Palabra esencial en el tiempo
-LO BUENO SI BREVE-
Eso es la poesía para Antonio Machado. Incluso, afinando más, “la poesía es el diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo”, sentencia Juan de Mairena. Y, desde luego, nuestro poeta no sólo no vivió de espaldas a su tiempo sino que su vida estuvo marcada por varios acontecimientos decisivos: las dificultades familiares tras la muerte del padre; la muerte también de Leonor Izquierdo, su joven esposa, en 1912; su apuesta por los desfavorecidos y el compromiso con el régimen republicano; el amor frustrado en plena madurez con Pilar de Valderrama, Guiomar en sus versos últimos; o el exilio y la muerte en Colliure al final de la guerra civil. Al morir, con 64 años, “ligero de equipaje”, llevaba un verso en un papel arrugado del bolsillo de su gabán: “Estos días azules y este sol de la infancia”.
Profesor de Francés en distintos institutos españoles (Soria, Baeza, Segovia), su poesía creció a la sombra de la lírica popular (su padre y su abuelo fueron estudiosos y recopiladores de coplas y otros poemas tradicionales andaluces) y el simbolismo francés, taimado por la pluma de Rubén Darío y su modernismo hispano, y a quien Machado admiró toda su vida.
Sus preocupaciones estéticas irán paralelas a las de sus coetáneos de la generación del 98 (problema de España, regeneracionismo, recuperación de la tradición…), pero su interés por la metafísica y la filosofía última (leyó a Nietzsche y a Heidegger, asistió a las clases de Henry Bergson en París, compartió temática e inquietudes con Unamuno, Ortega…) llevarán su obra por un camino mucho más personal de lo que señalan los manuales al uso. Como Juan Ramón Jiménez, con quien también mantuvo una relación cordial y de mutua admiración, influyó en los poetas del 27, quienes lo consideraron un auténtico maestro. Su influjo, aunque variable, nunca ha decaído. Incluso, en una pensadora tan auroral como María Zambrano resuenan estas palabras del poeta: “Cuanto es, aparece; cuanto aparece, es”.
Poeta y prosista único, no fue un escritor de aforismos en el sentido estricto del género. Pero muchos fragmentos de su obra poética (Proverbios y cantares, Nuevas canciones, etc.) o libros de prosa como Juan de Mairena y Los complementarios, por su lenguaje sentencioso, sobrio, emotivo y reflexivo a un tiempo, y donde la sencillez y el enfoque didáctico predominan, podrían considerarse tales. Como escribe Joaquín Marco, en el prólogo a su excelente selección en Canciones y aforismos del caminante, su prosa “nunca abandona la ironía como recurso, el distanciamiento y, a la vez, la pasión en la defensa de lo que se dice”. Esa es su mayor fuerza, toda una lección de estilo simplemente magistral. Y si el pensamiento, cultivado de una forma asistemática en su obra, será esencial en Machado para desentrañar el camino del vivir, la consistencia del arte o la heterogeneidad del ser, Marco no duda en afirmar que estamos ante “uno de los modelos más originales del ensayo contemporáneo”.
Su amor por lo sencillo, por la gente del pueblo (“Son buenas gentes que viven,/ laboran, pasan y sueñan,/ y en un día como tantos,/ descansan bajo la tierra”), junto a la profundidad de su pensamiento metafísico, aunando lo popular y lo culto, otorgan a su visión una altura ética y una trascendencia irrepetibles. Su obsesión por la alteridad será profética en el pensamiento futuro: “De lo uno a lo otro es el gran tema de la metafísica. Todo el trabajo de la razón humana tiende a la eliminación del segundo término. Lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón humana”, escribió. La vida, el hombre, el ser y su tiempo, las ignominias del poder, las dificultades de los oprimidos, las claves de la estética y de la poesía o el amor, siempre insatisfecho, serán los temas principales de su obra. Una obra donde lo lírico y lo reflexivo, el fragmento y la argumentación, el finísimo humor y la trascendencia, lo sencillo y lo profundo, conviven con una naturalidad difícil de encontrar antes de él.
En un país donde volver los ojos a los años veinte y treinta del siglo pasado parece imposible sin posicionamientos ideológicos y reproches de todo tipo, no deberíamos dejar pasar la oportunidad de recuperar a muchos y muchas de sus grandes creadores y pensadores. A Machado, nos guste o no, le ha perjudicado más que beneficiado la simplificación y el reduccionismo de su corta pero inmensa obra: más allá de las afinidades políticas que puedan ver algunos en él o el ingenuo buenismo (qué término tan horrible) que otros le endosan para desactivar su posicionamiento con los débiles, toda su obra poética y la prosa de su Juan de Mairena son excepcionales. Memorables. Inmortales. No dejen de leerlo siempre que puedan: no lo lamentarán.
- Todo necio confunde
valor y precio.
- De diez cabezas, nueve
embisten y una piensa.
- ¿Tu verdad? No, La Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
- Todo amor es fantasía;
él inventa el año, el día,
la hora y su melodía;
inventa el amante y, más,
la amada. No prueba nada
contra el amor, que la amada
no haya existido jamás.
- No es el yo fundamental
eso que busca el poeta
sino el tú esencial.
- Siempre el mudo viejo
-trabajo y fatiga-
el niño lo salva
con sus ojos nuevos.
- Tras el vivir y el soñar
está lo que más importa:
despertar.
- La imaginación pone mucho más en el coito humano que el mero contacto de los cuerpos.
- En toda época de decadencia los nuevos apedrean a los originales.
- Pureza, bien; pero no demasiada, porque somos esencialmente impuros.
- Si tu pensamiento no es naturalmente obscuro, ¿para qué lo enturbias?
- Ya es mucho que vayamos a alguna parte. Estar de vuelta, ¡ni soñarlo!
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”