El color del silencio
Tal es el sugerente título de la nueva novela de Elia Barceló, editada por Rocaeditorial, puesta a la venta el pasado día 4 de este mes y que será presentada en el Tetaro Castelar el próximo viernes 26 de mayo. Este thriller histórico de la “gran dama de la ciencia ficción española” (eldense de 1957, que ejerce como profesora de estudios Hispánicos en la Universidad de Innsbruck en Austria) “lo tiene todo para ser el libro del año”, en palabras de la novelista Julia Navarro. Y sin duda, más allá del aval que le otorga su ya extensa obra, todos los ingredientes de esta novela excelentemente escrita contribuyen a que no podamos dejar de leerla de principio a fin.
En la historia confluyen distintos tiempos y diversos espacios. Todo parte del 20 de julio de 1969, día en que el hombre llegó a la Luna y en el que la hermana de la protagonista es asesinada. Pintora mundialmente reconocida, instalada en Adelaida, Australia, Helena Guerrero aprovecha un viaje a Madrid por la boda de su nieta para adentrarse en su pasado tras asistir a una “constelación”, una terapia de grupo donde liberar a los propios fantasmas. El reencuentro con su cuñado, ya muy enfermo, la llevará hasta Rabat donde al hurgar en el pasado familiar irá desvelando un secreto cuya oscuridad ha persistido en esas sombras tan presentes en cada una de sus pinturas y que tanta fama y reconocimiento le han dado. Unas sombras que irán iluminándose hasta disolverse y recuperar todo su color esos “silencios de los que uno no está particularmente orgulloso y de los que no se habla”, en palabras de Elia.
Una caja con fotografías y varios documentos del pasado le proporcionarán pistas para ir descubriendo quién es quién y cómo es su familia, la implicación en hechos históricos relevantes o las causas de esos misteriosos sucesos que durante años no tuvieron explicación alguna. Y que tanta presencia mantienen en su obra. Un proceso no exento de dolor pero que puede acabar siendo un ejercicio tan simple como recuerda la cita inicial de Cortázar: “…hasta que llega un niño y se pone a hurgar con un palito en lo que tanto trabajo nos ha costado enterrar en el jardín trasero…”. Con la ayuda de Carlos, su pareja hoy, obtendrá muchas de las respuestas a las preguntas que le han abrumado durante toda su vida. Una auténtica terapia que le ayudará a reconciliarse consigo misma, con su doloroso pasado y con su familia.
Las 477 páginas del libro se aligeran conforme avanzamos en su lectura. Intriga, tensión y fluidez van de la mano. Asombra el manejo de los recursos (monólogos, descripciones, diálogos, diversidad de registros, alternancia de tiempos y espacios…) para ir depositando en el lector ese cúmulo de expectativas que la novela irá resolviendo con el rigor y la solvencia de una escritura sabia, sensible e inteligente. Y con una excelente portada, obra de la pintora gitana Lita Cabellut. El suplemento literario Babelia habla del best seller del año.
No es casual que Elia Barceló haya sido traducida ya a 18 idiomas y que el conjunto de su obra goce de un amplio respaldo de público y crítica. Su reconocimiento nacional e internacional se consolida con la publicación de cada nueva obra.
Antes de terminar, me gustaría hacer llegar la petición a quien proceda de que Elia Barceló figure en una de las salas de estudio o lectura de la Biblioteca Alberto Navarro y que su obra llegue mucho más a todos los eldenses, especialmente a los más jóvenes, promoviendo lecturas y encuentros con la autora en las escuelas y los institutos de la ciudad. Ya va siendo hora. No tanto para reconocer aquí sus méritos, que también, sino porque es su ciudad natal quien se agranda con este reconocimiento.
He aquí un breve fragmento del primer capítulo del libro (páginas 17 a 19):
«¿Por qué te empeñas en hurgar en el pasado, Helena? -se preguntó mirando su reflejo en el gran espejo del tocador-. A tu edad y con tu experiencia deberías saber que el pasado no se puede cambiar, que ni siquiera se puede comprender, que la mayor parte de las cosas que sucedieron se han desdibujado hasta el punto de que ni tú misma sabes si fueron como las recuerdas o si, con el tiempo y la narración, han ido cambiando sutilmente hasta acabar convertidas en otra cosa, en otra historia que es la que has elegido contar a base de omitir detalles, de resumir, de tratar de dar coherencia a lo que sucedió.» Esa curiosa manía de los seres humanos de buscar el sentido de las cosas, ese impulso que nos hace ver figuras en las nubes de verano, en las manchas en el techo de una habitación, en las grietas de las paredes, hasta en la superficie de la luna. Pareidolia, se llama. El mismo impulso que nos hace creer que nuestra vida es un todo coherente, que tiene sentido, que todo lo que nos sucedió sirvió para algo positivo, algo que no tendríamos si no hubiéramos pasado por todos esos momentos de dolor, de sacrificio, de fracaso, de renuncia.
«¿Serías lo que ahora eres si no hubiera sucedido nada aquella noche de 1969? Si Alicia no hubiera muerto, te habrías limitado a ser la tercera socia en la empresa, a ocuparte de la administración, a pintar solo como hobby, en los ratos libres. Si no hubiera muerto, no habrías salido huyendo despavorida, no te habrías casado con Íñigo, ni habrías tenido un hijo por casualidad, ni los habrías abandonado a todos para lanzarte a la vida de artista que te llevó a recorrer el mundo en los años setenta, una más de los miles de drifters que pululaban por Asia buscando algo que Asia no podía darles porque no estaba dentro de ellos. No habrías tenido tantos amantes, tantas relaciones fallidas. O quizá sí, quizás ese impulso de cazadora estaba desde siempre en tu naturaleza y, de haber elegido una vida más convencional, te habría traído muchos más problemas, ya que, por muy moderno que se crea un marido, a casi ninguno le gusta que su mujer sea sexualmente libre.»
Sacudió la cabeza y terminó de pintarse los labios con el nuevo color rojo anaranjado que daba más luz a su piel bronceada. «Deja de darle vueltas. Ya has decidido. Tu vida es lo que es, y no está nada mal. Ahora a ese puñetero seminario, taller o lo que sea, y luego a España, a la boda de la niña, a disfrutar de Madrid unos días, ver si se concreta lo de la exposición y a volver a casa, a Adelaida, a seguir trabajando. El pasado está muerto y enterrado. Nunca sabrás lo que sucedió aquella noche. Te morirás sin saberlo y en el fondo dará igual. Los seres humanos tenemos que aprender a vivir con nuestra ignorancia. Basta ya. ¡A la calle!»
Salió del hotel con tiempo de sobra para llegar puntual. Su maldito sentido de la puntualidad, inculcado por su padre, que siempre le había repetido: «La puntualidad es la cortesía de los grandes». Los grandes. La arrogancia de su padre, que también había heredado.
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”