Ferlinghetti o la poesía como un arte insurgente
Hace unos días leí en la prensa una entrañable entrevista con Lawrence Ferlinghetti, el último poeta vivo de la generación beat. A sus 96 años, sigue intacto ese vigor contestatario y contracultural que marcó un antes y un después en la poesía norteamericana del siglo XX. La publicación en su editorial de Aullido, de Allen Ginsberg, el poeta más emblemático de su generación, lo sentó en el banquillo en una etapa de censura y caza de brujas implacable. El hecho de ganarlo permitió la edición de libros hasta entonces prohibidos y la consagración de Ginsberg. De hecho, y como afirma Ferlinghetti, el libro “se llevó por delante un tipo de poesía muy académica que había entonces, muy poco excitante”. Palabras que me llevan al excelente trabajo de Kevin Power, Una poética activa, cuya publicación en España supuso en 1978 un profundo conocimiento de la poética y los poetas que en los años cincuenta y sesenta revolucionaron la poesía estadounidense y tanto influyeron en el resto del mundo.
Nacido en Nuva York en 1919, en 1952 se establece en San Francisco donde funda la librería y la editorial City Lights,en la que publicó sus obras y las de los poetas beat. Ironía, inteligencia y compromiso son fundamentales para interpretar una extensa obra poética en la que sin duda sobresale el libro Un Coney Island de la mente(1958), del que se han vendido más de un millón de ejemplares. En sus poemas, como en los del resto de poetas beat, la oralidad del bardo y los ritmos respiratorios serán esenciales, como el impacto de sus mensajes o la mezcla en ellos de contenidos eruditos con otros populares. Como afirma Esteban Moore, uno de sus traductores, “la obra de Ferlinghetti refleja el mundo que le rodea visto con la mirada crítica del desencanto, sobre todo la política y la sociedad de su país. El “sueño americano” se desmorona entre sus estrofas, con las que muestra los errores y horrores que ve, a la vez que anhela un mundo diferente a esa desagradable realidad que le rodea”. Porque el americano pretende un poema que“con su energía crítica opere sobre el mundo y el espíritu de los hombres”.
En su dilatada trayectoria, no ha dejado de reflexionar sobre las características y la función de la poesía. Debo a Emilio Guinea el bello texto en castellano de ¿Qué es la poesía?, mucho más que un manifiesto programático en una cuidada edición ilustrada por el multifacético Frederic Amat. Irreverencia y lucidez se dan cita en frases como estas: “La poesía es el papel de aluminio sacudido de la imaginación. Puede resplandecer y medio cegarte”, o “La función de la poesía es demoler con luz”. No menos interesante, aunque mucho más militante, son los fragmentos que conforman La poesía como un arte insurgente, donde leemos trallazos como estos: “La civilización se autodestruye”; “Cuestiona todo y a todo el mundo, incluyendo a Sócrates, que lo cuestionó todo”; “Sé un oscuro ladrador frente a las carpas de la existencia”; “Si tienes que enseñar poesía golpea la pizarra con la tiza de la luz” o “Habla. Actúa. El silencio es cómplice”.
Último representante de una generación de poetas que cantaron y cuestionaron como nunca antes este mundo tan degradado ecológica, mental y éticamente en el que vivimos, Ferlinghetti no renuncia al anarquismo a sus 96 años, entendido “no como ideología, sino como ideal; un ideal según el cual la gente podría organizarse sin gobierno”. Por extraño que parezca, volver a sus poemas puede servirnos para entender ese mundo, el nuestro, mejor que con muchos otros textos de hoy. Sirva como muestra este extenso poema del libro de 1958, Un Coney Island de la mente:
El mundo es un hermoso lugar
(The World Is a Beautiful Place)
El mundo es un hermoso lugar
para nacer
si no te importa que la felicidad
no siempre sea
tan divertida
si no te importa un golpe infernal
de vez en cuando
precisamente cuando todo marcha bien
porque ni siquiera en el cielo
están cantando
todo el rato.
El mundo es un hermoso lugar
para nacer
si no te importa que algunos mueran
todo el rato
o que tal vez sólo pasen hambre
con frecuencia
lo que no es ni la mitad de malo
si no te toca a ti.
Oh el mundo es un hermoso lugar
para nacer
si no te importa demasiado
que haya cabezas huecas
en los más altos cargos
o una o dos bombas
de vez en cuando
sobre tu cabeza
o algunas otras calamidades
que nuestra sociedad de Marca Registrada
padece
con sus hombres de distinción
y sus hombres de extinción
y sus curas
y otros vigilantes
y sus diversas segregaciones
y las investigaciones del Congreso
y otros estreñimientos
que nuestra carne estúpida
ha heredado.
Sí el mundo es el mejor de los lugares
para un montón de cosas como
hacer divertidas tonterías
y hacer el numerito del amor
y hacer escenas dramáticas
y entonar canciones graves
y tener inspiraciones
y pasear
mirándolo todo
oliendo las flores
y tocando el culo a las estatuas
e incluso pensando
y besando a la gente y
haciendo bebés y usando pantalones
y agitando sombreros y
bailar
e ir a bañarse al río
con las meriendas
a mediados del verano
y en general
“pasándolo lo mejor posible”
Sí
pero entonces, justo en medio de todo esto
aparece sonriente el empleado
de la funeraria.
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”