domingo, 1 de diciembre de 2024

Capítulo 25

Juan Carlos García Torres Martínez
19 febrero 2022
1.274
Capítulo 25
Yolanda Pérez-Yola.

Tres...dos...uno...cero. 

Hoy es el primer día que podemos hacer deporte durante una franja horaria. Luisón y yo hemos quedado a las ocho de la mañana. Tenemos hasta las diez para ciclar por esas montañas que nos circundan. Los caminos están repletos de ciclistas desesperados. También se ve a gente corriendo. Pero, sobre todo, vamos pendientes del reloj. La montaña está espléndida con sus contrastes de primavera. Ha llovido mucho y se nota. El ambiente es limpio. Hay agua en los arroyos que hace unos meses estaban secos. Supongo que los animales estarán asustados, y nos mirarán agazapados desde sus cubiles, desde detrás de los matorrales que nos rodean, o desde las rocas de las montañas. Han campado a sus anchas en estos dos meses, y han tomado lo que les correspondía: el campo, la hierba, el agua, su espacio natural. 

No tardo mucho en ver un ciclista sentado a la vera del camino. Dos policías hablan con él. Se sostiene el brazo con cara descompuesta. Se ha caído y algo roto se atisba. Acabará en el hospital seguro, para desesperación de sus familiares. Poco podría imaginar al levantarse esta mañana que acabaría con un brazo o una clavícula rota. 

Luisón y yo hemos cumplido y estamos de regreso sin incidentes a la hora prevista: las diez.  Siento mi cuerpo cansado, se nota la falta del entrenamiento. Se nota que he sufrido hace ahora dos meses una operación. 

Me llaman del Juzgado de Guardia, es sábado, pero alguien quiere casarse “in artículo mortis”. Doy unas instrucciones a una compañera, y pienso en la situación. El drama de esa pareja que quieren constituirse en matrimonio en el último minuto de la vida de uno de ellos. 

Lo he visto muchas veces. Cuando lo hacen, se aferran a la vida desesperadamente, y acogen el acto del matrimonio como una formalidad para tener todos los papeles en regla; pero en realidad, no quieren afrontar la pérdida que está a pocos días, a veces horas, de verificarse. Porque ya tienen un diagnóstico irremediable y fatal. Pero todos lo hacen con ilusión. Para quedarse en paz. Y a los pocos días viene el cónyuge, ya viudo, con la constatación del hecho. 

Mientras me dirijo a ver a mi madre, observo que es la hora de tarde reservada para los mayores de 70 años. La Gran Avenida está repleta de ancianos. Algunos llevan mascarillas, pero otros no. Algunos pasean, como es su deber, otros se reúnen en círculos y dialogan. Está prohibido, pero quizá lo ignoren. 

He salido con Paqui a pasear. Llevamos mascarilla, pero es agobiante con este calor. A veces nos la quitamos. Cuando no hay mucha gente; es difícil que no haya mucha gente porque la ciudad parece una caricatura del camino de Santiago. Por fin regresamos a casa y hago una FAceTime con Roly que se encuentra confinada en San Juan. Le recuerdo algunos pasajes de su infancia porque a José (su novio y “secuestrador”) le interesa: Cuento cuando subía a las colchonetas de la feria y repetía hasta caer extenuada. Cuando subía a los toritos, o cuando el abuelo contactó con un vecino y le trajo un poni del que se cayó en dos ocasiones. Porque Roly era muy movida de pequeña y le gustaba los caballos hasta el punto de querer que su abuelo le comprara uno y le hiciera una cuadra en el campo. Hoy ya no tiene abuelo, ni campo, ni por supuesto caballo; pero nos gusta recordar aquellos tiempos porque nos traslada a un tiempo de felicidad. 

He salido a tirar la basura; voy vestido de forma deportiva, por lo que puedo permitirme dar una vuelta hasta las once de la noche (normas de la desescalada del confinamiento). Paseo por la Gran Avenida y llego hasta la Plaza Castelar. Allí el aroma de un árbol me seduce. Parece un galán de noche, pero sé que no lo es. Es una especie arbórea que había en el campo del abuelo. Es una especie semejante a la del naranjo; al azahar. Me aproximo y conformo un ramillete que obsequiaré a modo de regalo a Paqui. Mañana es el día de la madre, y con esto pienso inútilmente que saldaré el olvido de no haber tenido un detalle más importante. 

En fin, hoy no se me ha ocurrido nada más original o mejor para congraciarme, a ver mañana… 

 

Juan Carlos García Torres Martínez
Juan Carlos García Torres Martínez
Acerca del autor

Juan Carlos García Torres Martínez nació en Elda en 1962, era el cuarto de cinco hermanos y siempre fue buen estudiante y con gran capacidad para hacer amigos. Estudió la carrera de Derecho pero nunca ejerció como abogado, aunque su profesión como secretario judicial siempre le mantuvo relacionado con las leyes. Desde muy joven fue un apasionado de la música, llegando incluso a ser fundador de la tuna de derecho de alicante. Otra de sus pasiones fue el deporte; su bicicleta conocía bien todos los montes y parajes de nuestra comarca, pero si hay algo que no abandonó nunca fue la escritura. Le gustaba plasmar vivencias cotidianas transformándolas en pequeñas historias de aventuras. Su tono irónico quitaba dramatismo a lo que relataba, él era así en su propia vida, intentando darle a todo un toque surrealista propio de su personalidad, y con ese estilo escribió su novela corta titulada "el temor" que fue ganadora del premio Ciudad de Elda de Cuentos en 1992.

Fue durante el confinamiento, entre los meses de Abril a Junio de 2020, cuando Juan Carlos hizo un pequeño diario de sus vivencias con su caracteristico estilo

Tristemente Juan Carlos nos dejaba el 16 de febrero de 2021 por causa del Covid, pero su legado literario y personal nos acompañará para siempre.

Éste es un pequeño homenaje póstumo a un discreto artista pero una gran persona.

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