¿Nada nuevo bajo el sol?
-LOCUS AMOENUS-
Si tuviésemos que hacer una lista de los temas más reiterados en la historia del cine o de la literatura, y más allá de sus argumentos o las motivaciones que muevan a sus personajes, de uno u otro modo, casi todos acabarían remitiéndonos al amor, la belleza, la vida y su brevedad, el paso del tiempo, la muerte… Al fin y al cabo estas han sido las preocupaciones fundamentales del hombre en todas las épocas. En el caso de la literatura, estos temas recurrentes a lo largo de la historia se denominan tópicos, es decir aquellos “lugares comunes” que conforman una tradición cuyo origen, tal como nos ha llegado, se remonta a la época clásica grecolatina (Anacreonte, Homero, Safo, Horacio, Ovidio, Ausonio, Catulo, etc). Pero, como veremos, la pintura, la música o el cine, incluso los de hoy, no han dejado de nutrirse de estos tópicos. Su pervivencia en el tiempo y su plena vigencia es un claro indicador de su estado más que saludable.
Hablamos pues de una herencia que se ha actualizado en los creadores de todo tiempo y lugar desde entonces. Entre otras cosas porque un escritor es antes que nada un buen lector y resulta improbable no recibir el influjo, consciente o inconscientemente, de estos motivos y temas con raíces ancestrales. ¿Significa esto, en consecuencia, que en la literatura no hay nada nuevo bajo el sol (por cierto, una expresión que en latín se dice Nihil novum sub sole y que en sí misma remite a uno de los tópicos tradicionales que ya aparece en el Eclesiastés)? No exactamente. Que las preocupaciones de los creadores se hayan mantenido en el tiempo y que temas antiquísimos sigan hoy vigentes no anula ni empequeñece el enfoque y el tratamiento apropiados que en cada época ha tenido un mismo tópico ensartado en la tradición.
Y esta es una de las claves fundamentales para que no decaiga la vitalidad de un tema o tópico: la mirada que cada autor, cada época, ha puesto en ese tratamiento hasta conseguir un enfoque acorde a los de su contexto sociocultural y el pensamiento del momento. Si convenimos que esto es así, entonces no resultará extraño concluir que revisado el tratamiento de los tópicos en estos últimos dos mil años podremos obtener los rasgos esenciales de cada etapa histórica, de cada movimiento literario, en función de la actitud y el enfoque concreto con que fueron tratados.
A poco que volvamos la vista atrás, dos cosas parecen claras en este sentido: la preeminencia de unos tópicos en una época concreta en detrimento de otros; y la diferencia en el tono, el estilo y el tratamiento que distintas épocas han dado a un mismo tópico. Así por ejemplo, en la Edad Media tendrán mucha presencia los motivos vinculados a la muerte, la religión o el más allá, mientras que el tema amoroso aparecerá tarde, más vinculado a la lírica popular y con un tratamiento generalmente alegórico y simbólico. En el Renacimiento, por el contrario, el amor será un tema de primer orden y su empuje vitalista no abundará en la muerte, poco tratada en su sentido religioso de mera travesía a una vida mejor. De igual modo, ese afán por vivir el momento y gozar, que para los renacentistas fue fundamental, perderá fuelle en la época barroca, recuperando la mirada medieval sobre la fortuna y la muerte y donde predominará una actitud claramente pesimista y desengañada del mundo.
Dado el interés de lo dicho, remito al lector a una próxima entrada en este mismo bloque donde veremos algún ejemplo muy representativo del tratamiento de un mismo tópico en épocas tan distintas como distantes en el tiempo.
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”