Dolor, resiliencia y solidaridad: La respuesta del pueblo
Hoy, el dolor es tan palpable que parece llenar el aire, las calles, cada rincón. No hay palabras que puedan describirlo con exactitud y mucho menos aliviarlo. Lo que la DANA ha dejado en el pueblo valenciano es una desgracia en toda la extensión de la palabra y reconocerlo duele. Daña ver todo lo que se ha perdido, duele sentir el vacío donde antes había vida, seguridad, recuerdos. Duele reconocer que lo que era hogar, ahora es solo silencio y escombros.
Es difícil hablar de esto y quizás, en realidad, no haya palabras adecuadas. Pero hoy quiero hablar de ese dolor, no para buscar consuelo ni para encontrar respuestas, simplemente para reconocerlo, para decir que está bien sentirlo, vivirlo, respirarlo sin prisa. Porque no hay atajos para el sufrimiento y lo que ha pasado merece su tiempo, su duelo.
A veces, la vida nos pone frente a situaciones que nadie debería vivir. A veces, lo que se pierde no se puede recuperar y eso es una verdad que se instala en el pecho como un peso que no se va. Aceptarlo no es sencillo ni inmediato y nadie tiene que forzarse a “ser fuerte” o a “mirar el lado positivo” en momentos como estos. La tristeza es válida. Hoy, sentir que todo se tambalea y que no hay respuestas claras es completamente comprensible.
Y sin embargo, en medio de este dolor tan profundo, hay algo que he visto y que no puedo dejar de reconocer. He visto la fuerza de un pueblo que, aunque herido, se une. Personas que, desde su propio cansancio, desde sus propias pérdidas, se levantan para estar ahí. No porque quieran, no porque lo hayan planeado, sino porque cuando el mundo se cae, la única opción que queda es sostenerse unos a otros. No es heroísmo, ni idealismo, es lo más humano que tenemos, el instinto de no dejar que el otro caiga solo.
En cada calle, en cada barrio, en cada esquina, he visto a personas que se arremangan, que se ensucian las manos, que dejan de lado sus propias preocupaciones para ayudar a quien lo necesita. Son gestos pequeños que en su sencillez reflejan algo inmenso. Porque en este caos, el pueblo ha demostrado que la verdadera fuerza no está en los discursos ni en las promesas, sino en esos momentos de apoyo real, en los silencios compartidos, en la compañía que no pide nada a cambio.
Quizás, en el fondo, eso es lo que mantiene todo en pie, esa fuerza que no viene del heroísmo, sino del simple hecho de estar, de hacer lo que se puede con lo que se tiene. Es lo que mantiene al pueblo unido cuando todo lo demás parece derrumbarse. Es lo que permite que, aunque estemos rotos, podamos dar un paso más y luego otro. Es lo que nos recuerda que, aunque nada vuelva a ser igual, al menos tenemos a las personas que están aquí, al pie del cañón, día tras día, dándonos razones para seguir.
Esto no significa que el dolor se vaya ni que las heridas se cierren de inmediato. No. Lo que hemos perdido va a doler mucho tiempo y ese dolor merece ser reconocido, no tapado. Pero también es cierto que, en medio de este camino tan duro, cada acto de apoyo, cada gesto de ayuda, es un recordatorio de que no estamos solos, de que podemos sostenernos unos a otros y de que aunque este proceso sea largo, lo recorreremos juntos.
A todos los que están ahí, día tras día, haciendo todo lo que pueden, quiero decirles que su esfuerzo importa. Porque a veces lo único que necesitamos es saber que alguien está a nuestro lado, sin promesas, sin discursos, solo con su presencia. Y eso, aunque no cambie lo que hemos perdido, nos da un poco de aliento para seguir adelante. Es en esos gestos, en esos momentos tan simples y tan reales, donde descubrimos lo que realmente significa ser un pueblo.
Así que quiero agradecer a cada persona que ha estado ahí, a cada mano que se ha tendido, a cada mirada de apoyo. Porque en este dolor tan grande, en esta pérdida tan inmensa, saber que no estamos solos nos da la fuerza que necesitamos para continuar. No para olvidar lo que ha pasado, sino para seguir viviendo, para seguir adelante, juntos, paso a paso, con las cicatrices que nos quedan y el recuerdo de lo que fue.
Este camino no es fácil y nadie debería tener que pasarlo. Pero aquí estamos, y eso importa. Porque al final, el dolor es parte de lo que somos, y en medio de todo, lo que realmente nos define es cómo respondemos, cómo nos cuidamos, cómo, aun cuando no queda nada, seguimos siendo un pueblo.
Soy madre, psicóloga y directora de la Clínica Petrer. Con este blog, quiero invitarte a compartir conmigo las dos grandes pasiones que iluminan mi vida: la psicología y la maternidad. Ambas son para mí un viaje constante de aprendizaje y crecimiento, y es por eso que he decidido abrir mi corazón y compartir un pedacito de mí contigo. ¡Espero que disfrutes cada palabra y que este espacio se convierta en un rincón especial para reflexionar y conectarnos!
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