Entrecruzadas

ENTRECRUZADAS ENTRECRUZADAS Mari Cruz Prez Ycardo gramtica parda ww~ Entrecruzadas O Mari Cruz Prez Ycardo. Asociacin Gramtica Parda Primera edicin: Enero de 2019 Segunda edicin: Abril de 2019 ISBN: 978-84-949547-0-2 Cubierta: Mila Ortuo Lpez Ilustraciones: Antonio Ruzafa Lorenzo (pp. 21, 31, 55, 64, 75, 87, 97 y 116), y Jess Pastor Garca (pp. 24, 33, 46, 71, 83, 91, 103, 121). EDICIONES PUBLIBERIA www.publiberia.com El autor es el nico responsable de los contenidos de este libro as como de su difusin. Prohibida la reproduccin total o parcial por cualquier medio, incluido el escaneo a soporte digital y la indexacin temtica del texto mediante sistemas de reconocimiento ptico de caracteres para su uso en redes informticas o bases de datos, pblicas o privadas, independientemente de su fi n, salvo autorizacin por escrito del autor, que en el caso de este libro coincide con la fi gura del editor. Impreso en Espaa por Publiberia. Printed in Spain by Publiberia. A mi padre AGRADECIMIENTOS En primer lugar, quiero agradecer a mi musa, all donde quiera que se encuentre, esa ayuda que me proporciona para escribir, y pedirle que nunca me abandone. Ya en el plano terrenal, inmensas gracias a Mila Ortuo por la portada; es una gran artista. A Vernica Martnez, por el magnfico prlogo. Gracias, gracias, gracias. A Antonio Ruzafa Lorenzo y Jess Pastor Garca por su en- comiable labor ilustrando este libro. Otros dos artistas ms. Gracias a mi familia y amigos por soportarme, y sobre to- das las cosas, GRACIAS a Maruja Ycardo, mi madre, por abrir el camino en esta bonita senda de la escritura. 9 PRLOGO U E E N ATURALEZA AMOR N O O IMAGINAC I N S A A SOAR E A lOES A Cuentos, poesa, naturaleza, animales, montaa, imagi- nacin, amor, rer, soar... estas son algunas de esas palabras ENTRECRUZADAS que podemos encontrar en este libro de relatos de Mari Cruz Prez Ycardo: una serie de cuentos y poe- sas en los que prima el amor de la autora por la naturaleza, por 11 los animales y por la montaa, y en los que la imaginacin no solo nos hace partcipes de las inquietudes vitales de la autora, sino que tambin consigue regalarnos esa clase de emociones que nicamente se consiguen si nos atrevemos a soar, a rer, a dejarnos llevar por el lado bueno de la vida, aquel que debera ser primordial en nuestra existencia. Con un estilo fresco, agradable, ligeramente irnico y, en su mayora de veces, divertido, Prez Yeardo nos adentra en historias ocurrentes, a veces tiernas, otras veces hilarantes, que convivirn con nuestra perenne sonrisa desde que comenzamos la lectura de este libro. Deca un poeta annimo que: Una sonrisa no cuesta nada. pero da mucho. Enriquece a quien la recibe, sin hacer ms po- bre a quien la da. Solo necesita un instante, pero algunas veces su recuerdo perdura para siempre. Nadie es lo suficientemente rico ni poderoso para poder vivir sin ella y nadie es tan pobre que no pueda enriquecerse con ella. Crea felicidad en casa, genera buena voluntad en los negocios, y es la contrasea de la amistad. Es un descanso para el preocupado, anima al des- esperado, alegra al triste y es el mejor antdoto para todo tipo de problemas. No puede ser comprada, perdida ni robada, pues hasta el preciso momento en que se da, carece de valor Algunas personas estn demasiado cansadas para dar una sonrisa. Por ,favor, dadles una de las vuestras, pues nadie est ms necesita- do de ellas que aquel que no tiene para dar. Pues bien, esta obra, ENTRECRUZADAS, potencia las bondades de esa risa, de esa sonrisa que siempre debera acom- paarnos, de esa alegra en el corazn que nunca debe faltar en nuestras vidas. El lector que comience a adentrarse entre las 12 pginas de este libro se dar pronto cuenta de que cada historia. que su autora nos cuenta se convierte en una aventura tierna, un viaje de dulce encanto en su ntimo devenir, que ser espejo y reflejo de la necesidad intrnseca del ser humano por comulgar con todo aquello que nos rodea, con esa naturaleza viva, exube- rante, en la que todos andarnos inmersos aunque en ocasiones se pierda de vista su verdadero mensaje: un canto a vivir la vida de manera sencilla, agradeciendo los parabienes que nos son regalados y respetando siempre esa ddiva concedida sin coste concertado, para disfrutar con vigor de lo verdaderamente im- portante, aquello que da la amistad, el amor y esa sonrisa impe- recedera que nunca debera abandonar nuestros labios. Es por ello, por lo que desde aqu, lectores, os invito a que nos regalis esa sonrisa que s que os van a provocar las narra- ciones incluidas en esta obra y compartis con la autora vuestras andanzas durante su lectura. Buen viaje y buenas sonrisas. Vernica Martnez Amat (Escritora). 13 LA CASA DE FEDERICO F ederieo Azpilicueta tena una casa pequea. Tan pequea que casi no le caba el nombre. As que decidi hacerla ms grande. Todos los das lo primero que haca al levantarse era empujar las paredes. Con todas sus fuerzas iba de una pared a otra y empujaba y empujaba hasta ponerse rojo como un tomate y quedarse sin aliento. Al principio no not nada y seguan all apretujados su nombre y l sin poder moverse para nada. Como le picara la nariz, tena que inge- nirselas de mil maneras para poder rascarse. De tanto empujar, lleg un momento en que ya pudo ras- carse la nariz y hasta una oreja, y mirando a su alrededor se dio cuenta de que la casa pareca un poco ms grande. As que sigui empujando con ms entusiasmo. Y cuando la casa era tan grande corno para que l y su nombre pudieran estirar brazos y piernas sin ningn impedimento, sali a la calle muy contento dispuesto a contrselo a todo el mundo. Entonces se dio cuenta de que no tena amigos. Como antes su casa era pequea, tan pequea que casi no le caba el nombre nunca haba invitado a nadie y se haba ido quedando solo. Pero ahora que su casa era grande se dijo con una sonri- sa invitar a todo el mundo y tendr un montn de amigos. A partir de ese momento, la gente empez a llamarlo Fede porque sonaba ms carioso. As que Federico Azpilicueta fue sustituido por Fede, nombre mucho ms simptico y que ocu- paba menos espacio, con lo cual poda invitar a ms amigos a su casa. 15 A tantos invit, que la casa se volvi a quedar pequea y tuvo que volver a empujar las paredes. Como ahora le ayudaban los amigos, el proceso fue ms rpido y pronto tuvo una enorme casa donde todo el que quiera ir est invitado. Si vais a visitarlo, no necesitis preguntar por l; solo te- nis que echar un vistazo a vuestro alrededor y donde veis una casa con las paredes bailando y las ventanas sonriendo, all le encontraris. Es Fede, el que ms amigos tiene, el que antes era Federico Azpilicueta, que tena una casa tan pequea que casi no le caba el nombre. 16 EL CIELO MARINO C ierto da, los peces quisieron hablar con su seor. Te- nan una peticin que hacer, y como la consideraban justa, no dudaban en conseguirla. As que pidieron au- diencia y Neptuno los recibi gustoso. Decidme, pequeos, qu es eso que os aflige y hace que nadis desanimados Hablad sin miedo y, si est en mis manos, solucionar vuestro problema. Nadie habl. Todos estaban intimidados, porque aunque Neptuno era bueno y bondadoso, se enfureca con facilidad y ninguno estaba dispuesto a soportar su clera. Los pequeos se escondan detrs de los grandes, y los grandes deseaban hacerse invisibles. Tras unos tensos minutos, una vivaracha sardina sali desde detrs de una roca, y, lentamente, se aproxim decidida hasta la primera tila. Ver, majestad, no es que estemos mal ni seamos des- dichados, pero s echamos algo en falta. Y es que nos gustara tener luna y estrellas como tienen todos los dems seres del uni- verso. Neptuno la mir largamente antes de contestar. Al fi n, con voz tranquila y asintiendo con la cabeza, respondi: Considero muy justo lo que me pides, pero siento decirte que no est en mis manos poderos ayudar. Yo controlo el mar y sus habitantes, pero no tengo autoridad sobre el resto de criatu- 17 ras, ni sobre el orden del universo. Debis pedrselo a alguien ms poderoso que yo. Nunca se ha visto una comitiva ms triste que la que se retir de la audiencia real. Habra alguien ms poderoso que Neptuno No se atrevan ni a imaginarlo. Pero un viejo mero, algo olvidadizo y que se perda con fa- cilidad, se puso en medio de todos ellos y pidi que le escucha- ran con atencin. Como saban, l no tena mucha memoria (le vena de familia), pero nunca olvidara lo que le coment una sirena muchos aos atrs. Le dijo que los habitantes de la super- fi cie crean en alguien poderoso sobre todas las cosas, y cuando deseaban algo con intensidad, lo pedan con ahnco.., aunque no saba si lo llegaban a conseguir o no. De todas formas, no perdan nada intentndolo. Y se pusieron aletas a la obra. Enviaron emisarios a mares lejanos, ofrecieron recompensa y montaron vigilancia. Hasta los tiburones se ofrecieron a colaborar. Pero nadie supo dar noticias de su paradero y todos lloraban desconsolados. De repente, apareci por all un extrao visitante: un gran pez, de aspecto majestuoso, con brillantes escamas doradas que irradiaban luz a su alrededor. Todos lo miraban asombrados y un poco temerosos. He odo que me vais buscando y acudo a vuestra llama- da. Decidme qu es lo que tanto os aflige y, si est a mi alcance, gustosamente os ayudar. La misma sardinilla que habl con Neptuno fue la nica que reuni el coraje suficiente para explicar la situacin. 18 Una vez terminada su exposicin, el gran pez sonri con tristeza. Crea que haba hecho un mundo perfecto, pero bien veo que en algo fall. Me parece muy justo lo que peds y os lo con- ceder. Pero debis tener en cuenta una cosa: una luna y unas estrellas corno las que habitan el fi rmamento no podran vivir sumergidas, moriran sin remedio y sera una gran prdida. Por eso os voy a dar vuestra propia luna y vuestras propias estrellas. Diciendo esto, cogi una piedra del fondo marino y cu- brindola con sus aletas, la transform en un redondo pez. T sers el pez luna, y surcars los mares para que todos disfruten de tu presencia A continuacin, cogi un puado de arena y repiti la ope- racin. Esta vez fue una hermosa estrella la que apareci. Se la entreg a la sardina diciendo: T sers la encargada de poblar el mar de estrellas. Tira suavemente de uno de sus extremos. As lo hizo y, asustada, vio que un trozo se desprenda, pero que rpidamente volva a crecer dando a la estrella su aspecto original. Y del trocito des- prendido se form una nueva estrella tan bella como la anterior. As hars por todos los mares, para que todos sus habi- tantes disfruten de la belleza de las estrellas. Dicho esto, se gir lentamente, mirando uno por uno a to- dos los congregados a su alrededor. Puedo seros til en algo ms Deseis algo que os pue- da ofrecer Todos al unsono negaron con la cabeza, demasiado asom- brados para hablar. As, pues, me marcho. Si me necesitis, no dudis en Ila 19 marme y acudir gustoso. Cuidad bien los dones concedidos. Y se march nadando lentamente, iluminando todo a su paso y dejando un reguero de estrellas brillantes, que duraron solo unos segundos, pero que transmitan tanta paz que ninguno de los presentes lo olvidara mientras viviera. 20 A NECESITO DECIRTE N ecesito decirte tantas cosas que no me bastan mis das ni la inmensidad del universo. Necesito darte tantos besos, que me estallan en la boca sin poderlos conte- ner. Necesito tanto orte gritar mi nombre que mis odos lloran por no escucharte. Necesito acariciarte, mis manos se marchitan entre mis dedos sin poderlo evitar y se diluyen entre la nada de tu ausencia. Necesito verte, para que la ceguera de la estupidez no te aparte de mi lado. Necesito oler tu perfume dejando un aura de esperanza a tu paso. Necesito saborear todos tus rinco- nes, y mis labios se cuartean por la sed de tu rechazo. Necesito decirte tantas cosas.. . 22 EL APRENDIZ DE MAGO U nas virutas de humo azulado salieron de la chistera. Con emocin contenida se asom a su interior y la de- cepcin se vio rpidamente reflejada en su rostro. Otra vez! Tena que sacar una paloma y solo consegua conejos. Muy blancos y esponjosos, eso s, pero no era lo que necesitaba. La semana anterior fueron las cotorras. Ahora dicen por la radio que la poblacin de este animal ha aumentado excesiva- mente y estn empezando a ser consideradas como una plaga. Pero seguro que no todo es culpa suya; deba de haber ms gen- te con su mismo problema. La verdad es que desde que comenz aquel curso de magia, la fauna de la ciudad era mucho ms variada y numerosa. Y la cantidad ingente de palomas que haba era prueba in- equvoca de que muchos alumnos iban por el buen camino. l se vea predestinado a suspender si en el plazo de una se- mana no era capaz de conseguir que una paloma saliera volando de la chistera. Lo volvi a intentar: las palabras mgicas, unos golpecitos con la varita en el ala del sombrero y ale hop! Esta vez el humo era de un color verdoso, lo que le dio cierta esperanza. Lo primero que vio fue el pico, plano corno un zapato de esos que usaba su padre. Por favor, por favor, por favor, que sea un pato. 23 Y es que el pato an lo poda colocar en el estanque donde casi ya no caban, pero de ninguna manera poda meter otro ornitorrinco en el cajn. 24 QUIERO SEGUIR DESCANSANDO Soy una momia muy digna, de realeza y abolengo, ya no puedo pedir ms pues lo que quiero lo tengo. Tengo un sarcfago enorme repujado en oro y plata, enormes piedras preciosas recubren toda su tapa. Mis vendas, de lino puro, tan blanco como el jazmn podran ser el ajuar de una novia nazar. Descanso mi sueo eterno desde hace ya muchos arios en un bello mausoleo oculto a seres extraos. Repleta de maldiciones est la entrada a mi cripta para que esos que molesten salgan con muy mala pinta. 25 Espero no me descubran con sus picos los humanos, pues seguro que hacen trizas mi reposo tan amado. Quiero seguir descansando como poco otros mil aos, si quieres seguir indemne coge tus chismes... y andando. 26 LA HORMIGUITA CASTA E ste siempre haba sido un buen lugar para vivir: tran- quilo, soleado y con rboles que daban sombra cuando ms falta haca, comida abundante por los alrededores... ramos una comunidad feliz y bien avenida. Pero un da, mira por dnde, alguien decidi construir pre- cisamente aqu, encima de nuestro hormiguero. Tuvimos unos das espantosos transportando larvas y alimentos a un lugar ms seguro. Despus de todo, no estaba tan mal la cosa, porque los obreros siempre dejaban muchas sobras de comida que nosotras, cmo no, almacenbamos diligentemente en nuestras despensas. Pero un da, un rumor empez a recorrer nuestra vivien- da, alterando a todas las hormigas jvenes y recordando viejos tiempos a las mayores. No s quin empez a difundir la noti- cia, quiz alguien la oy comentar o quiz era una broma de mal gusto. El caso es que aquel hecho alter sobremanera nuestra tranquila vida. Y qu puede haber que altere a una comunidad tan ordenada y trabajadora como la que forman las hormigas Pues era que iba a venir el hormign! No saban qu da, pero ellas se encargaran de averiguarlo, de eso no caba duda. Las desvergonzadas jovencitas se pasaban todo el da cerca de los trabajadores, con el riesgo de ser pisadas, solo por ente- rarse de la fecha exacta del acontecimiento. Hacan turnos como quien est en un cuartel y no se perdan ni una sola conversa- cin, pero sin or la ansiada noticia. 27 1---lasta que un da, la alocada de la galera derecha lleg co- rriendo como una posesa, con los ojos desorbitados y las patas a punto de hacerse un lo. Maana... maana.. . a primera hora. .. llega el hormi- gn! dijo entre jadeos mientras intentaba recuperar la respi- racin que deba haber perdido en algn momento de su carrera. Aquello fue todo un despropsito. Hubo una estampida ge- neral de hormigas corriendo por doquier, abandonando frutos y semillas all donde les vena bien, que generalmente era el lugar en el que se encontraban al enterarse de la noticia. Yo intentaba poner orden, pero nadie pareca enterarse de mi presencia. Estaba segura de que aquello no poda traer nada bueno, era ms vieja y por tanto ms sabia y saba que el hor- mign no era de fi ar. No lo conoca personalmente, pero haba odo que haca estragos all donde apareca. Pero a m no me iba a engaar, no seor. Me ira lejos hasta que desapareciera, no iba a rendirme a sus encantos, una era una hormiga decente que no perda los cascos por mucho hormign que se le pusiera delante. No tengo palabras para describir la escena que descubr a la maana siguiente cuando sala muy temprano para irme lejos de all y no tener que presenciar la bacanal que estaba segura se iba a desarrollar. Todas las hormigas en edad de merecer (y algunas que no), lucan sus mejores galas, se haban pintado los ojos y las patas de brillantes colores, y se haban atado lazos en la cintura para parecer estilizadas y esbeltas como las avispas (siempre las ha- ban envidiado por eso). Incluso aquel vejestorio que siempre me rea cuando era pequea se haba hecho un lifting en las 28 antenas! Esto era lo ltimo. Me fui de all asqueada, caminando gran parte de la maana para alejarme de aquel lugar de per- versin, una nueva Sodoma a la que no saba si me atrevera a volver. Pero cuando empezaba a oscurecer y me vi sola en mitad de un lugar desconocido, decid regresar. Echaba de menos la compaa de mis amigas (aquellas guarras que a saber qu ha- bran hecho, que perdan la razn por el simple olor de una fe- romona masculina), tena hambre y fro y aoraba mi rincn en la galera. Conforme me acercaba not que algo no iba bien, el suelo temblaba bajo mis patas y un ruido muy fuerte se extenda por el aire. Lo que vi a continuacin me dej petrificada. Un animal gigantesco con un estruendo ensordecedor se ergua ante nues- tro hogar. Tena un abdomen enorme del que sala una cosa muy larga por donde caa una masa pastosa directamente encima de mi aorado hormiguero, como si quisiera fecundar a todos sus habitantes de una sola vez. Me imagino a mis queridas compaeras sepultadas bajo aquella cosa, pero eso s, todas muy elegantes y arregladas. Cuando aquel ser termin su labor reproductiva se march, y al pasar por mi lado, pude ver que llevaba su nombre escrito, corno si fuese una tarjeta de visita. Deba haber ms de uno como l, porque se denominaba a s mismo Hormigones Facundo. Me acerqu con sigilo, pasando cuidadosamente entre varios pares de pies que no tenan la menor consideracin por mi pre- sencia y a punto estuve de morir aplastada una docena de veces. Donde deba estar mi hogar, mi colonia, mi familia. .. mi hormiguero, no haba el menor rastro de vida. 29 Solo un esperma gris y pesado cubra toda la superficie, en una cantidad tal que sera suficiente para todas las hormigas del planeta si hubiera estado bien administrado, y no despilfarrado de esa manera. De lo dems.. . nada. As que, aqu estoy, la nica superviviente. Y todo por no haber querido sucumbir a los encantos del renombrado conquis- tador, que ojal reviente ahora mismo. Como no tena nada mejor que hacer, me dediqu a infor- mar a mis congneres de los peligros del hormign, que ser muy famoso, pero para nada un caballero. Fui de hormiguero en hormiguero propagando la noticia. Algunas hormigas decidieron unirse a m, y as formamos una asociacin: HORCAS (Hormigas Castas), incluso tenamos un lema: Horcas contra el hormign, somos mogolln. Logramos salvar muchas vidas, pero nunca pudimos hablar con el hormign, ni siquiera se dign a mirarnos. Incluso una vez arroll a unas cuantas que formaron un piquete para dete- nerlo. Yo ahora ya estoy mayor para esto, as que he dejado el tes- tigo a las ms jvenes, y ellas siguen adelante, llevando a cabo la labor de la asociacin. Espero que algn da, el hormign entre en razn. HORCAS CONTRA EL HORM1CiN, SOMOS MOGOLLN!! 30 C. 1 ( WORCAS CoNTRA al-toro/165o SOMOS moGotielv 1 er lrE2 n Uill VOLAR L o que me apasiona es volar. Extender las alas y dejarme llevar por el viento, surcar el firmamento y pasearme entre las nubes, notar su blanda frescura en mi rostro y su beso de algodn en mi mejilla. Al amanecer, cambio mi atuendo por las plumas y me su- merjo en mi nueva apariencia. Me contemplo extasiada, me en- cuentro hermosa, una fi gura esculpida por el ms hbil tallador. Extiendo mis alas y me maravillo de su envergadura, delicadas pero fuertes plumas bellamente alineadas. Potentes patas con fi eras garras negras como el azabache. Y entonces me lanzo exultante al vaco en un gran picado para remontar el vuelo. .. Hasta que llegue la noche y me cubra con una frgil earcasa humana. 32 EL VIEJO PESCADOR E , viejo remendaba las redes sentado en la arena de la playa. Era algo que llevaba haciendo desde nio, si bien ahora la artrosis le dificultaba bastante la tarea. Un tra- bajo que realizaba mecnicamente, con la mirada perdida en la inmensidad del mar, de ese mar que le proporcionaba sustento, pero al mismo tiempo mermaba su salud. Por la maana, saldra de nuevo con su barca y sus remen- dadas redes para faenar lo que el mar tuviera a bien otorgarle. Y por la tarde volvera a revisar las redes, mientras el salitre se iba depositando en su viejo corazn de marinero. 33 REFLEXIONES DE UN FANTASMA L a verdad es que Ernesto siempre haba sido un fantasma, incluso cuando estaba vivo. Pero si antes era un poco fantasma, ahora era un fantasma de tomo y lomo, con todas las de la ley. Eso s, sin grilletes ni cadenas ni la bola esa que pesaba una tonelada; todo eso est pasado de moda, ya se ha quedado obsoleto, al igual que la tpica sbana blanca. Es que antes todos los fantasmas parecan iguales, como si fueran de uniforme: cadenas y bola para hacer ruido y la sbana por encima para parecer ms grande y hala! a hacer Buu, .buu por los pasillos en los que siempre haca un fro de muerte. Era todo un latazo, porque como la sbana tena que ser blanca para que destacara ms en la negrura de la noche (que es cuando trabajan los fantasmas), pues era imposible tenerla siem- pre limpia, y ms antes que no existan los detergentes que exis- ten ahora. Ya podan tener ms imaginacin los de los anuncios y sacamos a algunos de nosotros a currar, porque como ahora hay tan pocas casas viejas y dignas de tener un fantasma hay un paro que no veas. Y como encima los fantasmas no se mueren, cuan- do uno coge una plaza ya no la suelta. No es que necesitemos trabajar para vivir, pero ser fantasma en paro es tan aburrido... Otro inconveniente de la sbana eran los dichosos alujeri- tos para los ojos. Nunca consegua que estuvieran en su sitio! Entre eso, y la cola que me arrastraba por lo menos siete metros y se me liaba con la cadena hay que ver la de tortazos que me 34 he pegao por esos pasillos de Dios. Menos mal que en esas ocasiones siempre he estado solo. Resulta tan pattico ver a un fantasma dando traspis intentando mantener el equilibrio para acabar tirado por los suelos como una vulgar colilla con la s- bana arrugada y sucia y la cadena hecha un lo, que si alguien me hubiera visto me hubiera muerto de vergenza (si es que es posible morirse dos veces). Y luego la dichosa bolita, que no s a quin se le ocurrira eso de que los fantasmas tienen que ir toda su vida arrastrn- dola de aqu para all, con lo que pesa y el ruido que hace y lo que raya el suelo y lo que cuesta sacarle brillo, que me saca de quicio y es que no la soporto, menos mal que ya nos la hemos quitado de encima. Me pongo malo solo de pensar en ella. Antes de seguir quiero hacer una aclaracin: todo lo que se refiera a vida, vivir, vivo, morirse, etctera, etctera, etctera, referido a la existencia fantasmal es una forma de hablar. No hay que tomrselo al pie de la letra, pero despus de tantos aos usando esos trminos es un poco difcil quitarse la costumbre. Pero bueno, ms o menos nos entendernos no Pues nada, eso es lo importante. Como iba diciendo, yo estaba hasta el gorro del dichoso trajecito y sus accesorios cuando apareci Ernesto. Fue una re- volucin. Lleg con un traje de mil rayas perfectamente planchado, con su correspondiente chaleco, camisa blanca y corbata con el nudo ms perfecto que he visto en mi vida, y unos zapatos relucientes. Pelo engominado con la raya al lado y un fi no bigotito sobre el labio superior (qu tontera, en qu otro sitio podra estar...!) 35 Su presentacin fue de lo ms escueta: Me llamo Ernesto y quiero ser fantasma. Nos puso en un verdadero dilema porque uno no puede ser fantasma as como as. Normalmente es algo que viene de fa- milia. Yo, sin ir ms lejos, no quera ser fantasma, pero cuando todava estaba en la caja esperando a ver si iba para arriba o para abajo, vino mi padre, me agarr del pescuezo y no me dio tiempo ni a protestar. Me solt el tpico discurso: que su padre, su abuelo, su bisabuelo y todos los que me pudiera imaginar anteriores a ellos haban sido fantasmas; y yo tena que seguir la tradicin. Ya ves t, como si esto fuera estudiar una carrera. Al principio lo pas muy mal porque siempre me han dado miedo los fantasmas y me seguan dando, as que imagnate cmo lo pasaba todo el da rodeado de ellos. Me acurrucaba en un rin- cn e intentaba pasar desapercibido, ni siquiera me mova, entre otras cosas porque no tena fuerza suficiente para arrastrar la bolita de las narices. Por fi n me hice un amigo y me anim a salir un poco. Me dio unos cuantos consejos para llevar la bola y una vez que le coges el aire parece que no cuesta tanto, aunque sigue siendo un incordio. Con l empec a divertirme de verdad porque era realmente travieso y le encantaba dar sustos a la gente, as que yo me hice tan gamberro como l y los dos lo pasbamos en grande. Fue una poca muy feliz, porque vivamos en un castillo inmenso, con un montn de gente entre seores, criados y nios, as que no tenamos tiempo de aburrirnos. Con la que ms me rea era con la cocinera, porque se pegaba unos sustos de miedo y era digno de ver todas las ollas y sartenes saltando por los aires 36 mientras ella sala corriendo despavorida. Pobrecilla. Al fi nal tuve que dejarla tranquila por miedo a que le diera un infarto, pero todos los das le dejaba una rosa sobre su cama en agrade- cimiento por los buenos ratos que me haba hecho pasar. Y la muy tonta crea que se la pona el jardinero y cada vez que lo vea se le derreta el corazn. l, pareca no enterarse de mucho, mejor as. Los nios tambin eran muy divertidos, pero como en su inocencia no tienen miedo de nada, los temibles eran ellos. Cada vez me costaba ms salir indemne de mis correras, y de- cid abandonar el da que acab atado con mil nudos a la pata de una cama y con el orgullo por los suelos. Al cabo de los siglos el castillo qued deshabitado y decid marcharme yo tambin, porque.. . para qu sirve un fantasma si no hay nadie a quien asustar Fueron unos aos terribles de los que prefiero no acordar- me, vagando de ac para all sin encontrar un sitio donde ins- talarme aunque fuera solo para lavar la sbana, que ya estaba asquerosa. En este estado lamentable me encontr mi amigo, al que no haba vuelto a ver despus de lo del castillo. Me fui con l a un antiguo casern donde haba unos cuantos colegas ms, y es que con la escasez de vivienda, la densidad de poblacin por metro cuadrado aumentaba una barbaridad. Y en esas estbamos cuando apareci Ernesto con su aspec- to de seorito elegante. Se puso tan pesado con lo de que quera ser fantasma que no hubo ms remedio que admitirlo, entre otras cosas porque 37 no haba modo de echarlo y porque, segn l, no haba ninguna ley que le impidiera ser fantasma. Y era cierto, no exista esa ley ni ninguna otra, pues los fantasmas nunca habamos estado reconocidos legalmente. Pero todo eso iba a cambiar con la llegada de Ernesto. El primer cambio fue el del vestuario (Nunca podr agradecr- selo lo suficiente!). Se neg en redondo a ponerse la sbana y la dichosa bolita y no hubo manera de hacerle cambiar de opinin. Yo no intent convencerlo, porque lo comprenda perfectamente, y corno tampoco haba ninguna ley... Al fi nal todos se dieron por vencidos y acabaron reconociendo que a ellos tampoco les haca ninguna gracia ir con esa facha y op- taron por el libre albedro de vestir como les diera la gana. El nico que sigui con la sbana fue un viejecito que deca que despus de tantos aos le tena mucho apego. Pero yo creo que lo que la tena era pegada al cuerpo pues no era muy amigo de la limpieza y despus de tantos aos... se le apeg. Pero eso s, se desprendi de la cadena y la bola con mucho gusto y andaba tan ligero que pareca haber rejuvenecido un par de siglos. Ernesto rpidamente se autoproclam jefe de la banda y na- die puso ninguna objecin. Para que tuviramos un poco ms de orden cre el Sindicato de los Fantasmas con sus estatutos y todo entre los que se inclua regulacin de horario, vacaciones y libertad de susto entre otras cosas. La libertad de susto consista, como su propio nombre indi- ca, en que cada uno poda asustar como le diera la real gana, ya no haba que seguir el orden preestablecido de antes que al fi nal resultaba montono y aburrido. 38 Una vez todo aclarado decidimos ampliar nuestro radio de accin y nos separamos para tener mayor cobertura. Fue una poca fantstica, pues todos gozbamos de una li- bertad que nunca antes habamos tenido y decidimos explotarla a tope. Hubo un boom en la aparicin de fantasmas, espectros y dems, las casas embrujadas aparecan por todas partes y toda familia de alcurnia tena su merecido fantasma. De aqu surgi un negocio muy provechoso: los cazafantas- mas. La verdad es que eran unos incompetentes intiles, pero la gente en su desesperacin los llamaba y all acudan ellos sin dudarlo. No s por qu la gente nos tena tanto miedo si lo nico que queramos era divertirnos un rato, pero claro, si no asust- ramos seramos como el fantasma de Canterville (algo as como la oveja negra de la familia). All donde uno de nosotros apareca un par de veces, se presentaban los cazafantasmas cargados con sus brtulos que no eran ms que hojalata y bombillas sin ninguna utilidad. Pero claro, como lo primero que hacan era desalojar la casa, nos aburramos como ostras y acabbamos por marchar- nos nosotros tambin. Y entonces era cuando los cazafantasmas cobraban y se llevaban el dinero, la fama, el xito y todo lo de- ms y segn ellos, unos cuantos ectoplasmas pegajosos dentro de una caja cerrada hermticamente (que si se hubieran fi jado un poco se habran dado cuenta de que siempre era la misma). A Ernesto estuve mucho tiempo sin verlo, pero segn ten- go entendido, encontr una bella fantasmita de sbana alegre y decidieron pasrselo a lo grande ellos dos solos, as que se 39 tomaron unas vacaciones y desaparecieron del mapa. Yo, la ver- dad, en el tema de mujeres nunca he tenido mucho xito. Si no lo tena cuando estaba vivo y el sexo masculino era ms bien escaso, imagnate ahora que es justamente al revs. Y es que lo de las mujeres fantasma tambin cambi con la llegada de Ernesto. Antes no haba ninguna, era como si el ser fantasma. fuera exclusivo del hombre; y nadie se lo planteaba, ni peda ex- plicaciones, ni siquiera las echaba de menos o pensaba en ellas. Pero cuando Ernesto llevaba ya un tiempo con nosotros se le notaba cada vez ms inquieto y susceptible, hasta que un da me llam aparte y casi como en un susurro me pregunt: Oye, dnde demonios estn las pibitas Pibitas dije yo con cara de asombro. Eso qu es Una bebida nueva Hay que tener en cuenta que en mi poca el trmino pibitas no estaba ni siquiera inventado. No, hombre, las titis, las gachs... las mujeres, caray, que parece que no te enteras. Mujeres Pues... no hay. Cmo que no hay Qu quieres decir Pues eso, que yo nunca he conocido a una mujer fantas- ma ni creo siquiera que exista. La verdad es que nunca me he parado a pensarlo Y retorcindose el bigotito con los dedos que era lo que haca cuando se pona nervioso, empez a pasear de un lado a otro murmurando sin parar, hasta que al fi nal, con un brillo ma- licioso en los ojos, me dijo que eso haba que solucionarlo, que convocara una reunin urgente. Y as lo hice. 40 Se expuso el tema con mucha claridad y aquello fue un caos total. Unos opinaban que eso era inadmisible, que nunca podra existir una mujer fantasma porque las mujeres no servan ni para eso. Otros estaban tan asombrados de ver que ni siquiera se ha- ban dado cuenta de que no haba mujeres que se quedaron bas- tante alelados y no decan nada. A otros les daba lo mismo. Y otros, un ruidoso grupo de jvenes, comenzaron a aplaudir, silbar y a armar todo tipo de escndalo; ellos, por supuesto, estaban de acuerdo con Ernesto y cuanto antes se solucionara la cosa, mejor. Todava no logro explicarme cmo lo consigui, pero unos pocos das despus apareci por all un precioso grupo de jo- vencitas con muchas ganas de divertirse. Y se fueron con los jvenes, as que los dems nos queda- mos igual que estbamos. Mejor as, pues de lo contrario seguro que habran surgido peleas entre nosotros. Cuando hay mujeres por en medio siempre pasa lo mismo. De eso hace ya bastante tiempo. Algunos de los jvenes vol- vieron malhumorados y otros cabizbajos y con el rabo entre las piernas (dicho sea sin doble intencin). El motivo era que las re- cin estrenadas fantasmas haban encontrado otros acompaantes ms guapos y mejor acomodados y, claro, ya se supone el resto. El que no apareci fue Ernesto, y es que l, con su aspecto y su labia, no tena nada que envidiar a nadie. Tambin tena un don natural con las mujeres: las miraba, sonrea, y todas caan rendidas a sus pies. Ni siquiera haba necesitado abrir la boca. Poco a poco fueron apareciendo ms mujeres, pero la mayora comprometidas. Si se haban hecho fantasmas no era por gusto, sino por estar cerca de algn familiar que haca tiempo haba pasa 41 do a mejor vida y tambin era fantasma. O todo lo contrario, para poder visitar a los que todava estaban vivos. A estas era mejor de- jarlas tranquilas, porque bastante tenan ellas con sus problemas. Una vez pasada la novedad de las mujeres todo volvi a la tranquilidad y era normal que conviviramos juntos (pero no revueltos). Y es que en lo referente a la sexualidad de los fantasmas es como intentar definir el sexo de los ngeles: todo un misterio. As que con esas estamos, mucho ms ordenados y legaliza- dos que antes, pero tambin ms descontentos, porque nos plan- teamos muchas cuestiones que antes ni se nos ocurran. Debe ser que la inteligencia aumenta con la edad. O es que somos ms quisquillosos, vaya usted a saber... Por otro lado, cada vez hay ms disputas en lo referente a las mujeres, sobre todo entre los jvenes, aunque ya digo que yo con eso no me meto, pero no me hace ninguna gracia ver a dos jvenes fantasmas soltndose improperios mutuamente mien- tras una jovencita espera en un rincn como si la cosa no fuera con ella y lo ms importante del mundo fuera inspeccionarse las uas hasta el ltimo milmetro. En cuanto a Ernesto, cada vez aparece menos por aqu y quiz sea mejor as, porque cada vez que lo hace surge una nue- va idea que siempre origina un conflicto. Luego l se va y aqu nos quedamos nosotros para solucionarlo o para acabar tirndo- nos de los pelos, que es lo ms frecuente. As que uno empieza a plantearse muchas preguntas, a pen- sar en otras opciones o alternativas. 42 Yo no tengo a nadie que contine con la tradicin de la familia (la de ser fantasma, quiero decir), y en caso de que lo tuviera, nunca, nunca lo obligara como hicieron conmigo. Eso sera algo que tendra que decidir l (o ella). Y yo ya llevo muchos aos aqu, as que creo que he cum- plido sobradamente con mi obligacin. No s para qu quera mi padre que fuera fantasma, si total, llevamos siglos sin ver- nos. Cuando vino a buscarme al morir, me quedaba la esperanza de que quiz estuviramos ms unidos en la muerte de lo que lo habamos estado en vida. Pero no ha sido as. l solo fue a buscarme para que cumpliera con mi obligacin. As que, si no espero a nadie, y a la nica persona que real- mente le interesaba que yo estuviera aqu no se acuerda de que existo, qu hago yo aqu Por qu estar aguantando algo que no me gusta, y que cada da se pone peor, con ms disputas y la gente est ms violenta y descontenta Por qu no me voy Realmente echar de menos a alguien Probablemente a dos o tres, pero eso siempre se acaba superando. Me llevar su recuer- do y eso nadie me lo podr quitar jams. Despus de mucho meditar he llegado a la conclusin de que no quiero seguir siendo fantasma (en realidad nunca he que- rido sedo); as que voy a presentar mi dimisin. Para variar, no hay ninguna ley que te obligue a ser fantasma perpetuo o que impida que dejes de serlo, as que algn modo debe de haber para salir de aqu. Y no voy a parar hasta que consiga encontrar- lo. No s cunto tardar, pero el tiempo no importa, si algo nos sobra a los fantasmas es eso precisamente. As que puede que decida reencarnarme, s eso har, me 43 reencarnar en, en, en qu Qu puede ser divertido, que lleve una vida fcil, cmoda y sin preocupaciones Ay, qu compli- cado es esto, jolines! Todo lo que se me ocurre tiene sus venta- jas y sus inconvenientes, no hay nada perfecto. Me reencarnar en gato En perro Lagartija Maripo- sa Len Pulga Maceta Florero Vendedor ambulante Payaso Oso de peluche... No, ya est! Me reencarnar en alguien elegante, distingui- do, con xito con las mujeres, persuasivo, con don de gentes, con aptitud de jefe y admirado y envidiado por todos sus ami- gos: me reencarnar en Ernesto. Pero nunca querr ser un fantasma, ni siquiera estando vivo. 44 EL RASTRO ROJO C uando el inspector vio aquel rastro rojo que se adentra- ba en el cobertizo no lo pens ni un instante. Aparc el coche y sali pistola en mano dispuesto a encontrar al responsable de tan cruento asesinato. Entre sus compaeros tena fama de fantasioso y de ver ase- sinos y psicpatas por doquier, pero ahora, cuando resolviera semejante hallazgo, todos tendran que reconocer que tena un olfato policaco fuera de lo normal. Con cautela, fue siguiendo la pared con la pistola por delan- te, hasta llegar a la puerta, por donde segua manando ese viscoso lquido rojo. Se oan quejidos desde el interior, lo cual indicaba que la vctima se encontraba viva (poco probable debido a la gran prdida de sangre) o que, peor an, eran varias las personas que all estaban siendo torturadas. Ya se vea como el gran salva- dor de la humanidad, que haba capturado l solo a un peligroso asesino en serie. Hasta imaginaba la placa, que sin duda le en- tregaran, colgada en su despacho con un bonito marco dorado. Mariano estaba pintando una enorme reja cuando, al inten- tar espantar una mosca, perdi pie en la escalera y acab vol- cando en su cada un gran bidn de pintura roja. Embadurnado de pies a cabeza, intentaba levantarse sin xito, en parte por lo resbaladizo del suelo y en parte por el dolor en su tobillo iz- quierdo, que deba haberse dislocado. Se le escap un gemido lastimero al intentar apoyar el pie en el suelo. 45 Desde la puerta, alguien a quien l no poda ver debido al trasluz gritaba a pleno pulmn: Polica, levante las manos! Sin dudarlo un instante, Mariano obedeci, sosteniendo an el pincel del que caan gotitas rojas que se unan al reguero que, lentamente, se deslizaba hacia el exterior. 46 SALVAR A LA PRINCESA C on cautela se aproxim al castillo. En aquella torre tan alta es donde debera encontrarse encerrada la princesa. La luna llena lo acompaaba en su aventura, haciendo que todo se viera con claridad. La guardia debe estar durmiendo, pues no se ve a nadie haciendo la ronda. Pues cuando despierten se van a llevar un buen susto. Incluso puede que ruede alguna que otra cabeza. Razon con su gil y despierta mente. Comprob con alivio que el foso estaba seco. Claro, con esta sequa.. . Se habrn muerto hasta los cocodrilos. Pues me- jor, una complicacin menos. Cruz esa tierra agrietada que se desmenuzaba bajo sus pies. Escal gilmente hasta lo alto de la torre ayudado por una enredadera que creca adosada a la pared. Para meterse por un estrecho ventanuco tuvo que hacer contorsionismo, pero todo fuera por salvar a la hermosa princesa. Vaya! Pues no hay nadie. exclam al percatarse de que la deseada damisela no se hallaba presente. Aunque.. . teniendo en cuenta las condiciones higinico 47 sanitarias del aposento, ya no estaba tan seguro de querer en- contrarla. El espacio estaba en un estado lamentable, lleno de telaraas por doquier y una abundante capa de polvo cubriendo el suelo. Pero l era un caballero y su obligacin era socorrer a las damas en apuros, as que se dispuso a bajar por la escalera y hacer frente a cuantos peligros le salieran al encuentro. De momento, el mayor peligro era la escalera, resbaladiza y con el trazado de muchos escalones casi inexistente. Con mucho es- fuerzo consigui llegar a la planta baja sin matarse, y entonces comprob que lo que l esperaba que fuera un hermoso castillo no eran ms que ruinas. Asombrado, se sent recostado en la pared para pensar cmo poda deshacer el embrujo que sin duda pesaba sobre ese lugar. Esa piedra que se le estaba clavando en la espalda hizo que se despertara. Mir a su alrededor sin conseguir ubicarse, el sol le cegaba y tena un insoportable dolor de cabeza. Poco a poco, los recuerdos fueron acudiendo a su embota- do cerebro. La noche anterior haba celebrado su despedida de soltero y el alcohol haba corrido libremente a lo largo de varias horas. Pero eso no explicaba qu haca en el castillo y con esa absurda ropa imitacin de algn traje medieval. Ah, s! Ya recordaba, haba venido a rescatar a la princesa. Princesa Princesa!!! Mir el reloj sobresaltado. En menos de una hora, su princesa, la nica que le importaba en 48 este mundo, estara delante del altar esperando que apareciera su prncipe (o sea, l) y por nada del mundo la iba a dejar sola en ese momento. Sali corriendo arremangndose los faldones del jubn. Al pasar cerca de la iglesia, vio que ya estaban empezando a llegar los invitados. Corri ms y ms. Se visti en diez minutos sin dar explicaciones a nadie y termin de peinarse ya dentro del coche. Consigui llegar a la iglesia unos minutos antes que la novia, que corno era costumbre (de lo que tena que dar gracias) siempre se retrasaba. Al da siguiente, en el peridico sali la noticia de la posi- ble presencia de un fantasma en el castillo, pues varios vecinos aseguraban haber odo ruidos y visto una fi gura de extraa ves- timenta en su interior. Las crnicas no dicen nada, pero pueden estar seguros de que si alguna vez hubo una princesa encerrada en esa torre, ha- ba un caballero dispuesto a rescatarla. 49 EL AMIGO A aquel que me ha enseado el verdadero valor de la palabra amistad. y . , o no s por qu el mundo me hizo as, o si hubiera sido distinto de haber nacido de otra manera, pero lo que s s es que para los dems es ms importante el aspecto externo que la grandeza de lo interno. Se tiende a valorar ms un regalo miserable con un precioso envoltorio que aquel cubierto de harapos, aunque al quitarle esta suciedad que lo recubre, su belleza supere con creces a la del primero. Yo nac feo, ms que feo. Me describira como abomina- ble si no fuera porque adjudicarme semejante adjetivo me hara parecerme en mis opiniones a aquellos que en la vida me han hecho tanto dao. Y porque, adems, la fuerza de la costumbre me hace no verme tan repelente como al principio. Desde que tengo uso de razn me he y me han considerado feo. Excepto mi madre, claro est. Quiz todava est purgando sus pecados, aquellos que cometa da tras da cuando exclamaba: Pero qu hijo ms guapo tengo, ven aqu precioso mo! Y me colmaba de besos y caricias. Las madres, ya se sabe... Mis hermanos eran mucho ms guapos que yo, bueno, mejor dicho, ellos eran guapos, ya que cualquiera supera con creces mi belleza tenga el aspecto que tenga. No s cmo siendo todos hijos del mismo padre pudimos salir tan diferentes. He pensado 50 ms de una vez que quiz mi padre fuera otro pero nunca he te- nido la entereza suficiente para preguntrselo a mi madre. Ahora, por suerte o por desgracia, ya no puedo hacerlo. Tal vez sea me- jor as porque la habra ofendido intilmente y yo seguira con mi deplorable aspecto fuera quien fuera mi progenitor. Mis hermanos, guapos todos ellos, pronto encontraron quien los quisiera y tuvieron su propia familia. Yo, por el con- trario, segua con mi madre que era la nica que no se cruzaba de acera ni abra desmesuradamente los ojos al verme. Si qui- siera, podra recordar cientos de expresiones de asombro, asco o hilaridad que produca mi aspecto, pero eso sera amargarme innecesariamente, as que mejor dejarlo estar. Corno en un principio la gente me tiraba piedras, me chilla- ba o me echaba con cajas destempladas de cualquier lugar, tanto mi madre como yo aprendimos a evitarlos y nos convertimos en dos seres solitarios que solo se tenan el uno al otro. Nos que- ramos mucho y no nos separbamos ni un instante. Y as, iba discurriendo nuestra vida. l tambin era feo. Por lo que yo pude entender, su vida ha- ba sido como un calco de la ma, dos feos marginados del resto de la sociedad, pero destinados a encontrarse. Fue una glida y lluviosa noche de invierno. Mi madre y yo volvamos rpidamente a casa, pues la lluvia cada vez era ms fuerte y aunque ya estbamos calados hasta los huesos, no queramos mojarnos ms y anhelbamos un lugar seco y clido donde refugiarnos. Fue al cruzar la carretera cuando aquel coche negro al que nosotros no vimos y el que no qui- so vernos, golpe a mi madre y la lanz a la cuneta. Yo tuve 51 suerte porque como era ms pequeo pas por encima de m sin rozarme un pelo siquiera, ya que milagrosamente estaba en el espacio que hay entre sus ruedas. Corr rpidamente hacia mi madre e intent sin xito curarle sus heridas por las que se le iba la vida a borbotones. Ella me dio un beso carioso y luego se durmi. Estaba muy cansada despus de tanto correr y dolorida por el golpe, as que pens que sera mejor que se recobrara un poco y luego seguiramos adelante. Yo me acu- rruqu pegadito a ella para darnos calor y compaa y tambin acab durmindome. No s si pasaron segundos, minutos o incluso horas, pero not que alguien me acariciaba y me hablaba con ternura. As solo sola tratarme mi madre, pero esa no era su voz y, adems, yo notaba su hmedo cuerpo pegado al mo. Sent que me le- vantaban del suelo y vi a alguien desconocido que me coga. entre sus brazos y comenzaba a alejarme de aquel sitio. Llam a mi madre muchas veces, gritando, llorando porque queran separarme de ella. Pero estaba tan cansada que no era capaz de despertarse. Intent ir hacia ella, pero aquellos brazos me sujetaban fi rmemente. Mi madre estaba demasiado quieta y de- masiado indiferente a mi llamada, pero yo me negaba a aceptar la realidad. Solo con el paso del tiempo llegu a asumirlo com- pletamente: mi madre, la nica en el mundo que no se haba ho- rrorizado de mi aspecto y que no me haba abandonado un solo instante, la nica que me haba demostrado su cario y brindado su compaa ya no estara ms conmigo. Se quedara tirada en aquella cuneta hasta que su cuerpo se fundiera con la tierra y su esencia se esparciera con el viento. Ni siquiera tuve fuerzas para llorar de tan triste corno estaba. 52 Aquel que me haba recogido me meti dentro de su cha- queta y all, junto al calor de su cuerpo me volv a quedar dor- mido mientras la pena se asentaba en mi corazn y la angustia embotaba mi cerebro. Cuando despert estaba sobre una manta frente a una chimenea con un gran fuego encendido. Como mis encuentros con la gente nunca han sido agrada- bles, me fui discretamente a un rincn y all me escond. Cuan- do el hombre volvi, me llamaba y buscaba por toda la sala, pero yo me negaba a salir. Tantas veces haba acudido a una llamada para recibir como contestacin una patada! Al fi n me encontr y cuando fue a cogerme, yo tena tanto miedo que le mord. Cunto me he arrepentido de aquella mi pri- mera accin, pero es que hasta el momento solo haba recibido desprecio y malos tratos. l, lejos de enfadarse, me trajo un plato de comida. Aunque hay que reconocer que el mordisco tampoco haba sido gran cosa, no me esperaba esa respuesta. Tras una dura. batalla interior, rein el hambre sobre el miedo y sal tembloroso y avergonzado, fui hacia l y le lam all donde antes le haba mordi- do, implorando su perdn, con el rabo escondido entre las piernas. De eso hace ya unos cuantos aos, y aqu sigo. He odo comentarios de la gente, diciendo que hacernos bue- na pareja porque los dos somos igual de feos. Yo, cuando lo vi por primera vez, no lo encontr feo, porque nosotros no nos fija- mos en el aspecto externo, sino que miramos el interior y el suyo era muy hermoso, con un corazn muy grande lleno de bondad. l, no s si me ver feo o no, pero me quiere y me trata bien. Si mira en mi interior ver que mi corazn, si bien antes estaba endurecido por las circunstancias, ahora se ha ablandado por completo y rebosa de gratitud hacia su persona. 53 Ya no me importa lo que digan los dems, ya no me aver- genzo de mi aspecto ni me escondo en las sombras, porque ahora por . fin soy alguien, le importo a alguien y tengo alguien a quien cuidar. Prcticamente solo nos tenernos el uno al otro, porque los dems no son muy amantes de nuestra compaa y nosotros tampoco exigirnos lo que no nos dan de buen grado. A mi madre la recuerdo muy a menudo y estoy seguro de que si la muerte no se hubiera cruzado en su camino, yo no esta- ra aqu. Hasta eso hizo bien. Pero la aoro mucho y me gustara que pudiera disfrutar conmigo del cario incondicional de este ser maravilloso que me apart de su cuerpo. S que ella, desde el Cielo, lo ver y estar feliz. A m solo me falta una cosa para ser completamente dicho- so y es el saber que los dos vamos a abandonar este mundo al mismo tiempo. Yo no podra soportar que l se marchase antes que yo y volver a quedarme solo y marginado. Por otro lado, lo quiero tanto que no quiero morirme antes que l para que no tenga que sufrir esa pena. Lo mejor es que l se muera antes y, si as sucede, prometo morirme de hambre y tristeza sobre su tumba, como un perro fi el. Pero hasta ese momento, voy a disfrutar de su compaa y voy a intentar hacer de l tambin un ser feliz. Creo que nos lo merecemos. No hay nada en el mundo como un amigo, un verdadero amigo en quien poder confiar. l lo es, yo lo soy. No necesita- mos nada ms. 54 ADIVINANZAS c 4 4 aminando el.im pum, cenando champn. Eso rezaba la escueta nota que encontr en mi buzn, sin fi rma ni remitente. Tampoco haca falta, pues solo una persona en este mundo poda enviarme algo semejante. Sonre, mientras suba la escalera. Sin ningn gnero de duda, era una invitacin a cenar, pero yo tena que adivinar dnde. Ismael era un enamorado de las adivinanzas y acertijos, y a menudo me retaba a encontrar el significado de cualquier cosa, as que me puse manos a la obra. Caminando, o sea, un lugar cercano, ya que se puede ir andando. Champn, no es un bar de tapas, es un restaurante elegan- te, con lo que las opciones disminuan considerablemente. Chim pun, esto era un poco ms difcil, pero enseguida hall la conexin. Chim, se refiere a Chimo. Aunque parezca mentira, tene- mos dos amigos llamados as que son propietarios de un restau- rante en la zona. Casualidades de la vida. Con el pum, se me escap una carcajada. Uno de nuestros Chimos tiene el pelo como un cientfico loco, muy parecido a uno que sale en televisin y, a menudo, le gastarnos bromas con ese tema, llamndolo Seor Punset. Tena que ser este sin duda alguna. No haba sido tan difcil descifrar el mensaje, o es que ya 56 me estaba convirtiendo en una experta. Ahora yo tena que res- ponderle fi jando una fecha y una hora. Para ello, dibuj una bandera americana y nueve rayitas verticales, un poco curvas y de diferente color. No le costara deducir que eran fuegos artificiales, lo cual unido a la bandera, daba a entender que era una fiesta en ese pas. Muy fcil: el cua- tro de julio. Y la hora Pues el nmero de rayitas. Resumiendo: cena el cuatro de julio a las nueve de la noche en el restaurante del Seor Punset. Faltaba un detalle: una fl echa para arriba, lo que quera de- cir que tena que pasar a recogerme, corno un caballero. Bajaba rpidamente a dejarle la nota en el buzn, cuando me lo encontr en la escalera. Escond la nota como pude y me hice la inocente mientras le daba educadamente las buenas tardes. Viva en el piso de abajo, y hubiera podido invitarme a cenar directamente, pero sin duda, as era ms divertido. 57 ALMA DE METAL M ientras contemplaba los rales mojados de la va pensaba lo que poda haber sido su vida. Una tenue llovizna caa mansamente a su alrededor, llenndolo todo de un fresco olor a tierra mojada y a naturaleza, a libertad. Como la libertad que l senta cuando viajaba, de aqu para all y de all para ac, siempre el mismo trayecto, pero distinto en cada momento. Desde muy pequeo le gustaban los trenes. Recordaba que sala muy temprano de casa para ir al colegio, porque antes pa- saba por la estacin para ver el tren que llegaba, un mercancas que apenas ya poda arrastrarse despus de tantos aos de servi- cio. A l le pareca imponente, lo vea grande, majestuoso, ha- ciendo su entrada triunfal en la estacin con un toque de sirena y una estela de humo negro a su paso. Aspiraba ese olor a car- bn, esa fragancia que le embriagaba, llenndole los pulmones. Siempre acababa tosiendo, pero no le importaba, solo tena ojos para el tren, odos para el silbato y alma para admirarlo. Con- templaba al jefe de estacin, con su bandera roja, qu precisin, siempre saba a la hora exacta en que llegara el tren. Pensaba que deba de tener una bola de cristal en la que poda ver el tren deslizndose por la va, acercndose a su destino. Claro, por eso siempre sabe cundo llega razonaba. Cuando el viejo tren se marchaba, un pedazo de su alma quedaba siempre prendido de su barandilla, para acompaarlo 58 lejos, lejos, lejos... Se quedaba triste, mirando la desierta va, hasta que el jefe de estacin lo sacaba de su ensimismamiento. Chico, vas a llegar tarde al colegio --era la frase repetida un da tras otro. Entonces sala corriendo por dos razones: una, para no lle- gar tarde, y otra para que nadie advirtiera las lgrimas que se deslizaban por sus mejillas. Eran lgrimas de alegra por haber visto llegar el tren, y de impotencia por haberlo visto marchar. Deseara subir a l y fundirse en su caldera, introducirse en sus asientos, impregnarse en sus paredes. Quera ser ferroviario; no, ms an, quera ser un tren, y viajar, y correr, y silbar al entrar en la estacin, y llevar a viajeros felices. Tambin le gustara ser un correo, y llevar cartas de amor, para alegrar a los enamorados que las esperan con impaciencia. Y as se repeta la historia, una y otra vez. No importaba que hiciera fro o calor, l acuda fi el a su cita. No poda pasar un solo da sin ver a su amor. Un da, por su cumpleaos, su padre le construy un tren de madera, con sus vagones pintados de azul con una raya blanca. No faltaba ningn detalle: la manivela en las puertas, las venta- nas con sus pestillos, incluso se vea a la gente que se asomaba a travs del cristal. No poda creerlo, recuerda que se enganch del cuello de su padre y casi lo ahoga de tanto apretar y de tanto besarlo. Luego, cogi su tren y sali corriendo hacia la estacin. Bati un rcord de velocidad, no poda esperar para ensearle su tesoro a su mejor amigo: el jefe de estacin. El hombre le haba tomado cario. Al principio senta cu- riosidad, no saba por qu vena el nio todos los das a la esta- cin, pens que esperaba a alguien que nunca llegaba. Luego, 59 al ver las lgrimas corriendo por sus mejillas sinti pena, pues pensaba que lloraba porque ese alguien no llegaba. Nunca poda alcanzar a imaginar el motivo de ese llanto silencioso, ese canto a la vida, esa plegaria a la muerte. Un da se decidi a acercarse y el muchacho le explic que no esperaba a nadie, pero que le gustaba ver el tren y que lloraba porque siempre se marchaba y l se quedaba en tierra viendo cmo se alejaba. Fue entonces cuando le invit a entrar en su oficina. El chi- quillo senta un profundo respeto por ese lugar, la emocin le martilleaba en el pecho, con el corazn a punto de reventar de di- cha. Se par en el umbral de la puerta, se quit la gorra y haciendo un acopio de valor pas al interior. Era tal como lo haba imagina- do. Estaba maravillado, lo contemplaba todo con la boca abierta mientras estrujaba la gorra entre sus manos: las paredes cubiertas de fotografas de trenes de todos los modelos, desde los ms anti- guos, hasta se vea a la gente en el andn dispuesta a subir, con sus maletas y los nios prendidos de las faldas de su madre. Destacaba entre las dems una foto del jefe de estacin, so- berbio, plantado fi rmemente en el andn con el brazo levantado sosteniendo el bandern y con el silbato en la boca. Ese mismo sil- bato brillante que ahora descansaba sobre la mesa, junto a la gorra. De pronto record que tena que ir al colegio, y sali co- rriendo, sin decir palabra. Fue el primer da que lleg tarde, pero no sera el ltimo. A partir de entonces, su amistad se fue consolidando, todos los das charlaban un poco, y el hombre se sorprenda siempre al ver el brillo en los ojos del chiquillo cuando el tren silbaba a lo lejos. Nunca haba visto nada igual, tanta emocin, tanta alegra le dejaba estupefacto. Contrastaba tristemente con su expresin 60 cuando el tren se marchaba. jams haba visto a nadie cambiar de nimo con tanta rapidez y con tanta intensidad. Un da que no olvidar nunca, lo invit a subir. Esa jornada era festiva y no tena ninguna prisa, as que llevaba ya un buen rato all. Entonces fue cuando se lo dijo. Poda ir hasta la si- guiente estacin y all coger un tren de regreso. No se lo poda creer, tena que pellizcarse para comprobar que no soaba, pero no lo haca muy fuerte, pues si era un sueo no quera despertar. Le pareci que el tren tardaba ms que nunca, paseaba nervioso de un lado a otro, con un extrao nudo en el estmago y un re- gusto amargo en la garganta. Oy un leve silbido all a lo lejos, y su corazn inici una desesperada carrera hacia ninguna parte. Cuando por fi n mont en el tren, crey que se iba a desmayar, pero no tuvo tiempo, pues enseguida se acerc el revisor y se lo enseo todo, incluso la sala de mquinas. El maquinista era un hombretn con un grueso bigote y una voz que haca temblar las paredes, pero con un alma delicada y un infinito cario por su trabajo. De una rpida ojeada adivin los sentimientos del mucha- cho, sinti su emocin y se acord de s mismo muchos aos atrs. Con un gesto le indic que se acercara. El chico no poda moverse, estaba petrificado, pensaba que le iban a reir por es- tar all y el pnico comenz a invadir todo su cuerpo. No sabe cmo, lleg a la altura del conductor, quien lo cogi con unas manazas de gigante y una ternura insospechada y lo coloc so- bre sus rodillas. Contemplaba cmo la va desapareca rpidamente bajo el tren, que pareca ir devorndola a su paso. Y a partir de ah, no hay palabras para describir sus sentimientos, el gozo de su pe- cho y la alegra de su alma. La emocin le sala por los poros, 61 se le iba la vida en una charla emocionada y casi sin sentido. Incluso pens que ya poda morir tranquilo. Una paz eterna se instal en su corazn y su mente se seren, permitindole dis- frutar plenamente del momento. Cuando regres a la estacin y el jefe lo vio bajar con las mejillas arreboladas y el pelo revuelto, no pudo evitar una son- risa. El nio se acerc y se le fundi en un abrazo tan lleno de cario y agradecimiento que no se podra repetir. Se le qued prendido a las piernas, pues no llegaba ms arriba. Cuando el otro se agach, le deposit un tmido beso en la mejilla y sigui con un abrazo que hubiera deseado eterno. Desde ese da, el jefe de estacin fue su hroe y su mejor y nico amigo. Transcurrieron muchos aos sin grandes cambios en su ruti- na diaria. l haba crecido, su amigo estaba ms viejo y la esta- cin ms deteriorada, pero todo lo dems segua igual. Cuando termin el colegio ya saba dnde iba a trabajar, cmo no. Tuvo mejores ofertas, incluso una beca para la universidad pues era muy buen estudiante, pero la rechaz, l solo quera una cosa y ahora la iba a tener. Consigui un puesto de revisor en un tren de largo recorri- do y, en los ratos libres, aprenda a conducir el tren. Realizaba su trabajo con una alegra infinita, acomodando el equipaje de las ancianas, sentando a los nios y pidiendo el billete con tal sonrisa y amabilidad que ms de una adolescente se enamor perdidamente de l, que sin embargo, era inmune a estas cosas, pues su corazn lo ocupaba enteramente el tren. Con el tiempo lleg a ser jefe de estacin. Le dola abando- nar el tren, pero cuando su amigo se jubil pens que l era el nico que amara esa oficina como es debido, que nadie deba 62 profanar ese lugar sagrado y solicit el puesto. El da que se incorpor, los dos hombres se fundieron en un abrazo que toda- va le quema en el alma. Nunca ms volvieron a verse, pero le quedaba el recuerdo de tantas horas compartidas y tantos trenes comentados. Ahora hay una foto ms en la pared: un elegante jefe de estacin con mirada jubilosa, con alegra en sus entraas y felicidad en el alma al ver acercarse el tren. Eso sucedi hace muchos aos, ya no recuerda cuntos. Lo que si recuerda es que odiaba las vacaciones que lo apartaban de su trabajo. Durante ese periodo suba al tren y haca las veces de revisor o incluso lo dejaban conducir durante un corto trayecto. No hubo nadie ms feliz que l mientras trabajaba, adoraba su trabajo y lo desempeaba con pasin y esmero, con dedica- cin absoluta. Por fin lleg el da fatal. Hubo reduccin de plantilla y le ofrecieron la jubilacin anticipada. l la rehus, saba que se morira si dejaba su trabajo, pero prcticamente le obligaron. Ya nunca volvi a ser el mismo. La sonrisa desapareci de su rostro y su gesto se volvi hostil. No poda continuar as. Por eso ahora, al contemplar la va mojada tena aoranza de su tren, le pesaban los aos y le quedaba grande el cuerpo, que se haba ido achicando poco a poco. De toda la gente que transitaba el andn solo l not el leve temblor que anunciaba la llegada del tren; tena muchos arios de entrenamiento. Un par de minutos despus oy el silbido y un puntito negro apareci en la lejana. Cuando ya la mquina estaba cerca, no lo pens dos veces, fue un impulso que dur lo que un relmpago en su pensamiento. Salt a la va en el mismo momento en que llegaba el tren. 63 Nunca lo encontraron. Por ms que buscaron no lograron hallar ni el ms mnimo rastro, ningn indicio. Y es que por fi n haba conseguido lo que siempre dese: fundirse con el tren. Los rales lo atraparon con su fro abrazo metlico de bien- venida; el tren lo bes con un rpido gesto de despedida y l se sumergi en lo ms hondo, distribuyndose entre las piedras, alojndose en cada tornillo y acomodndose en cada tuerca. Su cuerpo, por fi n libre, formaba parte de su mundo; y su alma, desde ese da, ondea al viento como una bandera en la mquina, saludando a todos a su paso y recibiendo la tibia y suave caricia del viento como un beso apasionado. Nadie sabe por qu hay una foto en la oficina que resalta entre todas las dems. Es la foto de un jefe de estacin con un brillo especial en los ojos, que te llega al corazn. Es el brillo del anhelo cumplido. A MIRAR LA ETERNIDAD Esa montaa serena que me espera en la espesura, esa montaa tan alta que me cubre de negrura. Ascendiendo voy por ella con el alma en la mochila, el alma de aquel amigo que en ella dej su vida. En ese paraje agreste, all se quiso quedar hasta el fi nal de los tiempos a mirar la eternidad. Qu misin me ha encomendado! Me lo dijo ayer en sueos: llvame al desfiladero y lnzame libre al viento. El viento espera sereno, no sopla ni leve brisa, pero seguro que arriba me saluda fuerte y fi ero. 65 Y voy subiendo el camino temiendo que el fi nal llegue, ese momento postrero de decirle adis por siempre al querido compaero. Por fi n me hallo en la cima y con mucho sentimiento lo saco de la mochila y me despido en silencio. El viento me lo arrebata, mas l no se quiere ir, ha de quedarse un momento para ya despus partir. Y se me enreda en el pelo y me besa con cario, hasta parece decirme que por siempre ha de ser mo. Y mirndome a los ojos me dice con alegra que no me apene por l, que ya est donde quera. En ese lugar tan suyo llegu a plantar un romero, lo regu con tantas lgrimas que ya se eleva hasta el cielo. 66 Y all quedar por siempre el recuerdo de mi amado, en aquel romero grande que es el ms perfumado. 67 LA BAILARINA S iempre le haba gustado la caja de msica de su madre. Aquella que cuando la abras sonaba un vals maravilloso y una hermosa bailarina daba vueltas y ms vueltas sin la menor muestra de cansancio y sin abandonar nunca su sonrisa. Fue entonces cuando decidi ser bailarn, para acompaar a esta solitaria bailarina ya que, a veces, cuando la caja estaba cerrada la oa suspirar y exclamar con tristeza que nadie bailaba con ella. Entonces l abra rpidamente la caja y all estaba ella, con su esttica sonrisa y sus eternas vueltas. Nunca haba logra- do pillarla desprevenida, pero l saba que, a pesar de su sonrisa, no era feliz. La observaba atentamente mientras giraba y, en oca- siones, le pareca vislumbrar un halo de tristeza en su mirada o el pequeo reguero de una lgrima. Entonces, con delicadeza, le preguntaba Quieres bailar conmigo Pero ella no contestaba. Lo miraba, sonrea y segua girando y girando, dando vueltas y vueltas con su sonrisa, su pelo recogido y su vestido rosa. Cuando empez a ir a clases de ballet (para disgusto de toda su familia que pensaba que les haba salido un poco raro), en- sayaba con ella. Abra la caja, y a la vez que ella haca su giro con elegancia, l ejercitaba sus movimientos, desgarbados al principio, pero que se fueron perfeccionando con el tiempo Mas eso no lo llenaba por completo. Bailaban siempre jun- tos, pero eternamente separados. Llevaban arios as y ya no lo soportaba ms. As que, el da de su primera actuacin en pbli- 68 co decidi que ella sera su primera bailarina y con cuidado la liber de su soporte, aquel que sujetaba su pequea zapatilla y que le haca dar esas vueltas perfectas y bellamente ejecutadas. Pero entonces se dio cuenta de que ya no bailaba, era una mueca inerte. Por ms que l la sujetaba cariosamente, ella no se mova, aunque le pareci que su sonrisa era un poco ms radiante. La llev al teatro y la coloc en una posicin privilegiada desde donde pudo ver todo el espectculo. Al ir a recogerla, la descubri con las mejillas arreboladas y ligeramente despeina- da. Sin duda, haba disfrutado con la actuacin. Lo tom por costumbre y siempre la llevaba consigo: a los ensayos, a las actuaciones... Para los dems era una especie de mascota o amuleto, pero para l era algo ms. Aunque no quera reconocerlo, senta por ella un amor profundo e incondicional. Los compaeros lo observaban y lo dejaban hacer, aunque era un tanto extrao no haca dao a nadie, y acabaron aceptndola como una ms de la compaa. ********** Le haban dado su primer papel de protagonista, de primer bailarn y para celebrarlo, los amigos le hicieron un regalo: una caja de msica en la que un bailarn sospechosamente parecido a l daba vueltas y vueltas cuando levantabas la tapa. En cuanto lo vio, se le ocurri la idea. Al da siguiente cogi su querida bailarina y la nueva caja de msica y se dirigi a casa de su amigo Toms, relojero de toda la vida. Y le explic lo que quera. 69 El da de la funcin la bailarina no estaba en su sitio de costumbre y todos se miraban extraados. Qu raro! pensa- ban Si nunca viene sin ella... Pero optaron por no comentar nada. Tambin fall la primera bailarina, que se haba sentido re- pentinamente indispuesta. Y la que deba sustituirla estaba con gripe. Ese mismo da haban contratado a una nueva bailarina, procedente de una compaa prestigiosa e importante y que, por fortuna, haba bailado el papel principal de ese ballet en nume- rosas ocasiones y se ofreci para hacerlo. Poco antes de comenzar la funcin, el bailarn apareci con un paquete. Lo destap delante de todos, que no acertaban a comprender lo que pasaba. Y all estaban, sobre una pequea pista de baile, bailarn y bailarina, unidos en un movimiento perfecto y girando sin cesar. Sonrientes, rebosantes de felicidad. Ella con su pelo recogido y su vestido rosa; l con sus mallas negras y el pelo engominado. Le comunicaron el cambio de compaera y se sinti con- trariado. Bailar con alguien a quien no conoces y con quien no lo has hecho antes era muy arriesgado, y ms en un papel tan dificil como el que iban a representar. Pero en cuanto la vio no tuvo la menor duda. All estaba ella, calentando, con su pelo recogido y su vestido rosa, girando sin cesar. Cuando lo vio y le dedic una sonrisa, l se dio cuenta. de que ya era suyo para siempre. Mir a su pequea bailarina y vio que le guiaba un ojo, mientras segua abrazada a su pareja dando vueltas y vueltas. Tercer premio XVI Premio de Narrativa Gminis de Aspe. 70 LA CUEVA C uanto ms me esforzaba por ver, menos vea. La oscu- ridad era total. Era una cueva muy grande y la luz exte- rior haca tiempo que haba dejado de existir. La cueva era profunda, con una ligera pendiente descendente, muy ligera, pero que duraba ya mucho tiempo. Caminaba despacio, con la mano pegada a la pared para no perder la orientacin. La pared estaba hmeda y fra corno el hocico de un perro. Al cabo de un rato, vi un resplandor a lo lejos, como si me aproximara a la salida. Quiz la cueva atraviesa toda la mon- taa. pens. Cuando llegu al final me qued sin aliento. No haba salida, era un espacio grande y circular, con un alto techo abovedado. Y lo ms impresionante de todo era que la pared y la cpula bri- llaban intensamente, con miles de lucecitas que le daban el as- pecto de una vidriera gigantesca. Eran lucirnagas, que cubran toda la superficie ofreciendo su luz para deleite del espectador. nicamente quedaba un espacio descubierto, en el que se adverta la huella de una mano en color ocre, corno ya haba visto en algunas pinturas rupestres. La Mano Creadora. En aquella soledad y aquel silencio me sent pequeo, insig- nificante ante la Madre Naturaleza que me mostraba su rostro. Un rostro amable y sonriente, pero de ojos tristes por el dao que a diario reciba. Comulgu con ella y me sent transportado a otros mundos, visit bosques, mares, paisajes helados y desiertos 72 ardientes. Apreci la belleza en toda su inmensidad y la compar con lo que estbamos haciendo con ella: mareas negras, defores- tacin, contaminacin... Desaprovechbamos el legado tan her- moso que nos haban dejado. Pero tambin sent en mi interior un atisbo de esperanza, corno si todo fuera a mejorar. A mi regreso a la cueva me sent afortunado por la expe- riencia y mi insignificancia desapareci dejando en su lugar un profundo honor y agradecimiento; me senta importante, una parte vital de esa naturaleza hermosa que haba contemplado. Al dirigirme a la salida, el camino no me pareci tan oscu- ro, la luz de las lucirnagas permaneca en mi retina y mi mente recordaba la luz, el sol y la gracia infinita de las estrellas. Justo cuando sala, los excursionistas bajaban de la mon- taa. Yo haba subido con ellos, pero al pasar por delante de la cueva sent una llamada interior y algo me impuls a adentrar- me en ella. Es un paisaje espectacular el que se ve desde arriba. me comentaba una chica con los ojos brillantes de entusiasmo. S. asent, lo ms maravilloso que he visto jams. Y sealndome el hombro me dijo llevas un bicho. Mir y ah estaba ella, una pequea lucirnaga apagada ahora bajo la luz del sol. La cog con cario y la deposit con cuidado al pie de un rbol donde no la pudieran pisar. Y le di las gracias en silencio por haberme mostrado el camino. 73 EL PATITO REBELDE L a mam pata siempre les deca a sus hijitos que no se separaran de su lado. Y ellos obedecan siguindola all donde ella fuera, formando una larga fi la de bolas pelu- ditas. Obedecan todos... menos uno. Este era rebelde desde el principio. Si mam deca que no se movieran, l se sala de la cola y nadaba a sus anchas sin importarle nada. Su mam lo lla- maba insistentemente, pero l permaneca impasible a sus gri- tos. Entonces se esconda detrs de unos juncos y su madre se desesperaba porque no lo vea. Cuando ya estaba medio muerta de preocupacin, el patito apareca tranquilamente con cara de ves como no pasa nada Aunque vivan en un lugar tranquilo nunca te podas fi ar, porque constantemente se oan noticias de patos que desapare- can. Pensaban que alguien los robaba, hasta que descubrieron que se los coman unas tortugas que alguien haba abandonado probablemente porque se hicieron muy grandes. Evidentemen- te, los animales crecen, pero por lo visto hay gente que no tiene muy claro el ciclo de la vida: los animales nacen, crecen, se reproducen y mueren. Y entre una cosa y otra, comen. Afortunadamente, aqu no haba tortugas... de momento. Pero eso no impeda que se preocupara cuando perda de vista a su rebelde hijo. Se poda enredar en unos juncos o me- terse en un lugar del que luego no pudiera salir. Pero era muy afortunado, siempre volva indemne de sus correras; salvo por 74 el rapapolvo de su madre, que a l le entraba por una oreja y le sala por la otra, sin ni siquiera rozar su diminuto cerebro. Y los patitos crecieron. Cambiaron el fino plumn por unas vistosas plumas de vivos colores, y ya no necesitaban la vigilan- cia constante de su madre. Todos crecieron.. . menos uno. Ese patito rebelde sigui siendo un polluelo diminuto y peludo lleno de encanto. Por las noches, la mam lo arropaba bajo sus alas y le cantaba bajito para que se durmiera. Pero en realidad a lo que le cantaba era a ese huevo del que nunca lleg a salir ningn pollito y que la madre an cuidaba amorosamente, a pesar de que sus hermanos haca ya tiempo que emigraron buscando un lugar ms clido donde pasar el invierno. As que la vieja pata se dispona a afrontar otro ms de esos inviernos tan fros, cantndole bellas canciones a su nio, ese que por la maana volvera a desobedecer y meterse entre los juncos. La pobre pata nunca comprendera que de ese huevo no saldra ningn polluelo; as como nunca sabra que el patito rebelde solo era fruto de su imaginacin. Para ella, tantos huevos, tantos pollos. As de claro. Saba contar y sumar, pero nunca aprendi a restar. - LA NUBE ENAMORADA M e gust desde la primera vez que lo vi. Yo era una nube pequea, pareca de algodn; l era un apues- to nubarrn, algo brusco en el trato, pero de buen corazn. ramos casi vecinos, pero nos veamos poco, porque como yo era algo ms joven me consideraba casi una nia y no me haca caso. l sala con sus amigos y recorran el cielo dando sombra a los campos y asustando a los campesinos con su presencia. Conforme pasaba el tiempo yo notaba que no sala tanto y se haca el distrado cuando pasaba por mi lado, pero yo s que me miraba de reojo. Por lo visto era ms tmido de lo que apa- rentaba y tuve que ser yo la que diera el primer paso: le guiaba un ojo cuando nos cruzbamos o me adornaba con polvo de estrellas si saba que lo iba a ver. As, poco a poco, nos fuimos enamorando. Bueno, yo lleva- ba toda la vida loca por l, pero l empez a darse cuenta de que senta algo por m el da que me vio hablando con un cmulo y casi se muere de celos. Por la tarde nos encontramos; yo iba contemplando el ro y dando sombra a la gente que se tumbaba en el csped a tornar el sol. Poco a poco nos fuimos acercando y cuando ya casi nos tocbamos, cambi el viento y nos separ. No olvidar nunca su mirada mezcla de desolacin y deseo. Yo senta ganas de llorar, pero saba que si empezaba no podra parar y me deshara por 76 completo. As que aguant y me dispuse a esperar. Saba que tarde o temprano el viento lo volvera a traer. Como estaba en edad de merecer tena muchos pretendien- tes a los que siempre daba alguna excusa. Cmulos, cirros y nimbos me cortejaban sin cesar. Uno me invitaba a dar un paseo por una colina cercana donde haba un lago en el que nos poda- mos mirar. Solamos hacerlo de pequeos y competamos a ver quin adoptaba la forma ms original. Era muy divertido. Pero ahora, aunque me mora de ganas de ir, deca que estaba ocupa- da o que era un estpido juego infantil. Me dola decirlo porque era mi favorito y adems, sola ganar, ya que era muy elstica y poda adoptar cualquier forma. Pero no quera darle falsas espe- ranzas, ya que segua esperando el regreso de mi amado. Otros me ofrecan un paseo por el Cid o por Boln, que saben que son mis montes favoritos. A Boln me gusta ir espe- cialmente la noche de Reyes y ver esa larga hilera de luces que se desliza ladera abajo como una gran serpiente anaranjada. Yo, a todo me negaba, aunque todo me apeteca. Tambin me ofrecan regalos: la cola de un lucero, un lazo del arco iris, el reflejo de un rayo de sol envuelto en niebla... Yo los rechazaba amablemente. Pero los das pasaban y ya me empezaba a preguntar si al- guna vez volvera. Entonces lo vi a lo lejos y me precipit ha- cia l. Cuando nos abrazamos, un ruido atronador rompi el silencio y un fogonazo nos dej deslumbrados. Nos separamos rpidamente, asustados. Habamos odo que esas cosas pasaban, pero eran historias que se les contaban a los nios para entrete- nerlos; nunca hubiramos credo que sucedieran de verdad. Aqu nunca haba pasado porque nosotras ramos una co 77 munidad de nubes blancas y esponjosas que embellecamos el cielo con nuestra presencia y nuestras formas caprichosas. Pero l, no. Vino de muy lejos arrastrado por un huracn que le dej cerca de aqu. Lo vimos venir por Camara, un poco desconcer- tado porque no conoca el lugar. Como estaba tan solo, lo invi- tamos a unirse a nosotras. Era el nico nubarrn que habamos conocido. Y yo tuve que enamorarme precisamente de l, del nico al que no poda tener. Con todos los dems poda entrela- zarme y formar nudos y correr unidos por el cielo, pero a l con slo tocarlo.., se desataban todas las furias del universo. Cada vez que intentbamos tocarnos ocurra lo mismo. Lo probarnos de muchas formas: de da, de noche, envueltos en la bruma o sumidos en la niebla... el resultado no variaba. Estbamos desesperados, pues nuestro amor era tan gran- de que no lo podamos detener. Yo intentaba no llorar, pero no siempre lo consegua y caa una fi na llovizna que humedeca los campos y a m me dejaba muy dbil. Me costaba mucho recupe- rarme y prometa no volver a llorar.., una y otra vez. l, por su naturaleza, est a merced de los vientos y pasa temporadas en tierras lejanas donde hay otros como l. Siempre acaba regresando cuando los vientos le son favorables, y ahora ya nos da lo mismo todo. Suele aparecer por Camara, como aquella primera vez y le gusta detenerse un momento en la To- rreta para contemplar todo el valle desde all. En cuanto nos vemos, nos fundimos en uno solo una y otra vez y el fi rmamento se llena de truenos y relmpagos que ru- brican nuestro amor. Yo ya no lloro y me mantengo en forma. Desatamos tormentas elctricas espectaculares, pero no cae ni una gota... si acaso alguna de alegra. 78 Mientras los vientos nos sean favorables nos seguiremos amando, as que cuando oigis un trueno, podis estar seguros de que l ha regresado y que yo lo estaba esperando. 79 EL CONCEPTO DEL ARTE S iempre haba deseado que le preguntaran Qu es para ti el arte para acto seguido contestar: helarte es morir- te de fro. Pero nunca se lo haban preguntado y dudaba mucho que alguna vez lo hicieran. Ciertamente, el arte no le interesaba lo ms mnimo: la m- sica la hastiaba; con la poesa se dorma; el ballet la aburra y siempre haba pensado que la pera era un conjunto de personas chillonas vestidas con unos trajes absurdos. Pintura y escultura la dejaban indiferente. Cuando fue a Italia (donde el arte te asalta a cada momento), tuvieron que insistir para que fuera a ver la Capilla Sixtina. Su nico co- mentario fue que haba acabado con un dolor de cuello es- pantoso. Sus padres haban intentado todo, hasta que se le introduje- ra por smosis a travs de los poros, y desde pequea la haban llevado a conciertos, musicales infantiles primero y musicales a secas despus, ballets, exposiciones, recitales... En cualquier sitio donde hubiera un mnimo de arte te la podas encontrar. Y era fcil de reconocer porque era la nica persona en la sala con cara de aburrimiento y que lo miraba todo menos la obra expuesta. Ya le podan presentar a los autores, que ni se dignaba a saludar. Todo eso cambi el da que vio aquella fotografa. Era en 80 blanco y negro. Llova a cntaros y una farola derramaba una macilenta luz sobre una calle desierta. No, no desierta del todo. Bajo la luz de la farola, a travs de la cortina de agua apenas se vislumbraba una pequea fi gura: un perrito. Pequeo y triste. Sentado con resignacin soportando el aguacero. Probablemen- te estaba perdido, porque una correa sala desde su cuello para acabar extendida en el suelo hasta perderse en la oscuridad. Y l se qued all esperando a su dueo. Eternamente lo esperara en esa instantnea. No pudo evitar advertir el bello encuadre, el juego de la luz, el reflejo de la farola en el agua del suelo... Pero por encima de todo se adivinaba la pena, el abandono, una pobre criatura inde- fensa a merced de los golpes de la vida. Y entonces llor ante tanta belleza y armona, ante tanta tristeza y desolacin. Nunca nada le haba conmovido tanto como aquello. Termin de ver la exposicin (una retrospectiva de varios autores), pero ningn otro retrato le impacto tanto como aquel. Pens en comprarlo, mas cambi de idea porque no se crea capaz de soportar ver tanta pena a diario. Localiz al autor y se interes por el perrito, dispuesta a adoptarlo si nadie lo reclamaba. No fue necesario, porque ya lo haba adoptado l. Esa foto tena ya unos aos y el dueo del animal nunca apareci, as que ahora Lester era el perro gua de una persona que en otro tiempo fue un renombrado fotgra- fo, pero que ahora, ciego por un accidente, haba cado en el olvido. Desde entonces, volva a desear que le preguntaran qu era el arte, para contestar que para ella, el nico arte que haba en 81 centrado, era una fotografa que guardaba en un cajn y que nunca haba vuelto a mirar desde el da en que su autor se la regal. 82 1 NO HACER NADA H oy Ral tena ms prisa que nunca. Iba con el tiempo justo de comer y salir corriendo para la oficina. De esa reunin a primera hora de la tarde dependan muchas cosas. .. entre ellas el futuro de la empresa. Poda haber comido en la oficina, pero la noche anterior ha- ba discutido con su esposa y no quera que creyera que no iba a casa por eso. Estaba dispuesto a enterrar el hacha de guerra si ella reconoca que l tena razn. Al llegar a casa, los nios estaban en pijama y jugando en el jardn, llenos de barro hasta las cejas. Qu raro! No saba que hoy no hubiera colegio, pens, sin darle mayor importancia. De llevar a los nios al colegio se encargaba su mujer. Pero al encontrar el pasillo lleno de juguetes esparcidos em- pez a enfadarse. Aument su enfado al entrar a la cocina: en el fregadero una pila enorme de platos sucios con restos de comida de la cena hacan compaa a los vasos del desayuno. Leche derramada y cereales por el suelo adornaban la escena. Martina! bram por toda la casa. Al pasar por el lavadero de camino al dormitorio aprovech para coger la bolsa del gimnasio. Un tufillo familiar le inform de que la ropa sucia segua dentro. Por lo general, estaba prepa- rada con la ropa limpia perfectamente planchada y plegada. No daba crdito. Su indignacin subi de tono unos cuantos grados. 84 Prescindira del gimnasio. Fue hacia el vestidor para cambiarse de camisa. Se haba manchado la que llevaba con el caf que le haba servido la intil de su secretaria. Pero no haba ninguna camisa limpia que ponerse. Martinaaaa!! Dando alaridos se dirigi hacia el dormitorio, advirtiendo de paso que las camas de los nios estaban sin hacer y el cuarto lleno de ropa y zapatillas tiradas por el suelo. Al entrar al dormitorio encontr a su mujer tranquilamente tumbada en la cama y viendo un programa de cotilleo en la te- levisin. Se puede saber qu haces en la cama Nada. --Fue la escueta respuesta. La casa est hecha un asco y no tengo ropa limpia. Ya, estoy haciendo un experimento. Quera comprobar si dndole el tiempo suficiente, la ropa sucia se iba ella sola a la lavadora.., pero creo que necesita ms tiempo. Djate de tonteras y ponme la comida. Tengo mucha prisa. Te dira que te hicieras un bocadillo, pero no he compra- do el pan. Se puede saber qu es lo que te pasa! Su increduli- dad haba llegado al lmite. Oh! Estoy haciendo lo que t dijiste anoche que haca todo el da: NADA. 85 QUE YO ME LO DEJO CUANDO QUIERA, OIGA L as colillas ya desbordaban el cenicero. Se haba pro- puesto dejar de fumar y, como hoy era su ltimo da de fumador, quera aprovecharlo a tope. Pero se dejaba de fumar porque a l le daba la gana, no por- que el mdico le hubiera dicho que si segua as, pronto estara criando malvas. A ver qu se haba credo para hablarle de esa manera! Ni que tuvieran tanta confianza! El caso es que, cuando dejara de fumar, quiz podra volver a su casa, con su Marta, su todava exmujer, que se separ de l porque no soportaba el tabaco. Y el intil del juez le dio la ra- zn, concedindole el piso y la custodia de los nios. Total por nada, porque encendi un cigarrillo en el juzgado mientras los abogados seguan con su chchara incomprensible! De alguna forma tena que pasar el tiempo. .. Y para demostrar que se lo dejaba porque l quera, llevaba tres das hacindolo, porque s, porque l se dejaba cuando qui- siera, no estaba enganchado a la nicotina en absoluto. Busc entre el montn de cajetillas arrugadas que le hacan compaa en el sof, esperando encontrar alguna llena. Empez a agobiarse al darse cuenta de que todas estaban vacas. Sali corriendo hacia el estanco. Mira que si maana decido dejar de fumar y no tengo ni un cigarro para celebrarlo! Porque yo me lo dejo en cuanto quiera, sin problema. 86 EL COSMOPOLITA S ebastin Berasategui no era vasco, aunque l siempre afirmara lo contrario. Probablemente algn antepasado SUYO s lo fuera, a juzgar por el apellido, pero en realidad nadie era capaz de recordarlo. Al estar afincado en Sevilla, como que quedaba un poco mal pasearse con chapela, por eso solo la llevaba dentro de casa para no perder la costumbre. Tambin quiso ser arrikolari y levantar troncos. Lo nico que consigui fue una hernia que lo tuvo postrado en cama tres semanas. Con la pelota vasca casi pierde un ojo, as que lleg a la conclusin de que no todos los vascos practicaban deporte. Coma bacalao y acababa todas las frases en pues: Va- mos, pues Comemos, pues Yo soy de Bilbao, pues, mi padre de San Sebastin, por eso me pusieron este nombre, pues. Lo cierto es que su padre era de Aranjuez, y l naci en Toledo, pero opinaba que eso eran circunstancias ajenas a su voluntad y que no haba que tenerlas en cuenta. En memoria de su padre celebraba la tamborrada aporrean- do un tambor sin cesar hasta que los vecinos llamaron a la po- lica a las tres de la maana. Lo instaron educadamente a que dejara de tocar y, ante su negativa, acabaron llevndolo al cala- bozo, pero no pudieron arrebatarle el tambor que aferraba con todas sus fuerzas. Continu tocndolo en comisara, hasta que 88 al fi nal consiguieron quitrselo y dejaron que se fuera para no tener que soportar sus quejas por no dejarlo conservar sus tra- diciones, pues. Realmente le resultaba muy difcil ser vasco en Sevilla, as que acab cambiando el bacalao por el pescato y bailando se- villanas. Del Athelic se pas al Betis y luca un sombrero cor- dobs con mucho arte. Lo malo fue que todo esto empez a hacerlo cuando por motivos de trabajo lo trasladaron al Pas Vasco, y entonces le resultaba muy difcil ser sevillano en Bilbao. Siempre se senta incomprendido y fuera de lugar. Cuando lo trasladaron a Valencia, intent ser valenciano. Cambi el pues por el che, se hizo fallero y no se perda una sola masclet. Poco a poco fue visitando todas las comunidades y adqui- riendo sus costumbres, as que ahora era un cosmopolita que coma paella, beba orujo y bailaba la sardana. Fuera donde fuera lo acogan con cario, porque le notaban un aspecto familiar. A fuerza de ser tan camalenico se integra- ba en la sociedad sin esfuerzo ninguno. La ltima vez que se le vio estaba en Galicia, encima de un hrreo tocando la gaita. Probablemente se haya integrado ya tanto en el paisaje que ni se le vea, perdido en ese mar de helechos que tapiza los bosques o agazapado tras las hojas de una gigantesca hortensia. Quin sabe. Quiz algn da lo en- contremos en Madrid vestido de chulapo o llevndole fl ores a la Pilarica en Zaragoza. Pero, a juzgar por su apellido, debi haber algn vasco en su familia, aunque nadie sea capaz de recordarlo. 89 EL RELOJ DEL CIELO A quel angelito siempre llegaba tarde. Cuando no se que- daba dormido, se haba embelesado mirando una nube o, simplemente, no saba qu hora era. Constantemente le estaban riendo, pero l era muy alegre y rpidamente se olvidaba de todos los reproches. Como hoy has llegado ms tarde que nunca le dijo Pe- dro te toca limpiar la entrada, y no se te olvide dejar la ma- nivela reluciente corno un espejo. Ah! Y dice el jefe que corno sigas as te va a castigar un mes sin alas. Uf! Eso era lo peor que le poda pasar, porque volar era lo que ms le gustaba. Intent por todos los medios ser ms pun- tual, pero nunca lo consegua. Un anciano que descansaba sobre una nube haba odo toda lo conversacin y se apiad del angelito, ya que siempre haba sido muy bueno con l y le daba conversacin cuando lo vea solo y triste. Seguro que ms de una vez haba llegado tarde por ese motivo. Se le ocurri una idea para ayudar a su amiguito. A los pocos das se lo encontr llorando amargamente. Le haban dicho que la prxima vez que llegara tarde se quedara sin alas. Pero l no saba cmo llegar a tiempo! No llores ms. le dijo el anciano Ya no volvers a llegar tarde. 90 Lo llev a un jardn donde sola sentarse a tornar el sol. Y le seal una extraa piedra con un palo en el centro y unos nmeros grabados en su superficie. Le explic cmo saber qu hora era, y le dijo que ese reloj estara siempre ah para que l pudiera consultarlo cuando quisiera. El angelito estaba tan contento que daba palmas y bailaba de alegra. Daba saltitos moviendo sus pequeas alas, a las que ya no tena peligro de perder. Nunca ms volvi a llegar tarde... excepto por la maana, porque los relojes de sol no tienen despertador. ALBERT Y SNOWY L o mir de reojo, porque pens que en un primer mo- mento era de mala educacin mirarlo fi jamente. Pero al fi nal, la curiosidad pudo ms que la elegancia y le dijo con esa voz suya tan spera y rugosa: Hola, qu tal!. El otro se gir sobresaltado y dijo con una voz hmeda y suave: Perdn Se dirige a m T ves a alguien ms Ciertamente no, pero no tengo el gusto de conocerle. Soy Albert, el Abeto. Y le tendi amistosamente una rama. Siento no poder estrecharle la mano, pero carezco de mo- vimiento. Solo puedo girar un poco la cabeza y con sumo cui- dado para que no se me caiga el sombrero. Soy Snowy, corno puede ver, un Mueco de Nieve. Por favor, tutame, que no soy tan viejo. Adems, creo que vamos a pasar juntos una temporadita. Y tengo una duda que quiero que me aclares: si te acaban de hacer y cuando el sol caliente te derretirs, cmo es que tienes nombre Ah, es que yo soy etreo e insustancial, voy pasendome de un lado a otro y cuando veo un sitio que me gusta, pues me quedo. He visto este mueco que estaban construyendo y no me he podido resistir. Siempre paso la Navidad en un mueco de nieve, porque son unas fechas entraables y me gusta ver a la familia reunida a travs de la ventana. Cuando ya el mueco se 92 deshace, me voy a Laponia o al Polo y me aposento en un igl. Me introduzco en un bloque de hielo y me dedico a no hacer nada. Una vez estuve en un hotel todo de hielo y fue fantstico, porque ahora estaba en la cama, luego en un silln, sobre la cornisa de la habitacin... cualquier sitio era bueno. Pero donde ms me gustaba era en el alfizar de la ventana, donde poda ver interior y exterior al mismo tiempo y enterarme bien de todo. No es que sea cotilla, no, es solo que me gusta estar bien infor- mado y... vaya, creo que estoy hablando demasiado. No importa, hace mucho tiempo que no hablo con nadie y me gusta tu conversacin. A m tambin me gusta estar bien informado y corno tengo el odo muy fino, me entero de todo lo que pasa. Fjate que queran desahuciar al buey y a la mula y quitarlos del Beln, porque alguien dijo que no estaban all cuando naci el Nio. Y esa persona cmo lo sabe Estaba ella acaso Adems, seguro que tampoco haba rboles llenos de bombillitas de colores y con bolas colgando de sus ramas, y mrame a m. Ni muecos de nieve con una zanahoria por nariz y mrate a ti. Pasaron un mal rato los pobres animales, pero los pusieron en su sitio corno siempre. Pues yo he odo decir que los Reyes Magos no eran de Oriente, sino que venan de Andaluca. Fjate! Si tendremos que ponerles castauelas. ********** Cuando se haca de da, Albert y Snowy volvan a su inac- tividad. Entonces los nios jugaban a su alrededor, recomponan el 93 mueco si se haba deteriorado por alguna parte y recolocaban las bombillitas de Albert. Al llegar la noche y cuando todo el mundo dorma, Albert y Snowy seguan con su conversacin. As se enter Snowy de que Albert tena muchos aos y que siempre lo haban tratado bien. Llevaban adornndolo desde que era pequeo y le tena un gran cario a esa familia. No eran como los vecinos, que cada Navidad traan un pequeo abeto, lo metan dentro de la casa, donde probablemente pasara mucho calor y cuando acababan estas festividades lo depositaban junto a la basura. A Albert se le saltaban las lgrimas cuando lo recordaba. En ese mismo ins- tante se podan ver las lucecitas parpadeantes que adornaban a la vctima de ese ao a travs de la ventana del vecino. Tambin pudo enterarse de que acostumbraban construir un mueco de nieve y luego, su mayor distraccin era tirarle piedras para ver quin consegua destruirlo antes. Snowy se es- candaliz ante esta noticia, pero unos das ms tarde pudo com- probar horrorizado cmo llevaban a cabo tan vandlico acto. Por la noche no poda dejar de llorar. Albert lo abrazaba con cuidado de no lastimarlo y le deca Ea, no llores ms, que te vas a deshacer... Entre hipidos, Snowy reconoci que haba es- tado a punto de quedarse en ese mueco porque tena bufanda, pero fue la visin de Albert lo que le hizo cambiar de opinin. En realidad, Albert y Snowy se haban hecho grandes ami- gos. Un da, cay un aguacero tan grande que Snowy se fue deshaciendo poco a poco ante la impotente mirada de Albert, que intentaba intilmente cubrirlo con sus ramas. Cuando dej de llover, de Snowy solo quedaba un ajado sombrero cado de lado en el suelo y una arrugada zanahoria. Unos metros 94 ms all, pudo ver un negro botn que haba sido un ojo de su amigo. A la maana siguiente, un hmedo roco cubra todas sus hojas y oy una familiar voz que le deca: Eh, Albert, ha llega- do el momento de irme. Volvers el ao que viene No lo dudes, soy el espritu del fro y siempre vuelvo. A veces me retraso un poco porque me encuentro muy a gusto en cualquier otro lugar, pero no dudes de que volver. ********** Al ao siguiente el fro lleg antes que nunca, y mientras caa una fuerte nevada Albert not un viento helado que se pa- seaba entre sus ramas como si lo estuviera acariciando. Hey, Albert, te veo muy bien sin bombillitas de colores ni abalorios colgando, tengo muchas cosas que contarte, ya veo que los vecinos han plantado un abeto, quiz as ya no destrocen ninguno ms, qu tal has pasado el verano, yo he estado en Groenlandia, crees que tardarn mucho en hacer el mueco En cuanto deje de nevar. U000p, eso est heeeeeech00000! Ya sabes que yo soy el encargado de que haga fro y puedo decidir a mi antojo si nieva o no. Dejar que nieve toda la noche pero por la maana har un da esplndido para que puedan construir el mueco de nieve ms grande y bonito de todos los tiempos, donde yo pasar pl- cidamente el invierno disfrutando de tu grata compaa, espero que me pongan una bufanda bonita. No lo dudes lo ms mnimo. 95 Ni TE CUENTO E l montoncito de papeles arrugados a mi alrededor era mudo testigo de que no tena inspiracin. Lo haba in- tentado una y otra vez en vano, siempre llegaba a un punto muerto. Un punto sin retorno, o, mejor dicho, un punto de retorno al principio de la historia. Quiz era eso lo que fallaba: el principio. Se sola comenzar con Haba una vez... o ra- se una vez..., pero llegaba un momento en que Caperucita se iba con los enanos y las hadas se liaban con los prncipes. Los cuentos ya no son lo que eran. O puede ser que sean otros tiem- pos y se permitan ms cosas, pero yo quiero un cuento de toda la vida con el Haba una vez y el Colorn colorado, don- de los prncipes vencen a los dragones y rescatan damiselas de altas torres y largas trenzas; escuderos valientes que empuan espadas clavadas en la piedra; villanos malvados que siempre acaban perdiendo, y princesas bellas y educadas que siempre andan en apuros. Pero me sale un cuento donde no hay lobos, las princesas son feas, los prncipes se lan entre s y las hadas siempre estn borrachas. Quiz sea necesaria un Hada Madrina para poder entrar en el mgico mundo de los cuentos. Pues aqu te espero, no tardes, que tengo la pcima en el fuego. 96 ; 4 1. A... . EL PARQUE Z ngara y Cascabel eran dos pequeas mariquitas que ha- bitaban en un parque. Eran muy queridas por todos, ya que se coman el pulgn de los rosales y as estos lucan esplndidos y frondosos, con unas preciosas rosas rojas que per- fumaban el ambiente. Ocupaban un minsculo espacio del parque dedicado a la vegetacin. Antes era ms grande, pero poco a poco lo haban ido reduciendo hasta dejarlo casi insignificante, y sus morado- res se haban tenido que ir trasladando y agrupando hasta que- dar relegados a ese lugar. El parque en un principio era enorme, con vegetacin de todo tipo: rboles, arbustos, fl ores, palmeras... Abundantes eran tambin sus habitantes: tres hormigueros bien distanciados unos de otros para evitar disputas, con lo cual el ir y venir de estas pequeas trabajadoras era incesante y mantenan el par- que impoluto. Ellas se encargaban de recoger las cscaras de las pipas que tiraban los nios y trasladarlas diligentemente a sus despensas. Los pajarillos y palomas tambin contribuan a esta labor, adems de comerse todos los restos de los bocadillos que se dejaban tirados por cualquier parte. Las abejas iban y venan recogiendo el polen de las fl ores. Tambin haba dos lagartijas y tres caracoles, pero que no se dejaban ver mucho. Su amigo abejorro vena de vez en cuando de visita junto a una linda ma- riposa. 98 Una gran parte del parque lo destinaron a construir una ca- fetera, con lo cual tuvieron que agruparse ms. Luego vinieron los columpios y toboganes para los nios y . fi nalmente un es- tanque en el que en un principio hubo peces, pero que acabaron desapareciendo. Zngara y Cascabel no haban tenido problema, pues ellas ocupaban un rosal muy apreciado por lo que no pensaron nunca que lo podran quitar. Gracias a ellas no necesitaban usar insec- ticida que tan perjudicial habra sido para todos. Los jardineros las conocan y procuraban no molestarlas cuando se dedicaban a la poda. Por la tarde, les gustaba bajar del rosal y pasearse saludan- do a sus vecinos y les relataban todo lo que haban podido escu- char a lo largo de la jornada. Fue un jueves por la maana. Llegaron corriendo dando grandes alaridos. Zngara no poda dejar de llorar y se secaba las lgrimas con un pequeo ptalo que le haba cedido una rosa. Tanto y tanto lloraba que tena que escurrirlo a menudo. Haban ido cinco personas, medido y pisoteado todo y les haban odo decir que iban a quitar esos estpidos rosales y colocar all una estatua de no saban quin. Lo pavimentaran todo y pondran una ridcula fuente para ocupar el espacio restante. La conmocin fue general. Tenan que ponerse manos a la obra y mudarse lo antes posible. Las abejas les informaron de otro parque no muy lejano donde tambin haba rosales y mu- cho espacio para que todos pudieran acomodarse sin importunar 99 a los que ya vivan all. Adems, las abejas se encargaron de ex- plicarles la situacin y nadie puso objecin a que se trasladaran en cuanto pudieran. Y les ayudaran en lo que fuera necesario. La solidaridad era algo muy importante en estas comunidades. Poco a poco se fueron marchando de su querido trocito de parque. Las primeras fueron Zngara y Cascabel, pues el estado de nervios de estas era tal que no dorman, y cuando conseguan hacerlo soaban con enormes tijeras que cortaban los rosales al mismo tiempo que a ellas les amputaban patas y antenas. Y tras ellas fueron todos los dems. En el parque se not su ausencia. Los rosales se llenaron de pulgn, enfermaron y acabaron muriendo. Hay quien dice que murieron de pena. Las cscaras de pipas y trozos de bocadillos cubran los rincones, con lo que cada vez era menor la cantidad de gente que frecuentaba este lugar que se haba vuelto tan sucio. Construyeron la estatua. Y la fuente. Y los nios se marcha- ron de este parque fro e impersonal para acomodarse en otro cercano donde les haban dicho que podan ver dos mariquitas en los rosales y a las lagartijas y caracoles tomando el sol tran- quilamente. Esto podra ocurrir en cualquier lugar donde a menudo su- cede, quitan espacios verdes y con ello destruyen muchas pe- queas vidas y un mundo que nos resulta insignificante por no verlo, pero que en realidad tiene una gran riqueza interior y un gran impacto exterior. 100 CONTEMPLANDO S entado en lo alto de aquella cumbre contemplaba el pai- saje que se extenda a mis pies. Siempre me senta so- brecogido por esta visin y me hallaba insignificante y msero, una pulga en la grandeza del universo. Era algo que siempre haca cuando llegaba arriba. Me sen- taba tranquilamente, sin prisas, y observaba. Poco a poco iba tornando consciencia de lo que ocurra a mi alrededor: aquel pico de all se inclina con descaro hacia la izquierda, y la colina que est a su lado mira tmidamente a la derecha. Se gustan, fi jo que s. Habr que volver dentro de unos miles de aos para ver cmo se desarrolla el asunto. Porque mira que las montaas son lentas y tmidas y les cuesta decidirse. Aunque mejor as, porque cuando sale una impaciente acaba provocando un terre- moto. Bueno, sigamos. Uy! Aquel pobre lo tiene mal, porque la otra pasa olmpicamente de l y, sin embargo, se derrite por ese risco. Es un caso perdido. Pasemos a las nubes, pero son tan cambiantes y caprichosas que no puedes estar seguro de nada. De todas formas hoy solo hay dos que se alejan de la mano. Halaaaaaaa! Que os divir- tis! Y ese pino de ah rodeado de pinitos! Parece una mam con sus polluelos. Con cuidado, alarga una rama y los acaricia con ternura: Estarn bien si el hombre no lo impide. 101 Hay a m lado un grupo de piedras... Je! Ahora estn quie- tas, pero te aseguro que las he pillado jugando al corro; si no, a santo de qu iban a estar formando este crculo. Pobres.., las he asustado y les he estropeado la diversin. Pero bueno, tienen mucho tiempo por delante para seguir con su juego. Veo un guila no muy lejos, que se lanza en picado, agarra algo del suelo y vuelve a alzar el vuelo con elegancia con la presa entre sus patas, probablemente un conejo. Me da pena el conejo, pero comprendo al guila. Seguramente unas bocas hambrientas le esperan en el nido. Una vez que parece que ya tengo controlado todo lo que ocurre a mi alrededor paso a la siguiente fase: me tumbo en el suelo, con las manos bajo la nuca, cierro los ojos y me empapo de ese sol que me saluda, mi querido y viejo amigo. Me abraza con dulzura, me caliente y reconforta. Y entonces viene la brisa a saludarme, para contrarrestar el efusivo saludo del primero. Se desliza ami alrededor, me acaricia y juguetea con mi pelo y con sus dedos frescos me hace cosquillas por todas partes. Paso as no s cunto tiempo, me dejo llevar, me olvido de todo y me relajo, cargo las pilas que llevo puestas y las de repuesto por si acaso. Me dispongo a regresar y me voy despidiendo de todo: los tmidos amantes, el ignorado, la enamorada, la mam amorosa, las piedras juguetonas, el guila y el conejo que a saber por dn- de paran (probablemente el uno ya dentro de la otra). Comienzo el descenso, perezoso y remoln; esta es la par- te que menos me gusta, porque conforme voy bajando pierdo de vista el horizonte, as que decido mirar al suelo, entre otras cosas por no romperme la crisma. Y cuanto ms bajo, ms me 102 abruma la belleza que descubro. He subido a lo alto por el otro lado de la montaa, rido y seco, de desrtica belleza. Pero aho- ra me encuentro con una alfombra de romero y tomillo fl oridos, con sus tonos entre rosa y lila formando un magnfico tapiz. Y el olor.., ese olor.., a monte puro, al aliento de Dios. Me llena los sentidos y me siento dichoso de estar aqu en este momento. Conforme dejo atrs el campo y me dirijo al asfalto, mi co- razn se encoge y mi alma se marchita. Mas no importa, porque s que regresar, y como fl or en primavera, volver a renacer, con la mirada serena y todo el mundo a mis pies. Premio Vivac de cuento 2018 LA DUDA eso, para que cuando se te ocurra otra vez, me lo vuelvas a pedir! dijo, y dando media vuelta se i alej deprisa y con la cabeza muy tiesa, con aire de d nidad ofendida, con el bolso (un arma letal) colgando orgu- llosamente de su hombro derecho. Yo me qued boquiabierto, con una expresin estpida en el rostro y plantado en medio de la acera mientras notaba que un hilillo de sangre me brotaba de la frente; lentamente, corno con timidez, llegaba hasta la ceja, all se bifurcaba y, ya ms rpido se deslizaba como un torrente a ambos lados de mi ojo, surcaba la mejilla y goteaba sobre el cuello de la camisa de seda recin comprada para la ocasin. Me acababan de atizar un bolsazo como jams en la vida me haban dado. Adems, seguro que el bolso estaba pensado para el ataque, pues estaba rematado por un borde grueso y duro como el acero que no resultaba nada agradable de probar. Y es que no se lo haba pensado dos veces, an no haba terminado de hablar y zas! bolsazo que te cro. Qu llevara ese bolso, Dios mo, para que el golpe fuera tan contundente! Total, todo por nada, por preguntarle... qu le haba pre- guntado La verdad es que no lo saba, no lograba recordarlo. Todava sigo pensando, dndole vueltas al asunto, pero nada, no hay manera. 104 Alicia (la chica en cuestin) y yo nos conocamos ya bas- tante tiempo. Habamos coincidido en una fi esta de un amigo comn y a m ella me haba atrado al instante. Ella, como siem- pre, ni se haba fi jado en m, yo era uno ms en el enjambre rui- doso que pululaba a su alrededor. Esa noche se haba marchado con Evaristo, un jovenzuelo prepotente y engredo, recin licen- ciado en derecho, guaperas, musculito y que luca un fl amante descapotable. La verdad es que era una chica muy liberal, de ideas abier- tas y a la que le gustaba divertirse. Sala una noche tras otra y disfrutaba plenamente de cada momento. Yo la vea a menudo por los lugares de ms marcha, siem- pre muy bien acompaada (para desgracia ma) y con muestras evidentes de estar pasndoselo muy bien. A m me amargaba la noche porque me mora de celos y envidia y, adems, se me qui- taban las ganas de volver a salir. No saba cunto tiempo sopor- tara verla en manos ajenas. Pero corno uno es dbil, los amigos me acababan convenciendo y volva a salir. No lo pasaba nada bien. Si no la vea, pensaba qu estara haciendo que no pudiera hacer en pblico; y si la vea saba lo que estaba haciendo y me imaginaba lo que hara luego en privado. Siempre he tenido una imaginacin calenturienta, qu le vamos a hacer... Tras varias semanas de no verla y de imaginarla en mis apa- sionadas noches solitarias comprend que no poda seguir as. Consegu su telfono. Lo tir a la basura miles de veces para luego volver a recogerlo y alisarlo amorosamente. Haba que tomar una determinacin, as que sin pensarlo ms, la llam. Rec para que no estuviera, que comunicase o se pusiera el con - 105 testador. As que cuando o su voz me qued tan helado que no acertaba a hablar. Casi como un idiota consegu decirle quin era y tras un rato de conversacin de la que no logro acordarme le pregunt si quera cenar conmigo. Ni yo mismo era capaz de creerme semejante hazaa; me dira que no y mi pesadilla ha- bra terminado. Me deprimira durante un par de meses y luego intentara recuperar mi vida social y conocer por fi n a la verda- dera chica de mis sueos. As que cuando dijo s con toda naturalidad se me rom- pieron los esquemas. La retahla de frases que tena preparadas para que no se sintiera culpable al decirme que no, no servan para nada. Intentando controlar mis emociones consegu decir un sitio y una hora. El da de la cita no me soportaba ni yo. Debera haber que- dado en su casa y pasar a recogerla O eso ya no se llevaba y era mejor quedar en el restaurante directamente No lo saba, pero ahora ya no haba remedio. Esperaba que todo saliera bien: haba hecho la reserva para que no hubiera problemas, limpiado el coche por dentro y por fuera, incluso haba ordenado la casa por si acaso. Yo iba elegante pero informal, con aire modernillo pero con estilo, como a m me gusta. Daba la imagen perfecta: afeitado, perfumado... irresistible en una palabra. A ella la po- da imaginar: un vestido escotado y muy ceido marcando sus deliciosas curvas, y unos tacones increbles que la elevaban a lo ms alto. En eso no haba problemas porque con mi metro ochenta y dos no tena nada que envidiar. Hubiera resultado hu- millante quedar medio metro por debajo de ella. Pero eso no sucedera. Todo sera perfecto. 106 Cuando estaba a punto de salir de casa me asalt una terri- ble duda, casi como una certeza: y si ella no apareca Claro, era lo ms lgico. Me haba dicho tan rpidamente que s para que no me pusiera pesado, pero no pensaba ir. Lo normal es que hubiera dicho bueno o no s para al fi nal acabar cediendo a mi insistencia. Nadie deca s tan rotundamente a la primera. Haba sido un estpido al albergar esperanzas. Cmo poda siquiera imaginar que ella saldra conmigo, cuando me haba comportado como un panoli hablando por telfono balbuceando como un maaeo Debera haberla llamado ayer para recordar- le la cena y as le habra dado la oportunidad de inventarse una excusa me deca una y otra vez. Ya no saba qu hacer iba o no iba Mi mente era un mar de dudas, con olas inmensas que amenazaban con destruir mis sentimientos, mi integridad... todo. No, estaba decidido, no ira a la cena. No tena necesidad de pasarme horas enteras mirando un plato vaco y asegurndole al camarero que esperaba compa- a y casi suplicndole con la mirada que me dejara permanecer all, sin preguntas, sin mirarme con lstima moviendo negativa- mente la cabeza como diciendo: Pobre iluso! Ni siquiera se da cuenta de que ella no vendr, que ya lleva tres horas esperando y no queda ninguna esperanza. Luego, cuando ya estuvieran a punto de cerrar, me levantara lentamente y saldra a la calle. Hundido en mi autoconwasin me dedicara a visitar todos los bares que encontrara de camino a casa y acabara borracho como una cuba. Al da siguiente estara sper deprimido y adems con una resaca espantosa. Eso, a fin de cuentas, sera una bendicin porque no tendra fuerzas para pensar en mi desgracia. 107 Pero siempre me quedara la duda, removindose en mi in- terior, parasitando mis sentimientos, alojndose en mi descon- suelo sin darme un minuto de descanso. Nunca sabra si ella haba acudido a la cita, si haba esperado horas mirando un plato vaco y suplicando con la mirada al camarero. Nunca sabra si se habra emborrachado camino a casa y al da siguiente sopor- taba una resaca espantosa. Nunca lo sabra. Esa sera la terrible duda. Qu era peor, quedar como un idiota o como un cerdo Como un idiota por ir o corno un cerdo por no hacerlo Que- dar como un cerdo era menos humillante, pero como un idiota conservara mi dignidad. Qu adjetivo me defina mejor, hu- millado o digno Hasta el momento, humillado. Pero nada me impeda ser digno. Claro, que si era digno acudiendo a la cena, poda acabar humillado y entonces dara lo mismo. Todos los caminos conducan a la incertidumbre. Y si la llamaba Poda poner la excusa de pasar a recoger- la y as, adems de quedar como un caballero, aseguraba que mi dignidad no acabara en humillacin. Bueno, al menos, en humillacin pblica. Podra quedar humillado pero en casa y eso siempre era un poco ms digno. As se igualaba la disyun- tiva. Consult el reloj. Como ella viva cerca del restaurante pue- de que todava no hubiera salido de casa. Menos mal que la neu- rona que me queda de vez en cuando funciona adecuadamente y tiene alguna idea brillante. Cog el arrugado y mil veces planchado papel de su tele - 108 fono y en un alarde de valenta lo marqu sin vacilar. Mientras sonaba carraspe para aclararme la garganta y que mi voz so- nara varonil y seductora. Conforme se sucedan los segundos sin recibir contestacin el pnico se iba apoderando de m. Ha salido para ir al. restaurante o quiz tena otra cita Ya estbamos otra vez: la duda. Y la marejada cobrando fuer- za en mi cerebro. No sera mejor ir y as acabar de una vez por todas con este asunto Poda ir y llegar un poco tarde, diez mi- nutos o un cuarto de hora como mucho. Si ella iba a ir ya habra llegado, yo pondra la excusa del trfico y el aparcamiento y se lo creera sin problemas. Luego con mi conversacin fluida y ame- na, mi sentido del humor y mi fascinante presencia, se olvidara del pequeo retraso, incluso pensara que no le hubiera molestado esperar toda la noche, toda la vida si fuera necesario, para poder disfrutar de esos momentos de agradable compaa. La halaga- ra discretamente. Conforme avanzara la noche y disminuyera el nivel de la botella del mejor vino, yo sera ms atrevido y ella ms descarada. Al fi nal habra tal corriente entre nosotros que saltaran chispas y tendramos que salir apresuradamente y mar- charnos a mi casa si no queramos montar un espectculo. Pero, y si a pesar de todo no iba qu Yo llegara un poco tarde, con una excusa preparada que me tendra que tragar y seguira estando solo en el restaurante. Como la mesa que haba reservado estaba junto a una ven- tana, poda mirar antes de entrar. Si la vea sentada all, espern- dome, entrara. Si no, me ira. Nadie se enterara nunca de que me haban dejado plantado, ni necesitara emborracharme para ahogar mi vergenza. 109 Haba que pensar. Paseaba arriba y abajo por toda la sala dndole vueltas a la cabeza. Es que no hay otra solucin me repeta una y otra vez, dando vueltas y ms vueltas como un Oso enjaulado. Cuando mir el reloj, el sobresalto hizo que casi me mu- riera del susto. Pasaba con mucho de la hora a la que habamos quedado. Se me hizo un nudo en el estmago y pens que no haba ms remedio que ir, de lo contrario toda la vida estara reprochndomelo. Me pein minuciosamente, recompuse mi angustiada fi gura y sal. El trfico era terrible, avanzaba a paso de tortuga reumtica, los viernes por la noche ya se sabe. As la excusa sera cierta y no necesitara aadir un nuevo pecado a los que ya tena, y adems, sonara mucho ms convincente. Lo del aparcamiento tampoco fue cosa fcil. Tard ms de veinte minutos en encon- trar un minsculo sitio en el que an no s cmo logr introdu- cirme y desde el que me llevara por lo menos cinco minutos llegar al restaurante. Cuando por fin llegu, solo hora y media ms tarde, estaba tan agotado que ni siquiera pude asustarme. Me acerqu a la venta- na para mirar sigilosamente el interior. Maldita sea! Las cortinas estaban corridas y no haba ni un solo hueco. Quiz en la otra ventana, s, aqu haba unos centmetros. Intent ver algo a travs del cristal, pero se reflejaba la luz y lo nico que vea era mi cara de idiota. Pegando la cara al cristal quiz consiguiera ver algo, as que eso hice, con la nariz chafada e intentando ver la mesa de la iz- quierda, que desgraciadamente quedaba fuera de mi campo visual. 110 A la mujer que haba cenando en la mesa ms prxima a la ventana deb parecerle un monstruo a juzgar por su grito y es que no era para menos. Yo, en esos momentos, era un energ- meno chato, pegado al cristal como un pulpo, contorsionando la cabeza en un ngulo grotesco y con los ojos desorbitados. Me apart rpidamente. No haba ms remedio que entrar. Bien, all vamos! Entr. Cuando le ped al camarero mi reserva, me mir con una expresin airada en el rostro. Era el ca- marero al que yo le habra suplicado con la mirada y que move- ra la cabeza compadecindose de m. No entenda su reaccin. Mir hacia la mesa y vi una copa manchada de carmn, un cenicero sin usar (ella no fumaba) y una servilleta arrugada. Pero ella no estaba. Estara en el aseo, pero... haba ido! Todo iba a ser maravilloso. Me disculpara de rodillas si era necesario, le implorara su perdn. Haba sido un estpido al pensar que no ira, un ignorante con complejo de inferioridad y un cargamento de dudas que no me dejaban superarlo. Pero ahora todo eso que- dara atrs porque ella estaba all y detrs de esa cena vendra otra y otra ms hasta que ya no pudiera separarse de m. Con una sonrisa de medio lado y a paso confiado me dirig hacia mi mesa. Menuda sorpresa se llevara! A los cinco mi- nutos empec a inquietarme y not que el camarero me miraba de reojo. La se:Nora que haba visto al monstruo en la ventana le daba golpecitos en el brazo a su compaero mientras con mucho disimulo hablaba haciendo gestos con la cabeza hacia m. Deba pensar que yo era un psicpata. Cuando viera aparecer a mi chi- ca y comprobara su adoracin hacia m, cambiara de opinin. Pero ya estaba tardando mucho. 111 Le hice una sea al camarero, que se acerc con una mirada glacial en los ojos. Cuando dijo qu desea el caballero, no s por qu se me hel la sangre en las venas probablemente por la mala leche que destilaba su expresin. La chica contest a mi pregunta La chica! repiti en un tono acusador, pasando de una actitud fra a otra de claro desprecio y ardor justificado. Pareca que todo el restau- rante comparta su entusiasmo y me miraban como a un bicho repugnante. Pues la chica, seor.. . dijo, remarcando el seor ms de lo necesario y con una voz injustificadamente elevada. Me tema le peor. No iba a quedar humillado en pblico ante un plato vaco, sino que iba a ser declarado un cerdo pblicamente, con toda la razn del mundo y sin justificacin posible La chica, ha estado esperando ms de hora y media, seor, con- fi ando en que usted vendra. No comprendo cmo una chica tan preciosa puede quedar con un tipo como usted, que encima la deja plantada. An as, ella intentaba justificarlo, el trfico, de- ca, o quiz le haya pasado algo... De verdad que no le entiendo, presentarse casi dos horas tarde, con esa expresin prepotente en el rostro, como si todo el mundo tuviera que caer rendido a sus pies. Credo! Dio media vuelta y se fue. All me qued como un cerdo humillado, con la cara ardiendo de vergenza y, a pesar de ello, la sangre helada en mis venas. Senta todos los ojos fi jos en m, la copa manchada de carmn me acusaba inexorablemente y te- na la impresin de que de un momento a otro la servilleta me atacara. Me saltara a la cara arrancndome los ojos y luego se me enrollara en el cuello y apretara, apretara cada vez ms, 112 animada por el resto de comensales. No me matara, pero me dejara demasiado dbil para irme y debera sufrir la vergenza de sentirme un cerdo hasta lmites insospechados. Antes de que eso ocurriera me levant y sal corriendo. Ya en la calle me permit un minuto de respiro para analizar mi situacin. Si no hubiera sido tan estpido dudando de aquella manera irracional habra acudido a la cena. Ella, por supuesto, tambin. Y el camarero, ese camarero que me haba desprecia- do, nos habra atendido amablemente. Y podra haber quedado con ella para el da siguiente. Ahora ya no caba esa posibilidad. Lo hecho, hecho estaba y no tena solucin, pero poda intentar arreglarlo un poco. La llamara, me disculpara, y le suplicara otra cena para enmendar mi error. La llam miles de veces, le dej cientos de mensajes en el contestador, le ped disculpas en todos los idiomas e incluso llor. Le envi fl ores que siempre me devolvieron. Por ltimo, invit a cenar a su contestador. El da en cuestin no tuve ninguna duda porque saba que ella no ira. Pero aun as yo fui. Llegu media hora antes y me dediqu a pasear nerviosamente por la acera. Quera esperarla fuera para que no entrara sola, me pareca ms correcto que entrara acompaada. Nunca resulta muy grato quedarse planta- do en mitad del restaurante mirando todas las mesas hasta que localizas la tuya. La vi venir. No me lo poda creer. Hola, Alicia! Cmo ests Y boom, todo se oscureci a mi alrededor por un instante. Luego la oscuridad fue sustituida 113 por unas luces de colores que giraban delante de mis ojos. Y la frasecita: Y eso para que cuando se te ocurra otra vez me lo vuelvas a pedir! Ya lo saba, no le haba preguntado nada, le haba pedido que cenara conmigo despus de haberla dejado plantada la pri- mera vez. La vi alejarse y subirse a un fl amante descapotable en el que sin duda estara Evaristo. l no la dejara plantada. Yo s. Haba sido un cretino. Lo que ms me dola, ms incluso que la cabeza era que lo que haba marchitado nuestra relacin antes incluso de llegar a. fl orecer haba sido la duda, sin duda. 114 LA HOJA DE NAVIDAD M e qued mirando el sobre acolchado que acababa de recibir. Al ver el nombre del remitente, sonre con nostalgia, aorando tiempos pasados de risas y ale- gra. Si bien cuando era joven la Navidad me gustaba hasta l- mites insospechados, ahora deseara dormirme el da veinti- trs de diciembre y despertarme el siete de enero cuando ya todo hubiera pasado y el mundo que me rodeaba recuperara su montona cordura. Era una poca muy triste para m, pues me traa recuerdos de todos aquellos que se fueron: familiares, amigos, compaeros; y me haca darme cuenta de lo sola que me encontraba. La nica persona que me quedaba en el mun- do estaba lejos, muy lejos, y era quien me haba enviado este sobre. Lo abr con cuidado y extraje de su interior otro sobre ms pequeo, de un color dorado muy bonito y en el que con su letra puntiaguda y elegante haba escrito: Abrir con muuuuu- cho cuidado. As lo hice, lo abr lentamente, con delicadeza y de su interior saqu una perfecta hoja de arce, con su bello color otoal y exquisitamente decorada en tonos plateados, con una cenefa que la bordeaba y de la que colgaban pequeas campanitas y calcetines de Santa Claus perfectamente dibuja- dos. En el centro de la hoja, una sola y corta frase: Abrgate bien. 115 Extraada, volv a mirar dentro del sobre, y encontr un billete de avin para Canad, para el da 21 de diciembre. Era el mejor regalo que me podan hacer y pens que era muy extrao, pues una hoja de otoo me haba trado la Navidad. 116 EL MANJAR DEL ESCARABAJO El otro da en el campo me dijo un escarabajo que por qu no le ayudaba tena que hacer un trabajo. Haba pasado una vaca, lo haba puesto perdido, todo el suelo estaba lleno de apestosos montoncillos. Empez a hacer pelotas de tamao variado y as luego con sus patas todas las iba arrastrando. Se quedaban muy redondas, perfectas me parecan y mientras iban rodando se vea que crecan. Hizo unos cuantos montones con toda la porquera y mand invitaciones a la gente conocida. 117 Con manjar tan suculento contentos se quedaran, hablaran de l portentos, todos lo adoraran. La araa y el caracol acudieron de inmediato; saltamontes y cigarras tardaron an un buen rato. Al llegar los invitados y ver tan buena comida, salieron todos pitando cual si les fuera la vida. Y qued el escarabajo con la mesa puesta y solo, despus de tanto trabajo sumido estaba en el lodo. Ya nadie habla con l, ni siquiera lo saludan, no quieren que los invite y lo llaman caradura. As est el escarabajo sin amigos en la vida, antes miraba parriba y ahora slo es cara abajo. 118 LA ROCA Y EL MONTE A s su lado me haca sentir tan pequea corno un guijarro. Y no porque l fuera enorme en tamao (que lo era), ino porque su presencia resultaba imponente... intimi- dante incluso si no lo conocas bien y trababas una grata amis- tad con su fi gura. Como vetusta y dura roca que soy y por los muchos aos que llevo afincada en su ladera, tengo el privilegio y el honor de poder hablar con l directamente. A pesar de su apariencia majestuosa, es sencillo y llano en el trato y ambos hemos man- tenido incontables disertaciones sobre el valle. As me cont que le llaman El Cid y me relat algunas de sus leyendas. Debe su nombre a un bravo caballero que luch para defender esta patria de los moros y que, hallndose en su cima y viendo el valle invadido por los enemigos, se encomen- d a Santiago y a lomos de su caballo dio tan gran salto que fue a parar al otro extremo. Y le han dicho que all donde aterriz su caballo, que Babieca se llamaba, dej en una piedra un pro- fundo agujero con la forma de su casco. A este lugar le llaman La pat. Son muy numerosos los montaeros que vienen a visitarlo, pues su ascensin, aunque un poco larga no es en extremo difcil y presenta unas admirables vistas desde su cima. Desde all, me dice que en los das claros incluso se divisa el mar. Cmo me gustara verlo! Pues no puedo imaginar tanta agua junta en un 119 mismo sitio y sin nada que la contenga para que no se derrame. En los meses de esto algunos ascienden por la noche y se- mejan lucirnagas pululando por sus sendas y parajes. Y hay quien ha decidido reposar aqu tras sus das terrena- les, comulgar con su materia y fundirse en su entorno formando para siempre parte de este maravilloso lugar. Me comenta que desde su altura divisa al resto de sus con- gneres: la cercana Sierra del Caballo o Los Chaparrales al otro lado, con sus tpicas antenas que ya forman parte de su ser (aun- que sinceramente, preferira que no estuvieran). Tambin est la bella Camara y las armnicas Barrancadas y cmo no, el apuesto Boln, que aunque menor en estatura que l, tiene algo que le hace resultar encantador: esa bajada de an- torchas como una enorme y luminosa culebra que discurre por su ladera hasta adentrarse en el pueblo trayendo el aviso de que llegan los Reyes Magos y llenando de ilusin los corazones de los nios. En verdad que contemplar el valle como l lo hace, serena y calladamente, disfrutando de toda su belleza natural es un pri- vilegio que pocos pueden poseer. Yo, desde mi posicin solo puedo admirar una parte, pero me siento afortunada de habitar esta ladera y de contar con la amistad de este monte que me relata sus leyendas y me describe el paisaje para que yo tambin lo vea. 120 C2:7 1., EL OTOO Y LA HOJA A l llegar el otoo los suelos se cubren de hojas. Es una de las tristezas del otoo. O de sus encantos, vaya us- ted a saber, que todo eso depende mucho de quin lo mire y porqu. Unos ven desprenderse las hojas y caer para desaparecer y llevarse sus pesares y nacer renovadas alegras en la primave- ra. Otros, las ven marchitarse y soltarse de las ramas, como las horas de sus das y secarse poco a poco en el suelo, agrietarse y acabar convertidas en polvo. Como la vida, que pasa, se agrieta y deshace sin remedio. Unas hojas caen lnguidamente, con suavidad y se deposi- tan sin ruido en el suelo; otras, revolotean alegres, dan vueltas y vueltas celebrando su libertad; a otras, el viento las arrastra lejos y nunca ms sabremos de ellas. Pero hay una hoja, una sola, que queda prendida de la rama, como modelo, de muestra para que el rbol no olvide su fi gura. Y ah soporta los rigores del invierno, la lluvia, el vendaval... Pero aguanta paciente, sabe que su misin es muy importante. Sin ella, el rbol permanecera desnudo para siempre, perdida en el olvido su frondosidad. Unos pequeos brotes verdes comienzan a aparecer en las ramas. Estos retoos, al crecer, empujan a la vieja hoja y la van expulsando de su lecho y ella, alegre, se deja llevar y cae al 122 suelo, feliz porque ve que el rbol le sonre y le da las gracias... y le guiara un ojo si lo tuviera. Es la llegada de la primavera. Con ella todo fl orece, verdea, renace. Los rboles se visten de colorido. Al pie de cada uno hay una solitaria hoja, seca, maltratada por las inclemencias del tiempo, que no se sabe qu hace ah en esta poca, es como si cayera a destiempo. Aunque en realidad es todo lo contrario. Pasa el verano. Las hojas comienzan a amarillear. Unas caern lnguidamente, otras revolotearn alegres o sern trans- portadas por el viento. Y una marchita hoja quedar en cada rbol como recuerdo de lo que siempre fue y ser. 123 NDICE Agradecimientos 9 Prlogo, por Vi:rnica Martnez Amat 11 La casa de Federico 15 El cielo marino 17 Necesito decirte El aprendiz de mago 23 Quiero seguir descansando 25 La hormiguita casta 97 Volar 3 7 El viejo pescador 33 Reflexiones de un fantasma 34 El rastro rojo 45 Salvar a la princesa 47 El amigo 50 Adivinanzas 56 Alma de metal 58 A mirar la eternidad 65 La bailarina 68 La cueva 72 El patito rebelde 74 La nube enamorada 76 El concepto del arte 80 No hacer nada 84 Que yo me lo dejo cuando quiera, oiga 86 El cosmopolita 88 El reloj del cielo 90 Albert y Snowy 92 Ni te cuento 96 El parque 98 Contemplando 101 La duda 104 La hoja de Navidad 115 El manjar del escarabajo 117 La roca y el monte 119 El otoo y la hoja 122 Se termin de imprimir en Espa a, en los talleres de Publiberia en abril de 2019

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