La Embajada nos lleva a la Elda de la Edad Media
Con una cuidadosa puesta en escena, la Embajada Mora ha convocado esta mañana a cientos de personas en la Plaza de la Constitución y la calle Colón. La bandera con la media luna ondeaba en una de las torres del Castillo de Embajadas acompañada por los estandartes de las cuatro comparsas moras de Elda al inicio del acto a las 11:30 horas. El leve viento que soplaba ha hecho muy llevadera la temperatura a la sombra, mientras que la tribuna situada al sol también estaba repleta de público desde media hora antes del comienzo de la Embajada.
Las abanderadas moras aguardaban en lo alto del castillo, mientras los capitanes protegían abajo la fortaleza que iban a defender. El presidente de la Junta Central, Pedro García, estaba atento a los detalles y hablaba con el vigilante para que comprobara la seguridad de la plaza, mientras saludaba con cordialidad a los capitanes y a los responsables de la organización del acto.
Una voz en off recordaba la historia de la Villa de Elda, concretamente de cómo pasó a manos de los musulmanes, para volver a manos cristianas, primero como parte del Reino de Castilla y luego de Aragón.
La representación iba a empezar: después de la Embajada Mora del sábado, Elda iba a regresar a manos cristianas tras de una dura batalla.
Un cristiano llega a caballo con un correo pidiendo la rendición del capitán moro, pero un soldado sarraceno rompe la misiva en mil pedazos en lo alto del castillo. La guerra está servida porque "Idella no se entrega". Al son de ritmos marciales se acercan las huestes cristianas con el embajador a la cabeza pidiendo que salga el capitán moro "de parte del rey Jaime de Aragón, que lleva la cruz en su señera y quiere evitar la matanza" por lo que trae condiciones favorables para la capitulación musulmana como respetar a los habitantes de Elda. Para lograrlo alude en tono intimidatorio a personajes míticos de la Reconquista, Pelayo o el Cid, o batallas insignes como Simancas, pero el Embajador Moro contraataca con ira y rabia nombrando a su vez a héroes de su bando, por ejemplo, Almanzor, o batallas como la de Guadalete. Considera al cristiano un "soberbio" e insiste en que "la plaza no se entrega".
La palabra "guerra" resuena en el aire varias veces en boca de un enojado embajador cristiano que va montado sobre un caballo blanco.
Los festeros del bando moro se lanzan a la lucha con sus arcabuces protegiendo a sus capitanes que están en la retaguardia. La plaza se desaloja y tras una larga y sonora batalla de quince minutos, las huestes cristianas toman la plaza. El capitán Marroquí resulta herido por la pólvora, que le cae en la cabeza y afortunadamente solo quema su turbante, aunque una chispa le salpica en la mejilla y debe ser atendido durante unos minutos por el puesto de Cruz Roja abierto en la planta baja del Ayuntamiento. Pronto se reincorpora a la batalla.
Los embajadores Cristiano y Moro empiezan una lucha cuerpo a cuerpo con espada y alfange a los pies del castillo, que continúa en lo alto de la fortaleza. La pelea concluye con la derrota del moro, que muere por un golpe mortal de la espada a manos del embajador cristiano, momento que arranca los aplausos y los vivas de un público entregado.
Este acto de una hora de duración hace las delicias de sus seguidores, pues muchos de ellos repiten año tras año, sobre todo por la gran interpretación de los embajadores, tanto del veterano Cristiano, Isidro Juan Gallardo, como el joven Embajador Moro, David Juan Monzó, que estrena el papel y sustituye a Damián Varea.