domingo, 22 de diciembre de 2024

Lo bueno si breve… Rasgos diferenciadores del aforismo

Rafael Carcelén
18 septiembre 2015
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Lo bueno si breve… Rasgos diferenciadores del aforismo
Un escritor tuitero, el mejicano Juan Villoro

-LO BUENO SI BREVE-

¿Por qué este interés actual tan desaforado por las formas breves de escritura? El éxito de microrrelatos, micropoemas, haikus o aforismos no parece cosa casual. Que, por poner un solo ejemplo, el libro Voces reunidas (2006) de Antonio Porchia lleve vendidos más de cien mil ejemplares resulta sorprendente. No cabe duda que fenómenos como Twiter, Facebook o whatssap han contribuido a ello. Andrés Neuman, autor del interesante libro de aforismos El equilibrista, considera “dignísimo que aforismos clásicos se cuelguen en Twitter” y remarca que la rapidez e inmediatez de estas redes sociales suponen un cauce apropiado para este género tan fulgurante como condensador de poesía, pensamiento y acción. Un género estimulante para una época tan poco propicia a la lectura lenta y reflexiva, sea por la falta de tiempo o por la multiplicidad de intereses con los que vivimos. En contrapartida, este masivo éxito, este uso abusivo, podría estar llevando a la banalización y al anquilosamiento de una forma de lenguaje que para funcionar tiene que mantenerse viva, en perpetuo proceso regenerador.

La palabra aforismo proviene de un término griego que Hipócrates utilizó para transmitirnos sus preceptos médicos mediante pequeñas frases que fuesen fáciles de memorizar: “a grandes males, grandes remedios” por ejemplo. Pero no siempre, y menos hoy, tuvo este sentido. Cuando leemos como aforismos tantas frases que nos deslumbran de autores destacados, habría que puntualizar un par de cosas: esos escritores no siempre las  escribieron aisladas, con sentido propio, sino en un contexto mayor: un artículo, un capítulo, etc. Es su descontextualización la que les otorga esa potencia, ese fulgor, que las hace tan certeras y contundentes. La frase que da título a esta entrada (“lo bueno si breve, dos veces bueno”) perteneciente al agudo Baltasar Gracián, se inscribe en un texto mucho mayor, donde inmediatamente añade que “y aun lo malo, si poco, no tan malo”.  Tampoco es fácil establecer límites entre el aforismo, la máxima, el proverbio, el adagio o la sentencia, entre otros tipos de formas breves, si nos atenemos a las colecciones y antologías que circulan como tales aforismos. 

¿Qué es entonces un aforismo? Más allá del sentido preceptivo, normativo, pedagógico o ejemplarizante de la tipología mencionada, el aforismo cuida los recursos estilísticos con los que transmitir su contenido y nunca renuncia a esa chispa que lo hace sorprendente, crítico, agudo, sugerente y/ o provocador. Y, según James Geary en su jugoso El mundo en una frase. Una breve historia del aforismo (2007), cinco son las leyes que los rigen: un auténtico aforismo debe ser breve, personal, definitivo, filosófico y debe contener algún giro. Una brevedad no exenta de agudeza e ingenio. Una perspectiva que lo diferencie de las demás, singularizando siempre el enfoque personal. Una forma de presentarlo que nos lo haga chocante, sorpresivo; que nos descoloque en un primer momento y a la vez nos ayude a ubicarlo con el nuevo sentido que aporta. Estos rasgos me parecen ampliamente aceptados por la mayoría de estudiosos del aforismo. No veo sin embargo que hoy deban tener un carácter  tajante e incontestable o un sentido filosófico exclusivo. Los dobles sentidos, la ironía o el humorismo que se han ido incorporando al aforismo lo alejan de ese rigor y esa seriedad tan doctrinarios como inofensivos. Fragmento con sentido completo, el aforismo no funciona como iluminador de la verdad sino como señal que nos indica hacia dónde poder dirigirnos, que diría Heráclito, en un viaje tan expuesto como no predeterminado.

Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Gracián

La ligereza del aforismo nunca es a costa de restarle hondura y aguijón. Al contrario, obtiene su grandeza conjugándolos. En su cápsula concisa, y más allá de la simple ocurrencia, su ingenio se vale de recursos como la paradoja y la antítesis, la comparación y la metáfora, la ironía y los juegos de palabras, la sátira y el sarcasmo… siempre al servicio de una visión diferente, abierta y evocadora, que nos empuja a meditar. Una profundidad que se persigue desde la sencillez y una apariencia superficial, lejos de la cascaruja retórica y la afectación impostada. Su punzada nos obliga a reaccionar, a participar activamente para que su mensaje deposite plenamente todo su sentido en nosotros.

En el libro mencionado, James Geary aporta un aforismo que me parece apropiado para ilustrar gran parte de lo dicho: “la diferencia entre un surco y una tumba es la profundidad”. Parece una frase baladí, una ocurrente comparación sin más,  pero si ahondamos en ella acaba por sobrecogernos: uno llega a ver que ese surco que va cavando el campesino (el trabajo que realizamos durante nuestra vida) acaba siendo su misma tumba. En el sentido también de que lo rutinario nos ensombrece y puede llegar a suponer nuestra fosilización en vida. Y en esa imagen tan concisa, de pronto, cabe toda la rotundidad de un destino fatal e ineludible. Igualmente, y contra toda evidencia comúnmente aceptada, el argentino Antonio Porchia se atreve a decir que “quien conserva su cabeza de niño, conserva su cabeza”. Por extraño y chocante que nos resulte esta mermada repetición, acabamos asintiendo cuando todo su significado se va aposentando en nuestro interior. Incluso uno intuye que hay algo que se le escapa.

Llegados a este punto, y aunque no era mi intención, tras releer lo escrito pienso que puede resultar esclarecedor adentrarse en la evolución del aforismo a lo largo de los siglos para comprender mejor sus rasgos propios y aquellos que más lo singularizan hoy. Pero esa será la materia de una próxima entrada en este blog.

El humor crítico y aforístico del dibujante El Roto

Rafael Carcelén
Rafael Carcelén
Acerca del autor

Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”

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