La escritora eldense Marisol Puche consigue el primer accésit en el II Certamen de “Cuentos de la Tertulia”
El II Certamen de “Cuentos de la Tertulia” ha dado a conocer esta mañana a sus ganadores en la sede de esta asociación ubicada en la antigua imprenta Vidal en la Calle Nueva. La eldense Marisol Puche ha conseguido el primer accésit con su relato La nota. Se da la circunstancia de que esta autora presentará el próximo 14 de mayo su nuevo libro Permiso para seguir. El primer premio ha sido para el relato El pasillo de la gijonesa Begoña Casáñez Clemente, que actualmente vive en Finlandia. Por último, el segundo accésit ha sido para el escritor cubano Carlos Alberto Pérez con su trabajo Golpes.
El tema de este certamen, organizado por la Tertulia, ha sido el maltrato, y el 95% de los participantes han centrado sus trabajo en la violencia de género. El jurado compuesto por Susana Esteve, Concha Maestre, Manolo Ortín, Juan Vera y Reme Páez no ha tenido fácil la elección de estos tres galardonados tras recibir cerca de 300 relatos llegados desde toda España y países hispanohablantes. El certamen ha estado patrocinado por Distribuciones Valero, Enklave Eventos Integrales y la Tertulia.
A continuación presentamos los tres relatos premiados:
EL PASILLO - Primer premio
Espera sentada sobre un pulido banco de madera largo, vacío. El tiempo, que indiferente empuja el minutero de un reloj blanco y redondo la advierte que él estará llegando a casa. Tal vez en este instante avance por el pasillo mientras la busca registrando las habitaciones, pronunciando su nombre y el silencio se vuelva tan espeso que apenas pueda atravesarlo. Siente mucha pena y llora lágrimas que resbalan como pequeños ríos surgiendo de sus ojos amoratados.
Mira a los funcionarios trabajando frente a las pantallas. Escucha los teclados que suenan como granizo sobre el quicio de la ventana... pero todo eso pertenece a un mundo ajeno del que ella ha sido arrancada hace ya treinta años. Un mundo prohibido en el que ahora se siente completamente perdida. Se mira las manos sobre los muslos apretados y piensa:
He vivido siempre con la tristeza a flor de piel. El aire que se levanta cuando alguien pasa a mi lado me duele como si todo mi cuerpo estuviese quemado. Los espejos dejaron de divertirme en algún momento y olvidé el hermoso contorno de mi rostro. No supe de la belleza de mi boca hasta que mi aliento perdió su frescura. Mis manos, antes perfectas, que aprietan y entrelazan sus dedos nerviosos, son el venoso recuerdo de un pago injusto... ellas que nunca repararon en esfuerzos inútiles y padecieron tantos cortes profundos y, ahora lo sé, humillantes.
Las lágrimas brotan de nuevo irrefrenables y a través de su velo salado vuelve a mirar el reloj. El tiempo la empuja como empuja las agujas que no son más que pedazos de plástico sin voluntad y se levanta y corre con el corazón palpitando en la garganta, porque el tiempo ha pasado y él estará asustado y perdido en medio del pasillo.
LA NOTA - Primer accésit
“No permitas que aquello que no consideres normal, tengas que admitirlo. No te dejes arrastrar por lo que a él le interesa aparentar. No consientas que te anule. No dejes de ser tú”.
Aquella nota cuidadosamente doblada que había encontrado hacía unos meses en el doble fondo del cajón del tocador, era lo más parecido a una oración que convenía tener presente en momentos de duda, decaimiento, temor y desamparo. Intuyó que quien la había escrito necesitaba tenerla presente o quizás la había dejado allí con el propósito de alertar a quien la encontrase. Un escalofrío recorrió su espalda la primera vez que la leyó.
No se la había enseñado a su marido. No sabía por qué, pero había evitado comentársela. De vez en cuando, cada vez más, necesitaba leer aquellas líneas.
Él rehuía hablar de las circunstancias en que su anterior matrimonio había fracasado. Su esposa le había abandonado y para el representante de una alcaldía, aquello había supuesto un gran bochorno.
Ahora era ella la nueva primera dama del municipio. Era una gran responsabilidad. Debía estar a la altura de semejante cargo. Descolgó con cuidado el delicado vestido de seda. Había tenido que hacer algún pequeño sacrificio días atrás para poder enfundarse en el ajustado diseño. Se calzó unos tacones a juego y se sentó ante el espejo. Su imagen quedaba aderezada por los sutiles destellos de una preciosa gargantilla, que su esposo le había regalado para aquella ocasión. A él le gustaba presumir luciendo a su esposa y ella se sentía muy halagada ante la admiración que le demostraba el círculo de amistades en el que se movían. Se podía decir que era una privilegiada.
Sin embargo, aquella nota… La plegó rápidamente y la escondió cuando su marido le instó: “Date prisa, querida, en diez minutos tenemos la recepción”.
Sí, debía darse prisa. Que todo fuese como siempre. Que ningún gesto delatase la inmensa fuerza que había logrado acumular en su interior para tener preparado aquel equipaje, con lo imprescindible, en una maleta. Dejaría la nota en su sitio para advertir a quien la pudiese encontrar.
Se apresuró a dar los últimos retoques a su peinado, depositó unas gotas de perfume sobre la nuca y volvió a cubrir de maquillaje esa sombra violácea que todavía persistía en su mejilla. Había aprendido a hacerlo y, como en otras ocasiones, nadie lo notaría.
GOLPES - Segundo accésit
Ahora que todo ha pasado, como en otras ocasiones, le escucho decir: lo siento mi amor, perdí el control… creo que es el estrés de estos días… quizás bebí una copa de más… no sé… no sé… juro que no volverá a ocurrir… ¡perdóname, por favor!... ¡perdóname!
Ella, a un paso de la puerta, se detiene. Un escalofrío estremece su cuerpo. Siente el sabor de las lágrimas contenidas en los ojos, el latir acelerado del corazón, los sentimientos confusos, el agobio, la incertidumbre... Una vez más presiento que está a punto de darle otra oportunidad, aunque tarde o temprano, se repetirá la misma escena bajo diferentes circunstancias.
Lo peor, es que, de cierta manera, lo hace por mí. Siento rabia. Una profunda tristeza. Así que, no tengo más alternativa que patearla, una… dos, tres veces, con todas mis fuerzas. Ella reacciona al instante. Su mano cálida, con ternura, acaricia la panza donde casi no quepo.
Esta vez, resuelta toma las maletas, da media vuelta, y se marcha.