¿Escribir sin leer? Escribo luego leo. Leo ¿luego escribo?
“Existe una lectura creativa así como existe una escritura creativa. Primero comemos, después engendramos; primero leemos, después escribimos”
R.W. Emerson
Una de las tentaciones del escritor novel, del adolescente que empieza a expresarse con intención y asiduidad, es no dejarse influir por nadie. Buscando así la que presupone como auténtica originalidad. Casi siempre, lo único que se consigue es decir lo que otros muchos ya han dicho antes que tú y decirlo infinitamente peor. A poco que se frecuente la biografía de los escritores, la mayoría de ellos comenzaron imitando a algún autor o autores cuya obra les sedujo inmediatamente y, sólo tras un dilatado periodo de formación a la sombra de clásicos e innovadores, comenzaron a ser ellos mismos al encontrar un tono, una voz, que los iría haciendo singulares.
La lectura es esencial en esa primera fase de formación y de mímesis: sin un archivo amplio y muy diverso, el escritor difícilmente avanza. No en vano, “un escritor se hace con la lectura”, ha dicho el exdirector de la RAE, José Manuel Blecua. Y un creador sublime como Jorge Luís Borges ya dijo aquello de “que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Y es que no hay escritor relevante que no haya sido un voraz lector. Y muchos reconocen en sus lecturas un poderoso desencadenante de la inspiración. Entre miles de ejemplos, para Gabriel García Márquez la mecha que encendió su necesidad de escribir prendió tras la lectura de La metamorfosis de Franz Kafka. Por su parte, Vicente Aleixandre se sintió llamado a la poesía tras embeberse en una lectura febril de los poemas de Rubén Darío mientras permanecía convaleciente de una grave enfermedad.
Escritura y lectura, pues, se complementan y se retroalimentan en un proceso que para los creadores es irreductible. De hecho, aprender a leer y aprender a escribir son la cara y la cruz de una misma moneda: el proceso de iniciación a la lecto-escritura, que en la escuela empieza ya en los niveles más bajos. Descodificar, recomponer, comprender, expresar el signo escrito se constituye como un todo global donde leer y escribir interactúan recíprocamente. Quien piense que se puede escribir una gran novela sin haber leído ninguna antes o apenas unas cuantas, se equivoca. Y, desde luego, acertar a la hora de elegir las lecturas adecuadas para una formación competente es fundamental en un escritor exigente. Son legión quienes reconocen que sus textos son hijos directos de sus lecturas. ¿Alguien se imagina El Quijote sin que su autor hubiese devorado cientos de novelas de caballerías, moriscas, bizantinas, picarescas o pastoriles?
La cita inicial de Emerson expresa la imposibilidad de escribir algo valioso sin un bagaje adecuado como lector. Pero, con la misma contundencia, el americano manifiesta poco después que “el texto debe transportar al lector hacia la escritura y viceversa. Lee y escribe tu propio mundo, ya que la lectura creativa es la única instancia inseparable de tu propia escritura. Pero leer es tan sólo un medio, el fin es escribir”. Ojo, que nadie piense que el hecho de leer por sí mismo ya nos convierte en un gran escritor: “No hay otra manera de aprender a escribir que escribiendo”, concluye Emerson.
Escribo luego leo. Pero ¿es cierta también la opuesta, leo luego escribo? ¿Tú qué crees?
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”