domingo, 22 de diciembre de 2024

Armas y letras: ambición y resentimiento en La Rochefoucauld

Rafael Carcelén
15 abril 2016
4.272
Armas y letras: ambición y resentimiento en La Rochefoucauld
Máximas y reflexiones morales, obra cumbre de La Rochefoucauld.

-LO BUENO SI BREVE-

Cualquiera diría, después de adentrarse por los entresijos de su ajetreada biografía, que en sus casi sesenta y siete años de existencia el Duque François de La Rochefoucauld (1613- 1680) no albergó dos personas en una. Y es que entre el aristócrata ambicioso y conspirador de la primera mitad y el ácido escritor de la segunda, podría parecer que no hay continuidad. Pero, realmente, sus envenenados dardos aforísticos son fruto de aquel desengaño primero y también se dirigirán con cierto resentimiento a una ascendente y arrogante  burguesía que con la llegada del capitalismo desplaza de los núcleos de poder a esos nobles maquinadores  y sus insostenibles privilegios. El retrato descarnado, despiadado incluso, del hombre que destila su obra no sólo refleja las cenizas de esta zángana e hipócrita nobleza sino -y sobre todo- los ocultos y egoístas intereses que mueven los hilos de toda conducta humana, sea cual sea su clase o condición.

Primogénito de una familia aristocrática de abolengo, sus escasos estudios finalizaron cuando se casó por conveniencia a los quince años y emprendió la carrera militar. Sus amantes y la milicia lo llevarán a implicarse en sucesivas intrigas contra los cardenales Richelieu y Mazarino y que concluirán con graves heridas en la cabeza y el exilio del duque tras los terribles sucesos de la Fronda (1648- 1653) que le dejarían, además de exhausto, una muy mermada fortuna. Aunque tiempo después recuperase el favor real, sus últimos veinte años los pasa escribiendo sus Memorias, Máximas y Reflexiones y frecuentando los salones y tertulias, especialmente el salón de Madeleine de Sablé, que tanto determinará su inclinación aforística. La publicación casi clandestina de sus Memorias en Bruselas, en 1662, y de sus Máximas en Holanda, en 1664, levantó un gran revuelo, sobre todo entre los nobles y aristócratas franceses.

Agudo y penetrante psicólogo del alma humana, su visión del hombre es de una lucidez y un pesimismo melancólico que nos dejan un sabor agridulce y no poco desasosiego. En línea con la época barroca que le tocó vivir, el mundo será para él ese teatro donde gobierna lo aparente, siendo el interés propio y el engaño los móviles primeros de nuestro comportamiento. La amistad, la honestidad o la piedad, bajo su mirada fría y escrutadora, no son sino el fruto del más sutil y calculado comportamiento para satisfacer en última instancia nuestro amor propio e intereses. Acorde con la tesis del hombre como lobo para el hombre de su contemporáneo Hobbes, ni siquiera el amor o las más puras pasiones se librarán de un móvil siempre interesado y egoísta con el fin último de satisfacer la propia vanidad. Sólo el humor y la ironía irán dulcificando el tono despiadado y demoledor de la primera parte de las Máximas o Reflexiones morales.

Para el autor francés todas nuestras acciones las mueven el interés o el amor propio.

Para esta labor de desenmascaramiento de la conducta humana, de este despojamiento de nuestro disfraz, se valdrá de un estilo donde el contraste, la paradoja, la ambigüedad y la comparación serán preponderantes. Su disección fría y descreída, en las antípodas de toda emoción, no busca imágines sorprendentes sino precisas. Alguna vez sus frases se abren a la sugerencia y la evocación pero la precisa hendidura, como de forense, que con ellas persigue, lo alejan de toda tentativa poética.

Ha gozado de la estima de muchos pensadores y escritores que han visto retratado en sus escritos al hombre moderno que aprende a desenvolverse como pez en el agua en un mundo cada vez más sometido al autoengaño, la hipocresía y la apariencia en todas sus manifestaciones. Otros como Nietzsche admiran su daga cortante y despiadada, propia de una moral superior en el alemán. En cualquier caso, y como concluye Francisco Díez Del Corral en su prólogo a las Máximas publicadas en Akal (2012), también estas brevísimas puñaladas “pueden ser un buen antídoto contra este tedioso tinglado de las apariencias: su impugnación”.

  • Nunca somos tan dichosos ni tan desdichados como nos imaginamos.
  • No existe disfraz que pueda esconder mucho tiempo el amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay.
  • Lo que los hombres han llamado amistad no es sino una sociedad, una recíproca consideración de intereses y un intercambio de buenos oficios; no es, en fin, sino un comercio en el que el amor propio se propone siempre alguna ganancia.
  • Tan fácil es engañarse a sí mismo sin darse cuenta como difícil engañar a los otros sin que se den cuenta.
  • Tan acostumbrados estamos a disfrazarnos ante los demás que al final nos disfrazamos ante nosotros mismos.
  • Al igual que los grandes ingenios se caracterizan por dar a entender en pocas palabras muchas cosas, las personas de cortos alcances, por el contrario tienen el don de hablar mucho sin decir nada.
  • La adulación es una moneda falsa a la que sólo da curso nuestra vanidad.
  • Se pierden las virtudes en el interés como los ríos se pierden en el mar.
  • Quien vive sin locura no es tan cuerdo como cree.
  • No deberíamos asombrarnos más que de poder asombrarnos aún.
Castillo de la familia La Rochefoucauld.

Rafael Carcelén
Rafael Carcelén
Acerca del autor

Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”

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