sábado, 21 de diciembre de 2024

¿Cómo reconocemos que una novela es valiosa?

Rafael Carcelén
13 noviembre 2019
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¿Cómo reconocemos que una novela es valiosa?
Un libro necesario para adentrarse en los autores imprescindibles de la tradición occidental y su autor, Harold Bloom, fallecido este año.

Esta pregunta me la sugirió en la presentación de un libro un lector habitual de este blog. Me propongo, más que responder, exponer algunos puntos de vista que puedan orientarnos. Y espero que, en cualquiera de los casos, sirvan para estimular a un debate en el que los lectores aporten su experiencia, su visión, sus opiniones.

A la hora de calibrar la valía de un texto narrativo, a menudo tendemos a dejarnos llevar por la aceptación del público (lugar que ocupa entre los más vendidos), el aval de algún premio importante, el análisis de los críticos en los suplementos culturales, las lecturas previas que hayamos hecho del autor en cuestión, nuestro gusto sin más… No hay un único criterio incontestable (son muchos los intereses en juego para editoriales, críticos, trayectorias, etc.) que nos ayude a decidir.

Antes de entrar en materia, un par de aclaraciones necesarias para delimitar el terreno que pisamos. Si existen criterios objetivos para calificar a una novela como valiosa, de referencia o incluso clásica, ello no supone que inmediatamente haya de mediatizar nuestro gusto, que es plenamente subjetivo. Quiero decir que todos reconocemos la valía de un cuadro como Las señoritas de Avignon, de Picasso, pero nadie debería molestarse si yo dijese que a mí no me gusta. Igualmente, reconocer la importancia, el valor literario, de las novelas de Thomas Mann nada tiene que ver con la apreciación personal de cada lector. Dicho de otro modo, que nos guste o no una novela no debe restarle un ápice a la consideración crítica que se le otorgue, siempre desde unos parámetros ampliamente aceptados por los estudiosos de la Literatura.

Cervantes, Goethe o Proust son autores canónicos para Harold Bloom.

En segundo lugar, el éxito comercial de una obra no debería ser un criterio a tener en cuenta. La lista de los libros más vendidos no necesariamente ha de coincidir con la de los más valiosos ¿Cuántas novelas exitosas en sus primeras ediciones luego han acabado en los sótanos de las editoriales? Como tampoco, los galardones obtenidos por su autor. En 1904, recibieron el Nobel de Literatura Fréderic Mistral y José Echegaray: ¿qué nos queda de ellos? En un año además en el que escritores como Mark Twain o León Tolstoi ni siquiera fueron nominados (nunca se les concedió el premio). De hecho, hoy lo que vemos desfilar por las librerías son los éxitos de ventas -avalados por vaya usted a saber bien qué- para un año después estar descatalogados.

Entonces, seguirá preguntándose el ansioso lector que hasta aquí haya llegado, ¿qué es lo que hace valiosa a una novela, más allá del éxito de ventas o de que a mí me guste o no? No hay una pócima que garantice la inmortalidad para obra alguna. Posiblemente se trate de un cúmulo de ingredientes que la acaben singularizando. Por mencionar algunos: un comienzo inolvidable; una trama capaz de atraparnos desde el primer momento; que sea verosímil, creíble y tenga un enfoque original; que nos emocione, nos provoque, nos empuje a reflexionar... al ofrecernos una situación conflictiva que resolver; personaje/ s bien perfilado/ s que te conducen por la obra de un modo irresistible y seductor; un estilo personal e innovador, con un lenguaje y un ritmo narrativo adecuados y acordes a lo narrado; que sea capaz de sugerir mucho más de lo que en ella se dice; que nos presente o nos defina los rasgos esenciales de una época o una circunstancia sin que sea una tesis histórica... Y muchas más cosas que los lectores pueden añadir sin reparo alguno a esta enumeración.

Si cogemos dos obras tan dispares como El Lazarillo de Tormes y Crimen y castigo, ambas contienen casi todos los ingredientes mencionados para ser muy buenas novelas. Y ambas siguen teniendo sus lectores. Sin embargo, y tratándose de una obra que también alberga no pocos de esos ingredientes, ¿quién lee hoy La espuma de los días, de Boris Vian?

No queda claro por qué autores como J. Swift, Melville o Baudelaire no forman poarte del canon de Bloom.

¿Qué es entonces lo que, además de todo lo anterior, diferencia a las novelas interesantes de las que son imprescindibles? El precepto canónico occidental, el del recientemente fallecido Harold Bloom por ejemplo, ¿podría explicar el hecho de que unas obras sean imperecederas y otras no? El norteamericano divide en 4 eras a los escritores y las obras que él considera canónicos, de referencia. Serían esos autores cuya obra tiene un altísimo valor estético, hondura emotiva y espiritual, inmortalidad, capacidad de influencia en sucesivas generaciones, apertura, originalidad, rareza y cualidades para ser releídas una y otra vez. Analiza detalladamente la obra y la influencia de 26 de ellos y, si algo queda claro, es que -para Bloom- Shakespeare es el más grande de todos y se constituye en el auténtico patrón a partir del cual los demás son o no canónicos.

En todo caso, Bloom es contundente al afirmar que “los grandes textos son siempre reescritura o revisionismo, y se fundan sobre una lectura que abre espacio para el yo, o que actúa para reabrir viejas obras a nuestros recientes sufrimientos”. Una perspectiva muy acertada si analizamos las grandes novelas de la Literatura y la muestra más fehaciente de que “no puede haber escritura vigorosa y canónica sin el proceso de influencia literaria, un proceso fastidioso de sufrir y difícil de comprender”. Así, para Bloom, esa mezcla indisoluble de herencia y originalidad son los dos componentes esenciales en toda gran obra.

El libro de Bloom, en efecto, nos muestra un vasto listado de escritores sobre los que la mayoría estaremos de acuerdo en que son grandes autores, incluso maestros a seguir. Pero no quedan suficientemente aclarados ni las razones de su magisterio ni el porqué de algunas ausencias (entre ellos Petrarca, Rabelais, Swift, Blake, Melville, Leopardi, Dostoievski, Nietzsche, Flaubert, Baudelaire y un largo etcétera). Por eso, su selección de los canónicos también es cuestionada desde ámbitos y corrientes muy diversas. De modo que seguimos sin saber por qué unos forman parte del canon y otros no. ¿Nos ayudará el concepto de autor clásico a entender tal discriminación? Hablaremos de los clásicos en una próxima entrada en este blog.

Leon Tolstoi, un novelista canónico para Bloom, que nunca obtuvo el Nobel.

Rafael Carcelén
Rafael Carcelén
Acerca del autor

Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”

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