domingo, 22 de diciembre de 2024

En el principio fue… el título. Luego, el final

Rafael Carcelén
7 abril 2017
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En el principio fue… el título. Luego, el final
Rubén Abella, uno de los jóvenes valores del microrrelato español.

-EL DINOSAURIO TODAVÍA ESTABA ALLÍ-

Electra

Hilaria levanta los ojos de la labor y observa risueña cómo Abigaíl, su nieta de seis años, se entretiene recortando una revista.

-Y dime, vida mía, ¿tú qué quieres ser de mayor? -le pregunta.

Abigaíl aplica pegamento al reverso de una modelo en bikini y aplasta el recorte contra un folio en blanco.

-Yo de mayor quiero ser mamá -responde, sin ningún asomo de duda.

Enternecida, Hilaria retoma la labor. Al cabo de un rato, vuelve a levantar la vista.

-¿Y cuántos hijos vas a tener, cielo?

Abigaíl termina de recortar un adonis con chaqué y lo fija junto a la modelo en bikini.

-A mí los hijos me traen sin cuidado -contesta en un tono didáctico, como si ella fuese la abuela, y la abuela una niña-.Yo lo que quiero es dormir con papá

                                                                                                 Rubén Abella

 

He aquí un microrrelato del joven vallisoletano Rubén Abella que contiene algunos elementos interesantes en los que detenerse. El valor bisémico aquí de la palabra “mamá” (en el sentido de ser madre en abstracto o de ser su propia madre) es crucial para entender el giro inesperado del desenlace, constituyendo un final cerrado, conclusivo, pero sorprendente y revelador y que da pleno sentido al título, el cual hasta ese momento no significa nada, más allá de remitirnos al mítico personaje de Sófocles o a la interpretación freudiana de su complejo. La importancia del final para dar sentido al título y a la anécdota que  narra el texto, y para que por tanto los puentes de la intertextualidad se tiendan por encima de él, es crucial. Como vemos, hay microrrelatos donde el título y el final no sólo son importantes sino decisivos para captarlos en su totalidad. De eso hablaremos hoy: de la relevancia del final y del título en el microrrelato.

Dada la brevedad, “el título y el texto forman una unidad indisoluble”, señala Lagmanovich. Con el título, generalmente corto y certero, el narrador intenta captar al lector, focalizar su atención y dirigirlo hacia donde desea para finalmente crearle un efecto (sorpresa, desengaño, asentimiento, etc) habitualmente de un modo imprevisto. A veces, como ocurre en el texto de Abella, el título nos da una parte de la información y al finalizar el relato nos obliga a volver a él para completar su sentido. Otras, son la clave para interpretar el juego intertextual (Electra), y aún otras muestran un decidido enfoque abierto y sugerente, utilizando recursos metafóricos o alegóricos: Árbol del fuego, de Hipólito G. Navarro o  La gruta del placer, de David Roas. Otro recurso interesante es poner el título en otro idioma. Veamos un ejemplo de Marco Denevi: 

Marco Denevi, gran innovador del microrrelato en Argentina.

Post coitum non omnia animal triste

-El padre de Melibea: ¡Desdichada, te dejaste seducir por Calixto! ¿No pensaste que después sentirías rabia, vergüenza y hastío?

-Melibea: Nosotras las mujeres sentimos la rabia, la vergüenza y el hastío no después sino antes.

Aunque no sepamos exactamente su significado y el juego implícito en el título, el desenlace nos puede orientar al respecto. La frase latina exacta es “post coitum omne animal triste est” (Después del coito todo animal está triste) y que el autor trastoca en el título para cambiar completamente su sentido. Es al final, mediante la inversión de los elementos de la pregunta y el efecto paradójico que crea en el lector cuando, más allá de que entendamos o no ese título, captamos que una verdad secular (el latín le da un aura científico irrebatible) es, paródica e irónicamente, subvertida. 

El final, ya lo vemos, es decisivo para otorgar su sentido al conjunto. Predominan los finales sorpresivos e inesperados (porque suelen romper las expectativas que el lector se ha ido creando) y se pueden clasificar en cerrados/ conclusivos/ resueltos o abiertos/ no conclusivos/ irresueltos, en base a que el final no deje lugar a dudas del desenlace de la trama, en tanto que en el final abierto la trama continúa más allá del punto final, constituyéndose en un punto de partida para que el lector siga imaginando, bien para retroceder al comienzo y leerlo nuevamente con otra perspectiva o bien para especular y divagar libremente para clausurarlo él mismo.

Atendiendo a la clasificación de los finales que hace Irene Andrés- Suárez (los que causan sorpresa por inversión de expectativas; aquellos que hacen aflorar algo latente a lo largo de todo el texto; o esos otros que se erigen como finales dobles o abiertos) o a la que efectúa David Lagmanovich (de repetición, cuando se reitera al final un elemento importante del texto o de su inicio; de inversión, cuando se cambia el estado de algo presentado previamente; o de epifanía, cuando se produce la revelación de un elemento que permanecía oculto), ¿a qué tipo pertenecería el final de cada uno de los siguientes relatos?:

El adivino

En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. El candidato responde que será reprobado...

Jorge Luís Borges

Regreso

“Ya no hay nada que hacer”, escuché que decía el médico mientras su mano cerraba suavemente mis párpados. Al principio, tan sólo vi oscuridad. Luego, en mitad de la negrura, se abrió un largo túnel: desde su otro extremo me reclamaba una intensa luz blanca. “Así que eso es el cielo”, pensé mientras me deslizaba, como si flotase, entre sus paredes húmedas y turgentes. Una extraña felicidad me invadió. Sin embargo, cuando llegué al final del túnel, lo que encontré no fue un mundo maravilloso, sino otra habitación de hospital. Un gigante me había agarrado de los tobillos y, sosteniéndome boca abajo, golpeaba con fuerza mi trasero. Indignado, intenté pronunciar algún exabrupto, pero de mi garganta no salieron palabras: sólo un chillido de recién nacido.

Manuel Moyano

Destino

Recuerdo un viaje a Buenos Aires que terminó en Nueva York, otro a Lima que concluyó en Atenas, y uno a Roma que finalizó en Berlín. Todos los aviones que tomo van a donde no deben, pero ya estoy acostumbrado porque, con frecuencia, salgo de casa hacia la oficina y me paso la mañana metido en un taxi que va y viene sin que yo pueda aventurar una dirección exacta. 

Cuando regreso, por la tarde, nadie sabe nada de mi mujer ni de mis hijos y, cansado de seguir buscando mi propio rastro, me voy a dormir a un hotel.

Menos mal que, en esas ocasiones, es mi padre el que me encuentra.

No sé lo que será de mí el día que me falte.

Luís Mateo Díez

Luís Mateo Díez, un clásico del microrrelato español.

Rafael Carcelén
Rafael Carcelén
Acerca del autor

Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”

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