Armas y letras: ambición y resentimiento en La Rochefoucauld
-LO BUENO SI BREVE-
Cualquiera diría, después de adentrarse por los entresijos de su ajetreada biografía, que en sus casi sesenta y siete años de existencia el Duque François de La Rochefoucauld (1613- 1680) no albergó dos personas en una. Y es que entre el aristócrata ambicioso y conspirador de la primera mitad y el ácido escritor de la segunda, podría parecer que no hay continuidad. Pero, realmente, sus envenenados dardos aforísticos son fruto de aquel desengaño primero y también se dirigirán con cierto resentimiento a una ascendente y arrogante burguesía que con la llegada del capitalismo desplaza de los núcleos de poder a esos nobles maquinadores y sus insostenibles privilegios. El retrato descarnado, despiadado incluso, del hombre que destila su obra no sólo refleja las cenizas de esta zángana e hipócrita nobleza sino -y sobre todo- los ocultos y egoístas intereses que mueven los hilos de toda conducta humana, sea cual sea su clase o condición.
Primogénito de una familia aristocrática de abolengo, sus escasos estudios finalizaron cuando se casó por conveniencia a los quince años y emprendió la carrera militar. Sus amantes y la milicia lo llevarán a implicarse en sucesivas intrigas contra los cardenales Richelieu y Mazarino y que concluirán con graves heridas en la cabeza y el exilio del duque tras los terribles sucesos de la Fronda (1648- 1653) que le dejarían, además de exhausto, una muy mermada fortuna. Aunque tiempo después recuperase el favor real, sus últimos veinte años los pasa escribiendo sus Memorias, Máximas y Reflexiones y frecuentando los salones y tertulias, especialmente el salón de Madeleine de Sablé, que tanto determinará su inclinación aforística. La publicación casi clandestina de sus Memorias en Bruselas, en 1662, y de sus Máximas en Holanda, en 1664, levantó un gran revuelo, sobre todo entre los nobles y aristócratas franceses.
Agudo y penetrante psicólogo del alma humana, su visión del hombre es de una lucidez y un pesimismo melancólico que nos dejan un sabor agridulce y no poco desasosiego. En línea con la época barroca que le tocó vivir, el mundo será para él ese teatro donde gobierna lo aparente, siendo el interés propio y el engaño los móviles primeros de nuestro comportamiento. La amistad, la honestidad o la piedad, bajo su mirada fría y escrutadora, no son sino el fruto del más sutil y calculado comportamiento para satisfacer en última instancia nuestro amor propio e intereses. Acorde con la tesis del hombre como lobo para el hombre de su contemporáneo Hobbes, ni siquiera el amor o las más puras pasiones se librarán de un móvil siempre interesado y egoísta con el fin último de satisfacer la propia vanidad. Sólo el humor y la ironía irán dulcificando el tono despiadado y demoledor de la primera parte de las Máximas o Reflexiones morales.
Para esta labor de desenmascaramiento de la conducta humana, de este despojamiento de nuestro disfraz, se valdrá de un estilo donde el contraste, la paradoja, la ambigüedad y la comparación serán preponderantes. Su disección fría y descreída, en las antípodas de toda emoción, no busca imágines sorprendentes sino precisas. Alguna vez sus frases se abren a la sugerencia y la evocación pero la precisa hendidura, como de forense, que con ellas persigue, lo alejan de toda tentativa poética.
Ha gozado de la estima de muchos pensadores y escritores que han visto retratado en sus escritos al hombre moderno que aprende a desenvolverse como pez en el agua en un mundo cada vez más sometido al autoengaño, la hipocresía y la apariencia en todas sus manifestaciones. Otros como Nietzsche admiran su daga cortante y despiadada, propia de una moral superior en el alemán. En cualquier caso, y como concluye Francisco Díez Del Corral en su prólogo a las Máximas publicadas en Akal (2012), también estas brevísimas puñaladas “pueden ser un buen antídoto contra este tedioso tinglado de las apariencias: su impugnación”.
- Nunca somos tan dichosos ni tan desdichados como nos imaginamos.
- No existe disfraz que pueda esconder mucho tiempo el amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay.
- Lo que los hombres han llamado amistad no es sino una sociedad, una recíproca consideración de intereses y un intercambio de buenos oficios; no es, en fin, sino un comercio en el que el amor propio se propone siempre alguna ganancia.
- Tan fácil es engañarse a sí mismo sin darse cuenta como difícil engañar a los otros sin que se den cuenta.
- Tan acostumbrados estamos a disfrazarnos ante los demás que al final nos disfrazamos ante nosotros mismos.
- Al igual que los grandes ingenios se caracterizan por dar a entender en pocas palabras muchas cosas, las personas de cortos alcances, por el contrario tienen el don de hablar mucho sin decir nada.
- La adulación es una moneda falsa a la que sólo da curso nuestra vanidad.
- Se pierden las virtudes en el interés como los ríos se pierden en el mar.
- Quien vive sin locura no es tan cuerdo como cree.
- No deberíamos asombrarnos más que de poder asombrarnos aún.
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”