Un tiro de gracia

un tiro de gracia 2 edicin ampliada emilio prez rosas Emilio Prez Rosas R.P.I. 09 / 2007 / 208 Edita: Excenlentsimo Ayuntamiento de Elda Dibujo Portada: Ramn Candelas Diseo y Produccin Gr ca: Azorn, Servicios Gr cos Integrales Depsito Legal: A-368-2007 5 Cuando Emilio Prez Rosas me dijo en la Concejala de Cultura que el era el autor del libro Un tiro de gracia, me qued gratamente sorprendido, pues conoc a una persona jovial, alegre y que irradia un gran dinamismo y viveza de carcter. Es un gran comunicador, tiene claridad de ideas, siempre lleva una meta en sus experiencias y muy rpido de re ejos cuando se le pregunta. Como vern an no he hablado de su obra, slo de l, la verdad es que para mi son inseparables, por increible que parezca su historia, ms increible es todava que una persona como Emilio, no se haya dedicado a la narrativa. Hablar con l, es estar leyendo un libro, es meterte de lleno en la trama de lo que te est contando, lo vive, te contagia. Me encanta hablar con l. Emilio, ha sido un honor el haberte conocido. Espero que nos impactes pronto con otro libro, de experiencia vivida o narrada. Un abrazo. Jos Mateos CONCEJAL DE CULTURA DEL EXCMO. AYUNTAMIENTO DE ELDA 7 PRLOGO Ciertamente es algo inslito que un breve relato de apenas 90 pginas, escrito sin ningn arti cio literario por una persona que supera los 87 aos, obtenga el xito popular que ha conseguido este que el lector tiene ahora en sus manos. Que de un libro de memorias -que vanamente pudieran tildarse como batallitas del abuelo- se hayan hecho ms de mil quinientas copias en tres tiradas tan slo en un ao, dice mucho a favor de la fuerza de un texto y de la fe de su autor en lo que estaba escribiendo, siendo, como es, su primer y nico escrito. Emilio Prez ha tardado demasiado tiempo en transcribir sus recuerdos; quizs necesitaban el reposo del silencio, quizs toda buena cosecha necesita de una larga maduracin. Lo que importa es que, sin mayor coincidencia con las circunstancias que vivamos en Espaa, Emilio se decidi a publicar por su cuenta unos pocos ejemplares del relato de los sucesos que hicieron de l un resucitado. Fue hace un ao y la rstica edicin se reparti entre los conocidos ntimos del autor. La sinceridad, la verdad y la sencillez expositiva con la que Emilio narraba lo ocurrido en Elda durante la guerra y el momento crucial de su fusilamiento, hicieron el resto. La difu 8 sin del relato fue extraordinaria, tanto que, unos meses despus y ya con el boom de la recuperacin de la memoria histrica impulsada desde el gobierno socialista, la Concejala de Cultura del Ayuntamiento eldense promovi una edicin numerosa, ampliada y esmerada del libro, edicin que se agot en dos meses. Y, ahora, una Corporacin municipal de signo distinto a la anterior impulsa una nueva edicin; lo cual prueba que el relato de Emilio est por encima de intereses partidistas y que en ambas corporaciones, la socialista y la popular, predomin el inters cultural. Bienvenida sea, pues, esta nueva edicin que seguramente tendr el mismo xito que las anteriores. El que sufre tiene memoria, escribi Cicern. Y el autor de este libro podra continuar la cita diciendo que su relato es memoria del sufrimiento, que es el dolor y no el placer el ensamblaje de los recuerdos. Hoy est de moda hablar de la recuperacin de la memoria histrica. Est bien; lstima de que no exista una memoria histrica colectiva, porque la memoria es siempre individual, personal, como el cuerpo y el alma son personales, individuales, intransferibles. Y la memoria es una potencia de nuestro ser que nos hace lo que somos y como somos. Y cuando perdemos la memoria, por enfermedad, accidente o por el deterioro de los aos, dejamos de ser quienes somos. La peor de las torturas es ponerse en la piel de esas personas que buscan su ser entre las brumas de una memoria desmoronada. Lo escribi Napolen: una cabeza sin memoria es como una fortaleza sin defensores; sus muros caern ante el mnimo empuje atacante. Sin la defensa de nuestra memoria estaramos condenados a repetir in nitamente los mismos actos, los mismos gestos, los mismos pasos sin avan 9 zar un milmetro en nuestro proceso como personas. Es decir: no seramos personas. Existimos mientras vivimos y, cuando morimos, seguimos existiendo mientras haya alguien que nos recuerde, que nos reviva poniendo en su corazn nuestros gestos o palabras; que eso, etimolgicamente, quiere decir acordarse, recordar.Circula en los videoclubs una curiosa pelcula que plantea una interesante hiptesis: la de que Garca Lorca no hubiera muerto tras recibir el tiro de gracia en Vznar, el 19 de agosto de 1936, sino que hubiera sido recogido por un pastor que lo dej al cuidado de unas monjas. En 1980, ese hombre sin memoria -porque nunca se recuper de la herida en su cerebro- vagaba por las calles de Granada como un mendigo sin pasado ni presente, perdido en la sombra amnsica, en la absoluta inconsciencia del vegetal. Y sin que nadie reconociera en ese andrajoso vagabundo de 82 aos al genial autor de La casa de Bernarda Alba o de Poeta en Nueva York. Emilio, que vivi y sobrevivi a un tiro de gracia como el que acab con el poeta andaluz, tuvo la suerte -se produjo en l el milagro- de conservar la memoria, de acordarse, es decir, de aposentar en su corazn toda la tragedia blica y el horror vividos, y nos los ofrece aqu con una apabullante certeza, con una sorprendente seguridad en los datos. Cmo 70 aos despus de lo sucedido puede escribir, por ejemplo, que tal da determinado llova insistentemente, que a la cada del sol haba un fuerte viento, que tal da me toc guardia de 10 a 12 de la noche, que tal otro cominos un chusco y una lata de carne argentina Alguien que no haya vivido momentos semejantes podra pensar que hay un exceso de litera 10 turizacin en su relato. Yo creo que no, que hay aqu, como deca Unamuno, una crnica de la intrahistoria de determinados aspectos de la guerra civil, pero sobre todo de la intrahistoria de un hombre concreto. La Historia puede y debe ser precisa con los datos contrastados de un suceso; la intrahistoria de cada uno de nosotros, en este caso de tres aos claves en la vida de Emilio Prez Rosas, es una fotografa precisa de slo lo que quiere apuntar el corazn en el libro de su memoria. Y en esa delidad al recuerdo, este libro no puede ser ms sincero, ms real. Ms que nunca, el autor, parafraseando al poeta, podra a rmar que estas pginas que el lector tiene en sus manos es un hombre disfrazado de libro. Lo que hay en estas pginas es su propia, intransferible memoria personal de lo que vivi, de quin era ese joven de 18 aos y lo que qued de l despus de que un tiro de gracia lo convirtiera en un resucitado.En mayo de 1936 yo tena 16 aos. As comienza esta narracin que no est dividida en captulos. Es todo un relato lineal cronolgico desde mayo del 36 hasta finales de marzo de 1939. Pero quiero detenerme en esta lnea inicial por lo que tiene de significativo: mayo es el mes del esplendor de la naturaleza, los 16 aos son el comienzo del fulgor de la vida de un yo subrayado por el autor que, sin embargo, se presenta agazapado detrs de una fecha que incluso grficamente parece una bandera del terror: 1936. Cuando cerremos el libro, ese joven acabar de cumplir 19 aos pero ser ya un hombre marcado definitivamente por una experiencia terrible: la de haber luchado en primera lnea, la de haber matado y la de haber sobrevivido tras recibir el disparo a muerte de sus captores. 11 El viernes 17 de julio de 1936 se abrieron las compuertas de la barbarie en Espaa, compuertas que, por otra parte, ya estaban muy forzadas desde tiempo atrs; y por ellas, durante tres aos, un vendaval de odio y sangre arrastr por el suelo de los pueblos y caminos de Espaa -esta madre y madrastra nuestra- a millones de personas. Una de ellas fue Emilio, y este libro es su testimonio: Lo que relato en estas pginas lleva un retraso de casi toda una vida. Cerca de 70 aos son demasiados intentando creer que olvidar es aliviar. Aqu quedan escritos unos sucesos que me marcaron para siempre, relatados aprisa, con pocas palabras. No son historias que me contaron. Son mis vivencias convertidas en historia. A quienes sufrieron en su carne aquella insania, a quienes la leyeron o se la contaron, a ninguno dejar indiferente esta declaracin de un testigo tan desdichadamente privilegiado como lo fue Emilio Prez. No acuso, slo constato, a rma en la introduccin. Y constata el asesinato de tres de sus familiares cercanos y de algunos de sus amigos ms queridos, el hambre de la poblacin, la brutalidad vengativa, el terror de los sealados por el dedo acusador La guerra es la gran universidad donde se aprenden las lecciones ms explcitas sobre la condicin humana. Lo mejor y lo peor de este ser que es, al mismo tiempo, el ms cruel de los lobos y el ms abnegado ngel para los de su propia estirpe. Por estas pginas cruza errante la sombra de Can, pero tambin encontramos la mirada limpia, pursima, del que entrega su vida para salvar la de otro. Como la del cabo andaluz -al que va dedicado el libro-, la de Paco el churrero, la del to Arturo, la de tantos 12 jvenes muertos a uno y otro lado que hubieran dado igualmente su vida si la suerte les hubiera colocado en la posicin contraria. Todos fueron Abeles asesinados por Can.Emilio podra haber escrito un libro desesperanzado por el que se desbordara el horror y la crueldad de la guerra. Es cierto que en alguna pgina asoma detallada la maldad humana: el episodio del prisionero colgado por los pies y con la cabeza chamuscada, aquel otro en el que un o cial dispara a bocajarro contra el soldado que le discute la orden de avanzar y, sobre todo, el momento crucial en el que el autor narra su fusilamiento junto al de seis compaeros supervivientes del ataque de los nacionales al frente republicano, situado en la orilla derecha del ro Mijares. Todo est cosido con hilo de acero en la memoria de Emilio, es parte de su ser, y por eso lo constata, lo pone en acta. Pero tambin est presente el recuerdo del componente de luz que tiene el ser humano. Aqu estn esos pequeos acontecimientos de la guerra, que no estn recogidos en las crnicas mayores, y que, a pesar de tanta crueldad en torno, dejan abierta una rendija a la fe en el hombre. As, cuando la hambrienta compaa de soldados respeta el ganado de un joven y pobre pastor o el gallinero de una anciana, la ancdota cierta y entraable del joven soldado de Elche escondido por su enamorada campesina, las puyas y bromas entre soldados de los dos bandos, puyas y bromas como las que podran darse entre dos grupos de jvenes que en un partido de ftbol alentaran a los equipos rivales. Hay momentos del relato que nos podran parecer sacados de una conocida pelcula de Berlanga, y que en el texto de 13 Emilio rezuman verdad por todos sus poros debido al cmulo de pequeos detalles propios tan slo de quien ha vivido esos episodios. As, cuando el autor cuenta el encuentro de soldados de ambos bandos que se juntan para baarse en el ro bajo la vigilante mirada de los jefes, que impedirn el que haya trnsfugas pero no podrn impedir la vivaz alegra de unos muchachos del mismo pueblo a los que una absurda guerra ha colocado en frentes distintos.Bien, pues en ese lugar del ro Mijares, muy cerca de Villarreal de los Infantes, se produjo el 19 de junio de 1938 el suceso que da ttulo a este libro y que sin duda ha marcado la vida de su autor, la vida corporal con sus secuelas fsicas, y la vida interna, la vida espiritual. Un instante separa la vida de la muerte, pero seis meses estuvo Emilio, como escribi Miguel Hernndez, entrando en los hospitales y entrando en los algodones como en las azucenas. Hay una geografa del dolor que nunca olvidar el autor de esta narracin; son nombres que se repiten en las pginas del libro al modo como lo hicieron nuestros grandes escritores. Algunos de los mejores poemas de nuestra literatura estn compuestos exclusivamente con los nombres de aldeas y ciudades; los hicieron con frecuencia Santillana, Unamuno o Blas de Otero; y dejaron magn cas pginas en prosa -pura poesa- Mir y Azorn, poniendo uno junto a otro los nombres de los pueblos de nuestra provincia. Es la geografa del sentimiento, del amor a la tierra. El mapa geogr co-sentimental de Emilio, que sin duda comienza y termina en Elda, tiene otros evocadores nombres de amarre en la memoria tales como Benasal, Alboccer, Adzaneta, Lucena del Cid, Villa 14 fams, Villarreal y, sobre todos, Murcia, el Hospital Base junto al Malecn, la pequea sala de operaciones donde fue devuelto a la vida por el cirujano don Eugenio Daz Gmez y por el doctor Moreno. Son nombres grabados para siempre en el recuerdo, aposentados en su corazn. Son los hilos que tejen la memoria y, por lo tanto, el ser de Emilio.El libro acaba con una bellsima parbola: cuando el ltimo gobierno de la Repblica abandonaba el Poblet y cruzaba las calles de Elda camino del aerdromo del Ma para salir hacia el exilio, un muchacho de 19 aos cuyo futuro era un inmenso interrogante, un herido de guerra, un intil para el servicio militar pero que, sin embargo, haba sido movilizado para defender aquellas dependencias del pillaje, disparaba a una vaca lata de conservas colgada de un pino de la nca utilizada por los jefes republicanos. Eran las ltimas seis balas de una guerra fratricida: Y as fue termina el libro- como desde la ltima sede del gobierno de la Repblica se dispar la ltima bala de esta larga contienda, dando por nalizada la guerra. Salvador Pava noviembre 2007 A mis padres, que tanto sufrieron. A mi primera esposa, Emilita, que con su amor y abnegacin mientras vivi pude afrontar muchos aos de graves secuelas. A nuestra hija Emily y a mis nietos Carlos y Marta. A cuantos son y se han incorporado a esta mi familia. A mi esposa, Dorita, que hace veintin aos se atrevi a tomar un relevo de compromiso, amor y sacrificio. A mi biznieto Daniel, de tan slo seis meses de edad, que algn da podr saber la de trampas que hube de sortear para que l pudiera llegar a Ser. A mi cabo Emilio, cuyos dos hijos nunca han conocido las ltimas palabras de su padre. Lo que relato en las siguientes pginas lleva un retraso de casi toda una vida. Cerca de setenta aos son demasiados intentando creer que olvidar es aliviar. Tantos aos cargado con el peso inerte de una historia no contada, me ha supuesto un cansancio moral que sola atribuir a otros avatares que, tambin nunca faltaron. Aqu quedan escritos unos sucesos que me marcaron para siempre, relatados a prisa, con pocas palabras; pero, incidiendo en aquellos episodios cuyo desarrollo y desenlace tuvieron una connotacin muy especial en la huella que me dejaron. No son historias que me contaron. Son mis vivencias convertidas en historia. No acuso. Slo constato. i I 19 E n Mayo de 1936 yo tena 16 aos. Y como era costumbre en aquella poca, era la edad en que los chicos comenzbamos a interesarnos formalmente por las chicas. Tena muchas amigas con las que paseaba, tambin mis amigos, por las principales calles del pueblo. Y organizbamos algn que otro bailoteo en la casa particular de alguna de ellas, pero, nada serio todava. Entonces, a partir de los 16 y 17 aos se comenzaba a considerar como un compromiso de noviazgo el hecho de acompaar a una seorita por la calle durante unas cuantas y reiteradas ocasiones; aunque esa seorita fuera acompaada por una amiga que, a su vez, aprovechaba la exhibicin callejera para proclamar estar libre de compromiso. Esto, generalmente funcionaba de esa manera, y si el principio de compromiso se rompa, no pasaba nada serio si la ruptura era a las pocas semanas. Si la cosa haba durado algn tiempo, meses, incluso aos, la repercusin social era en algunos casos hasta clamorosa. Generalmente era la mujer la que tena que soportar las mayores lesiones sociales. emilio prez rosas 20 Aunque la funcin de mi relato no pretende una exposicin analtica de las costumbres para el cortejo amoroso de la poca, s he querido fijar una pauta que sirva para cohesionar los hechos que pretendo que entienda la persona que lea esta historia. Como deca, en Mayo de 1936 yo tena 16 aos y comenc a acompaar asiduamente a una chica en sus paseos. Haca algn tiempo que la conoca; su hermano, de mi edad, frecuentaba nuestra pandilla y yo les visit en alguna ocasin. No estaba bien visto que una chica acudiera a los paseos si no estaba acompaada por alguna amiga; as, que yo paseaba con mi chica y su amiga, a quien pronto se le arrim, con escogidas palabras y exquisitos modales, uno de mis amigos. Las dos parejas pronto dimos que hablar y la sociedad en pleno comenz a leernos el porvenir. La chica era muy atractiva; pero yo no estaba enamorado. Era una forma condicionada de presumir de hombre sin dejar de ser un mozalbete, y as presumas de mayor antes de aprender las responsabilidades que se avecinan a partir de esa edad. As, que, una noche en que como todas, al llegar a la puerta de su casa nos despedamos, me anunci que sus padres estaban enterados de lo nuestro y nos esperaban para echarnos su bendicin y formalizar el noviazgo. Y me invit a entrar en la casa. No recuerdo si dije o no dije algo que me excusara, pero di media vuelta y escap lo ms ligero que pude, temblndome las piernas y el corazn queriendo salirme por la boca. Al da siguiente mi amigo acompaante de la otra chica me comunic que haba sido objeto del mismo procedimiento y haba reaccionado igual que yo: salir corriendo. Estaba claro que lo haban confabulado. Pero, yo, al menos yo, comprend que me haba un tiro de gracia 21 portado muy mal. No s lo que debera haber hecho, pero lo que hice estuvo muy mal. Y fui castigado, muy duramente castigado. Y mi amigo tambin, aunque a este le sali ms barato.Pocas semanas despus el calendario sealaba que amaneca el da que daba comienzo a la mayor tragedia de la Espaa del siglo XX: estbamos a 18 de Julio de 1936. Sbado. Y celebraban su Santo los Federico, Marina y Emiliano. Sobre las nueve de la maana caminaba hacia la placetita de Las Monjas, donde estaba el almacn de curtidos de mi to Alfonso, lugar de mi trabajo; y al pasar por la esquina del guardia me par sobresaltado pues comenzaron a orse disparos de ametralladora. Mir calle abajo, de donde pareca que vena el ruido y justo en la esquina que daba al Cuartel de la Guardia Civil me pareci ver a una persona tendida de bruces en la acera muy arrimada a la pared, con un artilugio en las manos. Me acerqu presuroso y antes de llegar alguien me cort el paso -A dnde vas, muchacho Hala, vete a tu casa! Y el que estaba en el suelo continu disparando su ametralladora contra las ventanas del Cuartel, cerradas a cal y canto. Volv a mi casa, donde tambin estaba mi padre, vuelto a prisa del trabajo; fuimos a tranquilizar a mis abuelos, Emilio y Mercedes, para despus encerrarnos en casa. Por nuestra calle circulaban de vez en cuando algunos coches llenos de gente, armados con escopetas de caza: Se haba iniciado el desbordamiento de las pasiones. emilio prez rosas 22 A la maana siguiente y sin pedir permiso sal a la calle para ver lo que ocurra. Una gran curiosidad por saber qu estaba pasando me tena algo excitado. Camin al centro del pueblo; por las calles alguna mujer con un pequeo en los brazos, presurosa, como huyendo de algo. Qu curioso: hombres, ninguno. Llegu a la esquina la Mahonesa, frente al cine Coliseo, donde qued expectante viendo que por la puerta de la verja que daba a la calle Jardines salan tres guardias civiles, brazos en alto, y quedaban parados en medio de la calle. Cerca de la puerta pero sin salir a fuera, un grupo de milicianos con escopetas de caza miraban a los guardias, les ordenaron volverse hacia ellos, y, tras un breve cuchicheo los que encabezaban el grupo apuntaron sus escopetas y dispararon a mansalva sobre los tres guardias civiles, que cayeron al suelo con el rostro y el pecho cubiertos de sangre. Tiempo despus supe que uno de los guardias asesinados era el suegro del poeta Miguel Hernndez, admirado y aclamado poeta, comunista; quien tena que sufrir que otros comunistas, como l, asesinaran al padre de su esposa. Muy agitado sal corriendo hacia mi casa y en mi cerebro qued grabada para siempre la visin de los tres cuerpos ensangrentados. Y pens que acababa de presenciar lo que ms horrible poda suceder. Slo fue el pistoletazo de salida para una carrera de desmanes, saqueos, violencia inmisericorde y crueles asesinatos. A los pocos das el estado de guerra civil se estaba confirmando, a juzgar por los partes de movimientos militares y civiles, con noticias y acontecimientos sanguinarios que sobrecogan el alma. un tiro de gracia 23 Pocos das despus alguien vino a mi casa y comunic a mis padres que a mi to Arturo lo haban detenido. Entraron unos individuos a su casa y se lo llevaron, sin dar explicaciones a la familia. Tambin se llevaron detenido a su yerno, esposo de mi prima Mara, haca unos meses que se haban casado. Sin que lo supieran mis padres, comenc a preguntar en los centros donde se agrupaban milicianos y los numerosos jefes polticos surgidos en estos das: CNT-FAI, Partido Comunista, PSOE, Sindicatos Hasta que en una oficina recin organizada, un personaje a quien no haba visto nunca en el pueblo me comunic que mi to haba sido detenido por fascista. Le objet que a m no me pareca que lo fuese. Y l me replic que s lo era porque su mujer era una beata; y que en ese momento ignoraba dnde podan haberlo encerrado, aunque, seguro que en alguna crcel del pueblo. Y que volviera pasados algunos das, a ver si pudiera decirme dnde estaba mi to. No volv. Pronto se supo el lugar provisional en donde lo tenan encerrado, en compaa de muchos ms, que, pronto fueron trasladados a la crcel de Alicante. El almacn de pieles de mi to Alfonso no se abri para el trabajo durante algunos das. En el pueblo haba mucha confusin; unos trabajaban, otros no. nicamente las panaderas y tiendas de suministros comestibles y otros productos domsticos no dejaron de funcionar. La actividad en general se estaba normalizando, con bastantes fbricas y comercios confiscados y controlados por sindicatos y comits, formados segn afinidades polticas, gremiales, o ambas. Un desconcierto. emilio prez rosas 24 Transcurridos unos das de mucha tensin y confusin, mi to Alfonso me orden abrir el almacn, pero que no entregara pieles a nadie, por el momento. Se estaba organizando la sociedad que pudiera controlar la produccin y distribucin del calzado y otros artculos de piel. Pronto surgi la famosa SICEP, cuya labor y gestin salv a la economa de las industrias de la piel de toda esta comarca. A mi to Alfonso lo nombraron encargado de Compras en Valencia y all se march a vivir. Deba de gestionar la compra de pieles curtidas en las numerosas fbricas de la capital y provincia, para abastecer la enorme necesidad que en Elda se haba centralizado. Yo segua abriendo el almacn todos los das, en espera de rdenes sobre qu hacer con las existencias de pieles que tenamos en calidad de depsito, propiedad de la famosa firma comercial Carlos Csonka de Badalona, fabricante de pieles curtidas para el calzado. Hasta que un da irrumpi en el almacn un personaje corpulento, con aires de mucha autoridad y ancho cinturn del que colgaba una enorme pistola. -Eres t el encargado-me pregunt. -S, yo soy. -Vengo de fbrica para hacerme cargo de todas las existencias. Aqu tienes la orden del Comit. Y me entreg un papel que no le. Se march inmediatamente diciendo que volvera para llevarse las existencias. Efectivamente, por la tarde volvi. Lleg acompaado por otro, poco ms o menos como l, pues portaba un arma parecida y tambin era grandulln. Cada uno conduca un automvil, que aparcaron a la puerta. Cargaron todas las pieles, repartidas entre los dos vehculos; me dijo que las haba ven un tiro de gracia 25 dido a la SICEP y quera hacer la entrega aquella misma tarde pues le urga volver a Barcelona. Se marcharon, y cerr el almacn. Se acab el empleo.El da 29 de Septiembre nos lleg la terrible noticia. A mi to Arturo lo haban asesinado. A l, a su yerno y al hermano de su yerno. A los tres. Unos milicianos armados con escopetas y pistolas los haban sacado de la crcel de Alicante y conducido en automviles por la carretera de la costa, hacia el norte. Y en algn lugar fueron obligados a descender, junto a la cuneta, donde fueron acribillados a tiros y abandonados sus cuerpos. Con slo una salvajada, tres viudas y cuatro hurfanos. Cada da las noticias seguan siendo espeluznantes, pues durante algunas semanas continuaron los asesinatos por el mismo procedimiento, que popularmente se llam le han dado el paseo. Por Noviembre cunde el rumor: El Ayuntamiento, en sesin plenaria, ha decretado la demolicin de la Iglesia de Santa Ana. Es el absurdo llegado al poder. Es el nio envidioso y colrico que le rompe el juguete a otro nio. Tal era el desbordamiento de la pasin ideolgica en esos momentos. Iglesia monumento, de ptrea fbrica, cuyo origen y posteriores transformaciones fueron obra de distinta fe, la ltima, la catlica. Centenares de hermosos, valiosos sillares de piedra fueron concienzudamente desmontados y transportados a distintos lugares. Y toda su gran riqueza interior, escultural y ornamental, reducida a escombros. En pocas semanas all slo qued un solar. La poblacin viva sobrecogida y despus de la jornada de trabajo las gentes se encerraban en sus casas. Se una a ese emilio prez rosas 26 estado de inquietud que las calles de la ciudad por la noche no tuvieran alumbrado, que, se deca, era para ahorrar energa; ms adelante se propag la noticia de que no se alumbraban las calles por temor a ser visible la poblacin y propiciar un bombardeo areo. Estbamos a ltimos de Abril de 1937 y haba cierto temor: el da 20 de este mes, la poblacin de Guernica, en el Norte, haba sufrido un terrible bombardeo. Para aumentar el estado de miedo, el General Queipo de Llano, desde radio Sevilla, que por cierto se oa en toda Espaa, anunci: Zapateritos de Elda, escuchadme. Os voy a mandar a los bombarderos para que destruyan la fbrica de tanquetas que tenis ah. Y yo viva con mis padres precisamente enfrente del campo de ftbol donde se agrupaban las tanquetas, en espera de ser armadas y enviadas a los frentes de guerra. Oda la amenaza, mis padres decidieron que pasramos la noche durante algn tiempo lejos del barrio.Entre tanto los combates en todo el territorio nacional proseguan y las noticias sobre la situacin de los frentes de batalla solan ser muy imprecisas, llevando la preocupacin y el miedo a gran parte del territorio, pues all donde llegaban y dominaban, aunque slo fuera unos das, incluso horas, causaban fusilamientos, unos y otros; verdaderos asesinatos entre la poblacin civil. Pareciera como si estuviramos con una borrachera de odio y sangre; cuyas noticias, de uno y otro lado, le helaban la sangre a todo aquel a quien todava no se la haban derramado. Pasaban las semanas con noticias de batallas, de conquistas y reconquistas que obligaban a rehacer cada da la lnea fronteriza que separaba los dos colores, el rojo y el azul, que un tiro de gracia 27 se delimitaban dentro del mapa de Espaa. Los muertos y los hroes de los dos bandos llenaban las noticias de esta nacin dividida. Y tambin, los pueblos y ciudades a retaguardia en las dos Espaas se llenaron de miles de heridos.Me qued sin trabajo despus del cierre del almacn as que acept una oferta de ayudante en el almacn de materias primas de la fbrica de calzados Pedro Bellod. Entre otras obligaciones, deba preparar y combinar algunos pegamentos, colas, cuyos disolventes me mareaban y producan malestar, obligndome a dejar el empleo a las pocas semanas. La SICEP tena un departamento de materias primas, un gran almacn situado en un local distinto al que se dedicaba al calzado ya terminado. Precisamente este local para materias primas era el mismo que, primero, fue un cine, despus una crcel del pueblo, precisamente de la que sacaron a los tres guardias civiles para asesinarlos en la calle; y ahora, convertido en almacn. (Acabada la guerra, este local tan cambiante se convirti en una iglesia, para suplir a la destruida Santa Ana.) Bueno, pues en ese almacn queran tambin controlar la recepcin y reparto de la gran cantidad de fardos de suela que todas las semanas en grandes camiones llegaran procedentes de Catalua, de Igualada principalmente. Vinieron a mi casa, hablaron con mi padre, yo acept encantado y me convert en el jefe de la seccin de materias para pisos. Comenzaron a llegar enormes camiones cargados de fardos de suela; y de acuerdo con los partes de produccin que me entregaban, yo calculaba la cantidad de kilos de suela que a cada fbrica le corresponda... Dios Santo! Qu ocurre De pronto me convert en alguien importante. El da del emilio prez rosas 28 reparto era visitado por los gerentes de las fbricas, que me solicitaban un aumento en el cupo de kilos que yo les haba asignado. Me halagaban, me auguraban un gran porvenir y todos me queran mucho. Eran, por supuesto, personas a quienes yo conoca por razones de negocio o ms simplemente por tratarse de familiares de algunos amigos de la pandilla. Un pueblo, ya se sabe. Por supuesto que nadie, en ningn momento trat de proponerme soborno alguno, por pequeo e insignificante que fuese. Tratar de complacer a todos era muy complicado pues el peso de los fardos oscilaba entre los 100 y los 160 Kg. Por tanto al que le tocaba ms una semana le tocaba menos a la siguiente, pues yo tena orden superior de no trastocar los pesos de origen. Pero el trabajo era montono y simplista, y aunque me otorgaba cierta relevancia dada mi juventud, decid dejarlo tambin. Me rebulla la sangre en las venas y necesitaba mi racin de aventura.Algunos amigos haban solicitado el ingreso en aviacin, pero tras el examen fueron rechazados. S, ahora recuerdo que uno de ellos fue aceptado e inmediatamente incorporado; lo mandaron a Pars, a no s qu Base militar, donde deba realizar unos cursos. Yo quise probar y envi la solicitud. Mi padre no se opona a todas estas andanzas mas pues confiaba en que sabra solventar cualquier contratiempo. A los pocos das me avisaron desde el Sindicato de la CNT para que pasara a recoger la convocatoria para un examen general: Era en el aerdromo de Los Alczares, cerca del Mar Menor, en Murcia, en un tiro de gracia 29 el trmino de ocho das, a las diez de la maana. Llegu sobre las ocho a bordo de un renqueante autobs que haba partido de Alicante a las seis.En una sala espaciosa llena de mesitas individuales, como si fuera el aula de un colegio, dos docenas de jvenes nos aprestamos a rellenar unos cuantos cuestionarios. Se trataba de cultura general, de altura muy similar a la que se obtiene cuando se termina la segunda enseanza. Me aprobaron y pas al examen fsico. Me fueron encontrando bien en las pruebas iniciales y al comprobar mi agudeza visual parece que tuve un problema. Me pidieron que mirara a travs de un tubo de unos diez centmetros de largo, con un cristal especial en su mitad interior, segn me dijeron. Por aquel tubo no se vea absolutamente nada; me pidieron que mirara por el otro extremo pero tampoco vi nada. El mdico que me atenda dio por terminado el examen y me orden que esperara el resultado en la sala de recepcin. No tardaron en traerme una hoja escrita con el resultado: Se denegaba mi admisin por no tener suficientes aptitudes fsicas. Sin decir a qu aptitudes se referan. Me dieron un vale para una comida en el comedor de tropa donde me obsequiaron con un suculento cocido madrileo: sopa, garbanzos y patatas con chorizo y buen tocino y a continuacin una sabrosa carne de ternera. No me engaaron cuando me dijeron que aqu se coma muy bien. Pero, el engao era de otra ndole. Cuando me marchaba, decepcionado, me encontr cerca de la puerta del pabelln con un conocido del pueblo. Era muy culto, le apasionaba la lectura y a menudo hablbamos de nuestros gustos en la materia. Despus de saludarnos le cont lo que haba pasado en el examen mdico. Y l slo me pregunt: emilio prez rosas 30 -Qu Sindicato aval tu solicitud - La CNT, que es donde estoy afiliado. Se ech a rer y me dijo que la prueba del tubito de marras era una treta para quitarse de encima a los aspirantes que no fueran avalados por el Partido Comunista. Por el tubito no se vea nada. -Aqu los mandos son comunistas y no quieren soldados de otras disciplinas polticas. Se march porque tena alguna prisa. Y yo volv a mi casa. La situacin en la retaguardia era cada da ms difcil. El hambre comenzaba a notarse en las gentes, resignadas a pasar muchas horas en las colas que se formaban para conseguir la mayora de los alimentos, de los escasos alimentos que se poda encontrar. Los principales, el pan, azcar, aceite, el jabn... estaban racionados. Y un cierto frenes viajero tratando de conseguir estos productos en zonas rurales, pueblos pequeos de La Mancha, Jan... En tren, claro. Los pocos automviles que haba en Elda fueron requisados para el servicio de las milicias y de las autoridades locales. Los pocos trenes que circulaban iban abarrotados, la mayora, por mujeres angustiadas que iban por esos pueblecitos y aldeas en busca de alimentos que pagaban con mucho dinero o con pequeas joyas personales, anillos, pequeas pulseras y cadenas de oro. Tambin se empleaba el recurso del trueque: comida por zapatos, zapatos de nio sobre todo, que se fabricaba en Elda en pequeos talleres familiares. Obligado es sealar que todo ese comercio particular estaba prohibido y en muchas ocasiones, puede decirse que a diario, la polica de servicio en la Estacin del FFCC confiscaba la comida que traan las gentes un tiro de gracia 31 que descendan del tren, originndose escenas dramticas y hasta violentas.As, que, los ms resignados seguan limpiando por la noche las lentejas que haban de comer al da siguiente. Pero un da apareci un letrero en una carnicera anunciando venta de carne para el da siguiente; y mi padre, tras cuatro horas en la cola, consigui un solomillo entero. De burro. La carne que vendan era de burro, y no siempre se encontraba. El censo de caballeras baj de forma alarmante, pues la poblacin entera buscaba las escasas protenas en la carne de burros, mulas y caballos viejos que ya empezaban a escasear. Mi amigo Pascual Cuenca se invit al festn, aportando dos hermosas barras de pan blanco pan blanco! Regalo de sus abuelos panaderos. Mi madre cocin la carne con muchos ajos que, en un derroche de esplendidez, acompa con unos huevos fritos encontrados en no s qu lejana casa de campo. De aquel banquete tuvimos recuerdo durante mucho tiempo. La situacin militar se complicaba. A los momentos de cierta calma en los frentes segua un frenes de batallas muy localizadas, de las que nos llegaban noticias de frecuentes actos heroicos. Se trataba de atrevidas jugadas de ajedrez, luchando por ocupar posiciones de dominio en el tablero, que propiciaran un jaque mate; pues, esta guerra no pareca tener que acabar en tablas, como estaban buscando algunos elementos importantes de algunos partidos polticos y del Gobierno, no con la aprobacin de algunas otras fuerzas de izquierda como emilio prez rosas 32 el Partido Comunista, que se opona a cualquier negociacin con Franco que significara una paz pactada. Y entre tanto, los jvenes espaoles y los menos jvenes muriendo a centenares en los frentes; y miles de combatientes con sus cuerpos mutilados regresando a sus casas con la tristeza de la derrota fsica y el miedo al porvenir. Incluso cuando ms adelante ya no se tena esperanza alguna de poder ganar la guerra, las posturas de seguir luchando con las armas en la mano fueron empecinadamente sostenidas. Y as nos fue despus. No quiero hablar de poltica y al final me enredo. A pesar de mis pocos aos le tom el gusto a charlar, incluso con algunos dirigentes de las diversas ideologas, acerca de la viabilidad de sus proyectos. La mayora de ellos eran trabajadores del calzado, personas muy asequibles incluso por la calle, por donde todo el mundo puntualmente caminaba yendo y viniendo de su trabajo en las fbricas. Se trabajaba muy rigurosamente bien en este pueblo, Elda; altamente politizada su masa obrera por ideas extremas, comunistas y anarquistas, cuyos vaivenes en la marcha del pueblo no cabe relatar aqu. Porque, habra que hablar tambin de esos numerosos empresarios del calzado, inteligentes y decididos que fundaron importantes fbricas con slido xito para el bien de la economa de todo el pueblo. Se acab. A otra cosa.Entre los amigos se consolidaba una gran preocupacin. Y es que el tiempo pasaba y los frentes de guerra necesitaban cubrir la gran cantidad de bajas que ocasionaban unos com un tiro de gracia 33 bates cada vez ms cruentos. Al principio del verano de 1937 nos enteramos que en Valencia comenzaba a funcionar una Escuela de cursos acelerados para el Cuerpo de Zapadores, que de ser aprobado, se sala con el grado de Teniente.Y all que nos fuimos. Nos aceptaron a la primera y pasamos los exmenes con xito. Estaba claro que necesitaban gente. ramos siete aventureros a los que la guerra serva de pretexto para comenzar a dar saltos por la vida. Todos los dems de la pandilla se quedaban en Elda con otros proyectos y tambin con otros condicionamientos familiares. Los siete aventureros ms otros llegados de diversos puntos de la regin, formamos el cupo de 40 alumnos de este curso. Fuimos instalados en un convento de monjas pero sin monjas. All tenamos los dormitorios, las salas donde se impartan las clases, salas de estudio, biblioteca, comedor... En fin, todo lo necesario para aprovechar el tiempo. Salamos a la calle jueves y sbado, de seis de la tarde hasta las diez de la noche en que se cerraba el portn de la calle. Quien llegara tarde era levemente castigado. Nos pagaban un suplemento dinerario de diez pesetas a la semana que, en la salida del sbado gastbamos algunos en tomarnos un vaso de vino con un pequeo plato de caracoles. Ese era su precio: diez pesetas. Este convento estaba situado, est, en un barrio de apretadas y estrechas calles, muy cerca de las Torres de Quart. Con un corto paseo alcanzbamos la plaza del Ayuntamiento, donde se formaban algunos corrillos en los cuales, al calorcillo del sol, se hablaba de todos los chismes polticos del momento. Se acercaba el examen final, en Diciembre, y los profesores no tenan dudas de que el uniforme con las dos estrellas de te emilio prez rosas 34 niente ya los estaban confeccionando para nosotros. Faltando una semana para el examen final se recibe la orden de suspender el curso y cerrar la Escuela. Los rumores son intensos. Causa sorpresa y decepcin tanto en profesores como en alumnos. Algunos frentes se estabilizan y necesitan seguras zanjas de proteccin, trincheras...para eso estn los zapadores. Pronto se sabe que Azaa ha decretado el cierre y suspensin porque no quiere ms mandos comunistas en el Ejrcito. Y es que esta Escuela est organizada y regida por el Partido Comunista. Hay dos guerras. Una, contra los franquistas, y otra entre las diversas corrientes ideolgicas de esta izquierda absurda.Nos dieron tres das de plazo para abandonar la Escuela. Como ya no haba disciplina de horarios, cerca de la media noche algunos subamos a las azoteas a esperar la llegada de los bombarderos que, tras soltar algunas bombas, generalmente en el puerto, se marchaban rpidos perseguidos por los haces de luz que los delataban en el cielo. Era impresionante ver las rfagas de balas luminosas, trazadoras, que marcaban unos pespuntes de luz en busca de los aparatos iluminados. Me qued unos das ms en Valencia, en casa de mi to Alfonso, donde por entonces, tambin estaba mi hermana Mercedes, quien por tener doce aos menos que yo no se enteraba de nada de lo que aqu yo pueda contar. Ella viva ese mundo infantil de los seis aos en que las experiencias an no han comenzado a robustecer pero tambin a endurecer el espritu. Pasaba algunas temporadas aqu y mi madre vena de vez en cuando a estar unos das con ellos. Iba de un lado para otro, curioseando sin saber qu. Una tarde que anduve ms de la cuenta, cansado, entr a un cine de un tiro de gracia 35 la Gran Va y sin duda me qued pronto dormido. No recuerdo de qu pelcula se trataba, pues al despertarme un suave zarandeo de un acomodador me senta algo aturdido y el cuerpo dolorido por la mala postura durante horas.-Oiga, despierte, vamos a cerrar! Eran las doce de la noche. La sala estaba vaca, quedando nicamente el empleado y yo. Al salir a la calle las sirenas estaban anunciando la llegada de bombarderos. Y con el aullido constante en una ciudad totalmente a oscuras me march a tientas hasta la plaza del Ayuntamiento, a casa de mi to. Sala yo del edificio a la maana siguiente y en la misma puerta me cruc con un caballero que me salud muy afablemente: -Hola, Emilio! Est arriba tu to Le contest que s, que arriba estaba. Y se dirigi hacia el ascensor con paso suave, volteando ligeramente un bastn con puo de ncar. Vesta un traje a medida, de pao escocs a cuadros, de un tono clarito, una ancha corbata prendida por un alfiler con perla y un clavel en la solapa; unos aristocrticos botines blancos calzaban sus pies. Era la pura estampa del odiado burgus que apareca en los carteles por las calles como emblema del capitalismo opresor. La ltima vez que lo vi fue en nuestro pueblo, en Elda, con su cazadora de cuero y una enorme pistola al cinto. Esa misma tarde quise volver a casa. As de fcil. Lo primero que tena que hacer era acudir a la Estacin del FFCC, para, con suerte, aprovechar la salida de un convoy con direccin a La Encina, desde donde se poda continuar a Madrid o a Alicante. A media noche tom un tren que parta para La Encina. emilio prez rosas 36 Iba atestado de gente que no les importaba, no nos importaba viajar algunas horas de pi en los pasillos si era necesario. Al llegar a La Encina todo el mundo abajo hasta que compusieran otro tren cuyo destino tampoco nos decan de momento. Seran las dos de la madrugada cuando todos entramos a la cafetera de la estacin para refugiarnos del intenso fro de aquel lugar en invierno. Local grande siempre lleno de viajeros desconcertados por no haber un horario fijo para ninguna parte; hasta que un altavoz, dentro y fuera del recinto, anunciaba la partida o la llegada de un tren.Una enorme estufa de carbn piedra achicharraba a los ms cercanos, sin llegar algo de calor a los ms alejados; y poda transcurrir hasta un cuarto de hora para que te sirvieran un caf con leche en la barra. No era prudente adormilarse por el riesgo de no escuchar un aviso. Sobre las seis de la maana anunciaron un convoy con direccin Alicante, compuesto por una interminable hilera de vagones, casi todos ellos cargados de carbn, carbonilla y otras mercancas, al que haban agregado un par de vagones de pasajeros de clase tercera. As, que, me ubiqu entre dos grandes cajones de madera en un vagn descubierto, para protegerme del fro; en los de pasajeros hubiera sido una locura intentarlo. Llegamos a la estacin de Elda alrededor de las nueve de la maana, aturdido por el ruido y medio asfixiado por la carbonilla que hube de respirar al pasar por el tnel, unos cientos de metros atrs. Otra Navidad perdida en esta guerra de todos contra todos. Un oscuro ao 1938 comienza a despuntar en un almanaque que presagia ms horrores. un tiro de gracia 37 En Marzo mi quinta es llamada a filas. Una fuerte presin en los frentes que los nacionales han iniciado, despus de ocupar Teruel, ha pillado a los republicanos sin mucha preparacin para la respuesta; sobre todo, en armamento, que escasea, segn comentarios de la tropa. Y ahora los jvenes de 18 aos debemos apresurarnos a vestir el uniforme militar, Y tambin los nacidos en el primer trimestre del siguiente ao, con 17 aos cumplidos. En el cuartel de Benala, en Alicante, inmediatamente de nuestra llegada nos vistieron de caqui y nos mandaron a casa con la orden de presentarnos al trmino de tres das, para darnos destino. Pero, antes de regresar a Elda nos dimos una vuelta por el centro de la ciudad, para comprobar el impacto que causbamos entre las chicas. Al pasar por la Explanada, altivos cual generales con mando, alguien me llama por mi nombre. En la terraza de una cafetera, a pocos metros de m, sentado en compaa de otra persona, quien me haba llamado sonrea y haca seas para que me acercara. Le salud muy gustosamente; habamos sido vecinos siendo yo nio, y con su hijo trab entonces una buena amistad. -Pero, Ya te han movilizado Si eres muy joven! Le expliqu que era nuestro primer da de uniforme y que debamos esperar destino en cuestin de unos das. -Pues, entonces, ya tienes destino -me dijo-. Esta misma noche salimos para Mlaga y te quedas conmigo. Ahora mismo llamo al cuartel para que tomen nota. T manda recado a tus padres. Era Don Luis Arrez, gobernador de Mlaga. Rehus lo ms cortsmente que supe, y mi ms fuerte argu emilio prez rosas 38 mento fue que quera compartir el destino con mis amigos, all donde furamos. Me estrech la mano y me dese mucha suerte.En aquel instante preciso, un momento estelar en mi vida, acaba de cerrarse sin yo sospecharlo todo el largo captulo de mi juventud. Tras despedirme de esta persona que pareca apreciarme mucho, y dar el primer paso para alcanzar a los amigos que ms adelante me esperaban, no poda imaginar que era el primer paso hasta llegar a la gran tragedia de mi vida. Al tercer da, de vuelta al cuartel, me notifican que he sido destinado a infantera. Y la pandilla, en su mayora destinada a servicios de retaguardia. Esta gran jugada me ha salido mal. Debamos presentarnos en el acuertelamiento de Alcoy. El da anterior a nuestra partida, todos los reclutas que habamos de marchar, fuimos obsequiados con un par de botas de cuero, en un acto de despedida patritica celebrado en el Ayuntamiento de Elda. Llegados al cuartel en Alcoy, y despus de ser metdicamente inscritos con todos nuestros datos personales, nos anuncian la partida hacia el frente para dentro de seis das; y que, entretanto, el que quisiera poda irse a casa. Algunos nos marchamos. Cualquier camin de transporte de mercancas que circulase con direccin a Elda nos serva para ir, volviendo a Alcoy por el mismo sistema. En el control de carreteras de cada poblacin, con el consentimiento de los conductores, ocupbamos un lugar entre, o encima, de las cajas y fardos que transportaban. As fuimos a Elda, y as volvimos sobre las siete de la maana del da fijado. A las diez ya estbamos todos, unos mil hombres (hombres) instalados en un convoy de vagones de carga, en la es un tiro de gracia 39 tacin del FFCC. Una hora despus arrancaba el tren con destino desconocido.Cuando llegamos a Castelln de la Plana nos ordenaron descender y formando una larga columna nos pusimos en marcha hasta entrar todos en la Plaza de Toros. All debamos quedar hasta nuevas rdenes. Los conocidos de cada pueblo nos reunamos a charlar, a conocernos mejor... En una de esas comunicaciones supe, porque lo cont alguien que estaba muy enterado, que todo el grupo de mis amigos movilizados haba sido destinado a puestos de retaguardia. Menos yo, destinado al frente, a primera lnea de fuego; y que este reparto lo haba hecho el encargado de la Seccin de Destinos del cuartel, en Alicante. El encargado a quien se refera, era el hermano de la novia que yo despreci. Al tercer da, formados en columna de tres salamos silenciosamente de la Plaza de Toros; en las afueras de Castelln enfilamos la carretera de Benasal. Eran las doce de la noche. Al acercarnos al prximo pueblo, un oficial pidi voluntarios para inspeccionar el terreno antes de seguir avanzando. Nos ofrecimos algunos y fui seleccionado, junto con otro; inspeccionbamos la entrada del pueblo y al regresar, sin novedad, la columna prosegua. As en todos los cruces de carretera y poblaciones. El inconveniente era que mientras nosotros hacamos el recorrido de ida y vuelta, los dems descansaban pero nosotros dos, no. Novatos. emilio prez rosas 40 Llegamos a Benasal cerca del medioda despus de recorrer unos 80 Km. cargados con nuestros macutos atiborrados de pequeas cosas la mayora innecesarias. Ya se sabe... las madres... Nos instalamos en unas construcciones sin terminar destinadas a hoteles, junto a las fuentes de sus afamadas aguas medicinales. Al siguiente da lleg un camin cargado de fusiles y municin, que fueron asignados a cada uno de nosotros. Y nos leyeron la cartilla: a partir de ese momento quedbamos responsables, cada uno, de su respectivo armamento: a saber, un fusil Mauser, un buen puado de balas y las granadas de mano que nos suministrarn al llegar a primera lnea. Unos das despus salamos en pequeos grupos en fila india, serpenteando por aquellas colinas hasta llegar a primera lnea de fuego. En el trayecto vimos al primer herido. Subamos una suave colina y por la misma senda hacia abajo nos cruzamos con unos camilleros que transportaban a un soldado a quien haban quitado los pantalones, supongo, presentando un amasijo ensangrentado, informe, donde debi estar su aparato genital. Y su rostro, blanco, blanco de mrmol blanco, debido a la gran hemorragia, nos impresion mucho. Fue un mal comienzo. Llegamos arriba. Nos destinaron a Compaa, pelotn... Y me present a mi sargento. Tena un papel en la mano, que ojeaba de vez en cuando. -Cmo te llamas - Emilio Prez Rosas. - Te vamos a fusilar. Pareca una broma cuartelaria, y sonriendo de mala gana le pregunt: un tiro de gracia 41 -Y... Por qu -Porque vas a misa. Aqu lo dice tu informe. Le acompaaban dos soldados. Dieron media vuelta y se marcharon. Me costaba mucho tomar en serio aquel recibimiento y pens que el sargento quera mostrarse duro desde el primer momento. Todos los que componamos el grupo de recin llegados ya estbamos asignados y presentados a nuestros mandos. Casualmente mi cabo tambin se llamaba Emilio. Andaluz. Me recibi muy cordialmente y ante mi cara de susto mirando hacia lo alto, me aclar que los obuses enemigos que de vez en cuando pasaban por muy encima de nuestras cabezas con tanto estruendo iban buscando a unas piezas de artillera que nos apoyaban desde all detrs. -Hoy es un da tranquilo. Procura siempre estar cerca de m. Y no saques mucho la cabeza por encima del parapeto si no es para observar o disparar. Desde mi llegada slo haba visto soldados jvenes. Iba a acomodarme en el suelo cuando un soldado ms bien maduro, de unos cincuenta aos, apareci cerca de m y me pidi que me acercara a l. Me dijo: -Esta noche te toca servicio de escucha ah delante, de doce a dos de la madrugada. Atindeme bien. Si oyes o ves alguna patrulla enemiga por los alrededores, regresa arrastrndote y das parte; pero, no se te ocurra ponerte en pi; ni siquiera cuando te creas slo... ni siquiera para mear. Estars vigilado, y si te levantas te detendrn, acusndote de que ibas a pasarte al enemigo. Juicio sumarsimo y fusilado en cuestin de horas. Y se march. Me dej con una emocin imprecisa, de susto, de cierta confianza en que todo ira bien gracias a los bue emilio prez rosas 42 nos consejos de... de quin Despus ca en la cuenta de que ese soldado no portaba armas.Me ordenaron el servicio de escucha de 12 a 2 de la madrugada; el puesto me lo seal el sargento, y se march, quedndome con el recuerdo de su rotunda amenaza. Qued sentado en el suelo, con el fusil entre las rodillas. Transcurra el tiempo. Ni un solo ruido por los alrededores; pero... Prest mucha atencin, pues, por detrs de m, en el parapeto, escuch unos susurros. Me estaban vigilando. Tranquilo, Emilio; no te inmutes, no te muevas y no pasar nada. A las dos de la madrugada me hicieron el relevo y me fui a dormir, tendido en el suelo y tapado con mi manta. A la salida del Sol empez el baile. Algunos obuses se acercaron bastante pero estbamos bien parapetados y slo hubo dos heridos leves. A uno de ellos le pude ver cuando lo llevaban en la camilla y la expresin de su cara no era de disgusto. A continuacin lleg el ataque, que repelimos con mucho fuego de fusilera y la contundencia de las ametralladoras. Haba yo comenzado a disparar con mucho nerviosismo, y un rechazo a intentar matar a aquel que podra ser yo mismo si el destino me hubiera colocado en aquella parte de Espaa, me impela, al menos, a disparar solamente a las piernas de los que venan hacia m. La repugnancia a tirar a matar me atenazaba. Ellos avanzaban; venan corriendo hacia nosotros, hacia m; se vea en sus manos un fusil con la bayoneta calada. El espanto a que la punta de esa bayoneta busque mi cuerpo un tiro de gracia 43 comienza a difuminar en mi mente, en mi conciencia, todo mi basamento moral. Cuanto ms se acercan ms elevo el punto de mira de mi fusil, algo ms arriba de sus piernas. El instinto de conservacin ha impuesto su poderosa ley. Sigo disparando. Su ataque fracasa. Y otra vez la pausa tranquila.Eso s; continuamente cambibamos de posicin porque su empuje era casi diario. Cuando no se poda resistir ms se abandonaba la posicin y ocupbamos la loma ms adecuada para resistir unos das ms; pero, siempre cediendo terreno hacia el mar. Algunas veces conseguamos desalojarlos de alguna cota, que pagbamos caro, pues a las pocas horas su artillera nos machacaba y tenamos que marcharnos con nocturnidad para evitar que, adems, nos acosaran en la retirada. En una de esas sigilosas caminatas nocturnas dejamos a la izquierda del sendero un espectculo aterrador: de una rama de un algarrobo penda colgado por los pies un soldado muerto, con la cabeza chamuscada, casi negra por las llamas de una pequea hoguera ya casi extinguida. Sus brazos colgando en forma de cruz invertida tenan cierta connotacin con la muerte de San Pedro, crucificado cabeza abajo. La aparente buena calidad de su uniforme y calzado me indujeron a pensar que se trataba de un soldado nacional hecho prisionero. Seguimos desfilando en silencio, camino de nuestro destino. Y empez lo peor. Sera en Mayo cuando al amanecer de cada da veamos atnitos la llegada de toda una ota de aviones bombarderos. Volaban de tres en tres, en una hilera interminable sobre nuestras cabezas. Impresionaba ver la cota de al lado nuestro, cuajada de enormes estallidos de bombas de cincuenta a doscientos kilos, como si de repente hubiera empezado a vo emilio prez rosas 44 mitar fuego un reguero de volcanes. Nosotros, tumbados en el suelo boca arriba, contbamos los aviones que llegaban, unos das eran noventa pero otros, ms de cien; hasta ciento diez pavas, como se les llamaba, llegamos a contar.Tuvimos suerte. Slo un da se nos acercaron las bombas, causando pocas bajas. Pero, las otras Compaas tuvieron un castigo muy fuerte. Y ante tal presin, atrs, siempre para atrs. Tenamos muy pocas ocasiones para intercambiar nuestro sentir acerca de la situacin en el frente. La razn era que no nos podamos fiar de que nuestras opiniones fueran mal interpretadas si llegaban a conocimiento de algn superior. En aquellos momentos cualquiera de nosotros poda ser acusado de derrotista, y eso tena consecuencias muy graves. Pero, lo cierto es que llevbamos muchos das de agotadores combates, cediendo terreno sin parar y, sobre todo, sacrificando muchas vidas. La Compaa estaba quedndose mermada a toda velocidad, con unos mandos que no se prodigaban mucho con su presencia. Los heridos que desalojaban los camilleros eran de dos categoras: los graves y muy graves, y los menos graves y leves a quienes se les notaba, aunque parezca absurdo, una cierta alegra en el rostro. Bueno, todo esto lo contaban los camilleros aunque tambin nosotros tenamos alguna ocasin de apreciarlo. De retaguardia no llegaban refuerzos, y a los oficiales apenas los veamos. Mi sargento apenas estaba en contacto con nosotros y las rdenes, sobre todo cuando estbamos de jaleo, las recibamos de boca en boca. Mi cabo a veces dudaba sobre qu hacer, pues no tena cerca a nadie que le diera rdenes concretas. un tiro de gracia 45 Un da apareci un nuevo teniente. Un chico joven, recin salido de la Academia: uniforme nuevo y limpio, botas relucientes y todo el aspecto tranquilo del soldado que slo ha odo silbar las balas en el campo de tiro de su cuartel. Cuando las posiciones enemigas y las nuestras estaban cercanas, separadas acaso por un accidentado terreno y adems reinaba un cierto reposo guerrero, por las noches se solan entablar consultas acerca de la bsqueda de parientes sobre todo; de amigos, de conocidos: Hay por ah alguien de.... Una noche, un sacerdote nos deca desde enfrente: S que en ese Batalln est Fulanito de Tal. Si lo encontris decidle que aqu est su hermano, y que su padre muri el mes de Abril. Aquello siempre terminaba con bromas, rechi as y gracietas, sazonado con los consabidos insultos patrioteros. Menos mal que al final siempre haba alguien que entonaba una cancin regional, a veces coreada por ambas huestes. Pattico. Tambin en esas ocasiones de calma nocturna la comunicacin no era tan graciosa, pues nos anunciaban: -Rojillos: Ataros bien las alpargatas que maana temprano vais a correr. Y les oamos rer a carcajadas. Lo peor es que casi siempre acertaban. En la madrugada llegaba la primera andanada de obuses; ms tarde los morteros, ametralladoras y el primer intento de desalojarnos de all. No siempre conseguamos repeler el ataque; pues, si no el primer da, al siguiente o alguno ms, tenamos que salir corriendo pues el fuego aumentaba, los morteros llovan y nosotros no podamos humanamente resistir ms tiempo. Otras veces nos marchbamos por el riesgo emilio prez rosas 46 de quedar encerrados en una de esas maniobras envolventes a que nos tenan acostumbrados.La comida llegaba o no llegaba. A veces por la noche, cuando lo que ms necesitbamos era dormir tanto como el rancho. Frecuente era que pasaran dos das sin ms alimento que alguna lata de carne en conserva y las socorridas garrofas que todos llevbamos en el macuto. Las amantes botas que me regalaron en el Ayuntamiento de mi pueblo se haban destrozado: el piso era de cartn y las frecuentes lluvias y el mucho trotar por aquellos montes las haban deshecho. Nos suministraron alpargatas que a las pocas jornadas estaban para tirarlas. As, que, tuve que reforzarlas envolvindome los pies en tiras de manta, fuertemente apretadas. Nos llevaron como a un Km ms abajo, bien escondidos en un bosquecillo de lamos, para que resollramos uno o dos das. Del jovencito y amante teniente que nos lleg das atrs, nadie saba nada. Lo mejor era no preguntar. Anocheca, y despus de unas buenas lentejas lo que ms me apeteca era echarme a dormir en aquel barro caldoso que se produca a causa de una fina lluvia de primavera. Con la cabeza apoyada en el macuto y cubierto con la manta empapada, me qued dormido como un tronco. Me despert al amanecer. Tom el fusil con la intencin de secarlo y limpiarlo... y me qued horrorizado: al fusil le faltaba el cerrojo. Ninguno de los prximos a m saba nada. -Pero, qu has hecho. -grit mi cabo, ms asustado que yo. Y lleg l. Desde el primer da de mi llegada a la Compaa no lo haba visto ms. Ni en combate, ni en marchas, ni... ni en ningn instante. Y ahora estaba aqu, delante de m, este un tiro de gracia 47 soldado de unos cincuenta aos, con la cara recin afeitada.-Djame ver el fusil. Lo estuvo examinando unos segundos y me lo devolvi. Me dijo: -Vuelvo en seguida. A las ocho pasar la inspeccin de armas. Se march con paso rpido. Ninguno del corrillo que se haba formado all le conoca; quiz perteneciera a la otra Compaa que descansaba junto a la nuestra. Transcurran los minutos en un silencio muy tenso, sin apenas comentarios; pero no mucho tiempo. -Ah viene.- Indic alguien. Volva con un andar pausado, tranquilo, como de un maanero paseo campestre. En la mano traa un cerrojo de fusil. -A ver. El fusil.-me reclam. El cerrojo encaj perfectamente. Lo carg, lo descarg. Lo volvi a cargar, a descargar... - Toma. El maestro armero estaba seguro de que ira bien. Procura tener ms cuidado con estas cosas. Todos, mudos, vimos como se alejaba entre los rboles. Ninguno de nosotros saba que el maestro armero estuviera tan cerca. Adems: Cmo le explicaba yo al maestro armero, un oficial, que me haba desaparecido el cerrojo del fusil A las ocho lleg la inspeccin. Cuando le present el fusil, el sargento, mi sargento, abri la boca sin decir nada, con gesto contrariado y mir furiosamente a los dos soldados que casi siempre le acompaaban. Cuando se marcharon, mi cabo, que haba presenciado la escena y los gestos, me dijo: - Iban a por ti. Esos dos te han robado el cerrojo esta madrugada cuando estbamos durmiendo. emilio prez rosas 48 El da 2 de Junio al amanecer llegamos a lo alto de una suave pendiente, donde se instalaron algunas ametralladoras; ahora, yo era servidor de una de ellas. Con dos Compaas ocupbamos un semicrculo de bajo monte, pero por la parte interior de la especie de herradura que con guraba el terreno. -Ah arriba estn los nacionales, en la ermita de Benasal.- Nos comunic un veterano. Desde donde nosotros nos habamos instalado, el terreno, tras unos metros llanos, ascenda de nuevo en una suave pendiente hasta coronar a unos cien metros de distancia. Y all, aunque no se vea, estaba la ermita. Y los nacionales. Nuestra misin era impedir que se derramaran por aquellas pendientes y llegaran a ocupar Alboccer, muy importante para poder controlar aquel nudo de carreteras comarcales. A media maana un oficial me orden bajar hasta cerca de la rambla, donde, en un punto que me seal, haba un polvorn de campaa. Deba traer toda la municin que pudiera, sobre todo para abastecer a nuestras ametralladoras. Era una cueva enorme, con amplia boca de entrada. Me suministraron dos saquitos de balas, de dos kilos cada uno. Ped algo ms, pero haba que hacer mucho reparto- segn me dijeron- y los repuestos no llegaban. Y pronto para arriba otra vez. Atajando camino, cruzaba por en medio de un pequeo campo de cebada con un saquito en cada brazo, cuando sent un fuerte golpeteo en el suelo a mi alrededor. Me arroj de bruces, soltando los saquitos. El corazn me sala por la boca. Ni un movimiento; quieto, expectante. Qu ocurra. Me pareci estar claro: haban ocupado una parte de la herradura que nos dominaba, y nos estaban cercando. un tiro de gracia 49 Intent incorporarme y salir corriendo; pero, la ametralladora pareca estar fija en el lugar en que me descubrieron. Y llevando unos saquitos de municin, yo era un objetivo preferente. Porque en cuanto trataba de levantarme las espigas de cebada al moverse indicaban mi situacin; si yo no me mova las espigas tampoco. Pero, no poda quedarme all; primero lanzaba un saquito todo cuanto poda alcanzar, y luego el otro; a continuacin, saltando como las ranas caa sobre ellos, hasta sentirme agotado. En varias ocasiones no me dispararon, se oa un fragor por todas partes, seal de que comenzaba algo muy serio. Y en una intentona en que la ametralladora no me persegua, continu hasta llegar arriba, lanzndome de cabeza junto a mis compaeros, muy agitados recogindolo todo. Mi cabo me espet: -Para qu has vuelto Hay orden de retirada. Aydame a desmontar la mquina que salimos corriendo. No nos dio tiempo; slo cogimos los fusiles y salimos corriendo, de espaldas a un enemigo que nos persegua a toda velocidad de sus piernas. Aquello fue un desbordamiento de soldados corriendo hacia abajo, hacia la rambla, en un slvese quien pueda en que nadie estaba pendiente de nadie. Slo correr, saltando de bancal en bancal. Algunos a mi alrededor iban cayendo, entre ellos, Paco el Churrero, a quien le estall muy cerca un mortero. Ya estaban en la otra parte de la herradura pues el fuego que recibamos era cruzado, una tenaza de balas que no permita otra alternativa que la ms rpida huida por aquel seco y ancho cauce pedregoso, batido, adems, por la sbita llegada de dos cazas que en vuelo rasante ametrallaban a mansalva. Un enorme pedrusco me protegi emilio prez rosas 50 de uno de aquellos regueros mortferos, para seguir corriendo en cuanto pasaba el avin.bamos llegando abajo, lejos ya de las balas, sin resuello. Y all estaba, como un dique deteniendo la riada el Jefe de la Divisin con su Estado Mayor, todos pistola en mano. Gir la vista sobre la mermada tropa, y la orden fue tajante: haba que contraatacar. Un repentino silencio de estupefaccin, de increble sorpresa... Un soldado, que justamente estaba delante del Jefe, le dijo que l no se mova de all. Y no se movi. Porque el Jefe, apoyando su pistola en el estmago del muchacho le dispar. Cay al suelo como un saco vaco. Se organiz el contraataque. Un gran grupo, que no un fuerte grupo, de hombres agotados y asustados que saban lo que les esperaba ms arriba, inici la subida por la rambla. Y al frente de todos nosotros, pistola en mano, el Jefe con todos sus oficiales. Para la historia de la guerra el momento podra calificarse de heroico. Ver a todo un Jefe de Divisin al frente de unos puados de agotados soldados iniciando un contraataque, a pecho descubierto, contra un enemigo parapetado en una altura en forma cerrada y fuertemente armado... No. Hasta ahora no habamos tenido ocasin de una experiencia igual. Tuvimos mucha suerte; doscientos metros ms arriba una cortina de balas impresionante hizo que el Jefe reconsiderara la situacin y ordenara la retirada, que realizamos sin bajas. Si aquellos de arriba nos dejan continuar y entramos en la ratonera... un tiro de gracia 51 El desconcierto era grande; los mandos superiores desaparecieron rpidamente y los mandos a nivel de tropa no tenan rdenes muy concretas. Hasta que cundi una consigna: Adzaneta, punto de reagrupacin. Eso supona una marcha de unos veinte Km hacia el Sur, acercndonos a Castelln. Nadie ordenaba nada ni tampoco nadie tomaba el mando para organizar la retirada. Y el suministro Nada. Haca muchas horas que no habamos comido, pero a sto ya estbamos acostumbrados, porque la falta de comunicacin en aquellos montes y nuestra continua movilidad dificultaba la llegada puntual del rancho a lomos de unas caballeras. Unos das lentejas o garbanzos y un chusco de pan; y otros un bote de carne en conserva, muy buena, que abramos con la punta de la bayoneta. El tabaco escaseaba pero algunos tenamos recetas para preparar algunos secos hierbajos con una pequea parte de tabaco, que se comercializaba. Lo usual era cambiarlo por pan. Pero, lo que de verdad nos salv de la hambruna durante muchas semanas fue la gran profusin de algarrobos que poblaban aquellos montes de Castelln. Cualquier soldado que se preciara llevaba en su mochila un buen puado de algarrobas (garrofas) crujientes y dulces con que ir matando el hambre entre rancho y rancho, que a veces no llegaba en dos das. Y en esos momentos de confusin, mientras algunos cosechbamos el fruto de un enorme cerezo, o una voz que me era muy familiar: era Toms, el compaero de aquel nuestro primer ensayo de noviazgo. Tambin l estaba aqu cumpliendo su castigo por aquel mal comportamiento; pero, en otra Compaa, lo que haba dificultado que nos viramos. emilio prez rosas 52 Un rpido cambio de impresiones y decidimos llegar a Adzaneta caminando por los montes. Por la carretera poda ser peligroso, pues nutridos grupos de soldados llamaran la atencin especial de la aviacin franquista. Optamos por dispersamos monte arriba. Mi imagen poda ser la de un pordiosero, con barba de dos meses; muchos presentbamos ese aspecto. Era de noche al llegar arriba, as que nos quedamos a dormir en un pequeo grupo de rboles. Comenzaba a despuntar el Sol por aquellos cerros y una brisa un tanto frescachona vena de la cercana costa obligndonos a realizar unos apresurados ejercicios fsicos para calentarnos. Uno del grupo, que era de Denia, coment: - Menudo levantazo! Hoy no salen los barcos a pescar. Recogindolo todo para marcharnos, escuchamos el acompasado repiqueteo de una esquila. Un ganado de ovejas y el siempre aadido de un macho cabro y unas cabras, comenz a aproximarse surgiendo de una quebrada prxima. Este batalln de carne con patas estaba comandado por un mozalbete de unos catorce aos, con su zurrn al costado, un garrote ms alto que l, y la imprescindible compaa de su lugarteniente, el perro. Al divisarnos, comenz a ordenar a su perro ejecutar algunas maniobras para que el ejrcito lanoso cambiara de direccin y se alejara de nuestro grupo. Pero, ya era demasiado tarde para tal maniobra, pues la avanzadilla del ganado ya nos estaba invadiendo, ramoneando pacficamente a nuestro alrededor. Alguien tuvo una idea: - Vamos a gastarle una broma al chico. un tiro de gracia 53 Pero el chico muy recelosamente qued algo distanciado de nosotros a pesar de que su ganado nos tena inmersos. - Eh, muchacho! Tenemos ganas de comer chuletas. Qu te parece si matamos un cordero y No termin la frase. No se atrevi a terminarla porque el pequeo pastor blandiendo el garrote y con el rostro crispado pareca dispuesto a agredir a un soldado armado de fusil que rpidamente se coloc en bandolera para quitar dramatismo a una impensada situacin, provocada sin ms nimo que bromear. Y el muchacho, tambin desarmada su actitud, comenz a silbar rdenes a su perro y reorganizar su victoriosa continuacin al mando de su ejrcito de borregos. Tambin nosotros iniciamos nuestra marcha del da, con las inevitables puyas al que se le ocurri la bromita de las chuletas de cordero. Sobre medio da llegamos a una casa de labor. Estaba cerrada y no pareca haber nadie dentro. S, en su interior un perro ladraba. Un ventanuco no muy alto, roto el pestillo a culatazos, me permiti la entrada. Abr el portn de la casa, entraron todos y comenz el registro. Mientras, el perro nos haca algunas cabriolas de alegra; apreciaba nuestra compaa. En un pequeo arcn de madera, en el zagun de la casa, encontramos un tesoro: algo as como dos docenas de panes medianos, con aroma de estar hechos unas horas antes. No necesitbamos ms. ramos ocho, as que tomamos un pan cada uno de nosotros y dejamos el resto en el arcn. Las gentes de la casa de labranza deban estar en alguna cueva de los alrededores, escondidos hasta que se alejaran los soldados. Nunca se sabe. emilio prez rosas 54 Despus de comer el pan y recorrer unos cuantos kilmetros, a la cada de la tarde ya no podamos aguantar ms y formando un corro alrededor de un pequesimo fuego sobre el que habamos colocado una lata a calentar, comenzamos a despiojarnos. Primero la ropa prenda por prenda y costura por costura, concienzudamente; a continuacin la barba y el cabello; y algunos, en algn otro sitio ms. Era continuo el crepitar de los animalitos al caer dentro de la ardiente lata. Siempre se quedaba alguno sin descubrir, pero acabamos con un gran alivio de momento. Al amanecer proseguimos la marcha, habamos caminado slo unos minutos cuando alguien del grupo exclam: -Ojo! All hay alguien. Quedamos todos parados, observando en la direccin sealada y los que llevbamos el fusil en bandolera nos apresuramos a recuperarlo en plan defensivo. Cautelarmente nos fuimos separando unos de otros, despacio, en previsin de que ese alguien pudiera ser una patrulla enemiga. Pero, despus de un atento examen de aquella parcela de terreno pudimos comprobar que se trataba de una sola persona; y que muy cerca, junto a unos rboles, un caballo estaba ramoneando. No tenamos constancia de que el enemigo hiciera por aquella zona patrullas cabalgando; este detalle nos tranquiliz. Pero, lo que acab barriendo cualquier remoto parecido del personaje con una patrulla enemiga, fue comprobar que estaba detrs de una arbusto y que la cabeza de aquella persona me un tiro de gracia 55 diaba escasa altura del suelo. As, que, un deber de cortesa nos hizo quedar quietos all mismo hasta que la aparicin se incorpor y se abroch el cinturn. Entre tanto, algunos de nosotros, quizs por mimetismo, buscamos los ms tupidos arbustos.Aquel, quien fuere, debi haber comprendido nuestro movimiento de precaucin pues en vez de querer esperar nuestra aproximacin mont en su cabalgadura y la espole trotando hasta nuestro encuentro. Era un teniente; y sus primeras palabras fueron: -Supongo que vais en direccin de Adzaneta. -S, all vamos. -Pues hay cambios. Ahora tenis que incorporaros a otro batalln que est operando all arriba. Y seal el Norte. -Podemos ver la orden de nuestros mandos -No. No hay orden. -Entonces no podemos seguirle, mi teniente. Sera desercin. El teniente llev su mano a la pistola enfundada en su costado, pero desisti rpidamente. Ocho fusiles le rodeaban; sin amenazarle, por supuesto; pero, ocho miradas le observaban con serenidad. Espole al caballo y se alej rpidamente, direccin Norte. Nosotros continuamos direccin Sur, cumpliendo, aunque no muy precisas, las rdenes que tenamos. A la cada de la tarde avistamos otra casa de labor y hacia ella nos dirigimos con la esperanza de encontrar algn alivio alimentario. Puertas y ventanas cerradas, y dando una vuelta emilio prez rosas 56 cautelar por el conjunto del edificio, casa, cuadra y corral, nada pareca indicar que estuviera habitada en ese momento. Cuando llegamos de nuevo ante la fachada principal de la casona comenc a examinar detenidamente un ventanuco no muy alto por si aquel fuera el camino ms propicio para entrar. Pero no fue muy larga mi prospeccin; con sorpresa y cierta precaucin observamos que la puerta principal cruja un poquito al entreabrirse muy despacio sin que nadie apareciera por ella. Como en las pelculas de terror. Pero esta primera impresin la desvaneci el rostro juvenil de tenue sonrisa y mirada un tanto asustada de la primera mujer joven vista de cerca desde haca un montn de semanas. Ninguno de nosotros se movi. Quedamos paralizados, con las miradas centradas en aquella aparicin increble. Ella dio unos pasos y sali al portal; tendra algo menos de dieciocho aos, esbelta y guapita. De pronto todos al mismo tiempo comenzamos a saludarla y tranquilizarla, actitud que a ella pareci sosegar. Cambi su preocupacin por una cierta alegra y desde la puerta grit algo hacia el interior de la vivienda. Uno tras el otro, con cierto temor salieron dos hombres, uno ya maduro y el otro algo mayor, el padre y el to de la muchacha guapita. Desaparecidos los recelos aquellos dos hombres nos ofrecieron comida y lugar de descanso, que con satisfaccin aceptamos. Mientras comamos ellos nos relataron algunas experiencias que haban tenido con otras visitas de gentes armadas que por all haban pasado. Nada grave, pero s muy desagradables. Entre tanto la muchacha guapita entraba y sala esmerndose por que nada nos faltara, mostrando una especial atencin a un tiro de gracia 57 uno del grupo. El agraciado era un chaval hijo de huertanos que viva con sus padres en una pedana de Elche. Fue una prolongada charla de sobremesa, sentados en bajitas sillas de rejilla de esparto, con las piernas estiradas mientras fumbamos algunos pitillos. Y ellos, los hombres de la casa, nos preguntaron en dos ocasiones si los nacionales estaran lejos. Era difcil entender si lo hacan para tranquilizarse o para preocuparse. Nos fuimos a dormir. A media noche, cuando estbamos intentando acostumbrarnos a este lujo de poder dormir bajo techado sobre la paja de un establo, omos un murmullo. La muchacha, la guapita, estaba reclinada cuchicheando con el soldado que estaba tumbado cerca de la puerta, el huertano de Elche. Temprano nos levantamos, nos dieron comida para el camino y nos despedimos de aquella familia tan generosa. Pero el que estuvo cuchicheando con la chica nos dijo frmemente que l se quedaba. Y que al acabar la guerra se casaran, quedndose a vivir en la finca. No, no tena problema, pues ella lo iba a tener escondido hasta que todo acabara y llegara gente civil. Adis. Buena suerte! Una mujer con re ejos. Caminamos todo el da. Por la tarde con muchas dificultades porque el terreno se presentaba abrupto y alguno se quejaba de la fuerte marcha, pidiendo a menudo un descanso. El calor aumentaba en este mes de Junio, aunque refrescara por la noche e incluso lloviznara de vez en cuando. A la luz del nuevo da continuamos la marcha, llegando a un casero cerca del medio da. Al pasar junto a la primera tapia de algo que pareca un corral, omos unos cacareos. M- sica celestial! Media-boina y yo saltamos la tapia con el fusil emilio prez rosas 58 colgado a la espalda, y nos encontramos en un corral repleto de conejos y gallinas escandalosas y asustadizas que no se dejaban coger. Entre los dos conseguimos reagruparlas en un rincn y con un disparo al montn una gallina qued tendida en el suelo. Con el trofeo nos acercamos a una casa cercana. Pedimos permiso para entrar y una anciana sentada en una silla baja, con cara afable, nos dio la bienvenida. Le mostramos la gallina muerta, dicindole que era un regalo que nos haban hecho en otra casa de campo; y que, si haca el favor de cocinarla. Se prest muy a gusto y entre todos pelamos al animal despus de escaldado. Nos hizo una buena fritada, acompaada por una enorme sartenada de patatas fritas al montn. Fue un verdadero regalo.A la cada de la tarde, bien descansados, nos despedimos de la buena mujer. Todos le dimos algo. Yo le di dinero, casi todo el que llevaba, y los dems varias cosas, como colonia, jabn, tambin dinero; en fin, la anciana nos despidi agradecida y nos dijo que nos habamos portado muy bien, pues los rojos, cuando pasaban por all les robaban las gallinas. La buena seora crey que haban llegado los nacionales. Al da siguiente coincidimos con otro grupo que tambin se diriga a Adzaneta. Uno de aquellos soldados presuma de tener un bote de leche condensada marca El Nio, y yo le ofrec un paquetito de picadura de tabaco a cambio. El tabaco me lo regal el padre de la muchacha guapita. El del bote de leche acept el canje y adems aadi un gran trozo de pan. Entretanto, los grupos se haban adelantado, el del canje tambin se march para alcanzarlos y me qued solo, contemplando aquella golosina. No lo dud. Con la bayoneta cort la un tiro de gracia 59 lata y con un primer largo sorbo experiment un placer olvidado. Segu bebiendo aquel mejunje espeso y dulzn que estaba dominando mi razn; y pan, grandes bocados de pan. Me lo com todo.Intent caminar pero slo di unos pasos. Sent un desgarro en mis tripas como si unas manos me las estuviera retorciendo y una agona de querer eructar y no poder me presionaba el corazn. Solo, tumbado en el suelo sent que me desvaneca. No s el tiempo que dur, pero al tratar de incorporarme, un ruidoso eructo seguido de otros ms comenz a aliviarme. Tuve que pasar all la noche, mareado, incapaz de caminar. Nada saba de mis compaeros de expedicin, pero me imagino que ellos se habran preguntado por mi repentina desaparicin. Llegu por la tarde al pueblo. Calles desiertas, puertas y ventanas cerradas a cal y canto y al llegar a la plaza, un numeroso rebao de ovejas entraba en la Iglesia por la puerta principal, guiado por su pastor y los movimientos inteligentes de su perro. Intent acercarme al pastor antes de que desapareciera en el interior de la Iglesia pero una mirada hosca me hizo desistir. Ya encontrara alguien a quien preguntar. S, ms adelante unos soldados presurosos me comunicaron sin llegar a pararse que por la otra parte del pueblo estaban entrando dos tanques enemigos. Me un a los soldados y salimos de Adzaneta en direccin a Lucena del Cid, en donde, segn me dijeron, acampaban los restos de mi batalln. Un transporte militar, un camin de fabricacin rusa, nos recogi a la salida del pueblo y nos llev hasta Lucena. En un extremo del pueblo, entre unos rboles, acampa mi Compaa emilio prez rosas 60 a la que me incorpor, presentndome a mis mandos. Algunos abrazos entre mis compaeros y amigos. Y recuento general: faltaban algunos, muertos y heridos en el combate de Benasal. En total en la Compaa nuestra hubo muchas bajas; y segn voces muy quedas, algunos se habran marchado a sus casas caminando a campo travs aprovechando la desbandada. La verdad es que con diecisiete o dieciocho aos, un joven que no sabe por qu ni por quin se est jugando la vida, lo mismo tiene un arrebato de lucha por el simple hecho de sentirse hroe, que de marcharse a su casa arriesgndose a que lo fusilen si lo pillan.O de pasarse al enemigo. En esta guerra, quin es el enemigo Ah enfrente hay espaoles de nuestra misma edad; quiz amigos de otra ciudad, compaeros de universidad, o conocidos muy gratos de tu familia; trabajadores, obreros, que ninguno sabe qu est hacindose con su vida. Todava no s por qu les disparo a los de enfrente ni qu maldito error he cometido para que ellos se afanen tanto en intentar matarme. Supongo que en el otro lado habr alguien que est igual de confuso y preocupado que yo. Y por qu se apoderan de mi vida unos seores representantes de una ideologa poltica en cuyo nombre han asesinado a miembros de mi familia Despus de este ro revuelto que hemos tenido durante los ltimos das, muy discretamente pregunto si hay noticias de la retaguardia. Pero, no hay nada nuevo. Cuando un herido leve regresa a nuestra Compaa despus de haber estado algn tiempo en retaguardia, siempre un tiro de gracia 61 trae algunas noticias; por ejemplo, que en las poblaciones sobre todo en las pequeas donde entran las tropas nacionales, la represin contra los que no piensan como ellos puede llegar a ser brutal. Como creo que la guerra va a tener un vencedor y por lo tanto un vencido, una gran preocupacin se me va sumando a los padecimientos y riesgos que soportamos. Y es, qu va a pasar con las personas que no piensan como ellos cuando los nacionales ocupen mi puebloDesde la ltima vez que sal de mi casa no s nada de mi familia ni del pueblo. Tampoco sabrn nada de m pues un cabo furriel, cuando en una ocasin lleg a repartirnos el rancho, le cont a uno de nuestros compaeros a quien conoca del pueblo que nuestras cartas, las pocas que pudimos escribir al principio, y sobre todo las que nos enviaban, estaban retenidas en algn lugar por orden superior. La noche de mi llegada me cuentan muy en secreto que Toms se ha pasado. Varios, han sido varios los que se han pasado. Dicen que nada ms llegar, ayer, a su Compaa, Toms se enter de que a su hermano, un ao menor, le haba ocurrido algo muy grave. Hay muchas dudas. Lo cierto es que esa noche desaparecieron algunos soldados. Ordenaron silencio, y a dormir. A las ocho de la maana presentamos revista en la plaza del pueblo. Nada menos que el Jefe de la Agrupacin. El que le dispar en el estmago a un soldado hace unos das cuando la desbandada de Benasal Pues nos iba a revistar. Y lleg. Tras un alegato y grandeza de nuestra misin en aras de la libertad y la democracia, cambi su tono y su discurso para amenazar con un consejo de guerra a quienes aquearan en la emilio prez rosas 62 lucha. A continuacin, sacando un papel de su bolsillo ley los nombres de tres soldados que haban sido fusilados. Uno era mi mejor amigo en ese momento de la vida; otro era el hermano menor de Toms; y el tercero, hermano de un amigo. Los tres tenan diecisiete aos. Su delito: Ir a misa.Sent un amago de vrtigo y disimuladamente me apoy en el que tena a mi derecha que, tambin, me sujet mirando al frente como si no pasara nada. Y termin el comunicado: y sus cuerpos sanguinolentos servirn como sacos terreros para defender las vidas de nuestros proletariados. Rabia, miedo, ira lgrimas. Pas un da espantoso. Parece ser que les aplicaron el mismo procedimiento que haban empleado conmigo el da de mi llegada. Nada ms llegar les amenazan, les meten el miedo en el cuerpo y, claro, con semejante perspectiva lo que estn deseando es marcharse como sea y donde sea; la nica salida posible es la de pasar a buscar la proteccin de los de enfrente. Esta podra ser la lgica de unos asustados muchachos; pues, esto es justo lo que estn esperando que hagan. Los vigilan y cuando intentan cometer ese error los detienen acusndoles de desercin. Es una accin de carcter legal en tiempos de guerra para poder justificar el asesinato. Aparentemente y as de simple no tiene sentido ni explicacin ese sibilino y cruel proceder de unos mandos, no s de qu nivel; pero siempre hay alguien que no s cmo est enterado de muchas cosas. Pues un soldado a quien no vea con regularidad me cont que, publicndose oficialmente el arresto y supremo castigo de unos cuantos soldados, se pretenda querer justificar, ante altas instancias un tiro de gracia 63 militares y polticas, la poca o nula eficacia de esta unidad para contener el avance del enemigo; as le echan gran parte de la culpa a los numerosos desertores.No me qued satisfecho con la explicacin; pues, la nica real y visible era que no tenamos potencia de fuego ni cobertura suficiente para contrarrestar a un enemigo poderosamente armado. A la maana siguiente temprano nos condujeron en camiones rusos hasta Villafams. Por varias razones; porque se estaba cerrando otra nueva tenaza sobre nuestras fuerzas, y porque prximo a Villafams se abra una gran brecha que nosotros debamos taponar. Cerca del pueblo tuvimos que abandonar los camiones a toda prisa porque un caza vena en vuelo rasante ametrallando a lo largo de la carretera. Fueron, tambin, unos das muy duros en un frente donde les ocupbamos una posicin, para perderla a las pocas horas. Su caoneo era constante y a veces tenamos que abandonar una posicin porque no haba manera humana de soportar tanta metralla. Aquello dur varios das, en que siempre terminaba igual: ellos acribillndonos y nosotros corriendo sin que los mandos pudieran controlar la desbandada, pues corran tanto como los dems. Su potencial de fuego era enorme comparado con el nuestro, del que apenas nos enterbamos que existiera. Y cediendo, y corriendo, llegamos al ro Mijares, muy cerca de Villarreal de los Infantes. All el ro discurra por un cauce profundo y encaonado al que se bajaba por una senda muy empinada. Lo cruzamos con el agua hasta la cintura y por otra senda, continuacin de la anterior ascendimos a la margen derecha. emilio prez rosas 64 A unos treinta o cuarenta metros de la orilla nos posicionamos aprovechando unas pequeas paredes de piedra suelta que agricultores y ganaderos hacen para delimitar pequeas parcelas. Desde all nos sentamos algo protegidos y adems dominbamos la otra orilla por donde habamos venido. Una casa cercana tena un pequeo huerto con algn rbol frutal, y por all, alrededor nuestro, algn olivo y algunos pinos un tanto dispersos. Otras Compaas tambin haban hecho el cruce del ro algo ms arriba, quedando a nuestra izquierda. Algunos oficiales iban y venan tratando de crear confianza en que la posicin que tenamos era fuerte para resistir el siguiente empujn. Saban que nuestra moral era escasa, por varias razones que antes he tratado de explicar. Y el miedo. Miedo al podero de los de enfrente y falta de confianza en la contundencia de nuestros apoyos que, prcticamente no existan. Miedo y falta de confianza en unos mandos que ya haban demostrado querer convertirse en hroes ascendiendo sobre montones de cadveres de hombres jvenes. Hace das que no vemos a mi sargento. Nadie sabe nada ni preguntamos. Quiz est herido. Cerrada la noche comenzamos a or pequeos ruidos en la otra orilla del ro, en su margen izquierdo. Ya haban llegado. Suponamos que tanto unos como otros, todos necesitbamos un bien ganado descanso; por eso no esperbamos jaleo por el momento. Me toc guardia de diez a doce de la noche; despus, a dormir como un tronco. Por la maana temprano nos dieron un chusco y una lata de carne argentina y municin, mucha municin. Mi cabo Emilio y yo ya no estbamos al servicio de la ametralladora, un tiro de gracia 65 que haba pasado a otras manos. Fue un alivio, porque se trataba de una Hotchkiss con asiento incorporado, que an desarmada, pesaba un mundo para ir cargado con ella corriendo por esos montes.Trascurran los minutos en un relajado ambiente. Algunos comenzaron a afeitarse la barba, un poco atrs, entre los rboles. Otros tambin se incorporaron descuidadamente, como si necesitaran destensar unos nervios sometidos a la mxima presin emocional. No se oa ni un solo disparo. Alguien llam la atencin para que observramos a los de la otra parte del ro: Estaban paseando, charlando y fumando! De pronto se oy una fuerte voz. -Eh, rojillos! Bajamos al ro a baarnos Era una maana calurosa. Comenzamos a gritarles provocaciones ms o menos chistosas y ellos nos respondan igual. Era un verdadero concurso de gracietas que dur un buen rato, hasta que all enfrente apareci un oficial vistiendo un uniforme que pareca recin planchado, impecable, correaje y botas altas que rebrillaban como recin embetunadas. La pistola enfundada a su costado. Pareca que estbamos en un cuartel. -Decidle a vuestro capitn que quiero hablarle. (Pasaron unos segundos expectantes): -Te escucho. Qu quieres -Los chicos tienen calor y estn muy sucios. Qu te parece si bajan al ro y se baan Sin ropa. Slo en calzoncillos. -De acuerdo. Pero un pequeo grupo nada ms. Slo quince de cada lado, que bajarn al mismo tiempo, los de aqu y los de ah, y regresarn cuando yo lo ordene, tanto los de aqu como los de ah. emilio prez rosas 66 -Est bien. Me parece bien. Un oficial comunista al mando de unos soldados franquistas aunque slo por un momento! Fui rpido en desnudarme y consegu estar en el grupo de los quince. Antes haba registrado el macuto y encontr un frasquito de perfume, apenas unas gotas, y dos estuches de papel de fumar marca Pay-Pay fabricado en Alcoy, que a ellos les escaseaba. Descendimos por nuestras respectivas sendas hasta llegar al agua. Al bajar observ unas cuevas en esta margen derecha del ro. Unos grandes socavones, algo profundos, que albergaban a unas familias probablemente guarecidas all por miedo a las bombas que pudieran caer en sus casas: mujeres, nios y algn anciano. Tenan cara de asombro y algo de espanto, ver estas hileras de hombres desnudos descender hasta el ro desde las dos orillas, en un espectculo grotesco y surrealista. En el centro del cauce haba dos enormes rocas emergentes. Me acerqu a una de ellas mientras chapoteaba llevando sujeto entre los dientes un trozo de tela enrollada conteniendo el perfume y el papel de fumar. Sub a la roca ms cercana, donde qued sentado, observando que uno del otro lado intentaba hacer lo mismo que yo. Me pregunt: -Qu Qu llevas ah -Papel de fumar. Y un poco de perfume. -Te interesa -Te puedo dar tabaco. -Si es una cajetilla entera, s. un tiro de gracia 67 Se acerc a su orilla y grit algo a los de arriba, que en seguida le arrojaron al suelo, cerca del agua, una cajetilla de tabaco negro. Hicimos la permuta. Yo met el tabaco en la envoltura de tela y sujeta entre los dientes volv a mi orilla. Arriba, en ambos lados, se poda adivinar a algunos hombres con armas en las manos. Sin ostentacin. Sin duda vigilaban que nadie se equivocara en el momento de recibir la orden de regresar y tomara la senda que no le corresponda. El bullicio era grande y para no olvidar que estbamos enfrentados, los de un bando con las manos enviaban grandes salpicaduras de agua a los del otro lado con grandes risas y bromas. Con mucha alegra. Como en una fiesta de pueblo Como amigos. Y repentinamente se acab la juerga. Una ametralladora comenz a disparar. Se oa como a unos doscientos metros ms arriba, en el ro. La desbandada fue a gran velocidad. Nos enfundamos la ropa a toda prisa y cada uno a su puesto. El fuego de ametralladora y fusilera ro arriba se est generalizando pero aqu no sabemos qu pasa ni quin ha empezado el jaleo. De pronto una rfaga de ametralladora pasa silbando sobre nuestras cabezas. Comienzan las rdenes: nada de contestar; hay que ahorrar municin para mejor momento. Todos bien parapetados, aguantando la lluvia de balas que pasan a centmetros de nuestras cabezas. Oficiales medio arrastrndose van de un lado a otro dando rdenes muy precisas a los cabos. Por la estrecha tronera abierta entre las piedras, por la que he pasado el fusil, trato de observar algn movimiento enfrente. Pero, no se ve a nadie. En aquel lado y muy cerca emilio prez rosas 68 del ro, la vegetacin es muy abundante y alta, lo que facilita el camu aje. Pero, al cabo de unos minutos observo entre unos altos pedruscos unas chilabas y unos turbantes. Se lo comunico a mi cabo, quien se lo comunica al oficial ms prximo. Han debido de llegarles refuerzos. El fuego que nos mandan es continuo. De vez en cuando se oye un grito, acuden los camilleros corriendo medio encorvados, recogen al herido y marchan a toda velocidad. Estos camilleros son jvenes, como casi todos nosotros y proceden de aquella columna de quintos que parti al frente desde la plaza de toros de Castelln. Aqu, veteranos quedan pocos. La mayora somos quintos con dieciocho y diecisiete aos, los ms, de la provincia de Alicante. Nos falta agua. Hace horas que tenemos vacas las cantimploras y la ansiedad del combate seca ms aprisa las gargantas. Detrs nuestro, a unos cincuenta metros, est localizado un pozo, una aljibe campestre que quiz sirva a las pocas casas de campo que hay por este lugar. Me cuelgo seis cantimploras del cinturn y al principio arrastrndome, y corriendo en cuanto tom un poco de aliento, llegu junto al pozo. Unos pinos algo dispersos eran suficientes para ocultarme all. Con las cantimploras llenas regresaba en zig-zag, de pino en pino, pues en cuanto me divisaron sent las balas buscar mi cuerpo, en un continuo silbido. un tiro de gracia 69 Y en el ltimo tramo, arrastrndome, llegu al puesto. Ocurri algo parecido a cuando, en Benasal llegu a la posicin cargado con dos saquitos de municin. Slo que en aquella ocasin se trataba de salir corriendo. Y ahora, en esta situacin, la orden era de quedarnos. Emilio, mi cabo, tumbado boca arriba y bastante excitado me particip que la Compaa, nuestra Compaa, haba sido elegida para sostener la posicin hasta el ltimo cartucho y hasta el ltimo hombre. Todas las fuerzas posicionadas a lo largo del ro arriba, inmediatamente tenan que retroceder lo ms ordenadamente posibles pues la situacin se estaba agravando por momentos. Y nuestra posicin era la ms indicada para hacer retrasar el cruce del ro a las fuerzas de enfrente; de lo contrario, el peligro de tenaza, de copo, dejara al grueso de nuestras fuerzas entre dos fuegos. De ordenada, la retirada tuvo slo la orden, pues cuando se inici, la desbandada all arriba fue espectacular. Veamos como los soldados corran en medio de un infierno de balas y estallidos de morteros. En pocos minutos, all slo quedaron los muertos y heridos. Si nosotros hemos quedado para impedirles el paso por aqu quin va a impedirles que crucen por el ro algo ms arriba Estamos todos con una gran tensin. A continuacin de la retirada ms arriba, all no se oye nada. Un silencio preocupante. Aqu enfrente tambin ha disminuido la frecuencia de su fuego. Me temo que ahora nos toca a nosotros. Qu hacemos, cabo La cosa est clara: si nos quedamos nos aniquilan. Y si, a pesar de la tajante orden de resistir hasta emilio prez rosas 70 el final, retrocedemos no quiero ni pensarlo. Nos quedamos, y sea lo que Dios quiera.Trascurren pocos minutos y algo atrs cae el primer mortero. Mi cabo mira para localizar algn mando; hace correr la pregunta solicitando instrucciones para esta situacin que se va a producir, pero la constatacin es que salvo algunos cabos no hay oficialidad en la Compaa; en lo que queda de Compaa. Los morteros siguen cayendo. En esta situacin, parapetados tras las bancadas de piedras, las balas de fusilera poco podan hacernos. Pero, si un mortero acierta se acab. Sabemos que estn situados tras toda aquella maleza y arboleda, y all descargamos toda nuestra fusilera sin esperanza de contenerlos. Pregunto por algunos a quienes no veo desde hace algunas horas. Un compaero me seala a la derecha: all hay un chico de Elda. Miro, y veo a Pepe que asoma su fusil por encima del parapeto. En ese momento en que lo he localizado con la mirada su cabeza se abate bruscamente, atravesada por una bala. Las municiones se nos estn agotando. A nuestra izquierda han callado dos ametralladoras que haban estado muy parlanchinas, y la fusilera va disminuyendo. Estn rectificando la puntera y algunos morteros comienzan a ser resolutivos, cayendo certeramente dentro de nuestra lnea. Un silbido muy penetrante, me agacho cuanto puedo, y un mortero estalla justo delante de la pequea pared que me protege. Tan cercano estallido me produjo vrtigo y un agudo dolor de odos que poco a poco se me fue pasando. Mi mano y brazo derecho estn cubiertos de sangre. Pero, cmo un tiro de gracia 71 La metralla ha entrado lateralmente por la pequea tronera y estrellndose contra las piedras se ha desmenuzado an ms, llegando a mi piel ya sin fuerza para profundizar.Sigue la mortfera lluvia de morteros destrozando vidas. Se acab el simulacro de fortaleza que esperbamos dar. En el cuadrito de piedras que nos protega, slo quedbamos con vida mi cabo y yo. La municin para nuestros fusiles est agotada. De mi macuto saco un pauelo muy sucio, pero blanco, lo atravieso con la punta de la bayoneta, miro a mi cabo, l me hace un gesto y yo voy izando muy lentamente el fusil por encima del parapeto. Seguimos recibiendo fuego durante un momento y de pronto cesa todo. Asomamos muy lentamente la cabeza, y vemos que un grupo de moros avanza sin prisas hacia nosotros procedentes de nuestra izquierda. Ya nos haban rodeado y hubiera sido cuestin de minutos. Nos hicieron salir de los parapetos. En total slo quedbamos siete, con las manos en alto y escoltados por moros que con la punta de sus fusiles comenzaron a empujarnos hacia la senda que bajaba al ro. El miedo se me iba diluyendo al trocarlo por la esperanza de que esta pesadilla del frente se haba acabado, an a costa de ir a parar a un campo de prisioneros. Antes de llegar a la senda del ro, entre la esperanza y la ansiedad, observo a un oficial a la otra orilla que hace unos gestos muy llamativos a la tropa de moros que nos conduce. Empua una pistola en su mano derecha, brazo en alto, que mueve lentamente en sentido negativo. Traduzco en mi subconsciente que ordena a los moros no hacernos dao; pero el ruido de algunos cerrojos metiendo balas en la recamara me hiela la sangre en las venas. emilio prez rosas 72 Me revuelvo dando un salto intentando correr pero la bala me atraves el muslo derecho y ca al suelo casi de bruces, con la rabia en mis manos crispadas y el ardiente dolor en mi rostro contrado. El repentino sentimiento de que voy a morir en unos segundos me escalofra como una marea que sube y baja, desde mi corazn que se atropella, hasta mi cerebro que se cierra a cualquier esperanza. Mi alma est diciendo a gritos que no quiero morir, que quiero vivir todas las ilusiones y proyectos forjados en dieciocho aos. Mi cerebro est con una velocidad desbocada, como si fuera a romperse en mil pedazos. Slo segundos. Han pasado slo unos segundos desde que recib el impacto. La mueca perversa en forma de sonrisa en el rostro de aquel moro, que con calma amartilla de nuevo su fusil sin dejar de mirarme, parece como si estuviera eligiendo en qu parte de mi cuerpo hara ms efecto la segunda bala. En una visin fugaz como un relmpago veo a mi cabo unos pasos ms all, arrodillado en el suelo con las manos juntas en plegaria pidiendo con gritos desgarrados que no lo maten porque tengo dos hijos.Del fusil de aquel moro sali un escupitajo de fuego. Ms que or, sien- to ms disparos matando a los dems. Ya estoy totalmente entregado en espritu. Me obsesiona querer morir sin dolor. Ha cesado mi lucha interna, mi protesta ntima; y sin saber cmo, una gran relajacin inunda todo mi cuerpo, que yace inerte en el suelo mientras siento toda mi vitalidad concentrada en un punto del centro de mi frente, como si la vida estuviera dispuesta a salir por all. un tiro de gracia 73 Con mis ojos entreabiertos, de soslayo, lo veo acercarse ms, despacio como si quisiera prolongar el goce de un placer inesperado. Slo veo sus piernas al llegar junto a m; y el fusil bajando lentamente acercndose a mi cuerpo, como titubeando dnde depositar la segunda bala, ese disparo inapelable llamado tiro de gracia. Mi cerebro se incendi en un estallido de fuego, en una explosin silenciosa de fuego brillante. Y ot en una inmensa oscuridad despus del relmpago de fuego. Me sent inmaterial, como diluido en una inmensa oscuridad en la que toda la materia del Universo hubiera desaparecido. Y un punto de luz all, al fondo, en el infinito, luz inmutable que no parpadea No siento nada. (La bala entr por mi espalda entre el omplato y la columna vertebral, contra la que impact, rompiendo cuatro apfisis laterales y saliendo por el cuello entre la yugular y la cartida, apenas separadas entre s por el grueso de la bala. Sali y roz el mentn, llevndose un buen trozo de piel. El desgarrn fue tremendo con abundante derrame de sangre, lo que quiz le hizo suponer que me haba degollado). Una mano suavemente se apoya en mi hombro izquierdo. -Paysa, amigo, despierta amigo. Me toman la mano izquierda, la levantan un poco y la sueltan; cae como un peso muerto. Mi cerebro empieza a funcionar con velocidad, controlando que todas las apariencias sean de un hombre muerto. Mi mentn est cado y la boca ligeramente entreabierta. Ojos cerrados para no delatarme con la mirada. Una idea me perturba: Por qu quieren saber si sigo vivo Por qu no me disparan otra vez emilio prez rosas 74 Una patada en el costado izquierdo, (despus se comprob que me rompi dos costillas otantes), y a continuacin un golpe en la mejilla izquierda con un macuto, que me aturde y me deja mareado unos segundos. Unas manos rpidas registran mis bolsillos. Sbitamente la esperanza. Ahora estoy convencido de que me consideran muerto. Escucho mucho trajn de ir y venir hablando en una jerga que no entiendo y grandes voces desde el otro lado. Les ordenan que regresen, y se estn marchando llevndose nuestro armamento y el pobre botn de un gran puado de soldados que lo nico que posean de valor era sus vidas. Con mis prpados ligeramente entreabiertos observo como los ltimos moros descienden por la senda del ro. Anochece. Una nueva tortura comienza: tengo sed; mi boca y garganta estn secas, leosas, y el deseo de beber agua comienza a obsesionarme. Junto a mi cabeza en el suelo hay un gran charco de sangre pastosa, coagulada, y unas fotografas de mis amores, de mi madre y de mi novia, tiradas al suelo cuando registraron el macuto. Ha llegado el momento de resolver qu hacer. Maana temprano es casi seguro que vuelvan. Tengo que hacer un gran esfuerzo y marcharse de aqu como pueda. Hago inventario: la pierna derecha que me pesa una tonelada, muy fra y algo rgida; el brazo izquierdo con un dolor muy agudo desde el codo hasta la ua del dedo ndice, y entumecimiento de todo el cuerpo. Y el cuello con una tirantez de sangre seca, coagulada, en el lado izquierdo. un tiro de gracia 75 Al intentar moverme, una punzada muy dolorosa en la parte alta de la espalda que se irradia hasta el codo izquierdo. Comienzo a sentir una gran excitacin, con ganas de gritar y de agredir a los fantasmas que me atenazan, que me inmovilizan. Los deseos de lucha se me van despertando y le planto cara al dolor y la rigidez de mi cuerpo. Una voluntad de vivir me est sobreexcitando y, quiz, estimulando an ms a mis glndulas suprarrenales. Soportando el fuerte dolor con rabia, comienzo a incorporarme lentamente, muy lentamente, atento a que el ligero mareo que voy sintiendo no pase de ah, de ligero. Un buen rato sentado en el suelo recuperndome del primer esfuerzo y en una segunda intentona alzndome muy despacio, me encuentro en pie. Una espuma blanca de saliva densa sale de mi boca. La sed me domina. El deseo de agua se me est haciendo insoportable; y el ro est a pocos metros, casi escucho el discurrir del agua: es el suplicio de Tntalo. Pero, el ro es la muerte. Podra bajar arrastrndome, y no podra regresar. Apretando los dientes con fuerza inicio los primeros movimientos para huir de all. A veces se me dobla bruscamente la pierna herida y caigo al suelo con grandes dolores; pero, otra vez me levanto y contino. La espuma llena mi boca y la sed me martiriza. Lentamente me dirijo al pozo que nos surta de agua; el cubo ha cado al fondo y yo no tengo fuerzas para izarlo y contino alejndome de aquel lugar. Cerca, junto a un rbol, un cntaro me acelera los latidos. Me aproximo est vaco. Debe de ser cerca de la media noche; me gusta llevar la cuenta de las fechas; hoy es domingo, 19 de Junio (lo supe tiempo emilio prez rosas 76 despus: a la misma hora que me estaban asesinando, se estaba jugando el partido de ftbol final para el campeonato del mundo en Pars, en que Francia gan a Hungra por cuatro tantos a dos. La misma hora en que mi madre, como todas las tardes rezaba a la Virgen de la Salud pidindole que cuidara de m).All lejos, un relmpago. Cayendo y volvindome a levantar voy alejndome del ro. Voces. Quedo expectante, entre el temor y la esperanza. Pero, me decido: Socorro! Socorro! El esfuerzo y la emocin estn a punto de desmayarme. Hacia m se acercan corriendo unas sombras. Son mis dos camilleros que estn merodeando, buscando heridos. Me colocan en la camilla y les pido agua. Uno de ellos me acerca su cantimplora a la boca, pero el otro la aparta de un manotazo. -Qu haces Se morira. Mjale la cara y los labios. Slo unas gotas en los labios. Y de repente, como si la recomendacin de este muchacho hubiera surtido efecto all arriba, unas gruesas gotas de lluvia cayeron con fuerza sobre nosotros, sobre mi cara, mojndome los labios en abundancia. Era, como un segundo bautismo por este mi nuevo nacimiento a la vida. Hablaban de llegar a la carretera de Onda y llevarme a un puesto de socorro que haba algo ms adelante. Al llegar a la cuneta de la carretera un ruido de motores que se acercan hace que me dejen con la camilla en el suelo, entre la maleza, y tambin ellos se camu- an. Por nuestra izquierda aparecen dos tanquetas con las luces apagadas son nuestras exclama un camillero y sin pensarlo se planta en medio de la carretera. Las tanquetas se paran y la que va en primer lugar apunta con su ametralladora al camillero. un tiro de gracia 77 -Somos camilleros y llevamos a un herido muy grave. A medio kilmetro de aqu hay un puesto de socorro. Lo podis llevar Hicieron hueco al lado del conductor y con mucho cuidado me sentaron all. Con un gesto de mi mano me desped de aquellos soldados jvenes, camilleros enviados por la Providencia. Esta tanqueta me pareci igual que las que se almacenaban frente a mi casa, en el campo de ftbol. Slo iban armadas con una ametralladora de grueso calibre. Continu la marcha y un poco ms adelante, a la izquierda de la carretera apareci una nave bastante grande con la insignia de la Cruz Roja en la fachada, iluminada por una tenue luz. All me dejaron. Un mdico y un enfermero me colocaron en el suelo encima de una manta y me dieron un poco de agua a beber, a pequeos y espaciados sorbos. No lo recuerdo muy bien, pero creo que intentaron restaar la sangre de mis heridas, en las que colocaron unas gasas con esparadrapo. Me daban a beber algunas pequeas cantidades de agua de vez en cuando y tambin me tomaban la tensin con cara preocupada. Al amanecer, despus de tomarme la tensin por ltima vez, el mdico ya me sonrea. En el puesto de socorro habamos bastantes heridos, pero yo podra ser de los ms graves. A las ocho de la maana me metieron en una ambulancia junto con otro herido que tena una bala en la cabeza. El coche sali con direccin a Valencia a toda velocidad, dando continuos botes en la bacheada carretera y produciendo tremendos gritos de dolor a mi compaero de viaje. El conductor se excusaba porque haba centenares de heridos para transportar, y la escasez de ambulancias era manifiesta. emilio prez rosas 78 Nos acogieron en el Hospital Clnico, en la Alameda, y a m me instalaron sobre una colchoneta en el amplio vestbulo de entrada, en el suelo. Rpidamente fui atendido; me quitaron las pobres ropas militares para desinfectarlas o quemarlas, y yo les previne de la invasin de piojos que podan sufrir si no las manejaban con cuidado. Me enfundaron en un pijama. Despus me curaron y cambiaron los apsitos; con unas pinzas me quitaron las esquirlas de metralla de mi brazo y mano derecha; excepto unos de los trocitos incrustado en el dedo anular, que ped que me dejaran y que conservo como recuerdo. Me dieron alimento adecuado, y notaba que todas estas atenciones aliviaban mi tensin emocional. Con todo, el fuerte dolor nervioso del brazo izquierdo no haba por ello disminuido; al contrario, con todo este trajn, iba en aumento, producindome en ocasiones algunas exclamaciones de dolor. Nada podan hacer, segn me decan. Un mdico me explic que, por lo que se apreciaba (no podan hacerme radiografas) la bala impact sobre la columna vertebral a la altura de crvico-dorsales, pero no poda calibrar los destrozos; habra afectado a algunas races nerviosas, siendo la causa del fuerte dolor. Pero, que tuviera paciencia, porque me iban a enviar a donde s pudieran operarme lo antes posible. All no haba un solo hueco donde depositar a un herido ms; y por fin, al sexto da por la maana me anuncian que al da siguiente sala un tren hospital con direccin a Alicante, y que yo estaba en la lista de embarque. A media maana pasaron por delante de m dos muy conocidos mos, de mi pueblo. Yo alc un poco la mano y unos de ellos, mirndome, exclam: Pero, si es Emilio. Al principio me haban confundido un tiro de gracia 79 con un moro, (qu irona) por las abundantes y espesas barbas que me tapaban casi toda la cara. Les cont muy brevemente la situacin y les ped que avisaran a mi familia; y que al da siguiente llegara a Elda en un tren hospital, sin estar seguro de si all parara el convoy. Me prometieron que llamaran por telfono lo antes posible. Otro alivio ms.Al da siguiente muy temprano me colocaron en una camilla en uno de los muchos vagones de un largo convoy atestado de heridos bien atendidos por numerosos mdicos y enfermeros. Los vagones haban sido adecuados y el viaje se inici con cierta comodidad. Segn supe despus, en la estacin de Elda me esperaba una ambulancia para recogerme, enviada por la familia de mi novia; pero el convoy no par. Un mdico me dijo que en Elda estaban saturados todos los hospitales y que por eso no haban parado. Al llegar a Alicante la situacin era la misma, as que el tren tena que continuar hacia Murcia. En la prxima parada, Orihuela, s haba plazas hospitalarias, as que solicit la evacuacin. Me descendieron en la camilla, me portaron hasta un camin descubierto, con bancos, donde nos sentaron a los heridos pero aguant solamente unos segundos: me desplom en la caja del camin. A toda prisa me retornaron al tren, donde me reanimaron de la fuerte lipotimia sufrida a causa de una verticalidad que mi organismo no poda soportar. Continuamos hasta Murcia donde no quisieron dejarme porque las condiciones de transporte eran las mismas. El viaje se hizo insoportable, an dentro de las numerosas atenciones pues desde las ocho de la maana que partimos de Valencia eran mucha las horas hasta las tres de la madrugada emilio prez rosas 80 en que llegamos a Lorca. All s haba ambulancias. Todos lo que quedbamos en el convoy fuimos evacuados.Al llegar al hospital me colocaron en una cama, y por la maana temprano me practicaron las curas en cuello y pierna. La metralla en mano y brazo no haba dejado huellas profundas y las heridas apenas molestaban. Yo preguntaba a los que me practicaban curas, mdicos jvenes, si saban cundo me iban a operar; nada me aclaraban y al tercer da uno de ellos me comunic que all, en aquel hospital, no haba medios para realizar una operacin de riesgo como la que yo necesitaba. Ni tampoco cirujano capacitado para ello; pero que en Murcia s. Que tuviera paciencia hasta que hubiera ambulancia disponible. El dolor segua siendo insoportable y por las noches dorma mal, agitado, y me senta cada da ms crispado; as, que, en cuanto sali el mdico de la habitacin comenc a gritar. Deprisa entr un enfermero a quien comuniqu mi propsito de tirarme al suelo desde la cama si no me enviaban a Murcia inmediatamente. Trat de calmarme pero me enfurec ms y ms gritaba. El hombre se march corriendo. En unos minutos acudi un comandante mdico con cara muy severa, a quien rogu que me escuchara. Le expliqu la categora de mi lesin interna segn lo que me haban comunicado, le habl de mis tremendos dolores en estos diez infernales das, me examin detenidamente y me hizo algunas preguntas al respecto. Se march sin decir palabra. Yo no saba cmo interpretar su actitud, y qued confuso durante un buen rato. A la media hora, una camilla me condujo a una ambulancia y partimos un tiro de gracia 81 hacia Murcia donde inmediatamente fui ingresado en el Hospital Base, junto al Malecn.Era una sala grande, donde haba veinte camas con su herido correspondiente. El hospital estaba lleno, segn me dijeron. Bueno, aquel edificio no era un hospital sino habilitado para ello; era un colegio de los Hermanos Maristas ahora convertido en hospital. No poda imaginar, a mi llegada al Hospital, que all habra de permanecer durante siete meses, los dos primeros entre la vida y la muerte. Despus de las radiografas de rigor y la primera visita del cirujano, Don Eugenio Daz y Gmez, el mejor de Europa en aquellos momentos segn comentarios, me comunican que sera operado a la maana siguiente. A las ocho de la maana un barbero me afeit a navaja toda la cabeza, momento en que vea con sorpresa a mis padres entrar en la sala. Sera muy prolijo entrar en detalles de mi prolongada permanencia en el hospital, de la que contar lo ms preciso. Fui operado aquella misma maana por Don Eugenio, con xito completo. Ces el dolor del brazo. Por la noche apareci la fiebre. Una fiebre altsima, ms de treinta y nueve grados. Rpidamente me trasladaron a una sala dividida en celditas, con una sola cama, donde aislaban a los que inevitablemente iban pronto a morir. Los mdicos acordaron permitir que mi madre, en contra de las ordenan emilio prez rosas 82 zas, se pudiera quedar a mi lado; la muerte era cuestin de pocas horas; le instalaron un pequeo silln a mi lado y all pas la noche. Por la maana el pus que generaba la infeccin haba empapado el colchn y goteaba en el suelo. Lleg la noche y la muerte anunciada se retrasaba; y amaneci un nuevo da y de nuevo el parte mdico anunciaba el final para esa misma maana. Pero yo segua vivo con una fiebre altsima, delirando, diciendo cosas horribles de la guerra sin darme cuenta de que mis brazos y piernas estaban asaeteados por agujas que me estaban suministrando medicamentos y alimentos lquidos.As pasaron unos quince das, en que los mdicos y mi naturaleza sostuvieron una lucha que pareca que an haba de continuar. Aparecieron las septicemias. Mi sangre ya no saba qu hacer con tanto pus que transportaba de un lado a otro, y comenz a expulsarlo del cuerpo: por el hombro, por la ingle, por la cintura. Fueron apareciendo grandes bultos que el bistur iba sajando para extraer la infeccin. La fiebre altsima continuaba; los mdicos aseguraban que no haban conocido un caso de tamaa gravedad que durase tanto tiempo sin tener un desenlace fatal. Un da amanec con un grado menos de fiebre; y unos das despus otros grados menos. Se dio paso a la esperanza. Todos los das al comenzar el turno mdico de la maana, sobre las ocho, a la puerta de mi pequesima habitacin se asomaban algunos mdicos con sus batas blancas cubriendo sus uniformes militares. Mi caso era la comidilla de todo el hospital, tanto de la clase mdica como de los novecientos heridos all atendidos. Haba circulado rpidamente las circunstancias en que fui herido y ahora, mi resistencia a la un tiro de gracia 83 infeccin. As, que, era curioseado por mdicos y algunos heridos, que se asomaban a la puerta y me hacan preguntas que yo no tena aliento suficiente para contestar. Tambin hacan apuestas sobre mi desenlace.A estas alturas ya me haban asignado una enfermera con plena dedicacin a mi persona. As, mi madre pudo ausentarse durante algunas horas al da para poder descansar. A mediados de agosto la gravedad continuaba pero ya respiraba con un poco ms de alivio. Los mdicos me gastaban bromas, y la enfermera, Mery, me calculaba un peso de cuarenta kilos animndome a comer para tratar de superarlo. La esperanza comenzaba a verse en la sonrisa de cuantos me visitaban. Un da apareci la mejor de las visitas y de las sonrisas: mi novia, Emilita, que me bes en la frente y se sent en la cama, a mi lado. Slo unos minutos; no le permitieron ms y se march junto a mis dos primas, Maria y Rosita, que le haban acompaado en este viaje. Segua postrado en la cama desde el da que llegu, y las curas diarias, a veces dos, me causaban ligeros desmayos pues deban de incorporarme para mostrar la espalda, y mi pobre riego sanguneo no lo soportaba bien. La cicatriz de la operacin, totalmente abierta a causa de la infeccin, comenzaba a tener un ligero tono sonrosado en todo su enorme, largo boquete. Los mdicos tenan otra cara cuando me miraban y mi madre estaba algo contenta cuando estaba junto a m. Yo contaba algunas cosas del frente. Varios mdicos jvenes me visitaban para pedirme que les narrara cmo fue el momento de la tragedia. Eso era muy difcil y algunos se hacan algo pesados en ese tema. emilio prez rosas 84 Los das pasaban con mucha lentitud, insoportable durante el da y noche de pesadilla si dorma; pero, si no dorma, angustiado por la lentitud del tiempo hasta que vea la primera luz por la ventana. Y all estaba Mery, mi enfermera, pendiente toda la noche de cualquier sntoma de mis necesidades. Final de agosto. Slo unas dcimas de fiebre y la cicatriz tena mejor aspecto. Treinta de agosto. Por la maana temprano con cuarenta grados de temperatura ambiente en uno de los ms calurosos veranos murcianos, yo amanec con treinta y nueve grados de fiebre. As, de repente. Mery sale corriendo y pronto un mdico de guardia me examina. A las ocho llega mi mdico de cabecera, el Doctor Moreno; a continuacin el cirujano, Don Eugenio y otro mdico ms. Hablan, reunidos. Como todas las maanas tambin mi madre llega para sustituir a Mery. El Doctor Moreno habla con mi madre quien de repente se deja caer en el silln y llora desconsolada. Yo no s lo que pasa pero estoy sudando a litros y me han dejado desnudo en la cama. Me estn pinchando las manos otra vez. Estoy delirando, mi cabeza no coordina bien, no s dnde estoy ni por qu me miran tanto. He pillado una bronconeumona. No confan en que en mi estado, la pueda superar. Me hacen tragar medicamentos. Una semana despus ha pasado lo peor. Cuando ya le pude entender, el Doctor Moreno me cont que das atrs haba estado en un Congreso en Alicante; que haba comentado mi caso y su preocupacin y un tiro de gracia 85 que un compaero suyo, al enterarse, le haba dado un tubo de sulfamida que haba llegado a su poder a travs de un mdico alemn. Esos comprimidos de sulfamida probablemente, aunque dira que con toda seguridad me haban salvado. Cuando el Doctor Moreno sala de la habitacin se volvi sonriendo y me dijo que el mdico que le haba proporcionado el medicamento era de Elda. No me quiso decir su nombre.Pasaron unas semanas. El pollo hervido y el arroz con leche que me daban todos los das me ayudaron a cobrar energas, y a primeros de Octubre ya me atrev a salir al pasillo, ayudado por dos muletas y un corpulento enfermero; unos das ms, y ya sala lentamente por el claustro, donde los heridos ms posibilitados se reunan a charlar. Si alguno me reconoca por haberme visitado en mi habitacin, lo anunciaba en voz alta y un corrillo a mi alrededor me obligaba a contar mi caso. Claro, que, pronto comenzaban a contar cada cual los pormenores de otras historias personales y en cuanto se generalizaba la tertulia yo me volva a mi cama un tanto aturdido. Al comenzar Diciembre ya me atrev a salir a la calle, si bien al principio acompaado por algn compaero. Pronto recorra todo el Malecn, llegando incluso al centro de Murcia. Mis padres haca algunas semanas que haban vuelto a casa, ante mi notable mejora. A fin de ao me comunican que me van a dar de alta, aunque en Elda me debern seguir curando a diario pues la cicatriz todava tiene unos centmetros de abertura. emilio prez rosas 86 Estn llegando muchos heridos y se necesitan camas, as, que, nos van a mandar a casa a todos los que estemos fuera de peligro. El da seis de Enero, ante un Tribunal Mdico constituido para el caso, mi mdico de cabecera Doctor Moreno hace una breve exposicin de mi caso y de las circunstancias militares. Fui requerido a contar algunos pormenores ms de los contados por el Doctor Moreno, y tras una breve consulta entre ellos, un miembro del Tribunal con galones, creo que de Coronel, me anunci que se me consideraba excluido total para el servicio militar; y que por las circunstancias all conocidas, el Tribunal tomaba debida nota para cursar una peticin de la medalla militar correspondiente. Esa noche me comunican que debo partir a la maana siguiente, pues he vuelto a ser persona civil. Se necesita mi cama. Ya me haba despedido de todos y Mery me abraz llorando. El cirujano que me haba operado, Don Eugenio Daz y Gmez, me pidi que le informara peridicamente acerca de la evolucin de mi columna cervical. Me dio su direccin en Murcia y tambin la de su casa en Madrid. Me abraz. El autobs para Alicante sala a las seis de la maana. Y a esa hora, las seis de la maana, yo segua en la cama con una fiebre muy alta. Haba pillado unas fiebres tifoideas. Las ambulancias con heridos comenzaban a llegar. El Doctor Moreno hizo que me metieran en una ambulancia de las que regresaban de vaco hacia Albacete, que me dej en el Balneario de Fortuna, cuyos hoteles haban dispuesto para enfermos civiles. Me atendieron, me medicaron, y al atardecer en aquella habitacin fra de techos muy altos, paredes un tiro de gracia 87 blancas, cre que la fiebre volva a subir y me produca alucinaciones: arriba en la pared de mi derecha cerca del techo unas grietas derramaban una imponente columna de bichos que descenda pared abajo; pronto llegaron al suelo y se acercaban a toda velocidad a mi cama. Me levant, me envolv en una manta y comenc a gritar cuanto me permita mis escasas fuerzas. Entr en la habitacin un enfermero que al ver la invasin, me dijo que traera algo para fumigar. Pero aquella solucin no era de mi agrado, as que segu gritando esta vez en el pasillo. Antes de una hora, en una camioneta habilitada para ambulancia, me retornaron a Murcia, al Hospital Base. El Doctor Moreno me amonest, me pusieron una colchoneta en el suelo del pasillo y ante el anuncio de que me iban a mandar a otro hospital, decid hacer una tontera. Y la hice.A las cinco de la madrugada me escap del hospital saliendo por una ventana del piso bajo, ayudado por un herido manco; y a las seis tomaba el autobs para Alicante. Llova torrencialmente cuando llegamos. Como no haba servicio de transporte regular con Elda, fui a la salida de Alicante, al puesto de control, llevndome la sorpresa de que estaba invadido por docenas de personas dispuestas a asaltar cualquier vehculo que tomara la carretera de salida. Yo no estaba en condiciones fsicas de competir y adems me senta febril. Estuvo lloviendo todo el da, a veces muy fuerte. Estaba empapado y temblaba por la fiebre y por el fro. No haba comido nada, excepto alguna chuchera que llevaba en los bolsillos. Junto a m, alguien dijo que se marchaba a la estacin del FFCC a ver si poda subir a algn mercanca que saliera para la Encina. Le ped que me ayudase a ir con l. As lo hizo. Se por emilio prez rosas 88 t muy bien. Llegamos a la estacin sobre las diez de la noche y continuaba lloviendo.Un convoy de vagones-ambulancia estaba a punto de partir, iluminado con slo unas tenues luces en su interior. Vagones totalmente vacos. Me dijeron que era un tren hospital que regresaba a recoger ms heridos. Un oficial mdico pas junto a m y lo llam. Le cont brevemente mi circunstancia e inmediatamente me hizo subir a un vagn de primera clase, el nico destinado al personal de asistencia. El tren no paraba en Elda- me dijo- pero vera qu poda hacer. Al maquinista le dieron la orden de que al llegar a la estacin de Elda amainara la marcha al mnimo, y as, como andando, entre dos enfermeros me depositaron en el andn y regresaron al tren rpidamente. La lluvia y un ventarrn helado me aconsejaron tomar decisiones urgentes. Enfil el camino del pueblo y a mitad del trayecto tuve que parar un momento para descansar, y apoyndome en las paredes continu la marcha. A las tres de la madrugada llamaba a la puerta de mi casa. Al tercer da haba desaparecido la fiebre y pronto comenc a salir a la calle. Por supuesto, a diario visitaba el hospital, donde me practicaban las curas que necesitaba. A finales de Enero un amigo de mi to Alfonso tena que visitar Valencia para cuestiones de la SICEP. Le ped que me llevara y a las diez de la maana consegu que en la Comandancia Militar me dieran la direccin de Pagadura de mi Brigada. un tiro de gracia 89 Era en el tercer piso de un edificio situado frente al mercado de Ruzafa, que yo haba visitado curioseando en alguna de aquellas correras por la ciudad. La gran techumbre del mercado se divisaba desde la ventana de la vaca habitacin donde hube de esperar unos momentos antes de que me recibiera un teniente, a quien manifest mi pretensin de cobrar los siete meses de paga que se me deba.Consult un grueso registro que tom de una alacena, pasando y repasando hojas hasta que con el dedo ndice seal una lnea. Una vez llegado a ese punto me mir muy fijamente y me pregunto de nuevo mi nombre; volvi a mirar el registro y tomndolo en sus manos se adentr en una habitacin contigua. Volvi a salir al cabo de un rato, acompaado por un capitn, quien me pidi a su vez que le dijera mi nombre. Y consult el registro. Yo estaba perplejo; algo ocurra que yo no alcanzaba a sospechar. Y al fin el capitn alzando la mirada me mir muy severamente y me anunci: -Quedas detenido por impostor. Deb quedar pasmado con la boca abierta y balbuceando: -PeroPero, Por qu -Porque eres un impostor. Emilio Prez Rosas fue muerto en accin de guerra a orillas del ro Mijares el 19 de Junio del ao pasado, segn consta en este registro. Por lo visto le conocas y quieres aprovecharte de sus haberes. Les mostr mis papeles del hospital de Murcia y el certificado de baja en el ejrcito por heridas de guerra. Les narr punto por punto todo lo que sucedi ese da 19 de Junio y, cuando ya los tena convencidos de que yo era yo, rpidamente comenzaron a tomar notas. Me llevaron a otra habita emilio prez rosas 90 cin ante un superior, no recuerdo su graduacin, y hube de repetir todo lo que sucedi aquel da, que fueron escribiendo a mquina. Hicieron algunas llamadas por telfono; y el comandante, s, creo que era un comandante, me notific que se me iba a proponer para una importante medalla militar. Y que me marchara a casa, donde recibira rdenes. Me march con esa promesa y con la paga de siete meses en el bolsillo, dinero que no alcanzaba ni para comer una semana. Pero me march bastante reconfortado.Necesit unos das de descanso sin salir de casa. Lea. Detrs de un libro lea otro, de todo, de cualquier tema. Mi avidez por saber pareca querer compensar el pesado lastre de mis recientes experiencias. En esas fechas no tena nada que hacer, pero no poda intentar hacer ningn trabajo fijo, pues mi situacin fsica pasaba por momentos muy lamentables. Los msculos de mi cuello y espalda, sobre todo el msculo Trapecio roto y distendido a causa de la terrible infeccin sufrida, no me permitan realizar esfuerzos fsicos ms all de lo minimamente necesario. Las curas diarias en el hospital iban mejorando la herida, que se iba cerrando muy lentamente. Entretanto haca lo que ms me gustaba. Deambular por ah y hablar con la gente. El pueblo funcionaba bastante bien, a pesar del ambiente de tragedia que a todos nos envolva. Las instituciones estaban bien regidas y administradas: hospitales, asociaciones benficas y de ayuda social sobre todo, tan diferente de aquellos convulsos y trgicos momentos del principio de la contienda. La diferencia que meda entre gentes de instintos desbordados que se aduearon del pueblo en un tiro de gracia 91 los primeros meses de la guerra; y los grupos de personas sensatas e inteligentes que poco a poco con mucha decisin pero tambin con riesgo, fueron tomando el mando y hacan cuanto humanamente se poda hacer en aquellos momentos en que el hambre continuaba.Una tarde recib una visita muy penosa. Dos hermanas de Pepe, muerto de un disparo en la frente aquel fatdico diecinueve de junio, venan a verme porque se haban enterado que yo estaba en casa, herido, y queran que les diera las noticias que supiera de su hermano, del que haca muchos meses nada saban. No me anduve con rodeos y les cont lo sucedido, pero sin pormenores. Ningn comunicado oficial haban recibido. Las autoridades militares parecan estar colapsadas de trabajo y no participaban las bajas sufridas a sus familiares. Todo se saba por un boca a boca que era incompleto y confuso. En este caso de las hermanas de Pepe la noticia no poda ser ms exacta y directa. Despus de su tremenda impresin y algo serenadas, me pidieron que no divulgara la noticia y sobre todo nada a su madre si por causalidad se le ocurriera venir a verme a pedir noticias. Estaba delicada de salud y teman que la trgica noticia le perjudicara fatalmente. En todo caso, hacedle creer que su hijo estaba considerado desaparecido. Ah siempre quedaba una esperanza. Lo peor ya lo pas al principio de mi regreso de Murcia. Cuando la visit, la madre de Julio y yo nos abrazamos llorando, sin hablar, sin contar nada, pues ella ya lo saba todo. emilio prez rosas 92 Tambin visit a la madre de Toms, confirmndole todo lo que muy a medias ella saba de sus hijos: uno, el ms joven, fusilado y el otro, Toms, desaparecido. Le entregu la msera paga de siete meses que le deban a Toms y que yo consegu en Valencia que me abonaran en su nombre. Marzo. Todava me curaban a diario en el hospital pues la cicatriz no acababa de cerrarse: se me haba originado una fstula. El da veinticuatro de marzo, de madrugada, mi abuelo Emilio mora de un infarto. Su hijo mayor, Arturo, asesinado al principio de la guerra, ya le procur serios quebrantos de salud, y la preocupacin por su otro hijo, Alfonso del que nada saba desde haca meses pues se encontraba en Barcelona cuando Catalua fue aislada por la marcha de la guerra. Todo esto unido a la escasez de alimentos y medicamentos; la quiebra de su negocio al principio de la guerra y su preocupacin por todos los suyos pudo ms que su corazn. Aquel da, justamente el mismo da en que cumpla ochenta aos, mora el hombre que habindose quedado totalmente ciego a la edad de cuarenta aos, la mitad de su vida, supo montar negocios importantes en aquella poca y ensear la contabilidad por partida doble a sus administrativos; quienes ms tarde fueron los que, aplicando esa disciplina contable, organizaron la administracin de importantes industrias de aquella poca en Elda. Yo fui uno de los agraciados, pues a la edad de catorce aos me hizo aprender todos los entresijos de aquella sabidura. Ese da muri un hombre arruinado y con el dolor de los suyos estrujndole el corazn hasta que se lo rompi. un tiro de gracia 93 Al entierro acudi bastante gente. Muchas mujeres. Pero fue un entierro sin los pormenores religiosos que otorgan un sentimiento de deber cumplido, de clamorosa y al tiempo respetuosa despedida. Cuando yo regresaba del cementerio sent la falta de ese misterio que una ceremonia religiosa hace que no se sienta como si depositaras en un hoyo algo que ya no te sirve para nada. Los combates eran muy fuertes y muy continuados en distintos frentes y pareca que el final se precipitaba. El veintisiete o veintiocho de marzo me encontr en medio de un tiroteo en una calle cntrica de Elda, entre comunistas y socialistas; unos que queran continuar la guerra como fuera y otros que deseaban buscar una pronta terminacin. Haca algunas semanas que el Gobierno de la Repblica se haba trasladado a este pueblo de Elda, instalados sus componentes en varias y dispersas residencias campestres, entre ellas, la ms importante El Poblet; desde donde se intentaba seguir gobernando y coordinar lo que inevitablemente pareca ser una falta de autoridad que se agravaba por momentos; las tropas nacionales ocupaban rpidamente, salvo algunos puntos concretos que no haban de aguantar mucho, casi todo el territorio nacional. Y el Gobierno desde El Poblet haca los ltimos preparativos para el exilio. El da treinta de marzo me ordenaron que me presentara en unas dependencias de la calle Nueva. A m y a otros cinco mutilados de guerra nos pidieron que al siguiente da a las emilio prez rosas 94 siete de la maana estuviramos all para ser trasladados a la sede del Gobierno en El Poblet. Queran personas que supieran manejar armas de fuego. Cuando regresaba a mi casa, al cruzar la calle Jardines presenci una comitiva compuesta por dos motoristas, un automvil, otro automvil y detrs otros dos motoristas. En el primer automvil me pareci distinguir en el asiento de detrs a Dolores Ibrruri, La Pasionaria, acompaada por otra persona. Alguien en la calle coment que en el coche de detrs iba Santiago Carrillo. Circulaban hacia la carretera de Monvar, presumiblemente al aerdromo cercano. A la maana siguiente a los seis convalecientes de heridas nos metieron en un camin ruso y nos llevaron a El Poblet, con la orden de salvaguardar los bienes que el Gobierno ausentado pudiera haber dejado all. Y para que tuviramos autoridad para ello nos entregaron un fusil con seis cartuchos a cada uno, y la orden de disparar si fuera necesario. Llegados a la finca el conductor del camin nos comunic que sobre medio da volvera con la comida. Y se march. Cuando entramos en la casa, casi un palacete slo encontramos habitaciones vacas; algn resto de muebles, como un somier, una mesita de noche, vaca, y muchos impresos por el suelo con el membrete de Presidencia del Gobierno y Ministerio de Interior. Nada ms. Durante la noche haba sido desvalijado por gentes llegadas de los vecinos pueblos de Sax y Petrer. Muebles, vajillas, ropasSe lo llevaron todo en una noche. Qu tenamos qu hacer all Pero, las rdenes son las rdenes. A medio da la comida prometida no llegaba. Ni lleg. un tiro de gracia 95 A la puesta del sol acordamos regresar a pie; pero antes propuse que aquella guerra haba que acabarla con dignidad disparando contra el enemigo hasta el ltimo cartucho. Y as fue como desde la ltima sede del Gobierno de la Repblica se dispar la ltima bala de esta larga contienda, dan- do por finalizada la guerra. Mis seis balas hicieron blanco en una vaca lata de conservas que colgaba de la rama de un pino.

Un tiro de gracia

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