Capítulos 13 y 14
13
Ayer bajé la basura y apenas me asomé un instante a la Gran Avenida. Es curioso cómo uno puede llegar a reducirse tanto. Después de estar todo el día en casa, apenas di unos pasos en la calle. Claro, la idea de que te aparezcan por detrás para interrogarte sobre tu situación como suele hacer la Policía no ayuda.
Una vez tuvimos un conejo peludo de orejas largas que nos prometieron que era enano. Al tiempo fue creciendo más y más, y la jaula se le fue quedando cada vez más pequeña. El caso es que cuando ya lo teníamos más de un año prisionero, nos lo llevamos a la casa de campo de los abuelos y le quitamos la parte superior de la jaula para que saliera. Le costó mucho hacerlo. Yo creo que tenía artrosis en las patas. Poco a poco y sometido a nuestra insistencia conseguimos que abandonara su encarcelamiento. Comenzó a correr por los bancales y hasta se atrevía a saltar.
Debía ser feliz sintiéndose libre. Cuando anochecía, mi suegro, el abuelo, que ya padecía una grave enfermedad, golpeaba con un garrote el suelo de la marquesina y el conejo acudía obediente introduciéndose dócil a su jaula. Creo que podíamos decir que lo teníamos en tercer grado. Sumiso volvía. En realidad puede que fuera una coneja. De hecho, mi hija le llamaba Lola.
Confinados empiezo a sentir que no somos más que aquella coneja de pelo largo, que ya no nos atrevemos a abandonar apenas unos metros nuestra casa por temor a que un castigo nos sea inferido.
Hoy he hecho mucho ejercicio porque ayer no hice y como a la coneja, he pensado que esto puede traerme una artrosis. He subido y bajado durante quince minutos las escaleras del edificio. Me he cruzado con mi hermano Alejo que venía de la calle con la mascarilla puesta. Son cuatro pisos si contamos el ático. He invitado a Alejo a seguirme en esta proeza “hercúlea” que supone subir y bajar continuamente, pero ha pasado de mí con un gruñido. Últimamente no duerme bien. El otro día a las cinco de la mañana, se puso a barrer la casa por hacer algo en que pasar el tiempo y escuchó algunas sicofonías que aún no hemos conseguido descifrar, aunque quizá el misterio es que sea algún ratón porque vive en el bajo del edificio y los roedores son muy activos a esas horas.
Después de las escaleras, he hecho algo de pesas con las mancuernas y me he lesionado el pectoral derecho. Me gusta lesionarme, me recuerda que aún tengo sensibilidad en mi cuerpo, que estoy vivo.
Por la tarde en el garaje he cogido la bicicleta durante treinta minutos. Así he llegado a completar todos los anillos de ejercicio de mi reloj de actividad. Tenemos prohibido ejercitarnos en las zonas comunes, pero como soy un delincuente, obvio esa prohibición que supongo podría llevarme a prisión durante algunos años por desobediencia.
No he bajado la basura, he conseguido que lo hiciera Caruli. Hoy ha dado la vuelta a la manzana sin incidentes. Es todo lo que se ha movido porque pasa las horas conectada viendo series o hablando con sus amigas. Apenas sale de su habitación como aquella coneja que tuvimos.
En fin, que no he bajado a la calle a ver los contenedores. Hoy no he llevado la basura. A ver mañana…
14
Hoy he vuelto a hacerlo. No he bajado la basura. Ni siquiera se lo he dicho a mi hija para que la bajara ella. Simplemente no he sentido la necesidad. Supongo que he vuelto a ser la coneja en su jaula. Como siga con esta actitud no tardaré en estar nominado para abandonar la casa.
He salido esta mañana. A eso de las doce me ha avisado mi hermano Alejo para que le hiciera una foto desde lo alto. Estaba tomando el Sol en una hamaca y a mí me ha recordado a la portada de Supertramp de hace años Crisis? What crisis? Sería de los finales de los setenta. Creo que Alejo no los conoció, pero aquel grupo hizo historia. Muchos años después los vi actuar en directo en Benidorm. Creo que es el único grupo de ese nivel que he visto en vivo.
El caso es que hemos tomado el Sol en su terraza mientras yo iba atendiendo diversas llamadas que recibía tanto de móvil como de wasap. Es agradable tomar el Sol, sobre todo cuando estamos prisioneros. Una vez leí que era bueno estar al Sol con los ojos cerrados unos minutos para la glándula pineal. Así al cerebro por la noche le costaba menos encontrar la calma necesaria para sumirnos en el sueño. Creo que el libro era de pseudopsicología que compré en el Corte Inglés. No sé si habría que darle mucha credibilidad. Hablaba de los biorritmos y esas cosas que acaban abocándote en un psicólogo.
Curiosamente salía de una consulta. Fue una época mala. Mi padre había fallecido repentinamente y me costó aceptarlo. El libro hacía referencia a muchas cosas que me decía la psicóloga que me estaba ayudando a superar el trance. Al final me quedé con el libro y dejé de ir a la psicóloga. Me resultaba bastante más barato y yo seguía saliendo de aquel lugar con un nudo en la garganta que solo pudo quitarme Don Salvador, mi psiquiatra de toda la vida, administrándome un ansiolítico. Han pasado más de veinte años de aquello.
Después de tomar el Sol, he ido a comprar el pan. Esto me ha servido de escape, además porque esta tarde he vuelto a bajar al garaje para hacer la rampa con la bici unas cuantas veces. Si ayer recordaba a la coneja, hoy pienso que soy más bien un hámster en su pequeña celda; subido en su cilindro sin parar de dar vueltas para no llegar a parte alguna. He estado cuarenta minutos.
Escucho música al tiempo que pedaleo. Ha sonado una melodía de Paul Mccartney y los Wings, creo que se titula Don’t say good night tonight. Esta música me transporta a la primera Vuelta España que recuerdo en los años 80. Creo que ahí cambió el ciclismo. Solían hacer un reportaje de los momentos más interesantes de la etapa y lo repetían con música. Me he trasladado a mi primer curso de carrera, cuando viví en Alicante, en el barrio Virgen del Remedio. El año del golpe de Estado de Tejero. He disfrutado cuarenta minutos. Incluso he escuchado los aplausos en homenaje a los sanitarios a las ocho de la tarde. Todo ello me ha sumido en una placidez que me ha impedido bajar la basura, sobre todo porque después de la ducha me he puesto el pijama; y no me iba a volver a cambiar. Quizá mañana me arriesgue. Ya sabemos que los criminales no solemos repetir nuestros delitos con la misma frecuencia. Descanso para tomar fuerzas y, quién sabe si otro día me recorreré tres o más manzanas escondido entre las sombras cual estraperlista. Pero hoy no va a ser. A ver mañana…
Juan Carlos García Torres Martínez nació en Elda en 1962, era el cuarto de cinco hermanos y siempre fue buen estudiante y con gran capacidad para hacer amigos. Estudió la carrera de Derecho pero nunca ejerció como abogado, aunque su profesión como secretario judicial siempre le mantuvo relacionado con las leyes. Desde muy joven fue un apasionado de la música, llegando incluso a ser fundador de la tuna de derecho de alicante. Otra de sus pasiones fue el deporte; su bicicleta conocía bien todos los montes y parajes de nuestra comarca, pero si hay algo que no abandonó nunca fue la escritura. Le gustaba plasmar vivencias cotidianas transformándolas en pequeñas historias de aventuras. Su tono irónico quitaba dramatismo a lo que relataba, él era así en su propia vida, intentando darle a todo un toque surrealista propio de su personalidad, y con ese estilo escribió su novela corta titulada "el temor" que fue ganadora del premio Ciudad de Elda de Cuentos en 1992.
Fue durante el confinamiento, entre los meses de Abril a Junio de 2020, cuando Juan Carlos hizo un pequeño diario de sus vivencias con su caracteristico estilo
Tristemente Juan Carlos nos dejaba el 16 de febrero de 2021 por causa del Covid, pero su legado literario y personal nos acompañará para siempre.
Éste es un pequeño homenaje póstumo a un discreto artista pero una gran persona.