viernes, 22 de noviembre de 2024

El mundo se detuvo hace cuatro años

La población se sumergió el 15 de marzo de 2020 en una pandemia que se llevó numerosas vidas
Marta Ortega
17 marzo 2024
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El mundo se detuvo hace cuatro años
La COVID-19 encerró a la población en casa y los sanitarios lucharon contra la pandemia | Archivo Valle de Elda J.C.

La peor pesadilla que los ciudadanos hemos vivido a gran escala se hizo realidad hace ahora cuatro años. Un total de trece personas de Elda y Petrer recuerdan cómo sobrellevaron la pandemia de la COVID-19 desde sus puestos de trabajo. El alarmante aumento de contagios de coronavirus, así como las noticias que llegaban de países como China, obligaron al gobierno a decretar el estado de alarma el 14 de marzo de 2020. La ciudadanía se confinó en sus casas: los negocios cerraron, las residencias de mayores se convirtieron en bunkers y los hospitales en trincheras sanitarias donde los profesionales arriesgaban su vida a diario y sin medios de protección por frenar la COVID-19. Muchas personas se quedaron en el camino. Así permanecimos hasta que el 28 de abril se inició el plan de desconfinamiento de manera gradual en cuatro fases, que concluyó el 21 de junio con la vuelta a "la nueva normalidad".

Un periodo que iba a durar 15 días se convirtió en 57 días de soledad, perplejidad y miedo. El 11 de marzo se inició la peor etapa que ha vivido España en décadas por las muertes, el sentimiento continuo de miedo, unido a la incertidumbre y soledad, junto al ahogo económico de numerosas empresas y ciudadanos. Emociones que contrastaban con la solidaridad en mayúsculas que vivió el país, donde Elda y Petrer no fueron una excepción. 

Encerrados en casa, la población solo podía informarse de lo que estaba ocurriendo a través de los medios de comunicación, pero más que respuestas solo arrojaban cifras aterradoras de fallecimientos. El presidente de Cruz Roja, Ismael Estevan, recuerda con pavor que “había semanas en las que moría tanta gente que era como si desapareciera un pueblo como Sax, era verdaderamente aterradoLos sanitarios lucharon de forma ejemplar contra la COVID-19 | Archivo Valle de Elda J.C.

La directora del Hospital General Universitario de Elda, Joana Requena, recalca que la pandemia del coronavirus “fue un shock para todos. Nos pilló de improviso. Creo que se debería haber actuado antes, tener material preparado, pero ni quienes trabajamos en epidemiología nos esperábamos la magnitud que tuvo. Nos cogió a todo el mundo de improviso con el agravante de que era un microorganismo totalmente nuevo. Al principio no sabíamos cómo se transmitía, cómo tratarlo o prevenir su contagio. Eso hizo que todo fuera caótico y desconcertante”.

Una de las sensaciones que recuerda es la de la impotencia, “el tener que ir improvisando sobre la marcha, además había tantos casos que no sabíamos dónde ubicar a la gente, también se produjeron numerosas bajas por contagio entre los profesionales. No saber si estabas haciendo lo adecuado era lo peor”. 

El lado positivo es que la pandemia unió a los sanitarios, todos iban a una, querían ayudar a frenar los contagios: “Sacó el lado humano de todos. Nunca he visto a tanta gente tan dispuesta, no importaba si se ampliaban horarios, paralelamente hubo un brote de solidaridad”, asegura.

Joana Requena, directora del Hospital y epidemióloga | Archivo Valle de Elda J.C.

La soledad de los pacientes fue otro de los agravantes desencadenados por la pandemia, ya que no los podían acompañar los familiares en el Hospital: “Los sanitarios hacían lo que podían, intentaban ser como sus seres queridos, pero llevaban EPIS: mascarilla, máscara encima, guantes, los trajes… era una situación fría. Además, estaban colocados de cara a la pared para que la respiración fuera hacia ese sentido y evitar contagios”, añade Requena.

Los equipos de psicología y psiquiatría jugaron un papel importante durante la pandemia. Quienes peor lo pasaron fueron los profesionales encargados de la UCI y Reanimación, pues fue donde más población murió. “La presión psicológica era tremenda, por eso el servicio de salud mental fue tan esencial”, indica Requena.

Dentro del hospital, en la lucha constante contra el virus, no eran conscientes de qué pensaba la ciudadanía sobre lo que ocurría dentro: “En esa vorágine hacíamos nuestro trabajo, nos sorprendía ver cómo llegaban regalos: pizzas, dulces, flores, incluso cartas de ánimo. La población nos enviaba lo que podía y teníamos la sensación de que se acordaban de nosotros. Eso también ayudó”. Ella vivió un momento muy emotivo durante las primeras semanas. Volvía a su hogar y, tras conducir hasta su casa en Campello por una autovía desértica que parecía sacada de una película del apocalipsis, se encontró un control de tráfico, y cuando los guardias civiles supieron cuál era su trabajo, le hicieron una reverencia y le aplaudieron: “No pude más que romper a llorar, me salió la emoción contenida por lo ocurrido durante el día, fue muy emocionante sentir que reconocían el esfuerzo. Me sentí agradecida al descubrir que la gente apoyaba todo lo que luchábamos”.  Los sanitarios fueron los héroes de la pandemia con jornadas maratonianas de hasta 15 o 16 horas.

Las familias permanecieron en casa | Archivo Valle de Elda J.C.

La población les agradecía su enorme esfuerzo cada tarde a las 20 horas cuando salían a sus balcones para aplaudirles. También la policía y los bomberos les hicieron un homenaje, eso es algo que Requena recuerda con una sonrisa, pues asegura les insuflaba energía. Por ese motivo, cuando todo comenzó a volver la normalidad, los sanitarios  del Hospital devolvieron un aplauso conjunto a la ciudadanía.

Fueron cuatro meses extremadamente duros, especialmente para los sanitarios: “Ver tantos enfermos, hubo una etapa en la que había 400 con COVID-19, éramos casi un hospital de campaña. Había un silencio brutal en los pasillos, en espacios como el gimnasio, era muy impactante. Nadie hablaba, ni pacientes ni sanitarios. Los compañeros nos cruzábamos y apenas hacíamos un gesto con la cabeza a modo de saludo”.

Preguntas sin respuesta

En los primeros días, la falta de información sobre cómo evitar los contagios provocó que muchas personas acudieran buscando respuestas a la primera autoridad local. El alcalde de Elda, Rubén Alfaro, admite que “aunque sentía muchas emociones, me di cuenta de que debía trasladar seguridad y calma, que la ciudadanía tenía que estar en casa y protegerse. Era esencial como instituciones mantenernos serenos. Lamentablemente había muchas preguntas sin respuesta”. Irene Navarro, primera edil de Petrer, añade que “como alcaldes éramos los responsables últimos de nuestros vecinos. Cada municipio es una gran familia, teníamos que hacer lo posible para velar por todos”.

Rubén Alfaro sintió más que nunca la gran responsabilidad de su cargo de alcalde | Nando Verdú.

Los alcaldes de Elda y Petrer, Rubén Alfaro e Irene Navarro, recalcan la ejemplaridad con la que actuó la ciudadanía: “Hubo mucha generosidad y entendimiento, pese al dolor y las circunstancias la población se volcó, hizo mascarillas, donaba alimentos, agua, incluso dulces… a sanitarios y cuerpos de seguridad. No sabían cómo ayudar y hacían lo que estaba en su mano”, en palabras de Navarro.

Uno de los momentos más duros para Alfaro fue cuando recibió una llamada del Hospital indicándole que el número de fallecidos saturaba las cámaras mortuorias y que se debía actuar. “Me impactó mucho, porque se intentaba aguantar para que las familias pudieran despedirse de sus seres queridos y no se pudo, hubo que enterrar sin despedidas”.  Joana Requeña explica que “desde los tanatorios trabajaban más despacio debido a las medidas de seguridad, además, hubo una tarde en la que murieron ocho personas, fue otro de los momentos impactantes, ver así el mortuorio”.

El sepulturero Antonio Gisbert, explica que “los cementerios permanecían cerrados y solo abrían cuando teníamos que enterrar. En la etapa más dura solo se dejaba entrar a tres familiares, incluso a veces éramos más trabajadores que los seres queridos. Era descorazonador ver la distancia entre todos, ver cómo apenas tenían tiempo para despedirse porque todo se hacía muy rápido”. Muchos dejaron en la puerta del Hospital a sus familiares para curarse y nunca más volvieron a verlos. Ni para el último adiós".  

La alcaldesa Irene Navarro recalca la solidaridad de toda la población de Petrer | Nando Verdú.

Al principio los enterradores llevaban trajes especiales “a pesar de que los fallecidos con coronavirus se enterraban metidos hasta en dos o tres bolsas dentro del ataúd. Pero si los seis compañeros nos contagiábamos, ¿quién iba a enterrar?”.  La peor etapa, recuerda, no fue al principio, sino en enero y febrero de 2021, meses en los que registraron récord de enterramientos en el cementerio con 29 y 39 personas respectivamente. Eso hacía que el miedo se sintiera en el ambiente hasta que llegaron las vacunas, “hay quien dice que no funcionan, yo solo sé que eso redujo las cifras de fallecimientos considerablemente. Creo que fue lo que funcionó contra el ‘bicho’”.  

Joana Requena recuerda la importancia de inmunizarse y se sorprende al recordar cómo al principio todos los sanitarios hacían largas colas para ponerse sus dosis, “todos querían ser los primeros, ahora parece que ese miedo se ha olvidado. Ni la mitad de los sanitarios se ponen la dosis de recuerdo y lo mismo ocurre con la población general o la de riesgo. Esto es algo que suele pasar, la efectividad de la vacuna es su principal enemigo; el virus se doblegó gracias a la vacunación y ahora nadie lo ve importante”.

Antonio Gisbert es sepulturero y vivió lo peor de la pandemia | Archivo Valle de Elda J.C.

Solidaridad

El jefe de la Policía Local de Elda, Francisco Cazorla, recuerda cómo los 110 agentes que componían entonces el cuerpo se volcaron: “La implicación fue total, hubo auténticos problemas con las EPIS, como en toda España”. Cazorla señala que lo primero que hizo fue encargarse de la seguridad de los agentes, pues “seguíamos atendiendo cada requerimiento y entrando en casas si, por ejemplo, había caídas de personas mayores, pese a la preocupación del contagio, pero teníamos que hacerlo”. Asegura que al principio se sintieron indefensos, como el resto de la población, pero “ocurrió algo increíble, en pleno estrés por la falta de mascarillas, guantes… la población demostró una gran solidaridad. Trajeron de todo lo que tenían y eso nos permitió, no solo trabajar con seguridad al principio, sino también repartir elementos de protección”.  

La UME visitó Elda | Archivo Valle de Elda J.C.

La Policía Local, además de sus labores habituales, tuvo que asegurarse de que se cumpliese la normativa y añadir otras funciones como entregar deberes a alumnos, medicamentos a mayores e incluso llevar comida a quienes lo necesitaban. Cazorla recuerda que en la época más crítica incluso algunos agentes pagaron de su propio bolsillo la comida para alguna familia. “En esa etapa lo que más me impactó fueron las olas de solidaridad, la gente se volcó, cada uno hacía lo que podía por ayudar y eso es algo que siempre recordaré y agradeceré”, señala Cazorla.

La Unidad Militar de Emergencias, UME, llegó a Elda y Petrer ocho días después de que se decretase el estado de alarma desinfectando el Hospital de Elda, residencias de mayores como La Molineta, El Catí y Novaire, así como diferentes puntos de ambas localidades.

El problema económico más grave que se registró en la conurbación de Elda-Petrer vino causado por la economía sumergida. Muchas personas trabajaban, y lo siguen haciendo, en “b”. Aparadoras, camareros, cocineros… que pasaron de cobrar un sueldo a quedarse a cero, sin las ayudas oficiales de un ERE o ERTE al que agarrarse, y sin ingresos de las empresas para las que trabajaban, pero con bocas a las que alimentar.

Ismael Estevan recuerda con pavor que en solo 15 días pasaron de atender 60 familias, es decir unas 240 personas entre todas las ONG locales, a 240 familias, unas 1.000 personas. La suya fue la única ONG que quedó activa en la ciudad debido a que tenían el material para estar seguros. “Ya no era el dinero que necesitábamos, porque sabíamos que tarde o temprano lo pagaríamos, era sentir que no dábamos abasto. Cuadruplicamos el servicio con el mismo personal o menos, porque algunos se contagiaron.  No estábamos preparados. Costó Dios y ayuda, pero finalmente pudimos. Solo puedo dar las gracias a técnicos, voluntarios y empresas que se volcaron para poder ayudar”. Algunos sufrieron secuelas emocionales, pero se apoyaban unos a otros.

Pero también tuvieron una parte dulce ya que pudieron felicitar a niños que se quedaban sin regalos por el día de su cumpleaños o a mayores que, por ejemplo, celebraban 100 años. ¿Cómo? Se acercaban a sus calles, enchufaban las sirenas y les ponían en el altavoz la canción “Cumpleaños Feliz”, lo que constituyó un enorme apoyo emocional para las familias.

Cruz Roja cuadruplicó sus asistencias con el mismo personal | Archivo Valle de Elda J.C.

Está demostrado que el aislamiento, la desolación, el miedo y la impotencia que trajo la pandemia provocó un aumento de problemas de salud mental. La psicóloga eldense Laura González, propietaria de la Clínica Petrer, asegura que “la mayoría de nuevos pacientes marcan la pandemia como un punto de inflexión. Provocó más problemas de pareja, así como ansiedad y depresión. Aumentaron los pensamientos suicidas, sobre todo en gente joven y profesionales sanitarios”.

La pandemia conllevó nuevas conductas compulsivas como lavarse las manos continuamente, la actitud de hipervigilancia o el miedo a la muerte, “también muchas personas perdieron el trabajo o sus empresas y comenzaron a sentir una sensación de fracaso, de falta de habilidades”, señala González. Esta psicóloga asegura que “sin duda, el colectivo más dañado fue el de mayores, porque estuvieron muy abandonados, hubo un abandono social muy grande y eso les repercutió negativamente”.

Laura González, psicóloga, recalca que hubo más pensamientos suicidas | Nando Verdú.

Sensación de abandono

Precisamente, la directora de la residencia de mayores La Molineta, Julia Rico, no puede olvidar lo dura que fue la situación ya que los mayores eran a quienes más se les debía de proteger "pero de marzo a octubre, en la primera ola, no tuvimos ayuda alguna. Fuimos abandonados. Estábamos perdidos y no había información, mucho menos medios de protección, las mascarillas que teníamos las acabamos en un día y medio. Intentamos comprar y nos cobraron 50 euros por dos paquetes de 20 mascarillas FPP2. Esos primeros meses fueron un sálvese quien pueda, solo había incertidumbre, miedo e inseguridad. Y silencio por parte de la Generalitat”.

Tenía a su cargo 107 usuarios y un centenar de trabajadores, “esto es como un domicilio muy grande. No estábamos listos, no somos un hospital, hicimos lo que buenamente pudimos, el personal estaba totalmente entregado, hacía más horas de las que les correspondía, pero la sensación de agobio, agotamiento y preocupación se sentía. Había días que llorábamos mucho, nos dábamos fuerza unos a otros”, señala. Los mayores lo llevaron con paciencia y comprensión. Para hacerles más amenos sus largos días encerrados en sus habitaciones les cocinaban sus platos favoritos, cantaban desde los pasillos o les entretenían como mejor podían sin ponerles en riesgo. Rico agradece profundamente la comprensión de los familiares, con los que mantenían un contacto a través de un grupo de difusión de Whatsapp y con los que se comunicaban cuando era necesario por privado.

El ejército acudió a La Molineta para ayudar | Archivo Valle de Elda.

Si algo recuerda con verdadera pena la directora de La Molineta es el día en el que una mujer falleció y su hija permaneció durante horas en la puerta. “Ella entendía que no podía entrar por ley pero dijo que sabía que su madre se estaba yendo y que tenía que permanecer lo más cerca posible de ella, acompañarla como pudiese, y si tenía que ser desde la calle, así sería”.

Su centro sufrió un brote en la segunda ola, y acabaron contagiados de la COVID-19 un total de 70 usuarios y 52 trabajadores. Por suerte fue en un momento en el que ya existía una respuesta por parte de las administraciones y sabían cómo actuar. Económicamente les afectó mucho: “Hubo una etapa en la que pasamos de 107 plazas a 70 porque no se podían cubrir por seguridad, eso nos causó un gran agujero económico del que todavía nos estamos recuperando. Teníamos los mismos trabajadores, pero el 30% menos de ingresos mensuales”.

Las empresas también se vieron gravemente afectadas, la vicepresidenta de la Asociación de Empresarios de Elda, Rocío Vera, recuerda que esta entidad se acababa de constituir y no pudieron hacer mucho, pero “a través del grupo que teníamos tratábamos de ayudarnos”.  Su tienda de Complementos permaneció cerca de dos meses cerrada, sin ingresos, y durante ese tiempo decidió reinventar su negocio, crear una web y vender mascarillas, potenciar sus redes y hacer cursos de páginas web, era la única forma de llegar a las casas de la población y seguir teniendo ventas”, comenta.

Los mercados tampoco cerraron porque debían seguir vendiendo alimentos a la población. El presidente del Mercado de San Francisco de Sales, Antonio Valero, recuerda aquella como una época de “incertidumbre, pero de mucho trabajo, debíamos tener precaución con el género”. Si piensa en un aspecto positivo es que “a raíz de la pandemia han vuelto muchos jóvenes a comprar al mercado, han conocido la calidad de nuestros productos y les ha gustado”.

Las calles se quedaron desérticas | Archivo Valle de Elda J.C.

Las redes sociales hicieron un gran papel y sirvieron como un medio de entretenimiento y una herramienta de comunicación, ya que durante mucho tiempo, la única forma de saber lo que ocurría era a través de los medios de comunicación digitales. Mientras la prensa nacional se decantaba por ofrecer una información enfocada en las grandes y aterradoras cifras, la prensa local jugó un papel esencial, permitió ofrecer una actualización diaria de lo que ocurría. La periodista eldense Desiré Poveda, de Intercomarcal, recuerda vivir los primeros días con una sensación de incredulidad sumada a la necesidad de estar para la población. "Los medios de comunicación son un servicio público, y como periodistas nuestra responsabilidad era contar qué ocurría en los municipios. Ahora lo pienso y nunca sentí miedo por mí misma, siempre tuve claro que tenía que informar, transmitir tranquilidad, evitar la histeria”, señala. Por ello mientras que por la mañana se enfocaban en los datos, por la tarde ofrecían un programa de entrenamiento. La población, además, podía mandar mensajes “y eso creo que ayudó mucho, nos daban las gracias por tener esa ventanita, a estar conectados”.

Desde la dirección de Valle de Elda tuvieron claro que la ciudadanía tenía que estar informada, "al principio fue duro porque ningún organismo oficial nos daba cifras, y era imposible que desde el Hospital nos dijeran nada, pero sabíamos que la situación era muy grave. Teníamos que informar porque en las redes sociales estaba cundiendo el pánico y desde las instancias oficiales no entendían que era mejor decir lo que estaba ocurriendo, si no, los ciudadanos se alarmarían aún más", afirma Susana Esteve, directora del medio. España estaba parada, así que, por un lado no se producían noticias y, por otra, era necesario poner en valor el trabajo de las personas que estaban haciendo un servicio público: "Ese fue nuestro segundo objetivo, que los ciudadanos supieran que había mucha gente trabajando para que los servicios básicos funcionaran con normalidad. Hubo muchos héroes durante la pandemia y había que sacarlos a la luz. Además, constituyeron una motivación para las personas que vivieron la situación con miedo o soledad", concluye.

Desiré Poveda cada día se desplazaba a la televisión para informar | Imagen cedida.

Los servicios mínimos permanecieron abiertos y entre ellos estaban las tiendas de alimentación, que echaron de menos la cercanía de sus clientes. La panadera del Horno del Valle, Puri Román, recuerda los primeros días como “de miedo y tristeza. Se sentía la pena en el ambiente, la gente estaba triste y asustadísima, no se hablaba, estábamos todos alejados”. Pero pese al miedo, este horno tuvo claro que debían seguir al pie del cañón, “debíamos ofrecer el servicio mínimo, la población tenía que comprar en los negocios cercanos, así que pusimos más esfuerzo si cabe”.

Extranjero

A algunos eldenses la pandemia les sorprendió en otros países. El eldense Pablo Ángel Sánchez vivía en Bolivia, donde estaba formándose como médico en Santa Cruz y sufrió la pandemia en dos claras etapas. En los últimos meses de formación teórica estuvo encerrado en casa como el resto. Solo podía salir a comprar en días muy concretos mientras residía en una pequeña habitación con cocina, baño, cama… las 24 horas del día. Salir no conllevaba multas sino ir al calabozo, era una situación muy diferente, asegura. Además, se trata de un país en el que se producen epidemias cada cierto tiempo, “por lo que todo se relativizó más y no fue un monotema”, asegura. Por el contrario, en la segunda etapa trabajó como médico en prácticas, y lo destinaron precisamente al área de medicina interna, donde tuvo que ver muchos casos de pacientes con coronavirus.

Pablo Ángel trabajó en un hospital en Bolivia | Archivo Valle de Elda.

Aunque a los estudiantes en prácticas les dijeron que no se arriesgaran, a él no le importó y entraba a ayudar a los pacientes, lo sentía como un deber porque faltaban manos. No fue consciente de que podía haber muerto hasta tiempo después. “Allí no era como aquí. Mi hospital, por ejemplo, era de segundo nivel y eso significaba no tener opción a entubar, apenas había camas, en muchas ocasiones solo podíamos esperar a que muriesen por falta de opciones de tratarles. En España fue muchos más seguro que en Bolivia. En la sanidad de allí falta mucha humanidad”. Además, asegura que el miedo de enfermar allí también se debía a “no tener dinero para recuperarse, a hacer frente económicamente a los tratamientos, también es cierto que hubo quien engañaba y cobraba por medicamentos que no eran útiles”, se lamenta.

Ahora, cuando se cumplen cuatro años del inicio de la peor etapa sanitaria que se recuerda, todo ha vuelto a la normalidad y el coronavirus parece haber caído en el olvido. El sentimiento general era que de esta de epidemia habíamos aprendido mucho y que a partir de entonces, veríamos la vida y las relaciones sociales de otra manera. Una cuestión que también parece haberse olvidado.

La panadera Puri Román junto a su hija recuerdan que ofrecieron un servicio básico | Nando Verdú.

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