domingo, 5 de mayo de 2024

Antonio Gisbert, sepulturero: “Intentamos que los familiares se vayan reconfortados”

Antonio Gisbert Pérez trabaja como operario de cementerios desde hace doce años, lo que clásicamente se conoce como enterrador o sepulturero, en el cementerio nuevo de Elda llamado Virgen de los Dolores, aunque a veces se desplaza al viejo de Santa Bárbara para ayudar a los compañeros. Con la pandemia de la COVID-19 la situación ha cambiado mucho y dar sepultura a los difuntos es más fría por las medidas de seguridad que hay que tomar.
Clara de Haro
21 abril 2020
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Antonio Gisbert, sepulturero: “Intentamos que los familiares se vayan reconfortados”
Gisbert lleva 12 años en el puesto.

Antonio Gisbert Pérez trabaja como operario de cementerios desde hace doce años, lo que clásicamente se conoce como enterrador o sepulturero, en el cementerio nuevo de Elda llamado Virgen de los Dolores, aunque a veces se desplaza al viejo de Santa Bárbara para ayudar a los compañeros. Con la pandemia de la COVID-19 la situación ha cambiado mucho y dar sepultura a los difuntos es ahora un acto más frío por las medidas de seguridad que hay que tomar. Él mismo nos ofrece su testimonio:

"Desde que se declaró la pandemia por coronavirus, los cementerios se abren exclusivamente cuando hay entierros, aunque se cierran mientras dura el acto. Tales circunstancias han hecho que todos los sepultureros, con el apoyo de alguna persona más, nos desplacemos a uno u otro cementerio para cumplir con los servicios que surgen.

Las familias de las personas fallecidas durante estos días son bastante comprensivas en líneas generales y han aceptado las nuevas normas, aunque comprendemos lo doloroso que resulta para ellos, ya que además del fallecimiento de un ser querido, ven mermada su posibilidad de asistencia a los diferentes procesos funerarios. Normalmente acuden al acto de sepultura provistos de mascarillas y guantes y guardando la distancia de seguridad. Nosotros, por nuestra parte, también hemos adoptado las medidas de seguridad adecuadas: mascarillas, guantes, uso de trajes especiales si hiciera falta, guardar la distancia de seguridad, lavado continuo de manos, desinfección de superficies y objetos que se tocan, etcétera. Obviamente, decir que no tenemos miedo al contagio sería mentir, pero tampoco nos obsesionamos con ello e intentamos cumplir con nuestro deber y que los familiares, a pesar de las circunstancias especiales que vivimos, se vayan algo reconfortados, dentro de lo que poco que pueda caber en la despedida de su ser querido.

Al principio de la crisis sanitaria, como ha pasado en todos los sitios, los protocolos de actuación no estaban claros y ha habido mucha improvisación, incluso nosotros teníamos que adelantarnos a los hechos y recomendar medidas a nuestros superiores que, a nuestro juicio, podrían ser efectivas. Por ejemplo, indicábamos que la entrada de familiares debería estar restringida a diez personas en un entierro "normal" y a cinco en caso de COVID-19. Posteriormente salió un decreto gubernamental que limitaba la asistencia de familiares directos a tres más un oficiante religioso, en su caso.

El cementerio está cerrado.

Nuestras familias tienen asumido nuestro trabajo y no hay mayor problema. En mi caso, mi mujer trabaja de auxiliar de enfermería en el Hospital de Elda y, evidentemente, ella está incluso más expuesta que yo al virus, por eso ambos extremamos las medidas de seguridad antes y nada más llegar a casa.

La pandemia ha obligado a reestructurar la plantilla, por ejemplo, yo he estado solo en el cementerio nuevo durante tres meses y el apoyo del resto de compañeros ha sido determinante. Ahora ya volvemos a ser cinco entre los dos cementerios, como antes, tres en el viejo y dos en el nuevo. Ese compañerismo se ha visto reforzado desde que se decretó el estado de alarma.

Mi oficio es un tanto especial, pues creo que, en principio, nadie tiene vocación de ser sepulturero, y comenzar cuesta un poco debido a las prevenciones que todos, en menor o mayor grado, podemos tener hacia este trabajo. Sin embargo, una vez asumida la labor, resulta un trabajo gratificante y enriquecedor en muchos aspectos, pues te permite valorar más la vida, su fugacidad, saber disfrutar de esas aparentes pequeñas cosas que la hacen importante y, al mismo tiempo, reconocer esas otras que no son tan imprescindibles como pensamos. En resumidas cuentas, acaba uno convirtiéndose en un filósofo.

Recuerdo que, al principio, cuando le decía a la gente en qué trabajaba, muchos me decían: "En algún sitio hay que estar", manida frase que opté por usar como respuesta ante la pregunta acerca de mi profesión. Y es que este oficio está lleno de tópicos y hay que tomarlo con sentido del humor, siempre que se pueda. Por ejemplo, la gente dice que es una profesión muy tranquila, que nadie te molesta, y yo les digo que no es como ellos piensan, que tenemos dos tipos de clientela, "pasiva" y "activa": la primera no se queja, pero la segunda a veces da más quehacer del que sería deseable.

La gente tiene la idea de que mostramos cierta frialdad en nuestro trabajo, lo cual es verdad hasta cierto punto, puesto que la mejor manera de no sufrir una depresión o una crisis existencial en este oficio es no identificarse emocionalmente con lo que nos rodea, sobre todo en los entierros, lo cual no significa que no tengamos nuestros sentimientos y empatía, y más cuando damos sepultura a personas jóvenes, criaturas, amigos o incluso familiares. Los momentos más duros anímicamente son los antes mencionados, pero también cuando nos toca hacer una exhumación y sacar unos restos cadavéricos de un nicho para su reducción ante un nuevo entierro y no se encuentran en unas condiciones adecuadas.

Relación con los visitantes habituales

También me gustaría señalar que nuestra labor tiene mucho de lo que yo llamo "psicología aplicada", puesto que acabas desarrollando una relación especial con muchas de las personas que vienen habitualmente al cementerio, a las que escuchas, comprendes, aconsejas, animas e incluso haces reír cuando el tiempo transcurrido desde la pérdida del ser querido y las circunstancias lo permiten, relaciones humanas que incluso derivan en amistad.

Cabe decir que la mayoría de las personas que visitan los cementerios tienen un comportamiento adecuado y cumplen las normas y las indicaciones que les hacemos, lo cual no quita que haya casos concretos en que alguien se desmanda. Yo he llegado incluso a presenciar peleas con agresiones físicas "por un quítame allá ese ramo" y tener que mediar con cautela.

Si hay algo que valoramos en este trabajo, por las características propias antes comentadas, es el compañerismo, fundamental cuando uno empieza, por razones obvias, ya que la ayuda de los compañeros con más experiencia es decisiva en los primeros días, pero imprescindible siempre. Estar dispuesto a echar una mano a los demás en cualquier momento y circunstancias, aunque estés librando ese día, es esencial para el buen desarrollo de nuestra faena.

Considero que nuestro trabajo quizás en épocas pasadas tenía cierto estigma social, pero actualmente creo que la gente lo sabe valorar en su justa medida, y nosotros también lo hacemos y nos sentimos satisfechos de nuestra labor.

Espero que esta terrible crisis que estamos viviendo nos sirva para reflexionar a todos y una vez que haya pasado, sepamos valorar las cosas realmente importantes de la vida; aunque pueda parecer un tópico, que seamos más solidarios, menos egoístas, más humanos en definitiva. También que sepamos apreciar la función de los servicios públicos". 

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