“¿Qué sé yo?” La escritura como camino de introspección
-LO BUENO SI BREVE-
“No soy filósofo” dice Montaigne en sus Ensayos. Pero, como indica André Comte Sponville en Montaigne y la filosofía, nada más lejos de la realidad. Lo que el francés no persigue es un pensamiento sistemático que le asegure obtener la verdad y a la vez crear una escuela que la extienda y aplique a otros saberes. Para alguien tan independiente, antidogmático, escéptico y vitalista como él pretender esto hubiese sido engañarse a sí mismo. Pero para quien leyó en profundidad a los pensadores clásicos y no dejó de reflexionar y ocuparse de sí mismo y de la vida, de su devenir y sus circunstancias, la filosofía (entendida como proceso de introspección para alcanzar el buen vivir y el buen morir) no le era en absoluto ajena.
Fue un hombre de su tiempo pero no sometido a él. Un noble humanista con vastos intereses culturales y una actitud siempre tolerante, receptiva y crítica que le llevó a denunciar abiertamente no pocos abusos de una época donde la intolerancia religiosa, la hipocresía de su propia clase social o el naciente absolutismo eran la norma. El enfoque con el que trata temas tan personales y a la vez esenciales como la educación, la amistad o la sexualidad, su atrevimiento y cómo vacía de prejuicios sus opiniones, nos lo acercan a la época moderna mucho más que otros pensadores posteriores. Su actitud frente a la guerra, la colonización o la tortura lo convertirán en un referente para los ilustrados y los defensores de los derechos del hombre doscientos años después.
La afirmación de Borges según la cual “las cosas que le ocurren a un hombre le ocurren a todos” bien podría servir de lema a la obra del francés. Porque, como afirma al comienzo de sus Ensayos, “soy yo mismo la materia de mi libro”. Una labor de autoconocimiento que le permitirá adentrarse en la condición humana, en sus contradicciones y zozobras, en sus pasiones y desvaríos, siempre con un estilo sencillo, natural y ajeno a toda afectación. Conocerse a sí mismo para construirse y sustentarse sobre su propio yo, para cuidar y cultivar su alma. Con una buena predisposición y natural alegría. La mejor medicina para ello, la filosofía, que “deleita y cura al mismo tiempo”, no evita la pregunta Que sais-je? (qué es lo que sé yo o yo qué sé). Una cuestión que hizo grabar en su biblioteca junto a otras muchas citas de autores clásicos y que presidirá sus reflexiones, empapadas de un moderado escepticismo, tan influyente después en Descartes o Pascal, entre otros: “Saber mucho procura la ocasión de dudar más”, escribió.
Tras una formación humanista muy cuidada, dirigida por su padre, ejercerá como magistrado en Burdeos para a los treinta y ocho años, tras la muerte de éste y desencantado por las cuitas e intrigas del poder y la corte, retirarse a su castillo a leer, meditar y escribir despreocupado y alejado del mundanal ruido. Diez años después emprenderá un periplo de sucesivos viajes sin rumbo ni finalidad previa sino con el único propósito de vivir, de sentirse vivo. Los cálculos biliares y los dolores de cabeza le harán regresar año y medio después y, tras ejercer como alcalde unos años, en 1585 retomará la escritura de su única obra, revisando y culminando los tres tomos de sus Ensayos hasta su muerte en 1592, a los cincuenta y nueve años.
Sorprende la franqueza y la vivacidad de una obra que parecería estar escrita como a salto de mata. Sin presunción ni vanidad, desde una humildad y una naturalidad envidiables, Montaigne se nos muestra contradictorio, inconstante y variable. Intentó mediar en el gran conflicto de su época entre católicos y protestantes evitando una posición maniquea y en las antípodas de cualquier tipo de fanatismo. Su libertad de criterio, la independencia y el compromiso mostrados ante temas espinosos como la esclavitud en las colonias o la educación le granjeó no poca enemistad entre los nobles y poderosos. Y será en ese territorio, el de la independencia intelectual y el humanismo radical, en el que más le admire la posteridad. Su legado no es el de un maestro y ejemplo a seguir sino el de alguien que emprende ese camino sin ambages que le conducirá a ser él mismo desde una libertad desprejuiciada que le permita “morir como se aprende a vivir”. Aspiró a ser más sabio, no un docto y erudito. No tanto a establecer un cuerpo doctrinario y conceptual cuanto a promover un pensamiento vivo en nosotros.
Su perspectiva racional y relativista, la rotunda posición antidogmática o el moderado escepticismo que destilan sus textos, nos lo acercan a la actualidad como a pocos pensadores de cualquier tiempo y lugar. En un reciente artículo, Muñoz Molina reconocía que leer a Montaigne le alivia “del espectáculo usual de la palabrería intoxicadora y del encono estéril, y de la extraña propensión española y antiespañola a echar leña al fuego y preferir lo peor a costa de lo razonable”. Como en El Quijote, el novelista encuentra en los Ensayos del francés “el camino para retirarme sin hosquedad ni misantropía y para estar presente con dignidad y con los ojos abiertos, y a ser posible sin angustia”. No obstante, ya Nietzsche se enorgullecía de que un hombre así nos legara su gran obra porque ello “ha aumentado el placer de vivir en esta tierra”. Ojalá también lo perciban así leyendo estas diez frases escogidas de sus Ensayos:
- La verdadera libertad consiste en poderlo todo sobre nosotros mismos.
- Nuestro deseo desprecia y abandona lo que tenemos para correr detrás de lo que no tenemos.
- La mitad de la palabra pertenece a quien habla, la otra mitad a quien escucha.
- Hay más libros sobre libros que sobre cualquier otro asunto. No hacemos sino glosarnos los unos a los otros.
- Quien teme sufrir, sufre ya porque teme.
- La señal más clara de la sabiduría es un gozo constante.
- Estamos siempre volviendo a empezar a vivir.
- En el más elevado trono del mundo, estamos sentados sobre nuestro trasero.
- Mi deseo es que la muerte me encuentre plantando mis coles, sin preocuparme de ella y mucho menos que mi huerto quede inacabado.
- Quien sigue a otro, nada sigue. Nada encuentra; más aún, nada busca.
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”