“Como las pirañas, son pequeños y feroces. Aconsejo descartarlos si no muerden” Ana María Shua
Así califica a los microrrelatos la extraordinaria escritora argentina. Pero si he de elegir una de las definiciones disponibles, tal vez la más completa sea la propuesta por Fernando Valls en su libro de 2008 Soplando vidrio y otros estudios sobre el microrrelato español:
“El microrrelato es un género narrativo breve, que cuenta una historia en la que predomina la concisión […]. A menudo se presta a la experimentación y se vale de la reescritura o de lo intertextual; tampoco debería faltarle la ambigüedad, el ingenio ni el humor. […] Su estrategia compositiva consiste en arrancar de inmediato para acabar al instante, mientras que en el cuerpo del texto no puede haber vacilaciones puesto que gran parte del cuerpo del tejido narrativo debe permanecer elíptico o sobreentendido”.
Por su parte, para Irene Andrés- Suárez en su Antología del microrrelato español (1906- 2011), publicada en 2012, los dos principios básicos que lo constituyen son la hiperbrevedad y la narratividad. La extensión mínima lo diferenciaría del cuento o el relato corto y la sustancia narrativa lo distingue de otras formas breves como el poema en prosa, el aforismo o la noticia periodística. No obstante, y como veremos en otra entrada, no es tan sencillo diferenciarlo de otros géneros dados su carácter fronterizo y su afán experimental.
Es su brevedad (la mayoría de autores aceptan que la extensión no debe exceder una página, predominando cada vez más los que opinan que no ha de superar las 15- 25 líneas), la que condiciona el resto de sus rasgos distintivos:
- Concisión, precisión e intensidad expresiva. Escribe David Lagmanovich que “el truco del escritor de microrrelatos consiste en agregar todas las palabras necesarias y ninguna de las innecesarias. El criterio no debe ser el de poner menos palabras, sino el de no poner palabras de más”.
- Una brevedad reflejada en su economía de medios narrativos: dos o tres personajes como máximo, un tiempo generalmente breve y condensado y no más de dos espacios. Procurando una potente tensión narrativa que tiene que atrapar desde el principio y ha de mantenerse para obligar al lector a no abandonarlo.
- Para intensificar el relato y captar todo el interés del lector, suelen utilizarse recursos como la elipsis (elementos que no aparecen explicitados pero sí sobreentendidos), la intertextualidad (utilizar como referente otros textos precedentes conocidos), un lenguaje connotativo (capaz de abrirse a más de un sentido o significado) y no pocas veces proclive a la sugerencia y la ambigüedad, el giro narrativo y la sorpresa, el humor o todo tipo de experimentación léxica, narrativa, etcétera.
- Para que el microrrelato funcione y acabe expandiendo toda su condensación exige la participación activa del lector. Se da por sobreentendido un pacto entre autor y lector. Porque la elipsis, la intertextualidad o el lenguaje connotativo demandan que el lector se implique y “cierre” con su interpretación el sentido abierto propuesto por el autor. En este sentido, Fernando Valls señala que los autores de microrrelatos siguen buscando sus propios lectores, que han de ser exigentes, con capacidad crítica, sentido del humor y amantes de la interpretación.
- Dado el espacio hiperbreve, cobran especial importancia para el sentido del relato el propio título y el final. Hablaremos en otra entrada detenidamente de ambos.
En el libro ya mencionado, incide Fernando Valls en que “el microrrelato no es un poema en prosa, ni una fábula ni un cuento, aunque comparta algunas características con este tipo de textos, sino un texto narrativo brevísimo que cuenta una historia, en la que debe imperar la concisión, la sugerencia y la precisión extrema del lenguaje, a menudo al servicio de una trama paradójica y sorprendente”. Juzgue el lector si es así:
Muerte natural
Dio por terminado el libro y cerró el ordenador portátil. Tras un año de trabajo y cultivo de ciertas facultades literarias -concisión, sugerencia, síntesis narrativa, capacidad poética, rasgos de humor, algunas dosis de fantasmagoría-, el escritor de relatos brevísimos fue presa de las exigencias del género. Comprobó frente al espejo que era un hombre menguado, apenas del tamaño de un cortador de cabezas: las piernas arqueadas, la musculatura nervuda y arcillosa, los ojos como canicas chicas. Pensó que nadie entendería aquella metamorfosis literaria, fruto de su naturaleza psicosomática. Imaginó el gesto de conmiseración en el rostro de su editor: “Vamos, hombre -le diría-, levanta ese ánimo. Tú eres capaz de escribir algo de mayor altura literaria”. Pero él supo sin asomo de dudas que su particular metamorfosis había culminado sin remedio. Así que, evitando el acecho del perro de la casa que ya venteaba su rastro desde el sofá, el escritor de relatos brevísimos cruzó sin ruido el pasillo, se ocultó debajo de la cama, y allí, en lo más profundo de la oscura selva doméstica, se dispuso a morir con dignidad de buen salvaje.
Juan Gracia Armendáriz
El vigilante
Que griten. Yo, como si fuese sordo. Que arañen sus elegantes forros de seda. A mí sólo me pagan para que vigile esto, no para que cuide de ellos ni para que me quiten el sueño con sus gritos. ¿Que bebo demasiado? No sé qué harían ustedes en mi lugar. Aquí las noches son muy largas… Digo yo que deberían tener más cuidado con ellos, no traerlos aquí para que luego estén todo el tiempo gritando, como lobos, créanme. Ahora bien, que griten. Yo, como si fuese sordo. Pero si a alguno se le ocurre aparecer por aquí, lo desbarato y lo mando al infierno de una vez, para que le grite al Demonio... Pero a mí que me dejen. Toda la noche, como les digo. Y tengo que beber para coger el sueño, o si no ya me dirán. Si ellos están sufriendo, si están desesperados, que se aguanten un poco, ¿verdad? Nadie es feliz. Además, lo que les decía: tengan ustedes más cuidado. Porque luego me caen a mí, y ustedes no me pagan para eso, sino para cuidar los jardines y para ahuyentar a los gamberros, ¿no? ¿Qué culpa tengo yo de que los entierren vivos? Y claro, ellos gritan.
Felipe Benítez Reyes
Amor 77
Y después de hacer todo lo que hacen se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.
Julio Cortázar
La ubicuidad de las manzanas
La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de la gravedad.
Ana María Shua.
El pozo
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después, mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en su interior. Éste es un mundo como otro cualquiera, decía el mensaje.
Luís Mateo Díez
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”