque, por supuesto, requiere su habilidad. En caso de torpeza innata, pues no se lave las manos y ya est, que tampoco pasa nada, caramba. Utilice una toallita perfumada y tan feliz. El resto del vuelo, probablemente, transcurrir con toda norma lidad, a excepcin del numerito de las ventas libres de impuestos en el que le ofrecern tabaco, perfumes, relojes, bolgrafos, corbatas y otras veleidades a precios medianamente asequibles, y de alguna otra turbulencia, eufemismo aeronutico con el que se designa el hecho de que el aparato se muestra algo reacio a 354 obedecer las rdenes del comandante, generalmente por causas atmosfricas. No tiene mayor importancia, salvo los negros pensamientos que desata en el pasaje. Ya estamos llegando, y ya vamos a tomar tierra: cinturones abrochados, cigarrillos fuera y respaldos de los asientos en posicin vertical. Nada es eterno, aunque lo parezca. Todo tiene su fin. Como fiesta final, observar que, inmediatamente despus del aterrizaje, un grupito de seres gordos, risueos, rebosantes de salud, y vestidos con unas camisolas absolutamente impresentables, prorrumpe en un apretado aplauso, como si aquello fuera una funcin de circo y variedades. Son los americanos del norte, que manifiestan as su alegra de seguir viviendo. Es que son como nios, verdad 355 ... Me conformo con la posibilidad de que un da, ahora o dentro de cien aos, me es igual, alguien, (ese alguien nebuloso para quien escribimos, y que no sabemos si existe o no) lea un poema mo, se emocione con l y comparta la emocin con que yo lo escrib. Antonio Porpetta Este libro, ANTONIO PORPETTA: MEMORIA Y PRESENCIA de Salvador Pava, se termin de imprimir el da 7 de mayo de 1993 en los talleres de Grficas Dehon, Torrejn de Ardoz (Madrid) Para pedidos e intercambios de la presente edicin, dirigirse a: CONCEJALA DE CULTURA DEL AYUNTAMIENTO DE ELDA Pza. de la Constitucin, s/n 03600 ELDA

Antonio Porpetta: memoria y presencia

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