Concurso de Cuentos Ciudad de Elda. Relatos ganadores 1991-2000

Concurso de cuentos CIUDAD DE ELDA IR 1=1- T 13 9 n49. o O19 -E: 9 199 1 9000 Concurso c e cuentos CIUDAD DE ELDA ELDA, DICIEMBRE DE 2000 SECCIN DE PUBLICACIONES DEL AYUNTAMIENTO DE ELDA CONCEJALA DE CULTURA DISEO DE PORTADA: Estudio DAC sobre un dibujo de Miguel ngel Guill ILUSTRACIONES INTERIORES: Carlos Carvalho,Vicente Beltr, Miguel ngel Guill, Yolanda Prez, Alejandro Torres, Davia, Ramn Lpez Verd, Salvador Lzaro y Stasys Eldrigevicius. COORDINACIN DE LA EDICIN: EMIDESA. Empresa Municipal de Informacin, S.A. Jardn de la Msica, s/n 03600 ELDA DISEO Y PREIMPRESIN: Estudio DAC IMPRESIN: Grficas Vidal Leuka Depsito Legal: A - 856 - 2000 PR SETACI I AN pasado diecisis aos y sigue en pie aquello que un da de diciembre de 1984 dio en llamarse Concurso de Cuentos Prncipe de Asturias, 40 (la direccin postal de la Casa de Cultura de Elda) y que ms tarde, despus de seis ediciones, para evitar posibles problemas institucionales con la Casa Real pas a denominarse Concurso de Cuentos Ciudad de Elda. El certamen no slo ha sobrevivido casi est a punto de obtener la mayora de edad, sino que ha ido desarrollndose cualitativamente. Dej de convocarse un premio especficamente local, cambindolo por dos accsits en 1990, cuando el premio local qued desierto (actualmente slo se concede un accsit). Y el pre mio absoluto, que en principio estaba circunscrito al mbito autonmico, luego al nacional, hasta que finalmente adquiri la categora de internacional, lo hizo siempre con la puntualizacin en sus bases de relatos escritos en castellano, lo cual implica que hayan sido muchos los autores latinoamericanos que han par ticipado en el concurso, sobre todo desde las bases se difunden a travs de In ternet. Esa circunstancia ha influido poderosamente para que en la ltima edicin se haya batido el recrd de participacin con 780 cuentos presentados a concurso, de los que un 20% procedan del extranjero. No obstante, el espritu del concurso ha permanecido indeleble a travs de to dos estos aos. No es otro que el descubrimiento y la difusin de buenos na rradores, no slo de nuestro pas, sino allende las fronteras. Y tal como sucedi en 1990, cuando se realiz una publicacin con la docena de relatos que ha ban ganado en las seis primeras ediciones habidas, ahora, en el ltimo ao de este milenio a punto de extinguirse, el Ayuntamiento de Elda, a travs de la Con cejala de Cultura, la organizadora del certamen, ha decidido publicar otro vo lumen, que comprende un total de 20 cuentos, los que han sido galardonados en las ltimas diez ediciones, desde 1991 hasta este ao 2000. Cuentos que por s mismo justifican la publicacin de este libro. En l, el lector hallar re latos interesantes, atrayentes, con gran sentido del ritmo narrativo y que giran mayoritariamente en torno a los dos grandes temas literarios de la historia de la Humanidad: el amor y la muerte. Quisiramos agradecer desde estas lineas, tanto al comit de preseleccin como a los diferentes jurados constituidos, su buen hacer a lo largo de todos estos aos y, por supuesto, al Concurso de Cuentos Ciudad de Elda augurarle que siga manteniendo el magnfico nivel que ha tenido hasta el momento. Que dure. E Consuelo Poveda Poveda . 1 I C E EL HIJO DE PEDRO JUREZ 7 TRAJE DE NOVIA SIN ESTRENAR 15 EL PUENTE 25 EL TEMOR 35 LA TEORA DE LOS CONJUNTOS SEGN NO 43 UN ERROR GASTRONMICO 55 LA PIEDRA 65 LAS NOCHES GALANTES 75 LA MIRADA DE OTRO 89 LA HUIDA A EGIPTO 103 DORITA MAYALDE, COCINERA 119 EN ALGN LUGAR DE SU MEMORIA 129 EL MUERTO ROBADO 143 GLORIA 157 EL XITO DEL TIGRE 171 EL EXCESO 181 LA CITA 191 LA ESCALERA DE JACOB 203 LA VIDA EN LOS ARMARIOS 215 EL MUDO SIN NOMBRE 229 EDICI 1991 t t` 1 .4 7,5 4 : 1 1 1 . HL HIJO DE PEDRO JURF7 de Jos Antonio Panero (GANADOR) DE ELDA 7 IN ofender a la Providencia, no podra decir yo que vi visemos mal. No, seor. Antes de que ocurriese lo de la Rosita, re bien vivamos, para lo que penamos ms tar de. Plata, lo que se dice plata, noms la justa para no te ner que andar por ah limosneando, pero hambre no pa sbamos. Tampoco es que a ninguno se nos juntaran las mantecas de gordos, pero un cuenco de frjoles con chile o una ensalada de guaca mol nunca falt a la mesa. Ni el pan bendito tampoco, no seor. La ver dad donde sea y por delante. Mi pap trabajaba para don Trinidad Sarmiento, que tena un beneficio que alcanzaba ms all de donde le alcanzan a uno los ojos. Seguro que de Tehuantepec a Santasmartas no haba otra ranchera como la del patrn. Se te cansaba la mirada de tanta pastura verde y tan ta milpa roja. Mi pap pastoreaba vacas cachudas en los zacatales de don Trinidad. Pastoreaba vacas y talaba ojotes en la sierra, segn se ter ciase el comendamiento. Eso haca. Y a fe que con las cuatro chacha lacas que andaban siempre picoteando por el corral y el guajalote que cebbamos para la Natividad del Seor, tenamos nuestra paz y nues tro tantito de alegra en la vida. Mi pap, mi mam, la Rosita y yo. Me acuerdo que, con la fresca, de atardecida ya, sorbamos tan ricamente nuestra agita de limn, puesta a refriar en el pozo, y plati cbamos los cuatro hasta que la tarde le daba carrera al sol para detrs de los montes. A m se me pona una cosa muy grande aqu, mero en medio del pecho, como si me faltase sitio para el corazn. Noms de puro gozamiento. Desde el corral oamos el arrullo de los palomos bu chones arriba del tejado. Pareca cosa de magia: era principiar los pa lomos a arrullarse y empezar a renegrar el cielo. Mi pap deca que el arrullo de los buchones era el reclamo de las sombras. Y deba de ser ver dad. Bajaba por las paredes de cal una noche mantecosa y dulzona que lo llenaba todo. Cuando nos tumbbamos a descansar, a m me agarraba enseguida un sueo de piedra y me dorma de repente, como los pro pios ngeles. 8 Y luego, de maanita, daba gloria ver aquel pedazo de hombre que era mi pap antes de la desgracia, cargando machete al cinto y echan do a andar sendero adelante, con aquel paso suyo de hombre entero, ca paz de darle la vuelta al mundo ni tan siquiera pararse a atacar las co rreas de los huaraches. Mi mam se quedaba entre su tabla de lavar y sus cacharros, y mi hermana Rosita y yo largbamos camino para la Casa Grande. La Rosi ta bordaba manteleras para doa Virtudes, la mujer del patrn, y yo me iba con el peonaje, a las rdenes de don Porfirio, el caporal, para ponerle fierros a la yeguada y limpiar los establos. As vivamos los de nuestra familia antes de la desgracia. Ahorita que lo pienso, ni s cmo empez a torcrsenos la vida. Aunque si hago memoria, se me antoja que debi de ser all por la Tri nidad, por la fiesta del patrn. Eso fue, por la onomstica del patrn, re cin cuando la Rosita acababa de ajustar los quince aos. Volvamos a casa de regreso de la fiesta. Caminbamos por la linde de los maizales, yo delante, la Rosita detrs. El airecillo de la noche esparca los perfumes de la parranda en todas direcciones: ola a pulque, a cerveza, a venado asado, a pastel de melcocha.. . Entre las explosiones de los cohetes, es cuchbamos todava la gritera de los vaquerizos y la msica de las gui tarras. Me acuerdo que dije: Estuvo linda la fiesta, eh, hermanita Dnde te metiste, que no te vi en toda la tarde. Pero la Rosita no con test. Sigui andando detrs de m, en silencio. Sabes que le di una pro badura al tepache que me dej medio mareado, le dije, por darle conversacin, pero ella tampoco contest nada. Pues qu!, te ha comido la lengua el gato. Y otra vez se call. Entonces me volte y la mir a los ojos, pero no se los vi. La luz de la luna le daba mero en me dio de su pelo negrsimo y le sacaba relumbres azulones. Traa la cabe za gacha y la cara llena de chorreaduras, como de haber llorado. Me asus t. Qu te ocurre, Rosita, le pregunt. Ella entonces escondi un poco la cara detrs de unas caas y slo dijo: Nada. Ya cllate, y ca mina. Eso dijo. Yo obedec y me arranqu de nuevo a caminar. No vol 9 vimos a cruzar palabra hasta llegar a casa. Antes de entrar, se limpi los chorretones de las lgrimas con agua del pozo. Pap y mam dorman. Nos desnudamos a oscuras, en silencio, cada uno en nuestro rincn. Me acuerdo que an le dije: Buenas noches, Rosita, para que se me des hebrara aquel nudo que se me haba puesto en la garganta. Y ella me respondi: Buenas noches, bajito. Despus o que se tapirujaba bajo la cobija y me volteaba la espalda. Lo s porque reconoc el ruido de las rodillas de ella contra la pared. S, ahorita que lo pienso, aquella fue la noche que principi la rui na de nuestra casa. Despus de la fiesta del patrn, la Rosita anduvo como dos meses cabizcada, duea de unos silencios que ni mi pap ni mi mam enten dan. Yo haca como que no, pero un miedo sin nombre me aflojaba los huesos y no abra mi boca cuando se hablaba del asunto. A mi herma na la procuraba poco, no por falta de cario, sino por no tropezarme con todos sus ojos tristes, que queran estar solos. Mi mam, de primeras, la estuvo jaropeando unos das con cocimientos de gordolobo con azcar y hojas de t, porque crea que haba pillado la tisis blanca. Y mi pap le hablaba y la acariciaba, Qu te ocurre, mi nia, le deca, pero ella ni respuesta le daba. Entonces fue cuando llamaron al doctor. De lo que vino despus, mejor casi no cuento. All empez de a ve ras a torcrsenos la vida. Slo se me representan en la memoria las voces atronadoras de mi pap y el llanto de mi mam, quedo quedo, de la maana a la noche, da tras da, y la apuracin y el silencio de mi hermana Rosita. Y mi miedo. Y unas ganas muy grandes de morirme. Lo que ms encorajinaba a mi pap era no saber quin le haba he cho el hijo a la Rosita. Se dio al mezcal y al chilote para que no le reventara el corazn. Ya no le interesaban ni zacatales ni talas ni nada de nada. Ape nas le amaneca, se agarraba a su botella y se olvidaba del mundo. Don Trinidad prob a averiguarse con l, pero mi pap ni caso le hizo. Mi pap slo quera descubrir al culpable, para madrugado. Pero no saba por dn 10 de empezar. Por eso tomaba. Empezamos a pasar hambre. Vendimos lo mejorcito del mueblaje para poder comer. Das hubo que noms puros ejotes nos llevamos al estmago. A veces mi pap regresaba a casa en la alta noche, bebido hasta las cejas. Entraba a trompicones por el corral y alborotaba a manguzadas a las chachalacas que dorman en sus palos. Despus iba derecho al petate de mi hermana Rosita y la levantaba en vilo por el aire, con todo y su hijo adentro. A ver, mi nia, ahorita me lo vas a decir quin te lo hizo. Y la zangoloteaba como si fuera de trapo. La Rosita lloraba y repeta lo que haba venido diciendo desde que el doctor le certific la preez: Uno de los caballistas que estaban en la fiesta. Cules caballistas De dnde eran Y que yo lo s, pap Nunca los haba visto. Mi mam corra y se colgaba del brazo de mi pap, suplicante. Ya sultala, por Dios, no ves que la nia no lo sabe Un da me la vas a matar! Por poco y me la ahogas, Dios mo! Mi pap entonces la bajaba despacio, suavecito, como si la Rosi ta fuera de porcelana, la echaba de nuevo en el petate y la acariciaba, rojos los ojos de lgrimas y pulque. Perdname, mi hijita. Despus se retiraba a un rincn de la pieza y all se desentripaba escupitajeando flemas en el pauelo, hasta tantito la nublazn del alcohol no le atarantaba completamente la cabeza y se dorma. En estas miserias anduvimos varios meses. El hijo de la Rosita ya casi no le caba en el vientre, de grande. Un da lleg a la ranchera un forastero que vena a marcar gana do con don Trinidad. Dizque se tropez en la calle con los pasos tem blones y la mirada pisoteada de mi pap. Se pusieron a platicar por ms de una hora, aunque yo no los vi. Lo que yo s vi fue que mi pap al lle gar a casa sac un cubo de agua del pozo y se meti con toda la cabe za dentro, igual que un somormujo. Yo le miraba hacer, atilingado, in 11 capaz de moverme, porque pens que all mismo se me acababa el pa dre. Despus de la eternidad, vi que sacaba la cabeza del cubo, cho rreante, renacido, y se pona a hacer buches y a gargarear con el agua. Le sonre. Recin entonces se dio cuenta de que lo estaba mirando. Cuando me habl, reconoc su voz de siempre, la dulce voz perdida de mi pap de cuando ramos felices. No sufras ms, mi hijo. No tiene ni qu. Ya vas a ver, de aqu a tres das se acab la deshonra de esta casa y se acab el bravear del que hinch a la Rosita. A ms de salteador, lenguaraz: a se lo madrug la mucha lengua, mi hijo, a los efectos. Noms aguarda tres das, hasta tan tito se me esparcen estos vapores del chilote. Hace cinco das que se fue mi pap, pero ya ha regresado. Acaba de regresar. Lleg mero a la hora que empezaban a arrullarse los palo mos buchones. Ahorita est aqu tendido junto al fuego, desquitndo se de la deslomadura de estos trabajos ltimos. Seguro que el chaparrazo que est cayendo ni lo siente, de puro agotamiento. Y eso que llueve como si Dios se hubiera olvidado de sus promesas. Pero es que fueron muchas leguas de cargar con un peso muerto al hombro. Antes de acostarse, mi pap nos lo cont todo a mi mam, a la Rosita y a m. Cuando hace cinco das le dijeron cmo se llamaba y por dnde se perda el que le hizo el hijo a la Rosita, l meti la cabeza en el cubo de agua, arrim la botella para siempre jams y sali para matarlo. Afil el machete y sali para matarlo. Un tal Pedro Jurez, le dijeron, por mal nombre el Cambujo, porque tiene los ojos achinados, de Tepalque. Por la boca muere el pez. El Cambujo haba estado largando ms de la cuenta en una cantina de Tepalque. All fue donde lo oy el hom bre que despus se lo refiri por lo menudo a mi pap. Que dizque l, Pedro Jurez, y otros ocho o nueve caballistas venan de vender unas re ses del patrn para el que trabajaban, cuando una msica de guitarro nes y violines les lleg hasta la oreja. Que picaron espuelas hacia el ran cho de don Trinidad sin conocerlo y sin invitacin, noms porque traan los huesos rotos y el gaznate seco de tantos das a caballo, y aquella san 12 dunga les brindaba ocasin de darle gusto al cuerpo honestamente, como cristianos, antes de seguir su camino. Que pidieron licencia para sumarse a la parranda y se la dieron. Que a ritmo de huapango se fue ron entremezclando todos con los braceros y gentes de la hacienda, buscando el hembraje para bailar un rato y a la paz de Dios, pero que l, Pedro Jurez, que nada buscaba sino lavarse el polvo reseco de la gar ganta con unos tragos de pulque, se encontr de repente detrs de los establos, entre unas milpas altas, con los sorprendidos ojos de la hem brita ms linda que jams haba visto. La chinita estaba haciendo aguas menores con la falda subida y, aunque al sentirse descubierta la baj has ta los tobillos, l alcanz todava a verle la oscura flor rizada de la en trepierna, la miel que le manaba de entre los muslos duros. Que aque llo fue lo que le encabrit la sangre en los orgenes. Que quiso voltear se, pero no pudo. Que l, de su natural, era respetuoso con las mujeres ajenas, cunto ms con las chamacas inocentes, pero que el mismsimo diablo deba de estar de ronda aquella tarde por la pradera aguijoneando las carnes, porque sin saber cmo se encontr as noms con toda su hombra dentro del ms hermoso vientre de mujer que haya parido madre. Que l, Pedro Jurez, juraba por lo sagrado que la haba goza do dos veces seguidas, una detrs de otra, contra la mera tierra, y que desconfiaba de que en el Paraso aguardasen a los santos delicias mayores de las que l haba probado aquella tarde en el puro suelo. Lo que menos esperaba Pedro Jurez es que la puerta se le vinie se abajo de golpe, con bisagras y todo. Y menos an que apareciese un pedazo de hombre semejante en el umbral. Pedro Jurez desorbit los ojos. Mi pap dice que vio una muerte descolorida y caliente espejen dole en las pupilas. No me mate, seor, soy hombre que no me valgo dizque le dijo el Cambujo, mientras se desabotonaba aprisa la camisa para mos trarle el pecho. Entonces fue cuando mi pap se dio cuenta de que no precisaba matar a Pedro Jurez, porque Pedro Jurez se estaba muriendo solo, co 13 mido por las bubas. Tena el pecho y los sobacos en carne viva, en pura llaga. Lo haban dejado solo en un chamizo a los primeros sntomas, por temor al contagio. Como a un perro sarnoso. Ya ni agua le quedaba en la lata que haba junto al camastro. Dice mi pap que la fiebre le haba reventado los labios y hablaba como si tragase arena. Aunque no nos hayan presentado, yo s quin es usted, seor, y qu deuda se viene a cobrar. Mientras estuve sano, lo esper duran te meses, pero no vino... Ahora est aqu, por fin... Cbrese usted lo que le debo, seor, pero por su santa madre le suplico que no me mate us ted en la cama..., djeme que me ponga de pie... dijo, y empez a echar los pies fuera del petate con intencin de erguirse. Mi pap se estuvo quieto sin saber qu hacer y luego dej caer el machete y se arranc a llorar con ese llanto digno que tienen los varo nes corajudos. Dios te valga, criatura, as no debe morir un hombre le dijo, y se lo carg a la espalda todava llorando y as lo trajo desde Tepalque a nuestra casa, durante dos das, por cerros y pajonales. Antes de echarse a descansar, mi pap hizo llamar al doctor para que visitara al Cambujo. El doctor le dijo a mi mam que lo agarramos a tiempo por puro milagro, que un par de das ms tarde y se nos iba para siempre al otro mundo, pero que ahora no hay cuidado, que de aqu a tres semanas se le pondr una piel fresca y limpia como los tejocotes. Mi mam hizo sus clculos y dice que justo para cuando la Rosita salga de cuentas y alumbre a su hijo. El hijo de Pedro Jurez. 14 EDICI N 1991 TRAJE DE OVIA SIN ESTRFNAR, MITAD DI PRECIO de Mari Carmen Gmez Valera (Acctsi r) DE Dos HERMANAS (SEVILLA) 15 UANDO Elena Reyes ley aquel anuncio no lo pens dos veces, no tena nada que perder, la boda corra prisa y ms ahora que haban quedado totalmente disipadas las dudas acerca de la validez del test del embarazo con la hinchazn manifiesta de su vientre y las naseas matutinas. Conoci a Germn el verano pasado, desde que entr en el Metrpolis se fij en l porque francamente desen tonaba bastante en aquel lugar. No se trataba de su cami sa de rayas ni de sus pantalones de planchado impecable, era su aspecto en general que evidenciaba que sobrepasa ba al menos en diez aos al ms viejo de los que all alter naban. Elena haba terminado aquel ao Derecho y estaba con la familia de veraneo; en aos anteriores daba clases du rante los meses de verano a odiosos escolares que tenan asignaturas de Letras para recuperar en septiembre. Este tra bajo extra le permita sacar algn dinero para aadir a la exi gua paga semanal que su padre le daba cada sbado. Pero aquel ao no hubo clases particulares, por una parte se mereca descansar al cien por cien despus del l timo ao en la Universidad y, por otra, haba conocido a Luis, un santanderino de ojos azules que slo estara las dos primeras semanas de julio y prefiri pasar con l hasta el l timo minuto. Ya tendra tiempo de trabajar en septiembre como pasante de don Antonio, un viejo abogado amigo de la familia que le ira abriendo camino en el difcil mundo de las leyes partiendo de la mismsima base. El da que conoci a Germn era viernes, lo que equi vala a no ms de doscientas pesetas en el bolsillo. Al ver lo intuy que sera el camino ms corto para beberse un par 16 de cubatas gratis. La conversacin fue iniciada por ella con un calculador: Oye, me das un cigarro Seguido por un: Eh, vaya pitillera ms chula, me dejas verla. Luego siguieron las esperadas preguntas por parte de ambos: De dnde eres, Cunto tiempo estars aqu, A qu te dedicas, intercaladas con frases como: Me encanta esta cancin, Qu calor hace aqu, Gracias, s me ape tece otra copa... tal vez en otro sitio. Acabaron abrazados en la semipenumbra de un sta no dando vueltas y pasitos cortos al son de una cancin de moda que hablaba de los problemas racistas en Sudfrica, pero como estaba en ingls y tena una msica tan suave y romntica podra pensarse que la letra hablaba de aman tes abandonados o de la fuerza del destino. Cuando salieron de la discoteca ya haban quedado para el da siguiente y as estuvieron quedando todos los das hasta que termin el verano. Al principio frecuentaban los sitios de moda y Elena le presentaba a sus amistades, pero l se cans de tanto jo venzuelo y acabaron pasando las tardes en un pequeo apartamento que l tena alquilado, encargaban cena en la pizzera, en el chino o en la hamburguesera de la esquina y beban latas de cerveza helada y a veces champn, ni cos inquilinos en el frigorfico de la cocina. A pesar de que Germn era arquitecto y tena empleo fijo en una empresa de prestigio, a la familia de Elena no le cay nada bien el precoz y ultrarrpido noviazgo de la nia y mucho menos cuando lleg la noticia del embarazo. Sucedi durante el otoo. Germn volvi a trazar lneas en el estudio y Elena se convirti, ms que en abo 17 gado principiante, en la chica de los recados, de la foto copiadora y en secretaria que se pasaba horas y horas ar chivando papeles e intentando hacerse con los trucos de la mquina de escribir elctrica que don Antonio, el ve terano abogado que la iniciara en el mundo profesional, acababa de adquirir. A veces estaba a punto de dejarlo todo, pero entonces siempre brillaba alguna promesa en su horizonte profesio nal, algo as como: Elena, la semana que viene tengo un juicio muy im portante, me gustara que me acompaases. O tal vez: Elena, tengo una entrevista pendiente con un clien te acusado de robo y estafa, tal vez te gustara encargarte de las investigaciones preliminares. Estas pequeas incursiones en el mundo del Derecho y la ilusin de estar con Germn los fines de semana daban algn aliciente a la vida de Elena, que aoraba terrible mente su despreocupada vida de estudiante. Los primeros fines de semana, Germn se hospedaba en un hotel, ms tarde la familia cedi y le prepararon una cama en la casa y fue all en donde debi suceder segn las cuentas de Elena, el da de Nochevieja, cuando al regresar del cotilln y comprobar que eran los primeros en llegar a casa, decidieron continuar ms tiempo juntos, pero qu ms da el lugar, podra haber sido en cualquier sitio, el co che, la habitacin del hotel... Elena estaba preocupada pero tambin estaba con tenta porque eso supona su liberacin, su nueva vida con Germn, la ruptura con todo lo anterior. Se haba imaginado que la noticia caera mal pero no crey que el asunto diera para tanto. 18 Escogi la ocasin y las palabras a pronunciar con sumo cuidado. Aprovechara la ocasin en que sus herma nos no estuvieran en casa para plantearles el asunto a sus padres sin caer en sentimentalismos ni melodramas. Esper a que apagaran el televisor tras la serie de la so bremesa, un culebrn sudamericano que su madre no se perda jams. Los personajes de esta serie eran para la ma dre de Elena como de la familia, los inclua en sus conver saciones a diario y se alegraba de su buena suerte o se la mentaba de sus desdichas, de.tal suerte que el padre de Ele na, primero por curiosidad y ms tarde por complicidad qued totalmente enganchado a la serie y tampoco perda detalle. Aquella tarde, Elena se uni a los dos boquiabiertos te levidentes y cuando por fin son la cursilona cancin que indicaba el final, las palabras de Elena, una vez apagada la televisin, resultaron como un eco de la telenovela que acababan de ver: Pap, mam, estoy esperando un hijo y voy a ca sarme con Germn el mes que viene. Aquellos dos apacibles seres que parecan de algodn hace apenas unos segundos se transformaron en un ogro devorador y vociferante y en una medio moribunda a cau sa de los tremendos disgustos que reciba de sus hijos. Por eso la boda sera en el pueblo de Germn, la ma dre y los hermanos iran, pero el padre no quera saber nada. Ella no quera ir de blanco, la verdad es que nunca se haba ilusionado por aquellas pamplinas y cursileras de las bodas, pero l se lo pidi encarecidamente, no haba dicho nada en su casa del embarazo de Elena, a todos los efectos sera una boda normal, en la iglesia, con los invitados, el 19 banquete, la luna de miel en Madeira, luego marcharan a Madrid y viviran de alquiler en el mismo apartamento que ahora ocupaba Germn, ella encontrara trabajo, all en Madrid hay ms ofertas y resulta ms fcil, ahorraran y se compraran una casita en las afueras. El padre de Elena no haba soltado un duro y, por ello, cuando Elena ley aquel anuncio no le dio muchas vueltas. Traje de novia sin estrenar. Mitad de precio. Marc el nmero de telfono y concert una cita para aquella misma tarde. Ana estaba corrigiendo los exmenes de los bilogos cuando llamaron a la puerta. Haba prometido que las no tas saldran antes de febrero y an le quedaban unos cin cuenta por corregir. Era el primer ao que daba Bioesta dstica y se encontraba con serios problemas pues hasta ahora slo haba dado Clculo Numrico en la Facultad de Matemticas. El examen que estaba corrigiendo estaba plagado de faltas de ortografa que ella encerraba en un crculo rojo y la caligrafa era prcticamente indescifrable. Adems, los planteamientos de los problemas eran errneos. Mir la firma del alumno y comprob que se trataba del delegado de curso, aquel ser de dos metros con la cara llena de gra nos que el primer da de clase le pidi en voz alta que por favor dejase de hablar con la pizarra y se dirigiese a los alumnos. Debera estar releyendo la tesis que tena que leer dentro de una semana y no perdiendo el tiempo con... Afortunadamente, el sonido del timbre la rescat del pan tano de papeles garabateados. Hola, supongo que eres Ana Trigo, vengo a por lo del anuncio, recuerdas, habl contigo esta maana. 20 El vestido tena el cuerpo de seda color marfil, el escote alto, a la caja y la manga larga. No llevaba cola, slo una fal da larga hasta los tobillos formada por tules que caan unos sobre otros. Sencillo y elegante, adems muy apropiado para esta poca del ao le pareci a Elena. El precio era ideal y adems inclua todos los acceso rios, hasta los zapatos que Elena ya se haba puesto al pro barse el vestido. Aunque Ana era mayor que Elena, sus tallas eran las mismas. Perdona dijo Elena cargada de paquetes a punto de marcharse, en el anuncio deca que estaba sin estre nar, la verdad es que me ha gustado tanto que no me im portara que estuviese usado. Mi novio muri en un accidente poco antes de la boda. Oh!, lo siento... yo... No importa dijo Ana. Adis. Adis, que seas feliz. Realmente fue un accidente el motivo por el que Ana no se cas, pero las cosas sucedieron de otro modo. Ana y Carlos se conocieron de estudiantes, coman bocadillos juntos a la sombra de los rboles y se citaban en la biblioteca para estudiar. Cuando empezaron a trabajar ahorraron para com prar un piso y despus de varios aos de noviazgo fijaron la fecha de la boda. El da anterior a la boda se encontraba Ana ultimando detalles en su nueva vivienda cuando vinieron a recogerla tres amigas para salir a tomar unas copas. Dos de ellas 21 eran novias de unos amigos de Carlos que en ese momen to se encontraban con l celebrando la despedida de soltero. Ana y sus amigas estuvieron de copas hasta muy tar de, a la vuelta Ana fue dejando a los otras en sus respecti vas casas y condujo por el tramo de autova que la acerca ba a casa. Mir un segundo en el espejo retrovisor las terribles ojeras que delataban la juerga pasada y apenas le vino a la cabeza el pensamiento sobre el maquillaje que usara para disimularlas cuando se vio encima de un muchacho que con los ojos vendados caminaba hacia su coche. Intent frenar y esquivarlo pero lo alcanz de lleno. Soy un guerrero dijo el chico antes de perder el co nocimiento. Apenas recordaba cmo lo subi al coche, slo era cons ciente de la cantidad de sangre y del temblor de sus manos. En el hospital le dijeron que an viva. Se trataba del tercer caso en lo que iba de mes. Son locos suicidas, drogadictos que por una dosis se dejan la vida. Pero los culpables son los que fomentan este tipo de juego mortal dijo el mdico. Ana llam por telfono a Carlos pero no contestaba. El muchacho acababa de salir del quirfano y an no se haba avisado a ningn familiar suyo. Ana pregunt a una enfermera por qu no vena nadie. De eso se encarga la polica, ya lo hemos comuni cado pero el chico no tiene telfono, quizs hasta maana no venga nadie, quizs usted... aadi la enfermera el chico est muy grave. De acuerdo dijo Ana dme su direccin. A las siete de la maana Ana conduca por una zona suburbial por la que nunca haba transitado. 22 Por fin lleg a la casa, la madre del muchacho subi al co che sumisa y resignada, no pareca extraarse por la noticia. El que s qued extraado fue Carlos, que no entenda qu significaban las palabras: Aplazar la boda, est agoni zando, me ha tomado declaracin la polica, habr juicio... Un suceso acontecido en un segundo no poda alterar el curso de los acontecimientos que a lo largo de tantos aos se haban planeado y sin embargo era la voz de su novia la que deca que no podan casarse. Sera una broma Eran las 930, l se encontraba vestido de novio con una flor ridcula en la solapa, sus padres ya estaban en la iglesia, quizs algunos de los invitados tambin, los tos ricos de Va lencia sin duda, la mitad del banquete pagado, las habitacio nes en Italia reservadas y su novia lo dejaba plantado por un drogadicto moribundo. A las 10 de la maana muri el muchacho, a las 12 se en contraban Ana y la madre del chico en una funeraria arre glando lo que ya no tena solucin, a la 1 se vio Ana con Car los, la boda no se aplaz, se suspendi, porque fue justo en tonces cuando quedaron rotas aquellas relaciones de toda una vida. Contrataron a un abogado que se encarg de vender el piso y los muebles obteniendo el diez por ciento. Carlos invirti la parte de su dinero en acciones y con los benefi cios se fue de vacaciones para olvidar. Ana estren coche y contempl muchas veces su traje de novia antes de po ner el anuncio. Elena fue puntualsima el da de su boda, su marido Car los Germn Lpez Salvatierra admir la elegancia del vestido de su flamante esposa y jams sospech que era el vestido de su antigua novia Ana, pues ya se sabe que trae mala suerte ver el vestido de la novia antes de la ceremonia. 23 8 a EDICI 25 - 1992 EL PUENTE de Carmen Botello Prez (GANADOR) DE VALENCIA NTR en la habitacin oscura y percibi el desagradable olor del ambientador. Encen di las luces y chasque la lengua con fas tidio al comprobar la precariedad de las lm paras. Mir la cama, ancha, de aspecto blando y acogedor, que se cubra con una colcha azul ha ciendo juego con las cortinas del ventanal y con la gasta da moqueta. Una habitacin cualquiera de un hotel cual quiera, pens. Se deshizo de las prendas de abrigo y medit un momento antes de decidirse a colocar su equipaje en el armario, si no le vendra mejor darse, antes que ninguna otra cosa, un bao relajante que le sacudiera el sopor de la espantosa noche sufrida en el tren. Enseguida comprendi que era mejor ordenar sus ropas, y en especial los tiles de aseo, antes de plantearse nada parecido a un bao o al me recido descanso. As evitara, adems, pasearse desnudo por la estancia rebuscando en el equipaje, temiendo resfriarse y exasperndose a cada paso por no encontrar, al primer golpe de vista, aquello que poda desear. El cuarto de bao tena una zona perfectamente ilu minada con tubos fluorescentes disimulados en un adorno del gran espejo, y sonri complacido al contemplar su ima gen cuidada en la superficie del cristal. Le faltaban dos aos para ser sexagenario, pero nadie podra calcularle ms de cincuenta. Y ello con gran empeo. Una vez vencida la tentacin de comenzar a teirse el cabello, tentacin que le hubo asaltado veinte aos atrs, comprob que la blancu ra de sus sienes, que creca no tan deprisa como sospech en un principio, le brindaba, en cambio, ahora, un aspec to sensible y distinguido. Su rostro, rasurado con esmero, mostraba la saludable expresin del hombre tranquilo que disfruta de la vida al aire libre con frecuencia, y sus ojos, vi 26 yaces, de color miel, de mirada intensa y directa, an no ha ban sido daados con defecto ptico alguno. nicamen te su cintura, cada vez menos esbelta, delataba su edad, pese a que combata esta circunstancia, como le gusta ba llamar a los aspectos de s mismo que le desagradaban, mediante flexiones diarias y un par de horas de tenis a la se mana. No siempre se detena tanto en el anlisis de su fsico. Antes de pasar a abrir los grifos, se pregunt algo intriga do qu le habra inducido a tan cruel examen. Sonri fu gazmente, turbado pero alegre, y record a la joven morena que coincidi con l en la recepcin. Pareca que el en cuentro fortuito le impela a ser estricto. Ella, con su ju ventud descarada, pona en claro entredicho la frescura de su apariencia esa maana. Se introdujo lentamente en la ba era y evoc, an sonriendo, el soplo clido que la mu chacha dej emanar mientras firmaban en el registro. 504, seor. Su equipaje ser enviado en seguida. l permaneci pendiente de la chica unos segundos ms y consigui or cmo le asignaban la habitacin 506, la contigua a la suya. La coincidencia le haba parecido excitante y dej vo lar su mente a medida que su cuerpo se abandonaba in dolente entre la espuma de la baera. Pens que quiz ella, ahora, tambin estara tomando un bao, apenas se parados por unos centmetros de tabique, compartiendo temperatura, vapor y alguna ilusin que esperaban ambos ver satisfecha durante el largo puente. Era muy morena, fla ca, de pelo demasiado corto, vestida sin discrecin. La ocu pante de la 506 posea una nariz aguilea, labios gruesos y ojos inquietantes. No es mi tipo, suspir pensando en Asun cin, la esposa muerta haca ya ms de diez aos. Asuncin, redondita y acogedora. Se permiti vagar por su recuerdo, 27 algo que casi nunca haca, y se detuvo en las manas que la caracterizaban, en sus exigencias y, repentinamente, se sin ti cansado, molesto e irritado consigo mismo. Si hubiese venido volando, ahora no estara tan agotado. Pero, no saba si por costumbre Asuncin padeca de terror a los aviones, o acaso por alguna razn personal, remota y poco investigada, senta un odio especial hacia los aero puertos, a los que dedicaba parrafadas de prosa delibera damente cursi para denostarlos ante sus amigos: Esos suelos, esos lagos marmreos fros y refulgentes, por don de la gente deambula en la espera, siempre excesiva, oyen do a medias las voces nasales y oblicuas de los altavoces, mientras pasean la mirada adormecida por los carteles lu minosos, los mostradores, las azafatas, que nunca son lo su ficientemente amables, policas y seoras de la limpieza, pre cedidas siempre por artilugios que pulen, una y otra vez, de un modo completamente absurdo, el brillante lago en don de uno parece estar a punto de ahogarse. Despus acla raba que detestaba la sensacin de estar all como vara do, atrapado en el retraso inevitable. Por eso prefera las es taciones de ferrocarril; eran ms vivas, deca. El agua se enfri y sali. Tena cierta prisa porque que ra ir a El Prado aquella misma maana. Comenz a vestir se algo disgustado pero se interrumpi al or voces en la ha bitacin de al lado, la habitacin de la joven flaca y dema siado estridente. Se sorprendi aguantando la respiracin, pendiente del ruido e intentando atrapar alguna frase que no resultara incoherente. Sin conseguirlo, fue aproximndose a la pared donde, al cabo de unos segundos, haba pegado la oreja sin tiendo cmo creca su bochorno en forma de calor acu mulado en las sienes. Se repeta que deba apresurarse, 28 concluir su vestimenta y alir de all pero las voces enton ces se volvieron suficient mente claras y las palabras inte ligibles. Los ocupantes de la 506 se increpaban y amenazaban, se acusaban mutuamente a chillidos y parecan estar a pun to de la agresin. Se llamaban por sus nombres, por lo que dedujo que se trataba de viejos conocidos y crey adivinar, al rato, que se trataba de dos mujeres y un hombre, un hombre algo ms maduro que ellas, por su tono y por el ta lante de sus afirmaciones. Atento, hilvan toda una serie de raras suposiciones y aunque en realidad se senta incmodo por su comportamiento, su inquietud no era an tanta como para llegar a abandonar su posicin de privilegiado oyente. La discusin continu y el fro hizo presa de l al fin, obli gndole a envolverse mejor las piernas en el toalln hme do en el que intentaba arrebujarse sin demasiada fortuna. El hombre le deca cosas desagradables a alguien, cosas tales como amenazas de ciertos castigos perversos, y l, asusta do, supo que estaban dirigidas a la morena. A medida que iban transcurriendo los minutos y los gritos daban paso a unos murmullos y quejas equvocos, sinti cmo su perple jidad aumentaba. Cada vez estaba ms y ms intrigado pensando en la morena, y una excitacin creciente le exas peraba el cerebro aadiendo a su conciencia una culpa sal vaje, que nunca recordaba haber sentido y que an le pa reca ms electrizante. Prob a realizar comentarios desa gradables de la muchacha para sus adentros, a decirse que tena unas amistades horribles y que su aspecto era efecti vamente fachoso y escurrido. Un cuerpo anguloso como el de un muchacho enfermo que a l no le gustaba nada. Sus pensamientos tuvieron un efecto ciertamente con solador y se dirigi al armario para continuar vistindose y 29 dispuesto a abandonar la habitacin de inmediato para trasladarse a pie al museo. Paulatinamente su sorpresa dej paso a la furia, una clera desatada contra s mismo por una vergenza que, en cambio, intent trasladar en seguida a la chica y a sus amigos y el provocador escndalo que es taban dando, el escndalo que estaba torciendo sus planes para la maana de su llegada, primer da de un puente con el que haba estado soando ms de tres meses. Los suspiros entrecortados y los gritos de placer inte rrumpieron su rabia. Las splicas y los deseos ms escon didos y procaces expresados en voz alta atravesaron im parables las paredes de su refugio. Ella, porque seguro que tena que ser ella, gema, mientras diriga a su acompa ante en el recorrido de su cuerpo hasta los lugares ms re motos y desconocidos. Y le sugera que se sirviese de esto o de aquello y l, mientras, al otro lado, buscaba trmulo con la mirada, en su propia habitacin, los objetos que la chica quera, en tanto que su cuerpo se reblandeca al lo calizarlos inocentemente depositados sobre la cmoda, so bre la mesilla, a los pies de la lmpara. La so tendida en la alfombra, presa de unas pasiones que l no conoca o que quiz ya no recordara, seducida, acariciada, vulnerable y an siosa. Al poco, no pudo continuar jugando a creer que lo que suceda en la habitacin contigua no le importaba: la turgencia del pantaln, imprevista y casi olvidada, pona las cosas en su lugar. La mujer estaba ya dentro de l. A su pe sar, y abrindose paso entre la extraeza, la soledad y los recuerdos, la morena flaca, que ahora sin duda era la per sona gimiente y dichosa que escuchaba, se haca un hue co en su mente y en su alma casi dormida; se instalaba despacio y susurrante dentro de su vida ordenada, tan se 30 ria y llena de obligaciones y sin resquicios, como si la ob sesin por ella fuese en realidad una contagiosa enferme dad adquirida en el mismo instante de penetrar en el hotel. Lo sucedido a lo largo de los cuatro das de encierro en el reducido mbito de la habitacin, que haba abandona do slo lo indispensable, para evitar as perderse algo de lo que pudiera haber acontecido a su lado, se amonton en su mente cuando corra agotado por los pasillos de la terminal de salidas internacionales. La haba seguido en un taxi des de el hotel por las calles madrileas, atascadas e intermi nables, enloquecido por la idea de no alcanzarla jams. Esa misma maana, cansado y preocupado, haba decidido ba jar por fin a desayunar al comedor. Incluso sinti que tena hambre, y ello le llev a pensar que se encontraba ya en una cierta disposicin de reiniciar su vida normal, abandonar el encierro y volver a su hogar. Cruzaba el vestbulo del hotel cuando la vio. Se so bresalt muchsimo, pues la crea dormida entre los brazos de cualquier amante, pero alcanz a darse cuenta de que la chica llevaba ya mucho tiempo levantada y que haba abandonado la habitacin escapando a su control. Supuso que en algn momento de la agitada madrugada, la joven podra haber hecho su equipaje y salir en el preciso instan te en que l, rendido, debi dormirse. Estaba de pie, ro deada de bultos, esperando a que su factura quedase to talmente terminada; la oy discutir un par de puntos que parecieron resolverse a su favor y observ que pagaba con una tarjeta de crdito. l nunca se habra fiado. Y fue entonces cuando se descompuso. Sali precipi tadamente del hotel olvidando su apetito y se introdujo en el primer taxi que aguardaba en la puerta, dndole al conductor toda una retahla de instrucciones para que el 31 hombre no perdiese el contacto con el vehculo que, detrs, cargaba las maletas de la morena, mientras ella, con cara de agotamiento y un mohn desdeoso colgndole de los la bios, miraba hacia El Retiro en una de cuyas puertas se agolpaba un colegio de chiquillos gritones. l sinti ganas de vomitar. Aturdido y preso de una terrible congoja que le impe da respirar normalmente, la persegua por los largos corre dores de Barajas, en ese momento poblados por una in mensa maraa humana que arrastraba bolsas y maletas y que ocultaba intermitentemente la figura de la muchacha. Un momento despus, vestida con un traje verde casi lu minoso, la morena desapareci entre la multitud para siem pre. l qued boqueando, desconcertado, parado en medio del jaleo recibiendo empujones y miradas agresivas. Supo que era un necio. Reconoci que su comportamiento podra ser calificado de enfermizo pero, afortunadamente, no ha ba sido visto ni reconocido por nadie, al menos que l su piese. Aunque en realidad le daba exactamente lo mismo, se dijo, o al menos eso quiso pensar entonces, porque apart todos los miedos de su mente y se dedic a evocar, en me dio de los atropellos y exclamaciones de disgusto de los otros viajeros, las horas obsesivas que haban transcurrido en el hotel durante el puente. Los paseos cortos y fieros desde el bao hasta la cama, sus pesquisas en el pasillo alfombra do del exterior para detectar minsculas huellas, pruebas de sus entradas y salidas. Los provocadores encontronazos en el ascensor donde senta su cuerpo caliente cerca y su alien to penetrante inundndole de perversa ansiedad. Las lla madas a la 506 desde los telfonos del vestbulo cuando sa ba que ella se estaba entregando a algn jovencito des garbado: su sorpresa y deleite ante el sonido jadeante de su 32 voz. Sus propios deseos, bajos y violentos, imaginando su cuerpo hostil, y dcil y frgil, salvaje, libre. Su cuerpo joven, que l soaba en someter de mil maneras en su delirio, has ta conseguir las ms absolutas y grandiosas sensaciones, los instantes de placer ms perfectos y puros que jams hu biera podido soar. Record su vergenza, el horror y la complacencia unidos ante las viejas prcticas sexuales, las vie jas formas de entenderse con l mismo que ya crea olvida das y que renacan en el cuarto de bao escudriando en su silencio para que el tembloroso sonido de la voz de ella lle gase hasta el corazn. Aunque aparentemente caminara hacia el mostrador del despacho de billetes con normalidad, lo cierto era que su mente haban entrado en un profundo estado de pos tracin semejante a esa sensacin febril y de enfermedad a la que, a veces, conduce la angustia. Los apretujones y los vaivenes no parecan afectarle. Intent pensar unos ins tantes procurando adivinar el destino elegido por ella y quiso cerciorarse nuevamente de que ya no la distinguira nunca ms aquel da en el aeropuerto, entre la muche dumbre. Apesadumbrado sac la cartera y pidi un billete de regreso a su casa y, cuando se lo entregaban, record sorprendido que detestaba los aeropuertos. Pero al sentir el papel tibio del pasaje entre los dedos comprendi que per manecera el resto de su vida recorrindolos. La habitacin del hotel estaba oscura y pudo oler el aroma tenue de un ambientador. Sin cuidado, meti su ropa en la maleta y sali del recinto despacio, con un res petuoso silencio que le obligaba a contener la respiracin y saborear el lugar con extraa delectacin. 33 a a EDICI 1992 EL TEMOR de Juan Carlos Garca Torres Martnez (ACCSIT) DE ELDA 35 S AL del piso corriendo. Haca mucho fro. El in vierno no me gust nunca, de modo que me dirig al ferrocarril. Habl, tras mucho esperar, con el jefe. Fue difcil . Al final le convenc para que cambiara de estacin. Otra vez era verano. La gente pareci adaptarse rpidamente. Para cuando yo iba sudando con el plumfero por el centro de la ciudad, todos se cruzaban mirndome asombrados con ropa ligera. Entr en casa. Slo encontr camisetas y pan talones color pistacho. Segua huyendo de mi padre. Se haba propuesto que continuara la carrera de Inge niera. Yo la odiaba. Nunca me gust la ingeniera. Me con venci para que fuera a la consulta de un prestigioso psi quiatra. ste empez hablando de las grandes posibilidades de la ingeniera. Me dijo que inconscientemente tema la responsabili dad que entraa la construccin de puentes, pero que po sea una gran vocacin. Que llegara a ser un gran ingeniero. Que mi soporte psicolgico era propicio. Y qu es un puente repeta una y otra vez en tono casi frentico. El puente es el nexo de unin entre dos puntos que fluyen hacia una misma direccin. Puente es sinnimo de equilibrio, armona, estabilidad, mesura y proporcin. Puente es la solucin a un camino entrecortado por un accidente del terreno. As, el ingeniero, sacrificando su propio intelecto y espritu, persigue el bien comn del pue blo llano. Casi me lo estaba creyendo cuando a hurtadillas pude ver tras las cortinas los zapatos marrones de mi padre. Co rr con todas mis fuerzas. 36 Volv a casa. Eran las doce. Decid terminar la carrera antes de la hora de la siesta. Nunca he podido posponer ese momento mgico. Cuando ya llevaba construidos varios puentes, me di cuenta que lo que necesitaba era amar con intensidad. Una tarde conoc a Carmina. Pasbamos abrazados das enteros. Nos ambamos tanto que no distinguamos el da de la noche. Reamos en la cama inconscientemente, exhaustos y hambrientos, sin reconocer que el destino no perdona a aqullos que sumidos en el hedonismo olvidan la impor tancia de los deberes cotidianos. Consecuentemente adel gazbamos a un ritmo acelerado. Quiz en realidad fue esto lo que provoc su abandono. Su amarga despedida. Carmina me haba apoyado durante largo tiempo, lo reconozco, junto a ella pas grandes momentos. Y aunque la lujuria por aquellos das nos esclavizaba sobremanera, un da me dej pretextando mi falta de fe. Deca que haba per dido mis sentimientos. Que ya no era el mismo. Yo sospe chaba que haba otra razn. Abatido, decid recogerme espiritualmente. Entr en un seminario donde me hicieron recapitular. Constantemente lea, con lo cual iba rehaciendo mi interior. Despus de tantos aos... quejumbrosamente le deca al padre prior pensando en Carmina ...despus de tantos aos... Antes de cenar hice los votos. Fortalecido, volva a mi ciudad. Llam a Carmina, pero la not fra. Qu seras capaz de hacer por m me pregunt. Renunciara a mi doctrina y te llevara all donde el clima nunca es fro, donde las vegas son verdes y des prenden aromas de flor de azahar. All donde no existe el 37 tiempo. Donde las gaviotas arquean tranquilamente su vuelo. Lejos del ruido. All donde el baista, desde tierra, fija la mirada es condiendo su deseo con un triste suspiro. All te besara una y otra vez jurndote amor eter no. Seramos tan dichosos. . . Basta! , basta, ignorante! . Acaso nunca lo sospechaste grit con los ojos desorbitados. Todo el tiempo que estuve contigo fue porque tu padre me pasaba una pensin asistencial. Te aguant lgrimas y ridiculeces porque me pagaban. Ya no puedo seguir. No se puede pasar todo un mes con vein ticinco mi l pesetas. Es inhumano! . Pero ahora yo trabajar y te dar toda mi paga repliqu. Intil! , insensato! . Nunca volver contigo! . Hundido, retorn al psiquiatra. Para mi sorpresa se haba convertido en callista olvidando todo lo concer niente a trastornos mentales. Busca en las pginas amaril las me sugiri. Quise hablar nuevamente con Carmina, pero como respuesta recib una y otra vez aquellos odiosos mensa jes: Dieciocho horas, un minuto, diez segundos pi ! . . .Dieciocho horas, un minuto, veinte segundos pi ! .. .Veinte horas, diecisis minutos, catorce segundos pi ! . . . Vagu por toda la ciudad intentando comprender cmo una persona poda haber pasado tanto tiempo con tan solo veinticinco mi l pesetas mensuales. Me senta cansado y viejo. La gente saba que yo era sacerdote. De modo que con frecuencia se detena en la calle arrodillndose fren 38 te a m para confesar sus pecados, lo que me deprima an ms. No encontraba solucin posible. Desesperado, consult las pginas amarillas. Para mi sorpresa no haba ningn psiquiatra. Tampoco psiclogos. En su lugar haban sido sustituidos por callistas y podlogos. Ech a andar y antes de acostarme consegu llegar al Tibet. Tuve que escalar grandes montaas para encontrar dentro de una grieta a un lama delgaducho y escurridizo. A cada pregunta que le haca me responda con un acertijo. Esto me pona algo nervioso. Aprend yoga, acu puntura, la danza del vientre y levitacin. Incluso llegu a contestar sus acertijos con otros de mayor complejidad. Al fin confes: El secreto, atiende bien, Juan, el secreto de la vida est en la sopa cubierta. En ella se esconden todos los miste rios. Ella es la fuente. Obsrvala y te descubrirs a ti mismo. Momentos despus desapareci. Aunque quiz esto pudiera ser parte de algn sueo. Durante semanas estuve frente a un plato de sopa cubierta. Lo miraba tan fijamente que mis ojos se turbiaban hasta encauzar la misma lgrima. Por fin, cuando la putrefaccin fue evidente, tuve que desistir. Tir el plato de sopa, compr regaliz y me fui a ver a mi amiga Ins. Pero el dao ya estaba hecho, me enamor de ella. Era una tortura. En cuanto una mujer me hablaba caa enamorado febrilmente. A ms comer regaliz ms consegua enamorarme. Y lo que era peor; cuando me corresponda, automticamente la rechazaba como indigna. Me acorda ba de Carmina. No poda evitarlo. Mis nicos consuelos eran la oracin, el estudio, el re cato y la prctica de los asanas que haba aprendido. 39 Un da, no s exactamente la fecha, conoc a Gema. Ella era arrogante, distinguida y rea con gran facilidad. Jo vialmente cascabeleaba a mi alrededor, aunque yo, cami no del celibato ms extremo, sospechaba que nicamente persegua aprovecharse de mi debilidad como hombre. De mi energa fsica. De mi cuerpo. Record a mi padre diciendo aquello de toda mujer que ame ha de comer regaliz. Ella, obviamente, desconoca esa esencia. Gema llamaba frecuentemente a casa. Se preocupaba de mi estado de salud, iba a visitar los puentes que estaba construyendo y me peda consejos como sacerdote. Sola manejarme a su antojo. Yo me saba manejado pero en cierto modo me gustaba. Destacaba un rizo sobre la frente al que sola insultar por su mal comportamiento matutino. Peleaba tenazmente con l sirvindose de un cepillo y un secador de pelo, pero nunca consigui domi narlo. La nariz resaltaba por su brillo, limpia y pequea pareca una bombillita entre sus ojos verdes. Recuerdo cuando me acompaaba al ferrocarril e in tentaba convencer al jefe de estacin para que volviramos al verano. Me apoyaba y fomentaba mi autoestima. Ale graba mis siestas gorgoriteando al son de Gloria de Anto nio Vivaldi. Pero yo segua desconfiando. Nos casamos antes de la madrugada y ya amanecien do tuvimos varios hijos. No puedo precisar a ciencia cierta cuntos fueron. Aunque muchas veces tuve que aguantar largas colas en el Registro Civil. S que por entonces ya no era sacerdote. Que haba renunciado a los prometimientos propios del estado religioso. Segua construyendo puentes. 40 Me parece todo aquello tan pasajero, tan difuminado... Recuerdo mi gran temor a las inauguraciones. El solo hecho de pensar en la gente que habra de atravesarlos repercu ta de tal modo sobre m que a menudo soaba con gran des araas tejiendo extravagantes crceles. Pagajosas fibras grisceas alrededor impidiendo mi huida. Platos de sopa cubierta de los que emanaban gritos aterradores. Me despertaba en estado de agitacin, pero me tranquilizaba ver a Gema durmiendo plcidamente a mi lado. Como si no ocurriera nada. Viv torturado por la idea de habitar un planeta gira torio. Sujeto a fuerzas que no conseguan engarzarse con ningn tipo de lgica. Pareca como hecho sin ninguna conciencia. Un universo casi vergonzoso. A veces, al pensar que en ese momento estaba del revs a la parte opuesta del globo, perciba sensacin de vr tigo. Vrtigo que desembocaba en formulismos matemti cos, sinfonas logartmicas. Plasmar la construccin de un sis tema coherente para un universo perfecto. Esto me lleva ba al insomnio y al delirio. Hoy soy feliz. No s cunto tiempo ha pasado. Gema ya no est conmigo, tampoco los chicos. Una noche, una fuerza sobrenatural me hizo saltar de la cama. Cog la bicicleta, el piolet, un cuchillo de cocina y me march. El cielo era estrellado, una ligera brisa hmeda recorra mi cuerpo, yo no mir hacia atrs. Comprend que ese mo mento haba de llegar tarde o temprano. Lo asum. La an siedad dio paso al descanso. Consciente de mi papel, he renunciado a todo lo ma terial para sobrellevar la tarea que desde el principio me fue encomendada. Es tan difcil darse cuenta de lo palpable. 41 Pedaleando de ciudad en ciudad, cuando me s nece sitado paro y sonro bondadosamente. Es mucha gente la que pasa y pocos los que llegan a adivinar dnde se esconde el secreto. Entrecruzo miradas y al asomar la complicidad les veo venir. Estn tan desesperados. Se saben tan inseguros. Me necesitan tanto. Por fin se deciden y casi con vergenza suplican la frase que mgicamente les conducir hacia la placentera sensacin de un destino seguro. Sera Ud. tan amable de venderme unos puntos de regaliz preguntan. De cinco o de a diez pesetas respondo mona calmente. Con el nico temor de que el seor Juanola arrui ne mi vida. 42 9a EDICI - 1993 LA TEORA DE LOS CONJUNTOS SEGN NO de Julio Soler (GANADOR) DE ELCHE 43 a. D ESPUS de haber escuchado el veredicto, se despidi de su abogado defensor con ca lurosas muestras de agradecimiento y, sil bando el Danubio Azul, abandon la sala. Aquel da haba amanecido a las 7 horas 20 minutos y la niebla ya haba recorrido edificios de la ciudad, cercenando sus siempre romnticas cornisas y preando a las gatas depositadas en ellas. Ahora lo que l necesitaba era una baera llena de agua tibia para pensar en el futuro y reemprender una nueva vida. Quera olvidar aquel tris te o no episodio de su existencia y probarse a s mismo que poda superar sus urticarias, que poda, deba, automedi carse y que, en definitiva, poda formular tres deseos y cumplirlos hasta el resto de sus das. As es que se meti en la baera y al primer suspi ro consigui su deseado ataque de amnesia. No necesi t golpearse contra el grifo en la cabeza. Lo olvid todo o casi todo en menos de dos enjabonamientos. Quizs fuera se su primer deseo. Quizs no, seguro. Despus, pestaeando cada veinte segundos, pre par las maletas llorando de emocin, pero ya sin las in necesarias urticarias y repentinas erupciones cutneas. Antes de salir de su apartamento jur acordarse, no obs tante, de lo que le interesara, tampoco era cuestin de ir por ah como un zombie buscando su rbol geneal gico. Por ejemplo, si antes saba llevar coche y todas esas cosillas casi intuitivas, pues ahora tambin... En tonces abri la puerta y yo que haca quince aos que es taba con la mano pegada al timbre le dije: 44 No te justifiques ms, payaso irresponsable. Haz lo que quieras pero mrchate ya, que quiero acomodar me en tu piso y abrir las persianas para verlo todo y contar las tonteras que sin duda has de hacer. Vte, aunque volvers. Te lo aseguro. Inmediatamente acudi el ascensor de aquella tri gesimoquinta planta y cabizbajo le dijo al portero reco gedor de basuras: Al Waldorf Astoria, por favor. De acuerdo contest el portero, pero antes le sangrar la oreja para multiplicar por cinco su fuerza se xual viril. Me toma por tonto replic l. S. As es que entrguese a m entero, por favor, y le recomendar incluso en el Sheraton. Soy el seor y dueo all. No gracias rechaz l. Mire por donde, aho ra cojo y me voy de la ciudad. No le gusta Nueva York pregunt extraado el magnate. No s, pero voy a emprender una nueva vida. Adis. El ascensor lleg puntual al lobby del edificio y al ob servar la tardanza de los dos usuarios en abandonar la cabina, les increp primero y les lanz piedras despus. Bueno, salgamos ya propuso l y guarde el punzn ese para otra ocasin, amigo. Cuntos deseos le quedan gorje el don no die. Dos y un tatuaje que me acabo de automedicar. Otra vez adis. Vaya con cuidado, pichn sentenci el ascensor la escena. 45 b. En la calle, la hora violeta aplastaba las anchas aceras y los transentes galopaban entre el coma profundo y la muerte aparente. Los taxistas depositaban en el asfalto tarjetas de crdito caducadas como anzuelo para atropellar bag ladies y dems fauna pisccola reproducida en el acua rio de la urbana risa porque s. Y es que los taxistas saben idiomas, amansan a las fieras sean o no vertebradas y dan ejemplo y confesin a los piscpatas...Pero todo esto no es ms que un conjunto de descripciones y disgresiones gra tuitas por l. Al que llamar Flinteras, tena prisa por irse a Europa. A Espaa. A la Costa Blanca. Su avin sala inmi nentemente y me recomend no entretenerle dejndolo pu lular por las avenidas de aquel bendito zoolgico de pre cepto. Peor para l. c. Fumadores o no fumadores le pregunt la aza fata de tierra firme. Fumadores contest convencido Flinteras, aun que no fumaba. Ni puros ni pipas, eh advirti la seorita viviente. No claro, claro. Pero seorita, podra facturarme a m tambin junto a mis maletas El avin me da envidia, celos y coraje, y me gustara que sellndome de frgil me enviara a la bodega del equipaje. Automedicacin, sabe usted. En ese caso, existe un recargo. Tendr que acostar se conmigo, concebirme un hijo y posteriormente formar 46 una familia nuclear por fisin y punto y aparte. Dont be afraid to touch me, babe. Lay your body next to mine corrobor l la con trasea. Exacto. En la Costa Blanca nos veremos y amaremos en la sala contigua al control de pasaportes concluy ella, que se llamaba Estela. La velocidad de crucero fue irreprochable. El incesto, la verdad, no lo s. La presin en cabina, la suficiente. El ate rrizaje, forzado. c Nueve lunas llenas, nueve Exposiciones del Santsimo y nueve meses haban transcurrido desde la toma de tierra de Flinteras y Estela, y, por lo tanto, de la consumacin del recargo. Aquel da Flinteras paseaba con un leopardo por los pasillos de la maternidad comiendo mandarinas sin parar, en espera de la noticia. De repente, la comadrona sali a su encuentro. Veo que le gustan los animales. Ha tenido suerte. Su mujer ha dado a luz un nio recin nacido que pesa 3 ki los 100 gramos y llorando en morse ha pedido a los que he mos asistido el o al parto que le bauticemos con el nombre de Pasaporte. Pero, lo ha pedido por favor pregunt el nue vo padre. S. Flinteras, emocionado por la educacin de su hijo suyo propio, manumiti al leopardo y, lanzando las mandarinas al aire, abraz a la centenaria comadrona, obsequindola con un abocinado beso y un saco de lujuria. 47 Puedo verle suplic l entrecortadamente. Por supuesto. Est en el segundo corral. Corriendo, saltando, bajando el pijama de los enfermos de rin que despistados transitaban por aquella planta, Flinteras entr para ver a su hijo y perdonarlo y abrazarlo y vacunarlo y no pedirle explicaciones. All se encontraba su mujer, plida pero hermosa, sonriendo con su repertorio de treinta y dos dientes, leyendo en voz alta a su beb un re ciente ensayo sobre la Santa Inquisicin. Desde luego, se la vea feliz acariciando la oreja del pequeo con ternura, pero con rigor. ste es su segundo deseo dijo Estela buscando confirmacin en su marido. Cierto confirm Flinteras y aadi. Me han di cho que se quiere llamar Pasaporte y que adems de pedirlo por favor, ha dado las gracias y todo. Y tambin ha rogado que se le rellene una instancia para que le permitan sangrarse la oreja. Ser todo un fili bustero! exclam orgullosa la madre. Oh, Dios, automedicacin t tambin, hijo mo! concluy el dilogo Flinteras. e. A travs de la ventana se divisaban los ficus del paseo recin podados por los esclavos del ayuntamiento. Miles de pjaros condenados a vivir en cables de alta tensin o en cuerdas para tender, que son todava peores, piaban rei vindicativamente ante el cercano convento de clausura. No llova y eran las cinco de la tarde. Flinteras, semifosili zado en su silln de agua, escuchaba intermitentemente a 48 Billie Holliday y a A.R. Kane, pero aplauda cada vez que un golpe de msica abata a algn gorrin sindicalista; de to das maneras, despus... despus se arrepenta y volva a te jer el pastillero de lana que le haba prometido a su hijo. Pa saporte cumplira prximamente 18 aos de exilio en Nue va York. Cualquier celebracin era poca. Cualquier obsequio se quedaba corto. Un padre ama a su hijo. Un hijo ama a su padre. Un padre y un hijo se aman mutuamente. Alelu ya. Cualquier cosa que se haga por amor es lo que real mente importa. Flinteras as pensaba. Flinteras as opinaba. Conservar en formol a Estela estaba inexcusablemente jus tificado. De la misma manera actuara No si temiera la desaparicin en una especie, de uno de los miembros de la pareja. Qu sera del oso sin su osa Qu hara el ciervo sin su cnyuge Entregarse ciegamente a la perforacin in discriminada de sus pabellones auditivos Quebrarse la cornamenta con intiles recuerdos de cama No. Sera es tril y humillante. Automedicacin, automedicacin, se re peta una y otra vez obsesivamente Flinteras. Le quedaba un deseo. Un deseo y un tatuaje. f. Con la combinacin de las cerraduras bien aprehendi das, Flinteras lleg al Aeropuerto Kennedy de Nueva York. Veintin aos haban pasado de su ltima estancia all. Pa saporte le esperaba en una limousine blanca. Al parecer, se haba hecho extremadamente rico. Nevaba a trompicones y Flinteras penetr en el vehculo. Salud a su hijo. Hola, Pasaporte! O-lob, Flinteras! correspondi su hijo. 49 Bienaventurados los defraudados y amnsicos, pues de ellos es la responsabilidad de elaborar la correcta poso loga de los deseos. Amor y qumica... A qu te dedicas, Pasaporte Te veo cambiado. Desde que os abandon a los dos aos, pienso que has sufrido un notable giro. La muerte de Estela creo que te ha afectado. Por cierto, has trado el fras co con mam Tengo ganas de ver la etiqueta que le has co locado a ese frasco. A qu te dedicas, Pasaporte Soy tu padre. Con tstame y no te salgas por la tangente. Perdona. Soy encuestador. Cojo una avenida y voy preguntando en zig-zag sobre cuestiones como Qu pre tende usted de m Me envidia porque no me tiene... Bueno, y cosas de estas de inters general. Y soy rico, pap. Me pagan. Y yo pago a los que me cobran por vivir tan bien como vivo. Soy generoso y os echaba de menos. Has trado a mam, entonces S. Pero me la han retenido en los laboratorios de la aduana. Necesitan un par de das para tasar mi amor por ella y verificar si este amor supera los ndices de formol que per miten en estos casos. Qu casos pap Con qu etiqueta clasificas el frasco de la conservacin de mam Te contestar solamente a la segunda pregunta. La primera no me lo permite mi religin puso semblante serio Flinteras y aadi Love Will Tear Us Apart. As. Contento Vives en el Soho, no S. Vmonos. Tenemos muchas cosas de qu no ha blar, pero tambin muchas preguntas que formular. Y no me quiero poner melanclico. Chfer, a la calle Spring dijo Pa saporte. 50 Al apartamento de Pasaporte en el Soho se entraba por una puerta. Una vez dentro era conveniente encender la luz para poder ver y colocar el abrigo en la percha con tal de no pasar excesivo calor. Pasaporte se coleccionaba estufas en funcionamiento. Deba de haber quince o veinte de toda cla se de pocas. Y si afuera el intenso fro agravaba los eccemas seborreicos en ambos lados de la nariz, una vez dentro de la piel corra peligro de caerse a retales. Pero todos estos efec tos secundarios insignificantes son producto de la elegancia bien llevada. Pasaporte dispona de un gusto exquisito poco comn en la decoracin de su hogar. Entre las estufas, ca lentadores termos y calefactores de variopintos colores, el apartamento estaba salpicado de aseptizados fregaderos de diversas alturas llenos con distintas bebidas alcohlicas unos, y con abonos para plantas carnvoras, los otros. Sobria ele gancia y funcionalidad era lo que buscaba. As, las paredes es taban empapeladas con los grficos estadsticos de todas aquellas encuestas que ms le haban satisfecho. Y los pocos sillones Frank O. Gehry los procuraba forrar con monedas de oro y colecciones filatlicas exclusivas, en pos de mitigar la errnea sensacin de ostentacin que uno podra advertir. Aparte tena algn que otro Chagall, varios De Chirico y dos o tres Warhol adosados al techo. Pasaporte, pues, poda man tener la cabeza bien alta y mirar siempre hacia arriba. Su me cnica contribucin al arte sin pretensiones y al clasicismo de la comodidad se lo permitan. Pasaporte, hijo mo, me puedo automedicar un es cocs en toda regla Estoy conmovido e impresionado y tengo terroso el gaznate. 51 Por supuesto asinti sonriendo su hijo El whisky est en el fregadero de terciopelo que tienes a tu derecha. Muy bien, y las copas inquiri Flinteras. Aqu bebemos en jarrones. Son ms saludables. Coge ese mismo de la mesa... Yo tambin tomar otro. Por fin una aura de distensin y complicidad arropaba a padre e hijo. Aunque la distancia y la repentina ausencia de Estela bien pudieran mutilar cualquier esbozo de confianza, de felicidad entre ambos, todo se desarrollaba con inusitado temple y fl uidez. Al menos as creo yo ver las cosas. Y si alguien duda o piensa lo contrario, que venga aqu y lo compruebe. Yo no digo las cosas a la ligera. As porque s. Pap, ahora que despus estaremos borrachos y se guro inconscientes, podras contarme lo que pas con mam sta es la primera pregunta de la encuesta. Yo la amaba. La amaba y la amo todava ms. Pero quera saber demasiado contest Flinteras. Qu pretendes insinuar pregunt alterado Pa saporte. Estela, esa criatura bella, representante y portavoz de todas las hembras del Arca. Estela, azafata entre azafatas. Estela, el amor que puede justificar una vida tras otra, qui so averiguar mi tercer deseo y supervisar el tatuaje que para ser consecuente vendra despus... Entonces, qu hiciste con ella volvi a pregun tar Pasaporte cada vez ms excitado. Vers, hijo, no me llames posesivo pero tampoco me califiques de neutral. Mira, aquella noche me haba hecho bas tantes whiskies y bastantes rayas paseando por las salinas de Santa Pola. El agua estaba como rosa y no quera cenar por si se me pasaba la embriaguez. Estaba haciendo cbalas para ver de qu manera poda formular mi tercer deseo. Yo, ena 52 morado de Estela, me preguntaba si tendra las agallas para probarla, a tu madre, me refiero. Volv a casa y, ya en la cama con ella al lado, comenc a sudar y sudar y notaba cmo sis temticamente me iba deshidratando, reduciendo. Eso me dio una idea. Cuando quise levantarme, las piernas no me fun cionaban y acab desplomndome contra el suelo antes de lle gar a la garrafa de agua de Fuente La Higuera, mi supuesta tabla de salvacin. Estaba al borde del paro cardaco, con un memorable bajn de tensin... Pap, no exageres interrumpi Pasaporte. No, no exagero. Djame continuar. Entonces le ped que me levantara y derramara todo el agua delante de m. Ella no la derram. Me incorpor con cario y, samaritana ella, me hizo beber los diez litros de agua. Y me salv. En tonces comprend que ella slo me quera vivo. Vivo para averiguar cul era mi tercer deseo y denunciarme otra vez, y que el crculo o ciclo, como lo quieras llamar, comenzara de nuevo y que el Arca se reprodujera hasta hundirse. Una pena. Una verdadera pena. Una verdadera pena de amor mo. No me qued otra salida que reducirla por procedi mientos jbaros y conservarla en formo en el tarro que re cogeremos pasado maana. Porque estoy seguro que en los laboratorios comprobarn que todo est en regla y podr recuperarla para siempre. Y a mi manera. iCoo, pap! Desde luego no eres nada neutral. Quizs s que seas un poco posesivo, claro que a tu mane ra, pero neutral ya veo que no. Si te hubieras perforado la oreja como yo. Bueno. Entonces, djame que te haga la se gunda pregunta de la encuesta. Cul es pues tu tercer deseo A t te lo puedo decir, Pasaporte. Deseo librarme de esta amnesia y no hacerme el tatuaje, que me han dicho 53 que duele y despus no se puede borrar. Estoy saturado de automedicacin. Creo que todo esto se me ha ido de las manos. Eso est hecho pap. Suspira. Flinteras apur su jarrn de escocs reposadamente. Cruz las piernas con cuidada cadencia y suspir honda mente. Una vez recuperada la memoria, llam a su abogado defensor. 54 9a EDICI 1993 U ERROR GASTRONMICO de Ismael Lpez Belda (ACCSIT) DE ALICANTE 55 A Sito, Ricardo y Fachetti, que tardan tanto en regresar. A N se encontraba mareado. El mes haba sido terriblemente duro preparando el examen fi nal de Meteorologa y su cerebro permanca cuajado de definiciones, preado de fechas, colmado de innumerables citas bibliogrficas, la mayora de autores estadounidenses. Limpiaba la sartn con una spera gamuza reversible de esponjilla y rascador de aluminio, recordando obsesivo las principales preguntas del examen: defina un higrmetro, qu es la luz zodiacal, tipos de cirros, modos de representatividad de una paraselene... Pero hoy era sbado y sus mejores amigos vendran a comer. Esta ba, adems, bobo por Paula. Ingiri una aspirina efervescen te. Ms tarde, tom el recetario de Nani Mariv, condesa de Poyoyos, y puso a punto la fideu, midiendo el tiempo justo de que vinieran. Medio kilo de mejillones, otro medio de ca lamares y de sepia, cien gramos de almejas, ms de un cuar to de morralla, dos cebollas y dos tomates, cuatro dientes de ajo, sal, laurel, pimienta, perejil, azafrn, aceite, un vaso de tin to rebajado y la pasta cumplida de fideos. Al lado del horno, estirada y atenta, Toneta no quitaba ojo del men, al acecho de cualquier objeto volante previamente identificado. Dispuso la mesa. Explan el mantel de hilo indio, todava con olor a detergente de lavadora con suavizante anticalcreo, y distribuy las cuatro olorosas servilletas despus de haber re colocado los robustos platos soperos encima de otros llanos de la misma vajilla, las carnosas aceitunas camufladas en hojillas de hinojo, las habas enlomadas en sal gorda, la ensalada de to mates bermellones, redondos, espolvoreados con tomillo y 56 escamas de cebolla, una butifarra recortada en grasientas Ion chitas, unas vetas del bloque de queso de Ma y distintos ti pos de salazones colorados y rufos, empapados en aceite de oliva Carbone!!. En el centro del colosal escaparate alimenticio aloj un florero de petunias, simtricamente equidistantes de los servicios, y un candelabro de alpaca mate en cuya nica ca vidad se eriga una vela naranja, perfumada de qumico aza har. Se retrasaban ms de lo previsto. Casi siempre llegaban tar de, pero, como mucho, un cuarto hora ms de lo acordado, nunca despus. Fue a elegir el vino. Abri la puertecilla provenzal de la despensa y, observando los restos de la enoteca, impune mente esquilmada por la salvaje horda que haba acampado all en Nochevieja, dud entre estirar del cuello de un agujado Blanc Pescador de Perelada, despertar la siesta de un afruta do negro de Xal o descorcharle el tapn a una frgil botella de un joven y leve tinto etiquetado con aquella insufrible eti queta de Via de las Quebradas, vino adquirido el mismo da que conoci a Paula Lillo, a su hermana Mireia y al marido de sta, Rafa Prim. Tambin pens en no seleccionar bebida al guna hasta que aqullos llegasen, y entonces destapar una se rie tan abundante y diversa de lujuriosos caldos como la comida y la conversacin les reclamasen. Sobre los postres no haba ninguna duda. Su prepara cin haba sido costosa, ms de media maana del sbado re clinado en la sagrada liturgia confitera, pero ahora rezumaban melosos en sus moldes brillantes, uncidos con sus leches azu caradas, aromando el aire cada vez que abra el frigorfico, o cuando se desplazaba a la galera para verter basura y los contemplaba quietos, atractivos, enfrindose encima de la pila de lavar, bajo las camisetas. Tarta de limn batida con casta as y zumo de arndanos, frutas de temporada, peras de 57 agua, las ltimas mandarinas, racimos de uva, dtiles madu ros que derritan su jugo de pan de oro en un barro esmalta do, turrones ocres de miel con almendra picada, leche frita... Y dos esplndidos licores para la sobremesa, la guinda de cualquier nutritivo banquete: un dorado moscatel de pasas, criado y chafado en Denia, cerca de sus propias cepas, y el lujo de todos los coacs angloandaluces, un slido y antiguo Car denal Mendoza, de Snchez Romate, Hnos., bodegas de Je rez. Antes, ya haba limpiado ocho coquetas copas de cristal ve neciano y cuatro bellas tazas de Sargadelos, para inundadas en el prlogo de la tarde con un espeso caf de Colombia. Pero tardaban demasiado. Quiz el timbre del piso no funcionaba o, con tanto rui do, no lo haba odo. Baj el volumen del compact-disc y se desplaz hasta el vestbulo, donde comprob que el nuevo aparato de los tubitos metlicos estaba perfectamente conec tado. Sali al rellano y lo hizo sonar, ding-dong, ding-dong. Luego llam al ascensor. Un vecino viajaba dentro. Cerr la puerta. Confirm de paso que todas las pestaas del auto mtico estaban giradas hacia arriba, en posicin de servicio: co cina, lavadora, alumbrado, otros usos, y regres adentro. Al descolgar el portero automtico escuch los zumbidos de un enjambre de cros en el portal. Entreabri la cortina del saln, se asom a la terraza y volc la cabeza ante la barandilla, gi rndola sobre el eje de su cuello como una peonza, oteando la pista de tenis, el jardn del algarrobo, los del tercero hablando con los del tico en la entrada del aparcamiento y al exiliado serbio del chal. Finalmente, oy el agudo silbido de la lnea del telfono y se asegur de que el supletorio estaba colgado. Ni una seal de ellos. Qu raro. l ya era licenciado, un hombre del tiempo, pero an as la reciente prueba definitiva continuaba deshollando su men 58 te, quemada por los rayos del flexo, hinchada por la inercia de mltiples noches sin pegar apenas ojo: diga si la fatamorgana es un fenmeno de espejismo que suele observarse en el es trecho de Mesina, a quin se atribuye el primer piscator, la l nea que atraviesa todos los puntos de la Tierra con idntica temperatura en el invierno se llama isoqumena, isobrica, isotrmica. . . Pinch una oliva, acerc una silla a la mesa, prepar un espacio entre las viandas y la ferretera gastronmica y luego abri el diario por la antepenltima pgina para leer las crti cas de las pelculas y la programacin de aquella prometedo ra tarde de sbado. Si los fenmenos ldicos posteriores a la comida se re trasaban y permanecan juntos hasta bien entrada la noche, podran ver El tesoro de Sierra Madre en TV3, con un Humphrey Bogad aventurero y vagabundo, humano y ambi cioso, slo rasurado en las primeras escenas. Y tambin un di vertido e interesante reportaje sobre la inauguracin de la sede de Convergencia i Uni en el distrito doce de Quebec. En cambio, si conectaban La Dos admiraran La noche del caza dor, la nica y mtica pelcula que dirigi Charles Laughton con un terrorfico Robert Mitchun atravesando fanticamente por las llagas del amor y del odio. De decidirse por TeleCinco, al canzaran el amanecer contemplando un supermarathon er tico y multirracial con las tres nuevas versiones de Enmanue Ile: Aventuras de Enmanuelle en Bosnia-Herzegovina; Enma nuelle y Abigail contra Rub y Polvos en la Expo; y tambin Ka rate Sex, una obra del cine norcoreano indita en Espaa, es pecie de tabla de aerobic pomo sobre las ventajas del capita lismo muscular. No obstante, en su parrilla habitual la auto nmica Canal 9 retransmita en diferido un concurso de ga chasmigas al aire libre que se haba celebrado el da anterior en 59 Villena, y una entrevista con el nuevo ministro de Industria, el ex -jefe patronal Jos Mara Cuevas. Al tiempo, la primera ca dena de TVE entrevistaba al mximo edil de Sevilla, el antiguo vicepresidente del gobierno, Alfonso Guerra. En tanto llegaban, opt por apoltronarse ante un noticiero de Antena 3, en el que Jos Mara Coscorrn pasaba revista a un gran desfile de ca tstrofes y a la continua desvergenza (sic) del gobierno. Bos tez ruidosamente. Se levant catapultado como un muelle, pic otra acei tuna y atenaz un grueso taco de queso. El portero autom tico lanz un aullido gangoso. Corri la silla hacia atrs, hi riendo an ms de muerte el parqu, y se precipit en dos zan cadas al telefonillo. Sis vosotros interrog excitado, con nimo de maldecirlos. Pero en vez de ser correspondido en su angustiosa cu riosidad, unas desesperadas cuerdas vocales de mujer le pre guntaron Es usted el presidente de la escalera para, sin de jarle recordarlo apenas, explicarle de corrido con la escala de unas notas chirriantes: Es que mi marido se ha quedado atra pado en el montacargas entre dos pisos. Rugi, dijo voy, ya voy, ahora bajo, se coloc apresura damente el anorac y, agarrando dos lengetas de mojama, se precipit rpidamente al zagun. Rescataron al esposo enjau lado y, sudando, regres al piso. Ni rastro de Paula, Mireia y el Rafa. Volvi a entreabrir el peridico, en esta ocasin por la p gina tres, la ms destacada, no sin antes observar el Longui nes de la cocina a contrapicado. Masc otros tres fragmentos del oloroso queso menorqun y, despacio, saboreando cada di minuto cuerpecillo, acab con la fuente completa de salados. Pronto le invadi una sed insoportable, arenosa. Descorch la 60 botella del blanco Peneds y sorbi un trago corto y delicado. Inmediatamente, se englop otro que apur la copa. Volvi a arrojar ms vino y, arrancando una tajada de pan, comenz a empaparla en la ensalada. Agot la segunda copa del mora pio cataln y ley a cuatro columnas: La Generalitat valencia na quiere llevarse el mar de Alicante. La Cmara de Comercio califica el hecho de maniobra centralista que ya colma el vaso. Dej vaca la tercera entrega de vino y reba el ltimo espejismo de la ensalada. Hoje las pginas de sucesos: Una mujer mata a su marido minutos antes de ser millonaria. La ho micida jugaba un dcimo para el sorteo df E! Nio. Lo enve nen con cola de contacto. Y ms al ,o. Timan medio milln de pesetas a dos sindicalistas en el congreso confederal de CC.00. Utilizaron el truco del toco- mocho. Los estafadores fueron vistos minutos antes almorzando en el hotel donde se celebraba la convencin. Desocup otra copita y termin la bo tella. Dio un alegre traspis y extrajo otra marca de la bode guilla. El extraordinario y cido Via de las Quebradas. Son la leche. Ni avisar siquiera!, exclam. Tarare una cancin de la radio Djame que te cuen te limea, ahora que an perdura el recuerdo, lal, ahora que an se mezcla en el sueo, lal, el viejo puente del ro y la ala meda, laralal. Bebi y cort ms queso de las Baleares. Empezaba a atardecer y encendi las luces halgenas de la sa lita. Se qued sin pan y desacordon una bolsa de bimbo in tegral. Pas con el pulgar las pginas de Deportes y se fij en las de Comunicacin. El fallecido magnate de la prensa, Robert Maxwell estuvo en tratos con el editor nacionalista Eliseu Cli ment para adquirir el semanario cataln El Temps. Su misteriora muerte en aguas de Tenerife interrumpi las conversaciones. Maxwell deseaba fundir el hebdomadario de Barcelona con la revista Vogue. Seguidamente, arras con la butifarra, degluti 61 las habitas, escurri uno tras otro varios servicios del caldo grana y apreci, vacilante, cmo le sustraa una algodonada modorra. Dirigindose al sof, tropez con el carro de las bebidas, cay, se recuper, resbal otra vez ms y, all mismo, en la ja rapa de cuadritos, se durmi como una momia, estirado de cuerpo entero a un palmo de la tele, largo como un tigre de Bengala disecado, con la boca entornada y unos ronquidos es peluznantes. Cinco horas despus, alguien percuta la campanita elec trnica del rellano con la intencin de socarrar el tendido gene ral de la vivienda. Se reincorpor plantando una rodilla en tierra y un brazo en el codillo del sof y, oscilando entre las paredes del tnel del pasillo, voy, ya voy!, asom su cabeza entre el marco y el canto de la puerta con un ojo cerrado y otro nublo. Qu coo pasa pregunt, asaltante, al pirmano del timbre. Eso mismo digo yo!. Qu cojones pasa. Me est ca yendo agua sin parar en la galera desde hace ms de dos ho ras! Era cierto. Chapale la asquerosa balsa de fango que se haba formado entre los abonos del estircol y las semillas que guardaba para el plante de primavera, los tetrabrik de leche desnatada de la ltima excursin al Pryca, la comida de rgi men de la perra, los tubos de crema de los zapatos y el titan lux que sobr de pintar los rodapis. Cerr el grifo, se discul p al presumible nafrago, perdone, perdone, y estamp la puerta con la suavidad de un flcido barreno. Cuando acab de recoger toda el agua con el mocho, pre parar tres bolsas de cieno inmundo y airear el viscoso recinto del pequeo pantano, el telfono se encabrit, reclamndolo urgente. 62 Digaaa. Un acento de extranjero jubilado preguntaba Es lo Hos pital comarcol. Iracundo, contest Son tus muertos, too dos tus mu-eer-tos! . Y colg, excitado, reconociendo las pi sadas de sus campers por todo el pavimento. Otra vez a ba tir la fregona. Eran las dos menos cuarto de la madrugada. Estaba clarsimo, era razonablemente seguro, que ya no vendran a comer. Tanto trabajo, tanta chorrada, todo el da cu rrando como un capullo... imierda para el demonio!. Busc una pelcula de vdeo y se espatarr en el tresillo, pero antes descorch un Reserva del 76 de Jaume Serra y distribuy por la mesita de centro unas peladillas de Alcoi y un recital surti do de turrones El Lobo. De yema, de nieve, de tutti-frutti, de chocolate con avellanas... Orson Welles era Quinla, un puer co polica de frontera, un sabueso que fumaba estirados Fon secas, apuraba tequila de granel y falsificaba una docena de pruebas para salvar su borracho pellejo, pudriendo mejicanos a la sombra. Un sentimental monstruo que perece a balazos en una charca de albaales y heces, despus que Charlton Hes ton grabara ilegalmente las pruebas de sus crmenes y Marie ne Dietrich lo hundiera entre las piernas de su corazn. Apag la tele y prepar caf. La vista de la inacabada fi deu le entristeca. Camin a la biblioteca, repas el estante de los contemporneos franceses y se hundi de nuevo en el su frido sof. Desde que uno debe morir, es evidente que no im porta ni cmo ni cundo, filosofaba Meursault, el extranjero de Camus. Alz el champany y brind solitario por la amistad, por la humanidad, por la existencia. Carraspe, riendo. A las doce en punto de la maana se restreg los dientes con biofluoral encas sensibles y reg lentamente las macetas. Decidi recoger la mesa, pero advirti que la perra se haba meado en la cocina con una verde lagunilla que rodeaba el ces 63 to de las verduras y la funda de la bombona del butano. Lle n de nuevo el cubo, enjuag las losetas y coloc el collar al sumiso mamfero, sacndolo por fin a expansionarse. En el parterre, record a los invitados, canallas, gentola, informales, mientras Toneta inundaba de orn un seto de magnolias. En treg mil pesetas al guarda, discutieron sobre la fecha de la chapa antirrbica de la perra y, ya en casa, le arroj en su pla to toda la fideu, un fro espectculo de esplndidos mariscos y pescados, tres mil pesetas a tomar por el saco, devolviendo la mantelera al aparador. A la una y media, otro vecino enlo quecido intentaba abrasar la campanilla de la puerta. Entonces se top en el rellano con Paula, la Mireia y el Rafa vestidos de sport, con unos rostros frescos y despeja dos, unas sonrisas de beb y una lujosa caja de Don Perignon precintada con un lazo de flores. Antes de decidirse a incre parlos, a insultarlos groseramente por la tremenda putada que me habis gastado, examin despacio a la Paula, que estaba hermosa y exultante y aleteaba unos ojitos azules de vaya tarde que vamos a pasar; observ a Mireia, con la caja del fa moso champany en su mano derecha, y sorprendi ausente al Rafa, enderezndose la solapa de su chaqueta de lino y con torneando sus zapatos para ver si an brillaban. iFotre, tos, mira que habis tardado! . Toneta apareci saltando en el um bral del hall, moviendo la cola como un ventilador y echndose la lengua por el hocico a ritmo de parabrisas. Pero, nano, no habamos quedado hoy domingo, dijo Paula, ya dentro, lim piando con una gamuza el ltimo elep de Pavarotti, Josep Ca rreras y Mario de Mnaco 64 10a EDICI 1994 LA PIEDRA de Antonio Luis Vera Velasco (GANADOR) DE MAIRENA DE ALJARAFE (SEVILLA) 65 1 padre... Mi padre deca que la lluvia son las lgrimas de los ngeles; por los pecados de los hombres. Y me parece que hoy, Clodio, las felonas de los cristianos se las hielan al meu santo Gabriel. Descansemos un mo mento, ya no puedo ms articul Talio penosamente, sintiendo la lluvia glida en la cara y dejando la piedra que arrastraban. Luego, se incorpor para desentumecer los msculos, mientras su compaero se derrumbaba jadeando al borde del sendero. Desde luego ya no eran jvenes, y no era extrao que sus huesos se resintieran por el esfuerzo, pens Talio, mientras bus caba con la mirada las huellas de la trocha por donde camina ban, entre los troncos poderosos de los castaos que se hun dan en el barro. Luego, una rfaga de viento glacial descendi desde las cimas del bosque para golpear con su hacha glida los canchales. El aire gimi entre los riscos, se estremecieron los bre zos y tiritaron las hayas al sentir su filo insistente, y Talio y su compaero se arroparon en sus capas de lana, cuando un true no reson en la lejana y la lluvia se transformaba en nevisca. En la fortaleza de las nubes la luna se asom brevemente a la no che, y por unos segundos Talio pudo divisar, entre las sombras de los helechos, el sendero por donde avanzaban. Los lejanos picos de los Montes de Paradanta se levantaron plateados fren te a su vista, y Talio comprob, al pie de un cadozo, la presen cia claroscura del majestuoso carvallo que les sealaba la cercana de su meta. Despus las nubes tornaron a ocultar la luna, mien tras rebotaba en los farallones el aullido del lobo. Vamos, Clodio, continuemos. Sigamos antes de que esta maldita tormenta nos pudra los huesos pronunci con resigna cin Talio, volviendo a agarrar las bandas de cuero para continuar arrastrando su piedra y sus recuerdos. Clodio se incorpor traba josamente y un lamento gutural brot de su garganta. Ya lo s, 66 Clodio le habl Talio, no es noche para recorrer la montaa. Pero, nimo!. Ya estamos cerca. Tenan algo ms de treinta y cinco aos y ya eran casi unos ancianos. En realidad, ninguno de ellos conoca exacta mente qu edad tena, pero eso no importaba mucho en su mundo. Para unos campesinos como ellos, los pergaminos del liber anoe de los clrigos se resuma en el calendario intangible del correr de las estaciones: la segunda mujer de Clodio haba muerto por San Eutelo, tras aquel ao de buena cosecha de ce bada; los hijos que les quedaban se les marcharan al agostar se una primavera; las golondrinas eran quienes les traan nietos, y las rfagas invernales las que se los llevaban; a Marica, la ra paza de Clodio, la enterraron cuando florecieron las bgulas, y dos hijos se le perdieron a Talio por las quebradas de las sierras de la Peneda, durante una leva otoal. Una leva como aqulla en la que ellos mismos haban sido reclutados en su juventud para acompaar a las huestes de Vmula, el favorito del rey Gar ca y seor de Soutolobre, y a la que Talio recordaba como una sombra tenebrosa de aldeanos abandonando resignadamente sus chamizos, con sus hoces y guadaas al hombro en busca de predios humanos que desbrozar, mientras las mujeres, rodeadas de chiquillos confusos y taciturnos, miraban a sus maridos sin un murmullo de queja, sin una mirada de dolor o de ira que pudiera entenebrecerles an ms la partida. Eran las mujeres de su tie rra, las mujeres de su aldea que, desde que nacan, se enraiza ban como flores a las humedades tiernas de los bosques. Mu jeres que se ataban a la servidumbre dura de los campos sin un gesto de reproche hacia sus hombres y que les entregaban, con un dolor mudo y estoico, los panes de bayas para el cami no y un pote de ungento de lombrices hervidas para que les adormeciera las heridas, si es que Dios les destinaba, por sus pe cados, la suerte de un mal morir. 67 Y las culpas de los hombres tuvieron que ser demasiadas en aquel verano de su guerra y juventud. La mayora de los paisanos de Talio haban muerto luchando, intentando que las razzias mu sulmanas retrocedieran tras las fronteras del Mio, que ti sus aguas de rojo y exasperacin. En la memoria de Talio resonaban todava los alaridos de los moribundos araando afanosamente la tierra, buscando un soplo de vida, mientras los caballos piafaban aterrorizados y los estandartes rutilantes de los barones se tean con la sangre y las almas de los combatientes. Luego una calma gri scea invadi los campos de Oleiros, y los cuervos descendieron de las nubes en busca de su carroa. Y el olvido. Talio y Clodio fueron de los pocos que retornaron a la aldea. A Talio no le haban daado el cuerpo, pero una profunda esto cada le haba sajado en dos el alma. Aparentemente volvi a la ru tina de su vida de labriego sin que los horrores de la contienda le hubieran derribado las almenas de su corazn; pero la visin de sus compaeros, olvidados en el campo de batalla y destinados a caer de las ramas del rbol de los recuerdos como las hojas en el otoo, haba desplegado sus alas sobre los repechos de su pen samiento. Como un halcn monstruoso y turbulento, aquellas vi siones terrorficas del mundo, que en su juventud viviera, haban volado incansablemente sobre las convicciones de su espritu, has ta descender un da, con sus garras aceradas, sobre el vuelo in conmovible de su ruda y spera impasibilidad. Entonces, ator mentadamente, por primera vez Talio medit sobre el tiempo y la brevedad de la existencia, y lleg a comprender dolorosamente la inconsistencia del presente frente a la inexpugnabilidad del pasa do y la vastedad del porvenir. Escuchando de nuevo su nombre en boca de sus convecinos, entendi finalmente la precariedad de la dignidad del ser humano y Talio, el siervo, sinti que l tambin es conda en su mansedumbre, como en un regueiro adormecido, la nobleza y el orgullo, pujante y soberano, de la torrentera invernal. 68 Record que todava su padre fue en vida un hombre libre que se llamaba Xoan Pieiro, y que saba escribir en latn y que pagaba el canon herbtico por las tierras bacarizas; y que su abuelo, lec tor de filsofos y hombres piadosos, fue un clrigo al que llama ron micer Talio de Riob, hasta que el decreto del Papa Benedic to VII I baj por San Cibrn a lomos de una mula para probar en l la consistencia de su amor por Jesucristo, obligndole a aban donar a su familia y anular los derechos legtimos de sus hijos, por que aquel despacho instauraba, sin excepciones, el celibato en los ministros de la Iglesia de la Cristiandad. Y Talio, el siervo, cuando al atardecer se sentaba al calor del hogar y descubra, en el fulgor de las brasas, los cuerpos putrefactos de sus compaeros y el cheiro de los cadveres hinchados de los frisones desperdigados por los valles, y contemplaba, en la danza vivificante de las llamas, cmo los pueblos se desmoronaban en el torbellino de la guerra y cmo la poca fe de los hombres, como los padres predicadores exclamaron apasionadamente en sus sermones, haca que Dios tu viese que refugiarse en las escarpaduras ms remotas, decidi una madrugada que l no se perdera en el ddalo de las cenizas de los siglos y reclamar, como cualquier noble infanzn aboneta do de alcurnias, en cuanto tuviera la ocasin, su dignidad como hombre rescatndose del olvido. Y los aos encadenaron sus horas mientras las estrellas afian zaban sus ciclos. Los dramas, aquellos cnticos efmeros que en su mocedad, durante la Misa de Pascua, ensalzaban el encuentro en tre las mujeres afligidas que esperaban junto a la tumba de Jess, y el arcngel, que les daba la buena nueva de su Resurreccin, ha ban tardado en volver, pero haban retornado al fin. Desde que las fronteras del Duero se haban abierto hacia el sur y ms all de sus frtiles riberas, una maana de promesas haba reverdecido dan do paso a una aorada era de paz, donde el vertiginoso ailal re naca de nuevo en las gargantas compesinas para confundirse 69 con el corazn estremecido de los tamboriles y volar, en las ma drugadas de plenilunio, como una invocacin de dicha atvica sobre los arroyuelos alegres del Termes y los dlmenes, silenciosos y espectrales, que levantaron otros viejos guerreros tambin olvi dados por el tiempo. Y las primaveras continuaron suavizando los vientos. Los otoos continuaron revistiendo de oro las hojas de los olmos cuando nuevos hombres y nuevos usos germinaron. Las gentes hablaban de sitios lejanos a los que les decan Cluny, y por nueve sueldos volvieron a comerciarse las vacas de vientre. Los besteiros retornaron a domar a los maraones en las claridades melancli cas de los plenilunios y las mujeres a preparar emplastos de San Ba silio para aplacar la satiriasis, aunque aquellos nuevos monjes, a quienes llamaban benedictinos, no aceptaron el poder legendario de las brujas chuchonas y el efecto benfico de una plegaria a San Caralln, unida a una cabritilla de ofrenda a la meiga de Caber nouro, para conjurar los dolores de las parturientas y reforzar la efi cacia del aguardiente de altea. Pero aquellos monjes, adems de sus alocuciones y sus celo sas plegarias al Altsimo, tambin traan oculto, entre los pliegues de sus hbitos y los aromas penetrantes de sus incensarios, el ar quetipo sublime de una etrea esperanza; un soplo purificador que deba recorrer como una brisa impetuosa el planisferio de la Cristiandad. Los monjes traan esculpidas en sus almas la idea de un hombre nuevo, aunque para los labriegos nada hubiese cambiado, porque el sol segua recorriendo las mismos confines y sembrando las siluetas de los robles en las mismas vaguadas. Sin embargo, pese a que Dios y los hombres continuaron amparndose tras las murallas ms infranqueables, Talio presinti que era en aquellas formas ma cizas y voluminosas, en aquellos bsides curvos que se erigan len tamente para proteger al Creador y por donde trepaban los co reos de los doladores y zascandileaban las voces volvoretas de los 70 albailes, donde se guardaba el secreto sibiltico de su ms fer viente deseo. Y un anochecer Talio lo descubri al fin, porque cuando los ltimos pilares delimitaron el prtico de la abada de Ta boexa, reconoci que ese hombre nuevo que luchaba por nacer es taba encarcelado en las criptas de su espritu. Y ahora Talio y Clodio avanzaban arrastrando su piedra mien tras el aullido del lobo se elevaba en la noche. Clodio, con el que comparta sus sueos, aunque a veces no llegara a entenderlos. Clodio, al que tuvo que coserle el rostro cuando un lanzazo le abri la mscara desencajada de su cara. Clodio el sombro, cuya alma perdi el don de la palabra desde entonces y que viva aislado en la aldea, encerrado en el silencio ardiente de su pensamiento rudo y miserable. Clodio, que tiraba de la pesada piedra como si fueran los pecados de la desesperacin del universo, que era su amigo y al que una maana le haba entregado toda su existencia al con fiarle su secreto. Cuando se percataron de que la nevisca haba parado, Talio y Clodio se haban detenido, respirando profusamente para recu perar el resuello. Un viento sibilino se despert dispersando la nu barrada y sintieron que sus rfagas heladas les traspasaban los mi tones con los que se protegan las manos. Entre las ramas desnu das y espectrales del carballo, el ulular del aire pareca recriminar les su presencia, y a Talio se le aceler el pulso al pensar en los drui das, aquellos sacerdotes de los bosques que buscaban a los ca minantes solitarios para abrirles las entraas y que hablaban con los rboles. Un espasmo de temor bombe sus venas y Talio se per sign impulsivamente mientras elevaba una plegaria a la Virgen del Corpio para calmar su desazn. De repente, los contornos de la abada de Taboexa se le descubrieron a la luz fra de la luna, y Ta lio sinti que la alegra le lata en las sienes y que un clamor de al borozo le quemaba la garganta: All estaba!, al fin lo haban conseguido!. 71 Olvidndose del cansancio, con un impulso eufrico, vol vieron a retomar sus tiras de cuero y arrastrar su carga. Mientras se acercaban a la abada como unos cirineos recelosos, en la im precisin del claror plido de la luna, Talio repas los detalles de su plan en los recovecos de su memoria. Revis la edificacin, com probando las obras de mampostera del prtico y los entramados de argamasa; escrut en las pilastras y reconoci las columnas del baptisterio, y lleg hasta aquel lugar del muro que l haba se leccionado y donde el mortero an esperara, hasta que con la pri mavera llegara otra vez el buen tiempo, las rdenes de los maes tros de obras. All era donde aquella noche ensamblaran su sillar, su deseo escondido que l lacrara con su voluntad y que les per petuara como hombres. Avanzando por el lodo de los primeros aguanieves del in vierno llegaron hasta los prticos de la abada. Pasaron bajo el arco de la escalinata tirando trabajosamente de la piedra. De repente un escalofro de terror animal se les aferr al alma cuando un viento negro se enred ululando perversamente en las columnas y escap hacia el cielo abierto del crucero. El lamento profundo de Clodio pareci despertar todos los terrores dormidos de Talio, que comenz a tirar de la piedra frenticamente mientras miraba a la luna, que pareca sonrerles como una diosa espectral. A la memoria de Talio vinieron viejas historias de aparecidos, y not que se le agolpaban en su pecho las supersticiones milenarias de su pueblo. Vamos, Clcxlio! Unos metros ms! ste es un lugar sagrado y seguro, que no nos puede pasar nada dijo sin conviccin. La hierba aplastada pareca el camino amargo de la desola cin cuando al fin llegaron al lugar que haban elegido. Soltaron nerviosamente las bandas de cuero que cean el sillar y Talio se dispuso a preparar la argamasa que transportaba en un saco. Clo dio, con los ojos desencajados, pareca encontrarse en los umbra les del infierno. Acechaba a su alrededor como si esperara en 72 contrarse con los demonios ms perversos de sus creencias. Sus ojos clavaban sus terrores en los muros cubiertos de enredaderas, in tentando descubrir los ncubos dantescos que forjaba su imagi nacin en las profundidades de los altares laterales humedecidos por el moho, y cuando la nevisca afirm su fiereza, un lamento in fantil surgi de su garganta. Valor, Clodio! Ya he terminado! Agarra por ese lado y co loquemos la piedra en su sitio. En la oscuridad, con los msculos en tensin, izaban la pesada piedra cuando Talio resbal. Clodio lanz un aullido a los cielos en furecidos al notar que la piedra se giraba y que l caa tras ella, mientras una arista de dolor acrecentaba el grito de dolor que emiti Talio. Otra vez! Levntate! Vamos, maldito, levntate! Sin preocuparse por la herida de su brazo, Talio incorpor sal vajemente a Clodio, que temblaba como un azogado. Talio sen ta que la sangre le empapaba la ropa como una savia caliente; pero, aunque notaba que tambin a l el terror le encharcaba las hoyas de su mente con las aguas turbias de sus deseos de huida, la sombra tenebrosa de su piedra, de su destino, le infundi el va lor necesario para tirar de ella tras revisarla ansiosamente. Una vez ms sus msculos quisieron convertirse en los tron cos soberanos de los robles y se tensaron como cuerdas de ba llestas. Poco a poco, afirmando los pasos, en la negrura que les en volva, llevaron la piedra junto a los otros sillares y, con un supre mo esfuerzo, la colocaron en su sitio. Lo hemos conseguido, Clodio. Gracias a la Virgen, ya est. Ya podemos irnos. Talio ech un brazo por encima de los hombros de Clodio. Agotados, resbalando bajo la lluvia, volvieron a cruzar los prticos de Taboexa en busca de su sendero. Mientras avanzaban peno samente de vuelta a sus hogares, mientras recorran sus pasos 73 bajo aquellos primeros aguanieves del invierno, mirando hacia los siglos venideros, Talio no dudaba que sus vidas ya tenan un sentido. Con el alma henchida de alegra contempl a los hijos de sus hijos reecontrndoles cuando en los tiempos futuros conclu yeran los altares de Taboexa y los cirios encendidos hablaran del amor de sus hombres hacia su Creador. Con el alma rebosante de esperanza, Talio percibi cmo le hallaban en una esquina de aquel sillar recndito y humilde de un muro de Taboexa y cmo los hijos de sus hijos, sus infinitas generaciones, cuando se arrodi llaban para encontrarse con Dios, al pasar las yemas de sus dedos sobre la piedra, deletreaban en aquellos trazos diminutos y hu mildes que a l le haban costado casi una vida descubrir y muchas noches de esfuerzo grabar: Talio, al que apodaron siervo, tuvo un amigo que se llam Clodio y fue siempre un hombre con el alma libre. Su padre se llam Xoan Pieiro y el padre de su padre, mi cer Talio de Riob. Y Talio, mientras senta que sus temores ancestrales se le di luan como la escarcha al amanecer, no lleg a intuir que el Des tino era el nico espectro real que vagaba aquella noche sobre los caminos solitarios de la Tierra. Que el Destino, aquella madruga da, cuando vagabundeaba por las soledades de los montes y va lles de Paradanta, haba decidido perversamente que Clodio y l nunca seran rescatados del olvido de los hombres. Y es que, ma cabramente, con la cada de su sillar, el Destino, dando la vuelta al universo, los relegaba a la desmemoria de los siglos por toda la eternidad; porque, en definitiva, mientras ellos caminaban hacia su aldea, su recuerdo, sus nombres, sus vidas, aquellas letras escul pidas trabajosamente sobre una cara de su piedra, llenaban sus concavidades y fraguaban sus lneas con la argamasa que las una a un sillar, tambin recndito y humilde, de la pequea abada de Taboexa. 74 10a EDICI 1 9 9 4 LAS NOCHES GALANTES de Juan Manuel de Prada Blanco (Accsir) DE ZAMORA 75 El que admira a alguien por algo necesita, para vivir a gusto, compadecerle por alguna otra cosa. ENRIQUE JARDIEL PONCELA 1 NTELIGENCIA, dame el nombre exacto de las cosas. Que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma nuevamente. Que por m vayan todos los que las conocen, a las cosas. As rezaba yo, noche tras noche, con una sensacin anticipada de frustracin, como quien, situado entre el fervor y el escepticismo, aguar da el advenimiento de un milagro. Al otro lado de la calle, a tan slo diez metros de distancia, don Hiplito Prados, cima de nuestra poesa local y espejo donde yo anhelaba contemplarme algn da, trabajaba en su gabinete, ajeno al desaliento, emborronando cuartillas con el generoso caudal de sus endecaslabos. Inteligencia, dame el nombre exac to, y tuyo, y suyo, y mo, de las cosas, almbrame con la lla ma de la poesa, esa luz insomne que prende y ya jams se consume, otrgame el sagrado don de la palabra escrita, repeta una y otra vez, haciendo del poema de Juan Ramn un ejercicio de devocin profana, mientras don Hiplito Prados, el favorito de las musas, sustitua la carga de tinta de su estilogrfica y tamborileaba con los dedos sobre la madera del escritorio, marcando la prosodia de sus versos. El gabinete de don Hiplito Prados, iluminado por una lm para menesterosa, apareca ante mis ojos enmarcado por el recuadro de la ventana, como replegado en s mismo, inac cesible tierra incgnita all al otro lado de la calle, oasis de luz en la noche definitiva. Mi habitacin se hallaba justo en frente de aquel gabinete, separada por una especie de pla 76 zoleta (en realidad un ensanchamiento de la calle) que el Ayuntamiento haba bautizado con el pretencioso nombre de Plaza de Hiplito Prados. Y all estaba yo, como un re flejo sordo e insignificante, agazapado en el anonimato, in cubando la esperanza absurda de que quizs algn da (la remisin al futuro es la coartada del fracaso), por alguna inexplicable alquimia, yo tambin sera un poeta famoso, penetrado de genialidad, al igual que don Hiplito, y fan taseaba con la posibilidad remota de que mi existencia se contagiase de la existencia de mi maestro, hasta que nues tras almas, liberadas de sus envolturas materiales y como consecuencia de una extraa simbiosis, se pudiesen inter cambiar. De este modo, nuestros cuerpos se turnaran a la hora de custodiar la antorcha del numen potico, igual que se turnan o suceden los centinelas en su labor de vigilancia. Pero mientras aquella simbiosis no se produjera, don Hi plito y yo seguiramos ocupando, como entes disociados, nuestras posiciones tan opuestas, l a un extremo, aureo lado de inmortalidad, yo al otro, derrochando mi juventud entre conjuros intiles. Don Hiplito Prados despertaba en m esa admiracin incondicional, mezcla de romanticismo y fijacin morbosa, que conduce a la idolatra, a esa necesidad urgente de co nocer y hasta de compartir la intimidad, sin desdear la intromisin y el espionaje, una fascinacin fantica y mu chas veces incongruente que aspira al conocimiento pleno de la persona admirada, desde sus preferencias artsticas hasta la frecuencia de sus latidos o las variaciones que un catarro introduce en el metal de su voz. Don Hiplito Pra dos trabajaba en su gabinete con dedicacin de orfebre, con esa constancia conmovedora y artesanal que slo poseen los miniaturistas. Don Hiplito Prados inventaba cada noche, 77 en la soledad gremial de su gabinete, un soneto cuajado de metforas ms o menos campestres que su intuicin de poeta iba engastando en el lugar preciso, hasta completar los catorce versos. Don Hiplito cincelaba sus sonetos aus piciado por el lirismo de la noche, por esa fragancia exhausta que slo la nocturnidad nos brinda. Don Hiplito escriba sus endecaslabos con la aplicacin del amanuense que se gana un sobresueldo copiando inventarios notariales. Don Hi plito escriba, en definitiva, sin esa exaltacin que solemos atribuir a los poetas, en un proceso parsimonioso donde cada verso se haca ms largo que la condena de Ssifo. Don Hiplito iba construyendo su obra sin someterla a los alti bajos de la inspiracin, como quien es consciente de estar completando una misin histrica. Quizs en esto consis ta la profesionalidad. Don Hiplito Prados, maestro de poetas locales, arras traba un pasado de enfermedad y peregrinaje que aada in ters a su biografa. Despus de una juventud provinciana, consumida entre poetas patriticos y juegos florales, don Hi plito haba abandonado la ciudad que lo vio nacer, a la bs queda de la fortuna. En ciertos crculos proclives a la calumnia se le atribua un enriquecimiento muy poco literario (olvi daban que Rimbaud tambin haba cultivado el delito): con trabando de armas, desfalcos millonarios y otras trapisondas de este jaez. Por el contrario, la versin oficial difundida por el propio don Hiplito hablaba de vagabundeos cos mopolitas y de una tuberculosis contrada en circunstancias anacrnicas, en plena era de la estreptomicina, que le haba obligado a mantener reposo en sanatorios de difcil locali zacin. Sea cual fuere la verdad, ambas suposiciones la ofi cial y la oficiosa se complementaban y contribuan a for mar una imagen casi mtica, llena de claroscuros y zonas de 78 sombra, como conviene a la creacin de cualquier mito. De regreso a su ciudad natal, don Hiplito Prados haba ad quirido una casona de piedra, con escudo nobiliario y alda ba de bronce, y en ella se haba recluido, consagrado a una obra en su mayora indita, pero presumiblemente genial, una obra con vocacin totalizadora cuyas lneas maestras don Hiplito adelantaba en entrevistas concedidas a los mi crfonos de la radio local, entrevistas en las que empleaba una voz amable, salpicada de toses y esputos, los achaques propios de una tuberculosis mal curada. No se saba a cien cia cierta en qu consista la obra de don Hiplito (en sus de claraciones, algo reticentes y aturulladas, l hablaba de una coleccin de sonetos que celebrasen cada piedra, cada gota de agua, cada tomo de luz, en velada alusin a un proyecto pantesta o meramente enciclopdico), y, sin em bargo, era esperada como agua de mayo, con esa expecta cin un tanto arbitraria que participa de la fe religiosa que los humanos slo depositamos en las empresas ms inve rosmiles. Muy de vez en cuando, aparecan en el peridico sonetos firmados con seudnimo cuya autora algunos ma lintencionados no dudaban en atribuir a don Hiplito. Eran, por lo general, sonetos llenos de imgenes agropecuarias, in dignos de su talento (del talento que se le supona) y las trados por un lirismo ramrtln: Por sendas, por caminos de trigales, por asfaltos en tierra castellana llegan a la ciudad, en caravana los hombres, las mujeres, los chavales. Sonetos casi siempre disertativos, poco convincentes en su enumeracin de casticismos, sonetos pedestres, posedos 79 de un optimismo sonrojante que celebraba las bellezas del paisaje: Es domingo y temprano. La maana se alumbra con un sol madrugador, que llenar de luz y de esplendor el monte, el valle, el prado y la besana. A la publicacin de estos sonetos se segua una pol mica de atribuciones, exabruptos y palinodias que solan concluir con una carta de exculpacin que don Hiplito enviaba al peridico y en la que, en un tono melindroso, re chazaba la paternidad de aquellos sonetos espurios, si bien reconoca ciertas afinidades en el versificador annimo, y hasta posibles coincidencias en el punto de vista. Las car tas de don Hiplito, lejos de disipar las sospechas, alimen taban una picaresca que no beneficiaba precisamente su re putacin, consolidada sobre cimientos no demasiado firmes. Como antdoto a esta picaresca, se promovieron desde los sectores oficiales actos de homenaje para compensar la violencia de algunos escritos difamatorios. Durante aquel mes de agosto, especialmente ajetreado en el captulo de descalificaciones, el Ayuntamiento decidi terciar en la po lmica, nombrando a don Hiplito hijo predilecto de la ciu dad y bautizando una plazoleta con su nombre, en seal de desagravio. Asimismo, la Sociedad de Viudas Romnticas, integrada por algunas de las damas ms conspicuas de nuestra ciudad, decidi confiar a don Hiplito la direccin de sus actividades culturales. La Sociedad de Viudas Ro mnticas se haba formado, aos atrs, como respuesta inevitable a la nostalgia de una juventud interrumpida por el luto. La Sociedad de Viudas Romnticas era una especie 80 de sindicato para mujeres embellecidas por la muerte y las herencias que desplegaba una serie de actividades benfi cas, ejecutada con esa eficacia levemente sexual que slo las viudas practican. La Sociedad de Viudas Romnticas congregaba en su seno a mujeres de condicin patricia que acallaban su insatisfaccin a travs de un culto fetichista al marido extinto. Todas las noches, durante aquel mes de agosto, las viudas se reunan en la casona de don Hiplito, enaltecidas por un silencio que tena algo de sumisin o es pera lbrica. Acudan con una puntualidad indeclinable, envueltas en el vendaje negro de sus vestidos, clandestinas y algo temblorosas, como vrgenes en el tlamo. Media hora antes de su llegada, don Hiplito ya haba interrum pido su labor creativa y se haba emperejilado a conciencia, hasta adquirir ese aplomo viril, corregido por un cierto afe minamiento, que constituye el xito de cualquier hombre que aspire a desenvolverse con naturalidad entre una nube de mujeres promiscuas y sentimentales. Yo, por mi parte, aguardaba pendiente del reloj el momento en que, si guiendo las instrucciones de don Hiplito, debera incor porarme a mi puesto de mayordomo apcrifo. El trabajo de mayordomo lo realizaba de balde, a cambio de poder par ticipar, siquiera por unas horas, de una existencia superior y cultivar esa mxima que aconseja ser sublimes sin des canso. Don Hiplito, que jams haba contemplado la po sibilidad de contratar servidumbre, acept mi oferta a re gaadientes, sorprendido de suscitar entre el vecindario lealtades rayanas en la esclavitud: despus de algunos for cejeos, consinti en utilizarme como elemento decorativo en las veladas que se organizaban en su casa. Aunque al principio me cost actuar con desenvoltura, no tard en asi milar todo un repertorio de reverencias y en granjearme la 81 confianza de mi maestro, quien, sin desembolsar un duro, poda presumir de mayordomo y gozar de un gran predi camento entre las viudas, ya de por s predispuestas al ha lago. Don Hiplito me franqueaba la puerta de su casona, baslica secreta donde se cocinaban los ingredientes de la poesa, y me daba los ltimos consejos, abreviados por la premura, mientras en la calle se escuchaba, cada vez ms ntido, el taconeo de las viudas al caminar. Y nada de protagonismos, eh, chaval T te limi tas a recibirlas, las conduces al saln y santas pascuas. Lue go, cuando yo te haga una seal, sirves el champn. No quiero intervenciones de puro lucimiento, entendido Yo asenta con la modestia de un criado bien remune rado. Don Hiplito usaba conmigo el despotismo propio de los hombres aquejados de vanagloria y tuberculosis. Claro que, sin ese despotismo, don Hiplito hubiese carecido de ese especial atractivo que poseen quienes se creen predes tinados a la gloria. Don Hiplito era un hombre enflaque cido por la fiebre, algo canijo, con una calva donde reluca toda la poesa del mundo y una voz de rapsoda matizada de resonancias castrenses. Don Hiplito usaba gafas con montura de carey y lentes profundas que le agrandaban los ojos (sobre todo la crnea), hasta convertirlos en los ojos de sorbitados de un besugo. Descuide, don Hiplito. Yo me quedo quietecito en un rincn y hago la estatua. Ms o menos conforme, don Hiplito se retiraba al saln, como intentando disfrazar la visita de las Viudas Ro mnticas con una nota de imprevisin. Las viudas no tar daban en golpear la aldaba, y yo les abra con gran cere moniosidad, doblaba la cintura sin flexionar las rodillas y mantena erguida la cabeza, procurando no desviar la mi 82 rada hacia el tropel de piernas que se me ofreca, enfun dadas en medias de seda. Doa Amparo, presidenta de la Sociedad, encabezaba la comitiva y se encargaba de for mular la pregunta de rigor: Buenas noches. Puede recibirnos don Hiplito Lo preguntaba con ese desapego nacido de la hostili dad o la indulgencia con que las marquesas tratan a las cla ses inferiores, desapego que en el fondo encubre una os cura forma de lujuria. Por supuesto, seoras. Si son tan amables... Extend el brazo en direccin al saln, apuntando a la puerta de doble hoja que las separaba de don Hiplito. El gru po de viudas formaba un todo homogneo, difcilmente in dividualizable, que me turbaba con su belleza, propia de se res que contemplan el sufrimiento ajeno sin que les inspire sen timiento alguno de piedad, una belleza insolente, colectiva y como satisfecha de s misma que encenda en m una chispa de deseo, una afn de profanacin que nunca se llegara a consumar. Las viudas avanzaban, envueltas en ese halo de profanacin que las haca prximas y a la vez tan distantes, como vestales ensayando los pormenores de un rito. En sus escotes, afloraba la ofrenda de sus senos, esa luna creciente que pugnaba por hacerse llena y vencer la aspereza del luto. Don Hiplito se hallaba sentado ante su piano de cola, entre el terciopelo del taburete y el marfil del teclado. Sus dedos te jan arpegios y se movan como araas enormes y despelle jadas; eran unos dedos sarmentosos, dedos de Chopin que otorgaban un prestigio doblemente anacrnico a mi maestro. Mis queridas amigas! Ya comenzaba a dudar de su puntualidad. Doa Amparo alarg su mano enguantada de negro, y don Hiplito la bes con una fruicin que denotaba va 83 sallaje. Las viudas, antes de ser invitadas a hacerlo, se aco modaron en las butacas dispersas por el saln con una se riedad adusta, aprendida en tantas noches de velatorio y fi delidad pstuma. Al cruzar las piernas, mostraban unas ro dillas casi sacrlegas, de tan blancas y redondas. Don Hiplito reserv para la presidenta de la Sociedad el taburete del pia no, nico asiento que quedaba libre, y luego recorri con una mirada no exenta de vanidad el gineceo que congre gaba en su saln, sintindose sin duda un nuevo Hrcules agasajado en el pas de las amazonas. Querdisimas seoras dijo, despus de algunos carraspeos muchas gracias por arroparme con vuestra impagable compaa en esta noche de un mes de agosto que presto concluir, para traer a vuestros lares una vida ms llena de afectos y fragancias, de amor y de fervores. Un agosto que ya ha convertido las esmeraldas de las tierras en oro de trigales, y los pmpanos frescos de las vides en orondos racimos de venturosa vendimia, para que as se vuelva a producir el milagro de la Eucarista. Las veladas poticas que don Hiplito dispensaba a la Sociedad de Viudas Romnticas adquiran pronto una tem peratura inequvocamente sexual, a fuerza de insistir en los aspectos ms buclicos de la naturaleza y de salpicar su monlogo con una tos cavernosa, como nacida de los pul mones, que a veces se le suba hasta la boca en forma de esputo que l se apresuraba a recoger entre las dobleces de su pauelo, igual que una nia guarda flores resecas entre las pginas de un libro. Los esputos de don Hiplito, flores diminutas y ensangrentadas, se desecaban entre las do bleces de la tela, como testimonios vegetales de una en fermedad lrica que no se terminaba de curar. Las viudas asistan a estos accesos entre la repugnancia y la fascinacin, 84 y sujetaban entre sus brazos el cuerpo desvencijado de don Hiplito, orgullosas de poder asistir en su agona a un Bcquer de nuestro siglo. El saln se llenaba de bacilos de Koch, que flotaban en la atmsfera como partculas de un polvo dorado, una especie de polen que impregnaba el luto de las viudas y las fecundaba con la semilla del amor y la literatura. Don Hiplito, con la excusa de sus tisis, lo graba remover en las viudas ese poso de curiosidad que toda mujer siente hacia el enfermo, y haca de esta facul tad un ejercicio de seduccin que desarmaba las defensas de aquel grupo de viudas romnticas y las rejuveneca, transportndolas al da en que murieron sus esposos, a la hora ms juvenil de su existencia. Don Hiplito, no se nos muera, por Dios le de can, y le daban golpecitos en la espalda, como ayudndolo a expectorar. Yo, mientras tanto, permaneca quieto en un rincn del saln, escuchando la respiracin oxidada de don Hiplito, no sabiendo si atribuir la virulencia del ataque al curso de la en fermedad o a sus dotes interpretativas, a su capacidad para re crear un mal ficticio y ganarse as el nimo de las viudas, que ya lo haban recostado sobre un divn y le aupaban la cabe za con cojines y almohadas. Don Hiplito me hizo una seal de difcil interpretacin desde el catafalco improvisado y yo, de inmediato, me acerqu con una bandeja repleta de copas de champn, sorteando la multitud de las viudas. No se preocupen, queridas amigas les tranquili zaba don Hiplito. Se trata de un acceso de tos sin im portancia. Vamos, beban una copita a mi salud, vern que formidable lenitivo. Y para que no quedaran dudas al respecto, ahog su tos con un sorbo de champn que en parte se le derram 85 por las comisuras de los labios. Las viudas le lanzaron mi radas de reproche, llenas de un brillo febril que aleteaba en el fondo de sus pupilas, como si don Hiplito les hubiese contagiado su enfermedad. Doa Amparo fue la primera en apurar su copa y arrojarla por encima del hombro, poseda por el frenes de una bacante. A continuacin, dej escapar una carcajada sucia y gutural. Usted lo que quiere es emborracharnos y llevarnos al huerto, don Hiplito. Menudo cachondo est usted hecho. Lo dijo con una seriedad que desmenta la anterior efusin de alegra. El calor de agosto se depositaba sobre las copas y burbujeaba en el silencio del champn. Don Hip lito iba adquiriendo un aspecto macilento, muy a tono con su enfermedad, y ya apenas si poda tomar aire. El cerco de las viudas se estrech sobre el divn, aquel sarcfago de ter ciopelo granate, y se agrup sobre el cadver prematuro de don Hiplito. De repente, las viudas empezaron a desabo tonarse las blusas y a exhibir sus cuerpos despojados de luto, regenerados ante la proximidad de la muerte. Don Hipli to, inflamado de pleura y deseo, alarg los brazos sin de masiada conviccin, como si aceptar el placer le acarreara un tormento insoportable. La piel de las viudas tena una consistencia blanca, casi espectral, una textura virginal y adolescente; slo la mancha del pubis pona un estigma de luto en su desnudez. La escena tena ese aire profano e irreal de las pesadillas, el aroma fosilizado de los sueos con cebidos durante la infancia y, por desgracia, definitiva mente desterrados. Las viudas se fueron echando sobre el divn, una tras otra, con una seriedad demasiado mon tona, demasiado siniestra, hasta cubrir por completo a don Hiplito. Doa Amparo se acopl al agonizante y lo someti a una gimnasia de jadeos y exequias. 86 Ahora recteme uno de sus sonetos, don Hiplito. Quiero escuchar uno de sus sonetos mientras disfruto de us ted. Don Hiplito permaneci en silencio, inerte ya, de samparado por la tos y los endecaslabos. Sent una triste za mortal, pero tambin un regocijo ntimo, al comprobar que la inmensa obra de don Hiplito, esa obra que yo ha ba alojado en el templo de mi imaginacin, elaborada len tamente, gota a gota, se desvaneca de pronto, al hilo de la realidad dictada por doa Amparo. Comprend, con esa sensacin agridulce que produce el asesinato de nuestros dolos, que don Hiplito Prados haba sido una proyeccin artificial de m mismo, una cscara sin fruto que ni siquie ra ocultaba un misterio. Don Hiplito haba padecido la mediocridad que padece el comn de los mortales, esa im potencia para nombrar las cosas que yo crea una enfer medad exclusivamente ma. Le haban faltado las palabras, ese tesoro gratuito que se puede gritar con impunidad pero que casi nadie se atreve a gritar, porque es escurridizo y can dente y su sonoridad nos hace temer el da en que, por con traste, amaneceremos mudos y nos tendremos que ali mentar con palabras ajenas, con la repeticin de otras pa labras que jams nos pertenecieron, que fueron pronun ciadas por otros y que, al ser repetidas, implican una clau dicacin. Ese da terrible en que nuestros pulmones, ence negados de silencio, sentirn el filo de lo inevitable, esa enfermedad incurable que nos va despojando de palabras, que nos enmudece y sepulta en el atad del olvido. Vamos, a qu espera, don Hiplito. Recteme un soneto. El cadver de don Hiplito iba adquiriendo la rigidez de un reptil en hibernacin. La comitiva de las viudas desfil 87 ante l, sellando sus labios con un beso casto, una caricia de luto y crespones sobre su boca de muerto, vaca de en decaslabos, sucia de tos y tuberculosis, envilecida de silencio y mediocridad. Me march corriendo, satisfecho por haber colaborado con mi pasividad en el funeral. Slo un temor ensombreca mi dicha: la sospecha del contagio, la sensa cin de haber heredado de don Hiplito el germen de la im potencia creativa. Ese germen que borrara ya para siempre el nombre exacto de las cosas. 88 EDICI N ii a 1995 LA MIRADA DE OTRO de Teresa Torres Morn (GANADOR) DE VALENCIA 89 A casa haba quedado vaca. Raramente la alquilaba alguien en el mes de octubre; la primera quincena, si acaso. Como siempre, encargu a Rosario la tarea de adecentarla. En tan slo tres horas era capaz de dejarla como si no hubiera pasado nada en ella. Nada No, que cun tas cosas haban visto sus paredes desde que se alzaron a principios de siglo, conteniendo las vidas de tres genera ciones, la de mis abuelos la primera. Cuando yo era nio, la planta baja guardaba los establos, en los que las vacas y cerdos vivan en tumultuosa armona, y la leera. En el pri mer piso estaban la cocina, el cuarto de la plancha, un bao y el trastero, desde el que, por unas escaleras, se ac ceda a la leera; a m me tenan terminantemente prohibido abrir esa puerta. En la cocina, segn me contaban mis pa dres, era donde se haca la vida, aunque, al parecer, el fo gn de lea no era suficiente para calentarla, as que, cuan do nac yo, se le arranc un buen trozo para convertirlo en comedor. Pero a m, lo que ms me gustaba era el cuarto de la plancha, las largas tardes de invierno, con Rosario planchando sin dejar de cantar, mientras yo la escuchaba y la miraba ir y venir sobre la ropa con aquel extrao artilu gio al que no poda acercarme. Venga, que si te portas bien te canto la del marinero, y entonaba con voz de opereta: l vino en un barco, con nombre extranjero, y cuando lle gaba a lo de Errante lo busco por todos los puertos, yo ya me haba dormido, la cabeza entre los brazos, apoyado en la pila de sbanas con olor a jabn lagarto, y a leja, y a plancha. En el piso de arriba estaban las habitaciones, la de mis padres, presidida por un cuadro desde el que un Cris to crucificado miraba con bondad extrema a pesar de su cuerpo plagado de heridas (yo nunca entraba en esa habi 90 tacin a no ser que fuera indispensable), el cuarto de la cria da, o sea, el de Rosario, que entr en casa de mis padres cuando yo nac, y el mo. Parece ser que el de la criada es taba pensado para otro hermano que se qued en el ca mino, a poco de casarse mis padres. A mi madre le cost bastante volver a quedar embarazada, y cuando yo llegu por fin, ella tena 38 aos, fue una fiesta. Dentro de nada nos dejar, lloriqueaba mi madre en cuanto vea que ha ba crecido dos centmetros. La verdad es que no haba j venes por all, slo nios mayores. En cuanto cumplamos los catorce aos haba que pensar en si se segua estu diando, lo que quera decir salir del pueblo y marcharse interno a Villalba, o seguir all hasta cumplir el servicio mi litar, tras lo cual buscabas trabajo en cualquier sitio. O sea, que, de todos modos, ya no volvas. Yo me march del pueblo a los catorce. Mi madre ha bl con una amiga suya de la infancia, que viva en Villal ba, y que se avino a hospedarme por un precio aceptable, y pude seguir estudiando. Cuando acab el bachillerato me met en Magisterio y saqu las oposiciones con buen n mero, con lo que consegu quedarme como maestro en el mismo colegio en el que haba cursado mis estudios supe riores. Pero una vez afincado, y superadas las primeras an sias de vuelo, empec a aorar mi pueblo, su tranquilidad y la cordialidad de sus gentes. As que cuando muri mi pa dre y hered la casa (mam haba muerto unos aos antes), y aunque mi plaza de maestro se encontraba un poco lejos del pueblo que me haba visto nacer (dos horas largas de co che, por carreteras tortuosas), no dud en conservarla pen sando que poda pasar all las vacaciones y los fines de se mana. Luego decid que alquilarla durante los meses de verano poda resultar muy ventajoso para mi economa. 91 Seorito, los alquilinos se han dejado esto en el aparador de la entrada dijo Rosario, a la vez que me tenda una libreta, un bloc de tapas verdes. No era raro que se dejasen cosas, cacharros de cocina, cepillos de dientes. ..Si era algo importante siempre tena la posibi lidad de averiguar su domicilio en la inmobiliaria, pero nunca haba hecho falta. Cog el bloc y dos bolsas lle nas de libros y pregunt, alzando la voz sobre el canturreo que vena desde la cocina. Rosario, ha arreglado ya el piso de arriba S, puede subir ya si quiere. Yo en nada acabo y me marcho, que Mariano a las ocho quiere la cena en la mesa y, si no, menudo se pone. Hice varios viajes transportando cajas y bolsas y luego me tend en la cama y abr la libreta. Sus pginas estaban llenas de una letra cambiante, a veces menuda y otras grande y redondeada. Las ltima hojas quedaban en blan co. Los prrafos, precedidos por fechas, indicaban que se trataba de un diario. Entonces me percat de lo cansado que estaba. La semana haba sido particularmente dura diga lo que diga El Corte Ingls, la depresin de la vuelta al cole ataca por igual a profesores y a alumnos y, sin darme cuenta, mientras en mi cabeza revoloteaba la cancin de mi niez, me qued dormido. Seorito, me marcho ya! o entre sueos. Quiere que le prepare algo para cenar. Me incorpor en la cama, haciendo esfuerzos vanos para apartar la somnolencia, y grit: No, no se preocupe, Rosario, luego bajar al bar a comer cualquier cosa cerr los ojos y me volv a dormir. Cuando me despert eran ms de las diez. Me duch y me vest con la sensacin de que lo haca todo a cmara 92 lenta. No tena ganas de salir, as que me prepar un bo cadillo y me lo com mientras vea en la televisin una pe lcula policiaca que no llegu a entender. Esa noche, junto con el libro cuya lectura me llevaba acompaando ya varios das, me llev a la cama la libreta. Efectivamente, era un diario que se abra el 1 de septiem bre. Yo haba dormido all la noche anterior, y a las nueve de la maana me haba despertado Rosario con prisas, para dar el ltimo retoque a la casa. Acabamos de llegar. El viaje ha sido un poco duro, la verdad es que estoy cansadsima, Carlos ms que yo, pero ha valido la pena. El sitio ha resultado ser como me espe raba: casi idlico, aunque resulte cursi decirlo, con valles, montaas y vacas, slo falta Heidi trotando detrs de cual quier cabra, y la casa est muy bien, en plan funcional, como nos dijeron, pero sin dejar de ser agradable. Lo que de verdad es una maravilla es la vista desde la ventana del comedor. No nos haban engaado. Pero luego sigo, hay que deshacer las maletas. Me entusiasm que se tratara de un diario, un diario ntimo, desconocido, con un solo lector: yo. La idea de ser su destinatario, aunque casual, me enorgulleci. Entonces sent que no deba leerlo, y durante un momento me re prend con dureza; pero en seguida volv a abrir la libreta que haba cerrado avergonzado. Ese da no haba seguido escribiendo. Siempre hay mucho que hacer cuando se lle ga a un sitio nuevo, me dije con soma, dirigiendo la vista ha cia las cajas llenas de ropa, libros y otros enseres para el in vierno que se apilaban en el suelo. Me dispuse a seguir la lectura, preguntndome, curioso, cmo sera esa mujer. Me habra gustado verla. Verla levantarse, como contaba al da siguiente, por ejemplo. 93 (2 de septiembre) Me he levantado temprano. Lo pri mero que he hecho ha sido ir al comedor y mirar por la ventana. Un camino discurre atravesando los campos a travs de una loma hasta el pueblo de enfrente. A su de recha una montaa enorme parece recostar su pico sobre una almohada -nube de color rosado. Le propondr a Car los acercarnos esta tarde. Hace tanto tiempo que no pa seamos juntos. Me hizo gracia lo de la nube; cuntas veces me habr quedado yo tambin mirndola desde esa misma ventana. La montaa es mi montaa, la que me haca llorar de pe queo cuando las nubes la cubran por completo, inva diendo tambin el pueblo aposentado en su falda. La montaa se ha ido, mam. La montaa se ha ido, llori queaba angustiado, tan distinta la senta en esos momen tos de aqulla que me sonrea al despertar, radiante, los do mingos de sol. Me he preparado el desayuno con la leche que com pr ayer. En cuanto llegu al pueblo procur enterarme de si vendan leche de vaca. En efecto, mi olfato no me ha ba engaado. Leche de vaca autntica! Pero lo mejor ha sido que al abrir la alacena en busca de azucarero, me he encontrado con un libro. Un lugar extrao para dejar un li bro no o igual es que es un libro especial para desayu nos. Es una antologa de Benedetti. Por su aspecto parece bastante manoseado, ledo, quiero decir. Muy amable su dueo, dejndolo para m. Gracias desconocido. Conque entonces era ah donde me lo haba dejado, sonre. Se ve que el ltimo da, con las prisas de Rosario y lo dormido que iba, haba recogido lo del desayuno y lo ha ba guardado todo junto. Estuve a punto de levantarme para ver si lo haba dejado en el mismo sitio, pero, no, Rosario 94 lo habra encontrado. Confiaba en que no se lo hubiera lle vado. No era una gran edicin, pero me haba acompaa do durante muchos aos y estaba lleno de apuntes, marcas y vivencias, al fin y al cabo. Ha sido muy agradable el desayuno con el valle y la montaa enfrente, y con Benedetti ante el vaso de leche. El libro est subrayado y con anotaciones en los mrge nes. Siempre me ha gustado leer libros as. Son libros con dos lecturas, cada nota un atisbo del sentimiento del lector anterior, un descubrimiento. Aunque normalmente conozco a su dueo y de ste no s absolutamente nada. A ver.. .No pondr... S. Ahora ya s algo de l. En la primera pgina hay una fecha y un nombre: Javier, as, simplemente, Javier, y al lado: 11 de abril de 1984. Se lo deben de haber dejado los anteriores inquilinos. Lo he abierto al azar, es la mejor forma de que los libros ha blen, y me he encontrado con lo que sigue: De vez en cuando la alegra tira piedritas contra mi ventana, quie re avisarme que est ah esperando. Bien. Justo eso es lo que espero de estas vacaciones. Gracias otra vez, des conocido. Bueno, desconocido ya no, Javier. Ir cono cindote segn lea. Por cierto, Carlos todava est dur miendo. Voy a despertarle. Genial. Lo que yo haba calificado de intromisin con la lectura de su diario, ella lo haba hecho antes que yo con el libro, uno de mis ms queridos: Dos desconocidos en contrndose en un espacio comn. Qu pena no saber es cribir guiones. Quedara perfecto. Ya estoy aqu otra vez. No le apetece levantarse. Por ahora no tenemos nada programado, pero me gustara sa lir a ver los alrededores. Sern quince largos das de tran quilidad. Le propondr el paseo al pueblo de enfrente. 95 Mir el reloj, era la una y media, pero me senta com pletamente despejado, la siesta me haba descansado de verdad. Encend un cigarro y deposit el cenicero con cui dado entre los pliegues de sbana. Luego result que Car los no haba querido ir. Dijo que estaba cansado, que la cama era demasiado blanda y que no haba dormido bien. Prefera quedarse en casa y programar las excursiones de los das siguientes. A ella le decepcion que su plan no fuera aceptado, pero procur no demostrarlo. En ese momento me di cuenta de que no saba su nombre. Corr al final de las pginas escritas, pero no. Es raro que alguien firme su diario, claro. La llamara Elisa. Elisa S. Pens que le pe gaba. Elisa se dedic ese da a hacer ms agradable la casa. Quit el hule de la mesa del comedor es lo primero que hago yo cuando llego y las colchas de las camas, que la verdad es que son realmente horribles. Despus de comer se acost un rato, ley ms que durmi (no deca qu libro, aunque se quejaba de que haba demasiados personajes y monlogos) mientras Carlos (su novio su marido) vea la tele. Cuando se levant, a las seis de la tarde, le dijo que se iba a dar una vuelta por el pueblo, que si quera acompaarla. l acept. Y ah decid apagar la luz. Me resista a dejar la lectu ra, pero se me estaban cerrando los ojos. Al da siguiente, sbado, no tena ms que hacer que revisar unos trabajos de los chavales, una obra de teatro que estbamos escri biendo entre todos, y haraganear. Y lo mismo el domingo hasta las siete de la tarde, momento en que recogera lo que me hiciera falta para la semana y me marchara a mi otra casa, un estudio mnimo aunque cmodo, y con la venta ja de estar al lado mismo del colegio en el que daba clases. 96 El sbado me despert temprano. El recuerdo del diario hizo que me levantara en seguida en vez de re molonear durante una hora en la cama, como tengo por costumbre. Me lo llev al comedor junto con el de sayuno, como hizo ella, Elisa, el primer da.Y as, en el mismo lugar donde ella se sentaba para escribir, ante la misma ventana, con el pueblo y la montaa, mi mon taa, enfrente, desplegu su libreta, la libreta de Elisa. Me sorprendi mucho el cambio de tono. Pasaba al 4 de septiembre, el 3 lo haba saltado. No s lo que pasa. Ha sido una discusin estpida. He intentado no dejarme enredar, pero no paraba de meter se conmigo. Me he subido a la habitacin. Estoy demasiado nerviosa y en este estado prefiero no seguir hablando; siempre se dicen cosas de las que luego te arrepientes. Veamos si Benedetti est ms tranquilo. Lo que conoces/ es tan poco/ de m/ lo que conoces/ son mis nubes/ son mis silencios/ son mis gestos/ lo que conoces/ es la trsteza/ de mi casa vista de afuera/ son los postigos de mi tristeza/ el llamador de mi tristeza. Sent que el libro no le hubiera dado nada mejor, algo que la animara, aunque en momentos como sos, lo s por experiencia, lo mejor que puedes buscar en Benedetti es complicidad. Por cierto, he buscado el libro y no est. Debe de habrselo llevado. No quiero enfadarme, pero me sabe fatal. Carlos sigue igual. Aprovecha cualquier cosa para dis cutir, para llevarme la contraria. He optado por hablar lo menos posible. Y an quedan once das. He dejado la cena en la mesa y me he acostado. Lloro. Espero que le cambie el humor. No entiendo qu le pasa, siendo como es normalmente tan amable y carioso. Adems, se me ha 97 juntado con la regla, con lo que a la mnima me da por llo rar. Ya ests enfadada, acaba de preguntarme. Ni si quiera le he contestado. Estoy tan cansada... Veamos si Benedetti est ahora de mi parte. Abro al azar y me en cuentro con un poema encerrado entre grandes signos de admiracin. Transcribo. A lo peor nadie me atiende/ na die recibe los mensajes/ nadie se alegra nadie llora/ nadie enciende su sangre/ con estos versos que se rompen/ en los papeles y en el aire/ a lo mejor alguna alguno/ en un im somno titubeante/ halla que dos o tres palabras/ le en tregan algo de alguien/ desde estos versos que se rompen/ en los papeles y en el aire/ a lo mejor quin sabe. Se me han puesto los pelos de punta, la carne de gallina, como vulgarmente se dice. Yo s he recibido tu mensaje, Javier. T si me entiendes verdad Qu pena no conocerte. Me sentaras tan bien en estos momentos. Las ltimas lneas me llegaron al alma, fue mi turno de los pelos de punta. Existe, entonces, la magia, no tuve ms remedio que preguntarme. Recordaba perfec tamente cundo haba marcado ese poema, tras acabar mi historia con Virginia. Haba abierto el libro por el mis mo sistema de Elisa y los versos aparecieron ah ante mis ojos. Me senta tan solo entonces. Y Benedetti fue un alia do, un buen amigo. Cmo no iba a comprenderla. Y cunto lo senta por ella. Qu difcil es vivir en pareja. Yo slo lo intent una vez, y vale, de eso hace apenas dos aos, de la separacin. Mi relacin con Virginia dur casi cinco. Cinco aos de convivencia, de compartir tantas cosas para luego enterrarlas en un maremagnum de pa labras crueles, de recriminaciones sin sentido... El final de ese prrafo, ya no haba nada ms escrito el 4 de sep tiembre, me llen de un sentimiento extrao. Acab el de 98 sayuno y me decid a ordenar los libros y otras cosas que an no haba tocado. El resto del sbado fue tranquilo. Trabaj un rato y a media maana me acerqu al pueblo de al lado a hacer unas compras. Luego me fui a comer al bar de Antonio. No me apeteca estar solo. Estar solo Era eso Hubo un mo mento en que llegu a plantearme si lo que no me apete ca era volver a casa, abrir la libreta y encontrarme con Eli sa, con su tristeza. Encontraba su influjo demasiado extra o, demasiado voraz. Pero por la noche ya no pude resis tirme. Volv a abrirla a 7 de septiembre. Tras algunas ex cursiones y unos pocos momentos buenos, la cosa segua igual. Tengo ganas de que llegue el da 15, de volver, de es tar en casa. La verdad es que dara lo que fuera porque nos marchramos. Es duro despertarse por la maana y descubrir que l se ha levantado, privndome as del ni co momento placentero del da, el del desayuno ante la ven tana, con el valle y la montaa ante mis ojos. Pienso en si Javier disfrutara tantsimo como yo de este paisaje. Segu ro que s. He pensado en acercarme a la inmobiliaria que nos alquil la casa y preguntar por l. Podra mandarle el li bro. No, qu coquetera, no es eso lo que tengo en la ca beza. Retraso lo ms posible la hora de levantarme. Voy a leer un rato. Me haba trado libros, pero Benedetti es lo que ms me apetece. Me da la impresin de que hay una com plicidad especial entre su dueo y yo. Ya s que no es bue no huir de esta forma, como si fuera una adolescente, pero no hay manera de hablar con Carlos. He llegado a pensar que tiene un lo con alguien y que el problema es que la echa de menos Es eso Me odia porque soy yo y no ella la que est aqu con l T lo sabes, Javier Es eso 99 Poda ser eso. La verdad es que no es normal que una persona cambie tanto. Al principio (vuelvo pginas, s, el 4 de septiembre) deca que normalmente era una persona amable y cariosa. Haba algo que l no quera contarle Qu difcil opinar as; por no saber, ni siquiera saba si es taban casados. El domingo me levant tarde. Me haba costado bas tante conciliar el sueo la noche antes. Rosario me dijo que s, que eran matrimonio o, por lo menos, que vivan jun tos. Recordaba que haban comentado algo del gato que te nan y que haban dejado al cuidado de alguien, de una her mana, o algo as. No recordaba el nombre de ella. Com en casa. Mientras lo haca, acab de leer la li breta. Al final algunas pginas aparecan emborronadas. Haba llorado mientras las escriba. Me sent mal. Me habra gustado tanto tenerla cerca, poner una mano en su hom bro, reconfortada, decirle: Venga, tranquila, ya vers como se arregla todo. En cuanto la cerr decid que al da si guiente me acercara a la agencia a preguntar su direccin y le mandara la libreta; pero del libro no le dira nada, que lo considerara como un regalo. Aunque acaso el diario no era ya tambin un poco mo El lunes averig dnde vivan y, ms an, cmo se llamaba ella. Su nombre era Isabel. Pens que los ms cercanos la llamaran lsa. Me sorprendi la coincidencia. Isa, Elisa eran la misma persona. Vivan en Madrid. Me di jeron que no haban reclamado nada. Cuando ya tena la libreta metida en un sobre, record que deba ir por Ma drid a fin de mes a buscar unos libros, o tal vez antes, no pasaba nada si adelantaba el viaje. Me pas por la cabeza la idea de llamarla desde all y devolverle la libreta per sonalmente. 100 Durante el resto del mes me encontr en muchos mo mentos esforzndome por quitarme la imagen de Elisa, la que yo me haba hecho, quiero decir, de la cabeza. Pero su llanto se me haba metido muy dentro y, cuando relea sus palabras, dirigidas a m, la senta de verdad muy cerca. De todas formas debo admitir que me daba un poco de mie do encontrarme con ella, que su imagen no respondiera a la que yo me haba forjado, o peor an, que ella no quisiera verme, que lo hubiera resumido todo como un sueo ado lescente, algo s deca en el diario, que la sensacin de cer cana que se haba creado entre nosotros mediante la lec tura del diario y del libro no fuera real. Cuando llegu a Madrid, tras dejar las cosas en el ho tel, recorr las libreras de siempre y luego me encamin a su domicilio. Tena su telfono, pero me intrigaba ver el lu gar donde viva. Era un barrio residencial, con jardines. Me pas media maana del sbado esperando verla salir. Cada mujer que traspasaba el portal me haca pensar que era ella, pero no me atreva a abordar a ninguna. Al final me met en una ca bina telefnica y, para mi sorpresa, fui incapaz de marcar el nmero. Me encontr varias veces con el telfono en la mano sin conseguir dar el paso. El domingo decid que ya estaba bien. La llam a una hora respetable, a las doce. Nadie contest. Volv a llamar a la una, y luego a la hora de comer. Imagin los timbrazos en el piso luminoso, lleno de plantas, no poda ser de otra forma. Despus volv al edificio y, tras una espera no muy larga, vi salir a un hombre. Le pregunt por ellos, por l, fue su nombre el que di, y le expliqu el caso. Me dijo que ya no vivan all, pero que igual el conserje... No. No importa. 101 Volva a mi trabajo y a mis valles. Durante muchos das no pude quitrmela de la cabeza, pensando en qu ha bra pasado si nos hubiramos encontrado. A menudo me asaltaban versos, poemas enteros que habra querido com partir con ella. Luego empez el fro y las nubes cubriendo por entero la montaa, y consegu meterme en la rutina del curso. Unos meses despus recib una carta. Nada ms abrir el sobre me encontr con unos versos que reconoc como de Benedetti: De pronto supe que tu ausencia y yo/ estbamos rodeados por un abrazo prjimo. Y tras ello: An tengo tu libro. Firmaba Isabel Montes. Sin remite. 102 iia EDICI 1995 LA HUIDA A EGIPTO de Rafael Juan Ortega (Accsrr) DE ELDA 103 A BRI el maletn como quien ensea un teso ro. Dentro no haba carpetas ni papeles ni si quiera el honesto bocadillo envuelto en papel de aluminio. El maletn, elegante y de un cue ro negro y brillante, como de charol, contena varias cuchillas de zapatero, muy afiladas, dos transmisores de bolsillo, una linterna, una palanca de hierro y una cuerda muy larga, enrollada sobre s misma como un recin nacido. El hombre del maletn, algo calvo, muy bien vestido, arranc el Mercedes a toda velocidad mientras el Pepinillos y el Flor mi raban aquellos objetos. Los ojos del conductor, de vez en cuando, se cruzaban con los del Pepinillos en el espejo retro visor. Nadie deca nada, menos el Flor, que no poda estar callado mucho tiempo: Mira que te lo montas bien, to. As... lo que t quieras. No hay problema. El Pepinillos s tena problemas. Sudaba y se preguntaba qu haca all, en el coche de alguien que haba conocido aquella misma tarde, camino de un pueblo desconocido, muy lejos, cercano a una gran ciudad, y dispuesto a robar un cua dro del que no haba odo hablar en toda su vida. Cuadros. Le gustaban ms otras cosas: la luz de los bares por la noche, el chocolate marroqu, las rubias, las morenas, el fuego en in vierno, el pker, a ratos el campo y el ro, soar despierto y pi sar fuerte, saberlo todo, lo bueno y lo malo, la cerveza y el ta baco rubio. Se llevaba bien con la gente. Tambin le gustaba meterse en negocios ms o menos extraos sin darle muchas vueltas a la cabeza. Ahora, en el coche, envidiaba al Flor, que se recostaba en su asiento, los ojos cerrados, la boca abierta de gusto. Qu hago yo aqu El Pepinillos se haca la pregunta una y otra vez, la senta como un enano que golpea la cabe za por dentro. 104 Haca un mes que el Pepinillos haba terminado la mili, en Ceuta, y la experiencia le haba servido de poco. Fum porros, se volvi un poco loco, al menos eso deca a su vuelta, como presumiendo, y valor.., se le supone. Vestido por fin de civil, lle vaba un mes sin trabajo, periodo de tiempo que le haba per mitido hacer un descubrimiento fundamental que marcara su futuro: no quera trabajar ms en toda su vida. Camarero des de los 9 aos, en la mili sigui de camarero, en el Bar de Ofi ciales, y as hasta que le licenciaron. No estaba mal, pensaba agarrado a una bandeja mientras sus compaeros hacan guar dias y maniobras, se pegaban barrigazos y devoraban, a pie, distancias kilomtricas con la misma regularidad que la primera meada del da, no, no estaba nada mal, pero haca lo mismo que siempre haba hecho y, adems, gratis. Su nico consue lo era que aquel destino, tan poco marcial, le daba cierta pre ponderancia entre la mafia cuartelera, y el Pepinillos nad como un pez en aquel amasijo de trueques, juego, favores y privilegios miserables. Fue una forma de distraerse entre las dia rias genuflexiones, el llevar y traer bebida, comida... o lo que usted diga, a sus rdenes, mi capitn. Odiaba la bandeja. Por eso, treinta das despus de atravesar el Estrecho, supo, ms que decidi, que nunca ms, que en la vida cogera una ban deja, que adis a la camisa blanca y el pantaln negro y que trabajara su padre, que l no. Claro, que era precisamente su padre el que le repeta que no es lo mismo predicar que dar trigo. El Pepinillos haba to mado una decisin casi sublime, pero la realidad se agazapa ba en su bolsillo y le morda con tristeza. Cierto, llevaba un mes sin dar golpe y estaba vivo y no pasaba hambre, mientras es ts en casa no te faltar un plato de caliente, pero no esperes ms, le haba dicho su madre. No tena dinero, nada de nada, ni un duro. Un problema que el Pepinillos solucionaba, de 105 forma muy precaria y con resultados tan pobres como l mis mo, acudiendo a la amistad y el compadreo. Una caa por aqu, un canuto por all, un bisnes de cuatro perras por este lado... Slo hay que tener el morro justo y no pasarse, le con fes alguna vez a alguien, y empezaba a correrse la voz de que era un gorrn, una descripcin ms que una acusacin mali ciosa. Su padre tambin le deca que la cabra siempre tira al monte, y es que el Pepinillos, en aquel mes de dulce vagan cia, tal vez viciado por la costumbre, pasaba das y das ente ros en los bares, actitud algo extraa en un camarero que ha dejado de serio por voluntad propia. Fue en un bar, no poda ser de otra forma, donde conoci al Flor. A un lado o a otro de una barra la gente siempre es la mis ma, slo hay que saber de qu pie cojea cada uno y hacer como que no se sabe. Es algo que conoce cualquier camarero, pero tam poco hace falta ser camarero, slo saber estar. El caso es que, en un bar, uno se entera de muchas cosas y hace amistad con gen te muy rara, con gente que tiene algn cuelgue muy gordo. Como el Flor. Yo le conoca de vista y haba odo hablar de l, que si haba estado en el talego, que si haba chuleado a alguna puta por no s dnde... El Flor estaba loco, pero loco de/todo, eh, un majarn, y nos hicimos muy colegas, o l se hizo muy cole ga mo, que no lo s muy bien. l me invitaba y me contaba su vida, beba como una esponja, y yo le aguantaba. La verdad es que es un mentiroso. Cualquiera que le oiga se cree que es el Ca pone, pero me rea mucho con l. Yo tambin le adorn alguna movida ma, para no ser menos, y hasta me invent un palo a una farmacia. Quera que se enterara de que yo tambin s de qu va la cosa. Es que, si no, te pierden el respeto. El Pepinillos siempre recordar el da en que apareci el Flor con tanto dinero que se le sala de los bolsillos. Abunda 106 ron las invitaciones y las copas y comieron los dos, pagaba el Flor, claro, en un restaurante de lujo. Pidieron un chuletn de vila para cada uno y vino de Rioja, del que vaciaron dos bo tellas. Y copa, y puro... Digamos que, a la hora del caf, tan to uno como el otro estaban ms contentos que un lobo en una guardera aunque ellos, ms que aullar, rean entre histo rias a medio contar, ancdotas sin gracia y comentarios idio tas. Iban por la segunda copa de Napolen cuando lleg el cal vo, muy bien vestido, y salud al Flor muy educadamente, sin aspavientos ni abrazos. Al Pepinillos le llam la atencin que alguien, que pareca tener mucha clase, conociese a un can tamaanas como el Flor, y aumentaron sus suspicacias cuan do los dos hablaron de pie, alejados de la mesa y de l mismo. De vez en cuando le miraban as, como quien no quiere la cosa. Cuando volvi el Flor, estaba ms alegre todava, lleno ya de confetis: Joder, ste si que se lo monta bien. Y qu hace Organizar palos, pero no de cualquier manera. l paga y hace los encargos. No se moja ms, pero paga muy bien. Ya ves, en plan seor, sin mancharse la camisa. Para eso hay que tener coco, hay que saber montrselo. No todo el mundo vale. Luego he quedado con l. Nos invita a un copazo. No hubo ms comentarios, y eso que el Pepinillos, inte resado en aquel hombre calvo y elegante al que vea ya como un gnster de categora, insista en conocer ms detalles del personaje. El Flor, en cambio, prefiri hablar de una puta a la que conoci y que quera casarse con l y el Pepinillos, entre vapores de coac y humo de cigarro, no tuvo ms remedio que quedarse a solas con sus sueos. Estaba a punto de tomar otra decisin casi sublime, tan importante para su vida como la que haba tomado despus de acabar la mili, y ya se recos 107 taba de placer mientras la acariciaba poco a poco, como a un beb que tiene la eternidad por delante, con delicadeza, ape nas las yemas de los dedos. Aquella tarde, en un bar silencioso, blando y oscuro, les esperaba el calvo, el traje recin planchado, pareca, delante de una botella de Chivas, tres vasos y una cubitera que brillaba como un enorme diamante. Se present como Jos Antonio, ya conoca al Flor, y se mostr encantado con el Pepinillos, que le salud receloso y fascinado. Bebieron. Habis odo hablar de La huida a Egipto Jos Antonio hizo la pregunta como para conversar de algo, los ojos perdidos en el hielo de su vaso, casi aburrido. Es una pelcula se interes el Flor, divertido y cm plice. El calvo ri suave, un maestro de escuela al que le hace gra cia una chiquillada. Es un cuadro annimo del siglo XVI, muy poco conocido y muy valioso. Representa la huida a Egipto de San Jos, la Vir gen Mara y Jess nio. Ya sabis que Herodes quera matar al beb. Es un tema clsico en la pintura religiosa. Pues bien, alguien est dispuesto a comprar el cuadro y el cuadro est en la iglesia de cierto pueblo, a bastantes kilmetros de aqu. Slo hay que ir y cogerlo antes de que otros se adelanten. Hay cientos de bille tes para cada uno de vosotros y trescientos billetes ms para gastos. Creo que es una buena inversin. Eso est hecho, eso est hecho, se entusiasmaba el Flor. El Pepinillos, consciente de la encerrona, divida sus te mores entre la sorpresa y el miedo y, muy por dentro, notaba cmo se haca carne su sueo. No protest y, cara de piedra, abri sus orejas al futuro. Jos Antonio ya haba entrado en detalles: Es tan fcil que parece mentira. El cuadro est all, de trs del altar, y la gente entra y sale de la iglesia como y cuan 108 do quiere. Un chollo. Mi cliente, que es un buen conocedor de estas cosas, vio el cuadro, intent comprarlo, no estaba en ven ta, y prefiri que fuese yo el que se lo vendiera. He estado en la iglesia y s que ese cuadro est all para el primero que lle gue. Sera de tontos dejar pasar de largo una tentacin tan grande. Y vosotros, por casi nada, os llevis veinte mil duros cada uno. Me fo del Flor y, por tanto, tambin me fo de ti. No me defraudis. Estaba claro que el Flor ya saba de qu iba el rollo, pero no me hace gracia que me hagan la cama. El to me estaba ha blando, a m y slo a m, todo el tiempo, me estaba vendien do la pelcula, y eso me gustaba. Tambin la pelcula. Porqu no Yo estaba hasta los huevos de tanto capullo que se pasa la vida trabajando para quedarse igual que estaba. Pero vivir sin trabajar cuesta dinero, y el calvo aquel me daba la solucin. Palos fciles, coco, mucho coco, como el Jos Antonio, el to, que no se ensucia y se forra, que no hay ms que ver el Mer cedes que se gasta y los billetes que se funde en una tarde. Cla ro, el rollo no est en coger una pipa y pegar un palo en una gasolinera, ni en vender talegos de costo en plan miserable. Lo que hay que tener es coco: unos se hacen banqueros y otros se lo montan para que pringuen los dems, eso es, est la gente con coco, que sabe montrselo, y los pringaos, y yo no quera ir de marrn por la vida. Ahora tampoco. Qu puede pasar Cien mil pelas es una buena forma de empezar. Huevos y coco, no hay ms. Quiero decir que el calvo me convenci, casi me hizo querer ser como l, y que aquello me pareca un palo de categora. Yo tambin los pegara, y mejores an. Dejara al calvo a la altura del betn. El caso es que esa misma noche, bueno, casi de madrugada ya, salimos de viaje. El calvo con duca su Mercedes de puta madre, aguantaba al volante, el to, y fue en el coche donde nos ense el maletn con todas las 109 herramientas. Yo estaba ya decidido, me vea como un to duro y peligroso, pero notaba el miedo por dentro y, a veces, hubiera dado lo que fuera para estar en otra parte. Supongo que es algo que le pasa a todo el mundo. Ya era de da cuando llegaron a la ciudad, a unos 30 ki lmetros del pueblo, la iglesia y el cuadro. Esa misma maa na, sin haber dormido y con una resaca casi llamativa, fueron al pueblo. En la iglesia, efectivamente, segua La huida a Egip to, justo detrs del altar, resplandeciente, enorme. A esas ho ras, algunas mujeres de negro se mezclaban con un grupo, es caso, de turistas extranjeros que contemplaban el cuadro y da ban grititos en voz baja. El Pepinillos pens que no era para tanto. En la mili haba conocido a un cataln que tambin di bujaba muy bien y que, adems, saba explotar las debilidades ajenas a la hora de vender dibujos de tas en pelotas a los re clutas. Su amigo cataln pintaba tan bien como el desconoci do autor de La huida a Egipto y sa era la prueba, pensaba, de que aquel cuadro no era para tanto. Las 4 de la tarde, la iglesia abierta y ni un alma den tro. Faltaba todava una hora para que llegasen las primeras beatas, y luego llegara el cura, y haran una novena, o una misa, yo qu s, y a las 10 de la noche cerraran la igle sia. Lo habamos comprobado. El Flor y yo, con el maletn de las herramientas a cuestas, casi parecamos ejecutivos, fuimos a escondernos donde nos haba dicho el calvo, jus to bajo el altar, una baldosa de mrmol apoyada en dos pi lares huecos que eran lo bastante grandes para que pudi semos escondernos. El Flor, todava no s por qu, l era as de loco, se empe en escoger el pilar de la izquierda, y mira que se emperr el to. Las 4 y media de la tarde, en cogido y a oscuras, atento a los ruidos, cinco horas y media por delante. Un coazo. 110 Toda la tarde se turnaron en la iglesia para comprobar los horarios, las idas y venidas del cura, la hora de cierre... El cua dro segua all, detrs del altar, tan cerca que casi se ola la pin tura, ya reseca de siglos y polvo. Nada parecido a un sistema de alarma. Por la noche volvieron a la capital y durmieron como no lo haban hecho nunca. Estaban muy cansados. Pisadas, carraspeos, conversaciones en voz baja, ronro neo de rezos. Llegaban las primeras beatas. Procur coger una postura ms cmoda, se me estaba durmiendo la pierna. Tambin sudaba. Mira que si nos pillan... O al Flor, que to sa muy bajo. Lo que faltaba. Si es que me lo tengo mereci do. A ver, quin me manda a m meterme en estas movidas Un gilipollas y un loco majaron escondidos en el altar de una iglesia llena de beatas y que esperan a que se haga de noche para robar un cuadro. De risa, si no fuera por el miedo. Ms pisadas, ms gente, ms rezos. Me cago en la leche. A esas al turas, pensar en veinte mil duros y en un futuro al margen de la ley, como quien dice, lleno de tas, de coches y de buena vida, no me daba mucho consuelo. Estaba solo all, dentro del pilar, casi a oscuras, que hasta hubiera rezado yo tambin, pero es que no me acordaba ni del Padre Nuestro. Eso s, me acor daba del olor de/incienso, del fro que haca en la iglesia, del maestro que nos llevaba en fila, todos con guardapolvo, para eso de la ceniza. Me acordaba del Velas, uno que era mona guillo y que me invitaba a caramelos con lo que mangaba del cepillo. Y estaba don Juan, el cura, que siempre nos daba unas estampas muy feas cuando le besbamos la mano por la calle. Tambin nos daba unos buenos reglazos cuando no nos sabamos el Catecismo. Yo fui uno de los que ms cobr, pero hice mi primera comunin, como todo el mundo. Pe gara reglazos el cura de aquella iglesia No s por qu, pero solo de pensar que s me cagaba encima. 111 Mirad, yo entiendo de esto. All no hay alarma, todo est igual que cuando yo lo vi por primera vez. A punto de ca ramelo. El Pepinillos admiraba la habilidad de Jos Antonio para comer cigalas sin mancharse los dedos. Aquella misma maa na el Flor haba alquilado un coche y ahora, eran las 3 de la tar de, coman en una marisquera. Haban dormido muchas ho ras y estaban de muy buen humor. El calvo no dejaba de dar instrucciones: La cosa es fcil . Maana por la tarde entris en la igle sia y os escondis donde os he dicho. Tenis que aguantar has ta las 10 de la noche, esto es muy importante, sin que os vean, y tambin tenis que llegar a la iglesia antes que nadie. Por la tarde abren a las 4, como ya sabemos, y sabemos tam bin que la gente no empieza a llegar hasta las 5 ms o me nos, y que son cuatro beatas y un calvo alguien se esforz por no rer. Cuando, a las 10 de la noche, hayan cerrado la iglesia, vosotros sals del escondite, cortis la tela del cuadro por el borde del marco, procurad no estropearla, la enrollis y sa ls por la puerta grande, como los toreros. Me refiero a la puerta de la iglesia. Es fcil forzar la cerradura y descorrer el pestillo desde dentro. Por ese lado no hay ningn problema. Y eso es todo. Se cobra y, si te he visto, no me acuerdo. Fcil, no Al Pepinillos no le haca mucha gracia el esconderse en una especie de cajn durante unas horas, y mucho menos el quedarse encerrado en una iglesia. Pensaba en todo eso y sus sueos de vida intensa y ociosa se tambaleaban como un flan a medio hacer. Jos Antonio se puso duro con l: Mira, si crees que te vas a llevar cien mil pesetas por ha cer nada, lo tienes claro. Yo mismo hubiera cogido el cuadro y me hubiera ahorrado la inversin que he hecho. Ya sabes que 112 el que quiere peces no tiene ms remedio que mojarse el culo y, en esto, t te lo mojas y yo pongo el dinero. Aqu arriesga mos todos el calvo sonri suave, como perdonndoles la vida. Pedimos otra botella de vino, hay que brindar por La huida a Egipto. En Egipto, precisamente, le hubiera gustado estar al Pe pinillos en aquellos momentos. Me estaba meando. Lo saba, justo en ese momento. Vea los zapatos negros del cura, los calcetines negros, de cura, le olan los pies, los camales grises de unos pantalones y el borde de una de esas sotanas blancas y caladas, un poco mariconas, que no s como se llaman. El cura les soltaba un rollo a las beatas, hablaba as como hablan los curas, con muchas eses y mucho mariposeo, sobre el amor, Cristo, su ma dre y el copn bendito. Yo estaba cagado y, a la vez, me mea ba ms encima, y el cura segua con su rollo, dale que te pego, y rezaban las beatas, chillonas, y no pasaban las horas, y yo me estaba meando, el pito a punto de reventar. All no se acababan las misas ni llegaban las 10. Ya digo, un coazo. Aquella noche, en la capital, el Pepinillos reconoci, agra decido, el vrtigo de la noche en una gran ciudad. l y el Flor, solos despus de que Jos Antonio se hubiera ido a dormir, al menos eso dijo, recorrieron un sinfn de bares, conocieron ga ritos donde el azar se revolcaba con el sexo, siempre que hu biera para pagar, como en todo, y disfrutaron, con ansia y di chosos, de un gramo de coca. De esta manera, y armado de un valor que estaba muy lejos de tener haca slo unas horas, el Pepinillos no pensaba en el robo del da siguiente: la ciudad estaba hecha para l, algo que siempre haba sabido y que, ahora, maravillado y perdido una vez ms en ese cielo de humo y luces de colores, recuperaba en sus ojos llenos de una emocin loca. 113 Se retiraron a dormir ya de da, y se levantaron cuatro o cinco horas despus, los ojos hinchados y la tristeza empa pando ya todos sus gestos. Jos Antonio les esperaba en el bar del hotel, y fue l quien condujo el coche alquilado. En el via je al pueblo, a su iglesia y a su cuadro, repasaron los detalles del plan. Comieron en un bar de carretera. A las 4 en punto, con un sol invernal que luchaba por asomarse entre unas nu bes cada vez ms grises, el calvo les dejaba ante la puerta de la iglesia. No haba nadie cerca. A partir de medianoche os espero con el coche en la puerta fue lo ltimo que les dijo antes de que el Pepinillos y el Flor entrasen en la iglesia, una enorme nave llena de ban cos vacos. Al fondo, iluminado por una vidriera, La huida a Egipto oficiaba de sacerdote mudo en un silencio de templo. El cura segua con sus cosas y sus rezos, sus pies casi en mis narices, y mi vejiga estaba ya a tope. Yo no poda aguan tar ms, y el cura segua y segua, y se fue el cura y seguan las beatas, olor a cera y a incienso, rezos chillones, toses... Me abr la bragueta, me saqu el pito y, con mucho cuidado, sin ha cer ruido, concentrado en lo que haca, orin largo, muy lar go y muy despacio, con la boca abierta de gusto, y el chorro interminable, como un ro amarillo y enano, naca en mi es condite y segua por los escalones que daban al altar, en cas cadas tambin amarillas y enanas, hasta perderse no s dn de. Ninguna beata se dio cuenta. Fue la mejor meada de mi vida, pero en cuanto acab volvi el miedo. El Pepinillos, agazapado, se animaba ms conforme dis minuan los rezos, las pisadas, las toses, los suspiros... La iglesia se llenaba otra vez de silencio. Deba faltar poco para las 10, se lo deca todo el cuerpo, entumecido, cansado de buscar postu ras que nunca eran cmodas; se lo decan sus piernas, ms que dormidas, con pesadillas; y se lo deca el culo, helado y aplasta 114 do contra un suelo de baldosas ms fro que el aliento de un oso polar. Adems, el miedo, a la espera tambin, listo para saltar y agarrarle la garganta. Y lleg el silencio, del todo, despus de unas pisadas fuertes y recias, y ahora un ruido cercano, como una enor me persiana metlica que se baja con estruendo, y otros ruidos como de cerrojos y, en menos de un minuto, la puerta de la iglesia, esta vez s, cerrada con llave. Ya estaban solos. La verdad es que, fuera del escondrijo, haca ms miedo que dentro. La iglesia estaba iluminada slo por las velas, brillantes en lo oscuro, como en el castillo de Drcula, no s si me explico. Aquella media luz, el silencio, las caras de no s que santos que asomaban desde las sombras... pues eso, da ban impresin. El que no tena problemas era el Flor: all es taba l, haciendo una especie de gimnasia, unas flexiones muy raras y cosas as, joder, to, ya no poda ms, tengo el bodi ms atontao que tu culo, y as, y su voz sonaba en la iglesia vaca como un tambor, venga, vamos a la faena. La faena estaba muy cerca, y no me refiero al cuadro de la huida sa. Nos dimos cuenta enseguida, en cuanto encendimos la linterna. La faena era una verja de tres metros de altura, con puntas como de lanza en lo alto, metlica, corrediza, cerrada del todo, que separaba la parte del altar, donde estbamos no sotros y el cuadro, del resto de la iglesia. Claro, la dichosa verja est plegada por el da, por eso no la vimos, y la despliegan y cie rran por la noche, muy bueno lo nuestro, Flor, muy bueno, me cago en la madre que te pari, aqu estamos ms encerrados que un mono en el zoo, y el Flor que andaba con el altar a cues tas, como quien dice, para poder llegar hasta el cuadro, grande y alto tambin, y yo que ya le haba dado un repaso a toda su fa milia y que slo quera salir de all. Sudaba fro y no era fiebre. El Flor ya le peda ayuda al Pepinillos para mover de su sitio la losa de mrmol que haca de altar. Sin muchos mira 115 mientos, todo hay que decirlo, haba retirado ya las cruces, mi sales y otros objetos: Venga, aydame a mover esto. El Pepinillos, inmvil, contemplaba la verja y su cara, blanca en la penumbra, pareca la de un muerto o, tal vez, la de uno de aquellos santos callados y siniestros. Vmonos de aqu, djate de mover altares, de cua dros y del calvo de los cojones. Vaya lo. Vmonos de aqu. Ves, ya te has cagao por una verja de mierda. Hay que llevarse el cuadro, to. Lo de la verja es lo primero. Es que no te enteras de que estamos encerrados, capullo La discusin, en la inmensa nave vaca y oscura, sonaba como dos homilas contrapuestas y furiosas, y el Pepinillos y el Flor eran dos telogos difuminados en las sombras, asusta dos ya por sus propias voces. El cuadro sera lo primero, y yo me coma las uas por dentro y slo pensaba en la puetera verja. Ayud al Flor a mover el altar, qu remedio, y as, subido encima, pude lle gar hasta el cuadro. Cortad la tela por el borde del marco, ha ba dicho el Jos Antonio, y con mucho cuidado. Para cuida dos estaba yo, pendiente slo del encierro, sudando, pero sudando de verdad, eh, con esos sudores fros que te dan en las maanas de resaca gorda, y eso que no haba bebido. Estaba cagado de miedo, como encerrado en un ascensor, me faltaba el aire, odiaba a los curas. El Flor me pas un fle je, ms afilado que un cuchillo de cortar jamn, y yo coloqu la punta en el borde del marco, apret, apret con ms fue ra, con toda la fuerza... y nada, aquello no era tela, aquello era madera, piedra, hierro, yo qu s, y no haba manera de cor tarlo. Lo intentamos de todas las formas, el Flor tambin, venga cuchillazos, no bamos a cargar con aquel muerto en 116 terito, hubiera hecho falta una gra slo para el marco, y el cuadro segua tan tranquilo y nosotros sin una sierra elctri ca, que eso es lo que nos hubiera hecho falta. Llamamos al cal vo por el gua lquitalqui, pero nadie nos esperaba en la puer ta. Haba que salir de all, yo quera salir como fuera, venga, vmonos, vmonos, me meaba de nuevo, y el Flor empea do todava en el cuadro, cabezn como l solo. Inclinados ante la cerradura de la verja, con la luz de la lin terna en sus caras y la de las velas en santos y vrgenes fan tasmales, parecan dos imgenes que se hubieran bajado de su pedestal para escaparse por ah y conocer mundo, o dos la drones de tumbas enterrados en un panten, afanosos en una tarea tan desesperada como intil. La cerradura se burla ba de ellos. Fue el altar, una vez ms, el que les sirvi, si no para subir al cielo, s para encaramarse a lo alto, y desde all rebo taban por toda la iglesia los resoplidos del Flor, aferrado a la palanca, o los bufidos del Pepinillos cuando era su turno. Su daron mucho, se esforzaron ms y, temerosos por el sacrilegio, es posible, no se escuch ni una sola blasfemia, a no ser que se entiendan como tales los me cago en tu padre del Pepini llos. Doblaron algunas puntas de lanza, abrieron un paso en tre los hierros torcidos y as fue como, ayudados por el miedo y la noche, atravesaron la verja y, fue fcil esta vez, forzaron por dentro la cerradura de la iglesia. Afuera esperaban el aire limpio y fro, la calle y la luz de las farolas, la carretera inter minable y el campo, vasto como el mundo. Tambin espera ba Jos Antonio, el coche alquilado ya en marcha, como un n gel bueno que llega justo a punto para sacarnos del Infierno. El calvorota slo quera el cuadro, dnde est La huida a Egipto, dnde est. El Flor, cabreado, pero que muy ca breado, le dijo que el cuadro segua donde estaba, que con la mierda de herramientas que nos haba dado no poda ser, y 117 tambin le cont lo de la puta verja, con que un chollo, eh, con que todo est controlado, con que slo haba que coger el cuadro y llevrselo enrollado debajo del brazo, eh, ni con una sierra, y la verja.., si te tengo delante te la hago tragar, y el Flor se cabreaba ms y ms, ya loco perdido, y yo ni m, por si las moscas, y el Jos Antonio ni m, que no estaba la cosa para bromas. Bueno es el Flor cuando le da la ventolera y se le cruzan los cables. Volvieron quince das despus. El Pepinillos no tena la menor intencin de repetir el intento de robo, pero consideraba que se le deban tres o cuatro das en la capital con todos los gastos pagados. Aunque no les acompa, fue Jos Antonio el que lo pag todo una vez ms para comprobar, desolado, que el cuadro segua donde siempre haba estado, pero pro tegido ahora por un sistema de alarma tan complicado como visible. Ni rastro de aquella incursin nocturna y sacrlega, de la verja, plegada de da, de aquella meada, la mejor en la vida del Pepinillos. Regresaron felices, relajados, como de vaca ciones, entre suspiros, incapaces de admitir un alivio que se les esponjaba por las venas. Veterano ya en decisiones sublimes y repentinas, el Pe pinillos, cauto y sabio, se repleg como una lagartija herida, eso suponiendo que las lagartijas hagan tal cosa, y acept de inmediato un trabajo de camarero muy bien pagado. Agarra do a la bandeja como a una balsa en el mar inmenso, se soaba montado en un asno, un pueblo que arde al fondo, camino de Egipto, y un ro que se pierde por no s donde, lejos, hasta to car el cielo. 118 12 EDICI N 1996 DORITA MAYALDE, COCINERA de Alberto Miralles (GANADOR) DE MADRID 119 ORITA Mayalde prepara un dulce in gls cercada por el utillaje culinario. A Dorita Mayalde le repugna cocinar y sin embargo, por un misterio que se aclarar entre las pginas 4 y 5, maneja con total habilidad los aperos del endulce, que nadie le creera ne fita o beligerante en las artes del estmago. Mientras labora entre espumaderas, batidoras, cace rolas, mangas, esptulas, coladores y moldes, Dorita Ma yalde reflexiona sobre su vida. Al hombre se le conquista por su estmago, eso le haba dicho su madre. Y deba de ser verdad porque su padre tena una barriga como la proa del Titanic. Dorita Mayalde casca dos huevos y pone las yemas en una cazuelita. Adolfo, su marido, contrariamente a su padre, tiene un vientre de atleta: fuerte, plano, que se le ven hasta la fila de msculos reventones, como si quisieran salir a buscar pre mios de halterofilia. Dorita Mayalde echa tres cucharas de azcar a los huevos. Una, dos y tres, como la Santsima Trinidad, pero se detiene con la cuchara en alto y rectifica. Dado mi atesmo, mejor cuatro, como las estaciones del ao, y echa otra ms, sin estar convencida del todo. Y por qu no siete, como los das de la semana Cinco, seis y do mingo. Lo de mi Adolfo fue un milagro. Dorita Mayalde busca la batidora y convulsiona las yemas sin respeto por las gallinas. Haca tan solo seis meses, el marido de Dorita Mayal de era el hermano gemelo de su padre y las barrigas juntas de ambos eran como un catamarn olmpico. 120 Con la precisin de un experto, Dorita Mayalde echa harina en la cazuela despus de pasarla por un colador, luego diluye la masa con leche fra y, sin dejar de batir, si gue con el run run de su pensamiento. Un da su marido vino y le dijo: Dorita, se acab el co lesterol, no ms dulces, al diablo los hidratos de carbono, basta de cido rico. Se lo dijo as, todo seguidito y sin res pirar. La cocinera cogitante en que se ha convertido Dorita Mayalde pone la cazuela al fuego y agrega corteza de li mn, removiendo de vez en cuando. Como es obligado, aunque no siempre apetecido, prueba la masa y reprime un gesto de contrariedad. Le falta algo a su proyecto y, tras me ditarlo, chasqueando la lengua en busca del enigma gas tronmico, encuentra la ausencia y aade ms azcar, esta vez con cucharn. Dorita Mayalde reanuda sus recuerdos y saca a flote la lista de la compra que su marido le oblig a hacer. Ella es taba aturdidsinna y anot: aceite desnatado, yogur sin ca fena, leche sin alcohol y fibra, mucha fibra. Dorita Mayalde se re de las barbaridades escritas y re tira la cazuela del fuego, comprobando que el almbar que est calentndose en otro recipiente ya ha adquirido la es pesura necesaria. Despus raya el chocolate y lo echa tam bin. El marido de Dorita Mayalde continu con sus prop sitos, hoy todos cumplidos, de no fumar, de hacer ejercicio, de no tomar caf y de abandonar el alcohol. Se iba a ins cribir en un gimnasio, y lo hizo, para apuntarse a todos los cursillos que hubiera. Haba muchos, pero se apunt a to dos: stretching, musculation, aerobic y body building. Al principio Dorita crey que su marido asista a una escuela 121 de ingls, pero cuando lleg a rastras humillado por las agujetas, tuvo la certeza de su errnea suposicin. La pri mera semana le dio Gerovital, administrndole parches en los tirones de la cadera y friegas en las pantorrillas. Pero, a la segunda semana, el neoatleta comenz a brillar de puro lustroso. Dorita Mayalde usa mantequilla porque cree que eso de las margarinas son embrujos publicitarios. Rebana del re cipiente un cucharazo avaricioso y lo aade al chocolate. Su marido adelgaz 15 kilos y se compr ropa nueva, por cierto que de un estilo demasiado juvenil. Daba no s qu ver le con camisas guayaberas con dibujos de yucatanes y ma dreselvas entre la virginal espesura del Mato Grosso. Y como, adems de adelgazar y de ponerse como un roble, tomaba ra yos UVA, al entrar por la puerta era como si a Dorita Mayal de le diera un ventazo ardiente de Caribe indmito. Dorita Mayalde corta un bizcocho en lonchas rectan gulares y las baa con el almbar, sacando la lengua en acto reflejo. Ah, y el pelo!, recuerda. Su marido se ti las ca nas. Las dos que tena. Dio tal grito cuando se las vio, que Dorita crey que su Adolfo se haba convertido en vampi ro y le haba dado un rayo de sol. En tres meses estaba como cuando lo conoci doce aos atrs y en seis le dobl la edad. Y ella se preguntaba, porque tonta no era, fflor qu cuando las mujeres nos echamos un amante ms joven que nosotras no hacemos esas tonteras. Tonteras por do ble motivo, porque lo son y porque evidencian, sin resqui cio de duda, una infidelidad. Un recuerdo tan doloroso no le impide a Dorita Ma yalde echar con precisin sobre la fuente bizcochada la crema pastelera cocinada al principio. 122 Si a mi marido le hubieran dicho: Cuidado con la glucosa que va usted para diabtico y se lo van a comer las moscas, hubiera sido lgico ese esfuerzo por quitarse aos y kilos, pero sin un peligro cierto: aventura crepuscular con veinteaera ninfmana, concluye al mismo tiempo que coge las tiras de bizcocho con exquisito cuidado para que no se rompan. Al principio, Dorita no not nada extrao en su mari do. Es decir, lo not ms solcito, incluso le traa flores. Ah estuvo poco lcida. Debi de haber adivinado que su com plejo de culpa le obligaba a esas delicadezas que ella tena olvidadas. Pero es que las esposas desean tanto un poco de ternura por parte de sus maridos, que se niegan al recelo. Pero el remordimiento, como todo, llega a hacerse crnico y entonces se convierte en costumbre. La sospecha la tuvo Dorita ante la obsesin de su ma rido por rejuvenecer. Mantenerse en forma, s, cuidar del as pecto exterior, tambin, pero encontrarle a todas horas frente al espejo contndose las arrugas que l, ciego a la verdad, llamaba pliegues, era como practicar el reojo y em pezar a olisquear a cuerno quemado, nunca mejor dicho. Dorita Mayalde agarra por el cuello una botella de ron, que es el punto extico del dulce a la inglesa, pien sa que el punto extico es mejor transformarlo en puntos suspensivos. Y con esa recia conviccin echa tres genero sos chorros. Qu pattico es mi Adolfo!!, piensa Dorita Ma yalde. Tiene 43 aos, no son muchos, pero s bastantes, los suficientes como para comprender que la fuente de la eterna juventud es un mito inalcanzable. Y con sus pe Ilejitos del cuello algo cados, acentuados, adems, por su vertiginosa delgadez, daba algo de irrisin compasiva 123 verle con la camisa abierta hasta el ombligo para ensear pecho peludo como un mono en celo. Era increble que un hombre con buen gusto, con un gusto al menos dis creto, que es el mejor de los gustos, pudiera convertirse, por el furor uterino de una jovencita, en un hortera de pista de baile. Menos las patillas hasta los belfos, lo tena todo. Y l sin apercibirse. Dorita Mayalde distribuye la crema de chocolate por la superficie del dulce endulzado. Los amigos s se daban cuenta de que Adolfo le esta ba siendo infiel porque jams haban sido tan cariosos con ella. Dorita, nos vamos al cine, te vienes. Dorita, te invitamos a cenar, Dorita, te hemos comprado una chuchera en nuestro viaje a Nueva York. El sabor de la humillacin se hace ms amargo en me dio de tanto dulce. Quiz por eso bate la nata montada con ardor vengativo. Los amigos deban de creer que Dorita podra suici darse. La infidelidad humilla y destruye pero, sobre todo, desconcierta. Sin embargo, Dorita sonre: Cuando nos enteramos de que no somos la nica mujer de nuestro hombre, ya no sabemos cul es nuestra posicin. Somos algo por definir: ni casadas, ni solteras, ni viudas. Estado ci vil: ridculo. Pero matarse por eso Y con gran resolucin echa ms azcar glas en la nata y sigue montando con energa demoledora. Dorita Mayalde es de las que cumplen las leyes de la dinmica a rajatabla. A una accin, reaccin y media. Mi madre estaba en lo cierto, recuerda Dorita; el estmago del hombre es su fortaleza. Si se trata de vencer, conqustalo. Por eso Dorita Mayalde se matricul en un cursillo de alta cocina para aprender las recetas ms creativas, exquisitas, 124 apetitosas y grasientas. De momento, ya ha conseguido que su marido vuelva a engordar cinco kilos. Dorita Mayalde piensa sin inmodestia que ha logrado un gobierno de coalicin entre los tres verbos ms golosos de la gramtica culinaria: cebar, rellenar y trufar. Ella trufa el relleno cebado, ceba el trufado relleno y hasta rellena la trufacin cebada. Los suyo es el desorden del exceso des medido. Cada cena un festn, cada almuerzo un gape y los desayunos una orga de zumos azucarados donde sumer gir hasta el ahogo la pastelera variada. Dorita Mayalde est deseando que llegue Navidad. iMenuda excusa para el tonelaje! Es un placer para ella ver a su marido dudar ante una bavaroise de pralin, aderezada con bolitas de coco unta das con melaza y as, como dejados caer en el plato, me dallones de bizcocho glaseado. No hay mejor compensacin que ver cmo se acaba una fuente de esprragos. S, ya se sabe que los esprragos no engordan, pero es que Dorita Mayalde los prepara con bechamel al oporto adornndolos con crema de castaas y nata batida. Dorita Mayalde le da a su marido las caloras con lazo, pero por arrobas. Y al pensarlo tiene un escalofro de sa tisfaccin que no le impide, sin embargo, introducir la nata en una manga pastelera con violentos empujones de cu chara. Y los cumpleaos En casa de Dorita Mayalde se ce lebran todos: los suyos, los de su marido, los de sus padres, los de sus suegros, los de amigos y vecinos. Ella celebra las bodas de plata, de cobre, de zinc, de litio, sodio, potasio y magnesio, el da en que se prometieron, el da en que aca baron la carrera, la Constitucin, la virgen patronal, la Co munidad y el desembarco de Normanda. Hasta el Do 125 mund de su infancia ha oreado Dorita Mayalde! Y cmo celebra fiestas, aniversarios y cumpleaos Como se debe! Con tartas, cremas, flanes, mousses, pastas, souffls y pud dings. A Dorita Mayalde le da mucho gusto fsico y satis faccin espiritual or desde la cocina cmo enloquecen las glndulas salivares de su marido y cmo todo su sistema en docrino entra en convulsin. Dorita Mayalde selecciona una boquilla rizada para la manga con la que ha de decorar el dulce. Es una boquilla de estrellas y se dispone a crear, con generosidad barroca y astrofsica, una galaxia entera. El cursillo de cocina ha obrado milagros en la vida de Dorita Mayalde. Su marido ya no llega tan tarde a cenar ni viaja tan a menudo. Y ha vuelto a ensayar las palabras ol vidadas y los besos deseados sin el cansino ritual del hola y el adis. Porque Adolfo, cuando se cas con Dorita, crea que ternura era un trozo de carne blandito, pero poco a poco su mujer fue erosionando su insensibilidad hasta hacerle comprender que por decir cosas dulces y cariosas no se iba a convertir en maricn. l es de los que creen que las mu jeres son objetivos militares: asalto, consolidacin y hasta las maniobras del sbado siguiente! Y Dorita Mayalde le de ca al cardo montaraz con caparazn de galpago que era su marido: Anda, enaltceme un poco, di que soy una li blula, llmame huesito de melocotn, comprame con el arco iris, que yo me vea en tus ojos como la ms hermosa ninfa. Di que te subyugo, que te electrizo, que te enlo quezco. Pero l, con sus convicciones muy recias, resuma sus deseos con una escueta pregunta de la que no espera ba respuesta: Es que te ha venido el periodo. A veces, Dorita Mayalde se sorprende del esfuerzo que hacen las mujeres para retener a los hombres pese a te 126 ner la certeza de lo desgraciadas que las van a hacer. Los necesitam . )s, hay que aceptar esa desgracia, pero es que sin ellos tampoco nos morimos y, segn y cmo, algunas viven gracias a no tener que soportarlos despus de haberlos so portado demasiado tiempo. Pero su Adolfo ha cambiado, incluso ha vuelto a ver la televisin. Ah, y tambin ha rea nudado su vida sexual! Poca vida, sinceramente, porque por muy joven que est, joven no es y cumplir dentro y fuera de casa a la vez no es proeza frecuente. Pero Dorita Ma yalde est contenta porque, despus de hacer el amor, su marido ya no le dice como antes Yo, ya. T no Ahora se queda quieto, como temiendo que Dorita pueda po nerle nota. Pero ella no le pone nota, lo que le pone es una crep flambeada con almendras en la mesita de noche. El hecho de que su marido est tan preocupado por la eficacia sexual le sugiere a Dorita Mayalde que con la otra ha tenido algn gatillazo. Como a Dorita no tiene que de mostrarle nada, est ms relajado y cumple mejor. Ah, pero en el cubil de la ilegtima, piensa aviesamente Dorita, le deben de medir hasta el octanaje. Desde la mejora culinaria a esta parte, Adolfo est ms carioso y eso slo puede significar una de estas dos cosas: o que su amante empieza a cansarse de l o que l empieza a cansarse de ella. Y tras la escapada, vuelta al re dil. El lobo pastor ha sido para Dorita Mayalde su cursillo de cocina. Y est tan contenta que corona la bomba tiridea con tres guindas. Luego, mirando con orgullo su obra, la cal cula en cinco mil quinientas doce caloras. Y eso slo para el desayuno. Luego se quita el delantal y se sirve vino en una copa de Murano. Ahora ya tengo una meta dice brindando al futuro: conseguir que a mi Adolfo le rebabe la nata 127 montada por las orejas hasta que en la repisa de su barri ga puedan anidar todas las cigeas de Castilla guin La Mancha. Dicen que la venganza es un plato fro. En el caso de Dorita Mayalde, la venganza es repostera selecta, o sea: se leccionada entre lo ms lubrificante que se pueda encontrar dentro de la cocina oleaginosa. Por eso, cuando Dorita Mayalde tenga a su marido bien grvido, chicharrn perdido, con las venas atascadas de colesterol y la sangre con ms almbar que las latas mur cianas de melocotn, entonces, y slo entonces, aceptar las proposiciones que le ha estado haciendo su profesor en la escuela de cocina. 128 12 EDICI e N 1996 E ALG LUGAR D SU VEVORIA de Fernando Delgado Jimnez (AccsiT) DE SEGOVIA 129 UAN Alberto apag el ltimo cigarrillo en el re bosante cenicero y mir hacia afuera dejndose sorprender por las primeras luces del amanecer que daban fin a aquella interminable noche llu viosa del mes de marzo. El cansancio y el hasto de toda una noche pasada en vela se traducan en un enorme dolor de cabeza, como agudas punzadas zaheriendo aqu y all, en una vaga sensacin de indefinicin en la percepcin de sus sentidos, y en una imprevista amnesia como reflejo del des mesurado abuso de alcohol. Abri con desnimo la puerta metlica de la terraza y dej que el aire fro y hmedo del ex terior penetrara con ahnco en la atmsfera viciada de la ha bitacin. Percibi ntidamente el pesado olor de la ciudad al amanecer. A su espalda, la sala de estar presentaba un as pecto aterrador bajo las ingentes cantidades de desperdicios que se repartan por todos los rincones, sobre los muebles, en el suelo, encima del televisor y adheridos a las cortinas y a la alfombra de lana. La pared dejaba ver irreconocibles man chas en lugares inverosmiles que salpicaban aqu y all; en al gunos lugares, la amalgama era tal que semejaba algo pare cido a un perverso Kandinsky. Nada pareca estar en su sitio, pero lo peor es que todo aquel destrozo ni siquiera se tradu ca en su cabeza en un pasado reconocible que pudiera servir de justificacin a lo que all haba sucedido. Un palpitante si lencio dominaba su mente y sinti la necesidad, acuciada por un intenso y lacerante dolor en el estmago, de acudir al bao. All, pisando pegajosas hojas de peridico extendidas en el suelo, vomit sobre la baera, impelido a ello por tratarse del nico sitio aceptablemente limpio que pudo localizar en aquel ocano de excrementos. Aquella noche del mes de marzo retumbaba en su cabe za como si an no se hubiera silenciado la msica y no se hu 130 bieran apagado las disputas. Senta las voces y los gritos girar despiadadamente en su memoria y se senta imposibilitado para identificarlos con alguno de los que asistieron a la bestial reunin -confusin que all se haba producido. Sintiendo un ligero alivio no exento de malestar sali al pasillo y entr en el dormitorio. Sobre la cama vio tendido el cuerpo de Elvira, su mujer, y le cost apreciar que aqulla res piraba, con suavidad, sumida en un sueo cercano a la in consciencia. Se hallaba postrada en un difcil equilibrio, dejando caer el brazo y el cabello junto al lateral , quedando ambos as prximos a tocar el suelo. El vestido se arrebujaba sobre las ro dillas, las tibias al aire, desnudas las piernas hasta los pies. Frente a la mesilla poda ver un vaso casi vaco del que emer ga un fuerte olor a coac. Tuvo la clara sensacin de que no deseaba permanecer all, a su lado, aunque no saba muy bien por qu razn. Decidi no perturbada, dejndose llevar por aquella extraa impresin, y recorri la casa buscando un lu gar donde tenderse a su vez. Lo encontr en el despacho, so bre el sof de tela negra que se alineaba bajo la ventana, y all se dej caer, sorprendido por el peso desconocido de su pro pio cuerpo al aplastarse sobre el sof, y una vez que se que d tumbado a lo largo presinti que no podra moverse en al gunas horas. Aunque molesto por la claridad que penetraba por la ventana se dej vencer poco a poco por el cansancio y cerr los ojos, an algo perturbado por una cierta ansiedad. Al poco, not como el sueo venca a cualquier otro impulso y no tuvo fuerzas para resistir ms. Qued as dormido, con el ros tro herido por una expresin ausente. Elvira contrajo el cuerpo al sentir el fro atenazado a su ab domen. Sin abrir los ojos presinti la claridad que inundaba la habitacin. A tientas busc con qu arroparse y apreci que se encontraba tendida sobre el desnudo colchn. El ligero vesti 131 do que llevaba acrecentaba sobre su piel la sensacin de fro, y un malestar perceptible le fue subiendo desde el estmago hasta alojarse en la garganta. Con un doloroso esfuerzo se vio obligada a incorporarse. Se llev la mano al sucio y desorde nado cabello y pudo palparse la cabeza, al tiempo que senta cmo un apreciable e incontrolado mareo se iba acrecentan do impidindola tomar conciencia de su estado. Ni siquiera se senta capaz de deducir la hora que era, ni tan siquiera apre ciar el momento del da. El paladar extremadamente seco y las encas, sobre las que se adhera una pegajosa pelcula de sali va fueron las primeras sensaciones claramente percibidas. Des pus el olor. Un fuerte olor a coac y a vmito lo impregna ba todo. Pudo observar que el olor proceda tanto de su cuer po como del colchn. Se acarici los dedos de los pies inten tando encontrar alivio al entumecimiento que le abotargaba los msculos. Un fuerte gemido emanado del estmago le hizo do blar el espinazo y encogerse sobre s misma. Se sinti enferma y febril. Las imgenes fueron apareciendo en oleadas en su ca beza. Enseguida pens en Marta esa perra descerebrada que amamanta sin descanso el ansia masculina. Era la imagen que senta ms viva. Marta y sus grandes pechos caprichosos, exhibindose sobre la mesa de la cocina, subida a cuatro pa tas y ofreciendo sus pechos a todo aquel que se le aproxima ba, como una versin lujuriosa de la Loba Capitolina. Aquel re cuerdo hizo que la irritacin tomara claro dominio de su esta do de nimo. Recordaba a Juan Alberto como uno de sus vs tagos, borracho y libidinoso. Fue la ltima en llegar y revent la fiesta apenas haba bebido un par de vasos de whisky de malta, su preferido. Antes haban venido Carlos Arrieta y Mara Guzmn, desde su casa en Chamber. Juan Clemente y su hermano An selmo que aport un par de botellas de Protos del ao Ile 132 garon despus de haber asistido a una representacin de La Cocina, de Wesker, en el Teatro Espaol. Carlos, ferozmente apegado a s mismo, estaba perceptiblemente incmodo. Ni si quiera se haba arreglado para salir y no pareca tener muchos deseos de permanecer all. Mara, insomne enamorada del depresivo turins Pavese, sin embargo ocultaba fcilmente el enfado distrayndose, preocupndose por todos los detalles. No dej nada a la improvisacin. Ubic correctamente los cu biertos y dispuso los platos proporcionalmente al espacio dis ponible. Prepar las fuentes en la cocina, aparte las ensaladas y el asado, dejndose llevar por su estilo de eterna alumna de Bellas Artes, aunque a muchos pareciera ms bien la obra de un trastornado general para antes de la batalla. Carlos, in quieto, lanzaba aterradoras miradas a su cuerpo grcil y es quivo, siempre de espaldas a l. Fumaba convulsivamente e hi paba a consecuencia del nerviosismo. Anselmo se ocup en seguida de la msica. Nos sorprendi a todos con Sam Coo ke tena ganas de pasrselo bien, era evidente para des pus elevarse con las guitarras desquiciadas de los hermanos Allman; nos desconcert con Danielle Dax para despus hacer un guio prodigioso incorporando a Maertens a la fiesta. Las protestas lo obligaron a pinchar pop. Los nimos se serenaron. Cristina y Paula llegaron juntas. Vestido sobre vestido. Colla res luminosos que acrecentaban la palidez de la piel. Al entrar ellas cambi perceptiblemente el olor que dominaba la casa. Juan, aferrado como siempre a la anormalidad de su pasin por Paula, agobiado, con una mezcla temblona de timidez y furor, se refugi en la cocina, picoteando sin parar de hablar, mien tras giraba vista hacia la puerta. Juan Alberto, meticulosa mente entregado a la preparacin del asado, de los aderezos, de las ensaladas, mientras abra el vino para oxigenarlo, como acostumbraba, iba dando los ltimos toques a una caldeirada 133 de merluza y rape, sustituyendo deca l el agua de mar por un caldo de agua y sales que haba preparado concienzu damente. Carlos Rodrguez lleg solo. Su vozarrn rpida mente domin la conversacin. Las fuertes risas de Carlos y Juan Manuel se unieron pronto a Felipe el brujo, cuya son risa equvoca provocaba siempre escalofros. Lo acompaaba Silvia, cabizbaja y an bajo los efectos de su quiebra senti mental con Alvaro, su novio desde haca diez aos hasta el ve rano pasado. Se comportaba como una autntica divorciada y su emparejamiento con Felipe se deba a que careca de la costumbre de salir sola, o ms bien, a que se senta humilla da por tener que salir sola. Tena un perfil anguloso y un cuerpo ancho y fuerte, bien proporcionado, que no casaba con el fsico mediocre de Felipe. Despus fue entrando ms gen te. Recordaba a Concha, solemne y elegante; tambin a Cn dido, cuyos ojos de vean hinchados por las largas horas de es tudio, seguramente abandonado con pesar. El dolor de cabe za la impidi seguir enumerando. No. Cuntos ms. Record. Jacobo. Jacobo vino con un libro, sorprendentemente, con un libro bajo el brazo. Quizs no tena muy claro de qu iba aquello. Despus Cristina. La oy rer con sordina al pasar frente al bao del pasillo. Supuso que estaba con Anselmo. Cristina siempre tan directa. Djalo para el final y no tendrs un hombre que se sostenga en pie de tanto beber. Prefiero leer a Joyce al despertar que soportar las maldiciones de un recal citrante alcohlico tras un estrepitoso fallido nocturno. Qui zs por ello su buen humor era proverbial. Y su apetito. An selmo la apodaba jocosamente Alacomenia, en un difcil y erudito juego de palabras. Poco a poco un abrumador desor den, como un caos ecumnico, iba extendindose por la reu nin. Se entraba y sala de las habitaciones. En ocasiones te na que autoconvencerse de que deba de desentenderse de 134 todo aquello para conservar un atisbo de buen humor, acep tando sin resistencia que todo parece un escndalo cuando se est acostumbrado al reposo y a la quietud. Saba que despus vendra lo peor, pero qu otra cosa poda hacer, se pregun taba. Retirar bruscamente el alcohol y convertir aquello en una clara reunin familiar. No estaba dispuesta a eso. Carlos!, deja ya de golpear con el pie! grit Cristina, que sala re cogindose el pelo del pasillo. Carlos se sobresalt al orla. Baj el pie hasta el suelo y se qued mirndola, con una son risa malvola. Anselmo haca un rato que deambulaba por la cocina, empujando a Juan a volver a la sala de estar y encarar a Paula. Debes de sostener con ella al menos una simple conversacin le deca. Cualquier mujer necesita como poco un breve tiempo para hacerse una idea previa cuando presiente un asalto amoroso le deca con un tono aflauta do, procurando no ser ms sarcstico, ms prximo a su eter na condicin de bufn. Ellos no saban que Paula segua un tra tamiento especial para la piel y estaba simplemente resignada a carecer de contactos fsicos, al menos por algn tiempo. Sil via, sentada en un silln, en la esquina y bajo la lmpara de pie, exhiba sus largas y bronceadas piernas, dejando en ocasiones entrever, al cambiar de postura, una fulgurante ropa interior, tan poco discreta como su torva mirada de diosa en celo. Se senta molesta observndola de reojo y apreciando su arro gancia. Su falta de pudor era tan ofensiva como el desinters hacia cualquier forma de colaboracin. Sentado a sus pies, Jorge se ensimismaba con la msica, mientras preparaba es crupulosamente un enorme porro. De vez en cuando volva la cabeza y la diriga algn comentario gracioso, sosteniendo la mirada mientras su mente acariciaba las hermosas piernas de Silvia. En aquellos momentos Juan Alberto se senta celoso de 135 todo el mundo. No poda evitar un indisimulado fastidio hacia cualquier intento de protagonismo que no contara con l . In terrumpa las conversaciones incorporando argumentos que presupona adaptados a cualquier cosa, aunque generalmen te aada un claro tinte de grosera a sus comentarios, bus cando como siempre llamar la atencin. En la cocina slo aceptaba ayuda, pero jams opiniones. Tu problema le deca serenamente Felipe, mientras le diriga una clida mirada es que eres una persona infeliz mente satisfecha. dependes hasta tal punto de la posesin que slo el instante te satisface, no la continuidad. Tu problema son tus opiniones contestaba iracundo Juan Alberto. Qu se crea, con aquella expresin fatalista con la que miraba a todo el mundo. Mrate en el espejo y ob serva como te pudres lentamente, arspice de vsceras con geladas. Todas sus conversaciones tenan un planteamiento, nudo y desenlace. No permita dejar nada inconcluso, aunque su an siedad haca que todo en l tomara un carcter digestivo, sin proyeccin. Se senta despreciada por l, insatisfecha de que no se la tomara debidamente en cuenta. Juan Alberto era aparentemente sumiso, pero en la discordancia de su relacin sola utilizar el peso de mltiples argumentos para sofocar su personalidad. Poco dada a discutir, enemiga de la constante po lmica, se haba retirado siempre para soslayar el tpico de las crisis matrimoniales. De cara al exterior, todo iba de viento en popa. Pero ella careca de pasado y luchaba denodadamente por creer en el presente. l, sin embargo, sufra extraas trans formaciones interiores, aparentemente premeditadas, bus cando quin sabe con qu razn adaptarse a una nueva personalidad. La tranquilidad era para su carcter un ambien te hostil. Se nutra de todo lo que despreciaba, utilizndolo 136 como arma arrojadiza sobre los dems, a los que sorprenda desprevenidos en cualquier comentario trivial, que para l to maba el carcter de una nueva polmica, que sola zanjar con un agudo inciso, cargado de doliente irona. Era generoso con sus amigos, pero ms bien porque persegua obtener un ca risma de virtud que sospechaba no estaba en ninguna otra parte. Cuando se vea despojado de argumentos se ahogaba en alcohol. Aquello generalmente suceda en los momentos en que la excitacin le impeda tomar conciencia de cualquier otra cosa. Sola pedir prestada una habitacin all donde fue ran a hacer una visita. Yaca con Elvira a sabiendas de que las mentes de los anfitriones no podan apartarse de ellos, gozando de un exhibicionismo netamente intelectual. Todo esto ocurra desde que haba hallado el sorprendente premio de la virgini dad de Elvira. Virginidad en todas las facetas. Su aprendizaje, obediente y activo, result para l una experiencia gradiosa. Se senta autor de una parte de una vida. Gozaba incorporando ms y ms experiencias, algunas puramente ingenuas. Poco a poco, no obstante, el furioso mpetu inicial haba dado paso a una forma de rutina de la que pareca no haber salida. Los fue gos artificiales dejaron paso a una calma chicha aborrecible y tenebrosa, donde el rumor del agotamiento prenda en sus ni mos hasta adormecer sus pasiones. Sola propender a la extravagancia, tanto en su vesti menta como en los gestos ms triviales. En su variable forma de ser se perciba la obstinada bsqueda de una permanente inadaptacin que lo hiciera singular. Un da le oy decir: Creo que no somos tan especiales como habamos credo. Pero nada de eso lo haca avanzar hacia una posicin ms con temporizadora. Cuando estaba sereno se sonrisa era pura mente condescendiente, altanera, como si en todo momento estuviera premeditando una finta. 137 Nos hemos abandonado el uno al otro le dijo en una ocasin. Despus se sinti acongojada por la tristeza que pre sinti en l, y se dej caer en su regazo amorosamente, aban donada a la circunstancia, renunciando a emprender una batalla que slo poda tener un cruento final. No haba hroes en el mundo de Juan Alberto. Slo vctimas de las pasiones o de la ausencia de ellas. Por supuesto, aquel da estaba borracho y adormecido. Emita sonidos sofocados que parecan provenir de una criatura desconocida. Alguien le dijo en una ocasin que portaba en s mismo la semilla de la inseguridad. Aquello le des concert hasta tal punto que siempre tuvo presente el comen tario en cada instante de su vida, dejndose llevar por una es pecie de destino ignorado pero desagradablemente presentido. En esas ocasiones un pesar absurdo se cerna sobre su nimo, y se refugiaba en la cama a horas descuidadas, como aplasta do por una enfermiza y desalentadora mana depresiva. Slo me tengo a m mismo sola decir. Escriba tanto como lea, pero escriba con un pulso calamitoso, tan insegura su mente como su pluma, buscando en la ilegibilidad el misterio de la incom presin. Sus epstolas sin destino eran como hojas desperdiga das e incoherentes, incapaces de reflejar con nitidez un pensa miento ya de por s desordenado. Las reuniones que organizaba solan terminar como si un terrible accidente se hubiera cernido sobre todos. El cansancio y el exceso de alcohol, as como la incoherencia de las actitu des, reflejaba bien una forzada experiencia de incomunica cin, o quizs un modo grotesco de entender la amistad, no tanto como aliento sino como refugio atemorizado. No poda apreciarse armona en los ridculos y frgiles vnculos de aquel grupo de incapaces, cuya vida transcurra intranquila e in constante en el compartimento estanco de una relacin naci da de la fatiga, que no del tesn. Como un pblico hastiado 138 ante una representacin una y otra vez improvisada. Juan Al berto siempre quera salir reluciente entre las tinieblas de aque lla tormenta seca. Cuando no encontraba argumentos, se vol va en silencio hacia su yo profundo, aletargndose en quin sabe qu bosque maltrecho de pensamientos. Desde haca mucho tiempo no se apreciaba en l ninguna presencia de la primavera. Todo obedeca a impulsos generados en su in quieto intelecto, y se haba convertido as en el inexperto con ductor de un carro vital maltrecho. Tengo la seguridad de que ninguno de mis amigos arries ga lo ms mnimo en nada que valga la pena y que pudiera sor prenderme, le confes en una ocasin. Y como para poner a prueba la validez de su afirmacin puso como ejemplo a Silvia, cuyo ardor uterino le dijo era como una olla a presin siem pre dispuesta a estallar en la cara de cualquiera de nosotros, al no tener ninguna otra vlvula de escape. El caso de Felipe le des compona todava ms, pues no poda comprender cmo su pa sin por el ocultismo y la cbala podan desarrollarse en el sr dido y sofocado ambiente de su anodina vida. Una ciencia sin contraste. Una experiencia sin compartir. Una idea inexpresada. Todo era en su cabeza como una biblioteca permanentemente ce rrada a curiosos y extraos que aportaran el necesario creci miento vital. Era una particularidad que en l se vea muy acre centada: hablar mal de todos. Su crtica despiadada e inmiseri corde no pareca cimentarse, no obstante, ms que en el peso de los inconexos y oportunistas argumentos de un borracho. Se presuncin era breve, meticulosa, y, no obstante, cla ramente caracterstica, aunque, a fuerza de perseverar, haba logrado incluirla como parte permanente de su carcter, ne cesaria para quebrar un espacio demasiado oscuro. Elvira detuvo por un momento el cepillo dental con el que desde haca ya largo rato realizaba una concienzuda limpieza 139 de su boca. Se mir en el espejo, entre manchas de agua y es puma. Se supo vaca y maltrecha. Recordaba lmpidamente la noche pasada, sin tapujos. Saba que todo haba sido muy simple, sin caractersticas singulares que lo hicieran dudoso. All mismo, en el bao de su dormitorio fue donde oy la prime ra voz. Estaba refrescndose la cara con agua fra, intentando rebajar el influjo del coac en su rostro. Se hallaba desnuda, pues al principio pens en ducharse, aunque despus opt por no hacerlo. Haba dejado a su espalda la puerta abierta, ms bien por torpeza, aunque pensaba que nadie entrara a su habitacin. No se sobresalt al escuchar a Juan Alberto llamarla por su nombre. Contest descuidadamente y sigui echando agua sobre sus ojos, al tiempo que se daba un fuerte masaje, apretando las yemas de los dedos sobre los prpados dolori dos. Despus sinti sus manos. Le desagrad que la buscara all y en ese momento, pero no se extra, pues haca tiempo que estaba acostumbrada a sus estertores sexuales, a su inconte nible deseo de aqu y ahora. Con los ojos cerrados y la cara h meda se dej llevar hasta la cama, dejndose empujar boca abajo sobre el edredn. Apenas con nimo para colaborar se dej hacer sin percatarse de que, a su espalda, la puerta abier ta la ofreca en escaparate imprevisto al pasillo, desde donde Carlos observaba sin ningn rubor. Tard un rato en darse cuenta de que no era Juan Alberto el que se sujetaba sobre su espalda. Intent gritar pero apretaron su cabeza contra la cama, impidindola casi respirar. Se abandon al balanceo rt mico sobre el colchn, sintiendo el jadeo y el olor a sudor en su nuca, hasta que el silencio se hizo en el dormitorio. Su cuerpo, casi anastesiado por el alcohol, apenas si recoga los vestigios del asalto. No poda siquiera levantar la cabeza y permaneci echada largo rato, quedndose dominada por una sensacin de irrealidad absoluta, como si dudara entre 140 sentirse que descansaba de una abominacin o despertaba de un sueo. Ms fuerte que el dolor y que la humillacin era la absoluta incompresin sobre lo que haba sucedido. No po da hilar acontecimientos que desconoca, no poda reflejar en rostros su protagonismo. Quedaba indefensa frente a unos hechos de los que no poda recordar ms que sensaciones, como si la hubieran dejado caer en un montn de basura. Volvi al lavabo y se ech de nuevo agua fresca sobre el ros tro. Al cabo de unos minutos era como si lo sucedido en el dor mitorio hubiera tenido lugar en otro plano de la consciencia, en una dimensin de la realidad que no la perteneca. Sobre la piel desnuda se puso un vestido largo, calz unas sandalias de cuero y con un estremecimiento en el estmago sali de nue vo a la salita. No encontr ninguna mirada que enfrentara a la suya. Estaba como perdida. Aquella era su casa, su sala de es tar, sus amigos. Era imposible que tras de s, en el dormitorio, hubiera dejado una parte de su realidad que no les perteneca, pero no encontr ningn acomodo a su instinto. En silencio busc asiento en el sof, frente a la televisin, procurando no mantener el ms mnimo roce con nadie de los que all se en contraban. Sus sentidos estaban aletargados, y se senta toda ella como en un estado de inconsciencia, de alejamiento. All permaneci recostada, embobada frente a la pantalla, sin ver ni comprender nada de lo que se emita. Los efectos de la bo rrachera se convirtieron en una bruma que la mantena apar tada de los dems, alejada de un presente que ya no senta como suyo. Algo de s misma haba quedado de repente to talmente sumergido en la oscuridad. Apur de un trago el contenido de un vaso que se hallaba sobre la mesa, frente a ella, al alcance de la mano y dej que por su garganta resba lara silenciosamente lo que crey identificar como whisky. El resto de la noche se lo pas bebiendo como ensimismada, 141 aterrada ante lo que crea que era parte de una alucinacin al cohlica. Pero no pudo comprender nada ms. En alguna oca sin se sobresalt al escuchar el ruido de unas risas de hom bre que provenan de alguna otra habitacin. Estuvo tentada de levantarse y aparecer all, buscando una respuesta. Despus, todo qued envuelto por la tranquilidad. Recordaba haberse desplazado hasta la cama y, despus de tirar al suelo toda la ropa, haberse dejado caer sobre el desnudo colchn. Ahora ni siquiera poda enumerar con certeza a todos los que haban asistido a la fiesta. Un fuerte dolor se atenaz en su estmago cuando se percat de este hecho. Se encogi buscando aliviar la contraccin de su vientre. Saba que esta ba sola y sin argumentos. Las lgrimas comenzaron a derra marse por sus mejillas. Elvira no poda saber nada de la parti cular partida de pker que Juan Alberto haba jugado con Carlos y Anselmo, mientras ella, en compaa de las otras mu jeres, limpiaba la cocina. Desconoca que a Juan Alberto le haba sobrepasado perder casi cincuenta mil pesetas en ape nas veinte minutos, en un par de manos alocadas mientras en gullan un botella de whisky americano. La ira y la ausencia to tal de autocontrol lo llevaron a jugarse lo imposible. Carlos y Anselmo, completamente borrachos, se sintieron como parte de un juego prohibido, como depositarios de un azar que sen tan formaba parte indudable del incombustible y desenfrenado carcter de su peculiar amigo. 142 DICI - 1997 EL MUERTO 143 RORA DO de Rafael Juan Ortega (GANADOR) DE ELDA A llamada del cabo Cobos poda cambiar mi condicin de corresponsal de pueblo por la de redactor de plantilla de El Heraldo de la Pro vincia. Aquella llamada telefnica dio co mienzo a una historia protagonizada por al guien que haba muerto haca ya treinta aos y me permi ti conseguir la exclusiva periodstica de mi vida. Yo iba por el tercer caf y el cuarto intento para perfi lar mi crnica sobre las prximas fiestas patronales en honor de la Virgen del Portillo, crnica que tendra que escribir por entregas para aprovechar las treinta lneas escasas que me daban, diariamente, en el peridico. Es lo menos que po da hacer despus de haber entrevistado al concejal de Fies tas, a la Reina Mayor, al cura prroco, al alcalde y a todos aqullos que tenan algo que ver, por activa o por pasiva, con la organizacin de las fiestas, que luego todos se quejaban de que el pueblo sala muy poco en El Heraldo, una mane ra de decir que ellos no salan y que slo yo era el culpable. Como si a m me importasen las fiestas en honor de la Vir gen del Portillo, la poltica de campanario que se practicaba en el ayuntamient y el ser corresponsal de un peridico pro vincial en un pueblo donde lo nico importante que haba pasado en los ltimos aos haba sido la fuga de Paquita la peluquera con Valentn el carpintero, la detencin de dos chavales a los que haban pescado con unas barritas de ha chs, unas cuantas peleas entre gente con mal vino y los in sultos con los que se obsequiaban los concejales en los ple nos. Adems, habra que mencionar el nuevo alcantarillado, la anunciada reforma del casco antiguo, que esperaba to dava, y la prxima instalacin de un polgono industrial que vena siendo prxima desde haca diez aos. sas eran las cuestiones de las que me ocupaba en mis crnicas y ar 144 tculos, si exceptuamos la fuga de la peluquera, que slo fue noticia en los bares del pueblo aunque, eso s, fue seguida con un apasionamiento que ya hubiera querido yo para mis escritos, por cierto muy mal pagados. Pero la llamada del cabo Cobos, mi fuente en la Polica Municipal, cambi todo este triste panorama. Deme, no puedo hablar mucho, pero no estara mal que te pasaras ahora mismo por el cemente rio. Qu es lo que pasa. Deja lo que ests haciendo y psate por all. Tengo que colgar. Hasta luego. Varios coches aparcados en la puerta del camposanto, incluido uno de la Polica Municipal, indicaban que, efecti vamente, algo pasaba. No era normal que los muertos re cibiesen tantas visitas un mircoles cualquiera a las 11 de la maana y mucho menos la del alcalde, que se puso blan co cuando me vio aparecer con mi bloc de notas y acom paado del Fiases, un fotgrafo del pueblo que, entre bo das y bautizos, trabajaba tambin para m. Qu coo ha ces aqu, te has credo que hoy es el da de Todos los San tos. Si no lo es, lo parece. Lo digo por la gente que hay reu nida. Se puede saber qu pasa El alcalde intercambi una mirada, que quera ser sig nificativa, con el sargento de la Polica y con el concejal de Seguridad Ciudadana. Un poco ms atras disimulaba el cabo Cobos y el sepulturero, inexpresivo, fumaba sentado en una losa. No era preciso ser un lince de la observacin y un guila del periodismo para darse cuenta de que la verja que daba paso al panten de la familia Higueruela, el ms grande y el ms imponente de todo el cementerio, haba sido forzada. Ladrones de tumbas. Algo as, Deme, algo as, contest el alcalde que, del blanco, pasaba ya a ese caracterstico rojo que anuncia una congestin o un ca breo. En esta ocasin era un cabreo. 145 El Fiases ya estaba tomando fotos del panten y de la verja forzada y yo abr ostensiblemente mi bloc a la espe ra de las palabras del alcalde. Me cago en todos los perio distas, y sobre todo en los periodistas de pueblo. Ahora s, ahora Casan ueva ser noticia, y los buitres acudirn como moscas a la mierda. No estaba mal para escribir un buen ti tular, pero era otro el que me interesaba, y as se lo dije al alcalde antes de que pasara de las palabras a los hechos, que el muy bruto era capaz de eso y de ms, lo que no le im peda ganar las elecciones una y otra vez. O, a lo mejor, ga naba por eso. Vaya usted a saber. Yo haca tiempo que ha ba renunciado a entenderlo. El concejal de Seguridad Ciudadana terci conciliador en lo que amenazaba convertirse en una discusin absur da tipo yo estoy aqu para hacer mi trabajo, eso por un lado, y no me jodas y pirdete, buitre de mierda, eso por el otro, o algo as. Vamos, Paco, clmate. Deme se va a enterar de todas formas y no podemos ocultar esto mucho tiempo. Lo sabe demasiada gente. Seguro que dentro de dos horas no se habla de otra cosa en el pueblo. De acuerdo, buitre de mierda, te lo contar todo, pero cuando escribas para tu pe ridico no te olvides de mencionar eso de que la Polica Mu nicipal cuenta con varias pistas que apuntan a una resolu cin inmediata del caso.Qu caso, es eso verdad. T te haces el tonto o es que lo eres. Vale, pero qu caso ROBAN UN CADVER EN EL CEMENTERIO DE CA SA NUEVA Se desconocen los motivos de la profanacin de la tumba De nuestro corresponsal Demetrio Martnez En la maana de ayer, al llegar al cementerio para iniciar su jornada laboral, el sepulturero municipal de Ca 146 sanueva descubri que haba sido forzada la verja de ac ceso al panten de la familia Higueruela y que en su inte rior faltaba el atad que contena los restos de Jos Hi gueruela Barcel, fallecido hace ms de treinta aos. Se desconoce la identidad del autor o autores de la profana cin y tambin sus motivos aunque, al parecer, la Polica Municipal cuenta con varias pistas que pueden llevar a una pronta resolucin del misterio. Todo hace pensar que el robo tuvo lugar en algn mo mento de la noche, cuando el cementerio permanece cerra do a cal y canto y con ningn ser vivo en su interior, aunque la noche de autos no estaba cerrado del todo. Una parte de la tapia haba sido demolida recientemente, dado su dete rioro, para su reforma posterior, por lo que la polica dedu ce que fue por ese hueco de la tapia por el que los ladrones extrajeron el atad, aunque fuentes de la investigacin no descartan que la autora fuese obra de una sola persona ya que se ha comprobado, as lo atestiguan las huellas, que para el transporte de la caja fue utilizada una carretilla que se estaba usando en la obra de reforma de la tapia. En estos momentos la investigacin se centra en bus car un posible mvil ya que resulta desconcertante el he cho de robar los restos mortales de una persona fallecida hace tanto tiempo. El suceso ha conmocionado a los 15.000 habitantes de Casan ueva ya que Jos Higueruela era un personaje casi le gendario en la localidad. Fundador de la empresa Bode gas Higueruela, que comercializa varios vinos de fama na cional e internacional, y de una fbrica de juguetes que, en la actualidad, da trabajo a ms de cien personas, Pepe El Vinatero, como era conocido en el pueblo, amas una gran fortuna poco despus de acabada la Guerra Civil y fue 147 alcalde de Casanueva durante la dcada de los 50. Falle cido en 1964, a los 65 aos de edad, ya viudo, sus dos hi jos continuaron con los negocios familiares que, ahora mismo, siguen tan prsperos como entonces. De hecho, la familia Higueruela es la ms conocida y acaudalada de Casanueva y el panten del que dispone en el Cemente ro Municipal, profanado la otra noche, es el ms grande y lujoso de todo el camposanto. El peridico public mi noticia en su totalidad. No me tocaron ni una coma. A toda pgina, con tres fotos del Flases, una de la verja forzada, otra del hueco de la tapia y una tercera, que Dios sabe de dnde sali, del mismsimo Pepe El Vinatero cuando era alcalde, una foto oficial en la que el difunto luca un esplendoroso uniforme de Jefe Lo cal del Movimiento. Un xito que me cost una discusin con el redactor jefe, empeado en enviar a un periodista ms experimentado que yo para el seguimiento del suce so. Y una mierda, esta noticia me la he trabajado yo muy a fondo, y me ha costado mucho el conseguirla. Es mi no ticia, no sabes hasta qu punto es mi noticia, y nadie se va a quedar con ella. Pero, Deme... Ni Deme ni leches. Aqu t no mandas a nadie. Yo soy del pueblo y s cmo funciona esto y, si mandas a alguien, ese alguien va a estar ms solo que la una. Me explico Esta noticia me la he currado yo y yo seguir con ella. Le convenc, no s cmo, pero le convenc. El suceso salt a la prensa nacional. Hasta alguna ca dena de TV envi un equipo para hacer un reportaje sen sacionalista para algn programa no menos sensacionalis ta. Pero cuando ellos iban, yo ya vena. Quiero decir que, al da siguiente de salir publicada la noticia en el peridico, mi cabo Cobos me comunic algunas novedades. 148 PIDEN UN RESCATE POR EL CUERPO DE JOS Hl GUERUELA Los ladrones del cadver exigen 20 millones de pese tas a cambio de su devolucin. De nuestro corresponsal Demetrio Martnez. Antonio Higueruela, hijo mayor de Jos Higueruela, cuyo cadver fue sustrado del panten familiar hace cua tro das, recibi ayer un annimo en el que se exige a la fa milia la cantidad de 20 millones de pesetas a cambio de los restos de su difunto padre, fallecido hace ms de treinta aos. La peticin de este inslito rescate aclara, slo en parte, un suceso que mantiene en vilo a todos los habi tantes de Casanueva ya que nadie, hasta ahora, compren da las razones que haban llevado al robo del cadver de un personaje tan significado como fue, y lo es todava aunque est muerto, Jos Higueruela, ms conocido en el pueblo como Pepe El Vinatero. Segn fuentes de la investigacin, todas las pistas apuntan a que fue una sola persona la autora del robo del atad que contena los huesos de Jos Higueruela, ya que se tuvo que ayudar con la carretilla que se estaba uti lizando en las obras de reforma de la tapia. Por las huellas encontradas en las inmediaciones se deduce que el pecu liar ladrn de tumbas carg el atad en un vehculo, que bien podra ser una furgoneta, y desapareci con su ma cabra carga entre la oscuridad de la noche. El rescate de 20 millones de pesetas exigido al difun to aclara, en parte, algunos motivos de este extrao suce so, pero no todos. Al menos, as lo manifiesta Manuel Es cudero, sargento jefe de la Polica Municipal: Es muy ex trao que se roben unos huesos para pedir un rescate por 149 ellos. Aqu hay algo ms, una venganza o algo as, y lo va mos a averiguar en colaboracin con el juez de instruccin y con los dos subinspectores de polica que han llegado desde la capital. Slo me queda aadir que estamos in vestigando animados por la irrevocable decisin del al calde de aclarar este misterio hasta el ltimo detalle. Por su parte, el alcalde de la localidad, Francisco Jos Braza tortas, ha declarado que no pasar mucho tiempo hasta que ese Drcula de pacotilla, que anda por los cementerios turbando la paz y el descanso de tantos hijos de Casa nueva ya fallecidos, d con sus huesos en la crcel. En mi pueblo nadie ha robado un muerto y si el elemento ste quiere ser el primero se va a enterar de lo que vale un peine. Lo juro por mis muertos. Segn ha podido saber este corresponsal, el annimo, escrito con recortes de letras de peridicos y revistas y de positado en el buzn de la empresa juguetera de la fami lia Higueruela, no especifica ni la fecha ni el modo de en trega del dinero del rescate, pero anuncia prximos men sajes en este sentido. A la espera de estos mensajes, la familia del difunto y desaparecido Jos Higueruela man tiene un silencio total. Con esta segunda noticia, el suceso del muerto roba do fue ya objeto de tratamiento diario en toda la prensa na cional y mi peridico le dio el tratamiento que se mereca. Al fin y al cabo, era nuestra exclusiva y los otros medios no tena ms remedio que ir a remolque de lo que nosotros pu blicramos, mejor dicho, de lo que yo publicara, que a es tas alturas mi redactor jefe me tena ya el suficiente respe to como para no interferir en mi trabajo, vamos, que por fin tena claro que aqulla era mi noticia, slo ma. Era un paso muy importante para conseguir mi objetivo, ser redactor de 150 plantilla del Heraldo y eliminar ese doloroso de nuestro co rresponsal siempre pegado a mi nombre. El siguiente paso era conseguir una entrevista con al guno de los dos hermanos Higueruela o mejor con uno, An tonio, el mayor, que era el que contaba en realidad y el que llevaba todos los negocios de la familia. Una entrevista en exclusiva con Antonio Higueruela me hubiera consagra do, en el Heraldo, como el hombre imprescindible para el seguimiento del caso del muerto robado y hubiera alejado, definitivamente, la posibilidad de que llegara desde la ca pital cualquier reporterillo estrella para quitarme mi noticia. Despus de unas cuantas llamadas telefnicas y con el auxilio de un par de conocidos pude llegar, slo en parte, a mi meta, el despacho de Antonio Higueruela en las bo degas, un despacho imponente con secretarias, dos, fax y ordenadores, tambin dos, adems de un rutilante mueble bar que el hijo mayor del Vinatero abri ante mis ojos para ofrecerme un escocs de doce aos que ni siquiera el olor del vino en fermentacin que llegaba, insidioso, hasta las mullidas alfombras, me impidi saborear. Fue claro y directo. Me han dicho que quiere entre vistarme para su peridico y prefiero decirle personalmen te que no habr tal entrevista. Bien, entonces no s qu hago aqu. Hablemos, simplemente hablemos. El que no haya entrevista no quiere decir que yo no tenga nada que decir, y lo poco que tengo que decir conviene que se sepa, aunque prefiero que sea de una forma indirecta. Bien, us ted dir. Ver, creo que es conveniente dar a conocer que la familia no est dispuesta a entregar una sola peseta al que secuestr el cuerpo de mi padre. O sus huesos, para ser exacto. Quiero que ese mensaje, as de claro, llegue hasta el secuestrador y estoy seguro de que usted, que es un 151 buen periodista, no desaprovechar la ocasin de reproducir mis palabras, mejor dicho, de dar a entender su significado porque yo, y esto que quede muy claro entre nosotros y de cara a sus lectores, nunca le he concedido una entrevista ni he hablado con usted. No entiendo nada. Pues no hay tanto que entender. Usted ha odo de alguien que se cuestre muertos, verdad que no, y ha sabido alguna vez de alguien que pague millones por un montn de huesos, por mucho valor sentimental que tengan Tampoco. Ni mi hermano ni yo vamos a ser los primeros. Mire usted, un se cuestrador profesional se dedica a los vivos y no anda por los cementerios en busca de vctimas. Mi hermano y yo creemos que, en este asunto, existen otros motivos, no s, el resentimiento, la venganza o la envidia, que en este pueblo hay muy buena gente pero tambin hay mucha envidia y es posible que alguien no le haya perdonado a mi padre que prosperase desde la nada, slo con su trabajo y su esfuerzo, o que ese alguien no nos perdone a nosotros, sus hijos y herederos, que hayamos continuado su tarea con xito. Eso es todo. Pero ustedes, si no hubiera ms reme dio, estaran dispuestos a pagar el rescate que se les pide Mire usted, habra que delimitar ese si no hubiera ms re medio y, ahora mismo, nadie est en condiciones de ha cerlo. Estoy convencido de que el cuerpo de mi padre vol ver al panten familiar del que nunca debi salir y de que esto no es ms que una broma macabra destinada a per judicarnos, mejor dicho, a fastidiarnos. Por lo pronto, y es lo que deseo que quede muy claro, no estamos dispuestos a pagar ningn rescate. En fin, esto es todo, gracias por ha berse molestado en venir para una entrevista que nunca, entiende, nunca ha tenido lugar. Y antes de que me die se cuenta me vi fuera del despacho de Antonio Higuerue 152 la, de su gisqui de doce aos y de ese olor a vino cido que impregnaba las alfombras. Estaba claro que no habra 20 mi llones de pesetas para nadie, era mucho pedir a los Higue ruela, que tenan fama de avaros, pero yo sera redactor de plantilla en el Heraldo, y eso s que no lo podra impedir nin gn Higueruela. No fue difcil, en mi siguiente crnica para el peridi co, dar cuenta de las intenciones de los Higueruela, en fin, ya se sabe, segn fuentes bien informadas... y todo eso. Supuso ms puntos a mi favor ya que fui el nico en anun ciar que no habra pago del rescaste e incluso, fuentes au torizadas del entorno familiar de los Higueruela barajan varias posibilidades... y reproduje lo de la broma macabra, que se crea que el secuetro era obra de la envidia o el re sentimiento y no de la codicia y todo lo dems. Antonio Hi gueruela poda estar contento, todo lo que me haba dicho haba salido bien destacado en el peridico, y encima no lo deca l directamente, que quedaba muy mal que un hijo di jese que no daba ni una perra gorda para recuperar los huesos de su padre. Adis a los 20 millones de pesetas. Ms claro que el agua, por lo menos que el agua turbia del pueblo, que no hay quien se la beba. Esta ltima crnica me dio, dentro del Heraldo, la au toridad definitiva en todo lo que tuviese que ver con el caso del muerto robado, una noticia que ya nadie me iba a arrebatar. Me haba costado mucho, pero lo haba con seguido. El propio director del Heraldo, personalmente, me en carg un amplio reportaje sobre el suceso para la edicin del domingo y una columna de opinin que ira con mi firma y encabezada con mi foto. Era la gloria. El reportaje me sa li bordado, con multitud de testimonios sobre la perso 153 nalidad de Pepe El Vinatero y un amplio catlogo de ru mores y especulaciones hbilmente engarzados adems de una completa resea sobre el estado actual de las investi gaciones que, dicho sea de paso, estaban en punto muer to. Y la columna de opinin, creo, tuvo penetracin anal tica y valenta a partes iguales. EL MUERTO ROBADO Demetrio Martnez. Ha pasado una semana desde el robo del cuerpo, o lo que queda de l, de Jos Higueruela, conocido todava, en Casanueva y toda la comarca, como Pepe El Vinatero. Ha pasado una semana y la nica pista con la que cuenta la polica es un annimo confeccionado con letras de recor tes de peridico en el que se pide a su familia, concreta mente a sus dos hijos y herederos, la cantidad de 20 mi llones de pesetas a cambio de la devolucin del cuerpo. Es as como tenemos servido un misterio que apasiona no slo a Casanueva sino a todo el pas. Cul es la clave para la resolucin de este caso, la codicia de los secuestradores, la venganza, el resenti miento, la envidia. Son demasiadas preguntas con una nica respuesta que est, sin lugar a dudas, en el muerto robado. Jos Higueruela, por muy muerto que est desde hace 30 aos, sabe por qu su cuerpo fue secuestrado, por qu el panten familiar donde descansaba de una vida agitada y polmica fue profanado. Creemos que la solucin de este caso pasa por conocer la historia y la personalidad de Pepe El Vinatero. Quin era Pepe El Vinatero Lleg a Casanueva, ca misa azul y boina roja, recin acabada la Guerra Civil, na die sabe de dnde, y dicen que el estraperlo y la usura le ayudaron a fundar las bases de la que luego sera su cuan 154 tiosa fortuna. Despus ya se sabe. Las bodegas, la fbrica de juguetes, alcalde durante la dcada de los 50. Todo un personaje que amas no slo fortuna, tambin poder, mu cho poder. Los que le conocieron afirman que fue el amo de Casanueva hasta su muerte y que dej atrs muchos enemigos, muchsmos. Sus hijos nunca han estado en po ltica, pero s que han manejado muy bien la influencia que proporciona el dinero, un dinero que heredaron de su pa dre y que han multiplicado sabiendo reinvertir no slo en las bodegas y en la fbrica de juguetes, sino tambin en empresas inmobiliarias, entidades financieras y las ms diversas industrias hasta el punto de que los hermanos Higueruela son, hoy en da, los empresarios ms conocidos de toda la provincia y, posiblemente, tambin los ms ri cos. En consecuencia, los ms poderosos, ms que el mis msimo presidente de la Diputacin. Con enemigos a dies tro y siniestro, por supuesto. Todos lo saben. Hacer nego cios no es una actividad inocente y siempre hay perjudi cados. Unos ganan y otros pierden. Ley de vida. Pero los hermanos Higueruela, y eso nadie lo ignora en Casanue va, no s si fuera tambin, no sueltan un duro graciosa mente si no hay dos para ganar. Y creemos que el autor, eso es lo nico de lo que la polica parece estar segura, que fue una persona que actu en solitario, del secuestro del ca dver del Vinatero lo saba muy bien, saba perfecta mente lo que haca, lo que se llevaba y por qu. No es la codicia el mvil en el caso del muerto roba do, tampoco la ambicin. Sospechamos que es la vengan za. Pero es tanta la gente que tiene razones y motivos para vengarse de la familia Higueruela que la polica nun ca podr encontrar al que profan su panten familiar. Ya slo depende de la voluntad del secuestrador el que Pepe 155 El Vinatero regrese a su tumba y descanse, esta vez s, para siempre. La columna de opinin, detesto la falsa modestia, me pareci magnfica y soberbia al redactor jefe. La dicho sa columna de opinin, firmada con mi nombre y con mi foto en el encabezamiento, me cost el puesto de redactor de plantilla en El Heraldo de la Provincia antes de haberlo catado. Adis a un puesto por el que haba suspirado du rante aos. No hay que morder la mano del que te da de comer, me dijo el director del peridico cuando me llam por telfono para comunicarme, personalmente, subray, que estaba despedido. Los hermanos Higueruela eran los principales accionistas del Heraldo y yo un tonto del culo sin remedio, aadi el director. Y as estoy yo ahora, sin trabajo, sin millones y sin sa ber qu hacer con el muerto que tengo en el garaje. 156 13a EDICI 1997 GLORIA de Pedro Jos Surez (ACCSIT) DE SEVILLA 157 El amor no es sino una estratagema, de la que la naturaleza se sirve para sus fines. ARTHUR SCHOPENHAUER UIN me iba a decir a m que me en contrara en un lugar como ste y en es tos momentos, a escasos minutos de la entrega de premios con la que tanto he soado. Segn me ha comentado Eloy, en actos de esta ndole suelen preparar un cctel para los asistentes antes de la entrega. Me lo ha asegurado como si tuviese experiencia propia. Busco a mi alrededor entre los presentes por si conoz co a alguien. Est donde est siempre espero tropezar con algn conocido. Es una obsesin que hered de mi padre. Aunque, la verdad, todava no creo que esta situacin sea real. Que aquella especie de locura acabara donde ha aca bado. Todo empez aproximadamente hace unos cuatro me ses, all por los ltimos das de Septiembre. Comenc a dar vueltas a la idea de escribir un relato que tuviera fuer za, que fuese original, es decir, las aspiraciones que puede tener cualquier aficionado a escribir. Como ingredientes bsicos pens en que no podan fal tarle altas dosis de intriga, de incertidumbre al menos, y tal vez algo de sexo. Se poda incluir un crimen, un asesinato. Y que la historia transcurriese en un viaje. S. Sera un via je en tren. Y sera de noche. Eso es, tratara de una aven tura amorosa en un viaje nocturno en tren. Haba encontrado un tringulo perfecto: amor -tren -no che. El inconveniente consista en que yo nunca haba vivido 158 una aventura de tal calibre. Ni por asomo, vamos. Y, por lo tanto, vea difcil escribir sobre un tema que desconoca. Pa sados unos das abandon la idea. Hasta que una semana ms tarde tom una decisin. Tom la decisin de hacer el viaje en tren hasta Barcelona. Sobre las siete de la tarde estaba el taxi en la puerta de mi casa. El tren sala a las 21:15. Coloqu mi bolsa verde de viaje en el maletero y me sent junto al taxista, quien me pregunt si me apeteca escuchar la radio. No me dej responder, pues ante mis dudas, volvi a interpelarme: Puedo fumar. La verdad es que era un taxista extrao. La tarde se presentaba con buenos augurios. A lo lejos se divisaba ya el enorme arco escarzano de la Estacin de Santa Justa. Una vez en el interior, un amplio corredor flanqueado por bares y tiendas de todo tipo daba paso al enorme vestbulo. Con el billete en el bolsillo, me volv a plantear si no era una locura, o mejor una autntica tontera, hacer un viaje para ver si en l ocurre algo interesante, como por ejem plo un crimen!, y despus con ello escribir una historia. Aunque conclu mis dudas dndome nimos, pues al me nos haba encontrado un pretexto para visitar Barcelona. En aquellos momentos no saba qu hacer. Faltaba to dava ms de una hora para la partida. La informacin fe menina de la megafona retumb en el vestbulo: Efec tuando su entrada. Va 10. Regional. Procedente de Cdiz. Me acerqu al Kiosco de Prensa -Librera. Ech un vistazo a las revistas especializadas. Despus a los peridicos. Final mente decid comprar la revista italiana Oasis y un paque te de almendras saladas. A escasos metros, junto al expositor de peridicos extranjeros, la vi por primera vez. Ella se encontraba 159 de espaldas, charlando con la empleada del estableci miento. Record las palabras de mi to Enrique: Si te atrae de espaldas, acabar siendo irresistible de frente. Vesta traje de chaqueta de tono marfil y blusa naran ja apareciendo sobre el cuello de la americana. La falda muy ajustada en cintura marcando las nalgas de modo muy sensual, y unos centmetros por encima de la rodi lla. Las piernas fuertes, torneadas, seguras. Los zapatos marrn claro, a juego con un maletn que descansaba en el suelo y con un bolso que le colgaba del hombro. Aunque lo que destacaba de todo el conjunto era la consistencia de un esqueleto poderoso, de una estructura firme, y una media melena multirrizada con leves reflejos pelirrojos. Me haba hipnotizado. No se haba percatado de mi presencia. Compr un pe ridico y sali al vestbulo. Yo me qued, haciendo como que ojeaba Los pilares de la tierra, de Ken Follet. Una vez recuperado, me sent en un banco azul y anatmico a leer la revista. A travs de unas enormes cris taleras se disfrutaba de todo el conjunto del edificio, des tacando sobremanera la gigantesca techumbre que cubra los andenes. La gente se mova por el extenssimo vestbulo de un modo parsimonioso. El excursionista cataln con una mo chila delante y otra detrs. La pareja de chicas sudameri canas que arrastran pesadsimas maletas. La joven nrdica que deambula con su larga melena rubia. El ejecutivo que se detiene a escribir sobre su maletn. De nuevo se oy la voz de la mensajera de los dioses ferroviarios. Din-don-doonn: Se encuentra estacio 160 nao...ejem...estacionado en va 12. Regional. Con destino a Mrida. Ante m paseaba una seora de edad indefini da, con unas preadas bolsas del cortingls, al parecer es perando un cercanas. Tras ella andaba uno hablando solo, con el inalmbrico adosado a su aparato auditivo. Y como por arte de magia, todos se pusieron a correr, y la estacin se transform en un hormiguero donde todos de modo contagioso corren sabiendo cada uno a dn de va. Las japonesas, el enjuto seor vestido de negro, el ex cursionista que haba interrumpido apresuradamente el solitario que haca sobre un banco, el matrimonio que or denaba sus billetes recin cambiados en la Oficina de Cam bio. Todos corren hacia Madrid, Zaragoza, o tal vez Utre ra. Din, din, doonn. Din, din, d000nnn. De nuevo absorto en la lectura de un artculo sobre medio ambiente, Vita nel mare, transcurri un buen rato, hasta que a travs de los cristales la vi de nuevo. Paseaba de un modo distrado, casi lnguido, por un amplio pasillo que separa el vestbulo de la zona de las es caleras mecnicas. Miraba de un lado para otro sin aparente inters, aunque pareca detenerse en los detalles arquitec tnicos del edificio. La mir insistente y fijamente, lo ms fijamente que pude. Record de nuevo a mi to Enrique. Se detuvo a mi altura. Su cara era agradable. Los ojos parecan azules. Hice todo lo posible para que supiera que la estaba mirando. Quizs los reflejos del cristal impedan que me pudiese ver. Se encamin hacia el andn por las escaleras mecni cas. La segu a una distancia prudencial. Iba mirando uno a uno los nmeros de identificacin de los coches, y alternativamente su billete, hasta que lle g al suyo. Agarr el tirador de la puerta con su mano de 161 recha, y apoy en el peldao el pie contrario. Gir su cue llo, dirigiendo la vista hacia el principio del convoy, inten tando transmitir la sensacin de que buscaba a alguien. Pens que, realmente, era a m a quien miraba, con ese modo de hacerlo que tienen algunas mujeres cuando quie ren que t no sepas a qu carta quedarte. Sent cierta inquietud cuando observ que haramos un viaje en el mismo vagn. Y tuve que controlar mis nervios al comprobar que su compartimento era el 27, a slo dos del mo. Era una suerte que en aquella poca del ao apenas viaja nadie, y estaba solo en mi camarote. Mi imaginacin se ech a volar. Record cul era el motivo principal de aquel viaje, y que no haba tomado notas en el cuadernito que siempre llevo conmigo. La verdad es que, desbordado por los acontecimientos, no poda centrarme en escribir. Deshice parte de mi equipaje y sal al pasillo. El tren ini ci su marcha a las 21:15 en punto. Sentado en un saliente que tienen estos trenes en la pa red de esa especie de hall donde se encuentran los servicios, lea tranquilamente la revista mientras a lo lejos pasaban len tamente las luces de los pueblos y de las cortijadas. Absorto en la lectura, no me percat que ya se en contraba a slo dos metros de m. A un metro. Fuoco me espet en italiano, sin duda confun dida por la revista. Cmo no respond saliendo a pedirlo, pues yo no fumaba, hasta que un seor mayor me facilit un en cendedor con el que prend su cigarrillo. Pens que eras italiano. Ya... ya contest, dominando poco a poco la situa cin. Estudio, slo lo estudio. Pero es difcil, muy difcil. 162 Qu casualidad. Yo tambin. Aunque ltimamente lo tengo algo abandonado. Mi abuelo era italiano, de G nova, y no quiero olvidar su lengua. Bueno...en fin... Mi nombre es Carlos. Piacere! , il mio Gloria. Los dos sonremos relajados y, tras una indicacin ma, nos dirigimos al bar restaurante. Sin apenas darnos cuenta, estbamos inmersos en una amena conversacin. Yo tom un cubalibre de Larios nun ca he sabido pedir otra cosa y ella un licor de manzana. Pasados unos minutos, hablbamos de temas serios, profundos. Aunque ella de vez en cuando miraba de forma extraa, como si estuviese pensando en otra cosa. Pidi fue go al camarero, y ste le regal un mechero con publicidad de la compaa. Cuando menos lo esperaba me diriga pre guntas sorprendentes. Se puede querer a alguien ms que a uno mismo o estaras dispuesto a matar por el amor de una mujer. Ped una bolsa de frutos secos y otro cubalibre. Ella otro licor de manzana. Como siempre que se est a gusto, el tiempo pas deprisa. El empleado nos indic que tena que cerrar. Eran las 12 y nosotros sus nicos clientes. De vuelta a nuestro coche nos detuvimos en aquella es pecie de Sala de fumadores. Encendi de nuevo un ci garrillo. Fumaba de modo pausado. Nos acercamos a la puerta. Mirbamos la noche. Ambos veamos pasar la no che a travs de aquel cristal. Mir su rostro reflejado en la oscuridad. Quera ver sus ojos pero no era posible. Quera saber si ella tambin me miraba. Quera descubrir si mira ba al fondo o lo haca a mi rostro reflejado en el primer pla no del cristal. 163 Pasamos un rato en silencio. Slo se oa el suave tra queteo del tren. Para romper aquella calma, quise contar un chiste. Y en italiano: Due amici si troyano per la strada. Uno de manda a laltro: Che ti piace di pi, Natale o fare lamo re. Laltro risponde: Natale, molto pi frequente. Ella sonri, y yo me sent fatal, como siempre, o como a veces me siento cuando provoco misericordia en el pr jimo. El tren disminuy su marcha al acercarse a una esta cin. La observ de reojo y comprob una vez ms cmo tena la mirada perdida. Estaba en otro sitio. Sent que me ignoraba. Me indic que tena sueo y que se retiraba. La acom pa por el pasillo. Me detuve ante el compartimento 23, que era el mo, y ella lleg hasta el suyo. Nos quedamos mirndonos, con las llaves en la mano, y sin encontrar cada uno su cerradura. Sonremos nervio sos. Ella dej de intentarlo y me dijo: Tendras algo para leer... un libro interesante. S, claro, un momento. Quieres uno de Cuentos, de Cortzar Me lo acercas Entr en mi compartimento. Intranquilo, no acertaba a encontrarlo. Lo recog de debajo de una camisa y sal a lle vrselo. En el pasillo ya no estaba. Me detuve ante su puerta y golpe con los nudillos, mirando nervioso hacia uno y otro lado. Gloria, ests ah pregunt golpeando la puerta de nuevo. S, un momento, Carlos, ahora abro. 164 La puerta se abri. Entr. Y la puerta se cerr. Nunca olvidar aquella imagen. Gloria se encontraba mirando por la ventana, dndome la espalda. Las dos pie zas negras de su ropa interior impedan que pudiera mo verme. Estaba como clavado en el suelo. De nuevo miraba o me miraba desde el reflejo de la noche en el cris tal de la ventana. Usaba gafas, y ello le daba en aquel ins tante un aspecto misterioso, algo fro. Consegu moverme, no sin trabajo. Anduve dos pasos. Ella se dio la vuelta y nos fundimos en un beso largo, len to, caliente. Sus labios saban a manzana y las gafas se empaaron un poco. Aprovechando un vaivn del tren, nos dejamos caer so bre la cama de abajo. Su melena caa sobre mi rostro. Aunque en un princi pio aquello me excit, luego pas a desconcertarme por lo que le ped se recogiera el pelo. Accedi. Siempre me han parecido muy sensuales las mujeres con el cabello recogi do en un moo alto. Al tenerla tan cerca descubr que era ms delgada de lo que pareca. Sus dientes, aunque perfectamente alinea dos, se desplazaban un tanto a la derecha, y la lnea que se paraba simtricamente la nariz le proporcionaba un en canto especial. Nunca haba hecho el amor con una mujer que usara gafas, o mejor, que lo hiciera con las gafas puestas, aunque al poco rato cayeron sobre sus senos y de ah al suelo, al no poder soportar aquel movimiento enloquecido y enloque cedor. Cuando sus ojos estaban casi en blanco, sent miedo. Siempre me producen miedo las mujeres en ese momento culminante. Precisamente en ese instante se fue la luz en el 165 compartimento y, posiblemente, en todo el tren, que hizo movimientos extraos. Pasaron unos segundos de oscuri dad hasta que las farolas de una avenida cercana ilumina ron intermitentemente su rostro. A pesar de la avera ni ella ni el tren se detuvieron. Unos minutos ms tarde o unas horas, o unos aos el moo se haba soltado, su cabellera pelirroja cubri mi rostro y cay extenuada sobre m. A partir de aquel momento, lo nico que recuerdo de aquella noche es que la luz se apag y entre tinieblas o las palabras ms bellas que nunca un hombre pudo escuchar de labios de una mujer. Despert y ella no estaba. Realmente me encontraba en mi compartimento y por un momento llegu a pensar que todo aquello no haba sido ms que un sueo, que algo as no me poda haber suce dido a m. Me arregl y fu a su encuentro. Por el pasillo se es cuchaba como el teclear de una mquina de escribir o de un ordenador, tal vez de un vecino yuppy que quera aprove char la maana y terminar un trabajo para presentarlo en Barcelona a su jefe. Llegu a la cabina 27 y llam. Gloria respondi sin darme tiempo a reaccionar: Carlos, esprame en el bar. Silbando Lultimo romantico recorr el vagn, pasando por el hall donde slo haca unas horas nos habamos pre sentado, y dando los Buenos das! a todo el que me en contraba. A cierta distancia se oa el llanto de un beb que lloraba desconsoladamente. Sentado en un taburete, la esperaba. Al poco rato, golpe con sus dedos en mi hombro. Nos desayunamos jun 166 tos. El paisaje transmita frialdad, soledad, silencio. La sequa causaba estragos por estas tierras catalano-aragonesas. En la Estacin de Sants el bullicio era tremendo. Re cord el gento de Semana Santa, slo que ahora todo el mundo llevaba bolsa o maleta. Entre los empujones de aquella muchedumbre, le in diqu que necesitaba ir a los servicios. Ella respondi que me esperara en la Oficina de Informacin. Los carritos, las ca rretillas, el ruido de las mquinas eran ensordecedores. Cuando volv, ya no estaba. Haba desaparecido. La busqu en la cafetera. Sal corriendo hacia la para da de taxis. Entr de nuevo en la estacin y pensando que, quizs, ella tambin hubiese pasado a los servicios. Volv al tren, por si hubiese olvidado algo. La bsqueda fue infructuosa. Haba desaparecido. No poda ser cierto. Haba desaparecido. Cuando transcurri ms de una hora, su desaparicin era irremediable. Sent una decepcin y un vaco indes criptibles. Pase por las calles del Barrio Gtico, por los alrede dores de la Catedral, llegando incluso hasta la iglesia de San ta Mara del Mar. A veces tena el presentimiento de que es taba cerca. Me excitaba su posible proximidad. Me daba miedo encontrarla de nuevo. No sabra que decirle. Qu le podra reprochar, tendra sentido enfadarme Sobre todo me preguntaba: en qu he podido fallar, qu le ha br defraudado de m. Pas todo el da vagando por la ciudad. Estuve enfa dado conmigo durante horas, repasando una y otra vez cada paso que di junto a ella. Cmo no concret dnde se hospedara, su telfono, dnde trabajaba. Me sent tan idiota como haca tiempo que no me senta. 1 67 Recuerdo aquellas horas como algunas de las ms tris tes de mi vida, slo comparables a las lejanas y profundas soledades de mi adolescencia. Fue un error imperdonable no tomar nota de su n mero de telfono. Intent localizarla en varios hoteles que tienen con sorcio con RENFE. No quisieron darme informacin porque tena slo su nombre y no poda aportar siquiera un apelli do. Era slo una remota posibilidad, y en eso qued. En fin.., todo aquello pas. .. pero no he logrado olvi darlo. No he vuelto a verla. Y recuerdo cada rincn de su cara con todo detalle. Ahora me encuentro aqu, a escasos minutos de la en trega de premios que tanto he ansiado. Los grupos de invitados charlan de forma distendida. Parece que se conocen de toda la vida. Hay demasiada gente si slo se ha invitado a los finalistas. Me siento solo. Tena que haber venido con mi amigo Eloy. Pero siempre se hace ilusiones sobre una relacin que ya le he indicado que es imposible. Unas seoritas con falda azul y blusa celeste ofrecen un vino espaol. Cojo una copa para dar y darme la sensacin de que no estoy solo. Una seora de mediana edad, con una hoja en una mano y unas gafas colgantes en la otra, re corre la sala saludando a todos. Se acerca y me sonre. Pre gunta mi nombre y tilda un rengln de su lista. Sonre de nuevo y me guia un ojo. Parece la relaciones pblicas. Me apetece un cubalibre de Larios pero no me atrevo a pe dirlo. Paseo distradamente entre los grupos, como que riendo transmitir la sensacin de que no necesito hablar con nadie. A cierta distancia, no demasiado lejos, diviso una si 168 lueta que me resulta familiar. Un ceidsimo vestido rojo hasta los pies envuelve una figura de ensueo. Es ella. No puede ser otra. Las piernas no me responden. Nuevamente me sien to anclado en el suelo. Quiero acercarme y no puedo. Qui siera tocarla, y slo pensarlo me hace dudar. Se ha cortado el pelo. Recuerda a esa poeta gaditana de apellido italiano, de la que en este momento recuerdo su cara pero no su nombre. Logro acercarme. Cuando estoy a unos dos metros la llamo. Glo...ria. Se vuelve. Me mira. Sin gafas. Se acerca y me da dos besos, uno en cada mejilla, aunque muy cerca de la comi sura de los labios. Cuando intento hablarle se acerca la seora de las ga fas colgantes, y cogindola de un brazo se la lleva lejos de mi presencia. Al retirarse me dice suavemente: Mi piace molto di pi fare lamore. Siguiendo las indicaciones de la relaciones pblicas, los grupos se van disolviendo y poco a poco van entrando a un saln contiguo. Es como una pequea sala de cine, una saln de actos presidido por una alta y alargada mesa de madera, y una enorme lmpara pendiendo del techo. Tomo asiento en una butaca del pasillo central. Estoy nervioso, abrumado. Solo. He llegado a tomar tres copas de vino y no estoy acostumbrado. Gloria pasa junto a m. Todos la miran. Todos la salu dan. Se sienta una fila delante y hacia mi derecha. Comienza el acto. Lo abre un joven con aspecto de se cretario oficiante que hace balance de las actividades de la 169 institucin, de los datos de las anteriores convocatorias y de la presente. Gloria se vuelve y me mira con los ojos a media asta. Se acerca el momento fatdico. Un escalofro terrible re corre mi cuerpo. Empiezo a comprenderlo todo... Y las escenas se precipitan, se suceden de un modo irrefrenable. El kiosco de prensa... las escaleras mecni cas... el compartimento 27... su mirada perdida... el bulli cio de la Estacin de Barcelona... su negra ropa interior.., el teclear del ordenador... Hasta que me ha sobresaltado una potente voz: ...y la obra ganadora es Ingenuos...de Carlos...Cortzar, seu dnimo de su autora, Gloria Surez Malaguzzi. 170 13a EDICI N 1998 EL XITO DEL TIGRE de Luis Miguel Garca Mndez (GANADOR) DE CUBA (RESIDENTE EN SEVILLA) 171 AS antes de su desaparicin slo se encon tr la manilla de su reloj, un tanto subida de sal, a juicio del forense, y la mitad de un empaste, mi amigo paseaba a su mascota como cada tarde. Siempre con su cadena y su bozal, por que l era extremadamente respetuoso de la integridad ajena. As y todo, cuando Radio Reloj anunciaba las seis de la tarde con un breve pitido de tirols sinfnico, en todo el barrio cerraban los co mercios, se atrancaban las puertas, los chiquillos abandonaban a la mitad sus pitenes de pelota, y la parada del autobs se despejaba como por un milagro del transporte urbano. Si entre seis y siete, un vecino descubra algn transente a travs de una persiana entor nada, compadeca al forastero persignndose en silencio. Pero esa tarde mi amigo tuvo la aciaga idea de tomar el au tobs con su mascota. Aguard quince minutos en la parada va ca, y cuando apareci, rojo y bufando como bestia jursica en versin daltnica, intent subir halando a Pancho. Camina. No te quedes atrs. Oiga, oiga, que aqu no se admiten animales do msticos, y menos un perrazo... Con00000. Un tigre. El chfer se lanz por la ventanilla, abandonando 146 pasajeros a su suerte. O a su agilidad, porque en el autobs quedaron tres viejitas y un gordo, que no caba por las ventanillas. Esperaron durante dos eternos minutos a que el tigre desistiera, o violara definitivamen te las normas de la Empresa, en cuyo caso las viejitas obviaran su artritis y dejaran solo al gordo. Mi amigo comprendi que no era buena idea, y regres a casa para alivio del gordo, que se prome ti (esta vez en serio) hacer dieta rigurosa y media hora de trote cada maana. Acariciando el pelaje espeso de Pancho, sospech por primera vez que ya era demasiado grande para mantenerlo en casa. Y sin l las cosas nunca seran iguales. Desde que el animal cumpli los ocho meses, la mujer de mi amigo no se atreve a contradecirlo, ni 172 chilla como antes, porque Pancho, con su odo de tigre, la detec ta hasta encerrada en el ltimo cuarto, emite un rugido persisten te, espeleolgico, y se acerca despacio. A la mujer se le hiela la san gre y su voz se esconde en el tartamudeo de las rodillas. Si los ni os se niegan a hacer la tarea, Pancho apoya sobre la mesa su ca bezota y bosteza como un gato en pantalla panormica, mos trando completa su odontologa. El curso pasado fueron los mejores de su clase. Dos aos haban transcurrido desde que apareciera en casa con el cachorro metido en un cartucho. Qu gato ms raro. De qu raza es No es. No tiene raza. No es un gato. Un perro. No, un tigre. T ests loco, cmo vas a traer un tigre a casa. De vulvelo. No. Sultalo por ah y que se las arregle. No. Mtalo. No. Dnalo al zoolgico. Tampoco. Desde su ya prehistrica boda, mi amigo ha evitado discu siones innecesarias, transigiendo en los diminutos avatares de la cotidiana: acept pintar la casa de rosado; que le relegaran sus libros al trastero, porque no eran decorativos; que su hijo recibiera lecciones de violn, aunque adoraba el karate; y redujo sus cer vezas a la cuarta parte del presupuesto en cosmtica. Tambin en el peridico aduca que la vida tiene principios y finales. Si te confundes de categora, corres el riesgo de extraviarte por sen deros que se bifurcan y perder de vista la carretera bien pavi mentada de tu destino. No vale la pena liarse a discusiones por mierditas. Despreciando nuestra opinin de que mierdita a mier dita, su vida se poda ir a la Mierda . , y con mayscula. Amable y siempre flexible a las exigencias de su mujer, esta vez se neg en redondo. Ni llantos ni amenazas, ni chantaje sentimental con tus hijos, que los va a devorar ese bicho. Lejos de sentirse carne en conserva para felinos (ver fecha de caducidad al fondo), los ni os eran los ms contentos, porque ningn otro alumno de su escuela tena en casa un tigre de Bengala. 173 Temprano en la maana, mi amigo acuda al vespertino: es tropeaba un poco la redaccin de los despachos cablegrficos, para compatibilizarlos con el libro de estilo; facturaba ttulos an tidigestivos y comprima en veinte lneas la tragedia bosnia, o es tiraba la hazaa productiva del mayor cosechero de ajo y be renjena en el municipio La Rebombi de Cacarajcara: hasta veinte lneas. Escriba casi sin pensar. Con frecuencia ni casi. Sa ba que con la extincin del papel sanitario, durante el Perodo Mesozoico de la Era Revolucionaria, el destino de cuanto re dactara, tras su paso fugaz por los ojos, sera desmierdar el mi lln ciento diecisis mil catorce culos de la ciudad (sin contar los lactantes). Y los culos son ms exigentes en materia de calzon cillos que de sintaxis. Un largo dominio del oficio le permita di vagar sobre las cuadratura del crculo, la inmortalidad del cangrejo o el sitio exacto donde el jejn puso el huevo mientras notifica ba a sus lectores el nuevo rcord de salto alto o la ruptura de las conversaciones de paz en el Medio Oriente. Resultado: un pe riodismo de baja intensidad, antiinflamable, en caso de ingestin masiva, llame al Servicio Nacional de Psiquiatra. Un placebo informativo atento a la lnea del Partido, como la gallina hipno tizada por la raya de tiza, y continuamente alabado (sea Dios) por las Altas Instancias. Nuestros nicos sobresaltos eran obra de los tipgrafos; como cuando titularon: Despido de embarazadas im procedentes en una empresa agrcola. Recibimos airadas cartas de 684 madres, 22 gineclogos, el obispo de la dicesis y una f brica de condones. En este plcido ambiente laboral, lo nico que le preocupaba era conseguir en el comedor suficientes sobras para que Pancho no se quedara con hambre. Dado el origen de su dieta, se sospecha que salvo algn tropiezo proteico, Pancho es (fue) el nico tigre vegetariano. De Bengala y de cualquier si tio. Quizs por eso miraba con deseo contenido las carnes abun dosas, los mofletes, la papada en cataratas hasta el nacimiento 174 de los melones que reventaban las tiras de los ajustadores. Y la mujer de mi amigo, en lugar de aterrarse, se ruborizaba. Pero la verdadera vocacin del dueo de Pancho era escribir una novela. De joven pens seguir los pasos de Hemingway y Garca Mrquez, hacindose periodista. Intent el reportaje que lo catapultara hacia el Olimpo de Truman Capote y Kapuchinski, pero Procusto Gutirrez, nuestro Redactor Jefe, le aserr los dien tes a la verdad, y le puli el estilo con una lima del ocho. Mi ami go ley el reportaje como si fuera ajeno, y pregunt en la oficina cundo saldra el suyo. La carcajada general an consta en el Gui ness. De menos joven, se consol con la obra tarda de Carpentier y Saramago, siempre huyendo del pstumo Franz Kafka. Ahora su fre ansiedad, sndrome de los cuarenta, horror vacui curricular, de sesperacin que lo compulsa a sentarse como un operario cada do mingo frente a su Olivetti Lettera contra la opinin unnime de sus hijos, su mujer y sus vecinos (quieren ir al parque, restaar el sof cojo, dormir la siesta) y aporrearla sin descanso a 120 disparos por minuto, aunque sea como Nicholson en Shining. Cuenta que acaba de empezar su novela, que el arranque tiene el impacto de La ciudad y los perros, la magia de Cien aos de soledad y el in quietante clarooscuro de El nombre de la rosa. Pero la misma re lacin, combinando referencias literarias, nos la ha descargado ca torce veces. Al fin, un da de cobro y borrachera con productos al tamente txicos, confes que alguna vez publicar su Inicios Com pletos. En ciento doce folios, ha acumulado ya catorce inicios de no vela y ni un solo final. Cuando Pancho cumpli un ao, le advertimos que era arries gado mantenerlo en casa; que criar tigres es mucho ms peligro so que escribir sobre la disidencia o el gobierno sin ofender a na die. Pero l, quizs porque se senta escritor, menospreciaba toda nocin de peligro, como si estuviera habituado. Que lo donara al Zoo, se lo vendiera por dlares a algn turista, o que hiciera ham 175 burguesas de tigre y nos invitara. Sabr a gato l nos miraba con cara de ofendido y se daba la vuelta. Ni que le estuviramos pro poniendo hacer de su suegra carne con papas. Pero el fallido intento de inaugurar el transporte pblico y ur bano de tigres lo ha convencido. Esa misma noche, una semana an tes de desaparecer, pide a su esposa que se vaya por unos das con los nios a casa de su madre. Pensar que peleamos. Por una vez no tendra razn. Quiero deshacerme de Pancho y necesito tiem po. Por fin, por fin. Ya era un peligro para los nios, y yo... (Aun que la mujer recordar con nostalgia las miradas lbricas, segn ella, del animal, sin percatarse de que el pobre Pancho no ha visto un solomillo a la plancha desde el origen de las especies). Esa misma tarde, dejan solos al tigre y a mi amigo; sin saber que es mi amigo y el tigre quien los est dejando solos para siempre. Lo que ocurri esa semana, nunca se sabr. De lunes a sbado, no acudi al trabajo ni contest al telfono. Se neg a atender la puerta, y por la mengua en las reservas hogareas, se sospecha que mantuvo a Pancho, durante seis das, a dieta rigurosa de agua con azcar. Al sptimo da (tena predileccin por las referencias b blicas y los nmeros cabalsticos) llam al zoolgico y pidi que esa tarde, despus de las cinco, vinieran a buscar al animal, lo reduje ran con dardos tranquilizantes, y se lo llevaran. Que l no estara en casa, pero les dejara la puerta entornada. Cuando los cuidadores y veterinarios aparecieron, ya Pan cho haba abierto con una cortesa pavorosa la puerta, y se pa seaba por el barrio sin bozal ni cadena y fuera de horario. La gen te, espantada, penda en racimos de rboles y postes. Pero el apa cible animal se limitaba a rascarse el lomo contra la corteza de un almendro, aterrando a los frutos humanos que cuajaban de las ramas, algunos muy maduros. Los del Zoo actuaron de inmedia to, y tras el dardo anestsico, Pancho no camin ni cinco metros. Estaba en falta el tranquilizante de felinos y le dispararon media do 176 sis del que se utiliza para los elefantes. El tigre so con Bengala du rante tres das. Por suerte estaba bien merendado. En casa de mi amigo slo hallaron, en el suelo del comedor (qu detalle, verdad), la pulsera del reloj y medio empaste. El reloj al que se atribuye un tic nervioso en el ojo izquierdo de Pancho no apareci nunca. Mi amigo, tampoco. Ni una astilla de hueso, ni un rastro de sangre: el tigre haba lamido a conciencia todo el sue lo, y como es natural, un tigre de comedor obrero estaba ms ha bituado a los huesos que un doberman. Tras el velorio sin velado, la despedida de duelo sin despedi do, las honras fnebres sin honrado, acudimos en masa al zool gico: Sern capaces de mostrar a los nios una fiera que asesin a un hombre El director nos ofreci una disertacin sobre la ti ca de la naturaleza y la nocin homocntrica del delito, y de ah has ta Darwin. Pero ni con eso. Frente a la jaula donde dorma Pancho, continuamos la discusin tico -gastronmica; interrumpida por el tigre, que empez a moverse. Estir las patas, bostez, y vino tambalendose a ciegas hasta la reja. Se sent en una posicin ex traa, e intent reclinarse, pero cay de espaldas. Sin abrir los ojos camin hasta el lateral, se recost despacio y cruz las patas infe riores. En el rostro del director descubr el asombro de un nio cuando sorprende a su padre intentando meterse dentro de su mam por una puerta demasiado estrecha: la misma que, segn su maestra de Educacin Sexual, emplean para nacer los nios. Es tar mi pap desnaciendo Primera vez en veinticinco aos, mas culla el director del Zoo. Primera vez en mi puta vida. Primera vez que veo un tigre cruzando las patas. Cuando abri los ojos, el ti gre examin con curiosidad los barrotes, bebi largo de la fuente (mi amigo era bastante salado) y vino despacio hacia nosotros. Se sent, esta vez casi como un tigre, y nos salud agitando la garra derecha. Primera vez... Al clavar en m su mirada amarilla y soca rrona, supe que Pancho no era Pancho. Y cuando me ech la son 177 risa chaplinesca (ahora con colmillos) que enviaba a travs de la re daccin cada vez que me encomendaban el parte de la zafra azu carera, supe que m amigo era un tigre. No s si los dems se dieron cuenta. Pero ninguno volvi a rei vindicar la muerte justiciera del felino. Ninguno. Desde entonces mi amigo vive felicsimo en el Zoo. Los cui dadores le echan diariamente su racin de caballo vivo, y l se di vierte jugando a los escondidos con ellos, antes de comrselos con muy buena educacin: diseccionndolos con habilidad de taxider mista, sin arrastrar la carne por los suelos, asendose continuamente el hocico y sin dejar a su paso la cochambre que en la jaula anexa arman los leones. Siempre elegante, no se digna a mirar a los visi tantes. Son ellos quienes vienen a verle. Tras seis meses de soledad, le importaron una tigresa desde la India, permutndola por dos chimpancs (dos almuerzos por la mejor mquina de moler que hay en el mercado). Una tigresa bastante lerda, a juzgar por el caso que mi amigo le hace, o la zarpa de advertencia que hiela sus rugidos. No as sus ronroneos. Las grupas de la tigresa son ms que nota bles. A estas alturas ya tiene tres tigrillos, para beneplcito de las au toridades del Zoo, que han cumplido las metas de incremento en la cuadra de mamferos superiores. Si fuera por los dos leones im potentes, y el leopardo que ruge de amor a los lobos... Los ms asiduos solemos visitarlo una vez por semana, y siempre le llevamos un paquete de papel reciclado, repuestos de bo lgrafo, cintas de mquina: insumos que no constan en el depar tamento del Zoo que atiende el bichero. Como se sabe, trasladar cinco lpices de un inventario a otro es una operacin burocrtica ms intransitable que irlos a comprar en Singapur. Cuando se sienta a escribir, mi amigo se vuelve irascible, muerde y reparte zarpazos a la menor interrupcin. En esos mo mentos, los celadores advierten que se debe mirar en silencio, no tirar man los tigres no comen man, ni siquiera los que no es 178 criben y no turbar, en fin, la concentracin del tigre. Ni los nios osan ya molestado, y sus padres envidian a mi amigo. La tigresa no comparte las inquietudes literarias de su marido: no lee sus ma nuscritos, ignora las reseas crticas que a l lo enfurecen hasta mor der los barrotes, y se orina sobre las listas de ms vendidos. La sen sibilidad lingstica de una tigresa sensu stricto no rebasa su idio ma gutural en do sostenido. Pero soporta a mi amigo todas sus ex centricidades, porque es el nico tigre varn de la jaula. Los tigri llos, en cambio, suelen leer antes de acostarse, se inquietan por el destino de los personajes y urgen a su padre para que termine y en terarse por fin del macabro Captulo XXIII de Tres alegres tigres, su ltima novela. Tampoco disponen de otras lecturas, ni cmics, ni te levisin. Son lectores mongamos. Cada vez es mayor su popularidad en la ciudad, en el pas, y con el paso del tiempo se ha convertido en una importante fuen te de divisas convertibles: Japoneses, alemanes, canadienses, sui zos, acuden en manadas a retratarlo y pedirle autgrafos. Una so ciedad ecolgica (Debemos cuidar a los animales, porque no son tan animales como parecen, en campo de gules) lleva su nombre. Recibe invitaciones (billete, estancia y viticos) para simposiums y congresos en universidades de luengo pedigree; pero por el mo mento no le es dado asistir. Los estatutos del Zoo no contemplan la libertad condicional, la reduccin de penas o las salidas por bue na conducta. Bastante que tiene visita matrimonial continua. Pero la afluencia turstica no se debe a que sea un tigre (hay muchos), a que sea escritor (hay ms), o un tigrescritor, por raro que sea; sino a que sus novelas tienen un xito glamoroso. Ediciones de lujo en carton son recomendadas por libreros, bibliotecarios y decorado res; abusivas tiradas de bolsillo se venden en aeropuertos y estan quillos, traducidas a 25 idiomas (pocos ms sern editorialmente rentables). Todos los bichos del Zoo deberan estarle agradecidos, porque con su copyright se compran conejos, lagartijas y ratones 179 blancos para las serpientes, dos cabras a la semana para los coco drilos, y la hierba de los elefantes. Por eso mi amigo tiene cierta ra zn en ponerse exigente: Ya no acepta jamelgos que tras quince aos tirando de un carro son pura carne de hiena. Exige caballos de raza, corderos rabes, cabras afganas y algn que otro turista no ruego, delicados al paladar, sobre todo si estn poco hechos. El ni co modo de ensear a sus tigrillos el sano placer de la alta gastro noma, y no embutirse cualquier fast-puaf o porquera industrial lle na de conservantes. Funcionarios post -modernos han propuesto incluir su obra en los planes de bachillerato. Es decir, la inmortalidad a plazo fijo: que los escolares te lean a la fuerza por los siglos de los siglos. Y se comenta que algn acadmico sueco pidi su canonizacin, pero no es ms que un rumor. Por ahora. Nosotros no hemos tenido tanta suerte en la vida: continua mos bajo la tirana gramatical y semntica de Procusto Gutirrez, nos adeudan las Pentium (Intel Inside) que nos prometieron, nos adeudan la vida que nosotros mismos nos prometimos; y cotejan do el peridico del 10 de abril en curso con el del ao pasado, pien so proponer que conserven las planchas, hacer 365 diarios para siempre y jubilamos. Quin ms quin menos, andamos todava lia dos con la primera novela, que seguramente concluiremos este ao, porque veinte son ya demasiados, incluso para un tango de Carlos Gardel. 180 14 a EDICI 1998 EL EXCESO de ngel Gonzlez Quesada (ACCSIT) DE SALAMANCA 181 Es preciso todava morir... ALBERT CAMUS O iba a ser feliz pero estaba vivo y eso, pensaba, lo absolva de haber renunciado al futuro. Lo mantena despierto una esfor zada falta de ambicin y una extraa dig nidad cuyo significado ltimo intua y cuya presencia, una especie de rumor de expectacin, reconoca en cada poro de cada piel suya que en otro tiempo le hubiera de vuelto un escalofro de dicha. La edicin de su ltimo libro de ensayo, el entusiasmo de la crftica, la recuperacin de adjeti vos, hubieran significado un estmulo y otro de aquellos re naceres que tan magnnimo consigo lo volvan, pero en el l timo ao la enfermedad haba minado no slo su cuerpo sino su antigua y enorme capacidad de ilusin. Sigui escri biendo en los primeros meses, tras el diagnstico, por una suerte de inercia sin sentido, no el ensayo de Down ni la re copilacin de Conrad que saba que no iba a terminar, sino iniciando cuentos, poemas, artculos, que abandonaba con una sola lnea, con media pgina. Otras veces se preci pitaba en una profunda depresin que le impeda escribir y lo postraba das frente a la ventana del patio. Hasta que le toc la piel de Werner, como describa en su mente el momento en que percibi que el inicio de un cuento se le espesaba entre las manos y una maana se descubri con diez pginas sem bradas de su irregular prosa. Pudo haber estado esperando aquello, intua que la historia de Werner y de la lluvia la ha ba estado pensando durante aos, pero otras veces, en vano, palpaba su memoria en busca de huellas de Werner y del agua. Desde aquella maana, cada da de los ltimos tres 182 meses haba ledo y corregido algo de la historia: un prrafo, el orden, las palabras; luego el matiz, el tono, la textura. A fuerza de ausentes, las casi olvidadas nubes se torna ron nuevas y fueron recibidas como extraordinario aconte cimiento, despus de cuatro aos de inclemente sequa. La prdida de la luz constitua as una progresiva recuperacin de otra luminosidad interior que hizo revivir momentneas ilu.Siones en Werner. Las primeras gotas, al inicio de la tarde, fueron recibidas con jbilo y carreras, con risas, voces y abra zos de todos, que salieron a mojarse en una espontnea ce remonia de autobendicin y de comunin con el agua negada tanto tiempo. Si embargo, Werner se saba tocado por una de sesperanza larga. Intua la muerte como el ocaso. Llovi, a su pesar, durante horas; la vida, aquella lejana y cada vez ms extraa vida, continu latiendo exultante dentro de las casas, las ventanas abiertas para or el repique del agua y sentir sus salpicaduras. La torrentera de la calle ancha golpeando los po yos y el rtmico tamborileo en los latones de algn tejado atronaban un callar expectante. Apenas haba viento y la lluvia caa abundante y mansa. Trat durante das de hacer literatura en un hiprbaton y un poema en medio de lo que pensaba; e inevitablemente empujado por una desconocida fuerza al tiempo familiar y le jana, haba escrito cada da el prrafo final, la conclusin de Werner y del personaje de Werner, de forma diferente; y tambin, como si hubiera sido inevitable, haba desechado cada nueva maana el ltimo prrafo final y dejado el cuen to abierto a la intemperie de la imaginacin para retornarlo una y otra vez: Aquella noche, al susurro de las hojas goteantes, al mur mullo de los charcos y de la msica dispar y olvidada del agua, durmieron acunados por la resucitada esperanza del 183 verde, por la recobrada ilusin del futuro rescatado en el l timo instante. Con la madrugada, cuando Werner se senta vencer de tanta noche escrutando el dolor y el final del do lor, arreci el aguacero y las ventanas fueron cerrndose al viento y al fro. Al alba segua lloviendo; nadie sali hasta la tarde, pero tras cada cristal los rostros deformados por las go tas admiraban el lustre de las piedras, el brillo nuevo de las tejas y el desconocido color de los frontones. Fue una fiesta el camino de los nios a la escuela, pisoteando charcos y zambullendo su risa en el juego nuevo del agua, olvidada e inexplicable. Werner se mora cuando la esperanza comen zaba a renacer a su alrededor. Esos tres meses haba significado un notable empeora miento de su salud y el diagnstico final, inevitable. No bus c la causa ni escrut la ocasin del contagio; a nadie culp y se supo responsable de la enfermedad. La muerte le con cedi un escaso plazo y no le import, slo por Werner, por alcanzar el trmino de su creacin en medio del agua que ini ciaba la esperanza. Tuvo conciencia de que su plazo se ago taba al tiempo que el de Werner. Se entreg al cuento en cada momento que las drogas del dolor le permitieron imaginar pai sajes. Se asi a su escritura con la lejana certeza de que le iba a ser otorgado tiempo para finalizarla; responda ofreciendo lo mejor de su fantasa en otro tiempo deslumbrante, otor gando a Werner los retazos de vida que le eran otorgados: la lealtad de su escritura, el candor de una exquisita atencin y todos los rasgos pequeos de pasin, los ofrend a Werner como el ara de un intuido blsamo. Quera terminarlo; esta ba convencido de que era se el ltimo deseo y slo, pensa ba, la forma lo impeda: Al sonido de la celebracin y la risa se uni el rtmico cha poteo de las goteras sobre los pupitres, que hubieron de ser 184 domeados con recipientes a los que se haba otorgado otro uso desde haca aos. Werner les habl del agua, de la fuen te de vida que vena del cielo; y de la esperanza. En la nube del vaco de futuro de su cabeza, Werner; el maestro, repeta a los nios la vieja historia del primer filsofo, el principio es el agua, lo inasible, lo ilimitado... Las tierras resecas haban acogido ansiosas el agua de los primeros das, pero ya el quinto los antiguos surcos de las de labor eran un espejo im preciso y las praderas sucumbieron, ahogadas las hierbas que hubieran agradecido el agua hasta la hermosura con un rayo de sol. Tras varios das de ininterrumpida lluvia, los hombres miraban el cielo esperando una seal que indicase que iba a escampar, pero ni una grieta en la capa negruzca y prxima de las nubes permita imaginar siquiera que amainase. Abrie ron en la tierra nuevas torrenteras, tratando de evitar que el agua penetrase en las casas, pero el barro borraba en pocas ho ras las zanjas, por muy profundas que se cavasen. Lo observaban incrdulos; el plazo de su muerte excedido en meses, inmvil en medio de la enfermedad que hubiera de bido ya costarle la vida, escribiendo cada momento de vigi lia, volcado sobre aquellos papeles mil veces garabateados. No empeoraba; y l perciba que aquel exceso en la historia de Werner, la multiplicacin del agua, de algn modo multiplicaba su propia vida, e intua que el final de Werner, que no hubiera todava sabido explicar, iba a depender de su propio final, en una transmutacin que antes del dolor pareciera impensable. Imaginaba el ltimo zarpazo del dolor agazapado, esperan do el final del cuento, de esa historia de un moribundo en frentado a la destruccin por el exceso de vida, esa historia de la desesperanza en medio de un exceso de esperanza: Apenas podan pisar las calles, inundadas de un lodo cla ro que llegaba a las rodillas y que inundaba bodegas y car 185 boneras cuando se cumpli el sptimo da. Una forma de de sesperacin no provocada por el inclemente sol durante cua tro aos comenz a apoderarse de todos y en slo ocho das de incesante aguacero el pueblo soaba con el calor y la sombra, aoraba los baldos, los eriales y el polvo. Werner ha ba perdido su estupor. El dolor, ms intenso cada da, le privaba del asombro. Vea llover y acercarse el agua como la muerte. Los alumnos no acudan ya a clase; haba abrigado la esperanza de morir hablndoles, viendo sus rostros reple tos de futuro y sin embargo el agua se lo impidi. Saba que iba a morir solo, frente a la ventana que daba al patio. Quiso escribir que Werner se arrepenta y sin embargo su cabeza se negaba al perdn. Fue incapaz de la ignominia y de la descripcin de la piedad. Le hubiera gustado abandonarlo, pero no pudo. Tampoco abandonarse. De algn modo la muerte ganaba la partida al desprecio, al suyo y al de Werner: un personaje que miraba tocado de tragedia, perdido en una bsqueda innombrable: Werner como smbolo del tiempo circular, y del paralelismo de las vidas, de las muertes; la pa radoja de la ilusin, la vil ilusin agostada en el exceso; ese Werner espectador de la tragedia y actor de la misma; ajeno, no obstante, a ella. El tiempo y el paso del tiempo lo obliga ban a la escritura, a corregir el mismo prrafo una y otra vez, a construir la historia del agua, de la muerte y el desamor, con una pasin que haba casi olvidado: Llova. Se haban lavado todos los utensilios de labran za, convertidos en intiles por el sol durante tantos meses y transmutados ahora en imposibles; las colchas y las faldillas, obligadas al propio olor tantos inviernos, se empaparon de aire de agua; se aclararon los sacos, las fundas de los recli natorios, los ejes negruzcos de los carros y el revs de los tri llos; se haban frotado en los patios las maderas de las ca 186 millas con cepillos de races, las sillas y hasta los cofres que no haban visto la luz durante lustros; se haban pulido las ver jas, y los patios recuperaron sus esquinas hasta entonces ocultas por la suciedad; Werner estaba ya postrado; no lea y pensaba. Su absolucin era su muerte, y lo saba. Vea llo ver y quera ya morir, pero una extraa fuerza lo impulsaba a vivir o a aguardar, la esperanza de ver el sol, o que cesara de llover o de doler; cualquier esperanza, se deca, y le fal taba fuerza para imaginarla. Vea a Werner desvalido, como a s mismo, sin alguien a quien pedir perdn; ese Werner, hijo de su imaginacin y de su fiebre, smbolo del tiempo y del paso del tiempo, de la inu tilidad del presente y de la falacia de la esperanza, cuando la redencin es imposible, cuando es mentira el final y tambin el principio. Quera terminar el cuento con la descripcin de un supremo acto de sacrificio que redimiera a Werner y a s de la culpa de no haber muerto a tiempo. Vea a quienes en otro tiempo fueron amados, mirndole atnitos, preguntn dose por qu la muerte no lo haba aventado, por qu la es pera; y se senta culpable de estar all, salvo hablando con Wer ner. Huy de las liturgias que le hubieran servido en el cuen to para justificar el dolor o el agua; buscaba un acto cotidia no para enfrentarse a Werner y a su muerte con un hlito de razn; saba, sin embargo, que tejer la ilusin de la razn en la escritura le estaba entonces negado. Buscaba en el exceso la carencia y en el final la calma. Luch para encontrar la pa labra que buscaba: Se utiliz el agua en cuanto pudo hacerla til, en cuanto pudo justificar el increble diluvio jams visto. Pero sigui lloviendo y hubo que reparar goteras antiguas y nuevas, retejar y taponar los aleros, cegar los palomares y amaestrar de nuevo las contraventanas para fingir que se 187 evitaba la entrada del agua de los incesantes canalones que espontneamente se formaban en las grietas. Las casas perdieron la cal y el recibido de sus paredes y todo el pue blo adquiri el color verdoso de los brotes de musgo y hongos que reventaban en cada hendidura. Las maderas de las puertas se hincharon y hubo que cepillar los marcos has ta con hacha para seguir creyendo que cada casa tena una puerta, porque la intimidad se haba perdido al esta llar los cristales cuando la madera revenida abri las vetas y escupi los nudos, cuando saltaron los espejos en peda zos, abrazados hasta la muerte por sus marcos y cuando los zcalos se disolvieron impidiendo el calor y la confidencia; a la supersticin antigua de vidrios rotos, de sbados sin sombra y paredes al norte derribadas, vino a unirse el ho rror del sbito desplome de la imagen del cristo del altar mayor, escupida en mitad de una misa por una cruz inca paz ya de abrazar los clavos. La desesperacin y el miedo se apoderaron de la pequea vida limitada al asombro; la tragedia acechaba en una palabra y la venganza se llena ba de carne por un roce, en un mbito acuoso en que des pus de un mes de incesante aguacero, se haba incubado un odio salvaje hacia quienes haban pedido la lluvia. Exceso de palabras; palabras del exceso, palabras para nutrir un todo ajeno alrededor. A veces el cuento se le alargaba entre los dedos y dejaba volar la imaginacin en medio del de sastre. El dolor se haca ms patente. Le inyectaban cada hora, pero segua escribiendo con la fe del converso, seguro de la imposibilidad del final antes del final. Apenas poda sos tenerse erguido o incorporado a la cama. Los mdicos, ms all de toda lgica de la enfermedad, le otorgaron uno o dos das. Y l, inmune a la esperanza, y ya feliz, garabateaba un final que presenta, ahora ya, en este instante: 188 La eternidad pequea que le ha tocado el alma tanto tiempo, sin percibirlo apenas. La ardiente belleza de la tar de acuosa lo hiela y sin embargo no lo deja morir. El impla cable espejo que le espesa los gestos hace de Wemer un re medo de s; y en esa soledad ltima se resigna a que sea el agua, precisamente, el principio de todo, su final, el final. Sin fuerzas para morir ni para vivir, Wemer se abandona al azar y a la memoria. Suea el sol en el vaivn ltimo del ltimo gesto de la vida, y suea la desesperacin de lo que intuye que pasa afuera, en la lluvia, cuando los hombres, comidos por el odio y azuzados por la certeza de que inevitablemen te habran de estar solos si queran sobrevivir y ocupar el lu gar del nico justo, como en los libros antiguos, matan las pe queas vidas cercanas en medio de la gran muerte de la vida grande. En el castillo del cerro, la C , 7ica torre de acecho an en pie se viene abajo blandamente, confundindose en el agua con las piedras que haban delimitado el camino de ron da y el patio de banor, y que son ahora un brillante lecho y una laguna rebosante de la que parte un enorme torrente ha cia el valle. Lleg el hambre, que no pudo evitarse ni inten tando conservar en las paneras embreadas los cuerpos de los animales muertos, que enseguida se ablandaron a pesar de la sal y las vendas de yute, repartiendo un terrible olor a podredumbre por todo el pueblo. El fuego es imposible. Los viejos mueren azotados por colosales dolores y un estupor he cho espasmo que les cierra la garganta. Algunos pretenden sa lir del pueblo, pero los gigantescos torrentes de barro y de roca han cegado con una montaa el nico camino. Slo los ms fuertes pueden resistir en pie el inicio del da cuarenta de la lluvia. Los nios no han aguantado la terrible humedad que rezuman las pocas paredes en pie, y postrados en camas sustentadas sobre piedras, a dos palmos de los techos de 189 brea goteante, han ido muriendo comidos por la sangre he lada y la tristeza. Hubo que enterrar a los muertos en tum bas alzadas sobre la roca, tratando de evitar, en vano, que el agua destapase las fosas y arrastrase los cadveres lavados y macilentos por lo que fue la calle ancha hasta el lugar del cor del. Los tejados gotearon agua rojiza que los disolvi; slo un puado de figuras sin rumbo, blandas y del color de cuanto tocan, se mueve trabajosamente. Wemer abre la boca y des pierta en la perfecta consciencia de que no ha dormido y el sueo no es un sueo. Una cuchillada de dolor lo deja in mvil, los ojos desmesuradamente abiertos; no puede gritar y el aire va saliendo despacio de sus pulmones y pinta su ros tro horrorizado de una paz que no conoce. Su memoria se ex tingue arrastrada, como los tiles de labor y las ropas, por los torrentes de la enfermedad o de la lluvia. Slo quedan locos, ya ni cadveres, ni tmulos, convirtiendo al pueblo en un magma marrn cruzado por profundas quebradas y atrave sado por gritos que se buscaron mientras tuvieron fuerza y se matan ahora para mentirse la existencia un da ms, hasta que el agua se precipita desde todas las alturas y en una inmen sa mano de barro las blandas montaas lquidas abrazan el valle y se hace el vaco donde estuvo Wemer y el dolor de Wemer negado ya por el plido color de un mar nuevo. Exceso y final. Las manos dejan de responderle y una lu minosidad lo hace feliz. Quiere morir y sabe cmo. No hay pa labras ya. Piensa en Werner muerto de dolor y de abundan cia, y l tambin se abandona al agua y al tiempo, a la de sesperanza y a la ltima palabra, y la muerte lo toca y el azar lo vuelve definitivamente nada. 190 15 EDICI N 1999 LA CITA de Antonio Llamas Cnaves (GANADOR) DE PALMA DE MALLORCA 191 AITE se contempla con atencin. El espe jo enmarcado en madera con incrustacio nes de marquetera le devuelve la pelota de su aspecto, como si estuviera disputando con ella un partido de tenis que empieza a ser reido. Mima un beso y se lo enva con la punta de los de dos. En la soledad de la amplia alcoba una lamparilla de plata en va, crtica, la luz sobre su rostro y acenta la desazn que sien te. Un carmn suave no vendr mal. Y unos ligeros toques de ma quillaje, casi traslcido. Devolver a su cutis el aspecto y la ter sura que su piel siempre tuvo, se dice sonriendo. Los prospectos son tan halagadores, tan acariciantes, tan reconfortantes: Ms que restaurar el fsico, son obras maestras de la psi cologa. Ahora, un poco de rmel. Acenta la profundidad de la mi rada. Acto seguido, separndose de la perspectiva de la venta na cuyas cortinas descorridas dejan entrar, a la vez, la tenue os curidad del bulevar lluvioso en esa tarde de otoo y la luz ana ranjada de las primeras farolas, ella se aleja un poco del espejo para apreciar mejor su figura y percibe cmo destacan sus ojos azules en el rostro de nariz pequea y la mata de rizado vello p bico. El imprescindible misterio que debe acompaar a toda mujer que se prede canturrea Maite. No ests nada mal, as, desnuda, chica. Te conservas cuando has traspasado la frontera de los treinta. De los treinta y cuatro, pero quin sabe exacta mente tu edad, mona. Javier lo sabe, piensa. Se toma sus pechos en las palmas de las manos, Algo pequeos, pero bien formados y de pezones os curos. Fuerza un escorzo y se mira desde atrs, con una torsin violenta del trax. Un trasero contenido, proporcionado. Las ca deras y la cintura conservan la querencia al aguitarramiento y las 192 paredes del estmago no se han resentido ms de lo justo por los dos partos. Las piernas, razonablemente juveniles. Hay esperanza, Maitechu dice. Desde el punto de vista fsico, hay esperanza. Todava tienes un buen polvo, hija ma. El breve sostn celeste semitransparente, con puntillas. Las pequeas bragas a juego. Una mirada ms, de conjunto, eva luadora, un poco mercantil. Si al verme as no se echa sobre m, es que ha cambiado mucho. Y a peor. Las medias color carne y el vestido. Ha dudado mucho an tes de decidirse. Opt por el de color melocotn, levemente ce ido, hasta la mitad del muslo y con escote. Deja los cabellos suel tos, suaves, cepillados doscientas veces. Un collar de perlas cul tivadas mallorquinas. Los zapatos entonan perfectamente. Tras dudar, se deja puesta la alianza. Ya est. Sobresaliente, no, pero aprobado alto, piensa. Se adentra por el pasillo, hasta desembocar en el saln. Los dos tresillos tapizados de terciopelo azul se reflejan en el parqu, separados por una ancha mesa de acero y vidrio sobre la que reposan numerosos ceniceros de plata. Desde un rincn, prximo a un biombo al estilo chino, de madera lacada, se yer gue un tronco del Brasil muy crecido. Junto al amplio ventanal, Maite acaricia, en una rinconera, la pequea escultura de bron ce que tiene capturado a un hombre desnudo en el momento de asestar un hachazo al tronco que tiene entre los pies y contem pla, distrada, el bulevar, hermoso como un remedo bien logra do de los parisinos. Las hayas que lo bordean, con las ramas agitadas por el viento de octubre, van alejndose del edificio forzadas por las leyes de la perspectiva y convergen en el mar os curo que se presiente al fondo. Una lluvia suave, mansa, ligera, arranca de las baldosas que tapizan el paseo los reflejos de las lu ces de las farolas. Va mal de tiempo, retrasada, pero qu impor 193 ta. Este saln le aporta recuerdos agridulces y quiere demorarse un poco en ellos, observando el enorme leo de Aguirre, que ha captado con rudeza el esfuerzo de un campesino que azuza dos bueyes, arando entre miles de hmedos detalles verdes y pastos terrosos. El ltimo regalo de su padre, justo un mes antes de mo rir. La librera de mampostera y madera, en la que se mezclan los libros, las fotos familiares enmarcadas en plata y las cermicas compradas aqu y all. Su casa, piensa Maite. Nuestra casa, des pus de todo. Javier no se port del todo mal, descontando el despilfarro de diez aos de matrimonio y de esfuerzos por convivir. Dos hi jos y este piso, grande, luminoso, en la zona noble. Paga la ele vada pensin puntualmente, se lleva a los cros una vez por se mana, se ocupa de sus problemas, acude a las reuniones de pa dres que convoca el colegio privado. Un fracaso ejemplar. Al se pararse, no hubo la menor discusin material. Raro en un abo gado. El ltimo da, a punto de irse, dej las llaves del piso en el jarrn imitacin chino del recibidor y, acercndose, le dijo, casi con timidez, desde su corpulencia, con su voz profunda, un poco for zada por el esfuerzo de mantenerla normal: Yo he buscado un estudio en el barrio viejo. Tiene un cuar to de bao y una cocina pequea. Me arreglar bien, creo. Maya! le respondi Maite, con soma rencorosa. Por fin te sales con la tuya. La buhardillita bohemia que queras cuando estudiante. Vas a vivir solo, o con ella Porque, para dos, ser un poco pequeo. Te har llegar mi nmero de telfono cuando lo instalen. No te preocupes. Tmate todo el tiempo que quieras. De todas formas, no te llamar. Javier se ajustaba las gafas sobre la nariz una y otra vez, se pasaba las manos por el pelo canoso y callaba. Es capaz de po ner la tele para disminuir la tensin, pens Maite. Pero no. Hu 194 biera sido ms violento, crey adivinar. l se agitaba, incmodo en el sof en que se haba sentado, como si su incipiente barri ga le molestara y el traje le estuviera demasiado apretado. Y los cros pregunt. Me gustara estar un rato con ellos. Koldo est en casa de mi madre. Y Nagore hoy come en la guardera. Me pareca mejor as. Son demasiado pequeos. Lo recuerdas, o slo sabes la edad de ese putn Qu te crees, que vas a hacer el nmero del padre moderno y yo, el de la mam ci vilizada Nos invitaris a los tres a merendar en la buhardilla, como en las pelculas americanas Qu les has dicho de lo nuestro Nada. No s que decirles. Todava no. Ya ver yo. Maite... Mrchate ya. El sbado estarn preparados a las diez. l se haba levantado, deseoso de acabar. Y t, qu vas a hacer Acabars la carrera Eso es cosa ma. A ti ya no te importa. Con un gesto indefinido, Javier se dirigi a la puerta. A medias, se volvi. Si necesitis algo... Vete! Maite coloca, sin prestar atencin, unos libros desordena dos. Desde la librera, las ventanas se abocan a otra perspectiva del paseo. Tena que llover, se pregunta. No podra haberme tocado en suerte un atardecer suave de otoo, como en las no velas rosas El pelo me va a quedar hecho un desastre con me chas. Cuatro mil pelas a hacer puetas. Se sirve un gisqui pequeo en el carrito adosado a la pa red. No suele, pero la va a animar, y quiz le d brillo a los ojos. Un fulgor interesante y un poco extrao, prometedor. Como si fuera la mujer del prjimo, piensa acerbadaMente. 195 Entre el alcohol y el maquillaje, voy a parecer una chica de alterne re-- Y, en realidad no hay para tanto. Siempre has sido una infeliz, tonta. Tontita perdida, chica. No es ms que tu marido. Ya sabe quien eres. Y lo que quiere de ti: volver, ahora que se ha estrellado en su aventura. La llamada de Javier no la sorprendi. Su suegra la haba ad vertido ya hasta la delacin. El telfono no paraba en esos das tan recientes y tan lejanos a la vez. Maite imaginaba el rostro escue to, delgado, de la mujer mientras hablaban. La vea esforzarse por dar a entender la angustia de Javier sin hacerle perder del todo la dignidad, pero sin escatimar del todo una dureza que la llevaba a confraternizar con ella en un taimado compaerismo gremial. Le va mal, Maitechu. Nunca debi hacer lo que hizo. Mi hijo es un idiota orgulloso. Y ella, un pendn y un trasto. A lo mejor son imaginaciones tuyas y no estn las cosas as. No, el otro da vino a comer aqu, solo. Y estaba triste. Yo le pregunt, as, a mala uva, por sa. Ya sabes como soy. Y qu te dijo Se encogi de hombros y respondi que no saba. Fja te! Que no saba, ni le importaba! Que se haba equivocado. Que estaba hecho un lo. A los cuarenta aos y hecho un lo! Para ma tarlo. Se han peleado S. Y ella se ha trasladado a otro despacho profesional, con el abogado se de Madrid. Vamos, que Javier y ella ya no trabajan juntos. Han acabado por completo. Pues han durado menos de un ao. Un amor tan gran de... ironiz. Este hijo mo es un nio. Un nio sinvergenza, pero un nio. Y t sabes que no es malo. Esa chica lo desconcert por completo. 196 No s que decirte. Javier estaba muy convencido de lo que haca. Tan sereno, tan maduro. Tan cuarentn consciente. Tan ca bronazo, y perdona, Bego. Nu, hija, si te comprendo, no te voy a comprender! pero, crecme, son ventoleras que les dan a los hombres. Las golfas les sacan de sus casillas, no les basta con una mujer nor mal. Si yo te contara de tu suegro, tan formal, y lo que aguan t. Dos semanas despus del infarto y ya miraba a las enferme ras, y les gastaba bromitas de doble sentido. Con un pie en la fosa, ya ves cmo son. Y nosotras, a aguantar. Los tiempos cambian. Eso ser hija, pero pinsatelo. Todava sois jvenes. No s. aquello fue muy gordo. En un ao, una se acos tumbra a otro ritmo, a estar sin l... No s, Bego. Bueno hija, ya te llamar. Pero Maite haba sentido una sombra sensacin de triun fo. As que Javier, finalmente, haba capotado y se dio el gran mo rrazo. En apenas un ao. Qu le parecera ahora la buhardilla que, segn le haban dicho, estaba decorada con tanto gusto Y, por primera vez en muchos meses, puso un compacto de Sting, repentinamente de buen humor. Maite deja el vaso sobre la repisa de la chimenea, bajo el mapa antiguo, unificador de las siete provincias, y se acerca otra vez a la ventana del saln. En la calle se ha formado un grupo de personas. Jvenes en su mayora. Muchos llevan tejanos, zapa tillas de correr y pasamontaas, y giran acompasadamente. Los contempla, contrariada, apedrear un autobs semivaco, que se aleja con algunos cristales rotos. Sus ocupantes no miran la pe drea, ni hacen gesto alguno, absortos en algn punto de la par te delantera, junto al conductor. El grupo de manifestantes se hace ms numeroso. Algunos de ellos cruzan un coche en la calzada, otros echan abajo los cristales de una librera, la emprenden a pa 197 los con un coche de matrcula francesa, lanzan objetos contra la cristalera de la cafetera que hay enfrente y queman dos bande ras entre gritos. Tena que armarse hoy. No dejan pasar ni un viernes. En cuanto se les pone el cuerpo con ganas de jota, al bulevar a pe gar pedradas. Que lo hagan en su barrio, joder! Ella siente que la aprensin le invade. Hoy no, ruega silen ciosamente. Hoy no, caray. Que, para liarla, esperen que ella lle gue a su cita. Molesta, corre los visillos, que permiten ver sin ser vista. Los gritos parecen amortiguarse y los muebles del saln le envan seales tranquilizadoras. Los plafones del techo, al en cender la luz, centellean amistosamente. No, cuando se produjo, la llamada de Javier no la sorpren di. Al principio, lo dej asarse a fuego lento, gozando de su con fusin y de su recobrada ansiedad por verla. Suave como un guante, atento, preocupado. Un poco celoso, tambin. A bue nas horas y, como siempre, sin motivo. Ya hubiera debido darle alguno, ya, pens, y ponerle unos buenos cuernos. A lo mejor an lo hago, por empatar. Y de qu tenemos que hablar Yo recibo el dinero pun tualmente y los chicos estn bien. No veo tema de conversacin. Mujer... Vendr tambin ella, o estaremos a solas Maite, por favor. Es que os habis disgustado S l tena la voz oscura, como cubierta por un velo de tensin. Ya no estamos juntos. La he dejado. Ser algo pasajero, chico. La convivencia no es fcil ri. Pero qu te voy a contar. Qu tonta soy. Tu ya eres experto en eso. Nos vemos entonces Puedo pasar a recogerte por casa. Una cita 198 Una cita. Como antes, Maite. No. Hoy no puedo. Tengo cosas que hacer. Es que... La voz de Javier se atirantaba. Maite permaneci en si lencio. Es que has quedado con alguien Sencillamente, hoy no puede ser la venganza, la venganza. Y no creo que ests en posicin de preguntar me nada. Y maana Es viernes. Podemos ir a cenar, salir, hablar. Y qu hago con los cros ella se repliega un poco, dejndose ir. Mi madre puede recogerlos. No me pongas ms pe gas, anda. Quiero verte. Haban quedado, desde luego. Con un ao ya es bas tante, se dijo ella. Pero esta vez ser diferente. No vivir tan cmodo, ni dispondr de todo en cuanto quiera. He apren dido lo elemental: egosta t, egosta yo. Y tendr que ceder l, para variar. Es hora de poner condiciones. Est bien. Si voy, ser a las ocho, en Aizkolari. Puedo pasar a buscarte. Por casa aade l, nervio so. Qu dices No, nos veremos all. Y, por una vez, s puntual. Te ad vierto que no esperar; si cuando llegue no ests, me voy. Maite se re otra vez. Puedo pasar a buscarte por casa... Qu transparencia! Un poco de arrepentimiento, una pro mesa, unas precipitadas conformidades, y a la cama. Todo arreglado, al modo masculino. En Aizkolari se repite en voz alta. En Aizkolari. Y yo s voy a llegar tarde. Javierito, monn. Para que te jodas un poco y te preguntes si voy a aparecer o se te van a ajar en tre las manos esas rosas que comprars. 199 En el paseo, los muchachos se apian en un extremo, en tor no a la fuente. Al otro han llegado dos furgones de la polica. Mai te los observa tras la frgil barrera de los visillos. Bajan de los co ches, con escudos de plstico y cascos, siete u ocho guerreras ro jas, esquivan unas piedras que vuelan hacia ellos, forman en dos filas irregulares. Los chicos siguen arrojndoles adoquines de los que han arrancado. A lo lejos, como en una pelcula mal ro dada, arde parcialmente un autocar. Los escasos viandantes pa san presurosos, arrimados a las paredes de los edificios, con un aire furtivo y casi culpable. La lluvia se ha hecho ms dbil, tpi camente otoal. Un amago de carga, ms gritos, insultos, cn ticos sincopados. Los guardias vuelven a su posicin inicial. Al gunos se apoyan en los costados de las furgonetas. Un oficial ha bla por el walkie. Estos niatos me van a dar la tarde dice Maite. Son las ocho y cuarto. Una cosa es llegar tarde, y otra, no ir, piensa. Javier nunca ha sido paciente y estar nervioso, preo cupado. Pensar si hay otro slo por gusto de atormentarse para estar ms en situacin. Siempre ha sido fantasioso, un poco in fantil para las relaciones, con un concepto cinematogrfico de las escenas. Quiz hubiera sido mejor que pasara a recogerme, mu sita. Qu tontera! rectifica, en un momento llego a la es quina, y esos animales que hagan las judiadas que quieran. Por lo menos han llegado los guardias. Algo les frenarn, digo yo. Abajo, la refriega se recrudece. Aunque apenas caen ya unas gotas, Maite se pone la gabardina y toma el paraguas y el bolso de Gucci conjuntado con los zapatos, se echa una ltima ojeada y aprueba con un asentimiento autoafirmativo. Despus de cenar, piensa, s que vendremos aqu. Sonre. se se va a en terar de que yo tambin puedo ser un zorrn si quiero. Y hoy quiero. La invade una sensacin clida. Es que es un ao dur miendo sola. 200 Cierra con llave la puerta del piso, toma el ascensor con caja de madera antigua, desciende, sale de l, cruza el vestbulo de mrmol, pasa ante las jardineras verdeantes, deja a un lado las pa redes del espejo y progresa con un taconeo airoso. Tras el mos trador de la entrada, el conserje lee un peridico. Al verla, se qui ta las gafas y la contempla con aire protector y un poco inten cionado al rozarle las piernas con la mirada. Buenas tardes, doa Maite. Si va a salir, lleve cuidado le dice. Hoy los chavales estn como estn. Hola Ander, s. Pasndose de la raya. Ya se sabe. Los viernes por la noche hay manifestacin. Pero es que es una batalla campal. A veces es que dan ga nas de... No sera mejor que esperara un poco corta el portero, dejando a un lado el ejemplar de Euskadi Informacin. Hoy los chicos estn cabreados de verdad, protestan por la detencin de Sorotxe en Hendaya. Ha sido un palo muy gordo. Yo, que usted, esperaba. No puedo. Son y media pasadas. He quedado, y voy a lle gar tarde. Menos mal que no lleva usted a sus nios dice Ander, mirando a la calle. Con ellos, ni pensar en cruzar. Si sale, co rra hacia la esquina. En cuanto la doble, no hay problema. Es boza un gesto generoso. Hay que comprender a los chavales. Hacen lo que creen mejor para el pas. Ella ve acercarse al calvo sesentn de larga nariz y ojos hundidos a la puerta enrejada de la entrada. Su silueta rechon cha se recorta contra la escena callejera. La refriega parece ha ber amainado un poco, siguiendo un ritmo secreto. Pero an arde el autocar y las papeleras parecen pebeteros de un rito brbaro. Los antidisturbios se han congregado al otro extremo del paseo y parecen aguardar a que pase el temporal, con los rostros ocul 201 tos por las viseras protectoras y unos pasamontaas negros. Los manifestantes estn arrancando ms adoquines. Ahora, se dice ella, ahora que estn ms calmados. Abre la puerta con un plido temor. Me voy. Se me hace tarde. Lleve cuidado. Maite se decide y sale a la acera en el momento en que una rociada de objetos amenazantes parte del grupo de muchachos, vagamente en direccin a los policas. Siente un golpe amorti guado en la espalda y, acto seguido, un dolor fulgurante. Alcanza a escuchar la exclamacin sobresaltada del portero en el instan te en que un cctel molotov la convierte en una pira que corre y manotea sin sentido. Entre una niebla ardiente y estremecedora, desquiciada, comprende que los alaridos los profiere ella y se des ploma en el suelo, acurrucndose en una temblequeante posicin fetal. Tras el estupor inicial, los adolescentes se dispersan mientras algunos guardias corren hacia ella con mantas y extintores en las manos. Al doblar la esquina, apenas a doscientos metros del bule var, brillan las letras luminosas de Aizkolari. Sobre la ciudad per manecen las nubes, pero ha dejado de llover. 202 115 1 EDICI N - 1999 LA ESCALE-RA DE JACOR de Pedro J. de la Pea (AccsiT) DE VALENCIA 203 ARMONA subi a La escalera mitad por abu rrimiento y mitad por curiosidad. Haba lle gado desde Barranquilla en el avin y, perdi do su enlace por el retraso al aterrizar, la es cala deba prolongarse hasta la maana si guiente, en que pudiese embarcar para Bogot. En Barranquilla los negocios haban salido razonablemente bien. Las esmeraldas compradas eran de muy buena calidad. Haba escondido las ms pequeas reblandeciendo y volviendo a endurecer una pastilla de jabn. Las cuatro grandes, magnfi cas de pureza, tamao y brillo, prefiri guardarlas en el compar timento de las pilas de su cmara fotogrfica recubiertas por una pelcula. Los costes apenas haban llegado a los cuatro millones. Estaba seguro, en cambio, de que tras un hbil trabajo en su ta ller de joyera, el collar, la pulsera y los pendientes que pensaba realizar con ellas, su precio no bajara de los catorce. Puso la cmara fotogrfica en la caja fuerte del hotel. Com binacin de seis cifras alternas de su pasaporte y su carnet de iden tidad. Con la pastilla de jabn, para que adquiriese una mayor apariencia de normalidad, se haba lavado las manos hasta dejarlas resplandecientes. Todos los dlares sobrantes los llevaba consigo no hay que dejar dinero en los hoteles y, despus de ha berse tomado un tinto en una cafetera, se dispuso a conocer Me delln en donde en otras ocasiones le toc tambin hacer escala, pero sin llegar a visitar nunca la ciudad. No estaba especialmente interesado en los museos ni en las iglesias. Por haber viajado otras veces a Colombia saba que era peligroso caminar por las calles, pero aos atrs haba decidido vivir sin miedo de nada. Si uno se acobarda es como si no viviera: encerrado a cal y canto con su sombra. Ya lo quisieron matar en una ocasin, con motivo del atraco a su ta ller, y se port como un valiente, golpeando con el maletn al 204 navajero hasta que lo puso en fuga. Otras varias veces haba recibido amenazas. La ltima, cuatro das antes de salir de via je. Era una carta annima, escrita para enviarle la muerte en nombre de un predicador amaznico si no aportaba determi nadas cantidades en un lugar apartado sobre cuya localiza cin recibira instrucciones por telfono. Arroj a la basura la carta, tpica de una cadena de locos, pensando que era obra de un perista despechado al que deba algn dinero por una operacin de joyas anterior que supona y con razn que eran robadas. Sus preocupaciones eran otras. An se crea invulnerable, pero su relacin con la hija de su hermano mayor, eso s que lo estaba matando. Mientras caminaba por la orilla del parque Berrio iba pen sando que aquello deba terminarse de inmediato. l tena treinta y ocho aos y ella apenas diecinueve. Empez con toda naturalidad, jugando en la piscina. No estaba nadie en casa y subieron la escalera enlazados por la cintura, ms veloces que el viento. Nunca se le haba hecho tan corta una escalera. Lue go, tras un par de semanas, ella empez a pedirle dinero. Lo ne cesitaba, deca, sin decir para qu. Tampoco fue necesario cuando l comprob, en las venas posteriores de las rodillas, los pinchazos. Por eso llevaba siempre faldas largas o pantalones vaqueros. Al cabo del tiempo, le dijo que nada le dara, que se quitase de ese muermo. Ella lo amenaz con contrselo todo a la familia y aunque l se ech a rer, el viaje le haba senta do como un blsamo para hacerle olvidar toda la tensin acu mulada en los ltimos das en Mlaga. Casi llegando a La Catedral, junto al Parque Bolvar, se dis puso a cenar. Vi el restaurante Fontanella y el propio camare ro, mientras le serva qu le provoca tomar fue su prime ra pregunta le indic que la manera ms cmoda de ver la ciudad, sobre todo de noche, era montando en el viejo transporte 205 de La escalera, que haca el recorrido turstico por la capital con msica de vallenato y trago de aguardiente a pico libre. Al salir, lo pens. El camarero, agradecido por la propina, tambin le proporcion la direccin de un club muchachas j venes y sanas; diga que va de mi parte que haba en las afueras, en Envigado, hasta donde poda llegarse con un taxi, cer ca de donde paraba La escalera. Tena dinero de sobra, tras ha ber cerrado un buen negocio, y una noche de intil parntesis, donde poda optar por algn aburrido programa de televisin o por lanzar una cana al aire. Apenas lo pens, se dijo y por qu no. Antes de subir a La escalera compr una botellita de ron Me delln en la bodega de Bolvar. Tom un trago y era fuerte, pero pasaba bien por la garganta. El olor del ron, casi ms que el sa bor, era lo que le gustaba. Esa concentracin de azcar salvada por el fuego de las altas graduaciones que lo convertan en un aro ma pastoso y envolvente. En La escalera, a la que ascendi no sin esfuerzo, debido a lo empinado de su escabel, la bebida que se pona a la disposicin de los consumidores era, en cambio, el aguardiente. Varias botellas circulaban entre la clientela. Todo el mundo, el conductor y el gua incluidos, pareca muy alegre. Volvi a beber y la Catedral Me tropolitana, que tena enfrente, le pareci casi hermosa, con sus dos torres retejadas de ladrillo coronando una fachada simplic sima. Al fondo, el vallenato cantaba con su guitarra y sus guita rrones unas canciones que le sonaron licenciosas debido a los mu chos sobrentendidos y guios que dedicaban al auditorio. Una, que hablaba de las relaciones sexuales entre unos cuados, le lle g a parecer incluso desagradable. Durante el recorrido no prest la menor atencin a las es tatuas, monumentos, plazas y fuentes por las que pasaron. El Se or de la Misericordia o La Candelaria eran para l lo mismo. Se 206 senta incapaz de distinguir el Palacio Nacional de la Estacin de Ferrocarriles de Antioqua. Slo la Plaza de Toros por su nombre, La Macarena, le llam la atencin. Cuntos andaluces como l no habran recorrido mundo buscando donde escapar de ham bres, persecuciones o conflictos familiares! . Se fij, sin embargo, y mucho, en las gentes que lo acompaaban por aquel impro visado recorrido. Casi todos eran colombianos, aunque supuso que no antioqueos. Se saban las canciones del vallenato de me moria y las coreaban con estruendo. Slo el chino de la coleta y una mujer algo oscura, que pareca brasilea, estaban perdidos como l entre aquella jarana de chillidos y correbotellas. Pronto tuvo que rectificar. El chino se puso en pie y result que era una china a la que una amplia blusa de colores disimulaba las for mas. La brasilea se alz para bailarse un garabato mientras cantaba en espaol y le hizo entender que tambin hay mulatas colombianas. Como detective, lo suyo hubiera sido el hambre negra. Le llam la atencin que la mujer llevara sobre la ua del dedo meique de su mano derecha una funda de oro sujeta por una cadenita tambin de oro a una pulsera. Por deformacin profe sional, como gemlogo, lo primero que vea en una mujer eran sus joyas. Quiz no le hubiera extraado si se tratase de un co llar o unos pendientes, pero aquella ua chapada en oro puro era una pieza rara que slo haba visto en colecciones de fantasa y nunca en una mano humana. Al llegar a Envigado se detuvo en el quiosco y vi unos som breritos de paja semejantes a los que llevaba el tro del vallena to. Compr uno y se lo puso en la cabeza para gozar con ma yor armona del ambiente. La fiesta era total y bajo el balcn del ayuntamiento, con su flamante bandera colombiana, los sopor tales se abran por toda la plaza, al aire libre, invitando a beber, comer, disfrutar de la msica y bailar a todo el que quisiera di 207 vertirse. Se sent en un lugar a ver el ritmo del palenque. Pidi ron porque, a pesar de mezclar, necesitaba algo ms aromtico que el dichoso aguardiente. Puro o en las rocas le pregunt el mesero. Puro precis. Le resfriaban la garganta las bebidas he ladas y odiaba las malas traducciones del ingls. En la plaza reinaba una alegra fabulosa. Bailaban, le dijeron, la danza del cabildo. Haban elegido un nuevo alcalde que era li beral hasta con su mujer A ella la llaman el tintero, porque todo el que llega, moja, le dijeron, dado que aqulla era una poblacin libre y alegre. Un congo segua un ritmo diablico y en torno a l la multitud clamaba con las bocas abiertas, el brillo en los rostros, batiendo las costillas, las caderas, los hombros, las ro dillas, sin que los pies se separasen de la tierra. Tena mucha pi mienta aquella gente. La msica les encenda por fuera. El alco hol tambin les calentaba por dentro. Ms que bailar, reverbera ban como las llamas de una hoguera. Las mujeres, sobre todo, len guas de fuego. Y sinti, de pronto, la rapacidad de una lujuria so terrada que clamaba, hasta el vmito, por poseer alguno de aquellos cuerpos cimbreantes. Entonces la volvi a ver. Ella tambin cruz la mirada, pero se hizo la desentendida. Bailaba sola, como en La escalera. Los brazos en alto, los senos erguidos, las nalgas pomposas con esa carnalidad un poco excesiva del mulatero. Pens en abordarla, pero cmo. l era mal bailarn y no se atrevera a saltar al palen que para hacer el ridculo. Con el ritmo que ella se mova, los la bios sudorosos, el pelo humedecido y palpitante, no tardara en sentarse a descansar a menos que prefiriera deshidratarse. En tonces sera su oportunidad. Eso crey y se dispuso a esperar, cuando ella, directamente, abrindose paso entre la multitud, se dirigi hacia l y con gesto gracioso, avanzando la ua de oro so bre su cabeza, le arrebat el sombrero: 208 Me despein, miamor. No me lo presta Se recogi el cabello bajo el jipijapa dejando por vez pri mera su precioso rostro limpio de interferencias y, sin esperar su contestacin, volvi a introducirse entre la multitud para se guir danzando. l la vio ir y le dio un vuelco al hgado al to marse, de un trago, el vaso de ron puro. Definitivamente, de ba actuar. Pero ella no se detuvo apenas en el baile sino que, cruzando la plaza hacia un lateral, en la misma direccin don de sus ojos podan seguirla, emboc por la cal le con paso de cidido. Tena una disculpa para seguirla: Se lleva mi sombrero, pens. Y se puso en marcha con la mentira en los labios de re clamrselo apenas la alcanzara. La persecucin no fue tan fcil como se crey. Ella cami naba muy aprisa, pese a llevar altos tacones. l tuvo que ace lerar como si fuese un perro faldero asido de una larga correa. Por qu corra, si era claro que lo estaba incitando. Al cruzar la segunda cuadra las luces disminuyeron significativamente. Ya no haba comercios ni farolas y la noche era oscura. Sin apenas haberlo meditado, empez a sentir miedo. No lo estara ella conduciendo a una trampa, no lo llevara a algn descampado donde lo esperasen algunos sicarios para atracarlo y robarlo Esta reflexin le hizo detenerse de golpe. No caminara ms. Vol vera a la plaza, hacia las luces encendidas, en busca de otros pe ces en el mar de sargazos de aquel baile. Tal y como l se detuvo, tambin ella se detuvo. Intent l revolverse sobre sus pasos, pero ella lo llam: Pero no, miamor le dijo, si estamos muy cerca! Es ac en el Green Emerald donde voy a devolverte el sombrerito. Se acercaba hasta l, ahora muy suavemente. Lo tom de la mano, apenas se encontraron. Lo llam lindo. Qu lindo eres! , susurr. Y, al verlo todava dudoso, aadi: 209 Mi vida, no tengas miedo. El Creen Emerald es un mo telito de lo ms chvere. No supo cmo defenderse y, mientras ella lo tiraba de la mano, not que algo en l se divida en dos y una parte de su cuerpo la segua mientras otra le di la sensacin de quedarse an clada all mismo, sujeta por unos clavos ms fuertes todava que los del instinto. En la cuadra siguiente, un letrero gastado proclamaba la existencia del Creen Emerald arriba, en el tico de un edificio de apariencia ruinosa. Aquello se concertaba mal con la ua de oro y peor an con la esplndida apariencia, en cara y cuerpo, de su acompaante. Pero ella, sin dejarle reflexionar ms, abri con un llavn la puerta y encendi la luz mortecina del portal donde una insegura barandilla se alzaba por una larga escalera alfombrada de un veludillo granate muy repelado y sucio. De pronto imagin que aquella escalera ascenda al infier no. El infierno no era el lugar de abajo, sino el de arriba. Subir aquellos tramos de muros despintados, ya previsibles desde el he rrumbroso pomo de la baranda, equivala a encontrarse con la muerte y la condenacin. Una cadena innumerable de seres in fernales, chulos y prostitutas, negociantes de baja estofa, ato rrantes y mendigos, policas corruptos y confidentes deshaucia dos, a lo largo de los aos habra ido desgastando la alfombrilla, dejando sobre ella las huellas de sus pasos, la ceniza de sus ci garrillos, las manchas pastosas de sus licores, hasta que los esca lones de madera, recios y fuertes al principio, se tambaleasen con el peso de sus cuerpos y el crujido de las pisadas desenmas carase las tuertas junturas y los ensamblamientos, a punto todo de derrumbarse por el ms leve peso de un humano mortal. O quiz ni siquiera eran mortales los cuerpos que por all as cendan, sino espritus sin peso, como no tiene peso la sombra, como no tiene peso la maldad pens. 210 Cadveres en bsqueda de sus cuerpos detenidos, del mis mo modo que se haba detenido el suyo en la calle anterior. Y si suba por ella tal vez slo ascendieran su lujuria, su vanidad, su deshonor y su deshonra vitalicias. Una escalera torcida, puesto que posiblemente estaba ya muerto y era la muerte quien lo acompaaba a la hora del juicio, hasta el trono del infierno, donde lo vomitaran con violencia a un estruendo de sangre coronada de buitres. Por esos escalones, inerme, se dej llevar de la mulata que le sonrea de manera engaosa. Empez a ascender por ella por aquella miseria de lugar, todava llevado de su mano. Estaba cada vez ms seguro de haber cado en un agujero sin salida. Pero ella, con la prisa, no haba cerrado la puerta con llave. Estaban slo en el primer rellano. Si segua ascendiendo, si cruzaba ms all del segundo piso, a mitad de la escalera, lo mismo dara ya continuar hasta el final fuese cual fuese su destino. All, sin testigos, podran no slo robarle, sino despedazar lo sin dejar la menor huella. Hizo un esfuerzo por preguntarse qu le ataba a la vida. Apenas nada. Pero hizo memoria y le sa li al encuentro el rostro de su sobrina. Era viciosa y dbil, pero era hermosa tambin y llevaba su sangre. No deba separarse de ella tan bruscamente como haba pensado, sino ayudarla y com prenderla y estimular en ella aquellas cualidades que podran en derezar su vida. Fue eso lo que le dio fuerza para oponerse a la lenta as censin hacia el patbulo. Tena an una misin que cumplir. Re cord qu ligeros le parecieron sus pasos cuando su sobrina y l ascendan la impecable escalera de su casa enlazados de la cin tura. Esa misma vitalidad, esa misma energa, poda utilizarla ahora para defenderse de la trampa donde pensaban atraparlo como un pardillo. Se solt de la mano de la mulata y, mientras ella se revolva sorprendida, la empuj con toda su fuerza hacia arri 211 ba mientras l saltaba escalones abajo con la mayor agilidad po sible. Oy arriba, para confirmacin de su idea, gritos de hombres y mujeres. La mulata lo insultaba, pero no lo segua. Pens de pronto que el rostro de la muerte, que l siempre haba imaginado como una horrible calavera, poda ser bellsimo. Poda tener, como la mulata, los labios gruesos, orondos, centrando en una carnosa plenitud unas mejillas relucientes. Y las cejas densas, po bladas, en un arco puntiagudo. Y, sobre todo, rizadas las pesta as sobre unos ojos grandes, expresivos y verdes, como las es meraldas sin jardn, como el agua ms limpia de un embalse montaoso. La muerte, quiz, tena mala fama. Pero si imagina ba la hermosura de sus facciones como el espejo mismo de aque lla mujer burlada, a la que haba vencido en su mezquina treta, no tendra ninguna nueva razn para asustarse. Cuando regres al hotel, aunque apenas durmi, Carmona es taba muy tranquilo. No haba recuperado su sombrero, pero no ha ba perdido la vida tras l. Alguien lo esperaba al llegar y tena con sigo su magnfica coleccin de nuevas esmeraldas. Tampoco nece sitaba venderlas. Quiz un primer paso, en el camino del nuevo plan que se haba trazado para con su sobrina, consistiera en regalarle el collar que tallara con todas las piezas, grandes y pequeas, en for ma de cabuchones ovalados, como el inicio de una vida distinta. Sus sentimientos, por ms que contradictorios, no eran ma los. Lejos de la ruptura y del fracaso de dos vidas, por qu no in tentar rehacer ambas en un mismo camino Nada, ni siquiera la consanguinidad, le impeda casarse con ella si se lo propona. Mientras suba al avin, ya de regreso a casa por Bogot, fue repensando el viaje en La escalera y el chino de la trenza, que al fin result ser una mujer. Y del tro del vallenato, con sus mam bos de colorines y sus sombreros de paja, que ensordeca la voz risuea del conductor y del gua, intentando explicar intilmen 212 te las bellezas de la capital antioquea. Pero se acord, sobre todo, de la mulata que le haba intentado engaar conducindolo a un alto abismo, a una sima sin fondo que se escalaba cansinamen te para luego desmoronarse por ella al precipicio. La vida era siempre como una escalera que se suba y se ba jaba por distintos tramos. Algunos eran fciles de acceder, pero otros muy empinados. La cmoda sensacin del descenso era en gaosa. Subir, aunque ms costoso, no siempre era ni mejor ni peor que descender. Haba ngeles en el arroyo como haba tam bin demonios en las alturas. Podan gozarse los parasos del in fierno con no menos fruicin que los infiernos celestiales. Gene raciones y generaciones de ngeles hermosos no conseguiran bo rrar la imagen de Luzbel, que tambin fue uno de ellos y el me nos perverso de los adoradores, pues tena la grandiosa honradez de adorarse as mismo. ngel del mal, al fin, que cado en los sue los se ganaba la vida a su manera, como una puta mulata. La con trapuso a su sobrina, tan distinta en presencia y, quiz, en esen cia. Los ngeles eran, segn los escrituristas, rubios y sus largas melenas y sus lmpidas pieles permitan admirar en ellos una transparecia indecorosa, como de cristal. Durmi despus un lar go tiempo y, en el sueo intranquilo del avin, le pareci confundir los rostros de la mulata y su sobrina. La palidez de arroz y los ojos azules y la fina nariz y los labios delgados se superponan de pronto con otros labios gordezuelos, con otra nariz sensual, con otros ojos esmeraldas sobre una tez de caf ligeramente aguado. Solo, tras despertarse y desayunar, le pareci que discerna, cla ramente, el rostro de la muerte y el de la nueva vida. Descendi la escalerita del avin contento y sonriente. Du rante la parada en Madrid haba llamado a su sobrina por telfono para que viniera a recogerlo en el coche. Al fin haba vuelto a casa, ms rico en bienes y en expe riencias de lo que sali. El viaje, aun con sus pequeos inciden 213 tes, poda darse por muy satisfactorio si sacaba de l las conclu siones necesarias para iniciar una etapa plena de sentido junto a Beatriz y olvidarse para siempre de sus ramplonas aventuras. Tras recoger las maleta, que los perros ya habran olido la suerte es que las esmeraldas no huelen, cruz la adua na del Nada que Declarar sin la menor dificultad bajo la luz ver de en donde dos verdes guardiasciviles le cedieron el verde pase con un amable gesto verde. La escalera mecnica le hizo descender hasta la planta in ferior del aeropuerto. Se acord de su sueo y las paradjicas po siciones del cielo y el infierno. Quin era cada cul y dnde es taba cada cosa. Seguramente nunca lo sabra, como tampoco nunca sabra si el placer de transgredir era ms grande que el pla cer de agradar o el espanto de hacer dao ms espantoso que el de sufrir el dao ajeno. Bastaba darle la vuelta a la tierra, poner el rtico en el antrtico, si no se pusieran ellos por s mismos ca bezabajo, para que todas sus concepciones se revolvieran como aquellas constantes escaleras con las que en todos lados se en contraba y que era un enigma saber a dnde le conducan. Resolvi no preocuparse ms de aquellos temas, fruto sin duda de su soledad de aquellos das. Ahora, afortunadamente, volvera a estar acompaado. Se dirigi con pie firme a la salida hasta que all, tras los cristales, percibi algo confuso. Un rostro plido, rebozado en harina, un rostro deforme y sin vida pareca saludarlo desde el otro lado de la puerta corrediza. Le dio un vuelco el corazn y sinti como un pinchazo exacto en una vena por la que se desangraba toda su fuerza sin remedio. Sali co rriendo, escalones abajo, para intentar detener el conjuro de aquella carta amenazante que haba arrojado a la papelera con desprecio... Pero no le bastaba para no percibir en el de Beatriz el ros tro exacto de la muerte. 214 16a EDICI N 2000 LA VIDA E LOS AH VARIOS de Flix Jess Palma Macas (GANADOR) DE SANLCAR DE BARRAMEDA (CDIZ) 215 ONOC a Moncada en el armario de Sil via Cotrina. Era la primera vez que me encontraba con alguien dentro de un ar mario y, francamente, el verlo all enco gido, con el rostro medio cubierto por los faldones de una gabardina y tratando de no quemar nada con el cigarrillo, no haca presagiar el comienzo de nin guna gran amistad. Pero as ocurri. Una vez super la tensin inicial y asimil lo extraordinario del encuentro, Moncada y yo entablamos una conversacin que, si bien al principio result algo tpica, como sas que se mantienen con los barberos o los taxistas, no tard en interesarnos. Dado que l ya se encontraba all cuando yo llegu, Mon cada asumi el papel de anfitrin de un armario que a nin guno de los dos perteneca. Con una carta de amor que en contr en una caja en forma de corazn que no le dejaba estirar los pies, fabric un cenicero y luego me ofreci ta baco. Descargando la ceniza sobre aquellos ripios de ena morado, hablamos de ftbol, de msica, de los hijos, de las cosas de fuera, con la extraa sensacin de que no slo es tbamos matando la espera, sino que de alguna forma nos estbamos reconociendo como afines. Fueron los primeros balbuceos fraternales de dos almas que se aproximan la una a la otra con pudorosa lentitud, disimulando el entusiasmo, puede que la desesperacin, como si no quisiramos reve lar al contrario una vida desprovista de amistades tan pro fundas como la que pareca querer romper entre nosotros. Lo cierto es que la oscuridad de los armarios se tolera mejor en compaa. Y Moncada se me antoj la compaa perfecta: era buen conversador y se replegaba en su rincn con pericia de armadillo, obsequiando a su acompaante con un generoso espacio para moverse. Cuando observ 216 que traa un termo de caf y una tartera con emparedados comprend que no estaba compartiendo armario con cual quiera. Moncada era un hombre experimentado en estas li des, una especie de sobreviviente de la espera. Como aquel armario no dispona de luz interior, le fui completando el ros tro a golpes de mechero. Entre cigarrillo y cigarrillo, la lla ma del encendedor limpiaba de sombras un semblante an guloso, casi equino, donde relucan dos ojos negros y pro fundos en cuyo fondo pareca palpitar un fulgor aquietado, como una bala en la recmara. Era aquel brillo vagamente turbador el que evitaba que su rostro pudiera plasmarse en los cuadros de las iglesias, a los que un cabello rizado como el algodn de azcar y unos labios infantiles parecan pre destinarlo. En un momento de la velada, Moncada me pi di disculpas, extrajo un telfono mvil de su chaqueta y se gir en lo posible, rebaando cierta intimidad en aquel uni verso ya de por s bastante ntimo. Le o hablar con su mu jer, con quien cruz un par de palabras que no logr en tender antes de abandonarse a una letana de arrumacos y embelecos tan infantiles que me hicieron creer que su cn yuge sufra algn tipo de discapacidad squica, antes de comprender que la mujer deba haberle pasado el auricu lar a su hijo. Cuando agot su repertorio de carantoas, Moncada, en un tono dulce pero teatralmente autoritario, orden a su vstago que se fuera a la cama, que pap lle gara muy tarde esa noche. Luego, de nuevo ante su esposa, abomin del trabajo y se deshizo en excusas y futuras com pensaciones, en una cantinela en la que lo nico novedo so debi ser el emotivo verso con el que la remat, ledo so bre la marcha del cenicero. No haba duda de que Monca da era un tipo acostumbrado a aquella vida de armarios y que, incluso, pareca haberle encontrado cierta gracia a los 217 espacios angostos, a la oscuridad y a las largas esperas, quiz porque cargaba con un pasado de trincheras en al guna guerra remota que le haba originado un trauma, o tal vez porque, con un sentido del humor de lo ms negro, consideraba aquellas estancias como ensayos para la es trechez definitiva del atad. Eran pasadas la medianoche y la conversacin se encontraba en lo ms lgido cuando, con unos golpecitos en la puerta, Silvia Cotrina nos avis de que ya podamos salir. Ambos nos descalzamos y, con los za patos colgndonos de los dedos como ratas muertas, aban donamos el armario sin la certeza de volver a vernos. Tras ese primer encuentro, sin embargo, ya nada fue igual. Durante aquellas horas de charla, con los cigarrillos revoloteando como lucirnagas sobre el sentimental ceni cero, Moncada me haba confesado que, aparte del arma rio de Silvia Cotrina, l sola frecuentar otros. Y no le import compartir conmigo sus descubrimientos. Me cant las ex celencias del armario de Elsa Puche, que me recomend por lo acertado de su tamao, unas dimensiones clidas y con fortables que parecan diseadas expresamente para el dis frute de los hombres que se adentraban en su interior; me advirti sobre el de Vernica Alonso, un vestidor enorme en el que uno se senta desamparado, como precipitado al vaco, pugnando intilmente por alcanzar su fondo o sus paredes. Entre calada y calada, me habl del de Carolina Pozo, tan oscuro y profundo como su apellido; del de F tima Rivera, que ola a lavanda y flores secas; del de Leti cia Burgos, henchido por la humedad. Me habl tambin del de Sonia Mara de la Cruz, que se mova insinuante al com ps de tus movimientos debido a la cojera de una de sus pa tas; del de Pilar Collado, que no poda contener un gemi do de dolor cada vez que alguien se internaba en l a cau 218 sa de sus bisagras mal engrasadas; del de Yolanda Noriega, siempre trrido y supuroso debido a la caldera que palpita al otro lado de la pared; del de Cristina Eugenia Ovejero, un armario virginal que, debido a una mudanza eternamente pospuesta, todava atesoraba ese olor tan incitante de lo que an est por estrenar; del de Virginia Ballesteros, que, a pe sar de su edad, se antojaba tan imberbe como el de una nia, empapelado de un rosa pubescente y en cuyo fondo se apretaban los peluches que desterraba de su cama cuan do reciba visita. Aquel inventario de armarios me abrum y, al da siguiente, descubr que no deseaba regresar a mi ar mario de siempre. Me apeteca cambiar de aires, explorar nuevos lugares, ampliar mis horizontes. Seguir, en definiti va, los consejos de Moncada. As supe que cada armario es tambin un mundo, que no hay dos iguales. Primero me apliqu a seguir los pasos de Moncada, como un perito que quisiera comprobar sus informes sobre el terreno. Pero enseguida me entregu a experimentar por mi cuenta, re dondeando as la lista de mi maestro, componiendo afa nosamente un censo de armarios de lo ms respetable y va riado. Descubr as que existan armarios grandes y pe queos, hmedos y secos; armarios tan fros que nunca acababan de calentarse, tan estrechos que parecan escu pirte al menor movimiento, no quererte dentro, y tan hol gados que se antojaban como dados de s, desencajados por el uso, por un trnsito de almas sobrecogedor. Los encon tr aquejados de infecciones, como la polilla o la carcoma; de aterciopeladas paredes por las que era un placer pasar los dedos y de contornos speros, que evidenciaban un acabado que dejaba mucho que desear. Los haba que olan a romero, a espliego, a cerrado. Los haba en los que debas acomodarte siguiendo las instrucciones de su duea, ar 219 marios en los que cualquier postura espontnea estaba prohibida. Los haba tan hermosos que uno penetraba con veneracin, como cumpliendo un recndito sueo de ado lescencia; los haba opulentos, acolchados de seda y per fumados de costosas fragancias, en los que uno se senta mendigo, y los haba tambin suburbiales, armarios del arroyo que te acogan sin aspavientos, abrindose con una vergenza conmovedora, con la vaga ilusin de que te quedaras para siempre. En aquellas correras tambin conoc gente. Novatos en su mayora, tipos que llegaban con la respiracin agitada, la ropa entre las manos y una sombra de terror en el rostro, domingueros de los armarios que, durante el tiempo de espera, se abismaban en un silencio tenso y evitaban mirarte a los ojos, como si la culpa les confundiera la cabeza impi dindoles reparar en que todos estbamos en el mismo barco. En cierta ocasin, tuve que hacer frente al acceso de pnico de un jovencito que, con las prisas, haba olvidado un calcetn delator. Agradec los dos aos malgastados en la facultad de Psicologa, pero, sobre todo, aquellos com bates de boxeo que amenizaron mis madrugadas. Tam bin hubo agradables reencuentros, como cuando me tro pec con Luisito Sanjun, un viejo compaero de colegio ya propenso a esconderse en el armario de las tizas. A veces, como ocurra en el armario de Remedios Garzo, coincida mos varios en su interior. Una noche llegamos a ser siete, apelotonados como hmsters entre sus abrigos. Todo el mundo conoca las virtudes del armario de Remedios Gar zo pero, al parecer, nadie adverta de su extrema torpeza para llevar la agenda, incompetencia que se traduca en aquel trfico engorroso. Pero esas masificaciones eran, in cluso, divertidas. Lo peor eran los encuentros desagradables, 220 cuando coincidas con algn pariente o con un amigo al que debas dinero. Mi encuentro ms incmodo se produjo, sin embargo, en el armario de Elvira Pulido, una secretaria de la oficina, en cuyo interior coincid con mi jefe. Fue de lo ms embarazo so. Nos quedamos en silencio, cada uno ligeramente recos tado contra la pared, con la mirada clavada en el suelo, como dos desconocidos que comparten ascensor. Me costaba reconocer a mi jefe en aquel sujeto tripn de camiseta de ti rantes y calzoncillos y a l deba ocurrirle lo mismo, ya que no tard en encender uno de sus Montecristo, como si con aquel smbolo de poder entre sus dedos quisiera recuperar parte de su autoridad perdida. Fum despacio, sin quitarme la vista de encima, como mirndome desde su esquina del cuadriltero. Finalmente, tras algunas caladas, se decidi a romper el incmodo silencio, llamndome por primera vez por mi nombre. Emiti un par de juicios corteses sobre el interior del armario, hizo alguna broma, que yo me apresur a rer le, y, como si con eso ya nos considersemos viejos camara das, trat de explicarme qu haca all, en aquel armario que ya tena dueo y cuyos materiales, estaba claro, lo desme recan. Me confes que no haca aquello demasiado a me nudo, pero que en las alturas exista un tipo de soledad de la que yo, afortunadamente, nunca sera vctima, una soledad que a veces le espoleaba a descender algunos peldaos para curiosear entre nosotros y que aquello, era innecesario men cionarlo, no significaba que estuviese descontento con su ar mario. Luego me invit a olvidar tan divertido incidente y, propinndome un par de palmaditas en el hombro, me con fes que siempre le haba parecido una persona trabajado ra y responsable, por lo que llevaba meses barruntando la po sibilidad de ascenderme. 221 El armario de Rosa Alvarado, la mujer de mi jefe, era profundo y nacarado y pareca perfumado con mimo. En l fue donde me encontr por segunda vez con Moncada, cuya presencia all vena a corroborar aquello que me ha ba dicho mi jefe sobre la irreductible soledad que arrasaba las cumbres sociales. Tambin adverta de la existencia de un universo invisible de relaciones, de un mundo subterr neo donde las personas que habitaban la superficie se ba rajaban de otra manera, entablaban vnculos soprendentes, retorcindose para tejer unos lazos tan inverosmiles que ni siquiera podan imaginarse. No saba qu tipo de retortijo nes habra sufrido la vida como para encontrarme con Moncada en el armario de mi jefe, pero fue verle y com prender cunto le haba echado de menos, cunto aora ba su modo de llevarse el cigarrillo a los labios, aquellos ges tos de seductor mecanizado, de tenorio que no puede sus traerse a la inercia de unos actos que ya no le dicen nada. Pero, sobre todo, su actitud en los armarios: la naturalidad con que se apropiaba de una esquina y desplegaba sus co sas, como si su estancia all no fuese un contratiempo, algo fortuito, y fuesen los periodos que pasaba fuera de ellos los verdaderamente eventuales. Para Moncada, la vida fuera de los armarios tena la misma importancia que se le concede a un sueo o a una representacin teatral. Era dentro de los armarios donde uno dejaba al fin de ser un ttere, un juguete de las circunstancias, y poda entregarse libremente a la tarea de ser l mismo. All, uno poda pensar sin interrup ciones, diseccionarse el alma con minuciosidad de eremita. Animado por sus revelaciones, yo tambin me acomod en una esquina y trat de contemplar mi vida desde fuera, como si me espiara a m mismo a travs de una mirilla. Repas mi jornada de ese da y mi existencia se me antoj 222 un muestrario de actos absurdos donde el nico lgico pa reca ser el recogimiento en aquel armario. Moncada tambin sostena que era en aquella fase del asunto, enclaustrados ya en el armario, cuando uno conoca de verdad a las mujeres. Bastaba el sencillo acto de abrir un cajn para poder estudiar su ropa interior con ob jetividad, sin el estorbo del deseo. Bastaba con destapar una caja oculta entre jerseys para que nos saltara a los ojos la arenisca de un secreto horripilante, quiz un sobre ajado donde dormitaba un documento que cambiara de manos una herencia o que aniquilara unos lazos sanguneos con el fantasma nunca sospechado de una adopcin. Bastaba, en definitiva, con curiosear un poco para encontrar un do ble fondo en esa intimidad que supuestamente nos entre gaban. Segn Moncada, los maridos deberan echar regu lares vistazos al interior de sus armarios, as descubriran los misterios que encerraban. Y estaba claro que no se refera a nosotros, que poco misteriosos debamos resultar all en cogidos, con cara de sueo y dolor de espalda. Los armarios se semejaban hornos donde nuestra amis tad creca como un souffl. Y, una vez ms, tras abandonar nuestro refugio, sent una especie de impotencia al constatar cmo aquella amistad no poda continuarse fuera. Pareca algo creado en un laboratorio que mora al entrar en con tacto con el exterior. Sin abrigos que te cubrieran el rostro, sin la calidez entraable de la penumbra, sin aquella pro ximidad impuesta que no daba lugar a suspicacias, todo re sultaba ms formal y asptico. Citarnos, por ejemplo, en un bar o un parque, sin ninguna excusa, sin ms motivo que el de querer estrechar lazos, resultaba una propuesta for zada, una peticin que dejaba entrever una necesidad del otro que acabara robndole toda la espontaneidad al en 223 cuentro. Adems, fuera de los armarios, uno posea una vida, una existencia probablemente mediocre y desagra dable que nunca satisfara nuestras fantasas y, sobre todo, posea altura, una altura que en el caso de Moncada poda calificarse de envidiable. Cuando, al darle mi telfono, l tuvo que inclinarse como una jirafa que persigue algo del suelo y yo tuve que estirarme como un perrito que busca algo en los dedos de su amo, ambos comprendimos que nunca habra una llamada que nos citara en ninguna par te, que aquello slo poda continuar con dignidad en la al titud amiga de los armarios. As las cosas, tardamos casi tres meses en volver a ver nos al coincidir en un armario tan atestado de cachivaches que ms pareca una almoneda. El reencuentro nos produ jo un gran regocijo que ambos nos apresuramos a disimu lar: al contrario que entre las mujeres, existe una ley no ofi cial que reza que la amistad entre hombres no debe exce der nunca en gestos de cario, pues corre el riesgo de pa recerse demasiado a la de esos otros hombres que incluso exageran sus afectos. De manera que nos despachamos con un viril apretn de manos que nos dej algo insatisfechos pero que salvaguardaba nuestra hombra. En aquel plancton de objetos, encontramos un table ro de ajedrez con sus respectivas piezas y decidimos echar una partida. Le ced las blancas y, mientras las colocbamos, me interes por dnde haba estado todo este tiempo, en el que no se le haba visto el pelo por los armarios. Moncada sonri, soador, y abri con un gambito de rey. Enseguida comprend que no tena ni idea de ajedrez, mova las pie zas convulsamente hacia delante, como si las desparrama ra, sin preocuparse por defender a los altos cargos de su im pulsivo ejrcito. Tras comerle un pen y ensayar un jaque 224 para privarle del enroque, opuse a su insinuante silencio una mirada expectante. Era la primera vez que tena que tirar le de la lengua. Obligndome a sacrificar el pen ganado si ri quera de plegar mis negras, algo intimidadas por la ava lancha bla ca, me confes al fin que haba encontrado el ar mario de su vida, al cual se haba dedicado en cuerpo y alma en los ltimos meses. Alc una ceja, sorprendido por el ca rcter de su confesin. Un armario tan delicioso, tan con fortable, que absorba todo su tiempo, aadi, preso de un trance de enamorado en el que se le despist un caballo. In sensible a su xtasis adolescente, lo devor sin piedad al tiempo que le preguntaba con calculada indiferencia por la duea de aquel armario tan extraordinario. Es el armario de Aurora Rivas, confes mientras me daba jaque mate colo cando su alfil a la entrada del pasadizo que me haba hecho abrir en mis filas sin yo darme cuenta y que conduca ine vitablemente hasta mi rey. Apret la pieza vencida en mi puo, luchando por asimilar su inesperada jugada, aquella estocada repentina, aquella cuchillada mortal y doble. El ar mario de Aurora Rivas era el nico armario en el que yo nunca podra entrar. Un armario ropero de dos lunas, mo delo Imperial en madera de cerezo, en cuyo interior, mag nficamente distribuido, haba incluso uno de esos chismes electrnicos que hacan circular las corbatas. Un armario que habamos adquirido con mi primer sueldo, nada ms verlo retratado majestuosamente en el catlogo. Un armario es pacioso y clido que se dira que ya compramos pensando en Moncada. Un armario que yo miraba un minuto antes de dormirme, sin sospechar nunca que, como todos, tam bin encerraba sus misterios. Tras su confesin, Moncada, reclinado hacia atrs, me miraba sin comprender con el nico ojo que poda, el de 225 recho. En el otro tena clavado un rey negro que le dificul taba la visin. Todo haba sucedido muy rpido para los dos. Esper a que la trabajosa respiracin se le extinguiera de finitivamente sin saber qu decir. Pens que tal vez le gus tase entender mi sbito gesto, aquel movimiento fuera del tablero, pero no consegu reunir a tiempo palabras que ex plicasen los motivos por los que mora. Cuando expir, como un escaparatista con un maniqu, le entrelac las ma nos en el regazo, hacindole componer una postura tan re lajada como las que l mismo sola adoptar, y abandon el armario sin ser visto. Durante semanas trat de explicarme las causas de mi arrebato, pero no saqu nada en claro. Pensaba en Mon cada, lo imaginaba recostado all dentro, rodo tranquila mente por la muerte, y no senta el menor remordimiento. Pareca como si mi acto, por haber sido perpetrado dentro de un armario, no tuviese por qu acarrear consecuencias. Era como si aquello no contara, como si lo hubiese asesi nado en un sueo. Las leyes de los hombres no parecan contemplar el mbito de los armarios, que se revelaban territorios sin jurisprudencia, lugares para el desahogo, algo as como urinarios de madera donde evacuar los desechos del alma para volver ya aliviados a nuestro puesto en so ciedad. Tampoco la omnisciente mirada divina pareca po der penetrar en ellos, como si aquellas creaciones del hom bre tambin fuesen, bajo la coartada de ordenar la ropa, di simulados reductos donde poder huir de su sofocante es crutinio. Lo nico que senta era cierta vergenza de que otros se toparan con mi macabra obra. Era un arrebato di fcil de entender y extremadamente fcil de condenar. Aca so no jugbamos todos en el mismo bando. Acaso no fre cuentaba yo otros armarios. Mi nico consuelo era que el 226 tablero de ajedrez dispuesto entre las piernas de Moncada ofreca una explicacin menos vergonzosa. Pero era un pobre consuelo. Yo saba la verdad y resultaba, de todas for mas, igual de doloroso. Cada noche, despus de hacer el amor, Aurorita contemplaba nuestro armario con nostalgia, quiz preguntndose que habra sido de aquel mirlo blan co que haba anidado en l los ltimos meses. Yo ni si quiera lo miraba y mucho menos haca amago alguno de abrirlo, como si aquel gesto fuera contra las reglas del jue go. Finalmente, tras varias noches de tormento, me acep t como individuo. Llegu a la conclusin de que yo care ca del espritu necesario para la vida en los armarios. No era digno de ella. Deba abandonar lo nico que me haca so portar mi existencia. Afortunadamente, exista otra alternativa. Bajo la cama de Julia Cuevas no se estaba mal del todo. El suelo era de clida madera de haya y el somier se encontraba lo bastante alto como para que, al moverse, apenas descendiera sobre mi nariz. All conoc a Herrera. Era la primera vez que me encontraba con alguien debajo de una cama y, francamente, el verlo all tumbado cual largo era, limpindose la cara de pelusas y evitando hacer de masiado ruido al utilizar el orinal, no haca presagiar el co mienzo de ninguna gran amistad. 227 lea EDICI N 2000 EL MUDO SIN NOVRRE de Vicente Marco Aguilar (ACCSIT) DE ALBORAYA (VALENCIA) 229 Nadie predica mejor que la hormiga, y no habla. BENJAMN FRANKLIN UENTA pap que el mudo sin nombre lleg a nuestra casa en noviembre de 1936. Lo trajo un alguacil que iba bus cando hospedaje a los damnificados de guerra. Si pueden mantener a alguno de stos durante unos das... le pidi a mi abuelo. No le dio tiempo a responder ni a elegir pues, apenas hubo abierto la puerta, el mudo sin nombre se col all, sin permiso, y se sent con las manos entre las piernas en la pri mera silla del amplio pasillo. Tena piojos e iba muy desastrado, con la barba sin afei tar. Ola a viejo, aunque de edad no sera mayor que tus abuelos, que entonces rondaban la treintena. La abuela Carmen se qued mirndolo de arriba a abajo. Y l le hizo un gesto con la mano: todos los de dos unidos en la punta hacia detrs y hacia delante, al lado de la boca, mientras se llevaba la otra mano al es tmago. Tiene hambre dijo el abuelo Pascual. Dale algo de comer. Pero la abuela Carmen, fiel a sus principios, no puso en aquellas manos sucias ningn alimento. Primero que se lave y se frot los pechos y el cue llo con la palma de la mano abierta. El mudo sin nombre neg con la cabeza. Repiti que deseaba comer. Pero la abuela Carmen prepar la palan gana llena de agua y espliego en el corral. 230 Despus del bao, pareca otro: tan alto, tan guapo, tan fuerte. Se comi dos trozos de pan, seis piezas de embutido, dos cortadas de jamn, un buen pedazo de queso y dos me locotones. Dio las gracias diciendo que s, la cabeza arriba, la ca beza abajo, y, en cuanto descubri la escoba apoyada en la pared del corral, se puso a barrer. Estuvo treinta y seis das seguidos barriendo. Hasta que regres el alguacil dispuesto a llevrselo. Ese da, nadie pudo encontrarlo. Se haba escondido arriba, en la cilla, entre los montones de mazorcas. Djelo, total, dnde va a ir, el pobre mudo dijo mi abuelo. Mejor estar aqu que en cualquier otra parte. Seguro asinti el alguacil, viejo conocido de la fa milia. Mi abuelo le haba dado unos pantalones viejos, una camisa rada y unos zapatos que le venan pequeos y no le dejaban andar bien. Por eso, sus pasos eran cortos y pa recan torpes. Pero, en el momento en que le dejaron las al pargatas de labrador y lo llevaron al campo, demostr que era muy apaado. Tena muchas ganas de trabajar. Muchas ganas de mostrar su vala. Al abuelo Pascual, por qu negarlo, le vino bien que le echara una mano. Y a la abuela Carmen, que al principio era reacia a que hiciera tarea distinta a barrer, la ayuda del f mulo la hizo sentirse seora. Por aquellos tiempos, pap tena diez aos justos, una bi cicleta, y los abuelos haban comenzado a llevarlo al colegio. Le daba tanto miedo el mudo sin nombre que no ha ba noche en que ste no le persiguiera en sus pesadillas. 231 No se convenci de que era bueno hasta el da en que el mudo sin nombre se puso a pelear en el campo con un perro que se haba abalanzado sobre pap. El chucho le meti dos dentelladas en el brazo, al lado del tatuaje donde llevaba grabadas sus iniciales: F.A. si es que eran sus iniciales, pero, a pesar del mordisco, consigui ahuyentarlo. Mi abuelo detuvo la hemorragia con un vendaje casero pero, por la noche, el mudo sin nombre comenz a tener escalofros y a sudar; la abuela Carmen lo alivi con paos fros que no fueron remedio suficiente pues, por la maa na, arda tanto su frente que lo debieron llevar al hospital. Cuando sali de all, estaba ms flaco todava y se le haban formado en las cuencas de los ojos dos huecos mo rados que le daban aspecto de calavera. Pero pap ya no le tena miedo: se acerc a l y lo bes en la mejilla hirsuta. Fue la primera vez que alguien de nuestra familia le dio un beso. l, como estaba dbil, se ech a llorar. No fue aqulla la nica vez que pap vio las lgrimas del mudo sin nombre y pens que el pobre estaba dbil siempre, pues lloraba a menudo. Por eso le daba comida a hurtadillas. El abuelo Pascual, en una de sus escasas lecciones, le haba enseado que las mujeres lloran, pero los hombres, no. Y el llanto del mudo sin nombre, que era alto, guapo, fuerte y un edecn excelente, slo poda ser provocado por un debilidad extrema. O por una gran tristeza. O porque estaba tan agradecido a nuestra familia que cualquier muestra de cario le emocionaba. 232 Pero pap era demasiado pequeo para comprender el por qu de aquellas lgrimas, de modo que, durante mu chos aos, sigui llevndole jamn a la cilla y, un da, mien tras aqul devoraba con ansiedad, a pap se le ocurri la magnfica idea de pintar con el carboncillo en la pared: pint una casa, un rbol, un nio y al resto de la familia: una mujer y dos hombres. Les puso boina y seal al ms alto. ste eres t, mudo dijo. l se seal en el pecho y, riendo, asinti a su mane ra. Despus pap escribi su nombre con las letras ma ysculas que le haban enseado en el colegio: PASCUAL. Yo me llamo Pascual dijo muy despacio, vocali zando. Y el mudo, enfrente, flaco, asinti con las cuencas de los ojos arriba y abajo. Pap extendi el brazo con el carboncillo. Ahora t. Sabes escribir cmo te llamas El mudo sin nombre se meti, todo de una, un trozo de jamn en la boca, cogi el carboncillo y se acerc a la pa red. Con la lengua sacada y los ojos bizcos traz varias ra yas. Pint un tricornio. Qu es Se llev las manos a la cabeza. Un gorro Repiti el gesto. Y qu ms sabes. Sabes escribir tu nombre. Mira, yo soy Pascual dijo pap sealando las mayscu las del colegio que haba escrito en la pared. Yo repi ti de nuevo. Y t. 233 El mudo sin nombre tard diez minutos en escribir: 342 Lo puso as, en nmero, y despus se seal. Pap se sent en el suelo de la cilla, pensativo, con ga nas de preguntarle ms cosas, pero no saba cmo ni qu. Al mudo sin nombre le haba gustado lo del carbonci llo, de modo que continu arrimado a la pared mientras pap descansaba. Slo cuando hubo terminado su obra pictrica se apar t para que pap la viera. Era un preso. Subieron muchos das ms a la cillas a pintar. Pero el mudo sin nombre slo saba dibujar tres cosas: el tricornio, el preso y el 342. Por mucho que se empe pap en que pintara algo diferente, las paredes de la cilla se llenaron con esas tres imgenes. El abuelo Pascual, que era muy despistado, no repar en los dibujos hasta ocho meses despus. Qu hace la cilla llena de presos pregunt con ese humor serio que lo caracterizaba. Los ha pintado el mudo respondi pap. Al abuelo, la contestacin de mi padre le entr por un odo y le sali por el otro; pero la abuela Carmen, que era curiosa como todas las mujeres del pueblo, subi a la ci lla y mir detenidamente las paredes. Tampoco ella entenda de letras ni nmeros. Slo vio muchos presos y muchos tricornios. se ha estado en la crcel le dijo un da al abuelo durante la comida. En guerra. En guerra, no. Antes. 234 ,Y qu Ya no dijo nada ms la abuela Carmen, pues tema que una respuesta pudiera despertar el genio siempre dormido del abuelo, que, precisamente por estar siempre dormido, las pocas veces que despertaba, lo haca con gran fiereza. Mucho llor porque estaba dbil el mudo sin nombre la muerte de la abuela Carmen. Sucedi dos aos despus del incidente de los dibujos. Se march por culpa de una embolia que la dej unos das atontada. l vel al pie de su cama durante seis das y seis noches, sin apartar ni un instante de sus ojos dbiles el pauelo que sirvi para en jugar sus lgrimas. A partir de entonces, el abuelo Pascual y pap comie ron rancho. El mudo sin nombre cocinaba slo para tres, pero los sabores eran los propios de un cuartel. l fue el encargado de preparar la cena familiar de aquel fin de ao del cincuenta y dos. Pap tena entonces veinte aos. Slo supo cocinar aquel da. Como si le hubiese llega do una inspiracin culinaria que ya nunca ms tuvo. Re cuerdo a todos los comensales: tos y primos chupndose los dedos y pidiendo un poco ms de pavo. Cmo haba aprendido a trufar un pavo, es algo que nunca supe; pero fueron tales las delicias que sirvi aquella noche en la mesa, que el abuelo Pascual, agradecido a los diecisis aos de fiel servicio, le invit a sentarse a la mesa familiar en los postres. l rehus con la mano, zarandeando la cabeza, ner vioso, mientras todos rean de su vergenza. Venga, mudo. Hoy te sientas con toda la familia dijo pap. El abuelo Pascual, tras las reiteradas negativas del mudo sin nombre, lo agarr del brazo y lo sent en la 235 mesa. l desplaz la silla hasta la esquina, acurruc su cuer po gigante y se qued menudo como un enano, en un rinconcito, alejado de todos. Entonces pap le pidi que pintara tricornios. Llev un papel en blanco y un bolgrafo y los puso en sus manos. Se pas toda la noche dibujando. Ocho aos despus, lleg mam a usurparle el pues to en la cocina y l se dedico a acompaar al abuelo a los campos o al casino y a las labores de limpieza de la enor me casa. Un da de aqullos, pap le ense un mapa de Espa a. Seal hacia el Levante. Nosotros estamos aqu. Ves. Nuestro pueblo, este pueblo donde vives, se encuentra en esta parte del mapa. De dnde eres t lo pregunt vocalizando, como ha ca siempre que hablaba con l. Y, como vio que no res ponda, comenz a sealar regiones y a nombrarlas en voz alta, exagerando el movimiento de los labios. Al mudo sin nombre le hizo mucha gracia la escenifi cacin de pap y, una vez hubo recorrido todo el mapa, co menz a aplaudir. Se podra suponer que era incapaz de leer los labios; pero lo cierto es que cuando pap le pregunt despacio si quera volver a su casa, l comenz a gesticular, seal el suelo y las paredes, se puso en cuclillas y palme en tierra y despus se peg en el pecho con tal fuerza que pap pen s que se iba a romper alguna costilla. Mi madre cuenta que se asust mucho. Nunca lo haban visto enfurecido, con los ojos crispa dos por la rabia, y aquella estatura descomunal impona a cualquiera. Pap supo tranquilizarlo. 236 sta es tu casa, claro. Slo quera saber si deseabas hacer alguna visita a tu tierra le dijo. Cuando yo llegu al mundo, tanto el abuelo como l eran viejos ya. Al menos yo los recuerdo viejos. El mudo an daba inclinado hacia delante, con la boina calada en la ca beza, dejando al descubierto dos orejas elefantinas. Recuerdo tambin que se me quedaba mirando du rante horas con una sonrisa tierna pegada a los labios. Como si fuera su nieto. Y que un da se meti un ratn en la casa. Mam puso el grito en el cielo y una escoba en sus manos. Mtalo, mudo gritaba. Era un ratoncito gris, inofensivo, arrinconado entre una esquina y el macetero. Venga, mtalo, mudo insisti mam. Pero el mudo zarande bruscamente la cabeza y de volvi la escoba a mam. Te he dicho que lo mates. Date prisa, antes de que se escape! y puso de nuevo la escoba en sus manos. l ech la escoba al suelo y se fue corriendo a su cuarto. All se encerr durante horas. Estaba muy dbil. Tendra yo cinco aos cuando pap le regal unos za patos negros con cordones. Eran nuevos, recin comprados en la zapatera. Estuvo ms de tres horas mirndolos antes de calzr setos. Una vez puestos, recorri el ancho pasillo con pasos cortos y lentos, como si estuviese aprendiendo a caminar, apoyando primero el taln, luego la planta, sin apartar la vis ta de! suelo. E inmediatamente, despus de la prueba, se los quit. 237 Lo veamos a menudo limpiarlos aqullos fueron los zapatos ms brillantes de Espaa con un trapo enne grecido y betn, incluso la suela reluca; pero no se los vol vimos a ver puestos hasta el da en que, a mis ocho aos, tom la primera comunin. Se visti de gala para el acontecimiento: con una chaqueta que el abuelo haba retirado veinte aos antes y que l guardaba recelosamente en el armario, los pan talones de ir a la iglesia los domingos y una camisa nue va que debi comprar en algn mercadillo con las limos nas que le daba mi padre para el caf que nunca tomaba. Los pantalones y la chaqueta le quedaban muy pe queos porque el abuelo, que ya era grande, meda vein te centmetros menos que l; pero los vesta con tanto em paque y tanto orgullo que nadie repar en que iba a me dias de prestado. En la comida creo que era la primera vez que iba a un restaurante, no quiso sentarse al lado de nosotros. Pap se lo dijo mil veces, otras tantas el abuelo, incluso estaba previsto de este modo en el reparto de mesas, pero l se neg ostensiblemente: cabeza a la derecha, ca beza a la izquierda, gestos muy exagerados y sonidos guturales. Se volvi a sentar en un rinconcito, en la mesa de los primos, y fue la atraccin de todos ellos gracias a los jue gos que saba hacer con las servilletas. Cuando llegamos a casa, el mudo sin nombre entr en su cuarto, escuch que abra armarios y cajones; cuan do al fin sali, llevaba en las manos un paquete rojo en vuelto en papel de estrellas. Extendi el brazo y me seal. Dentro haba un reloj, con caja y todo, en el que es taba grabado mi nombre. 238 Pap le ri por haber gastado sus escasos ahorros en hacerme un regalo; pero los gritos de pap fueron en balde, pues el mudo sin nombre no apart de m la vista ni un solo instante. Me conmin a que me lo pusiera: rode su mueca con los dedos gordo e ndice y estuvo mirando alelado lo bien que me sentaba el reloj. Cmo le habr dicho al relojero que grabara ah Pascual pregunt pap mientras miraba el regalo. La respuesta a la pregunta de pap estaba en las pa redes de la cilla donde veinte aos antes l le ense a pintar. El mudo sin nombre haba aadido a su coleccin de dibujos las siete letras que conforman mi nombre. Fue l quien me llev all, quien hizo hincapi en los di bujos cuyos trazos borrosos todava se vislumbraban en la pared. Fue l quien me mostr cmo se escriba Pascual con letras maysculas de las que enseaban en las escuelas de antes. El abuelo Pascual se march primero. Unos meses slo. Desde el cielo tir de l con una cuerda invisible. Como si el abuelo lo hubiese dejado por olvido en la tierra. sa fue la impresin que me dio. Porque al mudo sin nombre comenzaron a torcrsele los msculos de la cara ha cia arriba. Se le fueron los ojos, la nariz y la boca. Como si lo hubiesen pescado con una caa. Y despus la cabeza, como si estuvieran tirndole de las orejas. Hasta que se fue del todo. Lo enterraron junto al abuelo, en el panten familiar. Pero no aadieron nombre alguno en la lpida. sa es la nica y verdadera historia del mudo sin nombre. 239 La nica y verdadera. Lo que aos ms tarde contara Tello, el de los Serranos, slo fue un intento de difamar su inexistente nombre. Porque las personas buenas, tan buenas, no pueden pasar por la vida en silencio, sin provocar las iras de los mal vados. Y si alguna vez amenaz al padre de Tello, el de los Se rranos, para que guardase callar porque aqul lo haba es cuchado hablar; si enga a tres generaciones con un si lencio fingido, slo para quedarse, es un dato irrelevante a la hora de contar su historia. 240 E n las pginas de este libro se agrupan una veintena de cuentos de todos los estilos y para todos los gustos, galardonados en las ltimas diez ediciones del concurso Ciudad de Elda. Los hay con una cierta voluntad vanguardista y los hay tradicionales. Hay historias urbanas y rurales, ancdotas elevadas a categoras y ambiciosos planteamientos que se quedan en ancdotas. Hay relatos que apelan al sentido del humor y otros definitivamente trgicos o retorcidos. Los hay que se alimentan del presente y los que nos descubren aspectos del pasado que creamos equivocadamente enterrados. Tanta variedad de registros y autores es suficiente garanta para sumergirse sin temor en unas pginas que invitan a disfrutar de la esencia del cuento apelando exclusivamente al placer de la lectura. Porque, mientras no se descubra lo contrario, un libro seguir siendo el mejor vehculo para la literatura. AYUNTAMIENTO DE ELDA

Concurso de Cuentos Ciudad de Elda. Relatos ganadores 1991-2000

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Espolón de la Cruz (Penya del Corv)

San Antón y Elda

Historia de Elda. Tomo I

El Castillo de Elda. Del origen a la recuperación. 800 años de historia

El Museo del Calzado. Orígenes y consolidación (1986-2005)

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