¿Cómo se sale de este infierno?
Eso mismo pensarían los participantes en los premios GraMat al verse ante una página en blanco sobre la cual escribir una historia en menos de 45 minutos y cuya extensión no excediese las 300 palabras. Complicado. Pero estimulante.
Este año, coincidiendo con la celebración del Día del Libro –un domingo de luz radiante y creativa-, la nueva edición se celebró en el Museo del Calzado el 23 de abril. Desde las 10 de la mañana, los aspirantes elaboraron sus microrrelatos a partir de una frase vinculada al mundo del teatro, en este caso extraída de una obra de Federico García Lorca: “Afortunadamente, pronto voy a salir de este infierno”. Los resultados, siempre sorprendentes dada la brevedad y la dificultad del empeño, no dejan indiferente al lector. Compruébelo cada cual leyendo los tres textos galardonados por el jurado:
Afortunadamente, pronto voy a salir de este infierno.
La verdad, nunca hubiera podido imaginar que esto iba ser tan complicado y escatológico. Siempre pensé que hacer una obra de teatro, era solo “glamour”, que te aprendías el texto, subías al escenario, soltabas todo de carrerilla y poco más.
Tras infinitas noches de largos ensayos a lo largo de casi seis meses, cuando parecía estar todo controlado, una especie de virus atacó a casi todos los componentes de la representación, incluido yo mismo, produciéndonos una sintomatología variada. La más acusada, unas fuertes diarreas incontrolables.
Era la noche de la premier y poco había mejorado. Todo transcurría según lo previsto. El teatro hasta la bandera. Casi al final de la representación, sentí un fuerte retortijón y en la frase final, sin poderlo evitar, dejé caer por el interior de mis ropajes de actor los vertidos corporales.
“afortunadamente pronto voy a salir de este infierno”, dije pronunciando la frase final de la representación.
Cayó el telón entre grandes aplausos.
Carlos Gutiérrez Molines, 2º finalista
Afortunadamente, pronto voy a salir de este infierno, pues infierno es esta espera ansiosa, anhelante, interminable… Poco a poco cada uno se hace cargo de lo suyo; todos se mueven menos yo; tengo la sensación de que estorbo… Continuamente pasan a mi lado y me apartan con mucha educación: “¿me permite?”, preguntan, pero en realidad me apartarían igual aunque en vez de responder que sí respondiera que no. En mi paranoia me parece que incluso preguntan “¿quién es ese que está ahí en medio?” Y yo mismo empiezo a preguntarme lo mismo. Tramoyistas, técnicos de luces, de atrezzo, figurantes y secundarios se mueven a mi alrededor; alguno de estos me conoce, me da una palmadita en la espalda y pregunta: “¿cómo van esos nervios?”. Por fin se hace el silencio, se apagan las luces, se levanta el telón… Los actores salen a escena y empiezan a decir las frases que yo he escrito y que en este momento me parecen absurdas. Tengo náuseas, no dejo de sudar pero, al final del último acto, un estruendo de aplausos y de voces que gritan “¡El autor! ¡El autor!” Y alguien me coge del brazo y me lleva al escenario.
Victoria García Casáñez, 1ª finalista
Afortunadamente, pronto voy a salir de este infierno.
Fue el soplo de aire fresco que ventiló la angustia que, desde hacía varios años, revoloteaba por su cabeza. Bueno, por su cabeza, sus hombros, sus brazos. Una serie de episodios en su vida la tenía aprisionada.
Aquella mañana había tomado una decisión. Era el momento de terminar con todo lo que la estaba asfixiando: un marido conservado en alcohol; unas hijas separadas y casadas en segundas nupcias y de nuevo separadas; varios nietos a su cargo; un anciano dependiente de sus cuidados y unas deudas contraídas sin saber aún de qué forma.
Y aquel día estaba decidida a terminar con todo.
Cuando le comentó a su mejor amiga “un día de estos me voy a la estación y…”, su amiga se escandalizó. “No lo hagas, no seas loca, no hay mal que cien años dure”.
Todas aquellas frases le sonaban vacías. Ella estaba convencida de que no tenía escapatoria. Y aquella mañana era el momento para hacerlo.
Sus pasos se dirigían, lentos al principio y cada vez más ligeros, hacia aquel entramado de vías que parecían ser la encrucijada que se asemejaba a su vida.
Se acercaba y oyó, a lo lejos, el silbato que le alertaba de que todo estaba a punto de terminar. Aumentó el ritmo de sus pasos y casi los convirtió en carrera. Una carrera hacia la libertad.
Oyó el chirrido de las ruedas; su mente se nubló e inmediatamente se despejó como la mañana más fresca que hubiese podido imaginar. Se subió al tren y se alejó.
Marisol Puche Salas, Ganadora
Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”