Las palabras son animales salvajes
Así rezan los dos primeros versos de Vida secreta, cuarto libro de poemas de Javier Rodríguez Marcos (Cáceres, 1970), publicado en 2015, 13 años después de Frágil, el poemario que lo consagró como uno de los más emblemáticos poetas de su generación. Trabaja como periodista en la sección de cultura de El país y, además de poesía, ha escrito algún libro de viajes, ensayos sobre arte y arquitectura y ha realizado algún que otro escarceo narrativo. Son innumerables sus críticas y reportajes publicados en torno a la literatura y el arte actuales. Él mismo lo ha dicho en una reciente entrevista para promocionar Vida secreta: “en este poemario es muy importante el contraste entre un mundo rural que está desapareciendo tal y como lo conocí y una modernidad urbana mucho más vertiginosa y descarnada”.
Y, en efecto, todo el libro se sustenta sobre un permanente juego de contrastes muy efectivos que, con ese estilo tan natural, cadencioso y esclarecedor, a base de imágenes nítidas, se van aposentando en nosotros hasta hacernos asentir que ahí está la más importante clave de lectura del libro. No de otro modo cabe entender Locus amoenus, un poema donde al paisaje bucólico propio de la poesía clásica se contrapone el de la ciudad actual con sus cementerios de escombros. En Asilo, es fortísimo el contraste entre dos mundos sin solución de continuidad. En La casa de la herida, al orden natural se opone nuestro desorden vital. Y en A una rosa, poema que parece dialogar con otro de Juan Ramón Jiménez, de la rosa natural a la de plástico, comprada en un chino, el mundo se enfría cada vez más. No tiene desperdicio el poema Solo en casa: en él, integrando a la perfección elementos de diversa procedencia, nos ofrece una imagen insuperable de ese hombre multitarea que somos hoy. En Et in Arcadia Elf, esa Arcadia feliz que los griegos identificaron con el paraíso es ahora el lugar donde se alza una central térmica. Este poema, último del libro, concluye con una resignada pero dura queja: “Ahora/ les toca a los poetas/ sacar sus conclusiones”. El paisaje que vemos, el mundo que habitamos, se nos aparece más desolador cuando miramos hacia atrás, por más trampas y traiciones que la memoria nos procure. Al fin y al cabo, dice el poeta, somos “nostalgia y cirugía”.
Los versos de Robert Browning con que se abre el libro explican bien el sentido de lo dicho hasta aquí: “Nos interesa el límite peligroso de las cosas./ El ladrón honrado, el asesino sensible,/ el ateo supersticioso”. Acabada la lectura de los veintinueve poemas que componen el libro, acude a la mente el famoso verso “se canta lo que se pierde”, de Antonio Machado, en una de sus canciones a Guiomar. Y aunque en el extremeño la nostalgia nunca condicione la forma de mirar, su presencia es clara para acercarse a “esta burbuja de daño y de belleza” en la que vivimos. Finalmente, el autor ofrece una Nota final donde informa del origen de muchos poemas, a quien se dedican o qué deudas contienen. Deliciosa la historia de la tradición jasídica con la que acaba.
“Los buenos poetas son capaces de juntar dos palabras que da la sensación de que jamás se habían encontrado y yo estoy en un camino que se me antoja largo”, ha dicho el poeta con su inmodestia habitual. Porque estamos ante un libro que, como subraya la solapa, “desvela como pocos la complejidad sentimental que anida en algunas escenas urbanas” y que el poeta sabe mostrarnos con sus versos de un modo tan sencillo y bien rematado como convincente. Un libro de madurez, de escueta factura pero moralmente responsable, sólido y profundo, subyugante por secretamente sencillo.
He aquí dos de los poemas de este libro que no pasará desapercibido:
ZOOLOGÍA
LAS palabras son
animales salvajes.
Nacen y crecen
y se reproducen, mueren
de agotamiento. Siempre
lo tiñen todo
con sus colores pardos,
con su mascar nervioso
(no fieras libres, ratas
de matadero). Tienen
tórax y abdomen, dice
la gramática.
De sangre fría, son
blandas por fuera y
duras por dentro. Aunque
siempre al acecho, atacan
tan sólo si se les ataca.
Y al olor de la sangre.
Las palabras heridas
son las más peligrosas.
Las palabras heridas
son capaces de hacer
todavía mucho daño.
ES ASÍ, LA BELLEZA
ES así, la belleza
se mide por milímetros.
Igual que el hielo quiere
ser sólo agua corriente,
la belleza se mide por milésimas
de segundo, por micras.
No por eternidades.
No en toneladas, grandes
cumbres, espacios
que sobrecogen. Siempre
se resuelve en la foto
finish, no en lo sublime. Nunca.
Al final la hermosura
se decide por poca diferencia.
Cero a cero. No hay mucho
que añadir. ¿Quién no ha visto
la luna, despistada,
sobre los edificios,
sobre la niebla tóxica,
rompiendo el cielo sucio
un lunes a las diez
de la mañana?
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”