Más allá de la belleza externa…los premios GraMat de escritura rápida y al instante
Por tercera vez, y dentro de la octava Quincena cultural de Octubre Negro, el pasado domingo 19 de abril se convocaba en el Alminar a los participantes de los premios GraMat. Un certamen consistente en escribir durante 45 minutos -in situ- un relato de hasta trescientas palabras y cuyo comienzo es siempre una frase elegida al azar por la organización, de entre varias posibles. En este caso, por tratarse de una quincena dedicada a la literatura oriental, se escogió una frase de Al sur de la frontera, al oeste del sol, del japonés Haruki Murakami.
Más allá del desenlace, siempre acaba siendo una mañana de risas y buen ambiente entre los asistentes, algunos de ellos principiantes en estas lides. Y con muy buen nivel, llegando a obtener el primer premio. Bienvenid@s cuantas incorporaciones animan este certamen que quincena a quincena se consolida. Y enhorabuena a tod@s.
El fallo del jurado fue el siguiente: primer premio ex –aequo a los relatos presentados por Esther Abellán Rodes y Antonio Pérez Leal “por sus características diferentes y complementarias, tanto en la forma como en el contenido”. Y, como único finalista, el presentado por Rafael Carcelén García, “por el giro narrativo que cierra el relato”. Sin más preámbulo, he aquí los tres relatos galardonados:
“Lo que me atraía no era la belleza externa e impersonal, sino algo más absoluto que se hallaba en el interior.” Al fin y al cabo no eran más que figuras de papel, pero lo que me dejaba maravillado era aquella sensación de felicidad que transmitía aquel anciano, entre tanto ruido, mientras las elaboraba en un rincón del metro.
Comprobé que la gente pasaba a su lado y no reparaban en su presencia. Iban al trabajo y no parecían percibir el aura de paz y tranquilidad del anciano mientras doblaba y daba forma al papel.
No pude resistirme y me acerqué. Le pregunté cómo lo hacía y me respondió que si doblabas el papel por el sitio adecuado, la figura sólo sería la consecuencia inevitable, al fin y al cabo así era el origami. Le dije que aquello ya lo sabía, que me refería a cómo alcanzaba aquel estado de paz interior entre tanto ruido. El anciano sonrió y me invitó a sentarme junto a él. Tras pensarlo unos segundos, accedí.
El viejo me dio un trozo de papel y me dijo que siguiera sus indicaciones. Iba a enseñarme a hacer una grulla. Pude comprobar que no era fácil y aquello requirió toda mi atención, pero resultó ser muy divertido. Le rogué que me enseñara a hacer otra y aquel hombre, siempre sonriente, aceptó.
Antes de darme cuenta aquel amable anciano me estaba enseñando a hacer la cuarta figura: el oso. Para cuando miré el reloj descubrí que llegaría tarde al trabajo y tras mi expresión de asombro, el anciano me miró y sonriendo me dijo:
- Ahora ya lo entiendes. Cuando aquello que haces es capaz de tocar tu corazón, absorbe toda tu atención y no existe nada más: ni el ruido, ni las prisas, ni el miedo.
Me levanté, le sonreí agradecido y emprendí de nuevo mi camino sonriente, sin prisas y un poquito más feliz.
Antonio Pérez Leal. Primer premio
“Lo que me atraía no era la belleza externa e impersonal, sino algo más absoluto que se hallaba en el interior.” Mirándola, aquella mañana, descubrí que todo se desmorona en un segundo.
Aquella mañana, la luz del sol entraba por la ventana de una manera muy especial. Su espalda quedaba iluminada entre las sábanas de seda y su pelo negro descansaba, tímidamente, sobre su cara de niña. Su piel parecía sacada de un museo de cera, pero, aunque era pálida, estaba repleta de vida y delicadeza.
El aroma a té tostado, entraba por las rendijas de la puerta y pensé que, tal vez, la vieja que nos recibió la noche anterior estaba preparándonos el desayuno.
Era el último viaje que haría a Nara y no había querido desperdiciar la oportunidad de “conocer en profundidad” los deleites de sus mujeres.
Pero aquella niña, Yokami, tenía algo especial. Algo que desde que me había mirado con sus ojos rasgados había penetrado en mí, haciéndome sucumbir como hombre y haciéndome sentir abandonado entre su encantador silencio.
Mi vida era demasiado aburrida y la sensación de encarcelamiento me acompañaba en todos mis viajes, siendo esclavo del trabajo y del dinero... sintiéndome desnutrido de espíritu y amarrado a un suelo que ya me tenía cansado.
Al ver a Yokami, algo me inundó; el deseo se paseó por mi entrepierna, siguiendo hasta mi ombligo... pero, después de haber estado con ella, el ángel (o demonio) que habitaba en su interior me había hecho pensar incluso en no regresar jamás de aquellas tierras...
Y es que, algo absoluto e impenetrable vivía en aquella mujer con apariencia de niña, algo que había hecho que un hombre como yo se desmoronara en un segundo.
Esther Abellán Rodes. Primer premio
“Lo que me atraía no era la belleza externa e impersonal, sino algo más absoluto que se hallaba en el interior.” Eso fue lo que se removía en mí aquella tarde cuando salí de la exposición.
Subí al coche y fui a casa a ducharme. Recogí a Sonia y nos dirigimos al restaurante donde habíamos quedado para cenar con todos nuestros amigos. Entre risas y chismorreos, yo no podía quitarme de la cabeza esa imagen tan impactante de aquella pintora cuya obra tanto me seducía. Tanto como dolor me provocaba esa luz inesperada, tan potente y tan radiante, que aquella tarde había visto. ¿Sería esa la luz que -como dicen- conduce a los muertos al más allá?- me pregunté con cierta inquietud y perplejidad.
Sonia, que me conoce muy bien, captó mi incomodidad esa noche y, en uno de los momentos en que nos quedamos solos, me preguntó por lo que me ocurría. Disimulando mal mi zozobra, le contesté que no era nada importante, un revés más con el jefe en el trabajo. Ella, lo sé bien, no me creyó.
A la mañana siguiente, todas las portadas recogían la noticia: la pintora japonesa Awere Kanoke había sido asesinada, habiendo encontrado su cuerpo degollado en los aseos de la sala de exposiciones donde colgaban sus últimos cuadros.
Escribo con tristeza desde la cárcel donde estoy. Yo amaba profundamente sus pinturas, esos trazos delicados, nerviosos y tan sugerentes que recorrían sus cuadros. Aún me pregunto cómo tuvo la fatal ocurrencia de exponer un lienzo absolutamente en blanco.
Rafael Carcelén García. Finalista
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”