Capítulo 24
Ha quedado muy bien la terraza del ático, tan bien, que Alejo, que es artista, me la ha comparado con algunos cuadros abstractos de compañeros suyos. Quizá si la enmarco podría venderla a buen precio, pienso.
He desarrollado toda mi creatividad en esa pintura rudimentaria.
Cuando ya tenía todo el trabajo terminado, he observado que la luz exterior está tan deteriorada, que se cae a pedazos y no funciona. Me he acercado a una tienda de electricidad cercana y he adquirido un nuevo plafón. Me ha costado un poco instalarlo. No demasiado.
Tan ocupado he estado estos días en fabricarme un rodillo artesanal con el que practicar bicicleta estática, que no he tenido conciencia de lo que ocurría en el exterior. El domingo dejaron por Real-Decreto, pasear a los niños. El gobierno en una desescalada tímida ha permitido que los menores de 14 años puedan salir a pasear una hora al día. Es imposible de controlar. Nadie pone taxímetro a un niño. Presiento que habrá sido una hecatombe, porque debe haber salido toda la población en tromba. No sé; puede que esto traiga más contagios.
El rodillo artesanal que he construido, ha pasado por diferentes fases; afortunadamente no me he cortado ningún dedo con al Serra-caladora; pero he estado en un par de ocasiones, muy cerca. Una vez terminado, transmite mucho ruido cuando uno pedalea. Yo lo asemejo al ruido del AVE. Me gusta.
Es curioso que en internet hay tutoriales de todo. De hecho, tengo en el aseo una caracola, y he decidido estudiar cómo hacerla sonar. Me recuerda a los instrumentos de los marineros vikingos. He encontrado el tutorial en YouTube. Tengo que cortar uno de los extremos para iniciar mis intentos. Me ha costado muchísimo cortarlo. Es como cortar piedra.
Al final lo he conseguido, pero tocar la caracola no es empresa fácil, y cuando he logrado que sonara, tanto Caruli, como Paqui (mi mujer), se han quejado del escándalo que origino. No entienden de arte vikingo. El caso, es que cuando me lo propongo, no suena. Debe ser falta de práctica.
Al finalizar el día, he vuelto al garaje para intentar pegar un ladrillo que vibra desagradablemente cuando lo pisamos con el coche. Ya lo reparé hace días, pero se ha vuelto a soltar. He terminado casi a las nueve y media, y ahora pienso que podría pintar el techo de la cocina del ático. Sorprende la cantidad de cosas que puede hacerse sin salir uno de casa. De hecho, pienso que se pierde mucho tiempo deambulando por la calle y charlando con los amigos. Quizá por eso los pueblos nórdicos son tan aficionados al bricolaje, aunque casi hay muchos tarados que terminan construyendo un sótano para secuestrar y torturar mujeres. De ahí la trilogía de Süeg Larsson (Los hombres que no amaban a las mujeres etcétera). Debe ser la falta de luz solar.
He bajado hoy tres bolsas repletas de basura. Paqui ha ordenaron la despensa, y debe haberme tirado todas las proteínas y en general todo lo que ha reconocido que era de mi propiedad más íntima. Luego iré yo a buscar chocolate y no lo encontraré; y ella negará haberlo tirado. Lo cierto es que las bolsas pesaban lo suyo, por lo que intuyo que quizá haya tirado hasta mi cabeza...Bueno, eso no, porque si no, no alcanzaría a ver las palabras que estoy escribiendo.
Ahora no me atrevo a distraerla preguntándole qué ha desechado; aunque sé con certeza que serán objetos míos. Es tan ordenada para mis cosas. Hoy no me atrevo, pero a ver mañana...
Juan Carlos García Torres Martínez nació en Elda en 1962, era el cuarto de cinco hermanos y siempre fue buen estudiante y con gran capacidad para hacer amigos. Estudió la carrera de Derecho pero nunca ejerció como abogado, aunque su profesión como secretario judicial siempre le mantuvo relacionado con las leyes. Desde muy joven fue un apasionado de la música, llegando incluso a ser fundador de la tuna de derecho de alicante. Otra de sus pasiones fue el deporte; su bicicleta conocía bien todos los montes y parajes de nuestra comarca, pero si hay algo que no abandonó nunca fue la escritura. Le gustaba plasmar vivencias cotidianas transformándolas en pequeñas historias de aventuras. Su tono irónico quitaba dramatismo a lo que relataba, él era así en su propia vida, intentando darle a todo un toque surrealista propio de su personalidad, y con ese estilo escribió su novela corta titulada "el temor" que fue ganadora del premio Ciudad de Elda de Cuentos en 1992.
Fue durante el confinamiento, entre los meses de Abril a Junio de 2020, cuando Juan Carlos hizo un pequeño diario de sus vivencias con su caracteristico estilo
Tristemente Juan Carlos nos dejaba el 16 de febrero de 2021 por causa del Covid, pero su legado literario y personal nos acompañará para siempre.
Éste es un pequeño homenaje póstumo a un discreto artista pero una gran persona.