De la certeza a lo certero, el aforismo: crónica de un gran perturbador
-LO BUENO SI BREVE-
En su trabajo Hacia una concepción del aforismo como nuevo discurso crítico, Irma Munguía y Gilda Rocha concluyen que “es un tipo de discurso que pudiéramos calificar como intrigante, como provocador, puesto que pretende introducir la duda, resquebrajar lo firme y dar un valor a lo incierto, a lo otro, a lo que se nos ha ocultado; para hacerlo, da la impresión de formular una gran verdad -aunque todos sabemos que no necesariamente lo es- para cuestionar y poner en tela de juicio esas certezas e ideas preconcebidas y, con ello, provocar la incertidumbre”. Aún coincidiendo con esta definición, es evidente que no siempre el aforismo funcionó así.
Lo que nos ha llegado como literatura aforística de la época antigua, tanto oriental como occidental, no constituye un género en sí mismo y su sentido didáctico, moral o de consejo práctico a seguir, apenas si los diferencia de la máxima o la sentencia. Sin embargo, la finura y la depuración estilística de muchos autores (Lao Tse, Heráclito, Epicuro, Epícteto, Séneca, Marco Aurelio, etcétera) los lleva mucho más allá de la sentencia contundente o la máxima moralizante. Algo que no regresará hasta varios siglos después cuando el humanismo renacentista alcance con Erasmo o Montaigne cotas de concisión y estilo semejantes.
Pero será el siglo XVII el momento crucial para la configuración del aforismo como un género con entidad propia proyectándolo a la época moderna. Francis Bacon señaló entonces que “la escritura en aforismos tiene muchas virtudes excelentes, a las cuales no alcanza la escritura sistemática”. La concisión y el fulgor del fragmento breve superan con mucho a los modelos discursivos y agotadores del tratado, según el inglés. La publicación en 1647 del Oráculo manual y arte de prudencia de Baltasar Gracián y la influencia que ejercerá en la tradición francesa (La Rochefoucauld, La Bruyère, Chateaubriand, etcétera) o en los ilustrados alemanes será decisiva. Ingenio, agudeza, elegancia, ironía, sarcasmo, paradoja, frivolidad… estos y otros rasgos irán alejando paulatinamente al género aforístico de la literatura sentenciosa y proverbial.
Con Lichtenberg, Joubert, Leopardi (cuyos aforismos se publicaron póstumamente) o antes con Chamfort y Rivarol, el género se hace más íntimo y personal al tiempo que crítico con el tiempo vivido, en consonancia con el pujante movimiento romántico. La revalorización del fragmento entre los románticos alemanes (Novalis, Schelling, etcétera) y el paulatino auge del diario íntimo le ofrecerán nuevas posibilidades. La introspección en el caso del norteamericano Thoreau es esencial, como ya lo fuese en Montaigne, para ofrecernos algunos textos refulgentes, hondos e insuperables. Por su parte Mark Twain, con ese humor socarrón y sus juegos de palabras tan característicos, nos anticipa figuras hoy inolvidables como Groucho Marx y Woody Allen o la eclosión vanguardista del siglo XX.
El enfoque crítico y de desenmascaramiento propios de la filosofía nietzscheana sirviéndose de los aforismos abre una nueva etapa. Con la irrupción de las vanguardias literarias durante el primer tercio del siglo XX, lo poético, lo lúdico o lo gratuito romperán con la rotundidad del aforismo clásico y hallarán en la digresión, el absurdo o la hipérbole su mayor cauce de expresión. No de otro modo podemos encajar las greguerías de Gómez de la Serna, los chistes de Oliverio Girondo o los artefactos y antipoemas de Nicanor Parra, por citar algunos ejemplos emblemáticos en español.
Heredero de toda esta rica tradición, el aforismo hoy es un género específico cuyas pocas palabras mantienen un vigor lúcido, lúdico, crítico, poético y formal que con su punzada de dardo, al alcanzarnos, nos perturba. Esa es su agudeza. Y su incomodidad, para los biempensantes. Pero, cuidado, no pocos aforismos actuales caen en el puro juego combinatorio con una coraza sentenciosa aunque escanciando un jugo previsible e insustancial. Sea como fuere, cierto o incierto, lo esencial en el aforismo -como ya subrayó Bergamín- es que sea certero. Porque, en palabras de Karl Kraus, “nunca coincide con la verdad: o es media verdad o verdad y media”. Y que considere al lector agente activo para culminar el sentido último del texto. Ya lo dijo Machado:
El ojo que ves no es
ojo por que tú lo veas:
es ojo porque te ve.
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”