A la altura de nuestra mejor tradición
Este viernes 20 de octubre se entregan en Oviedo los Premios Princesa de Asturias 2017. El de las Letras ha recaído en el poeta y ensayista polaco Adam Zagajewski, quien ya obtuviera el Premio Europeo de Poesía en 2010 y es uno de los que también suenan para el Nobel de Literatura. Nacido en 1945 en Lvov, población perteneciente hoy a Ucrania, gran parte de su obra poética y ensayística ha sido traducida al español en la editorial Acantilado. Este mismo año, sin ir más lejos, se acaban de publicar en dicha editorial su ensayo breve Releer a Rilke y el poemario Asimetría, este último traducido por Xavier Farré, un profundo conocedor de su trayectoria y de toda su obra.
Más allá de ese tiempo convulso que le tocó vivir, Rilke nos fascina -en palabras de Zagajewski- por su intensa vida interior, su incansable búsqueda de la belleza, su paciente espera creativa para terminar las Elegías de Duino o ese modo de vida entre aristocrático y antimoderno que le llevó a viajar por media Europa. En Releer a Rilke, el poeta polaco nos cuenta cuánto le deslumbró la lectura de la Primera de las Elegías: “La calle desapareció de repente, se evaporaron los regímenes políticos, el día se volvió intemporal, me topé con la eternidad y la poesía despertó”. En la página 43 de este opúsculo sobre uno de los más grandes poetas del siglo XX, escribe Zagajewski: “Hay al menos dos grandes traiciones que le acechan a todo poeta, una de las cuales consiste en olvidar el dolor de la historia moderna en nombre de una vida espiritual a la que no han afectado los acontecimientos, y otra relacionada con el prestar atención al dolor de la historia moderna pero olvidando la delicada e innombrable sustancia de nuestra interioridad”.
Pero cuando un poema nos hechiza, nos cautiva, es porque nos propone contemplar de otro modo el mundo exterior e interior en el que nos movemos, borrando cualquier contradicción y traición: “El poderoso ángel de Rilke apostado a las puertas de las Elegías, intemporal, está allí para preservar algo que en la época moderna –tan pródiga en otros campos– nos ha arrebatado o tan sólo ocultado: los momentos de éxtasis, por ejemplo, instantes de asombro, horas de mística ignorancia, días de solaz, la encantadora quietud de leer y meditar”, concluye el poeta polaco, y remata afirmando que Rilke es tan intemporal como “hijo de su propio tiempo histórico”. Una lectura breve, intensa y muy reconfortante.
La propia obra poética de Zagajewski aspira a esa depurada universalidad de Rilke. Buena prueba de ello es su último libro traducido al español, Asimetría. Sus 48 poemas se organizan en tres apartados en los que la memoria, las pérdidas, la reflexión y una ironía no exenta de un fino sentido del humor van diseccionando el mundo con ese aire escéptico, siempre envuelto en una sutileza y una elegancia inigualables. Pero donde la conciencia del malestar que nos acecha nunca desaparece. Sin martillear al lector, como quien nos habla en voz baja de nuestros propios problemas, el polaco resulta convincente. Estaríamos ante “una confesión donde se encuentran todas las contradicciones de nuestro deambular por los caminos de la historia, de la realidad, de las impresiones que de ambas se derivan”, en palabras del traductor del libro, Xavier Farré, en un artículo de 2007. La sobriedad en el uso de los recursos estilísticos nos recuerda a la mejor Szymborska, capaz como ella de obligarnos a ver en el hecho cotidiano más concreto y anodino nuestra condición universal.
Seguramente sea por todo lo anterior por lo que el jurado que le ha concedido el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017 ha destacado el sentido ético y la honda experiencia de una poesía a la altura de la tradición europea que representan Rilke, Milosz o Machado, todos ellos muy leídos y admirados por Zagajewski. El poeta y crítico de El Mundo Antonio Lucas ha subrayado precisamente que ese mirar en voz baja “es un antídoto preciso contra la vulgaridad”. Y Susan Sontag no dudó en calificarlo de escritor “sabio, luminoso y necesario”. Disfrute el lector, para contrastar todo lo dicho, de estos dos breves poemas del libro Asimetría:
LOS POETAS SON PRESOCRÁTICOS
Los poetas son presocráticos. No entienden nada.
Escuchan con atención lo que susurran los ríos anchos de las llanuras.
Admiran el vuelo de los pájaros, la paz de los jardines en las afueras
y los TGV que corren todo recto sin aliento.
El olor del pan caliente, recién hecho, de las panaderías
hace que se detengan de repente
como si recordaran algo muy importante.
Cuando murmura un arroyo, el filósofo se inclina hacia las aguas salvajes.
Las chicas juegan a las muñecas, un gato negro espera impaciente.
Hay silencio sobre los campos en agosto al emigrar las golondrinas.
Las ciudades también tienen sus sueños.
Pasean por los caminos del campo. El camino no tiene fin.
A veces reinan y entonces todo se queda inmóvil,
pero su reinado dura poco tiempo.
Cuando aparece el arco iris, desaparece la angustia.
No saben nada, pero van anotando metáforas sueltas.
Despiden a los muertos, sus labios se van moviendo.
Miran cómo los árboles viejos se cubren de hojas verdes.
Callan mucho tiempo, después cantan y cantan hasta que estalla la garganta.
DESPIÉRTATE
Despiértate, alma mía.
No sé dónde estás,
dónde te has escondido,
pero te lo pido, despiértate,
aún estamos juntos,
aún tenemos un camino por delante,
nuestra estrella será
el claro velo del alba.
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”